sábado, 15 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 16




Cuando a la mañana siguiente, Pedro apareció en la puerta de la cocina vio a su madre sentada a la mesa con un puñado de papeles delante. Se sentía ya mejor y había empezado a cocinar de nuevo, aunque permitía que Paula le echara una mano.


Paula.


Con su decisión de trasladarse a Pensilvania habían dado un
paso de gigante en la paternidad compartida de Mariana y Abril. Pero todavía quedaban muchas barreras, aunque él tenía la intención de demolerlas todas.


Pedro se acercó al fregadero y se lavó la cara. Había llegado la primavera. Los trabajadores temporales de Willow Creek habían regresado a los viñedos y él se encargaba de la supervisión de su trabajo.


Pedro se secó las manos en una tolla y miró de reojo los papeles que había encima de la mesa.


—¿Qué es todo esto? ¿Apuntes para el curso de enología que vas a impartir?


—No, aunque debería empezar a prepararlo porque es este fin de semana. Se han apuntado veinticinco personas. Estos son los documentos que me ha dado un agente inmobiliario —explicó Eleanora estudiando una tarjeta de visita—. Es un estudio comparativo de otras propiedades similares a Willow Creek para hacernos una idea de lo que podrían darnos por ella. Stan cree que debería vender, que me estoy haciendo mayor para tanto trabajo. ¿Qué te parecería a ti si lo hiciera?


Cuando Pedro había regresado a Willow Creek nunca pensó que sería algo definitivo. Pero estaba disfrutando del trabajo tanto como cuando era adolescente. Sabía que podría ganar premios con los vinos de la bodega igual que los había conseguido su padre años atrás. A Paula y a las niñas parecía gustarles aquel lugar. Cuando estaba en el campo trabajando podía escuchar sus risas y sus juegos. Le sorprendía que Stan le hubiera sugerido a su madre que vendiera sabiendo como sabía que los viñedos formaban parte de la vida de Eleanora.


—Si estás pensando en vender Willow Creek yo mismo te lo
compraré y te pagaré el mejor precio.


Cuando dijo aquello, Eleanora lo miró a los ojos y lo estudió
durante largo rato.


—Amo a Willow Creek tanto como tú y siempre he deseado que fuera tu herencia. Sé que no hemos hablado de esto desde hace años, pero a pesar de lo que tú crees, a pesar de lo que piensas de mí, siempre te he querido como a un hijo.


—Madre...


—Déjame acabar. Tu padre también te quería. Por eso se casó conmigo, para que pudieras tener una infancia estable. ¿Por qué no has sido capaz de perdonaros por quererte tanto? Lo único que queríamos era protegerte, darte la seguridad que todos los niños deberían tener.


Pedro sabía que había llegado el momento de arreglar las cosas con su madre.


—¿Comprendes lo furioso que me puse contigo y con papá por haberme mentido durante tantos años? —preguntó sentándose frente a ella.


—Claro que lo comprendo —contestó Eleanora suavizando un tanto la expresión de su rostro—. ¿Y comprendes tú lo herida que yo estaba al saber que tu padre nunca podría amarme con todo su corazón aunque yo os quisiera a los dos de aquel modo?


Pedro sabía que su padre la había hecho daño. Eso era algo obvio que se palpaba en la distancia que había habido siempre entre ellos.


Pero nunca había caído en la cuenta de cómo la había herido él mismo.


Había sido un egoísta, porque sólo había pensando en las mentiras y en cómo le habían hecho sentirse estas.


—Debí haber dejado atrás el resentimiento hace mucho, antes de que papá muriera.


—Sí, debiste hacerlo. Pero yo pienso que nunca es demasiado tarde. Creo que tu padre sabe lo que hay dentro de tu corazón y que tú lo quieres. Él te decepcionó. Y yo también.


—No fue sólo decepción. Cuando descubrí la verdad de pronto me di cuenta de que yo había sido para ti un deber y una responsabilidad. Sí, tú amabas a papá, pero me aceptaste a mí sólo por él.


—¡Eso no es verdad, Pedro! ¿Es eso lo que has pensado durante todos estos años? Dios mío, si no hubiera sido por ti tal vez no me habría casado con Pablo.


