viernes, 14 de julio de 2017
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 13
El jueves por la tarde, Pedro estaba colocando botellas de vino en las cajas detrás de la barra en la que se realizaban las catas cuando la gruesa puerta de madera se abrió y entró una pareja de veintipocos años. Los jóvenes estudiaron la rústica construcción, observando los muros de piedra y las puertas de cristal que daban a la bodega.
—¿Hacen aquí catas de vino? —preguntó el hombre acercándose a Pedro.
—Claro —contestó Pedro indicándole con una mano los taburetes de madera que había frente a la barra—. Me llamo Pedro.
—Nosotros somos Sherry y Tom —dijo la joven tomando asiento— En realidad no hemos venido sólo a probar el vino.
—¿Os gustaría dar una vuelta por la bodega y por los viñedos? — preguntó Pedro tuteándoles.
—Sí, nos gustaría —aseguró Tom—. Pero por una razón muy concreta. Queremos casarnos en junio. Una amiga nos habló de Willow Creek y se nos ocurrió plantearnos si no celebraríais bodas aquí.
—No, creo que nunca hemos organizado ninguna —contestó
Pedro—. Sería un lío tremendo porque no nos dedicamos a eso.
—Pagaremos bien —se apresuró a explicar Tom—. Seguramente contrataríamos a una persona que se encargara de la organización. Estaríamos hablando de solo cincuenta invitados, aproximadamente.
Una persona que se encargara de la organización. Una
coordinadora de eventos. De bodas. ¿No era eso a lo que Paula se dedicaba?
Paula. No habían arreglado las cosas desde que se habían
besado. Desde que ella se apartó. Excepto para tratar con las niñas, ambos habían estado evitándose durante los últimos días. Pedro no se arrepentía de haberla besado. La tentación había sido demasiado fuerte.
El hecho de que Paula estuviera tan a la defensiva provocaba en él deseos de derribar sus barreras. Lo único que había pretendido era liberar algo de la tensión que se apoderaba de él cuando la tenía cerca.
Lo único que había pretendido era averiguar si un segundo beso le sabría tan bien como el primero.
Y lo que averiguó fue que el segundo beso los llevaría
directamente a la cama.
Tal vez fuera más seguro librar una batalla en la sala del juzgado.
Porque aunque la hubiera besado no quería seguir adelante.
No quería dejar atrás su matrimonio.
Una boda en Willow Creek.
Un sinfín de posibilidades cruzaron por su cabeza. Pedro
descolgó el teléfono que había al final de la barra y marcó el número de la casa.
La propia Paula contestó.
—¿Puedes venir a la sala de catas? Me gustaría consultarte algo.
—¿Relacionado con las niñas? —preguntó ella tras una larga pausa.
—No. Relacionado con la bodega.
—Veré a ver si tu madre puede echarles un vistazo a las niñas — dijo finalmente Paula tras otra pausa—. Enseguida voy.
Cuando Paula entró en sala diez minutos más tarde, la atmósfera del lugar se transformó por completo. Llevaba puesta una chaqueta azul turquesa que se había comprado para hacerse visible cuando caminaba entre las viñas o cuando montaba la yegua de su madre. El cabello, suelto y sedoso, tenía aspecto de recién lavado. Todo el cuerpo de Pedro se puso tenso al recordar los besos que se habían dado y la pasión que habían compartido. Se la imaginó tumbada sobre su cama.
Ella lo miró un instante a los ojos antes de fijarse en sus
pantalones vaqueros y su camisa de franela a cuadros verdes y negros.
Luego apartó la vista y observó a la pareja que estaba en la barra.
Pedro hizo las presentaciones.
—Paula se dedica a organizar bodas —les dijo a Tom y a Sherry— Ella puede deciros lo que opina de celebrar una en Willow Creek.
—No sé lo que tenéis en mente —respondió ella mirando con severidad a Pedro.
Estaba claro que no le gustaba que la pusieran en el estrado sin su consentimiento. Pero Pedro valoraba su opinión y tenía una buena razón para hacerle aquella pregunta.
—Una boda al aire libre en el mes de junio —aseguró Sherry
como si ya fuera un hecho—. Algo sencillo. Unos cincuenta invitados. Nuestra amiga dice que estos campos se ponen preciosos en primavera y en verano. Podríamos hacernos las fotos con el arroyo de fondo.
—¿De verdad quieres saber mi opinión? —dijo Paula mirando a Pedro.
