martes, 18 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: EPILOGO





El aroma a lilas inundaba el aire. La boda de Paula y Pedro era la primera que se celebraba en las bodegas de Willow Creek. Paula siguió a Eleanora hacia la carpa en la que le esperaba su futuro marido y supo que su corazón no podía albergar ya más felicidad.


Carla había avanzado primero desde la bodega hacia la carpa con su vestido de dama de honor agitándose con la suave brisa. Mariana y Abril iban detrás de ella con sus cestitos y sus vestidos de organza rosa pálido mientras arrojaban pétalos de rosa por el camino que las guiaba hacia su padre.


Eleanora se había mostrado encantada cuando Paula le pidió que participara de manera especial en la boda, y ahora, con su vestido de chifón en tonos rosas, caminó midiendo los pasos hasta que alcanzó a las niñas. Luego las ayudó a sentarse en dos sillas blancas de madera que había en la primera fila.


Stan estaba al lado de Pedro bajo la carpa y ambos hombres
sonreían. Pero cuando la mirada de Pedro se cruzó con la de Paula, cuando sus ojos recorrieron el vestido de seda blanca sin tirantes con falda abultada, su rostro mostraba algo completamente distinto... algo más que felicidad. Era un sentimiento de valoración hacia Paula y el futuro que les esperaba juntos.


En aquel momento ella contuvo la respiración y trató de apartar las lágrimas. Amaba a Pedro profunda y tiernamente. Quería gritárselo al mundo. Y de alguna manera aquello sería lo que haría en cuestión de minutos.


Cuando llegó a la carpa, Paula le tendió el ramo a Carla. Su mejor amiga sonrió y lo agarró. Luego pareció como si todos excepto Pedro se desvanecieran.


—Estás preciosa —susurró él tomándola de la mano.


—Tú también —murmuró Paula—. Estás guapísimo, quiero
decir.


Él soltó una carcajada y ella se rió también antes de girarse hacia el sacerdote.


Pedro juró sus votos con voz segura y profunda, y cada palabra sincera y cierta rodeó el corazón de Paula como si lo prepararan para un futuro con él. Ella repitió las mismas promesas. Confiaba en Pedro y lo amaba como no había amado nunca a nadie. Sabía que él era consciente de eso mientras repetía las promesas que durarían toda una vida.


Cuando llegó el momento de intercambiar los anillos, Stan le pasó a su sobrino una alianza de oro y diamantes que Pedro deslizó en el dedo de su ya esposa.


—Esto no es sólo un anillo, Paula —aseguró él, improvisando las palabras—. Esto es el círculo del amor. Te recordará que os amaré a ti y a nuestras hijas hasta que me muera. Mi amor te arropará para siempre. He prometido ser tu marido, tu amor, tu compañero en la vida y tu amigo. Este anillo será el símbolo de esas promesas, un símbolo de que son tan reales como yo, tan reales como el amor que quiero compartir contigo durante toda la vida.


Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Paula, pero eran
lágrimas de felicidad y Pedro lo sabía. Ella tomó a su vez una alianza de oro de manos de Carla y la deslizó en su dedo.


—Tú serás mi vida, Pedro. Y mi hogar. Esta banda de oro
representa todo el amor que siento por ti, lo orgullosa que me siento de ti, el respeto que siempre te tendré. Juntos educaremos a nuestras hijas para que comprendan el significado de nuestras promesas mostrándoles que nuestro amor es fuerte, verdadero y eterno.


—Creo que ambos habéis dicho ya la parte que a mí me
correspondía —murmuró entre dientes el sacerdote.


Se escuchó una leve risa entre los invitados y Pedro abrazó a Paula por la cintura mientras ambos miraban al sacerdote durante su bendición final.


Unos instantes más tarde, el oficiante sonrió ampliamente a todos los allí reunidos.


—Yo os declaro marido y mujer.


Todos los que estaban sentados en las sillas blancas bajo la carpa aplaudieron. Pedro besó a su esposa apasionadamente. Cuando terminaron se dieron cuenta de que Mariana y Abril los estaban mirando con curiosidad.


—¿Nos hemos casado? —preguntó Mariana con una sonrisa.


Pedro abrazó a Mariana y Paula hizo lo mismo con Abril.


—Desde luego que nos hemos casado.


—¿Podemos comer ya la tarta, papá? —preguntó Abril
esperanzada mientras Eleanora y Stan se acercaban a felicitarlos.


