miércoles, 5 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 18




Pau sonrió al ver sorpresa en los ojos de Pedro.


—No hay champán, pero parecías tan satisfecho contigo mismo por haber conseguido ese salto, que he pensado que debía felicitarte.


—Bueno, muchas gracias, senadora.


Antes de que le diese tiempo a apartarse, la rodeó por la cintura, la apretó contra su cuerpo y respondió a su beso.


Pero aquel beso no fue un mero roce de labios.


Fue un beso cautivador, lento y esmerado, un beso de felicidad que encajaba a la perfección con el estado de ánimo de Pau y con la belleza y luminosidad de aquella mañana. Pedro sabía a limpio, a naturaleza, era un sabor salvaje. No se había afeitado y su barba le rozó la barbilla, pero a ella le encantó que fuese tan varonil, le encantó que su ropa tuviese un rastro de polvo y a silla de montar.


La silla cayó al suelo. Pedro la apretó más contra él y profundizó el beso. Pau sintió que el deseo crecía en ella como una flor que se abriese bajo el sol.


—Vamos dentro —murmuró Pedro, recorriendo su mandíbula a besos.


Como en un sueño, Pau permitió que la llevase hacia las escaleras. Sabía que iba a llevarla a su habitación y estaba luchando por recordar por qué no era buena idea. ¿Por qué debía resistirse a Pedro?


¿Cómo iba a hacerlo?


Estaban ya en el pasillo que daba a la habitación de Pedro cuando se dijo a sí misma que por supuesto que tenía motivos para detener aquello, y el principal era cada día más evidente.


Ya estaban en la puerta de la habitación cuando se dijo que no era sensato hacer el amor con Pedro sin que éste supiese que estaba embarazada.


Pedro, lo siento, pero creo que no es buena idea —consiguió decirle.


—Tonterías. Es la mejor idea que has tenido desde que has llegado aquí.


—Lo siento —insistió—. Hay una buena razón por la que no puedo hacer esto y debería habértela contado.


Él frunció el ceño.


—¿De qué estás hablando? ¿Qué razón?


Ella tragó saliva.


—¿Podemos ir a hablar al salón?


—Otra charla en el salón, no.


—Por favor.


Pedro sacudió la cabeza, pero cedió por fin y se dio la vuelta para ir al salón.


—Supongo que vas a contarme cuál es el verdadero motivo por el que estás aquí.


—Sí —dijo ella, incapaz de sentarse como había hecho la noche anterior. Estaba demasiado nerviosa—. Debí habértelo contado desde el principio.


—Yo te dije que no necesitaba saberlo. No era asunto mío… hasta que decidí que quería acostarme contigo. ¿Es eso lo que vas a decirme? ¿Que tienes un buen motivo por el que no debo acostarme contigo?


Pau asintió. Su bebé era lo más importante en esos momentos. Más importante que una atracción física. El bebé lo era todo. Su futuro. Su amor. Lo mejor de su vida.


—Hay algo importante que debí haberte contado antes —empezó en voz baja.


—Habla más alto, Pau, no te oigo.


Ella se obligó a mirarlo, levantó la barbilla y dijo con orgullo:
—Estoy embarazada.


¿Embarazada?


Pedro no se habría sorprendido más si Pau le hubiese anunciado que era un vampiro.


—Pero…—intentó hablar. Se dio cuenta de que necesitaba aire, respiró y volvió a empezar—. Pero si anoche me dijiste que no había ningún hombre en tu vida.


—Y es cierto.


—Entonces, ¿qué ha ocurrido? ¿Te ha dejado? —preguntó, confuso.


—No, Pedro.


Pau dejó de ir y venir por el salón y se detuvo frente a la ventana.


Él deseó volver a tomarla entre sus brazos y besar sus dulces labios.


«No está disponible».


«Está embarazada».


No pudo evitar preguntarse quién la había dejado embarazada. ¿Por qué? ¿Cuándo?


¿Cómo podía haberle dicho que no había ningún hombre en su vida?


—Tiene que haber un padre.


Paula se dio la vuelta y negó con la cabeza.


—¿Dónde está?


—No lo sé.


—Por Dios santo, Paula, ¿quién es?


Ella levantó la barbilla todavía más.


—La verdad es que no sé cómo se llama. Sólo sé lo que mide, que tiene treinta y seis años, que es ingeniero y que le gusta la música clásica y salir a correr.


Pedro se quedó sin habla. Aquello no parecía tener sentido.


—Era el donante número 372 —añadió Paula.


—¿El padre de tu bebé es un donante de esperma? —preguntó sorprendido.


—Sí.


Pedro se preguntó cómo era posible que una mujer como Paula hubiese necesitado una inseminación artificial. No tenía sentido.


¿Por qué iba a querer una mujer bella y apasionada como ella escoger a un donante de semen en vez de a un amante?


—Paula, si querías un bebé, sólo tenías que haberlo dicho. Seguro que muchos hombres habrían hecho fila para satisfacerte.


«Yo, el primero».


—No fue una decisión fácil —dijo ella, mirándose las manos.


—No tiene sentido —protestó él, confundido—. ¿Cómo va a ser la mejor opción un donante anónimo?


Ella sonrió.


—No es fácil de explicar. Por eso estoy en Savannah. Para evitar preguntas, porque sé que diga lo que diga, habrá personas que no lo entenderán. No quiero que los periodistas me acosen con preguntas tontas y que saquen mi historia de contexto.


—Pero no podrás estar aquí escondida para siempre. Al final, tendrás que dar una explicación.


—Sí —Paula se cruzó de brazos y respiró hondo—. Sólo quería un poco de tiempo para acostumbrarme a mi nuevo estado y para estar segura de que el bebé va bien antes de enfrentarme a la realidad. Lo ideal sería guardar el secreto hasta que hubiese nacido.


—¿Y crees que es posible?


—Por desgracia, no voy a poder esconderme para siempre, pero estoy segura de que la gente reaccionará de manera diferente cuando tenga un bebé que enseñarles. Ahora mismo, sólo se preguntarán cómo me he quedado embarazada y la mayoría no entenderá que haya decidido tenerlo sola.


—Pau, yo no puedo prometerte que vaya a entenderlo, pero me gustaría mucho oír tu explicación.


—Por supuesto.


Paula consiguió por fin sentarse en el sillón.


Pedro se sentó también. En el lado opuesto.


En un mundo perfecto, Pau se habría quitado los zapatos y se habría sentado con las piernas cruzadas, se habría puesto cómoda para charlar con toda sinceridad.


Pero no lo hizo.


—No sé por dónde empezar. No me levanté una mañana y decidí que quería tener un bebé con un donante de esperma. Fue una idea muy meditada.


Se frotó un poco la frente, como para aclararse las ideas.


—Había estado muy centrada en mi carrera y en los problemas de los demás. Había tenido un par de historias de amor que habían salido mal y estaba acercándome a los cuarenta cuando me di cuenta de que me faltaban cosas que, en realidad, eran muy importantes para mí.


—¿Como una familia?


—Sí, una familia.


—Pero la mayoría de las mujeres la crean con una pareja.


Paula asintió.


—Ése había sido también mi sueño, encontrar primero una pareja y después tener el bebé.


—¿Pero?


Pau dudó.


—No me digas que no has encontrado a ningún hombre que pudiese ocupar el lugar de MacCallum.


—Ah, sí, encontré a uno. El problema fue que se parecía demasiado a él —sintió ganas de llorar, pero consiguió sonreír—. Estuvimos doce meses juntos y pensé que iba en serio.


Abrió la boca como si fuese a contarle algo más, pero después cambió de opinión.


—¿Puedo hacerte una pregunta, Pedro?


—Claro.


—¿Por qué no te has casado?


—Yo… —se sintió incómodo. Tragó saliva—. Supongo que no he buscado mucho, pero… no he encontrado a la mujer adecuada.


—Exacto. Yo tampoco he encontrado al hombre adecuado. He escogido a un donante porque soy exigente, no porque no hubiese hombres disponibles.


Se calló unos instantes e hizo una mueca. Después de pensar unos segundos, continuó:
—Es difícil hablar de esto con un hombre, en especial después de…


—Después de habernos besado desesperadamente —continuó Pedro—. ¿Por qué me has besado, Paula? No me digas que ha sido sólo porque te has alegrado de verme.


Ella se ruborizó.


—Te había visto saltar la valla y… me he dejado llevar. Ya te he dicho que lo siento, Pedro.


Él se encogió de hombros.


—Lo cierto es que no estaba preparada para casarme con cualquiera sólo porque quería un hijo —lo miró a los ojos—. No me parecía honesto, ¿no crees?


—Supongo que no.


—Le di muchas vueltas —añadió, quitándose por fin los zapatos, como si fuese a relajarse después de haber terminado de confesar.


Pedro la vio hacerse un ovillo con la gracia de un gato en su esquina del sofá. Pensó en cómo había vuelto a casa esa mañana, decidido a volver a intentarlo con ella.


Se había sentido muy bien después de tomar la decisión y por eso había saltado la valla, y cuando Paula lo había recibido sonriendo, con un beso…


En esos momentos estaba muy seria, como si se sintiese obligada a explicarle y justificar por qué su beso había sido un error.


—Las madres solteras también pueden hacerlo muy bien. Mi madre es un gran ejemplo. Mis hermanas y yo tuvimos una niñez muy feliz. Es mejor ser criado por una buena madre soltera que crecer dentro de un mal matrimonio, de eso estoy convencida.


Pedro estaba de acuerdo en eso. Sus padres no habían sido felices juntos y él había tenido una niñez llena de peleas y discusiones.


—¿Y a tu padre también le gustó que fuese tu madre la que os criase? —preguntó.


—La verdad es que no —admitió Pau, bajando la mirada—. Aunque cuando era niña no sabía nada de mi padre. Fue después, cuando vine a vivir con él, cuando me di cuenta de lo herido y excluido que se había sentido. Por ese motivo no quise quedarme embarazada teniendo una aventura con alguien, ya que después podría tener secuelas emocionales.


Pedro pensó que en eso también tenía razón. Muchos tipos se tomaban la paternidad muy en serio.


Después de la difícil relación que él mismo había tenido con su padre, había pasado mucho tiempo pensando en la paternidad. No podía negar que algunos padres eran unos cretinos, pero la mayoría de sus amigos estaban locos por sus hijos, como él había pensado que estaría cuando le llegase el turno.


—Así que ésa es mi historia —terminó Pau, estudiándolo con la mirada—. Espero que me entiendas.


Pedro tragó saliva. Odiaba que Pau fuese a enfrentarse a la maternidad sola. Le parecía una pena, pero no era asunto suyo.


—Lo que has hecho me parece justo.


—Me alegra saber que piensas así.


—Pero eso no quiere decir que no vayas a volver a estar con un hombre durante el resto de tu vida, ¿no?


Aquello la sorprendió.


—Yo… No he hecho planes para después del nacimiento del bebé.


Él sí que había hecho planes. Había planeado hacerle el amor con suavidad y pasión.


En esos momentos, sus planes se habían ido al garete. No merecía la pena darle más vueltas al tema. Paula estaba centrada en su bebé. No quería ni necesitaba a un hombre en su vida. Y él tampoco debía querer formar parte de ella, ¿no?


¿Por qué iba a desear estar con una mujer con tantos problemas: una carrera profesional que era un quebradero de cabeza y un bebé sin padre conocido?


No, gracias.


Pedro se aclaró la garganta, deseoso de poner fin a aquella conversación.


—Si te he parecido crítico, lo siento. Tienes todo el derecho del mundo a tomar tus decisiones. Es tu vida, tu hijo.


Se levantó enseguida, se obligó a sonreír e intentó no sentirse atraído por ella.


—Seguro que estás muy ocupada —dijo mientras iba hacia la puerta—. Así que te dejaré trabajar.


Era el momento de marcharse de allí, antes de que se le ocurriese hacer una tontería.




martes, 4 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 17




Pau estaba terminando de desayunar cuando se le ocurrió que la ausencia de Pedro era una buena oportunidad para llamar por teléfono a Eloisa Burton y hacerle alguna pregunta acerca de Pedro, cosa que debía haber hecho antes de llegar a Savannah.


Por desgracia, Eloisa se echó a reír cuando le hizo la primera pregunta.


—¿Que quieres saber más cosas de Pedro? Pau, querida, eso es estupendo.


—A mí me parece sólo de sentido común —replicó ella—. Al fin y al cabo, voy a pasar varias semanas a solas con él.


—Por supuesto —dijo Eloisa, todavía divertida—. Supongo que Pedro no ha hecho nada que haya podido molestarte, ¿verdad?


—No, no. En absoluto. Ha sido todo un caballero, el perfecto anfitrión —se corrigió enseguida—. Es más joven de lo que esperaba.


Eloisa volvió a reír.


—Bueno, ya tiene los treinta, de eso estoy segura.


«Diez años menos que yo», pensó Pau, deseando que la diferencia de edad no le molestase tanto. ¿Qué más daba?


—Tenías que haberme advertido que estaríamos solos —le dijo.


—¿Estáis solos? ¿Y el cocinero y los otros hombres?


—Han ido a reunir al ganado, al parecer.


—Vaya. ¿Y quién está cocinando?


Pedro y yo, pero eso no es un problema. Lo estamos haciendo por turnos.


—Estupendo. No sé qué tal cocina Pedro, pero al menos, estás en buena compañía, es un hombre muy guapo. Y tienes que admitir que eso es una ventaja, Pau.


—Bueno… yo… Tal vez.


—No te preocupes. Tal vez pienses que es un descarado, pero tiene buen corazón.


—Supongo que a ti te ha ayudado mucho.


—Sí. Cuando mi Arthur falleció, tuve muchos problemas. Varias personas intentaron asustarme para que vendiese Savannah por mucho menos de lo que valía. Pedro me rescató. Fue maravilloso ver cómo se enfrentaba a esos tipos.


—Menos mal que lo hizo.


—Sí, Pedro es un encanto, y es de confianza. No te habría mandado a Savannah si no lo fuera.


—De eso no me cabe la menor duda. Muchas gracias por tranquilizarme. Me sorprende que Pedro no…


Se interrumpió a mitad de la frase, distraída por la imagen, a través de la ventana, de un caballo galopando hacia la casa.


El jinete tenía que ser Pedro, pero parecía ir demasiado rápido, como si fuese a saltar la valla, que a ella le parecía demasiado alta.


—Pau, ¿sigues ahí?


—Sí, Eloisa. Espera un momento.


Con el corazón en un puño, Pau vio cómo el caballo saltaba con gracia la valla. Respiró aliviada y volvió al teléfono. Estaba temblando.


—Lo siento, Eloisa. Es que he visto que Pedro iba a saltar la valla con su caballo y he pensado que no lo iba a conseguir.


—¿La valla del corral?


—Sí. ¿Cómo lo sabes?


—Dios santo. ¿Está bien?


—Sí. Está bien.


—Pau, eso es increíble.


—¿Lo es?


—Sí. Pedro acaba de hacer algo que sólo han conseguido cuatro hombres en cien años.


—¿De verdad?


—Sus iniciales están grabadas en el poste de la valla.


—Vaya. En ese caso, es toda una hazaña.


—Lo es. Pedro no lo había intentado nunca antes y eso me sorprende.


