jueves, 27 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 27





El club estaba lleno de personas que habían formado y formaban parte de la junta directiva y Pedro pensó que iba a ser un día duro. Abby Langley lo fulminó con la mirada nada más entrar en el salón acompañada de un tipo alto y delgado, con el pelo moreno y rizado, que debía de ser su promotor inmobiliario.


Brad ya estaba sentado y Pedro se acercó a su amigo y ocupó la silla que había a su lado.


—Buenos días.


—Me alegro de que hayas llegado temprano. Acabo de enterarme de que Abby va a proponer a otra persona para que haga el trabajo —le dijo Brad.


—Me enteré anoche. ¿Tienes idea de quién es?


—Por desgracia para nosotros, es Floyd Waters. Es miembro del club.


Pedro sacudió la cabeza.


—En ese caso, tiene muchas papeletas para ganar, ¿no?


—La verdad es que no. A algunos de los miembros más antiguos no les gustan los cambios que propone Abby, que solo es miembro honorario del club.


—¿Y qué quieres que haga yo? —le preguntó Pedro—. Podría intentar averiguar cuáles son sus ideas.


—No. Ella ha convertido esto en una guerra. Que Floyd le haga su proyecto. Tú y yo seguiremos tal y como teníamos planeado.


Brad estaba muy tenso y era la primera vez que Pedro lo veía así.


Las elecciones del club y la posibilidad de que se admitiese a las mujeres en él tenía a media ciudad de los nervios, así que, en cierto modo, habría deseado estar en Dallas, lejos de tantos líos.


Había ido allí a presentar su proyecto y, cuando terminase, se marcharía.


Tal vez estuviese allí por motivos laborales, pero en esos momentos, Paula y su madre eran los principales motivos por los que estaba en Royal.


Se tocó el bolsillo de la chaqueta y notó la caja de terciopelo que había guardado en él. Había tenido que tirar de algunos hilos para conseguir que el joyero le abriese la tienda muy temprano esa mañana, pero estaba contento con el anillo de diamantes que había elegido.


Poco a poco fueron llegando mujeres a la reunión. Eran las hermanas, esposas e hijas de los miembros del club. Pedro sacudió la cabeza.


—Va a ser una reunión muy larga.


—Tenía que haberla convocado cerrada —comentó Brad.


—No creo que hubiese sido mejor —le dijo Pedro.


—Tienes razón. ¿Estás preparado?


—Sí.


Hernan se sentó a su lado y le dijo:
—Tenemos que hablar después de la reunión.


—He quedado a comer con Paula.


—Pues dile que es mejor que quedéis a cenar —le pidió Hernan.


—No estoy seguro de querer hacerlo.


—Por supuesto que sí —insistió Hernan—. Ahora que Paula y tú estáis saliendo otra vez, tenemos que hablar.


Pedro apretó el puño por debajo de la mesa. Así que el viejo sabía lo suyo con Paula y seguía sin parecerle bien, pero en esos momentos no podía preocuparse por Hernan, tenía que centrarse en la reunión y en hacer la mejor presentación posible.


En cierto modo, se sentía juzgado delante de todo Royal. 


Como si el hijo de un trabajador de la petrolera no fuese lo suficientemente bueno para el Club de Ganaderos de Texas. 


Ni siquiera para una alborotadora como Abby.


Y odiaba aquella sensación.



****


—Vamos a empezar la reunión —anunció Brad, poniéndose en pie—. Pedro Alfonso ha venido a presentarnos su proyecto de construcción de las nuevas instalaciones.


—Antes de que empecemos, me gustaría pedir que también permitamos presentar su proyecto a Floyd Waters —pidió Abby.


—¿Por qué? —preguntó Brad.


—Porque yo también soy candidata a la presidencia —dijo Abby—. Y dado que el proyecto no se va a llevar a cabo hasta después de la votación, deberíamos escuchar a ambos promotores.


Se oyeron murmullos en la habitación y Pedro se dio cuenta de que, de todos modos, no iba a salir de allí antes de la hora de comer, así que le mandó a Paula un mensaje pidiéndole que se viesen mejor para cenar.


—Qué pesada es —comentó Brad entre dientes, refiriéndose a Abby.


—A estas alturas, ya deberías estar acostumbrado —le contestó Pedro.


—Es cierto, pero estaría bien que, por una vez, hubiese mantenido la boca cerrada.


Pedro se echó a reír.


—Eso es imposible para cualquier mujer de Royal.


—Tienes razón, le ocurre hasta a mi hermana —comentó Brad.


