jueves, 29 de junio de 2017
EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 12
Domingo, 1:00 horas
Vio que en los ojos de Paula surgía el interés y sonrió para sus adentros. Al comprarlo, había dado por hecho que le gustaría. A los dos.
—Atrevimiento o Verdad, Edición para Amantes —repitió—. Suena divertido.
Mientras él mezclaba, le dio otro bombón y luego tomó uno para ella. Al terminar de mezclar, dejó la baraja en la colcha entre ambos.
—Las damas primero. ¿Qué quieres, Atrevimiento o Verdad?
—Cielos… elegiré verdad.
—Gallina —se burló. Con la carta sostenida a la luz de la vela, leyó—: «¿Qué es lo primero que notas en un miembro del sexo opuesto»?
Frunció los labios y reflexionó.
—Depende. Si está sonriendo, su sonrisa. Si no, sus ojos.
Un demonio interior hizo que Pedro dijera:
—Vamos, primero le miras el trasero. Reconócelo.
—No. Bueno, no a menos que esté detrás de él, en cuyo caso imagino que el trasero sería lo primero —clavó la vista en el de Pedro—. Ahora que lo pienso, fue lo primero que noté en ti. Tenías un trasero magnífico mientras cortabas el césped de tu casa.
—Gracias. Y luego notaste mi sonrisa, ¿verdad? —ironizó.
—En realidad, sí. Y luego, después de que te quitaras las gafas de sol, tus ojos.
—¿Y qué pensaste?
—¿Buscas cumplidos? —replicó.
—No, solo la verdad —sonrió—. Por supuesto, si da la casualidad de que la verdad es halagüeña, no me quejaré.
—Me gustó tu sonrisa. Era amigable, aunque algo pícara. Como si tuvieras un buen sentido del humor y no te tomaras demasiado en serio. Pero lo que realmente me cautivó fueron tus ojos —antes de permitirle que continuara con el interrogatorio, tomó una carta—: ¿Atrevimiento o Verdad?
Pedro bebió un trago de vino, luego dijo:
—Atrevimiento.
Ella estudió las palabras y en sus labios se asomó sin pudor una sonrisa.
—Masajea los hombros de tu pareja durante un minuto mientras hablas sobre lo mucho que te gusta —riendo entre dientes, se movió para ofrecerle la espalda—. Por mí, perfecto.
—Y en absoluto una penalidad para mí —dejó la copa a un lado, alargó las manos y le masajeó los hombros, sonriendo cuando Paula soltó un suspiro de placer. Para cumplir con la prueba, habló—: Disfruto de esto debido a ese sonido que emites cuando algo te gusta. Una especie de vibración jadeante que es medio suspiro, pero más profundo. Más sexy. Como un gruñido. Y el tacto de tu piel… tan suave.
Hace que me pregunte qué te has puesto para que resulte tan agradable bajo mis manos.
Se acercó más y la masajeó con un poco más de intensidad.
Ella dejó caer la cabeza hacia delante y gimió.
—Ése sí que es un sonido que podría hacer que un hombre lo dejara todo y se dedicara a hacerte gemir de esa manera otra vez. Y presentar tu nuca de esta manera… —le apartó el pelo y le besó un lunar—. Muy placentero —después de besar otra vez el cuello fragante, se echó para atrás.
—El minuto no ha pasado —protestó ella.
—De hecho, han sido más de dos minutos.
—Oh. Maldición —suspiró y se volvió para quedar frente a él—. Tienes unas manos magníficas.
—Y tú unos hombros magníficos. Entre otras cosas —sonrió y retiró una carta—. ¿Atrevimiento o Verdad?
—Como la última vez me llamaste gallina, me siento en la necesidad de recuperar mi honor. Atrevimiento.
Pedro estudió la carta y luego movió la cabeza.
—Vaya, te toca una facilita.
—¿Qué tengo que hacer?
—Eres una crítico de moda —leyó—. Analiza el atuendo de tu pareja.
Con exageración, estudió lentamente la toalla que le cubría las caderas.
