lunes, 3 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 4





¿Cómo era posible que un simple beso, o quizá no tan simple, pudiera tener tal efecto? Había besado a muchos otros hombres, había considerado la idea de acostarse con algunos de ellos, había permitido que la tocaran y había satisfecho su curiosidad tocándolos también. Pero jamás había sentido nada como lo que Pedro Alfonso le había hecho sentir con un solo beso.


¿Sería eso lo que le había pasado a Laura?


La idea la devolvió de golpe a la realidad. Se apartó de él murmurando algo sin sentido y, sin darse cuenta, se llevó unos dedos temblorosos a los labios. Aún estaban
húmedos y latían al mismo ritmo que lo había hecho su mano. Miró a Pedro y vio que también él tenía la respiración acelerada.


—Creo que podemos decir que nos sentimos atraídos el uno por el otro —afirmó ella.


—Desde luego.


Su voz era más profunda de lo normal, estaba empapada de una emoción que brillaba en sus ojos como un fuego verde. 


Se apartó de ella para ir a servirse un whisky.


—¿Quieres?


Paula negó con la cabeza. Siempre había sido una persona muy sincera, pero el alcohol hacía que se olvidara de cualquier inhibición y no pudiera controlar lo que decía. No había manera de prever lo que diría si se tomaba una copa en esos momentos.


Él se bebió todo el vaso de un trago y luego se volvió a mirarlo.


—Ha sido… inesperado.


—Échale la culpa al Infierno —bromeó ella.


—Pienso hacerlo.


Lo miró sin saber muy bien qué había querido decir. No sabía si estaba molesto por lo que había sucedido o se sentía aliviado. Claro que quizá no le importara lo más mínimo. O quizá era un poco de todo. Estaba molesto porque aquella reacción que habían tenido el uno con el otro era una complicación y había estado a punto de perder el control de la situación. Quizá se sentía aliviado porque dicha reacción los ayudaría a poner en práctica el plan. Y, en cuanto a lo de que no le importara lo más mínimo…


No, en eso se había equivocado. Por mucho que lo intentara, no podía ocultar su pasión.


Paula tenía que tomar una decisión. Podía darse la vuelta y salir de allí para no volver jamás. Podía decirle quién era y lo que quería. O podía seguir adelante con el plan y ver qué pasaba. El sentido común le decía que escapara mientras pudiera, o que al menos le explicara que aquella locura no podría salir bien. Quizá habría hecho algo de eso, habría elegido la opción menos peligrosa… si él no la hubiera besado.


—¿Deduzco que acabamos de comprometernos? —preguntó en tono distendido.


Pedro dudó un momento.


—Eso creo —respondió por fin.


—¿Y tu familia va a creerse que de repente creas fervientemente en el Infierno después de un solo beso?


—Teniendo en cuenta que es lo que les ha pasado a todos y cada uno de los hombres de la familia, sí.


—¿Ninguno de ellos creía en el Infierno?


—Mi primo Marco, sí. Seguramente sea el más romántico de todos los Alfonso.


—Pero los demás no creían —supuso Paula.


—Es que no es lógico —señaló él—. Es rocambolesco como mínimo e incluso absurdo si se analiza desde un punto de vista más racional.


—A mí me parece muy dulce.


Eso lo hizo sonreír.


—Es lo que piensan la mayoría de las mujeres.


Paula se sintió incómoda.


—¿Y ahora, qué?


—Voy a llevarte a casa. Nos veremos mañana por la mañana para idear la estrategia.


—La estrategia —repitió antes de echarse a reír—. No me digas que eres de esas personas organizadas y dispuestas a cambiarlo todo.


—Alguien tiene que hacerlo. Y supongo que tú eres de ésas que se dejan llevar por el instinto y toman la vida tal como les viene, ¿verdad?


Paula arrugó la nariz.


—Ya sabes que los polos opuestos se atraen.


—No te preocupes. Yo lo organizaré todo, tú solo tienes que dejarte llevar por la corriente.


Lo miró de nuevo y esbozó una sonrisa.


—Supongo que sabrás que el control no es más que una fantasía.


Él sonrió también.


—Lo que tú digas. Por el momento, deja que te lleve a casa y me haga la ilusión de estar controlando la situación mientras tú te dejas llevar.


—Está bien.


