sábado, 15 de julio de 2017
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 17
A lo largo de la siguiente semana, Pedro observó que Paula
consultaba con él muchas cosas respecto a la boda de Sherry y Tom. Se trataba de preguntas lógicas que ella necesitaba saber para que aquel acontecimiento no interfiriera con el desarrollo normal de la bodega. Y sin embargo, aquel contacto adicional en el despacho, en la sala de catas o incluso al aire libre, sin la presencia aunque fuera discreta de su madre, le hacía recordar a Pedro las ganas que tenía de besarla de nuevo, le hacía recordar que el deseo seguía allí latente, que él era un hombre con necesidades aunque las hubiera dejado de lado durante mucho tiempo.
Parecía como si Paual estuviera presente en todo momento:
Hablando por teléfono en el salón con el encargado del catering, ayudando a su madre en la cocina, o jugando fuera con las niñas y el perro. El teléfono móvil de Paula sonaba constantemente y la mayoría de las veces se trataba de Sherry. Pedro se dio cuenta de lo obsesivas que podían llegar a ser las novias por muy sencilla que fuera a ser la celebración.
El domingo por la mañana llevó la prensa y las revistas. Paula estaba haciendo tostadas. Llevaba el pelo suelto, un jersey azul clarito que le daba un aspecto de lo más sensual y unas mallas que se ajustaban a cada curva de su cuerpo.
Pedro hizo caso omiso de la excitación que intentaba llamar su atención y se sentó a la mesa, concentrándose en una de las revistas.
No tardó mucho en llegar a la sección de estilo. Primero observó las fotografías. Algunas eran las que le había enseñado a Sherry, en las que salía el jardín lleno de flores. Había otra tomada a lo lejos en la que se veía la casa y la bodega. Al lado de un primer plano de la bodega se contaba la historia de los viñedos según lo que Pedro le había contado a la periodista. Estaba bastante bien escrito.
El único aspecto del artículo que no le gustó fue su propia foto.
Se trataba de una instantánea que había salido en un periódico de Washington cuando ganó un premio.
—Hemos salido en la edición del domingo —dijo como quien no quiere la cosa en voz alta para hacerse oír por encima de las voces y las risas de Paula y las niñas.
Al instante, ella estaba a su lado mirando la revista por encima de su hombro con la tostadora en la mano. Al inclinarse hacia delante le rozó la mejilla con el cabello. Olía a bollos mezclados con flores, y a Pedro se le puso el estómago del revés. Pero no de hambre. Al menos no de hambre de comida.
—Las fotos son buenas —aseguró Paula mientras repasaba el artículo—. ¿Lo que cuenta se adapta a la realidad?
—Bastante —respondió Pedro con cierta brusquedad al ver que ella se apartaba.
Paula lo miró y él le sostuvo la mirada, inundado por el deseo de abrazarla. Cuando Paula se humedeció los labios estuvo a punto de gritar. Brillaron ligeramente gracias a la saliva de su lengua y Pedro pensó en la posibilidad de volver a saborearlos.
Eleanora se acercó a Paula y le quitó la tostadora de la mano.
—Se van a quemar —dijo con expresión seria.
Pero los ojos de su madre tenían un brillo que Pedro no le había visto nunca.
—Este artículo es el sueño de cualquier relaciones públicas —dijo Paula con las mejillas sonrojadas.
Pedro recordó el sueño que había tenido la noche anterior con ella y las cosas que habían hecho en su cama.
—No pensé que le fueran a dar tanto espacio en la revista.
—¿Les diste tú tu foto?
—No, pero es de domino público. Me la hizo un fotógrafo de un periódico de Washington. Tendrás que pensar un nombre para tu nuevo negocio —le aconsejó para cambiar de tema.
—Supongo que sí. En el artículo se refieren a mí como la
organizadora de la boda, pero...
El teléfono sonó en aquel instante y Pedro se alegró de tener la oportunidad de distraerse.
—Yo contestaré —dijo poniéndose en pie y apartándose de la tentación.
Unos minutos más tarde le hizo una seña a Paula con una mano mientras tapaba con la otra el auricular del teléfono.
—Alguien ha leído el artículo y quiere contratarte.
—¿A mí?
—Tú organizas bodas, ¿no? —preguntó él divertido.
