miércoles, 19 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 1





—Mírate, Paula, estás todavía más guapa que antes —le aseguró el doctor Justin Webb.


Paula Chaves sujetó el espejo sin fuerza con la mano izquierda y se lo acercó para poder verse la cara, pero cerró los ojos un segundo antes de hacerlo. Tres años antes había sido una mujer muy guapa. Con dieciocho años había llegado a ser coronada reina de Royal, Texas, pero todo había cambiado en un terrible accidente de tráfico. Había perdido su belleza, a su hombre y la seguridad que tenía en sí misma.


Se suponía que aquella iba a ser la última operación, pero su físico, que en el pasado había dado por descontado, se había convertido en esos momentos en la pesadilla de su existencia. Nunca iba a volver a ser guapa.


El doctor Webb le apoyó una mano en el hombro.


—Confía en mí, Paula.


Ella no estaba segura de poder confiar en ningún hombre que no fuese su padre, que siempre había estado a su lado.


Paula y Hernan solo se tenían el uno al otro, pero ella sabía que no podía pasarse el resto de la vida sentada en el despacho del doctor Webb con los ojos cerrados.


Pensó en los niños tan valientes que había conocido en la unidad de quemados del hospital, adonde acudía como voluntaria. A ellos no les daba miedo mirarse al espejo, así que ella tenía que hacerlo también.


Abrió un ojo y, sorprendida por su reflejo, abrió el otro. Tenía la piel clara y sin defectos, como antes. No había cicatrices en ella. Su nariz respingona volvía a ser la de antes. Levantó la mano y se la tocó. Sus ojos no se habían visto dañados en el accidente y su mirada verde era la misma de siempre.


Sus labios eran lo único que había cambiado. Un trozo de cristal le había sesgado el labio superior, dejándole una pequeña hendidura.


—Gracias, doctor Webb —le dijo.


Seguía sin estar perfecta, pero al menos no tendría que volver a operarse.


—Lo ves, estás incluso más guapa que antes —le respondió él.


Paula sonrió y asintió. Dejó el espejo en la cama, a su lado.


—No se lo tome a mal, doctor, pero espero no volver a verlo nunca.


El doctor Webb se echó a reír.


—Lo mismo digo, Paula. La enfermera te traerá el alta dentro de un rato y podrás marcharte.


El médico estaba ya casi en la puerta cuando Paula le dijo de nuevo:
—Gracias. Su duro trabajo supone una gran diferencia en mi vida.


—De nada —le respondió él antes de marcharse.


El teléfono móvil de Paula vibró al recibir un mensaje de texto. Era de su padre: «¿Qué tal ha ido todo?».


Ella pensó en su imagen, aunque sabía que en esos momentos era mucho más que una cara bonita. A pesar del milagro que había realizado el doctor Webb con su rostro, jamás sería la misma.


«Todo bien, papá», respondió.


«Seguro que estás mejor que bien. Nos vemos esta noche en casa».


«Hasta luego».


«Te quiero, mi niña».


«Te quiero, papá».


Su padre y ella estaban más unidos que nunca. Después de que su prometido, Benjamin, la hubiese dejado mientras todavía estaba en el hospital, solo había podido apoyarse en su padre. El accidente de tráfico le había quitado todo lo que tenía.


Pero volvía a ser la de antes. O eso esperaba. Estaba preparada para volver a volar sola y sabía que tenía que abandonar el nido paterno.


La enfermera le llevó el alta y salió de la consulta. Y, por primera vez en mucho tiempo, no se puso inmediatamente las gafas de sol para ocultarse el rostro.


Abrió la puerta del vestíbulo y chocó contra un hombre. Este la agarró de los hombros para que no se cayese.


—Gracias —le dijo, mirando a los ojos más azules que había visto en toda su vida.


Era Pedro Alfonso… con el que había salido en el instituto y con el que había roto porque su padre le había pedido que lo hiciera.


Hacía casi catorce años que no se veían y Paula se sintió… como si no hubiese pasado el tiempo. Pedro estaba igual de guapo que en el instituto.


—Paula. Algunas cosas no cambian nunca y tú estás cada vez más guapa — comentó él con cierta ironía.


Ella se ruborizó al pensar en cómo lo había dejado tirado.


—Si no me has visto desde el instituto.


—Es verdad. Cuando una mujer me da boleto, intentó no mirar atrás —le dijo él—. ¿Qué haces aquí?


Paula se preguntó si debía disculparse por lo ocurrido catorce años antes. Sabía que se lo debía.


—Yo… tuve un accidente hace un par de años —le respondió.


Luego se maldijo, podía haberle dicho que iba como voluntaria a la unidad de quemados.


—Sí, algo he oído. ¿Y ya estás bien?


Ella asintió.


—Cada día mejor. ¿Y tú, por qué has dejado la gran ciudad para venir a Royal?