Al salir por la puerta, Pedro le puso la mano en la espalda con absoluta normalidad, pero el gesto provocó otra descarga eléctrica que hizo que se le cayera el bolso. Lo único que pudo hacer fue darse la vuelta y mirarlo con impotencia.


—Paula —murmuró él antes de volver a estrecharla en sus brazos.


¿Cómo era posible que algo que estaba tan mal la hiciera sentir tan bien? Por nada del mundo debería haber permitido que el marido de Laura la besara, pero no podía resistirse, como tampoco había podido resistirse a su descabellado plan. Porque cuando la tocaba, era como si de repente todo tuviese sentido. Probablemente fuera porque no podía pensar. Solo podía sentir.


La apretó contra sí hasta que Paula oyó los latidos de su corazón y el ritmo acelerado de su respiración. Le cubrió la cara de besos antes de volver a apoderarse de su boca. Sí, sí, aquello era lo que deseaba, lo que necesitaba desesperadamente, tanto como el aire que respiraba. Ella se hizo con el control de la situación y le dio todo lo que tenía.


Oyó su voz profunda y gutural, palabras de deseo. Y entonces todo se movió cuando él la levantó en brazos y la llevó de nuevo al sofá.


—Acabamos de conocernos —consiguió decir Paula mientras él se tumbaba sobre ella.


Sus cuerpos parecían encajar como dos piezas de puzle.


—A veces es así.


—¿Cuándo? ¿A quién?


—Ahora. A nosotros.


No tenía ningún sentido. Se suponía que Pedro era una persona racional que jamás perdía el control, pero estaba claro que, fuera lo que fuera lo que había sucedido entre ellos, lo había golpeado con tanta fuerza como a ella. Paula lo deseaba desesperadamente, con un ansia que aumentaba a cada segundo.


Pedro se deshizo del chaleco del uniforme con una rapidez impresionante y después hizo lo mismo con la blusa, desabrochando un botón tras otro hasta dejarle los hombros al aire. Entonces hizo una pausa para acariciarla.


—Dios —susurró—. Me dejas sin aliento.


Nadie le había dicho nunca nada parecido. Y, al verse a través de sus ojos, Paula se sintió hermosa. Sintió sus manos sobre la tela del sujetador, un sencillo modelo de algodón negro, y se le endurecieron los pezones de inmediato, al tiempo que el calor que había comenzado en su mano la invadía por completo, hasta llegar al centro de su feminidad.


Pedro


Ahora era su turno. Ahora le tocaba a ella acariciar y explorar. Le puso la mano en la cara y se dejó llevar por la tentación de trazar la línea de sus labios, de deleitarse en la belleza masculina de los ángulos de su rostro. Nada más verlo en la fiesta le había parecido un hombre tremendamente distante. Jamás habría podido imaginar que solo unas horas después estaría allí, entre sus brazos. 


¿Quién sabía si volvería a tener tal oportunidad? 


Seguramente cuando recobraran la cordura él insistiría en añadir una nueva norma al plan, la de no tocarse porque estaba claro que era demasiado peligroso.


No pudo resistirse al deseo de sumergir los dedos en su cabello para después besarlo en la boca. Jamás podría saciarse de él, de sus besos, de sus caricias, de la presión de su cuerpo.


Le quitó la corbata para después empezar a desabrocharle los botones de la camisa que le impedían acceder a su piel. 


Lo sintió gruñir de placer cuando por fin bajó la mano hasta su pantalón, hasta el bulto que formaba la tela.


Fue entonces cuando lo oyeron.


—¿Pedro? —dijo alguien al otro lado de la puerta de la oficina—. ¿Dónde estás, muchacho?


Pedro maldijo entre dientes antes de levantarse y ayudar a Paula a hacer lo mismo.


—Un momento —dijo.


Paula procuró recuperar la compostura, o al menos fingir que lo había hecho.


—¿Quién es? —le preguntó en voz baja.


—Mi abuelo.


Ella abrió los ojos de par en par y comenzó a abrocharse la camisa a toda prisa. Oyó un murmullo al otro lado de la puerta. Era una voz de mujer.


—Nonna —confirmó Pedro con pesar mientras se recomponía también—. Mi abuela.


—No digas tonterías —se oyó decir a su abuelo—. Es una oficina y no puede estar en medio de una reunión a estas horas. ¿Por qué voy a quedarme aquí esperando?