—Vestido a la última en toalla blanca comprada en Bed, Bath & Beyond, mi pareja hace que los modelos de ropa interior de Calvin Klein parezcan aficionados. El modo en que esa prenda le deja el torso al desnudo… —alargó la mano y pasó las yemas por los hombros, luego las movió despacio sobre las tetillas, el abdomen, la piel que había justo encima del borde de la toalla, haciendo que los músculos tuvieran un espasmo involuntario—. Muy bonito —afirmó con esa voz ronca que solo podía describirse como un ronroneo—. Igual que el modo en que el material le ciñe las caderas y las piernas —pasó la mano sobre el algodón, y luego la introdujo por debajo para subirla por la parte interior del muslo.
Cuando lo tomó en su mano cálida, lo vio contener el aliento—. El acceso fácil a sus… atributos es, decididamente, un plus. En resumen, una declaración de moda muy sexy que luce muy, muy bien.
Despacio retiró la mano, y le dedicó una sonrisa por la erección evidente que le alzaba la toalla.
Pedro tardó unos segundos en encontrar la voz.
—Me pareció oírte decir que este juego no se te daba bien.
—Quizá me equivoqué.
—Cariño, prescinde del «quizá».
Sin dejar de sonreír, ella retiró una carta.
—¿Atrevimiento o Verdad?
—Creo que en esta ocasión será mejor que pruebe con verdad.
—Finaliza el poema «Las rosas son rojas, las violetas son azules…».
Ni siquiera tuvo que pensarlo.
—«Quiero volver a hacer el amor contigo».
Ella aplaudió.
—Fantástico.
—Sí. Y ahora te toca pagar.
Riendo, Paula movió la cabeza.
—No hemos terminado el juego.
—Bien. Pero considéralo una advertencia justa… No voy a durar mucho más —extrajo una carta—. ¿Atrevimiento o Verdad?
—Verdad.
—¿Quién fue la primera persona que te rompió el corazón?
La sonrisa de ella vaciló, y al momento se desvaneció.
Apartó la vista y después de lo que pareció un silencio prolongado e incómodo, volvió a mirarlo.
—Tú.
Pedro no trató de ocultar su sorpresa.
—¿Yo?
—Tú.
—Yo te rompí el corazón.
—Sí, lo hiciste.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
—¿Qué puede importar ahora? He respondido con sinceridad, así que continuemos.
—Importa porque no lo sabía. Dímelo.
Ella se encogió de hombros.
—Digamos que quedé bastante destrozada cuando dijiste que deberíamos estar libres para salir con otras personas.
Una extraña sensación de vacío le atenazó el pecho.
—¿En serio?
Ella volvió a encogerse de hombros y sonrió.
—Eh, a ninguna chica le gusta que la dejen.
Frunció el ceño y la miró fijamente.
—Yo no te dejé, Paula.
—¿No? ¿Cómo llamas al hecho de que tu novio te dice que solo quiere que seáis amigos, que disfrutéis de libertad para salir con otros? No hace falta ser ingeniero aeronáutico para leer entre líneas.
—Estuvimos mutuamente de acuerdo en que, dada nuestra edad y situación, sería mejor que las cosas se enfriaran un poco. No amarrarnos el uno al otro.
—Fue dolorosamente evidente que representaba más que eso, Pedro. Pero como ésa fue la única explicación que me ofreciste, tuve que aceptarla. Lo que tú llamas «mutuamente de acuerdo», yo lo llamo «tú decidiste».
—¡Pero tú estuviste de acuerdo! Sin reservas, si no recuerdo mal.
—¿Qué esperabas que hiciera? Era obvio que tú querías libertad o no habrías sacado el tema. A menos que quisiera parecer desesperada y que no quería soltarte, lo que no pensaba manifestar, no tenía mucha elección. Puede que no me quedara mucho orgullo, pero sí algo. Aquel verano ya me había dejado mi novio de Chicago. Dos veces era demasiada humillación de golpe.
—Aguarda un momento. Tu novio de Chicago no te dejó… tú rompiste con él.
Ella movió la cabeza.
—No. Había sido mi intención romper con él. Por mis sentimientos hacia ti. Pero antes de que tuviera la oportunidad de comentárselo, me llamó. Me dijo que había conocido a otra chica. No es que me partiera el corazón, ni que me sorprendiera. Pero contigo… fueron las dos cosas.