—Mi madre está hospitalizada, pero voy a volver a Royal a reformar el Club de Ganaderos de Texas.


—Vaya —dijo Paula. No se le ocurrió otra cosa. Tal vez Pedro pensase que todavía medía a la gente por el volumen de su cuenta bancaria.


Decidió cambiar de tema.


—Espero que tu madre esté bien.


Recordaba a Margarita Alfonso como una mujer muy amable y que adoraba a su hijo.


—Va a ponerse bien. Tiene un problema cardiaco, pero los médicos la están cuidando —respondió Pedro.


Entonces se hizo un incómodo silencio entre ambos. Pedro estaba muy sexy mientras que ella se sentía magullada, estropeada.


—¿Dónde vives ahora? —le preguntó Pedro por fin.


—Con mi padre, en el rancho.


Después del accidente, no había tenido otra opción.


—Me sorprende, pero supongo que tiene sentido —dijo él.


—Volví a la ciudad hace poco —le contó ella.


Sabía que no tenía que justificarse ante nadie, pero con Pedro sintió la imperiosa necesidad de hacerlo.


—Qué raro. Supongo que siempre pensé que encontrarías a un chico rico y te casarías con él —comentó Pedro, pasándose una mano por el pelo rubio.


—Me dejó cuando se dio cuenta de que no era la belleza texana con la que había soñado —respondió Paula con naturalidad.


—Qué perdedor —dijo Pedro.


Ella se echó a reír.


—Era un hombre muy respetable, de una buena familia.


—Si no fue capaz de hacerte feliz, es un perdedor. Yo siempre te quise como persona.


—Vaya, gracias, Pedro. Eres justo lo que me ha recetado el médico.


—La verdad es que, ahora que estoy aquí, me vendría bien la opinión de alguien que vive en Royal para saber qué está pasando en el club. ¿Cenarías conmigo esta noche?


Ella se lo pensó un minuto, a pesar de saber que sí que quería cenar con él.


—Por supuesto. Y, con un poco de suerte, te presentaré a la que será la próxima presidenta del club, Abigail Langley.


—He oído que todas las viudas e hijas de miembros del club están haciendo campaña en su favor. Esa es precisamente la información que necesito antes de ponerme manos a la obra.


—Es verdad. Ya va siendo hora de que las mujeres y los hombres sean iguales en el Club de Ganaderos de Texas. Mi padre y sus amigos todavía no saben lo que van a hacer. Tex Langley fundó el club hace cien años y, desde entonces, siempre habían tenido a uno de sus herederos como miembro. Cuando el marido de Abby falleció, decidieron hacerla a ella miembro honorario.


—Yo no me voy a meter en eso. Solo soy el promotor inmobiliario. ¿Qué te parece si quedamos a las seis y media? Si vas a estar en casa de tu padre, ya sé la dirección.


—Me parece perfecto. Hasta luego.


Paula se alejó consciente de que Pedro la estaba observando. Por fin empezó a notar que recuperaba la confianza que había perdido después de que Benjamin la
dejase. Quería fingir que era porque no tendría que volver a operarse, pero en el fondo sabía que era gracias a Pedro.


Pedro Alfonso había jugado en el equipo de fútbol del instituto, lo que, en Royal, Texas, convertía a cualquier chico en algo parecido a un dios. Por aquel entonces, ella había estado acostumbrada a conseguir todo lo que se proponía, así que Pedro había sido suyo al final del penúltimo año de instituto. Habían salido juntos en verano y al volver a clase, pero después su padre la había obligado a terminar con la relación.


Hernan Chaves no había querido que su hija saliese con un chico cuyo padre trabajaba en la petrolera, quería que saliese con el hijo del dueño de la petrolera. No quería que saliese con un chico cuyo padre no era miembro del Club de Ganaderos, lo que significaba que él tampoco lo sería nunca.


Echando la vista atrás, Paula deseó haber sido diferente y haber luchado por Pedro, pero no lo había hecho y, en ocasiones, se preguntaba si le habría hecho falta el accidente para cambiar.


De lo que sí estaba segura era de que nunca se había olvidado completamente de Pedro y de que se alegraba de que hubiese vuelto a Royal







NUEVO ROSTRO: SINOPSIS




¿La querría a ella de verdad?


De familia pobre, Pedro Alfonso había jurado ser algún día rico y poderoso y formar parte del Club de Ganaderos de Texas, pero al ver a Paula Chaves, su amor de adolescencia, supo que ella era el verdadero motivo por el que había trabajado tanto para hacer su fortuna.


