jueves, 29 de junio de 2017
EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 11
Pedro entró en la cocina de Paula y apagó la linterna, ya que la multitud de velas aportaba suficiente luz, aparte de engalanar el aire con un aroma a vainilla. Luego apoyó las manos sobre la encimera de granito, bajó la cabeza y trató de integrar el tornado de emociones que remolineaba por su interior en cierto orden.
Se sentía completamente… desmadejado. Como si alguien hubiera tirado de un hilo suelto y, después de haber girado como una peonza, hubiera terminado sin camisa.
Entre Paula y él estaba sucediendo algo. Algo que era mucho más que sexo. Al menos para él.
Era algo… intenso. En un sentido que lo desconcertaba, que no podía recordar haber vivido jamás con nadie.
Excepto ella.
Alzó la cabeza y miró la oscuridad a través de la ventana, viendo solo su reflejo apagado en el cristal. Sus ojos parecían aturdidos. Ese escenario parecía tan familiar.
Paula inundando cada rincón de su mente. Llenándolo con risas, felicidad y excitación. E igual que antes, descubría que sentía demasiado, demasiado pronto. Como había sucedido en el pasado, lo aterraba. Necesitaba recordar que solo era por una noche. Que solo representaba un bálsamo para el ego magullado de ella. Cada uno tenía una vida propia que, otra vez, iba en sentido opuesto. En menos de cuarenta y ocho horas, iniciaría el viaje de su vida. Había esperado mucho tiempo esa oportunidad de disfrutar sin las presiones y el estrés del trabajo, de viajar sin preocupaciones por Europa, para gozar de los paisajes, la comida, el vino y de mujeres sexys.
En cuanto acabara esa noche, en cuanto dejara de estar sometido a ese continuo estímulo sexual, colocaría de nuevo todo en perspectiva.
Únicamente se sentía… nostálgico. Estar con Paula era como estar con un diluvio de recuerdos de sensaciones y emociones que había sentido por ella años atrás. De lo mucho que disfrutaba de su compañía, dentro y fuera de la cama. Sí, no eran más que eso… recuerdos.
Lo único que necesitaba era poner un poco de espacio físico entre ellos durante unos minutos para que la cabeza se le despejara y los pensamientos volvieran a alinearse correctamente. Porque, ¿cómo se podía soñar con pensar claramente besándola, tocándola, enterrado en ella?
Sin embargo, no podía quitarse la sensación de que le habían dado en el blanco, justo en el corazón.
Seguro que era resultado de los recuerdos. De recordar todas las cosas que había sentido al estar con ella. La excitación embriagadora. La felicidad profunda. Lo mucho que la había admirado y que le había gustado. Lo profundamente que la había amado. Después de esa noche, seguirían sus respectivos caminos, tal como habían hecho en el pasado. E igual que entonces, era lo mejor para ambos.
Movió la cabeza. ¿Cómo era posible que hubiera estado insatisfecha durante meses? El hecho de que su exnovio pudiera no tocarla durante más de varios minutos… increíble.
Quizá debería enviarle una nota de agradecimiento. De no haber sido un imbécil, él no hubiera tenido esa noche con Paula. Y durante esa noche, ella era suya.
Dedicó unos minutos a recoger lo que quería, y luego puso todo en una bandeja de plástico con forma de palmera que había encontrado en un armario. Justo antes de regresar al dormitorio, hizo una rápida llamada… y recordó apagar el móvil al terminar. Luego recogió la bandeja cargada y volvió al dormitorio.
Al entrar, Paula se puso de lado y observó con evidente interés mientras él depositaba la bandeja en el borde de la cama y retiraba las velas gordas para colocar una en la mesilla y la otra sobre la cómoda, lo que sumió la habitación en un pálido resplandor dorado.
—¿Qué es esto? —preguntó, indicando la bandeja con un gesto de la cabeza.
—Un poco de iluminación romántica. El vino. Los bombones.
Ella se sentó.
—¿Bombones? Has saqueado mi despensa, ¿verdad?
—No. Los traje yo —alzó la caja envuelta aún en celofán—. Pedí la extragrande.
—Fabuloso. Nunca hay suficientes.
Se inclinó y le dio un beso.
—Lo mismo que pensaba yo. También traje la música —se irguió, puso la radio en la mesilla y ajustó el volumen.
—Bienvenidos de nuevo a Canciones sensuales y dedicatorias decadentes. Espero que todo el mundo esté seguro durante el apagón, y que si por casualidad os encontráis con alguien sensual, aprovechéis la oportunidad. Llamadnos y decidnos qué canción le daría más sentido a vuestras horas en la oscuridad. La canción que os voy a poner a continuación la solicitó J.D., de Brooklyn, para Kathleen. Eh, Kathleen… tu chico dice que no ha sido el mismo desde que te vio. Un vistazo bastó para que le robaras el corazón. Aquí va Can't Take My Eyes Off of You…
Con la música sonando suavemente de fondo, Pedro se sentó en la cama, lo bastante cerca como para que sus rodillas se tocaran. Sirvió dos copas de vino mientras Paula abría la caja de bombones.
—Vaya —comentó mientras quitaba el papel plateado que cubría las delicias de chocolate—. Proporcionas orgasmos, luego música, comida y bebida. Si eso no sale de algún catálogo de fantasía, no sé de dónde viene.
—Me alegro de que estés satisfecha. También proporciono entretenimiento —mezcló la baraja que había llevado.
—¿Quieres jugar a la canasta? —mordió la mitad de un bombón y le ofreció a él la otra mitad. Inclinándose, Pedro le sujetó la muñeca y se llevó el chocolate a la boca con dos dedos suyos.
Después de lamer todo el chocolate de las yemas de los dedos, repuso:
—No se trata de una baraja corriente. Son unas cartas de Atrevimiento o Verdad.
—Mmm. No se me da bien ese juego.
—¿Por qué? Jamás pensé que tendrías problemas para decir la verdad.
—Oh, no es la parte de la verdad. Es la del atrevimiento. No se me da bien eso de «comerme un bicho» o «beber leche cortada».
—No te preocupes. Es la baraja Atrevimiento o Verdad, Edición para Amantes.
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