Pedro no conocía mucho a Sandra, pero imaginaba que era tan testaruda como su hermano.


Escuchó las ideas de Floyd y su presentación, y tuvo que admitir que eran buenas.


Cuando le tocó a él, hizo lo que hacía siempre en ese tipo de reuniones e hizo todo lo posible para convencer a todo el mundo de que era el mejor para hacer el trabajo. Mientras hablaba, pensó en Hernan Chaves y que seguía sin considerarlo suficientemente bueno para Paula.




miércoles, 26 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 26




Paula se despertó al notar los labios de Pedro en los suyos. 


Oyó a lo lejos a los caballos rumiando y la brisa balanceando las hojas de los árboles sobre sus cabezas.


Abrió los ojos y vio que tenía a Pedro encima, mirándola. Le sonrió.


Se dio cuenta de que en realidad estaba tumbada de lado, con Pedro enfrente, apoyado en un codo. Sintió vergüenza de su cuerpo. Cerró los ojos y notó cómo él dibujaba su rostro con las puntas de los dedos. Notó que le tocaba la cicatriz que tenía encima del labio y abrió los ojos para ver su reacción.


Luego tomó su camiseta y empezó a ponérsela.


—No me digas que todavía te da vergüenza —le dijo él.


—Sí. Tú eres tan perfecto —le contestó.


—No lo soy.


Pedro le quitó la camiseta de las manos y se sentó a su lado. 


La acarició.


Paula contuvo la respiración al ver cómo la miraba, como si nunca hubiese visto algo tan bello. Levantó la mano para acariciarle los labios con la punta de los dedos.


Se sentía como si hubiese vuelto a nacer entre sus brazos. 


Ya no le daba miedo su feminidad.


Lo empujó para que se tumbase boca arriba y se arrodilló a su lado.


—¿Qué haces? —le preguntó Pedro.


—Quiero explorarte.


Él se incorporó, apoyándose en los codos.


—Pues explora.


Y Paula lo hizo. Empezó por el cuello y los hombros y luego fue bajando poco a poco. Pedro la abrazó contra su pecho y ella se quedó allí tumbada, disfrutando de la paz del momento. Hacía mucho tiempo que no se sentía así, tan relajada con otra persona.


Era extraño que esa persona fuese Pedro Alfonso.



****


Pedro se despertó cuando el sol ya se estaba poniendo y despertó a Paula también. Se vistieron en silencio y le costó mantener las manos apartadas de ella. A partir de ese día, no volvería a verla de la misma manera.


Quería casarse con ella y quería pedírselo cuanto antes, pero necesitaba un anillo. Paula se merecía lo mejor y eso era lo que iba a darle.


Cuando estuvieron vestidos, recogieron todo y Pedro se sacó el teléfono móvil del bolsillo para hacerse una foto juntos.


—Ha salido bien. ¿Me la mandas? —le preguntó Paula.


—Por supuesto.


Le envió la fotografía y luego la ayudó a subirse a su caballo antes de montar al suyo también.


Hizo otra fotografía de Paula a caballo, con la brisa despeinándola. Parecía libre, feliz. Nadie habría adivinado al ver aquella fotografía que había estado a punto de morir en un accidente, y él se alegraba de volver a estar en su vida.


Cuando llegaron al rancho Chaves, llamaron a Tomas, que se llevó los caballos.


Paula parecía cansada y, a pesar de desear pasar la noche con ella, Pedro supo que no podía ir a casa de su padre, ni llevarla a la de su madre. Necesitaba tener su propia casa en Royal.


—¿Podemos comer juntos mañana?


—Creo que podré hacerte un hueco en mi agenda —le respondió ella sonriendo.


—Tengo una reunión por la mañana en el club, ¿quieres que quedemos allí? — le preguntó él.


—Me parece bien.


La acompañó hasta la casa de su padre y observó el porche que la rodeaba. De adolescente, siempre había deseado sentarse allí, en el columpio y tomar la mano de Paula, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo.


—Gracias por todo —le dijo ella—. En especial, por tu ayuda ayer en el hospital.


—Debería ser yo quien te diese las gracias —le dijo Pedro abrazándola.


—¿Por qué?


—Por tener un corazón tan grande. Al haber hecho participar a mi madre en el proyecto, se ha olvidado de su salud. Y por ayudar a los niños de la unidad de quemados. Además, esta tarde me has hecho volver a pensar en su sueño que había abandonado hace mucho tiempo.


Paula lo abrazó con fuerza.


—Tú también me has dado algo muy especial. Todo el día. Ayer me sentí fatal cuando Abby me contó lo de los rumores, y no quiero volver a sentirme así nunca.


