sábado, 29 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 4




Ella rechazó su oferta. Él no se lo esperaba, pero probablemente debería haberlo hecho. Cuando le pareció que era la hora adecuada, Pedro se acercó al hotel y llamó a la puerta de la zona donde vivía Paula.


—¿Quién es? —preguntó ella.


—Soy Pedro.


—¿Pedro? —dijo ella—. ¿Pedro? ¿El de anoche?


—Sí, Paula, ¿puedo pasar?


—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó ella tras abrir los cerrojos y la puerta.


—Tengo que hacerte una propuesta —empezó a decir él, y al ver que ella cerraba la puerta de nuevo, metió el pie para evitarlo.


—No es ese tipo de propuesta —dijo él, sintiéndose extraño. Aunque, en realidad, había estado pensando en aquella mujer gran parte de la noche. Abrió la puerta con cuidado y entró, cerrándola tras de sí—. Conmigo estás a salvo, Paula — dijo él—. Sólo quiero hablar contigo. ¿Puedo pasar?


—Creía que ya lo habías hecho —dijo ella. Olisqueó el ambiente y se fijó en la bolsa que él llevaba en la mano—. ¿Qué es eso?


—El desayuno. Café y cruasanes.


Ella le quitó la bolsa de las manos, acercó la nariz e inhaló el aroma a café.


—Pasa y ten cuidado con dónde pones los pies —le dijo con una sonrisa. Lo guió por una escalera llena de escayola y papel que, evidentemente, se había caído del techo por la noche.


¿Cuánto podía empeorar la situación?


Pedro se alegró al ver que la habitación de Paula seguía seca. Ella se sentó en el colchón, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared, y sacó los cafés que él había comprado en el camino. Le dio uno, y tras abrir la bolsa de los bollos, empezó a comer sin decir palabra.


«Debía de estar hambrienta», pensó él, frunciendo el ceño. 


Ella levantó la vista y dejó de masticar, después se limpió la boca con el dorso de la mano y dijo:
—Lo siento. Nunca tengo modales cuando estoy hambrienta. ¿Te apetece…?


Él negó con la cabeza.


—Yo ya he desayunado. ¿Por qué no te lo cuento mientras desayunas? — sugirió él, y se sentó en el borde del colchón, frente a ella, para poder mirarla.


—Adelante —dijo ella, tras beber un sorbo de café y empezar a comerse el segundo cruasán.


—Hmm… Quería ofrecerte un trabajo —dijo él—. Como mi ama de llaves.


Ella tosió, tragó saliva y lo miró.


—¿Cómo ama de llaves? ¿Yo?


Él se encogió de hombros.


—Necesitas un sitio donde vivir, y yo necesito a alguien que cuide de mi casa, me haga la cena y mantenga todo bajo control… Si eras capaz de mantener en marcha este hotel, estoy seguro de que mi casa será pan comido para ti.


—No puedo —dijo ella—. No puedo irme de aquí. Si los promotores se enteran de que me he ido, demolerán este trozo de hotel y perderé mi casa. Apenas me atrevo a salir para comprar comida por si cambian las cerraduras. Y en cuanto me vaya, dejaré de ser un problema para ellos, y si no soy un problema, perderé toda esperanza de que se pongan de mi lado y me ayuden a enfrentarme a Ian.


Él valoró la posibilidad de decirle que era uno de los promotores y que estaba de su lado, pero decidió no hacerlo.


—¿Y si te ofrezco ayuda para seguir adelante con el caso?


—¿Y por qué diablos harías tal cosa? Quiero decir, sé que no tengo que despreciar ninguna oferta y todo eso, pero he viajado mucho por el mundo. He conocido gente y he visto cosas que no podrías ni imaginar. Lo sé todo acerca de la naturaleza del ser humano, Pedro, y créeme, es odiosa. Así que perdona si no me lanzo a tus brazos y permito que me saques de aquí en tu corcel blanco…


—Estaba ofreciéndote un trabajo —dio él, preguntándose qué sentiría si ella se lanzara a sus brazos.


—Sí, claro. Sin compromiso ni nada de eso.


—Bueno, no. Hay compromisos. Espero que mantengas la casa limpia y ordenada, que me cocines algo más saludable que lo de los restaurantes de comida para llevar, que es de lo que me alimento ahora, y que me laves la ropa. Te pagaré, y tendrás una casa para ti y para tu hija, en la que no se caerá el techo y donde se encenderá la luz cuando acciones el interruptor. No te irás a la cama con hambre y te levantarás sabiendo que podrás desayunar…


Se calló al ver que a Paula se le llenaban los ojos de lágrimas y que pestañeaba para contenerlas.


—Hmm… ¿Y por qué?


Buena pregunta. Él no tenía intención de darle la respuesta correcta. No tenía que saber que él estaba implicado en el proyecto, y tampoco que no podía dejar de pensar en ella.


—Oferta y demanda —dijo él—. ¿Por qué no ves la casa antes de darme una respuesta?


—Me gustaría tener referencias tuyas —dijo ella.


Él se rió.


—No me extraña. Yo también agradecería las tuyas.


Ella sonrió con tristeza.


—Bernardo está muerto. Él te habría contado todo lo que necesitas saber. No hay nadie más, pero yo no miento, no engaño y trabajo duro. ¿Qué tal si hacemos un periodo de prueba? ¿Un mes? Así los dos tendremos tiempo de ver si podemos vivir juntos.


—Ni siquiera has visto la casa —dijo él.


Ella se rió.


—Has dicho que tiene electricidad y que el techo no se cae. ¿Qué más necesito saber?






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