—Porque no te ha invitado a pasar.


—Ya me invito yo —fue la indignada respuesta.


Una vez dicho eso, giró el picaporte y entró. Pedro debió de adivinar que iba a hacerlo porque se colocó delante de ella para que pudiera terminar de ponerse el chaleco. Claro que no sirvió de mucho, puesto que él aún tenía la camisa desabrochada y por fuera de los pantalones.


—Te estaba buscando, Pedro —anunció el anciano—. Quiero que conozcas a alguien.


Pedro suspiró.


—Estoy seguro. Pero ya no hace falta.


—Claro que hace falta. Tienes que conocer al mayor número de mujeres posible. ¿Cómo si no vas a encontrar a tu alma gemela?


Paula se asomó a mirar y vio que Nonna observaba la escena con los ojos abiertos de par en par.


—¿Quién es ésa? —preguntó.


Paula respiró hondo antes de salir de detrás de Pedro. Sabía perfectamente que tenía el aspecto de haber estado haciendo lo que había estado haciendo. Seguro que tenía los labios rojos y un rubor en las mejillas que la delataba. La imagen de Pedro no era mucho mejor, sobre todo si la comparaba con el aire frío y formal de unos minutos antes.


Sin duda sus abuelos se habían dado cuenta de eso… y de mucho más.


El abuelo detuvo la mirada en los botones de su blusa, por lo que Paula imaginó que se había abrochado mal o quizá se había dejado alguno abierto. Nonna, por su parte, observaba el desaguisado que Pedro había hecho en su cabello.


—Hola —dijo con una enorme sonrisa en los labios—. Soy Paula Chaves.


—¿Trabajas para la empresa del catering? —preguntó el abuelo, mirándola de arriba abajo una vez más.


—Ya no. Me han despedido.


Por lo visto, no sabían qué responder, así que Paula se apresuró a romper el silencio. No podía evitarlo. Era otro de sus defectos. Laura siempre se había metido con ella por eso.


—Ha sido culpa mía —dijo—. Se me cayó una bandeja y eso es algo inadmisible. Lo bueno es que si no hubiera sido así, no habría conocido a Pedro. Aún no hemos terminado de hablarlo, pero creo que estamos prometidos.







domingo, 2 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 3




Paula se quedó sin respiración por un instante. Fue como si se quedara en blanco, como si no pudiera pensar ni sentir.


—¿Perdone? —dijo por fin.


—Sí, ya lo sé —se pasó la mano por el pelo, despeinándose, lo cual no hizo sino aumentar su atractivo porque lo hizo parecer menos perfecto y distante—. Sé que parece una locura, pero en realidad es algo muy sencillo.


Paula no se atrevió a protestar, pero lo cierto era que en aquel hombre no había nada que pareciera sencillo. Era rico y poderoso y pertenecía a una de las familias más importantes de San Francisco, los Alfonso. Además era increíblemente guapo y apasionado. ¿Cómo lo llamaban en las páginas de sociedad? Ah, sí, el lobo solitario, que además era el más guapo de todos los Alfonso.


Y era cierto.


Pero para pesar de Paula, también era cierto que seguía tan enamorado de su difunta esposa que no quería volver a casarse nunca más. Lástima que se hubiese casado con una mujer que, a pesar de ser tan bella como el hombre que tenía delante, solo había tenido un objetivo en la vida, conseguir todo lo que se había propuesto en la vida sin importarle el daño que pudiese ocasionar a otros.


—Antes lo he oído hablar con su hermano —le confesó—. Oí que le decía que no quería volver a casarse después de lo de Laura.


—Laura era mi esposa, que murió —explicó él—. Y, efectivamente, no tengo intención de volver a casarme, pero necesito una prometida. Es algo temporal.


A Laura no solía costarle tanto entender las cosas. El problema era que no le encontraba el sentido a todo aquello.


—Temporal —repitió.


Pedro se sentó en una silla frente a ella y se inclinó hacia delante, apoyando los dos en las rodillas. Teniéndolo tan cerca era aún más difícil pensar con claridad. No comprendía nada. De todos los hombres que había en San Francisco, aquél era el último por el que debería haberse sentido atraída; pero se había derretido en cuanto había visto que la miraba con sus increíbles ojos verde jade.