—Por supuesto. Si no, no te la habría pedido.
—La zona del arroyo es demasiado inestable para celebrar allí la boda —comenzó a decir midiendo cuidadosamente las palabras—. Pero podríais haceros las fotos al lado de los sauces. Creo que la parte que hay detrás de la bodega sería mucho mejor. He visto que allí hay dos naranjos que seguramente en junio estén en flor. Los arces proporcionarían sombra —prosiguió Paula—. Sería sencillo instalar allí una carpa y colocar debajo las sillas para los invitados.
—¿Podríamos verlo? —pidió Sherry con premura.
—Ahora mismo está todo gris y lleno de barro —señaló Pedro.
—Ya, pero me gustaría hacer unas fotografías. Por favor —suplicó la futura novia.
—Podemos echar un vistazo —respondió él sonriendo.
—¿Podrías darnos una idea de cuánto nos costaría? —preguntó Tom girándose hacia Paula.
—No estoy familiarizada con los precios de Pensilvania —
reconoció Paula—. Pero puedo hacer algunas llamadas...
—¡Estupendo! No os podéis imaginar la ilusión que nos haría
celebrar nuestra boda aquí —aseguró Tom.
Una vez en la zona a Paula se le ocurrieron miles de ideas y
Sherry se apresuró a tomar buena nota de ellas. Tras echar un vistazo, Paula señaló dónde colocaría ella la carpa y las sillas, y también el sitio del oficiante.
Pedro sabía que no podría darles una contestación a la pareja hasta que hablara con Paula y con su madre.
Cuando la pareja se hubo marchado tras intercambiar con ellos los números de teléfono, Paula no pudo contenerse más.
—¿Por qué estás haciendo esto, Pedro? ¿Por qué me has pedido mi opinión?
—Porque tú te dedicas a esto.
—Pero no aquí.
—¿Y por qué no?
—Eso era lo que pensaba. Tú ves esto como una manera de...
—Paula, no tengo intenciones malévolas. Yo no provoqué que esta pareja pasara hoy por aquí. Pero así ha sido. Tú eres una experta en lo que ellos necesitan y di por hecho que te quedarías unas semanas hasta que Mariana se recuperara.
—O hasta que conozcamos los resultados de la prueba de ADN.
—Tengo una pregunta que hacerte: Si eres la madre de Mariana, ¿qué piensas hacer?
—No lo sé —reconoció Paula tras guardar unos segundos de silencio.
—Comprométete a quedarte durante las próximas seis semanas más o menos. Organiza la boda de la pareja.
—Tendré que regresar a Florida en algún momento —respondió ella mirándolo a los ojos—. Tengo obligaciones allí.
—Ya lo sé. Pero aunque me haya equivocado al cien por cien con la prueba del ADN, quédate y organiza esa boda. Cuando regreses a Florida, siempre podrás tomar un vuelo y estar presente en junio el día que se celebre. No se trata de nada extravagante. Es solamente una boda.
—Incluso las bodas más sencillas necesitan mucha organización.
—¿Te imaginas dejar a Mariana en este momento?
Paula pareció dolida por aquella pregunta, y Pedro supo que
había dado en el blanco.
—No, no me lo imagino.
En lugar de seguir presionando, él guardó silencio. Paula se
quedó mirando el teléfono y en aquel instante tomó una decisión.
—Necesito hablar con mi socia.
—Habla con ella. Y luego cuéntame lo que hayas decidido. Yo voy a subir a relevar a mi madre.
Pedro sabía que si decía algo más, Paula sería capaz de echar abajo la idea entera para desafiarlo. Así que sin decir ni una palabra salió de la cocina y la dejó allí sola con la esperanza de que ella tomara la mejor decisión para todos.
Después de acostar a las niñas, Pedro se dirigió a la bodega. No tenía sueño. Tenía trabajo que hacer en el despacho que estaba al final de la sala de catas, y en aquel momento del día nadie lo interrumpiría.
Paula había estado distraída durante la cena, por lo que Pedro supuso que estaría pensando en la organización de la boda y lo que ello suponía. Al parecer, no había podido contactar con su socia, pero dijo que seguía intentándolo.
Como Pedro suponía, su madre se había mostrado encantada de celebrar una boda en Willow Creek y sobre todo de tener la posibilidad de estar con Abril durante otras seis semanas.