—Supongo que a partir de ahora se convertirán en mi
especialidad.
Por la tarde, Pedro ya no estaba tan divertido. Estaba dispuesto a desconectar aquel maldito teléfono. La bodega tenía un contestador automático en el que se detallaban horarios y servicios. Pero las mujeres que habían llamado eran muy persistentes. Habían encontrado el teléfono de la casa de Willow Creek y querían saber cómo ponerse en contacto con Paula Chaves. Paula se había pasado todo el día al teléfono. Aquella noche ya había seis bodas más previstas en Willow Creek. Pedro pensó que se pasaría el verano rodeado de gente con esmoquin, flores y novias radiantes. Se sentía invadido, perturbado por la cercanía de Paula y necesitado de dar un paseo nocturno a lomos de su caballo, Desperado.
Durante la cena hubo otra llamada. Cuando Paula regresó a la mesa, anunció:
—Tenemos una gran boda para la próxima primavera.
—Tal vez todo esto haya sido un error —gruñó Pedro.
—¿Has cambiado de opinión respecto a celebrar bodas en los viñedos?
—Lo que me preocupa es el tiempo que vas a pasar trabajando. ¿Sabes la cantidad de tiempo que todas esas llamadas telefónicas te han mantenido hoy alejada de Abril y de Mariana?
—El negocio es el negocio, Pedro —respondió ella frunciendo el ceño—. Todavía no me he organizado. Tengo que poner una línea privada sólo para llamadas de trabajo de modo que los clientes potenciales puedan dejar sus mensajes. No te olvides de que yo me dedico a esto desde antes de que naciera Abril... de que naciera Mariana —se corrigió.
—Tú sabrás hasta dónde puedes llegar, pero no quiero ver a Abril y a Mariana tristes porque estés demasiado ocupada para cuidar de ellas.
—Yo puedo echar una mano —intervino en aquel momento
Eleanora.
—No se trata de eso. Nadie puede remplazar a... una madre.
Pedro vio cómo el espíritu de lucha de Paula asomaba a sus ojos.
Entonces suspiró con fuerza y miró a su madre.
—¿Te importa llevarte un momento a las niñas al salón?
—Por supuesto que no me importa —aseguró Eleanora poniéndose en pie—. Abril, Mariana, vamos a ver si encontramos la caja de chocolatinas que tengo escondida en algún sitio...
Las dos niñas la siguieron encantadas al salón.
—No hace falta que trabajes, Paula —insistió Pedro de inmediato tratando de tomar una posición de ventaja—. Estaré encantado de pagarte una pensión para...
—¿Que no trabaje? Baja de la nube, Pedro. Tengo la intención de seguir siendo autosuficiente. Y nunca, nunca estaré demasiado ocupada como para ocuparme de Abril y de Mariana. Tú seguiste trabajando después del nacimiento de tu hija. Ambos somos viudos.
—Entonces, ¿pretendes trabajar la jornada completa?
—Sé como organizar mi tiempo, y no pienso abusar de tu madre. Cuando nos traslademos a la casa de invitados...
—¿«Nos» traslademos? —la interrumpió Pedro.
—Abril, Mariana y yo.
—Entonces supongo que vivirán contigo media semana y la otra media conmigo.
—No quiero confundir a las niñas.
—Entonces tal vez deberíais quedaros en esta casa.
—No creo que sea una buena idea —respondió Paula tras apartar la vista de él y fijarla en su taza de café.
—Y yo no creo que separarlas de ninguno de los dos sea una buena idea. No hay soluciones fáciles para esto, Paula. Creo que deberías tener cuidado con la cantidad de trabajos que aceptes ahora.
—Creía que querías publicidad para las bodegas —replicó ella.
—Quería que te quedaras en Pensilvania. Quería que estuvieras en Willow Creek. Y si eso significa que haya que organizar bodas aquí, de acuerdo. Pero recuerda la razón por la que vas a venir a vivir aquí. Recuerda que ante todo eres madre.
—No necesito que me lo recuerdes. Siempre cuidaré de Abril y de Mariana lo mejor que pueda.