—Para comprenderlo debería conocer a mi familia —dijo él.


Paula se mordió la lengua. A menudo se encontraba en situaciones incómodas por culpa de su sinceridad. Pero no pudo contenerse del todo.


—Suelen aparecer en las revistas de chismorreo.


Le sorprendió ver que se mostró aliviado al oír eso.


—¿Entonces has leído algo sobre el Infierno?


—Sí —perfecto. Una respuesta concisa y amable, que además era verdad. Y que a él le gustó.


—Entonces no tengo que explicarle lo que es o que mi familia, la mayoría de sus miembros al menos, cree que realmente existe.


—Pero usted no —dedujo por su manera de decirlo.


En sus labios apareció una sonrisa maliciosa y deliciosamente atractiva.


—¿Te sorprende?


—Un poco —admitió Paula. No encontraba una manera de hacer la siguiente pregunta con tacto, así que la soltó y esperó no tener que arrepentirse—. ¿Y su esposa?


—Nunca. Nunca sentimos nada parecido al Infierno. Me alegro de que fuera así; no habría querido sentirlo con ella.


Paula se quedó boquiabierta.


—Pero…


Él la interrumpió con frialdad y pragmatismo.


—Te lo explicaré en pocas palabras. Mi esposa y yo estábamos a punto de divorciarnos cuando ella murió, así que de haber vivido el Infierno, habría sido el del demonio y el fuego y no ese cuento de hadas que tiene fascinada a mi familia.


—Pero dice que no quiere volver a casarse… —recordó con delicadeza.


—Porque no quiero volver a pasar por ese infierno.


—Claro, lo comprendo —y, conociendo a Laura, no lo culpaba en absoluto—. Pero eso no explica por qué necesita una prometida temporal.


—Hace poco mi familia se enteró de que Laura y yo no habíamos sentido el Infierno.


Paula adivinó el resto rápidamente.


—Y están intentando encontrar a una mujer que se lo haga sentir de verdad.


—Eso es. Su empeño está convirtiéndose en un verdadero problema para mí y, como no piensan parar hasta encontrarla, he decidido hacerlo yo.


Su sonrisa se hizo más grande. Una sonrisa que habría resultado espectacular de no ser por la frialdad que había en sus ojos y que denotaba cierto vacío. Paula sintió que se le encogía el corazón. Siempre había sentido debilidad por los desvalidos y abandonados. De hecho, su sueño era poder trabajar algún día en alguna organización que se dedicara a salvar animales abandonados. Tenía la sensación de que, a pesar del dinero y el poder, y del amor de su numerosa familia, Pedro Alfonso era una persona desvalida y abandonada, lo cual era un verdadero peligro para ella y para su corazón.


—¿Quiere hacerles creer que ha experimentado el Infierno conmigo? —quiso aclarar.


—En pocas palabras, sí. Quiero que lo crea toda mi familia y para ello, nos prometeremos y, unos meses después, dirás que no puedes casarte conmigo. Estoy seguro de que te daré motivos de sobra para romper el compromiso, tras lo cual me abandonarás y desaparecerás. Yo, por supuesto, me quedaré destrozado después de haber encontrado a mi amor del Infierno y haberlo perdido. Como es natural, mi familia se apiadará de mí y nadie se atreverá a presentarme a más mujeres —concluyó con satisfacción—. Y fin del problema.


—¿Y por qué cree que no seguirán buscándole novia?


—Porque si tú eres mi alma gemela, no servirá de nada que busquen a otra —le explicó con lógica aplastante—. O eras mi amor del Infierno, o es que ese Infierno no existe realmente. No sé por qué, pero sospecho que antes de admitir que la leyenda de la familia es una fantasía, preferirán creer que mi único y verdadero amor me ha abandonado. Después de eso, no tendré más remedio que continuar con mi triste y solitaria existencia sin encontrar jamás la dicha conyugal. Una tragedia, sin duda, pero conseguiré superarlo.


Paula meneó la cabeza con fingida admiración.


—Impresionante.


—Lo sé.


Ella tomó aire y lo soltó poco a poco.


—Señor Alfonso…


Pedro.


Pedro. Creo que deberías saber un par de cosas de mí. Para empezar, no se me da bien mentir.