Cuando Pedro abrió la puerta de la zona de almacenaje de la bodega vio una luz encendida. Tal vez se hubiera olvidado antes de apagarla. Para su sorpresa, cuando entró en el despacho vio a Stan sentado frente a la mesa del ordenador sacando una carpeta de uno de los cajones.
—No sabía que estuvieras aquí a estar horas —señaló Pedro—. No he visto tu camioneta.
—La he aparcado detrás —respondió su tío con tono
malhumorado.
Desde que Pedro había llegado, Stan se había mostrado frío y distante con él. Si se debía a los años que Pedro había estado fuera sin mantener el contacto, le hubiera gustado que su tío se lo dijera claramente.
—Stan, hace unos días mandamos un pedido a una dirección que no existía —le dijo Pedro sin inquina—. Y cuando miré en el ordenador tampoco aparecía. ¿De dónde la sacaste?
—Me estoy haciendo viejo, muchacho. Mi memoria ya no es la de antes. Tal vez me vino a la cabeza y ya está.
Pedro se sintió algo molesto por el modo en que su tío le
contestó, porque no había observado ningún indicio de que el hombre tuviera problemas de memoria.
—Los errores en los pedidos nos pueden hacer perder clientes.
—Llevo en este negocio mucho más tiempo que tú —le espetó su tío.
—Entonces comprenderás por qué estoy preocupado.
—Tienes asuntos más importantes de los que ocuparte que de un cargamento de vino.
—¿Te refieres a Mariana? —preguntó Pedro con tono tenso.
—Sí. Y a Abril. Y a esa mujer que está viviendo aquí. Eleanora quiere que se marche.
Se hizo el silencio entre ambos hombres hasta que Pedro se
decidió a hablar.
—¿Te lo ha dicho ella?
—No con esas palabras, pero lo sé. Dos mujeres en la misma casa no pueden traer más que problemas.
A través de las paredes de piedra del edificio Pedro escuchó una voz suave que lo llamaba.
—Estoy aquí —exclamó.
Él sólo había cerrado la puerta de fuera. De pronto se preguntó por qué Stan habría tomado la precaución innecesaria de cerrar tras de sí.
Stan salió del despacho con la carpeta que había ido a buscar bajo el brazo y salió antes de que Paula entrara. Tras saludarla con una inclinación de cabeza se marchó de la bodega sin despedirse siquiera de Pedro.
—Espero no haber interrumpido nada —dijo ella dando un paso al frente—. Sólo he venido a decirte que por fin he contactado con Carla.Dice que puede defender ella sola el fuerte de Florida con una excepción: Tengo que regresar a Daytona antes de Semana Santa. Llevo casi un año preparando la fiesta del vigésimo primer cumpleaños de la hija del senador Grayson. Me he encargado yo personalmente de todos los detalles.
—Eso no tiene por qué ser un problema. Podrías dejar a Abril aquí. Se siente a gusto con nosotros.
—Tengo que pensarlo, Pedro. Seguro que la niña echa también de menos su casa.
—Mariana tiene cita con el médico la semana que viene —dijo él para intentar desviar la conversación y no empezar a discutir—.¿Quieres venir tú también?
—Claro que quiero.
—No olvides que yo tengo la misma preocupación por Abril — aseguró Pedro mirándola fijamente.
—¿Cómo voy a olvidarlo? —preguntó Paula.
Aunque estaba a dos metros de distancia, Pedro sintió el deseo inexorable que lo empujaba hacia ella.
Tratando de conjurar las imágenes de su matrimonio y del rostro sonriente de Fran, Pedro se giró hacia la mesa.
—Me quedaré aquí unas horas. Tengo mucho trabajo. Pero luego pasaré a darles a las niñas un beso de buenas noches.
Al verla marcharse balanceando suavemente las caderas, Pedro se repitió una vez más para sus adentros que su amor por Fran perduraría para siempre. No podía simplemente olvidarla y seguir adelante.
Ni siquiera sabía si conseguiría alguna vez seguir adelante.
jueves, 13 de julio de 2017
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 12
Durante los días siguientes, Paula y Pedro se turnaron para
estar con Mariana en el hospital. Paula le había llevado dos de sus peluches favoritos y varios cuentos. Cada vez que se sentaba a su lado le leía uno y disfrutaba de la felicidad que brillaba en los ojos de la niña cuando lo hacía. Cada vez que entraba en la habitación de Mariana, ella la recibía con una sonrisa. Y mientras le leía el cuento se apoyaba contra el corazón de Paula.