—¿Partirte el corazón? ¿No crees que es una exageración? Quiero decir, te recuperaste con rapidez.
—¿A qué te refieres?
—A que cuando te llamé en tu segunda semana en la universidad, ya estabas saliendo con un chico. Tú me contaste lo estupendo que era, lo mucho que te gustaba, lo bien que lo pasabais juntos —e incluso después de tantos años, aún recordaba el dolor profundo que le habían causado sus palabras.
Ella se mordió el labio inferior, y luego bajó la vista a sus manos.
—Quizá exagerara un poco.
—¿Qué significa eso?
Suspiró y luego lo miró.
—Me lo inventé. No salía con nadie.
Pedro sintió como si todo en su interior se hubiera movido.
—¿No?
—No. Pero cuando llamaste, la idea de escuchar al hombre que amaba hablarme de todas las mujeres sofisticadas que conocía en su nuevo trabajo de alto standing en Wall Street… bueno, no pude soportar la idea. Y menos cuando todo lo que había hecho yo durante esas dos semanas había sido llorar sobre mi almohada. Así que me lo inventé.
Se quedó quieto. ¿Paula acababa de decir…?
—¿El hombre que amabas? ¿Estabas enamorada de mí?
—Estaba loca por ti.
Él tardó varios latidos del corazón en encontrar su voz.
—Nunca me lo dijiste.
—Nunca dije las palabras. Pero intenté mostrártelo de todas las maneras que podía.
Regresó mentalmente al pasado y se dio cuenta de que ella se lo había mostrado. De docenas de maneras distintas. Con gestos considerados. Con galletas caseras. Con notas manuscritas. Con innumerables sonrisas. Y con su cuerpo…
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó con voz ronca.
Ella se tomó varios segundos para responder.
—Tenía miedo. De asustarte y que te fueras. De que me rechazaras. De que fuera demasiado, demasiado pronto. Créeme, era muy consciente de nuestras situaciones diferentes… tú ya te habías graduado de la universidad y empezabas una carrera y yo acababa de terminar el instituto. Lo último que quería era parecer una adolescente encandilada. De modo que decidí que esperaría que tú me lo dijeras primero —el fantasma de una sonrisa cruzó por su cara—. Pero nunca lo hiciste. A cambio, me dijiste que deberíamos ser amigos y ver a otras personas —antes de que él pudiera comentar algo, soltó una risa fugaz y movió la cabeza—. No sé por qué te he contado todo esto. No es que importe después de tantos años.
—Me lo has dicho porque lo pregunté —pero ella tenía razón. No importaba después de tantos años. ¿O sí? No, claro que no.
No obstante, sintió como si le debiera la misma verdad que ella le había ofrecido.
—Cuando te llamé a la universidad… no era para contarte a cuántas mujeres sofisticadas estaba conociendo en mi nuevo trabajo.
—Oh. ¿Por qué llamaste?
—Porque me di cuenta de que había cometido un error —se pasó la mano por el pelo—. Que te amaba y que era desdichado sin ti. Y que no quería estar con nadie más.
Ella abrió mucho los ojos e incluso a la luz tenue de las velas, la vio palidecer.
—Oh… cielos. ¿Por qué no dijiste algo cuando llamaste?
—¿Qué se suponía que debía decir después de que te explayaras poéticamente sobre tu nuevo novio?
Lo miró durante varios segundos, aturdida y algo atontada.
Luego emitió un sonido carente de humor.
—Que me condenen.
—Sí. Que me condenen —a él le daba vueltas la cabeza, tratando de reconciliarse con lo que le había contado.
Había estado enamorada de él. Loca por él. Dios. Cerró momentáneamente los ojos, experimentando una sensación extraña que parecía una especie de disfunción interna.
—¿Cuánto tiempo has estado enamorado de mí? —preguntó ella con voz apenas inaudible.
«Desde el primer instante en que te vi. Desde la primera vez que me sonreíste. Desde el momento en que te toqué».
—Un tiempo.
—¿Por qué no me lo contaste?
Movió la cabeza.