—Eres una mujer fuerte, Paula. Pero incluso tú tienes tus
limitaciones. Voy a dar una vuelta a caballo —dijo Pedro, frustrado por el rumbo que había tomado aquella conversación y por cómo había transcurrido el día—. Llegaré a tiempo para ayudarte a acostar a las niñas.
Pedro agarró el cortavientos que estaba en el perchero, se
embutió en él y salió al frío de la noche.
Aspiró con fuerza el aire y al soltarlo trató de eliminar todas las sensaciones que experimentaba al tener a Paula en la misma casa y todas las complicaciones de aquella difícil situación.
La discusión que había tenido con Paula afectó a Pedro más de lo que quería admitir. Al día siguiente, mientras examinaba en el laboratorio unas muestras de vino que había recogido, se dio cuenta de que la idea de la custodia compartida no le convencía en absoluto aunque Paula estuviera en la misma propiedad.
¿Y si ella no quería vivir en los viñedos? ¿Y si quería un
apartamento o una casa?
La idea de que no se quedara en Willow Creek le provocó una sensación de vacío que no comprendió, porque no tenía nada que ver con Mariana y con Abril.
Mientras comprobaba el nivel de azúcar del vino recogido en el tubo de cristal, Pedro recordó los besos de Paula.
Recordó cómo la había abrazado. Recordó cómo lo hacía sentirse en cuanto ponía el pie en una habitación. Su mente racional le proponía una idea que él había rechazado en un principio pero que ahora se volvía a replantear. Sólo había una manera de mantener a las niñas juntas y criarlas ambos sin perder contacto con ninguna de las dos.
Una única manera.
Casándose.
Entonces se abrió la puerta y Pedro no tuvo tiempo de analizar si aquella idea era tan descabellada como parecía.
Stan entró en el pequeño laboratorio.
—¿Quieres ver las muestras de Susurros de Willow Creek? —le preguntó Pedro a su tío—. El nivel de azúcar es bueno.
—No necesito verlas —aseguró Stan echándole un vistazo a los tubos—. Tú eres el bioquímico.
Pedro estaba harto de la actitud de su tío, pero siempre lo había respetado.
—¿Hay algo en concreto de lo que me quieras hablar? —le
preguntó, consciente de que Stan tendría alguna razón para haber ido al laboratorio.
—Eleanora me ha dicho que Paula va a quedarse en Pensilvania — dijo su tío cruzándose de brazos.
—Sí, así es. Es la única solución razonable.
—¿Y va a vivir en Willow Creek?
—Todavía no hemos ultimado los detalles, pero nos parece lo más adecuado.
—¿Significa eso que tienes intención de quedarte aquí
permanentemente?
—Desde que he regresado me he dado cuenta de cuánto había echado de menos los viñedos. Creo que con estos vinos podremos volver a ganar premios, ¿no estás de acuerdo?
Stan apartó la vista de su sobrino y la fijó en las cajas de vino apiladas en la habitación de al lado, visibles a través de la puerta de cristal. Parecía como si estuviera tratando de visualizar el futuro, o tal vez mirar hacia el pasado.
—Soy demasiado viejo para pensar en premios.
—Sólo tienes sesenta y siete años. Hay hombres que empiezan a estudiar una segunda carrera a esa edad —bromeó Pedro.
Sin embargo, su tío no sonrió.
—Yo no soy de ese tipo de hombres. Yo sólo quiero... —comenzó a decir antes de detenerse bruscamente.
—¿Qué es lo que quieres?
Stan se encogió de hombros y se dirigió hacia la puerta.
—Da lo mismo. Me voy. Tengo que hacer unos recados. Necesito comprar pintura porque quiero pintar las molduras de mi casa.
Stan vivía a pocos kilómetros de Columbia, el pueblecito más cercano. Había comprado una casa antigua y la había ido restaurando habitación por habitación. Se había convertido en el refugio de un auténtico solterón y le faltaba el calor y la mano de una mujer, pero Stan siempre había parecido sentirse cómodo y feliz allí.
—¿Vendrá la cuadrilla mañana para embotellar el vino? —
preguntó su tío.
—Estarán aquí Ralph, Jack y Bud. Si vienes a echar una mano sería perfecto.
—Aquí estaré. No empezaré a pintar la casa hasta el fin de
semana.
