miércoles, 26 de julio de 2017
NUEVO ROSTRO: CAPITULO 25
Pedro se sintió como si llevase toda la vida abrazando a Paula y deseó hacerla completamente suya. Ya no tenía dudas acerca de ella, de que pudiese dejarlo como la primera vez.
Lo que quería en esos momentos era hacerle el amor. No sentirse solo como un amigo. Quería ser su amante.
Le desató el nudo que le sujetaba el bañador al cuello y la besó allí antes de bajarle uno de los tirantes, que se había quedado pegado a su piel mojada. Luego la besó en la clavícula.
Le bajó el otro tirante y trazó su marca con la lengua. A Paula se le puso la piel de gallina y Pedro se preguntó si se le habrían endurecido los pezones con sus caricias.
—¿Te gusta sentir mis labios? —le preguntó, mordisqueándole la piel.
—Sí —respondió ella con la voz ligeramente ronca, apretando las caderas contra su erección.
—A mí también.
Pedro le puso las manos en la cintura y la levantó para que sus pechos quedasen por encima de la línea del agua. Se agachó y se los besó y luego pasó la lengua por ellos.
Ella gimió y enterró los dedos en su pelo, arqueó la espalda.
—Quiero más, Pedro. Tengo la sensación de que me voy a morir como no pueda acariciarte.
—Pues no quiero que te mueras —le dijo él, agarrándola con fuerza por el trasero para frotarla contra su erección—. Agárrate a mí.
Ella apretó con fuerza las piernas y lo abrazó por los hombros. Él la llevó hacia la orilla, mirando a su alrededor y hacia el horizonte para asegurarse de que estaban solos. Lo estaban. Llegó a la manta que habían tendido en el suelo y la dejó allí de pie, luego se apartó para mirarla.
Tenía el pelo mojado y pegado a la cara y a los hombros. El bañador seguía atado a su espalda, a la altura del estómago.
Se lo desató.
Mientras tanto, Paula le acarició el pecho y le pasó los dedos por los pezones. Su erección se endureció todavía más y el bañador empezó a molestarle, así que se lo bajó.
Ella dio un grito ahogado al verlo desnudo. Dudó un instante y luego le acarició. Se agachó y Pedro notó la punta de la lengua en su erección, enterró los dedos en su pelo mojado y los tuvo allí un minuto, luego hizo que se levantase.
—Quiero… —dijo ella.
—Ahora no —le dijo él, que sabía que estaba cerca de su límite y que lo que quería en realidad era estar dentro de ella—. Quítate el bañador.
Paula arqueó una ceja.
—Venga —insistió él en tono autoritario.
Ella retrocedió y se bajó el bañador. Cuando se inclinó, sus pechos se balancearon y Pedro alargó las manos para acariciárselos. Paula se giró para dejar el bañador encima de la manta.
Pedro le puso la mano en el hombro para que no se diese la vuelta y poder admirar su desnudez por la espalda. Allí tenía más cicatrices. Las recorrió con los dedos y luego la abrazó con fuerza.
Le acarició el estómago y luego bajó una mano al interior de sus muslos mientras con la otra le acariciaba los pechos.
Paula apretó las caderas contra él. Pedro introdujo un dedo en su sexo y la acarició, y ella se giró y levantó el rostro para pedirle un beso.
Pedro la besó sin apartar la mano de su sexo para asegurarse de que estaba preparada para recibirlo.
Luego la tumbó en la manta y le separó las piernas.
Buscó en sus pantalones vaqueros y encontró el preservativo que había puesto en el bolsillo trasero. Lo abrió mientras Paula le acariciaba la erección y apretó los dientes para disfrutar de sus caricias.
—¿Te gusta? —le preguntó ella.
—Mucho.
Pero tenía que ponerse el preservativo y estar dentro de ella cuanto antes, así que le apartó la mano y se lo puso. Luego se tumbó encima de ella, cubriéndola con su cuerpo, y colocó la punta de la erección sobre su sexo.
Allí esperó y la miró. Estaba ruborizada, tenía los pezones erguidos y las piernas abiertas, esperándolo.
La fue penetrando despacio, tomándose su tiempo porque quería que aquello durase.
Ella lo agarró por la nuca y le susurró:
—Hazme tuya, Pedro.
Y aquellas palabras le hicieron perder el control. La penetró con fuerza, profundamente, y la besó al mismo tiempo. Le metió la lengua en la boca, imitando el ritmo de sus caderas.
Cada vez estaba más cerca del clímax, pero no quería alcanzarlo sin ella. Metió una mano entre sus cuerpos y la acarició hasta hacerla gemir, hasta que notó que sus músculos internos se contraían.
Solo entonces se dejó llevar por el placer. Cuando hubo terminado, apoyó la cabeza en su pecho, sin dejar caer todo el peso de su cuerpo en ella, que lo estaba abrazando.
Pedro supo que debía decir algo, pero no tenía palabras.
Solo sabía que había encontrado a la mujer a la que, sin darse cuenta, había estado buscando. Le resultó extraño que fuese Paula, porque ella era el motivo por el que se había marchado de allí. Se tumbó de lado y la abrazó, y ambos se quedaron dormidos.
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