Abrió la boca para mencionar la segunda cosa, que sin duda daría al traste para siempre con aquella oferta de trabajo. 


Pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque Pedro la interrumpió con determinación.


—Ya me había fijado y admiro tu honestidad. Será la clave para convencer a mi familia de que estamos inmersos en el Infierno.


Su mente se quedó en blanco como si una ráfaga de viento hubiese barrido cualquier pensamiento como hojas secas.


—¿Cómo?


—Vamos a hacer un pequeño experimento. Si no funciona, nos olvidaremos del plan y buscaré a otra persona. De todos modos te daré un trabajo, pero será algo más convencional —la miró fijamente—. Pero si el experimento funciona, pondremos el plan en marcha.


—¿Qué clase de experimento? —preguntó con cierta inquietud.


—Primero quiero establecer ciertos parámetros.


—¿Parámetros?


¿Cómo había podido creer Laura que podría controlar a aquel hombre? Gracias al sexo, claro. Sin embargo, por lo que había visto en el rato que llevaba con Pedro, Paula tenía la sensación de que tampoco eso funcionaría durante mucho tiempo y, en cualquier caso, solo serviría dentro de los confines del dormitorio.


—Por encima de todo, soy un hombre de negocios y, antes de que sigamos adelante, quiero asegurarme de que estamos completamente de acuerdo.


Paula hizo un esfuerzo para no sonreír.


—¿Por qué no me explica cuáles son esos parámetros y así veremos a qué clase de acuerdo llegamos?


—Primero, tengo que dejar muy claro que será una relación temporal; acabará en cuanto que cualquiera de los dos queramos ponerle fin.


Paula lo pensó un momento y después se encogió de hombros.


—Me parece que en eso es igual que un compromiso de verdad.


—Lo que nos lleva al siguiente punto. Tú no quieres mentir, ni yo quiero que lo hagas, así que desde el momento en que nos comprometamos, el compromiso será de verdad. La única diferencia es que tarde o temprano romperemos y, cuando eso ocurra, recibirás una justa compensación.


—Será un compromiso de verdad, pero estamos planificando la ruptura —Paula enarcó una ceja—. La verdad es que no creo que ambas cosas sean compatibles.


Pedro titubeó y, a pesar de su aparente frialdad, en sus ojos apareció algo parecido al dolor.


—A mí no se me dan bien las relaciones —confesó—. Al menos eso es lo que me han dicho. Me imagino que lo comprobarás enseguida y estarás encantada de poner fin a la relación, pero hasta entonces, será como cualquier noviazgo, incluyendo el anillo de compromiso y los planes de boda —apretó los labios antes de añadir—: Aunque prefiero que la fecha sea lo más lejana posible, para no tener que fijar fechas, ni hacer ningún tipo de adelanto de dinero.


Paula sonrió con sentido del humor.


—No queremos apresurarnos después de tu primera experiencia con el matrimonio. Es mejor un noviazgo largo para estar bien seguros.


—¿Lo ves? Ya has comprendido cómo funciona esto.


Parecía tener el mismo sentido del humor; de hecho, esa vez la sonrisa le llegó a los ojos. De no haber estado sentada, seguramente le habrían flaqueado las rodillas. Era el hombre más guapo que había visto en su vida. No era justo que un solo hombre tuviera tanta belleza. Unos pómulos marcados, una barbilla pronunciada y una boca perfecta para besar: mirara donde mirara, todo era impresionante. Incluso el pelo era perfecto, un tono castaño salpicado de reflejos dorados como el sol. Pero lo que más le más le fascinaba eran sus ojos, de un color verde como el jade que parecía oscurecerse como un bosque cubierto de sombras dependiendo de su estado de ánimo.


—¿Y cómo lo haremos? —le preguntó por fin—. Si decido aceptar.


Le vio fruncir el ceño e incluso eso le pareció atractivo.


—Puede que no funcione —admitió—. Creo que será fácil saberlo, pero tendrás que confiar en mí.


Paula tomó aire y se lanzó al vacío.


—De acuerdo. ¿De qué se trata?


—Es una prueba muy sencilla. Si no la superamos, nos olvidamos de todo y te busco un trabajo en la empresa. Pero si funciona, podremos dar el siguiente paso.


—¿Qué clase de prueba? —preguntó con cautela.


—Ésta.