Cada momento que pasaba con la niña la hacía acercarse más y más a ella. Se estaba recuperando muy bien y pronto estaría en casa.
Cuando Paula regresaba a Willow Creek jugaba con Abril,
recorría con ella las viñas en compañía de Buff y visitaban a los caballos en el establo: A Giselle, la yegua de Eleanora, el pony de Mariana, llamado Prancer, y el gran caballo Apalusa de Pedro, Desperado. Pedro nunca estaba muy lejos de sus pensamientos... ni tampoco su beso. Nunca debió haber dejado que la besara porque ahora aquello se interponía entre ellos.
En ese momento en su cabeza se sucedían imágenes todavía más vívidas que la realidad.
Ahora cada mirada y cada contacto eran mucho más potentes.
El sábado por la mañana, Paula y Pedro iban a llevar a Abril al médico para extraerle de la boca una muestra de ADN.
Mientras la niña buscaba su muñeca favorita para llevársela con ella a la consulta, Paula se dirigió a la cocina para prepararle el desayuno. Unos pasos antes de la puerta escuchó voces y se detuvo. Una voz de hombre que no reconoció hablaba con decisión.
—Deberías vender Willow Creek —decía—. Tu relación con Pedro nunca va a ser como fue antes. ¿De verdad crees que puedes confiar en que se quede?
No hubo respuesta, y Paula supo que no debería estar
escuchando. Asegurándose de que sus mocasines de cuero sonaran bien en el suelo, avanzó unos cuantos pasos y entró en la cocina.
Eleanora estaba sentada al lado de la mesa. Un hombre de unos cincuenta años con el pelo negro plateado por las sienes y barba poblada se apoyaba contra la encimera con una taza de café en la mano.
Cuando Paula entró en la cocina, él la miró con una expresión de curiosidad un tanto hostil.
—Buenos días —saludó ella amablemente.
Parecía que Eleanora y ella habían llegado a un acuerdo de
entendimiento. La madre de Pedro había hecho todo lo posible para que Abril se sintiera como en casa y Paula le estaba agradecida por ella.
—Buenos días —dijo Eleanora echando un vistazo al jersey y los pantalones de la joven—. ¿Has comprado ropa nueva?
—Ayer por la tarde, mientras Mariana dormía la siesta me hice con algunas cosas: jerseys, pantalones de pana y abrigos para Abril y para mí.
—Stan, te presento a Paula Chaves—dijo Eleanora haciendo un gesto con la mano al hombre que estaba apoyado en la encimera—. Paula, este es Stan Alfonso, mi cuñado.
—Encantada —contestó Paula avanzando hacia el hombre con la mano extendida.
—He oído que vas a hacerte hoy la prueba de ADN —comentó Stan estrechándosela—. Así se resolverá todo este misterio.
—Quizá —respondió ella, que todavía albergaba la secreta
esperanza de que Abril fuera hija suya.
En aquel momento entró la niña corriendo en la cocina con la
muñeca en la mano. Paula la cargó en brazos y le presentó a Stan.
—Ya nos conocemos, ¿verdad, Abril?
Abril apoyó la cabeza contra el pecho de su madre y sonrió.
Paula besó a su hija en el pelo, disfrutando de aquel momento en el que todavía pensaba que Abril era hija suya.
Dentro de una semana todo aquello podría cambiar.
Cuando Mariana volvió del hospital, Pedro se mostró muy
protector con ella. Paula lo consideró algo natural ya que durante las primeras semanas la niña no podía realizar ningún esfuerzo.
Ya había pasado más de una semana desde que el médico de cabecera les había tomado muestras para la prueba de ADN. Pero cada minuto que pasaba Paula sentía que estaba aguantando la respiración y que así seguiría hasta que conociera los resultados. Pasaba mucho tiempo con Abril y con Mariana pero evitaba en la medida de lo posible a Pedro. Y cuando no podía evitarlo procuraba no reaccionar ante su presencia. Estaba intentando dar marcha atrás emocionalmente hablando. Trataba de fingir que no existía entre ellos ninguna atracción aunque cuando estaban en la misma habitación o se rozaban accidentalmente la reacción de su cuerpo le indicara lo contrario.
Habían adquirido la costumbre de acostar a las dos niñas al
mismo tiempo. Abril y Buff se subían a la cama de Mariana y Paula y Pedro se turnaban para leerles a todos un cuento.
Aquella noche, cuando Paula cerró el cuento de mariposas que acababa de terminarles, Mariana le preguntó:
—¿Puede dormir Abril conmigo?