Pedro se había marchado de la ciudad años antes del accidente que a Paula le había cambiado la vida y el rostro, y el interés que mostraba el millonario por ella le resultó halagador, pero ¿estaba interesado realmente en ella o era solo una más en su lista de mujeres?

martes, 18 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: EPILOGO





El aroma a lilas inundaba el aire. La boda de Paula y Pedro era la primera que se celebraba en las bodegas de Willow Creek. Paula siguió a Eleanora hacia la carpa en la que le esperaba su futuro marido y supo que su corazón no podía albergar ya más felicidad.


Carla había avanzado primero desde la bodega hacia la carpa con su vestido de dama de honor agitándose con la suave brisa. Mariana y Abril iban detrás de ella con sus cestitos y sus vestidos de organza rosa pálido mientras arrojaban pétalos de rosa por el camino que las guiaba hacia su padre.


Eleanora se había mostrado encantada cuando Paula le pidió que participara de manera especial en la boda, y ahora, con su vestido de chifón en tonos rosas, caminó midiendo los pasos hasta que alcanzó a las niñas. Luego las ayudó a sentarse en dos sillas blancas de madera que había en la primera fila.


Stan estaba al lado de Pedro bajo la carpa y ambos hombres
sonreían. Pero cuando la mirada de Pedro se cruzó con la de Paula, cuando sus ojos recorrieron el vestido de seda blanca sin tirantes con falda abultada, su rostro mostraba algo completamente distinto... algo más que felicidad. Era un sentimiento de valoración hacia Paula y el futuro que les esperaba juntos.


En aquel momento ella contuvo la respiración y trató de apartar las lágrimas. Amaba a Pedro profunda y tiernamente. Quería gritárselo al mundo. Y de alguna manera aquello sería lo que haría en cuestión de minutos.


Cuando llegó a la carpa, Paula le tendió el ramo a Carla. Su mejor amiga sonrió y lo agarró. Luego pareció como si todos excepto Pedro se desvanecieran.


—Estás preciosa —susurró él tomándola de la mano.


—Tú también —murmuró Paula—. Estás guapísimo, quiero
decir.


Él soltó una carcajada y ella se rió también antes de girarse hacia el sacerdote.


Pedro juró sus votos con voz segura y profunda, y cada palabra sincera y cierta rodeó el corazón de Paula como si lo prepararan para un futuro con él. Ella repitió las mismas promesas. Confiaba en Pedro y lo amaba como no había amado nunca a nadie. Sabía que él era consciente de eso mientras repetía las promesas que durarían toda una vida.


Cuando llegó el momento de intercambiar los anillos, Stan le pasó a su sobrino una alianza de oro y diamantes que Pedro deslizó en el dedo de su ya esposa.


—Esto no es sólo un anillo, Paula —aseguró él, improvisando las palabras—. Esto es el círculo del amor. Te recordará que os amaré a ti y a nuestras hijas hasta que me muera. Mi amor te arropará para siempre. He prometido ser tu marido, tu amor, tu compañero en la vida y tu amigo. Este anillo será el símbolo de esas promesas, un símbolo de que son tan reales como yo, tan reales como el amor que quiero compartir contigo durante toda la vida.


Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Paula, pero eran
lágrimas de felicidad y Pedro lo sabía. Ella tomó a su vez una alianza de oro de manos de Carla y la deslizó en su dedo.


—Tú serás mi vida, Pedro. Y mi hogar. Esta banda de oro
representa todo el amor que siento por ti, lo orgullosa que me siento de ti, el respeto que siempre te tendré. Juntos educaremos a nuestras hijas para que comprendan el significado de nuestras promesas mostrándoles que nuestro amor es fuerte, verdadero y eterno.


—Creo que ambos habéis dicho ya la parte que a mí me
correspondía —murmuró entre dientes el sacerdote.


Se escuchó una leve risa entre los invitados y Pedro abrazó a Paula por la cintura mientras ambos miraban al sacerdote durante su bendición final.


Unos instantes más tarde, el oficiante sonrió ampliamente a todos los allí reunidos.


—Yo os declaro marido y mujer.


Todos los que estaban sentados en las sillas blancas bajo la carpa aplaudieron. Pedro besó a su esposa apasionadamente. Cuando terminaron se dieron cuenta de que Mariana y Abril los estaban mirando con curiosidad.


—¿Nos hemos casado? —preguntó Mariana con una sonrisa.


Pedro abrazó a Mariana y Paula hizo lo mismo con Abril.


—Desde luego que nos hemos casado.


—¿Podemos comer ya la tarta, papá? —preguntó Abril
esperanzada mientras Eleanora y Stan se acercaban a felicitarlos.


—Es hora de partir la tarta —aseguró Pedro sonriendo a su
hija—. Es hora de que lo celebremos. Es hora de que nos convirtamos en una familia de verdad.


Pedro se incorporó y atrajo a Paula hacia sí para volver a
besarla.


Eleanora se acercó después a ella y la abrazó.