—Es hora de partir la tarta —aseguró Pedro sonriendo a su
hija—. Es hora de que lo celebremos. Es hora de que nos convirtamos en una familia de verdad.


Pedro se incorporó y atrajo a Paula hacia sí para volver a
besarla.


Eleanora se acercó después a ella y la abrazó.


—Tal vez Stan y yo estemos en esta misma situación pronto —le susurró al oído—. Somos demasiado mayores para andar perdiendo el tiempo.


Antes de que Paula pudiera decir nada, la madre de Pedro
agarró a Abril y a Mariana de la mano y Pedro guió a su esposa hacia el coche de caballos. Stan sujetó al animal mientras se subían. Pedro entrelazó el brazo de Paula con el suyo y animó al caballo a echar a andar para empezar su camino juntos... Un camino que duraría toda la vida.






¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 27




Paula dejó que el agua caliente de la ducha resbalara sobre su cuerpo hasta que finalmente entró en calor. Los médicos que llegaron con la ambulancia, avisados por Eleanora, habían examinado a Pedro, a Abril y a ella. La niña estaba perfectamente. Tras asegurarse de que su hija se había tranquilizado, Paula la dejó con Eleanora tomando una taza de chocolate caliente. Ahora, mientras se secaba el pelo y después el cuerpo, Paula trató de pensar en qué podría decirle a Pedro para cerrar la grieta que se había abierto entre ellos. Para volver a conectar sus corazones. Había escuchado el sonido de la ducha de su cuarto de baño antes de que ella entrara en el suyo. Tal vez si se vestía deprisa podría pillarlo antes de que bajara.


Paula se puso el albornoz, se metió a toda prisa en el dormitorio y cerró la puerta. Pero al girarse...


—¡Pedro! No esperaba que...


—Quería saber cómo estabas.


Paula tenía el pelo mojado y estaba desnuda debajo del albornoz.


Pero ya que él estaba allí era el momento de convencerlo de que estaban hechos el uno para el otro.


Se acercó a él lentamente, más nerviosa de lo que nunca había imaginado que estaría, pero absolutamente segura de su amor por él.


—Lo siento. Ya sé que dijiste que las palabras no significan nada, pero tengo que volver a decírtelas. Cuando vi aquel correo electrónico fue como si regresara al pasado. Supongo que me he aprovechado de eso para protegerme. Si no permitía que ningún hombre se me acercara, entonces no podría hacerme daño. Pero dejé que tú te acercaras, y eso me asustó.


Paula se detuvo un instante para tomar aire antes de continuar.


—Nunca imaginé que la confianza pudiera ser una opción
consciente. Te amo, Pedro. Cuando me dejaste en el viñedo tomé la decisión de confiar en ti. Pero hoy, cuando te lanzaste al arroyo para salvar a Abril y me dijiste que luego volverías a por mí, no era una opción. Simplemente confié en ti. Quiero casarme contigo porque te amo como nunca he amado a nadie.


Al ver que Pedro no contestaba de inmediato, Paula tuvo miedo de que sus dudas hubieran destruido todo lo que habían construido entre los dos. Pero entonces, él se colocó ante ella, la miró y Paula se dio cuenta de que su expresión ya no era fría ni distante.


—Para mí eres un regalo, Paula —aseguró tomándola de las
manos y mirándola profundamente a los ojos—. Un regalo que nunca esperé. No debí haber reaccionado como lo hice. No debí enfadarme tanto. Tu pasado te daba razones de sobra para desconfiar. Tendría que haberme dado cuenta de que necesitabas más tiempo. Pero por encima de todo debería haber reconocido mis propios sentimientos en lugar de negarlos. Si te hubiera dicho que te amaba, si hubiera dejado claro que quería casarme contigo porque quiero verte levantarte todas las mañanas, verte jugar con las niñas y llevarte cada noche a la cama porque mi cuerpo clama por ti, entonces habrías tenido una razón para confiar.


—¡Oh, Pedro!


A Paula le temblaba ligeramente el labio inferior, y tuvo que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar.


—Te amo, Paula —aseguró él abrazándola—. ¿Podrás
perdonarme por negar durante tanto tiempo mis sentimientos?


—Por supuesto que puedo. ¿Y podrás tú perdonarme por...?


Pedro no le dio la oportunidad de terminar la pregunta. Posó los labios sobre los suyos y sus besos la dejaron sin respiración. El deseo de Pedro era real y excitante, y enseguida Paula sintió que tenía las rodillas débiles y necesitaba apoyarse en él para no caerse.