—Yo tampoco quiero hacerte sufrir, Paula —le dijo él, mirándola a los ojos—. Te prometo que nunca te haré daño.


—Ya lo sé.


Pedro inclinó la cabeza y la besó. La abrazó con fuerza y supo que era suya y que iba a comprarle un anillo y pedirle que se casase con él al día siguiente


Su corazón y su alma eran de Paula Chaves, aunque todavía no estuviese preparado para decírselo. Se preguntó si debía pedirle la mano a Hernan.


—Paula, ¿Sabe tu padre que estamos saliendo juntos?


—Tal vez tenga sus sospechas, pero no hemos hablado del tema —le contestó ella.


—¿Significa eso que no se opone a lo nuestro? —le preguntó Pedro.


Aquel era un tema que le preocupaba. Aunque Hernan había dicho que lamentaba haber interferido entre ambos en el pasado, eso no significaba que le pareciese bien como yerno.


—La verdad es que no lo sé, pero no te voy a dejar Pedro. Por nada en el mundo.


—¿Ni siquiera por un coche nuevo? —bromeó él.


—No quiero nada material. Y tú me importas.


—Tú también me importas. Quiero…


En ese momento vieron aparecer un enorme Chevrolet en el camino. Hernan Chaves bajó de él y saludó a la pareja.


—¿Alfonso? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Lo he invitado a dar un paseo a caballo —contestó Paula.


—Estupendo. ¿Por qué no te quedas a cenar? —lo invitó su padre.


Pedro no supo si quería quedarse. Hernan le preguntaría por los concursos que no había ganado y no le apetecía hablar de trabajo.


—De acuerdo, siempre y cuando no hablemos de negocios.


—¿Y de qué vamos a hablar entonces? —preguntó Hernan.


—De mi proyecto en la unidad de quemados, papá. ¿Quieres saber cómo salió?


—Por supuesto que sí, Paula. Entrad a tomar algo.


Hernan sujetó la puerta y Paula entró la primera, seguida de Pedro. Por un momento, este pensó que iba a tomarse una copa con el hombre que en una ocasión le había pedido que no se acercase a su casa ni a su hija. Sabía que había pasado mucho tiempo desde entonces, pero por un segundo tuvo la sensación de que había sido el día anterior.


—¿Estás bien? —le preguntó Paula mientras su padre iba hacia el bar.


—Sí —mintió él, sintiéndose incómodo.


—¿Qué vas a tomar, Paula? —le preguntó Hernan a su hija.


—Un Martini, papá. ¿Quieres que lo prepare yo?


—No. ¿Y tú, Pedro?


—Lo mismo.


Paula fue a sentarse al sofá de cuero y Pedro se instaló a su lado. Ella le tomó la mano.


Hernan los miró fijamente y Pedro volvió a sentirse como con dieciocho años, le soltó la mano a Paula y se puso en pie.


—Acabo de acordarme de que tengo que trabajar. Será mejor que me marche. Gracias por el paseo, Paula.


—De nada. Ha sido muy especial.


—¿Qué ha sido tan especial? —quiso saber Hernan.


—Pasar la tarde con Pedro —respondió ella.


—¿Me acompañas? —le preguntó Pedro a Paula.


Ella asintió y fue hacia la puerta.


—Adiós —le dijo, dándole un beso.


—Adiós —respondió él.


Hernan estaba detrás de su hija, mirándolo fijamente.


—Adiós, señor —añadió Pedro.


—Nos veremos mañana en el club, Alfonso. Todavía tenemos muchas cosas de las que hablar —le contestó Hernan.


Pedro se marchó con la sensación de que al día siguiente su conversación no sería solo de negocios, pero estando en su terreno, no le importaría. Se subió al coche pensando que no tenía por qué doblegarse ante Hernan Chaves.


Era más que aceptable para su hija, y no iba a permitir que nadie impidiese que fuese suya.


Ni siquiera Hernan Chaves.





NUEVO ROSTRO: CAPITULO 25





Pedro se sintió como si llevase toda la vida abrazando a Paula y deseó hacerla completamente suya. Ya no tenía dudas acerca de ella, de que pudiese dejarlo como la primera vez.


Lo que quería en esos momentos era hacerle el amor. No sentirse solo como un amigo. Quería ser su amante.


Le desató el nudo que le sujetaba el bañador al cuello y la besó allí antes de bajarle uno de los tirantes, que se había quedado pegado a su piel mojada. Luego la besó en la clavícula.