—Tal vez Stan y yo estemos en esta misma situación pronto —le susurró al oído—. Somos demasiado mayores para andar perdiendo el tiempo.


Antes de que Paula pudiera decir nada, la madre de Pedro
agarró a Abril y a Mariana de la mano y Pedro guió a su esposa hacia el coche de caballos. Stan sujetó al animal mientras se subían. Pedro entrelazó el brazo de Paula con el suyo y animó al caballo a echar a andar para empezar su camino juntos... Un camino que duraría toda la vida.






¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 27




Paula dejó que el agua caliente de la ducha resbalara sobre su cuerpo hasta que finalmente entró en calor. Los médicos que llegaron con la ambulancia, avisados por Eleanora, habían examinado a Pedro, a Abril y a ella. La niña estaba perfectamente. Tras asegurarse de que su hija se había tranquilizado, Paula la dejó con Eleanora tomando una taza de chocolate caliente. Ahora, mientras se secaba el pelo y después el cuerpo, Paula trató de pensar en qué podría decirle a Pedro para cerrar la grieta que se había abierto entre ellos. Para volver a conectar sus corazones. Había escuchado el sonido de la ducha de su cuarto de baño antes de que ella entrara en el suyo. Tal vez si se vestía deprisa podría pillarlo antes de que bajara.


Paula se puso el albornoz, se metió a toda prisa en el dormitorio y cerró la puerta. Pero al girarse...


—¡Pedro! No esperaba que...


—Quería saber cómo estabas.


Paula tenía el pelo mojado y estaba desnuda debajo del albornoz.


Pero ya que él estaba allí era el momento de convencerlo de que estaban hechos el uno para el otro.


Se acercó a él lentamente, más nerviosa de lo que nunca había imaginado que estaría, pero absolutamente segura de su amor por él.


—Lo siento. Ya sé que dijiste que las palabras no significan nada, pero tengo que volver a decírtelas. Cuando vi aquel correo electrónico fue como si regresara al pasado. Supongo que me he aprovechado de eso para protegerme. Si no permitía que ningún hombre se me acercara, entonces no podría hacerme daño. Pero dejé que tú te acercaras, y eso me asustó.


Paula se detuvo un instante para tomar aire antes de continuar.


—Nunca imaginé que la confianza pudiera ser una opción
consciente. Te amo, Pedro. Cuando me dejaste en el viñedo tomé la decisión de confiar en ti. Pero hoy, cuando te lanzaste al arroyo para salvar a Abril y me dijiste que luego volverías a por mí, no era una opción. Simplemente confié en ti. Quiero casarme contigo porque te amo como nunca he amado a nadie.


Al ver que Pedro no contestaba de inmediato, Paula tuvo miedo de que sus dudas hubieran destruido todo lo que habían construido entre los dos. Pero entonces, él se colocó ante ella, la miró y Paula se dio cuenta de que su expresión ya no era fría ni distante.


—Para mí eres un regalo, Paula —aseguró tomándola de las
manos y mirándola profundamente a los ojos—. Un regalo que nunca esperé. No debí haber reaccionado como lo hice. No debí enfadarme tanto. Tu pasado te daba razones de sobra para desconfiar. Tendría que haberme dado cuenta de que necesitabas más tiempo. Pero por encima de todo debería haber reconocido mis propios sentimientos en lugar de negarlos. Si te hubiera dicho que te amaba, si hubiera dejado claro que quería casarme contigo porque quiero verte levantarte todas las mañanas, verte jugar con las niñas y llevarte cada noche a la cama porque mi cuerpo clama por ti, entonces habrías tenido una razón para confiar.


—¡Oh, Pedro!


A Paula le temblaba ligeramente el labio inferior, y tuvo que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar.


—Te amo, Paula —aseguró él abrazándola—. ¿Podrás
perdonarme por negar durante tanto tiempo mis sentimientos?


—Por supuesto que puedo. ¿Y podrás tú perdonarme por...?


Pedro no le dio la oportunidad de terminar la pregunta. Posó los labios sobre los suyos y sus besos la dejaron sin respiración. El deseo de Pedro era real y excitante, y enseguida Paula sintió que tenía las rodillas débiles y necesitaba apoyarse en él para no caerse.


—No quiero esperar hasta el otoño para casarme contigo —
aseguró ella de pronto apartándose un instante de su boca—. ¿Y tú?


Con sólo mirar a Pedro a los ojos supo que él tampoco quería esperar.


—Tú eres la organizadora de bodas. ¿Cuánto tiempo necesitamos para preparar la nuestra?


—Tres semanas —aseguró Paula con certeza.


—Entonces, que sea dentro de tres semanas.


Cuando volvió a besarla, las imágenes de flores, velos y dos niñas pequeñas vestidas con trajes abullonados desaparecieron. Sólo estaba Pedro, y Paula se entregó a él completamente.