—No quiero esperar hasta el otoño para casarme contigo —
aseguró ella de pronto apartándose un instante de su boca—. ¿Y tú?


Con sólo mirar a Pedro a los ojos supo que él tampoco quería esperar.


—Tú eres la organizadora de bodas. ¿Cuánto tiempo necesitamos para preparar la nuestra?


—Tres semanas —aseguró Paula con certeza.


—Entonces, que sea dentro de tres semanas.


Cuando volvió a besarla, las imágenes de flores, velos y dos niñas pequeñas vestidas con trajes abullonados desaparecieron. Sólo estaba Pedro, y Paula se entregó a él completamente.






lunes, 17 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 26





Paula salió de la sala de catas y corrió por los campos todo lo que pudo. A lo lejos, entre los viñedos más avanzados, vio dos figuras masculinas. Una de ellas, la más alta era Pedro. A su lado estaba su tío Stan.


Paula sentía como si tuviera el corazón inundado. ¿La noche
anterior había sido sólo un sueño? ¿Se habría estado engañando respecto a Pedro como había hecho con Eric? Tal vez todavía seguía pensando en su esposa y no tenía sitio para ella en su corazón.


Paula avanzó a toda prisa hacia los dos hombres. Pedro estaba tan metido en la conversación con Stan que no la vio llegar hasta que la tuvo a su lado.


—¿Ocurre algo? —preguntó él frunciendo el ceño al verla tan agitada.


—Tengo que hablar contigo —le dijo ella.


—Y yo tengo que hablar con tu madre —aseguró Stan tras mirar alternativamente a uno y a otro.


—¿Qué es eso tan importante? —preguntó Pedro pasándole el brazo por los hombros cuando Stan se marchó.


—He ido a tu despacho para trabajar en el ordenador —aseguró Paula mirándolo a los ojos—. ¿Por qué no me dijiste nada de la oferta de trabajo del Ministerio de Agricultura?


—Estabas en Florida cuando la recibí —respondió él poniéndose serio.


—Llevo aquí desde ayer por la tarde. ¿Vas a aceptarla?


La expresión de Pedro pasó de seria a enfadada. Llevaba puesta una camiseta verde y pantalones vaqueros ajustados, y nunca había tenido un aspecto tan viril, tan poderoso y tan seguro de sí mismo.


—Pensé que tras lo de anoche finalmente confiarías en mí — aseguró con frialdad—. No te lo conté porque no pensaba ni planteármelo. ¿Qué pensabas que iba a hacer? ¿Romper nuestro compromiso? ¿Llevarme a las niñas a Arkansas y dejarte a ti aquí?


Paula no respondió.


—Dios mío —murmuró Pedro—. ¿De verdad pensabas eso? ¿No te das cuenta de que nunca haría algo que pudiera hacerles daño a Mariana y a Abril, y que eso incluye apartarlas de ti? Si me crees capaz de hacer algo así, no deberíamos siquiera plantearnos el casarnos. Si no puedes confiar en mí, lo único que podemos compartir es la custodia de las niñas.


Paula se sentía muy triste, desolada y avergonzada.


—Pedro, lo siento. Tenía miedo de...


—No basta con sentirlo —la interrumpió él—. Y tener miedo de que yo pueda darte la espalda y traicionarte en cualquier momento, arruinaría nuestro matrimonio. Será mejor que nos replanteemos nuestros planes antes de que cometamos un error que luego no podamos rectificar.


Y dicho aquello, Pedro se marchó furioso, dejándola sola en
medio de los viñedos que él tanto amaba.



*****


El lunes por la mañana, Paula apartó a un lado la lista con las cosas que faltaban por concretar para la boda de Sherry y Tom. No podía concentrarse en nada. Habían pasado dos días desde su discusión con Pedro, dos días desde que lo había acusado de traicionarla, dos días desde que Paula había aprendido que la confianza puede ser una elección, y no sólo un sentimiento. Había permitido que su matrimonio con Eric lo inundara todo y ahora su incapacidad para ver las cosas desde lejos seguramente había echado por la borda su futuro con Pedro.


Él no se le había acercado desde aquella mañana, ni siquiera cuando estaba con las niñas. Sus ojos ya no la miraban con calor ni le sonreían sus labios. Paula sabía que no le bastaría con una disculpa, pero no sabía qué decir ni qué hacer. Quería convertirse en su esposa.