Pedro se puso en pie, se colocó delante de ella y le tendió una mano. Ella se levantó también y le dio la mano. En cuando le rozó los dedos sintió una explosión de calor, una especie de chispa que le atravesó la piel e incluso los huesos. No le dolió. No exactamente. Fue como si… como si sus manos se fundieran. Paula retiró la mano y lo miró, desconcertada.


—¿Qué ha sido eso? —preguntaron los dos al unísono.


Pedro dio un paso atrás y la miró con desconfianza.


—¿Tú también lo has sentido?


—Claro —se frotó la mano contra los pantalones para intentar borrar la sensación, pero no sirvió de nada—. ¿Qué ha sido?


—No tengo ni idea.


Paula se miró la palma de la mano. No tenía ninguna marca que reflejara el calor que había experimentado de pronto.


—No ha sido… —se aclaró la garganta—. No es posible que haya sido…


Vio la misma sorpresa en su rostro, el mismo empeño en negarlo. Pero entonces apareció en su rostro una expresión calculadora.


—¿El Infierno? —murmuró—. ¿Por qué no? Qué demonios.


—No hablas en serio, ¿verdad? —preguntó, anonadada.


—Personalmente, no creo en ello, pero las descripciones que he oído se parecen mucho a lo que acabamos de sentir.


—¿Ésa era la prueba? ¿Querías ver si sentíamos el Infierno al tocarnos?


—No. La verdad es que iba a besarte.


Paula dio un paso atrás, no sabía si le sorprendía más la idea o la frialdad con que lo había dicho.


—¿Por qué?


—No tiene ningún sentido que digamos que estamos prometidos si no te sientes atraída por mí —explicó—. Mi familia se daría cuenta enseguida.


Paula volvió a mirarse la palma de la mano y se la frotó contra la otra.


—¿Entonces lo que acaba de pasar no es más que una coincidencia?


—Eso espero.


Vaya. Levantó la mirada hasta sus ojos y, al encontrarse con ellos, el calor que aún manaba de su mano se extendió por todo su cuerpo. Se hizo más intenso, más profundo. De pronto la invadió una peligrosa curiosidad que hizo que pronunciara unas palabras que no tenía intención de decir. 


Pero salieron de su boca y quedaron flotando en el aire.


—Has dicho que ibas a besarme.


Él dio dos pasos. Paula sabía lo que iba a hacer, podía verlo en su mirada, en la decisión que transmitía la expresión de su rostro. Tuvo oportunidad de escapar, pero por algún motivo no pudo elegir la solución más sencilla. Otro rasgo de su personalidad, o quizá otro defecto, dependiendo de las circunstancias. El caso fue que se quedó allí, completamente inmóvil, y dejó que la estrechara en sus brazos.


Era un error por muchas razones. Por Paula. Porque no era real. Porque, por mucho que quisiera negarlo, el deseo crecía dentro de ella como la marea antes de una tormenta hasta el punto de impedirle pensar. Aún no la había besado y ya se había rendido a él, olvidándose por completo del sentido común.


Lo vio inclinarse y esperó su beso, un beso que no llegó.


—Parece algo real, ¿verdad? —susurró él—. Puede que sea real. Quizá esto del compromiso no sea tan mala idea. Tendremos que averiguar qué significa todo esto.


—¿El qué? —consiguió preguntar Paula.


—Esto…


Cuando por fin llegó, el beso la golpeó con la fuerza de un huracán. No tenía la menor duda de que Pedro tenía pensado que fuera algo suave, nada más que una prueba. Pero en cuanto la tocó, la pasión se apoderó de ella y la impulsó a echarle los brazos alrededor del cuello.


No fue ninguna sorpresa que sus besos fueran tan increíbles como su belleza. Con esa boca, ¿cómo iba a besar mal? La furia de sus labios reveló su falta de control, pero también había una ternura que la impulsó a abrir la boca y dejar que la saboreara un poco más. Mientras, se acurrucó contra su cuerpo, contra esos músculos masculinos que contrastaban con sus curvas redondeadas. Él bajó las manos por su espalda y titubeó un segundo antes de agarrarle el trasero para apretarla contra sí. Paula se vio invadida por un sinfín de sensaciones. Su olor y su sabor la hicieron estremecer, embriagada por una experiencia completamente nueva.