—Por el mismo motivo por el que tú no lo hiciste. Lo que sentía por ti, la profundidad de mis sentimientos, me aterró —enlazó los dedos con los de ella—. Lo siento, Paula. No me di cuenta de que te importaba tanto. Debería, pero… ¿qué puedo decir? Fui un idiota. Pensé que establecer cierta distancia entre nosotros me ayudaría a sentar la cabeza, pero lo único que consiguió fue hacerme desdichado. Y luego fue demasiado tarde. Jamás fue mi intención herirte.
Ella tragó saliva.
—Parece que yo también te herí, y lo siento. Te juro que no afirmé estar saliendo con un chico para hacerte daño. Solo lo hice para protegerme. Porque tú no me deseabas más.
Que no la deseaba más.
Sintió como si lo hubieran vuelto del revés.
—Dios. Paula, nada podría haber estado más alejado de la verdad. El problema era que te deseaba demasiado.
Y lo único que había conseguido había sido romperle el corazón. Le dolía solo pensar en ello. Y en el proceso, se partía su propio corazón. Lo cual era ridículo. No debería doler después de tantos años.
Ni siquiera sabía si se sentía feliz de haberse enterado de toda la verdad.
Ella le apretó la mano y cortó su tren de pensamientos.
Luego separó los dedos de los suyos y emitió una risa leve.
—Míranos, tan serios y atrapados por el pasado. Todo sucedió hace mucho tiempo, y lo hecho, hecho está. La buena noticia es que logramos mantenernos como amigos. ¿Cuántos antiguos amantes pueden confirmar eso?
No lo sabía. Ni le importaba. Lo único que sabía era que se sentía… deshecho. Y no podía desprenderse de esa sensación profunda y perturbadora de que había perdido algo muy, muy especial.
El silencio entre ellos se quebró por la voz suave del locutor de la radio:
—El último parte sobre el apagón. Los técnicos siguen en su trabajo por restaurar la energía, pero aún no se conoce cuándo se recuperará el sistema. Llamadnos a Canciones sensuales y dedicatorias decadentes y os pondremos algo para ayudaros a establecer una atmósfera de seducción. Nuestra siguiente dedicatoria va para Paula de parte de Pedro. Paula, Pedro nos pidió esta canción porque siempre le ha recordado a ti —el locutor rio entre dientes con suavidad—. Supongo que todos podemos imaginar de qué color son los ojos de Paula. Aquí va Brown Eyed Girl, de Van Morrison…
Ella miró la radio y el corazón le dio un vuelco. Aún no se había recobrado de la confesión de Pedro, y ahí le ofrecía ese gesto romántico. Se volvió hacia él.
—¿Es del Pedro que conozco a la Paula que conozco?
—¿Conoces a otro Pedro y a otra Paula con ojos castaños?
—¿Cuándo llamaste?
—Cuando fui a la cocina —le tomó la mano—. ¿Quieres bailar? ¿Por los viejos tiempos?
Sin confiar del todo en su propia voz, asintió, se deslizó al borde de la cama y se puso de pie. Juntó la mano con la de Pedro y él la acercó, apoyando las manos unidas contra el torso y pasándole el brazo libre por la cintura. Ella subió la mano al hombro de él para rodearle el cuello, y luego cerró los ojos y apoyó la sien contra la mandíbula de Pedro.
Sintió un nudo en la garganta al verse bombardeada por una miríada de recuerdos. Se echó atrás para mirarlo. Los ojos de él, intensos y con los mismos destellos de confusión que había percibido antes, buscaron en su mirada. También había algo que no podía descifrar.
¿Se estaría haciendo las mismas preguntas que ella sobre lo que habría podido pasar?
¿Y si en vez de aceptarlo cuando le sugirió que se dieran libertad, le hubiera dicho que estaba enamorada de él?
¿Y si hubiera escuchado lo que tenía que decirle cuando la llamó a la universidad en vez de dejar que su orgullo afirmara que había iniciado una nueva relación?
¿Y si…?
—Desde el día que nos conocimos —dijo él, cortando sus pensamientos—, he pensado en ti cada vez que he oído esta canción.