—Si prefieres no venir puedo llamar a Rosa. Dijo que podría venir siempre que la necesitáramos mientras sus hijos están en el colegio.
—Aquí estaré —repitió Stan con sequedad antes de salir del
laboratorio en dirección a los viñedos.
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 16
Cuando a la mañana siguiente, Pedro apareció en la puerta de la cocina vio a su madre sentada a la mesa con un puñado de papeles delante. Se sentía ya mejor y había empezado a cocinar de nuevo, aunque permitía que Paula le echara una mano.
Paula.
Con su decisión de trasladarse a Pensilvania habían dado un
paso de gigante en la paternidad compartida de Mariana y Abril. Pero todavía quedaban muchas barreras, aunque él tenía la intención de demolerlas todas.
Pedro se acercó al fregadero y se lavó la cara. Había llegado la primavera. Los trabajadores temporales de Willow Creek habían regresado a los viñedos y él se encargaba de la supervisión de su trabajo.
Pedro se secó las manos en una tolla y miró de reojo los papeles que había encima de la mesa.
—¿Qué es todo esto? ¿Apuntes para el curso de enología que vas a impartir?
—No, aunque debería empezar a prepararlo porque es este fin de semana. Se han apuntado veinticinco personas. Estos son los documentos que me ha dado un agente inmobiliario —explicó Eleanora estudiando una tarjeta de visita—. Es un estudio comparativo de otras propiedades similares a Willow Creek para hacernos una idea de lo que podrían darnos por ella. Stan cree que debería vender, que me estoy haciendo mayor para tanto trabajo. ¿Qué te parecería a ti si lo hiciera?
Cuando Pedro había regresado a Willow Creek nunca pensó que sería algo definitivo. Pero estaba disfrutando del trabajo tanto como cuando era adolescente. Sabía que podría ganar premios con los vinos de la bodega igual que los había conseguido su padre años atrás. A Paula y a las niñas parecía gustarles aquel lugar. Cuando estaba en el campo trabajando podía escuchar sus risas y sus juegos. Le sorprendía que Stan le hubiera sugerido a su madre que vendiera sabiendo como sabía que los viñedos formaban parte de la vida de Eleanora.
—Si estás pensando en vender Willow Creek yo mismo te lo
compraré y te pagaré el mejor precio.
Cuando dijo aquello, Eleanora lo miró a los ojos y lo estudió
durante largo rato.
—Amo a Willow Creek tanto como tú y siempre he deseado que fuera tu herencia. Sé que no hemos hablado de esto desde hace años, pero a pesar de lo que tú crees, a pesar de lo que piensas de mí, siempre te he querido como a un hijo.
—Madre...
—Déjame acabar. Tu padre también te quería. Por eso se casó conmigo, para que pudieras tener una infancia estable. ¿Por qué no has sido capaz de perdonaros por quererte tanto? Lo único que queríamos era protegerte, darte la seguridad que todos los niños deberían tener.
Pedro sabía que había llegado el momento de arreglar las cosas con su madre.
—¿Comprendes lo furioso que me puse contigo y con papá por haberme mentido durante tantos años? —preguntó sentándose frente a ella.
—Claro que lo comprendo —contestó Eleanora suavizando un tanto la expresión de su rostro—. ¿Y comprendes tú lo herida que yo estaba al saber que tu padre nunca podría amarme con todo su corazón aunque yo os quisiera a los dos de aquel modo?
Pedro sabía que su padre la había hecho daño. Eso era algo obvio que se palpaba en la distancia que había habido siempre entre ellos.
Pero nunca había caído en la cuenta de cómo la había herido él mismo.
Había sido un egoísta, porque sólo había pensando en las mentiras y en cómo le habían hecho sentirse estas.
—Debí haber dejado atrás el resentimiento hace mucho, antes de que papá muriera.
—Sí, debiste hacerlo. Pero yo pienso que nunca es demasiado tarde. Creo que tu padre sabe lo que hay dentro de tu corazón y que tú lo quieres. Él te decepcionó. Y yo también.
—No fue sólo decepción. Cuando descubrí la verdad de pronto me di cuenta de que yo había sido para ti un deber y una responsabilidad. Sí, tú amabas a papá, pero me aceptaste a mí sólo por él.