Paula miró de reojo a Pedro sin saber qué le parecería a él la idea.
—La pregunta es: ¿Dormirás de verdad si Abril se queda contigo? —preguntó Pedro muy serio.
Mariana asintió vigorosamente con la cabeza.
—Hay sitio de sobra —le comentó él a Paula.
La cama de Mariana era de matrimonio y las niñas estarían muy cómodas. Pero a Paula empezaba a preocuparle el lazo afectivo que se estaba creando entre ellas. ¿Qué ocurriría cuando se separaran?
—Probemos por esta noche —dijo Pedro al ver que ella vacilaba— Pero si oigo a través del monitor que habláis hasta muy tarde o que os bajáis de la cama, entonces no os volveremos a dejar, ¿de acuerdo?
Paula arropó a las dos niñas y les dio un beso a cada una en la frente.
—Que durmáis bien —dijo acariciando en la cabeza a Buff, que se había echado a los pies de la cama.
Paula esperó fuera a que Pedro saliera de la habitación antes de abordarlo.
—No sé si ha sido una buena idea dejarlas dormir juntas.
—Es sólo una noche, Paula.
—Pero lo has decidido sin consultarme.
—Qué querías, ¿celebrar una cumbre?
—Tal vez sí —contestó ella molesta por su tono jocoso—. Estás tomando decisiones que incumben a las dos niñas... Y a mí.
—¿Es ese realmente el problema? —preguntó Pedro con
expresión seria.
—Sí. Estamos viviendo en tu casa. Tú estás al mando. Hasta que lleguen los resultados de la prueba de ADN, Abril sigue siendo mi hija y yo sigo siendo su madre. Soy yo la que tomo las decisiones.
—¿Te preocupa que se estén comportando como hermanas?
Paula dio un paso atrás para no estar tan cerca de él... y no
sentir el calor de su cuerpo.
—Sí, me preocupa. Cada día están más unidas. ¿Qué ocurrirá cuando tengamos que separarlas?
—Deberías considerar la posibilidad de la custodia compartida. Además tenemos que ver si mantenemos a las niñas juntas cuando estén con uno de nosotros o quedarnos cada uno con una y cambiar cada seis meses —aseguró Pedro con expresión neutra.
—¿Así de fácil? —exclamó Paula, que sentía cómo se le rompía el corazón cada vez que pensaba en tener que separarse de Abril.
—¿Fácil? ¿Crees que me apetece renunciar a cualquiera de las dos aunque sea sólo durante un día? Si te mudaras a Pensilvania todo sería mucho más fácil —le espetó él.
—Tengo un negocio en Florida. Mis amigos están allí. Y también los de Abril. Tenemos la vida organizada allí. Ya me mudé una vez en mi vida y no estoy dispuesta a repetir.
—¿Por qué te trasladaste a Florida? —le preguntó Pedro
mirándola fijamente a los ojos.
Pero ella no estaba dispuesta a contarle la verdad.
—Carla, mi socia, estaba allí. Siempre habíamos hablado de poner un negocio juntas. Aquel era el momento perfecto.
—¿Quieres decir que corrías hacia algo en lugar de huir?
—¿Y qué me dices de ti? —preguntó Paula sin contestarle—. Cuando te mudaste a Willow Creek, ¿corrías hacia algo o huías?
El silencio y el ceño fruncido de Pedro le dejaron claro que no le había gustado la pregunta.
—Al principio pensé que era mi obligación —admitió finalmente—. Mi madre necesitaba mi ayuda. Ella no es viticultora. Se planteaba incluso vender los viñedos. Yo le dije que le ayudaría a tomar las decisiones.
—Has dicho que esa fue tu razón al principio. ¿Y luego?
—Transcurridos unos meses me di cuenta de que en Washington estaba tratando de mantener la vida que llevaba cuando Fran estaba a mi lado, pero ya no era lo mismo. Venir aquí fue bueno para Mariana. Y ahora te toca a ti. ¿Cuando te fuiste de Washington estabas huyendo de algo?
—Me ocurrió lo mismo que a ti —respondió Paula yéndose por las ramas—. Mi antigua vida ya no me servía.
Lo cierto era que no sólo había salido huyendo de su vida, sino de la traición de Eric y los tristes recuerdos asociados a su enfermedad.
Pero no quería hablar de todo aquello con Pedro. Tenía miedo de que llegara a conocerla demasiado bien.