Ella se tragó el nudo en la garganta y desterró todos los «y si…» que quedaban en su mente. Se forzó a sonreír.
—Mmm. ¿En mí y en cuántas chicas de ojos castaños que has conocido a lo largo de los años?
No le devolvió la sonrisa.
—Solo en ti.
Intentó contener el entusiasmo que la recorrió por esa dulce admisión, pero fue como tratar de contener el océano con un rastrillo.
—No solo porque tengas ojos castaños —continuó él—, aunque sí es parte del motivo…
—Lo suponía.
Él alzó un lado de la boca.
—Pero también es la letra… Siempre me ha creado una imagen vivida de ti. En especial la parte de hacer el amor detrás del estadio.
Ella pensó unos instantes y movió la cabeza.
—Nunca hemos hecho el amor detrás de un estadio.
—Lo sé. Pero siempre he querido. Una de las muchas fantasías adolescentes que inspirabas.
—¿Por qué jamás me llevaste allí? El del instituto estaba cerca. Me habría encantado complacerte.
—Quería. Pero entonces… se nos agotó el tiempo.
«Se nos agotó el tiempo…». Las palabras reverberaron por su cerebro. Sí, entonces se habían quedado sin tiempo, tal como les sucedería en ese momento. Esa noche terminaría y ellos se marcharían por sus respectivos caminos, realidad que apartó con firmeza. Ya le llegaría el tiempo de dominarlo todo. Hasta entonces, lo único que importaba era la fantasía.
Sonrió.
—Vistámonos.
Él soltó una risa breve.
—Totalmente lo opuesto que iba a decir yo.
Le acarició la nuca.
—Si te vistes, haré que tu fantasía se haga realidad.
—Si te desnudas, mi fantasía se hará realidad mucho más rápidamente.
Paula rio.
—Me refiero a tu fantasía de «detrás de un estadio». El instituto local se encuentra a unos quinientos metros de aquí —frotó la pelvis contra la suya—. Vistámonos, vayamos hasta allí y ocupémonos de esa fantasía no realizada. ¿Qué te parece?
En respuesta, le quitó la toalla y luego se desprendió de la suya.
—Vistámonos.
EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 11
Pedro entró en la cocina de Paula y apagó la linterna, ya que la multitud de velas aportaba suficiente luz, aparte de engalanar el aire con un aroma a vainilla. Luego apoyó las manos sobre la encimera de granito, bajó la cabeza y trató de integrar el tornado de emociones que remolineaba por su interior en cierto orden.
Se sentía completamente… desmadejado. Como si alguien hubiera tirado de un hilo suelto y, después de haber girado como una peonza, hubiera terminado sin camisa.
Entre Paula y él estaba sucediendo algo. Algo que era mucho más que sexo. Al menos para él.
Era algo… intenso. En un sentido que lo desconcertaba, que no podía recordar haber vivido jamás con nadie.
Excepto ella.
Alzó la cabeza y miró la oscuridad a través de la ventana, viendo solo su reflejo apagado en el cristal. Sus ojos parecían aturdidos. Ese escenario parecía tan familiar.
Paula inundando cada rincón de su mente. Llenándolo con risas, felicidad y excitación. E igual que antes, descubría que sentía demasiado, demasiado pronto. Como había sucedido en el pasado, lo aterraba. Necesitaba recordar que solo era por una noche. Que solo representaba un bálsamo para el ego magullado de ella. Cada uno tenía una vida propia que, otra vez, iba en sentido opuesto. En menos de cuarenta y ocho horas, iniciaría el viaje de su vida. Había esperado mucho tiempo esa oportunidad de disfrutar sin las presiones y el estrés del trabajo, de viajar sin preocupaciones por Europa, para gozar de los paisajes, la comida, el vino y de mujeres sexys.
En cuanto acabara esa noche, en cuanto dejara de estar sometido a ese continuo estímulo sexual, colocaría de nuevo todo en perspectiva.
Únicamente se sentía… nostálgico. Estar con Paula era como estar con un diluvio de recuerdos de sensaciones y emociones que había sentido por ella años atrás. De lo mucho que disfrutaba de su compañía, dentro y fuera de la cama. Sí, no eran más que eso… recuerdos.