—¡Eso no es verdad, Pedro! ¿Es eso lo que has pensado durante todos estos años? Dios mío, si no hubiera sido por ti tal vez no me habría casado con Pablo.
Pedro sintió en aquel instante como si le hubieran pegado un puñetazo en estómago.
—No comprendo.
—Yo sabía que Pablo estaba enamorado de Dora. Sabía que
la consideraba su verdadero amor. Pero yo no podía tener hijos — confesó Eleanora sonrojándose ligeramente—. Tu padre lo sabía. Sabía que un bebé era el mejor regalo que podría hacerme. Tú fuiste ese regalo, Pedro. Tú fuiste la razón por la que me casé con tu padre.
Entre su madre y él había habido una barrera desde que se fue a la universidad. El secreto hizo que Pedro se sintiera desconectado. Pero ahora, al recordar su infancia y el modo en que Eleanora lo había tratado, con amor y no como si fuera su deber, se dio cuenta de que había cometido una grave injusticia con ella.
—Siento haber estado lejos tanto tiempo —dijo estirando el brazo para agarrarle la mano—. ¿Sabes qué? Cuando me senté delante de Dora Edwards y observé cómo nos parecíamos físicamente lo único que pude pensar fue que para mí era una desconocida y que tú eras mi verdadera madre. Siempre lo has sido y siempre lo serás.
Los ojos de Eleanora se llenaron de lágrimas.
—No tienes que comprar Willow Creek. Será tu herencia. Pero ahora que Paula ha decidido mudarse a Pensilvania seguro que querrá tener su propio espacio.
—Yo había pensado ofrecerle la casa de invitados.
—Está hecha una ruina. Los muebles son viejos y allí es donde se guardan las herramientas. Habría que cambiar el suelo e instalar un sistema de calefacción.
—Todo eso puede arreglarse. Creo que valdrá la pena con tal de que las dos niñas estén juntas en la misma propiedad.
—¿Se quedarán con Paula?
—No. Yo quiero tenerlas cerca también.
—A ella no le gustará eso.
—Ninguno de los dos estaremos completamente satisfechos con esta situación.
—Por cierto, ha llamado una periodista —recordó Eleanora
secándose las lágrimas—. Margaret Gorman, dijo que se llamaba. Dijo que el artículo saldrá este fin de semana. Ha decidido publicarlo en dos partes, una ahora y la otra después de la boda.
—Me parece muy bien.
—¿Sabías que Paula ha estado levantada hasta las dos de la mañana las dos últimas noches? Ha estado trabajando en los preparativos de esa boda después de acostar a las niñas.
—Me pregunto si no será demasiado para ella empezar con un negocio ahora que tiene dos niñas que atender.
—Estoy segura de que aunque así fuera no lo admitiría. Esa chica tiene mucho aguante.
Hubo algo en el comentario de su madre que llevó a Pedro a
preguntar:
—¿Y crees que Fran no lo tenía?
—Recuerda que sólo vi a Fran dos veces, una cuando os casasteis y otra cuando vinisteis unos días de visita cuando ella estaba embarazada —aseguró Eleanora sin disimular que estaba haciendo comparaciones.
—¿Y? —preguntó Pedro.
—Era una joven muy agradable pero muy... blanda. No suponía un reto para ti. No se enfrentaba a ti. En cambio Paula, si tiene clara una cosa va a por ella. No tiene miedo de decirte exactamente lo que piensa. Ni a mí tampoco. Y para mí eso es algo bueno.
—¿Dónde esta ahora?
—En el salón, enseñándoles a las niñas una especie de canción de los números. Supongo que yo también tendría que aprendérmela.
El tono de voz de su madre parecía algo apagado, pero Pedro vio en sus ojos un brillo burlón. Tal vez se quejara de tener que aprender canciones infantiles, pero disfrutaría cada minuto.
Pedro pensó en ir a reunirse con Paula y las niñas. Pensó en el rostro en forma de corazón de Paula, en su cabello suave, en su figura llena de curvas, en el recuerdo de aquellos besos que lo despertaban en medio de la noche... y decidió ir a la bodega en lugar de al salón. Paula y él eran demasiado combustibles. Tendría que encontrar la manera de controlar aquel fuego y mantenerlo bajo para que Mariana y Abril fueran la prioridad.
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