Le bajó el otro tirante y trazó su marca con la lengua. A Paula se le puso la piel de gallina y Pedro se preguntó si se le habrían endurecido los pezones con sus caricias.


—¿Te gusta sentir mis labios? —le preguntó, mordisqueándole la piel.


—Sí —respondió ella con la voz ligeramente ronca, apretando las caderas contra su erección.


—A mí también.


Pedro le puso las manos en la cintura y la levantó para que sus pechos quedasen por encima de la línea del agua. Se agachó y se los besó y luego pasó la lengua por ellos.


Ella gimió y enterró los dedos en su pelo, arqueó la espalda.


—Quiero más, Pedro. Tengo la sensación de que me voy a morir como no pueda acariciarte.


—Pues no quiero que te mueras —le dijo él, agarrándola con fuerza por el trasero para frotarla contra su erección—. Agárrate a mí.


Ella apretó con fuerza las piernas y lo abrazó por los hombros. Él la llevó hacia la orilla, mirando a su alrededor y hacia el horizonte para asegurarse de que estaban solos. Lo estaban. Llegó a la manta que habían tendido en el suelo y la dejó allí de pie, luego se apartó para mirarla.


Tenía el pelo mojado y pegado a la cara y a los hombros. El bañador seguía atado a su espalda, a la altura del estómago. 


Se lo desató.


Mientras tanto, Paula le acarició el pecho y le pasó los dedos por los pezones. Su erección se endureció todavía más y el bañador empezó a molestarle, así que se lo bajó.


Ella dio un grito ahogado al verlo desnudo. Dudó un instante y luego le acarició. Se agachó y Pedro notó la punta de la lengua en su erección, enterró los dedos en su pelo mojado y los tuvo allí un minuto, luego hizo que se levantase.


—Quiero… —dijo ella.


—Ahora no —le dijo él, que sabía que estaba cerca de su límite y que lo que quería en realidad era estar dentro de ella—. Quítate el bañador.


Paula arqueó una ceja.


—Venga —insistió él en tono autoritario.


Ella retrocedió y se bajó el bañador. Cuando se inclinó, sus pechos se balancearon y Pedro alargó las manos para acariciárselos. Paula se giró para dejar el bañador encima de la manta.


Pedro le puso la mano en el hombro para que no se diese la vuelta y poder admirar su desnudez por la espalda. Allí tenía más cicatrices. Las recorrió con los dedos y luego la abrazó con fuerza.


Le acarició el estómago y luego bajó una mano al interior de sus muslos mientras con la otra le acariciaba los pechos.


Paula apretó las caderas contra él. Pedro introdujo un dedo en su sexo y la acarició, y ella se giró y levantó el rostro para pedirle un beso.


Pedro la besó sin apartar la mano de su sexo para asegurarse de que estaba preparada para recibirlo.


Luego la tumbó en la manta y le separó las piernas.


Buscó en sus pantalones vaqueros y encontró el preservativo que había puesto en el bolsillo trasero. Lo abrió mientras Paula le acariciaba la erección y apretó los dientes para disfrutar de sus caricias.


—¿Te gusta? —le preguntó ella.


—Mucho.


Pero tenía que ponerse el preservativo y estar dentro de ella cuanto antes, así que le apartó la mano y se lo puso. Luego se tumbó encima de ella, cubriéndola con su cuerpo, y colocó la punta de la erección sobre su sexo.


Allí esperó y la miró. Estaba ruborizada, tenía los pezones erguidos y las piernas abiertas, esperándolo.


La fue penetrando despacio, tomándose su tiempo porque quería que aquello durase.


Ella lo agarró por la nuca y le susurró:
—Hazme tuya, Pedro.


Y aquellas palabras le hicieron perder el control. La penetró con fuerza, profundamente, y la besó al mismo tiempo. Le metió la lengua en la boca, imitando el ritmo de sus caderas. 


Cada vez estaba más cerca del clímax, pero no quería alcanzarlo sin ella. Metió una mano entre sus cuerpos y la acarició hasta hacerla gemir, hasta que notó que sus músculos internos se contraían.


Solo entonces se dejó llevar por el placer. Cuando hubo terminado, apoyó la cabeza en su pecho, sin dejar caer todo el peso de su cuerpo en ella, que lo estaba abrazando.


Pedro supo que debía decir algo, pero no tenía palabras. 


Solo sabía que había encontrado a la mujer a la que, sin darse cuenta, había estado buscando. Le resultó extraño que fuese Paula, porque ella era el motivo por el que se había marchado de allí. Se tumbó de lado y la abrazó, y ambos se quedaron dormidos.