Lo único que necesitaba era poner un poco de espacio físico entre ellos durante unos minutos para que la cabeza se le despejara y los pensamientos volvieran a alinearse correctamente. Porque, ¿cómo se podía soñar con pensar claramente besándola, tocándola, enterrado en ella?
Sin embargo, no podía quitarse la sensación de que le habían dado en el blanco, justo en el corazón.
Seguro que era resultado de los recuerdos. De recordar todas las cosas que había sentido al estar con ella. La excitación embriagadora. La felicidad profunda. Lo mucho que la había admirado y que le había gustado. Lo profundamente que la había amado. Después de esa noche, seguirían sus respectivos caminos, tal como habían hecho en el pasado. E igual que entonces, era lo mejor para ambos.
Movió la cabeza. ¿Cómo era posible que hubiera estado insatisfecha durante meses? El hecho de que su exnovio pudiera no tocarla durante más de varios minutos… increíble.
Quizá debería enviarle una nota de agradecimiento. De no haber sido un imbécil, él no hubiera tenido esa noche con Paula. Y durante esa noche, ella era suya.
Dedicó unos minutos a recoger lo que quería, y luego puso todo en una bandeja de plástico con forma de palmera que había encontrado en un armario. Justo antes de regresar al dormitorio, hizo una rápida llamada… y recordó apagar el móvil al terminar. Luego recogió la bandeja cargada y volvió al dormitorio.
Al entrar, Paula se puso de lado y observó con evidente interés mientras él depositaba la bandeja en el borde de la cama y retiraba las velas gordas para colocar una en la mesilla y la otra sobre la cómoda, lo que sumió la habitación en un pálido resplandor dorado.
—¿Qué es esto? —preguntó, indicando la bandeja con un gesto de la cabeza.
—Un poco de iluminación romántica. El vino. Los bombones.
Ella se sentó.
—¿Bombones? Has saqueado mi despensa, ¿verdad?
—No. Los traje yo —alzó la caja envuelta aún en celofán—. Pedí la extragrande.
—Fabuloso. Nunca hay suficientes.
Se inclinó y le dio un beso.
—Lo mismo que pensaba yo. También traje la música —se irguió, puso la radio en la mesilla y ajustó el volumen.
—Bienvenidos de nuevo a Canciones sensuales y dedicatorias decadentes. Espero que todo el mundo esté seguro durante el apagón, y que si por casualidad os encontráis con alguien sensual, aprovechéis la oportunidad. Llamadnos y decidnos qué canción le daría más sentido a vuestras horas en la oscuridad. La canción que os voy a poner a continuación la solicitó J.D., de Brooklyn, para Kathleen. Eh, Kathleen… tu chico dice que no ha sido el mismo desde que te vio. Un vistazo bastó para que le robaras el corazón. Aquí va Can't Take My Eyes Off of You…
Con la música sonando suavemente de fondo, Pedro se sentó en la cama, lo bastante cerca como para que sus rodillas se tocaran. Sirvió dos copas de vino mientras Paula abría la caja de bombones.
—Vaya —comentó mientras quitaba el papel plateado que cubría las delicias de chocolate—. Proporcionas orgasmos, luego música, comida y bebida. Si eso no sale de algún catálogo de fantasía, no sé de dónde viene.
—Me alegro de que estés satisfecha. También proporciono entretenimiento —mezcló la baraja que había llevado.
—¿Quieres jugar a la canasta? —mordió la mitad de un bombón y le ofreció a él la otra mitad. Inclinándose, Pedro le sujetó la muñeca y se llevó el chocolate a la boca con dos dedos suyos.
Después de lamer todo el chocolate de las yemas de los dedos, repuso:
—No se trata de una baraja corriente. Son unas cartas de Atrevimiento o Verdad.
—Mmm. No se me da bien ese juego.
—¿Por qué? Jamás pensé que tendrías problemas para decir la verdad.
—Oh, no es la parte de la verdad. Es la del atrevimiento. No se me da bien eso de «comerme un bicho» o «beber leche cortada».
—No te preocupes. Es la baraja Atrevimiento o Verdad, Edición para Amantes.
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