Por otra parte, una parte de ella se preguntó si Pedro no se
habría encerrado también en sí mismo porque tampoco estaba listo para continuar. Tal vez no estuviera preparado para dejar atrás los recuerdos de Fran y formar un lazo duradero con ella.


Eleanora se había llevado a las niñas a dar un paseo para que Paula pudiera trabajar. Pero no podía concentrarse. Así que no sería mala idea reunirse con ellas mientras encontraba la manera de pedirle Pedro que la perdonara.


Al salir por la puerta de atrás, divisó a Eleanora y a las niñas
caminando con Buff entre la hierba que separaba la bodega del arroyo.


La lluvia caída el día anterior había provocado que todo estuviera todavía más verde.


La irregularidad del terreno no impidió que Buff jugueteara con los arbustos de flores que había alrededor del arroyo. Ni tampoco impidió que Mariana y Abril fueran corriendo detrás de él. Paula se dio cuenta entonces de que el perro estaba persiguiendo una ardilla. Y observó con horror cómo Buff se lanzaba al arroyo para perseguir al roedor.


El corazón de Paula se detuvo un instante después al ver cómo Abril pisaba la orilla llena de barro y caía al agua. La corriente le pasó por encima y la arrastró.


Paula no se detuvo a pensar. Salió corriendo hasta la orilla y
saltó al arroyo.


Los gritos aterrorizados de Abril le encogían el corazón. Cuando empezó a nadar hacia su hija con toda la fuerza de la que era capaz se dio cuenta de que la corriente era más fuerte de lo que imaginaba. Por mucho que avanzara tenía la sensación de que no llegaba nunca a alcanzarla.


—¡Abril! —gritó cuando la niña se hundió bajo el agua.


Abril salió de nuevo a la superficie.


Cuando Paula pudo por fin rodear a su hija entre sus brazos, se las arregló para alcanzar la rama de un árbol caído y sujetarse a ella.


El problema era que si se soltaba, no sabía si sería capaz de salir del arroyo.



****


Pedro estaba observando los nuevos capullos en flor y las hojas de la uva en la zona este del viñedo cuando escuchó el grito de su madre y se sobresaltó. Un instante después, los chillidos aterrorizados de una niña lo atravesaron. Corrió hacia el arroyo y visualizó al instante la situación. Sintió un miedo sobrecogedor, parecido al que había experimentado la noche en que se llevaron a Fran al quirófano tras dar a luz.


Sabía que la corriente sería muy fuerte y se preparó para ello cuando se metió en el agua y comenzó a nadar con fuertes brazadas hacia Paula y Abril tratando de mantener la mente en blanco y no pensar en el peligro que corrían.


Cuando logró alcanzarlas, agarró a su hija y dijo:
—No puedo llevaros a las dos al mismo tiempo.


Pedro se dio cuenta de que Paula estaba temblando, pero no hubo vacilación en su voz cuando le habló.


—Sálvala, por favor. Sálvala.


No quería dejar a Paula allí, pero no tenía elección.


—Volveré. Te lo prometo —le dijo cuando la niña le echó los
brazos al cuello—. Volveré a por ti.


Pedro tuvo que nadar varios metros hasta encontrar una orilla segura en la que pudo poner el pie y sacar a Abril. La niña temblaba, pero respiraba con normalidad. Su madre corría hacia ella con una toalla.


Pedro la dejó en brazos de Eleanora y regresó al arroyo. La
adrenalina le golpeaba las sienes mientras luchaba contra la corriente con poderosas brazadas. Cuando llegó al árbol, le agradeció al cielo que Paula siguiera agarrada a la rama. Tenía los labios morados y le castañeteaban los dientes.


—No podrás nadar conmigo encima —aseguró ella.


—Sí, sí que podré —contestó Pedro rodeándole la cintura con el brazo—. Te llevaré a la espalda si es necesario. Vamos, Paula, tienes que soltarte. Confía en mí.


Aunque seguía aterrorizada, ella exhaló un suspiro.


—Confío en ti, Pedro. Confío en ti —aseguró.


Y se soltó.


El camino de vuelta fue cualquier cosa menos fácil. Paula podía nadar, pero el agua estaba muy fría y había estado en el agua más tiempo que Pedro. Pero él se las arregló para llevarlos a ambos hasta la orilla embarrada. Tras sacarla a ella primero del agua, Pedro hizo un último esfuerzo y consiguió sentarse a su lado, tan cansado y lleno de barro como la propia Paula.