Sin previo aviso, él alzó la mano y le acarició la mejilla con el dedo pulgar. Paula se estremeció. No quería que Pedro viera cómo reaccionaba ante su contacto.
—¿Bajas alguna vez la guardia? —le preguntó él.
—Sólo con los amigos en los que puedo confiar —respondió Paula con sinceridad.
—En mí puedes hacerlo. Te doy mi palabra.
—Eso no es suficiente —aseguró ella negando con la cabeza.
—Entonces esto tal vez ayude.
Paula podía haberlo evitado. Podía haber dado un paso atrás.
Pero el beso la pilló tan de sorpresa que no tuvo tiempo de pensar ni mucho menos para reaccionar. Cuando estaba entre sus brazos sólo existían sus besos y ella se olvidaba hasta de quién era. Se dijo a sí misma que la había pillado desprevenida y por eso el sabor de su lengua le resultaba tan deliciosamente intoxicante. Y por eso no se apartó. Por eso su deseo creció, floreció y llenó todo su cuerpo de un calor lánguido. Pedro exudaba virilidad. Parecía poseer una fuerza avasalladora contra la que tenía que estar continuamente luchando para mantenerse a salvo. Pero al sentir su mano en la cabeza y sus dedos enredados en su cabello se sentía también segura. Aquello era una paradoja.
La boca de Pedro se deslizaba sobre la suya mientras hundía la lengua con más profundidad. Su esencia varonil la rodeaba, trasladándola prácticamente a otra dimensión.
Todos los puntos de su cuerpo en los que latía el pulso estaban electrizados gracias a la corriente que parecía existir entre ellos. Los labios de Pedro se mostraban duros durante un instante para convertirse en seductores un instante después.
Paula sabía lo que era un beso seductor. Eric había sido un
experto. Pero en los besos de Pedro había tantos elementos que se sentía incapaz de nombrarlos todos. Había excitación y deseo pero también reto. Había una determinación para romper su sistema defensivo y convencerla para que confiara en él, para que se enfrentara a la realidad de que a causa de sus hijas tendrían que relacionarse durante mucho tiempo.
La química que existía entre ellos era demasiado potente como para que Paula pudiera pensar en nada más. La química se convirtió en placer y en ansia mientras seguían besándose y ella no se apartó. Le ardían los senos al contacto con el pecho de Pedro. Sentía la parte inferior de su cuerpo apretándose eróticamente contra el suyo. Paula no había estado con ningún hombre desde que Eric y ella habían intentado sacar adelante su matrimonio. Pero aquello no se parecía en nada a esto. Aquello había sido un deber y una obligación que no había dejado lugar al placer.
Y ahora Pedro le estaba dando tanto placer...
Le estaba dando placer, sí. ¿De qué estaba tratando de convencerla? ¿De que debería renunciar a su hija? ¿De que no debería regresar a Florida?
A los hombres se les daba bien salirse con la suya y seguro que Pedro Alfonso no era ninguna excepción.
Paula se apartó de él y trató de recuperar el aliento. Trató de aparentar que estaba en su sitio cuando no era así. Trató de fingir que aquel beso no había sido el mejor que había recibido en su vida.
Trató de agarrarse a algo, de decir cualquier cosa que tuviera el mínimo de sentido.
—No sé si puedo confiar en ti —le espetó—. Ni siquiera somos amigos. Y si lo que me has contado es verdad tal vez tengamos que enfrentarnos en el juzgado durante la batalla por la custodia. Así que esto no es una buena idea.
—¿La batalla por la custodia? —repitió Pedro con tono amargo—. ¿Es eso lo que quieres?
—¡No! Pero si tú quieres una cosa, yo otra y no nos ponemos de acuerdo...
—Somos adultos. Podemos anteponer nuestras hijas a cualquier cosa.
—No es eso lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que intentes manipularme para que haga lo que tú quieras.
—Tendrás que confiar en mí, Paula. Si no, esto será cien veces más duro de lo que ya es.
—Tal vez para ti. Pero yo voy a proteger a Abril y a mí misma como sea.
Dicho aquello se dio la vuelta tratando de no dar la sensación de que estaba huyendo de él. Pedro Alfonso tenía demasiado peligro como para ignorarlo.
Cuando tuvieran los resultados de la prueba de ADN ya sabía lo que tenía que hacer.
Si era la madre de Mariana, el siguiente paso sería consultar con un abogado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)