martes, 18 de julio de 2017
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 27
Paula dejó que el agua caliente de la ducha resbalara sobre su cuerpo hasta que finalmente entró en calor. Los médicos que llegaron con la ambulancia, avisados por Eleanora, habían examinado a Pedro, a Abril y a ella. La niña estaba perfectamente. Tras asegurarse de que su hija se había tranquilizado, Paula la dejó con Eleanora tomando una taza de chocolate caliente. Ahora, mientras se secaba el pelo y después el cuerpo, Paula trató de pensar en qué podría decirle a Pedro para cerrar la grieta que se había abierto entre ellos. Para volver a conectar sus corazones. Había escuchado el sonido de la ducha de su cuarto de baño antes de que ella entrara en el suyo. Tal vez si se vestía deprisa podría pillarlo antes de que bajara.
Paula se puso el albornoz, se metió a toda prisa en el dormitorio y cerró la puerta. Pero al girarse...
—¡Pedro! No esperaba que...
—Quería saber cómo estabas.
Paula tenía el pelo mojado y estaba desnuda debajo del albornoz.
Pero ya que él estaba allí era el momento de convencerlo de que estaban hechos el uno para el otro.
Se acercó a él lentamente, más nerviosa de lo que nunca había imaginado que estaría, pero absolutamente segura de su amor por él.
—Lo siento. Ya sé que dijiste que las palabras no significan nada, pero tengo que volver a decírtelas. Cuando vi aquel correo electrónico fue como si regresara al pasado. Supongo que me he aprovechado de eso para protegerme. Si no permitía que ningún hombre se me acercara, entonces no podría hacerme daño. Pero dejé que tú te acercaras, y eso me asustó.
Paula se detuvo un instante para tomar aire antes de continuar.
—Nunca imaginé que la confianza pudiera ser una opción
consciente. Te amo, Pedro. Cuando me dejaste en el viñedo tomé la decisión de confiar en ti. Pero hoy, cuando te lanzaste al arroyo para salvar a Abril y me dijiste que luego volverías a por mí, no era una opción. Simplemente confié en ti. Quiero casarme contigo porque te amo como nunca he amado a nadie.
Al ver que Pedro no contestaba de inmediato, Paula tuvo miedo de que sus dudas hubieran destruido todo lo que habían construido entre los dos. Pero entonces, él se colocó ante ella, la miró y Paula se dio cuenta de que su expresión ya no era fría ni distante.
—Para mí eres un regalo, Paula —aseguró tomándola de las
manos y mirándola profundamente a los ojos—. Un regalo que nunca esperé. No debí haber reaccionado como lo hice. No debí enfadarme tanto. Tu pasado te daba razones de sobra para desconfiar. Tendría que haberme dado cuenta de que necesitabas más tiempo. Pero por encima de todo debería haber reconocido mis propios sentimientos en lugar de negarlos. Si te hubiera dicho que te amaba, si hubiera dejado claro que quería casarme contigo porque quiero verte levantarte todas las mañanas, verte jugar con las niñas y llevarte cada noche a la cama porque mi cuerpo clama por ti, entonces habrías tenido una razón para confiar.
—¡Oh, Pedro!
A Paula le temblaba ligeramente el labio inferior, y tuvo que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar.
—Te amo, Paula —aseguró él abrazándola—. ¿Podrás
perdonarme por negar durante tanto tiempo mis sentimientos?
—Por supuesto que puedo. ¿Y podrás tú perdonarme por...?
Pedro no le dio la oportunidad de terminar la pregunta. Posó los labios sobre los suyos y sus besos la dejaron sin respiración. El deseo de Pedro era real y excitante, y enseguida Paula sintió que tenía las rodillas débiles y necesitaba apoyarse en él para no caerse.
—No quiero esperar hasta el otoño para casarme contigo —
aseguró ella de pronto apartándose un instante de su boca—. ¿Y tú?
Con sólo mirar a Pedro a los ojos supo que él tampoco quería esperar.
—Tú eres la organizadora de bodas. ¿Cuánto tiempo necesitamos para preparar la nuestra?
—Tres semanas —aseguró Paula con certeza.
—Entonces, que sea dentro de tres semanas.
Cuando volvió a besarla, las imágenes de flores, velos y dos niñas pequeñas vestidas con trajes abullonados desaparecieron. Sólo estaba Pedro, y Paula se entregó a él completamente.
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