Pedro sintió en aquel instante como si le hubieran pegado un puñetazo en estómago.


—No comprendo.


—Yo sabía que Pablo estaba enamorado de Dora. Sabía que
la consideraba su verdadero amor. Pero yo no podía tener hijos — confesó Eleanora sonrojándose ligeramente—. Tu padre lo sabía. Sabía que un bebé era el mejor regalo que podría hacerme. Tú fuiste ese regalo, Pedro. Tú fuiste la razón por la que me casé con tu padre.


Entre su madre y él había habido una barrera desde que se fue a la universidad. El secreto hizo que Pedro se sintiera desconectado. Pero ahora, al recordar su infancia y el modo en que Eleanora lo había tratado, con amor y no como si fuera su deber, se dio cuenta de que había cometido una grave injusticia con ella.


—Siento haber estado lejos tanto tiempo —dijo estirando el brazo para agarrarle la mano—. ¿Sabes qué? Cuando me senté delante de Dora Edwards y observé cómo nos parecíamos físicamente lo único que pude pensar fue que para mí era una desconocida y que tú eras mi verdadera madre. Siempre lo has sido y siempre lo serás.


Los ojos de Eleanora se llenaron de lágrimas.


—No tienes que comprar Willow Creek. Será tu herencia. Pero ahora que Paula ha decidido mudarse a Pensilvania seguro que querrá tener su propio espacio.


—Yo había pensado ofrecerle la casa de invitados.


—Está hecha una ruina. Los muebles son viejos y allí es donde se guardan las herramientas. Habría que cambiar el suelo e instalar un sistema de calefacción.


—Todo eso puede arreglarse. Creo que valdrá la pena con tal de que las dos niñas estén juntas en la misma propiedad.


—¿Se quedarán con Paula?


—No. Yo quiero tenerlas cerca también.


—A ella no le gustará eso.


—Ninguno de los dos estaremos completamente satisfechos con esta situación.


—Por cierto, ha llamado una periodista —recordó Eleanora
secándose las lágrimas—. Margaret Gorman, dijo que se llamaba. Dijo que el artículo saldrá este fin de semana. Ha decidido publicarlo en dos partes, una ahora y la otra después de la boda.


—Me parece muy bien.


—¿Sabías que Paula ha estado levantada hasta las dos de la mañana las dos últimas noches? Ha estado trabajando en los preparativos de esa boda después de acostar a las niñas.


—Me pregunto si no será demasiado para ella empezar con un negocio ahora que tiene dos niñas que atender.


—Estoy segura de que aunque así fuera no lo admitiría. Esa chica tiene mucho aguante.


Hubo algo en el comentario de su madre que llevó a Pedro a
preguntar:
—¿Y crees que Fran no lo tenía?


—Recuerda que sólo vi a Fran dos veces, una cuando os casasteis y otra cuando vinisteis unos días de visita cuando ella estaba embarazada —aseguró Eleanora sin disimular que estaba haciendo comparaciones.


—¿Y? —preguntó Pedro.


—Era una joven muy agradable pero muy... blanda. No suponía un reto para ti. No se enfrentaba a ti. En cambio Paula, si tiene clara una cosa va a por ella. No tiene miedo de decirte exactamente lo que piensa. Ni a mí tampoco. Y para mí eso es algo bueno.


—¿Dónde esta ahora?


—En el salón, enseñándoles a las niñas una especie de canción de los números. Supongo que yo también tendría que aprendérmela.


El tono de voz de su madre parecía algo apagado, pero Pedro vio en sus ojos un brillo burlón. Tal vez se quejara de tener que aprender canciones infantiles, pero disfrutaría cada minuto.


Pedro pensó en ir a reunirse con Paula y las niñas. Pensó en el rostro en forma de corazón de Paula, en su cabello suave, en su figura llena de curvas, en el recuerdo de aquellos besos que lo despertaban en medio de la noche... y decidió ir a la bodega en lugar de al salón. Paula y él eran demasiado combustibles. Tendría que encontrar la manera de controlar aquel fuego y mantenerlo bajo para que Mariana y Abril fueran la prioridad.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario