sábado, 29 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 5





—¡Cielos!


Ella vio que él la miraba, pero continuó mirando la verja de hierro que estaban atravesando con el coche. Nada más entrar, torcieron a la izquierda y aparecieron frente a una casa.


Sin duda, era una casa, pero ella nunca había visto algo así. 


El tejado era casi plano y tenía un alero pronunciado. La puerta era negra y estaba situada en la mitad izquierda. 


También había tres ventanas y un ventanal que llegaba casi hasta el tejado.


En el lado derecho estaba el garaje.


No era una construcción bonita, pero era de atractiva simplicidad.


Él detuvo el coche frente al garaje, junto a un contenedor lleno de materiales de construcción y basura que indicaba que la casa estaba recién construida o que acababan de renovarla.


Ella miró a Pedro. Había salido del coche sin decir nada y se había acercado a su puerta para ayudarla a bajar. Ella lo siguió hasta la puerta y esperó a que abriera.


Al ver que hacía un gesto para que pasara, dio dos pasos hacia delante y se detuvo asombrada. La pared del fondo era de cristal. Desde el suelo hasta el techo. Y tras la enorme cristalera se veía una terraza, una gran extensión de césped y el mar en el horizonte.


Ella dio otro paso adelante. Ni siquiera se fijó en la casa. Era irrelevante. El mar la tenía atrapada. El sol brillaba sobre el agua revuelta, pero ella podía imaginarlo brillando sobre el mar en calma, o sobre un fuerte temporal. Sabía que reflejaría cualquier estado de la naturaleza, la brisa del viento y las gotas de lluvia, renovando su espíritu, recargando su energía y llenando su alma. Era impresionante y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.


Adoraba el mar. Y necesitaba verlo. Y él veía aquello cada día. Impresionante. Un hombre afortunado.


Ella apartó la vista y miró a su alrededor. Al fijarse en la casa, se quedó boquiabierta.


Estaban en el recibidor donde se encontraba la escalera. Era un espacio amplio y vacío, excepto por los escalones de madera que parecían salir de la pared.


Ella se acercó a la cristalera fijándose en las paredes blancas y el suelo de pizarra. A la derecha, vio la entrada a un salón enorme donde había grandes sofás alrededor de una mesa de café y de una alfombra de lana. La habitación estaba dividida en dos, y la cocina quedaba en una esquina desde la que se podía ver el mar mientras se cocinaba. Era preciosa.


Asombrosa. Tan simple, de líneas tan puras…


Eso era. Puro. Daba sensación de calma y tranquilidad y hacía que olvidara el estrés de los últimos meses. Era sorprendente que una casa pudiera provocar una sensación así con sólo entrar en ella.


Se volvió y miró a Pedro a los ojos. Él la observaba, esperando su reacción.


—Es preciosa —dijo ella, y para su sorpresa vio que él se relajaba, como si le importara su opinión—. Alucinante. Es como una de esas casas modernistas de los años treinta que he visto en los libros… Y no me preguntes de quién, soy malísima con los nombres, pero… ¡Guau, Pedro! Es impresionante. El espacio, la luz… ¿Tú también puedes sentirlo? ¿O sólo soy yo? —de pronto se preguntó si él iba a reírse de ella.


—Creo que has endulzado demasiado el pastel. No es que no me sienta halagado, pero ellos estaban a otro nivel. Pero me alegro de que te guste.


—Me encanta. Es impresionante, y no está a otro nivel, para nada. Bueno, en realidad no sé nada de esto, pero creo que no le estás haciendo justicia al arquitecto. Es estupenda. ¿Quién la ha diseñado? Me encantaría conocerlo. ¿Es nueva o la has reformado?


—No, es nueva.


De pronto, él adoptó una expresión extraña y ella lo miró un instante.


—Oh, cielos —dijo en voz baja— Has sido tú, ¿no es así? ¡Tú la has diseñado! La has diseñado y la has construido tú mismo. Es eso, ¿verdad? ¡Tú eres el arquitecto!


Él asintió y esbozó una sonrisa.


—Tuve mucha suerte con la parcela. Antes había una casa de estilo similar, mucho más sencilla y pequeña, pero la mujer que vivía aquí no podía mantenerla y empezó a deteriorarse. Al final, hubo un incendio y tuvieron que demolerla. Los urbanistas insistieron en que la casa nueva tenía que parecerse a la original. Siempre me ha gustado la arquitectura modernista, y siempre había soñado con construirme una casa como ésta, pero nunca pensé que tendría la oportunidad de hacerlo. Bueno, no hasta que fuera mayor, pero resultó que estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado y que la suerte estaba de mi lado.


«¿Suerte? Querrás decir dinero», pensó ella.


—Santo cielo. Eres tremendamente rico, ¿no es así? —mirándolo como para obtener alguna pista—. Probablemente seas millonario.


Él soltó una carcajada.


—No tanto. En estos momentos tengo muchas deudas, pero tuve suerte y, en Nueva York, conseguí algunos inmuebles potencialmente valiosos. Después los vendí y…


—¿Cuánto tiempo tardaste en construir tu imperio inmobiliario? —dijo ella.


—Diez años, supongo. Compré mi primer piso a los veintiún años, y ése fue el principio. Pero fue en Nueva York, hace cuatro años, cuando empezaron a irme bien las cosas. Y puesto que tenía contactos en el mundo inmobiliario conseguí oportunidades que otros no habrían conseguido.


«Y un don. Un talento extraordinario», pensó ella. Y eso que todavía no había visto toda la casa.


Miró de nuevo a su alrededor y se fijó en que estaba amueblada de forma sencilla. La mesa de comedor, la mesa de café y los escalones eran de madera de roble, Paula se fijó en que había tazas y platos llenos de migas sobre la mesa de café, y que en la encimera de la cocina había una botella de leche vacía.


—Siento todo este lío —dijo él.


Ella negó con la cabeza.


—Al menos, ahora me creo que necesites a alguien para cuidar de la casa.


Él sonrió y ella se dirigió a la cocina.


—¿Crees que podrías ocuparte de esta cocina? —preguntó él.


Ella se rió con suavidad.


—No. Me pasaría el día mirando al mar y soñando —le dijo.


—Te acostumbrarás con el tiempo.


Ella negó con la cabeza.


—Nunca. Es impresionante, Pedro. Me encantaría ver el resto de la casa, ¿me la enseñas?


Él sonrió un instante, pero Paula se dio cuenta de que la mirada de sus ojos color avellana era cálida.


—Por supuesto —contestó él, y la guió de nuevo al recibidor.
Paula señaló una puerta corredera que había en el otro extremo.


—¿Qué hay allí?


Él cerró la puerta antes de que ella pudiera asomar la cabeza para mirar.


—Mi estudio. Está hecho un desastre. No hace falta que lo veas.


La guió escaleras arriba y le mostró los dormitorios. Todos tenían una cristalera con vistas al mar. Incluso el baño de la habitación principal tenía un ventanal, de forma que se podía contemplar el mar desde la bañera.


—¡Guau! —exclamó ella en voz baja.


Lo imaginó en la bañera con una copa de vino y un libro, contemplando la maravillosa vista. Lo miró.


¿Qué aspecto tendría…?


¡No! ¡No debía pensar en eso! Y menos si iba a vivir con él, trabajando como ama de llaves.


Ama de llaves. Las palabras la hacían pensar en una mujer de mediana edad, vestida de gris y con un delantal blanco.


Y no en una mujer embarazada de veinticuatro años, sin casa y sin estudios.


—Impresionante —dijo ella, y miró la zona de la bañera, preguntándose si sería fácil de limpiar.


Lo siguió hasta la habitación principal y trató de no fijarse en la cama deshecha, y tentadora, que estaba al otro lado del ventanal.


—No hay cortinas —dijo ella—. En ningún sitio. ¿Es por que acabas de mudarte? He visto el contenedor en el jardín y los materiales de construcción.


—Me acabo de mudar, pero no hay cortinas porque no son necesarias.


Apretó un botón en la pared y la vista desapareció, dejando la habitación con una iluminación más tenue. Lo apretó de nuevo, y la habitación se oscureció aún más. Después, volvió a presionarlo hasta que el mar apareció de nuevo ante sus ojos.


—Cristales inteligentes —dijo él.


—¿Cómo funcionan?


—Hay una corriente que atraviesa el cristal y corta la luz.


Ella frunció el ceño y lo miró, sin estar segura de haberlo comprendido.


—Entonces, ¿no necesitas cortinas para aislar? ¿Es una casa completamente bioclimática?


Él esbozó una sonrisa.


—No del todo. Si fuera completamente bioclimática no tendría una pared de cristal, pero he hecho todo lo posible en el resto de las cosas. Son cristales triples y el hecho de que se oscurezcan hace que se ahorre energía, manteniendo el calor en el invierno dentro de la casa, y evitándolo en verano. Y consumen muy poca energía para cambiar de opacidad. Son los mejores que hay en el mercado.


—¿No te sientes culpable por tanto consumismo, Pedro? —murmuró ella.


—Para nada. Toda la casa está bien aislada, el tejado está cubierto de placas solares, la calefacción también se alimenta de energía solar, tiene un sistema de recuperación de aguas grises y de agua pluvial para regar el jardín y, gracias al diseño de las ventanas y del tejado, se mantiene fresquita y no necesita aire acondicionado en el verano. Es la muestra real de mi trabajo, y creo que es lo que el consumidor moderno está buscando.


Él parecía estar un poco a la defensiva, como si esperara que ella no lo creyera. Paula lo miró y se volvió para que no la viera sonreír. Regresó al pie de las escaleras y miró las otras habitaciones. Estaban sin amueblar, y una de ellas estaba llena de cajas.


Todo indicaba que él acababa de mudarse a la casa.


Se fijó en una puerta que probablemente daba paso a otro baño.


—¿Todas las habitaciones son así? —preguntó ella con incredulidad.


Él se apoyó contra el cerco de la puerta y sonrió.


—¿Me matarás si te digo que me parece lo razonable? —dijo él.


—Bueno… —sonrió ella—. ¿Y cuál será la mía?


—Ninguna de éstas —dijo él—. La tuya está abajo.


La guió escaleras abajo y por el pasillo mientras ella se amonestaba por haber pensado que la empleada doméstica también tendría una habitación con vistas al mar. Entonces, él abrió una puerta que daba a un pequeño salón. Pequeño según sus estándares, no los de ella. Junto al salón había un dormitorio con una cama nueva situada frente a las vistas maravillosas, un baño, y una cocina con una mesa y unas sillas.


Paula se percató de que debían de estar en la zona que había junto al garaje. Era como un pequeño apartamento, con una entrada propia. Junto al primer dormitorio, había otro más pequeño. La única zona habitable de la casa, aparte de su cocina, que no tenía vistas al mar.


¿Y esa zona era para ella?


Como si él hubiera leído su mente, le preguntó:
—Creo que si tú y el bebé os quedáis aquí, tendréis todo lo que necesitáis. La cocina es sencilla, pero no la necesitarás si vas a cocinar para mí, excepto para prepararte algo de comer en tus días libres. ¿Supongo que comerás conmigo?


Durante un instante Paula sintió que el pánico se apoderaba de ella. ¿Y si fallaba?


¿Y si no podía desempeñar aquel trabajo? ¿Y si a él no le gustaba vivir con ella?


Quizá su hija le pareciera demasiado ruidosa, o le molestara que ella comentara todo lo que se le pasaba por la cabeza. 


Tenía que dejar de hacerlo.


Su estudio estaba al lado de su habitación, aunque las puertas quedaban muy alejadas. ¿Y si el bebé lloraba y lo molestaba mientras él estaba trabajando? Quizá no trabajara demasiado tiempo en casa. Quizá tuviera un despacho en otro sitio. Le hubiera gustado entrar en su estudio. Quizá habría podido obtener más información acerca de él.


—Bueno, ¿qué te parece? —preguntó él—. ¿Es suficiente?


—¿Suficiente?


—Ya sabes, para ti y para tu hija. Lo diseñé con idea de que fuera una habitación de invitados, un apartamento para mis padres, o para un empleado doméstico, pero no lo diseñé pensando en un bebé. Supongo que podría ponerle moqueta, para que sea más agradable para la niña. ¿Qué opinas?


—¿De la casa? ¿O de la moqueta?


—De ambas. De todo.


Ella pensó en bromear, pero decidió no hacerlo. Aparte de que necesitaba, y deseaba, aquel trabajo, no podía mentirle. Y menos cuando su opinión insignificante parecía tan importante para él.


—Creo que es la casa más bonita que he visto nunca —dijo ella—. Y siento haber bromeado acerca de lo del consumismo.


Él esbozó una sonrisa.


—En cierto modo tienes razón, por mucho que yo trate de justificarlo —dijo él—. Entonces… ¿podrías vivir aquí? ¿Lo harías? ¿Aceptarás el trabajo?


—Por supuesto. No sé cómo lo haré de bien, pero haré todo lo posible y seguro que aprenderé. Si me das la oportunidad de hacerlo, no se me ocurre un sitio mejor donde me gustaría estar. Es impresionante. Y creo que has creado algo más que una casa, algo excepcional, y sobrecogedor.




CENICIENTA: CAPITULO 4




Ella rechazó su oferta. Él no se lo esperaba, pero probablemente debería haberlo hecho. Cuando le pareció que era la hora adecuada, Pedro se acercó al hotel y llamó a la puerta de la zona donde vivía Paula.


—¿Quién es? —preguntó ella.


—Soy Pedro.


—¿Pedro? —dijo ella—. ¿Pedro? ¿El de anoche?


—Sí, Paula, ¿puedo pasar?


—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó ella tras abrir los cerrojos y la puerta.


—Tengo que hacerte una propuesta —empezó a decir él, y al ver que ella cerraba la puerta de nuevo, metió el pie para evitarlo.


—No es ese tipo de propuesta —dijo él, sintiéndose extraño. Aunque, en realidad, había estado pensando en aquella mujer gran parte de la noche. Abrió la puerta con cuidado y entró, cerrándola tras de sí—. Conmigo estás a salvo, Paula — dijo él—. Sólo quiero hablar contigo. ¿Puedo pasar?


—Creía que ya lo habías hecho —dijo ella. Olisqueó el ambiente y se fijó en la bolsa que él llevaba en la mano—. ¿Qué es eso?


—El desayuno. Café y cruasanes.


Ella le quitó la bolsa de las manos, acercó la nariz e inhaló el aroma a café.


—Pasa y ten cuidado con dónde pones los pies —le dijo con una sonrisa. Lo guió por una escalera llena de escayola y papel que, evidentemente, se había caído del techo por la noche.


¿Cuánto podía empeorar la situación?


Pedro se alegró al ver que la habitación de Paula seguía seca. Ella se sentó en el colchón, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared, y sacó los cafés que él había comprado en el camino. Le dio uno, y tras abrir la bolsa de los bollos, empezó a comer sin decir palabra.


«Debía de estar hambrienta», pensó él, frunciendo el ceño. 


Ella levantó la vista y dejó de masticar, después se limpió la boca con el dorso de la mano y dijo:
—Lo siento. Nunca tengo modales cuando estoy hambrienta. ¿Te apetece…?


Él negó con la cabeza.


—Yo ya he desayunado. ¿Por qué no te lo cuento mientras desayunas? — sugirió él, y se sentó en el borde del colchón, frente a ella, para poder mirarla.


—Adelante —dijo ella, tras beber un sorbo de café y empezar a comerse el segundo cruasán.


—Hmm… Quería ofrecerte un trabajo —dijo él—. Como mi ama de llaves.


Ella tosió, tragó saliva y lo miró.


—¿Cómo ama de llaves? ¿Yo?


Él se encogió de hombros.


—Necesitas un sitio donde vivir, y yo necesito a alguien que cuide de mi casa, me haga la cena y mantenga todo bajo control… Si eras capaz de mantener en marcha este hotel, estoy seguro de que mi casa será pan comido para ti.


—No puedo —dijo ella—. No puedo irme de aquí. Si los promotores se enteran de que me he ido, demolerán este trozo de hotel y perderé mi casa. Apenas me atrevo a salir para comprar comida por si cambian las cerraduras. Y en cuanto me vaya, dejaré de ser un problema para ellos, y si no soy un problema, perderé toda esperanza de que se pongan de mi lado y me ayuden a enfrentarme a Ian.


Él valoró la posibilidad de decirle que era uno de los promotores y que estaba de su lado, pero decidió no hacerlo.


—¿Y si te ofrezco ayuda para seguir adelante con el caso?


—¿Y por qué diablos harías tal cosa? Quiero decir, sé que no tengo que despreciar ninguna oferta y todo eso, pero he viajado mucho por el mundo. He conocido gente y he visto cosas que no podrías ni imaginar. Lo sé todo acerca de la naturaleza del ser humano, Pedro, y créeme, es odiosa. Así que perdona si no me lanzo a tus brazos y permito que me saques de aquí en tu corcel blanco…


—Estaba ofreciéndote un trabajo —dio él, preguntándose qué sentiría si ella se lanzara a sus brazos.


—Sí, claro. Sin compromiso ni nada de eso.


—Bueno, no. Hay compromisos. Espero que mantengas la casa limpia y ordenada, que me cocines algo más saludable que lo de los restaurantes de comida para llevar, que es de lo que me alimento ahora, y que me laves la ropa. Te pagaré, y tendrás una casa para ti y para tu hija, en la que no se caerá el techo y donde se encenderá la luz cuando acciones el interruptor. No te irás a la cama con hambre y te levantarás sabiendo que podrás desayunar…


Se calló al ver que a Paula se le llenaban los ojos de lágrimas y que pestañeaba para contenerlas.


—Hmm… ¿Y por qué?


Buena pregunta. Él no tenía intención de darle la respuesta correcta. No tenía que saber que él estaba implicado en el proyecto, y tampoco que no podía dejar de pensar en ella.


—Oferta y demanda —dijo él—. ¿Por qué no ves la casa antes de darme una respuesta?


—Me gustaría tener referencias tuyas —dijo ella.


Él se rió.


—No me extraña. Yo también agradecería las tuyas.


Ella sonrió con tristeza.


—Bernardo está muerto. Él te habría contado todo lo que necesitas saber. No hay nadie más, pero yo no miento, no engaño y trabajo duro. ¿Qué tal si hacemos un periodo de prueba? ¿Un mes? Así los dos tendremos tiempo de ver si podemos vivir juntos.


—Ni siquiera has visto la casa —dijo él.


Ella se rió.


—Has dicho que tiene electricidad y que el techo no se cae. ¿Qué más necesito saber?






viernes, 28 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 3




—Tenemos que hacer una reunión.


Nico se quejó y Pedro oyó el murmullo adormilado de Georgina.


—¿Tienes idea de qué hora es? —le preguntó Nico desde la cama.


—¿Las cinco y media?


—¿Y te parece normal llamar a estas horas? ¿Un domingo por la mañana?


—He conocido a nuestra okupa.


—¿Y?


—Está embarazada.


Se hizo un silencio. Después se oyó el ruido del movimiento de sábanas y de unos pasos.


—Tenemos que hacer una reunión.


Pedro se rió.


—Eso era lo que yo decía. ¿Dónde y cuándo?


—En tu casa. Ya que estás levantado, puedes prepararnos el desayuno. Dame media hora. Y te dejaré que llames a Hernan. Si tiene algo de sentido común, te mandará al infierno.


No fue así. Pedro se dio una ducha y metió unos bollos congelados en el horno mientras preparaba el café. Después, presionó el botón para abrir las rejas.


—Más vale que sea algo importante —murmuró Hernan al entrar. Llevaba el cabello alborotado e iba sin afeitar.


Nico entró justo detrás.


—Es importante. Hola, Nico. Siento todo esto. ¿Queréis café?


—Por supuesto. ¿Huele a cruasanes?


—Sí. Sentaos. Iré a por ellos.


Sirvió tres tazas de café y las llevó a la mesa que había en el salón.


—Bueno, y la famosa okupa embarazada… ¿Va a suponernos un problema? — preguntó Hernan.


—Puede ser —agarró un bollo y lo miró—. Al parecer, el padre de la criatura es el otro hijo de Bernardo Dawes.


Nico se atragantó con el cruasán y dejó la taza de café sobre la mesa.


—¿Qué?


—He dicho…


—Ya he oído lo que has dicho. Ni siquiera sabía que existiera otro hijo. ¿Qué complicaciones nos traerá?


—¿Y cómo vamos a echarla si está embarazada? —intervino Hernan.


—No creo que podamos hacerlo. Y no existe otro hijo, ya no. Está muerto. Pero ella no puede quedarse allí, así que tengo un plan.


—¿Cuál? —preguntó Nico.


—Tenemos que sacarla del hotel. Llevarla a un lugar adecuado. Un lugar donde no se le vaya a caer el techo cuando llueva.


Hernan entornó los ojos.


—¿Se ha caído el techo?


—Sobre el colchón. Por eso la conocí. La vi cuando sacaba un colchón del contenedor del hotel para sustituir el suyo.


—¿Y se lo impediste y te contó todo eso? —dijo Nico, frotándose la nuca.


—No exactamente.


—¿Entonces?


Él les contó lo del cambio de colchones y esperó a que terminaran de reírse y de meterse con él para preguntarles qué habrían hecho ellos.


Cuando se encogieron de hombros, pensativos, él asintió.


—En cualquier caso, la llevé al paseo marítimo y la invité a cenar. Me contó un montón de cosas sobre ella, y sobre su situación. Si el hijo que falleció es el padre de la criatura, y ella asegura que así es, entonces creo que la criatura podría tener derecho a parte de la herencia.


—¿Lo sabes?


—No. Sólo lo creo. Al parecer, no está claro que sólo por el hecho de estar en el vientre de su madre, y puesto que no ha nacido todavía, tenga derecho a heredar. Y sin ver el testamento no se puede saber si heredaría, pero hay un pequeño problema, parece que el testamento ha desaparecido. Tenemos que conseguirle ayuda legal.


—¿Tenemos?


—Sí, tenemos —dijo él—. No podemos meter la pata. Ya puedo imaginar los titulares:
Una mujer embarazada muere a causa del derrumbe de un techo. Los propietarios del hotel niegan la responsabilidad.


—Me sorprende que no hayas sacado a los abogados de la cama para pedirles que se reunieran con nosotros a las cinco y media de la mañana —dijo Nico, con cierto tono de rencor.


Pedro se pasó la mano por el cabello.


—Tenemos que asesorarnos sobre esto, chicos. Es importante. Y tenemos que sacarla de allí.


—Estoy de acuerdo —dijo Hernan, frunciendo el ceño—. Tenemos que asesorarnos antes de sacarla de allí, no vaya a ser que nos hagan responsables de su bienestar y que tengamos que pagar por librar una batalla que no es nuestra. De hecho, nada de esto es asunto nuestro. Deberíamos sacarla de allí y permitir que los servicios sociales se ocupen de ella.


Pedro frunció el ceño y miró a Hernan.


—Como que serías capaz de hacer algo así. Hernan, está embarazada de siete meses más o menos.


—Exacto. Y hay profesionales que se encargan de solucionar situaciones como ésa. Además, ese bebé no tiene nada que ver con nosotros.


—Eso no te detuvo antes.


Hernan desvió la mirada un instante.


—Eso fue diferente.


—¿Sí? Y yo sólo estoy hablando de conseguirle asesoramiento legal, no de casarnos con ella…


—Ya basta, chicos —los interrumpió Nico—. Pedro tiene razón. Tenemos que conseguir asesoramiento legal y tenemos que sacarla de allí antes de que le ocurra algo. Su presencia en el edificio es irrelevante, puesto que lo hemos comprado nosotros.


—Ya, pero como no tiene contrato de arrendamiento no podemos echarla legalmente —le recordó Pedro—. Y si se le cayera el techo antes del lunes, y se hace daño, no sé en qué situación estaremos.


—Tengo una idea.


—¿Por qué será que no me das ninguna confianza? —dijo Hernan.


—No lo sé —contestó Pedro riéndose.


—¿Vas a contárnosla? —sugirió Nico.


Él negó con la cabeza.


—No hasta que lo haya pensado bien y lo haya hablado con ella.


Hernan frunció el ceño.


—¿No crees que primero deberías hablarlo con nosotros? Para eso somos tus socios y los copropietarios del hotel.


—No —dijo él—. Creo que no. Si tengo que contaros algo, ya lo haré.


—Más te vale. He invertido una parte importante de mi capital en este negocio —le recordó Hernan.


—Tienes hasta el lunes a las nueve de la mañana, después llamaré a los abogados —dijo Nico poniéndose en pie—. Ahora me voy a casa. Con un poco de suerte los niños seguirán dormidos y podré meterme otra vez en la cama con mi mujer.


Se marchó de allí dejando a Hernan mirando a Pedro en silencio.


—¿Qué?


—Debería ser yo quien te preguntara eso —dijo Hernan.


—No te molestes. Sólo es una idea. Es probable que no llegue a ningún sitio.


Hernan se puso en pie y suspiró.


—Te daré un consejo —le dijo—. No te involucres demasiado, Pedro. Es muy fácil.


—Mira quién habla.


—Por eso. Creo que soy la persona indicada para hablar… Y veo que estás a punto de caer en la misma trampa.


—Difícilmente.


Hernan colocó la mano sobre el hombro de Pedro.


—Ten cuidado, ¿eh? —murmuró él, y lo dejó solo para que ultimara los detalles de su plan.