Después de colgar el teléfono, Pau pensó que debía volver a su habitación y ponerse a trabajar.


No obstante, esa mañana necesitaba tomar un poco de aire fresco, así que salió a la galería. Cobber se acercó a ella y la miró con sus ojos color miel. Pau lo acarició.


Pensó en lo reconfortante que debía de ser tener un perro fiel como compañero. Ella nunca había tenido perro.


Cobber la siguió escaleras bajo y hasta la hierba. Se acercó a un rosal en mal estado y encontró un pequeño capullo rosa. Estaba pensando si debía arrancarlo o no  cuando Pedro apareció por la esquina del establo.


Lo vio sonreír y sintió calor en el pecho. Estaba más atractivo que nunca, con aquellos vaqueros azules claros y la camisa desgastada, y con una pesada silla de montar sobre el hombro.


Pau pensó que era completamente imposible resistirse a él.


—Hola —le dijo con naturalidad.


—Buenos días, Pau.


—Pareces contento.


—La verdad es que lo estoy.


—Esto… he visto que has saltado la valla. Estaba preocupada. Pensé que no lo conseguirías. Me parecía demasiado alta.


Pedro asintió, sonriendo.


—De hecho, es un reto que llevaba evitando mucho, mucho tiempo.


—Pero que has aceptado esta mañana.


—Sí —admitió él, sonriendo de oreja a oreja—. Ha sido pan comido.


Pau estaba tan acostumbrada a tratar con políticos fanfarrones que esperó que Pedro se jactase de ser uno de los cinco únicos jinetes que lo habían conseguido, pero Pedro no era como el resto de los hombres que había conocido. No presumió de ello.


No había multitud para aplaudirlo, ni champán, ni besos de mujeres bonitas.


Sencillamente, parecía estar contento y, al mirarlo a los ojos, ella se sintió contenta también.


Estaba tan feliz que, sin pensarlo, dio dos pasos hacia él, lo agarró por la camisa y lo besó en los labios.








DESCUBRIENDO: CAPITULO 16




Pedro se despertó al amanecer y fue derecho al prado donde estaban los caballos. Unos minutos más tarde cabalgaba sobre Archer por las llanuras envueltas en niebla..



Le gustaba estar fuera tan temprano. Archer cabalgaba con paso seguro y la mañana era fría, la niebla había humedecido la tierra, así que no se levantaba polvo.


Pedro le había encantado cabalgar desde que tenía uso de razón y, con un poco de suerte, esa mañana le ayudaría a deshacerse de la tensión de sus músculos y le daría el espacio y la distancia necesarios para pensar con claridad.


Tenía que decidir cómo llevar la difícil situación en la que estaba: encaprichado, con sólo un beso, de una mujer que no era para él.



***


Cuando Pau llegó a la cocina para desayunar, le sorprendió que la mesa estuviese vacía y limpia. Ésa fue la primera sorpresa; la segunda, una nota apoyada en la tetera:
Me he ido a montar a caballo, así que no me esperes para desayunar. Luego nos vemos. Pedro.


Muy a su pesar, se sintió decepcionada. Se había levantado decidida a actuar como si el beso de la noche anterior no hubiese tenido lugar. Pero, al mismo tiempo, nerviosa por volver a ver a Pedro.


Aunque fuese una tontería, se había preguntado si le propondría que volviese ayudarlo a hacer algo.


El hecho de que Pedro pudiese estar evitándola le molestaba más de lo debido.


Mientras se preparaba una taza de té, un huevo pasado por agua y una tostada se preguntó si Pedro estaría molesto porque había respondido a su beso y después le
había dicho que había sido un error. Era la típica tontería que podía esperarse de una adolescente.


El problema era que, cuando Pedro estaba cerca, a Pau le daba la sensación de tener catorce años en vez de cuarenta.



****


Pedro detuvo a Archer y lo condujo hasta el saliente del precipicio. Desde ahí podía ver el río justo debajo.


Desmontó, ató las riendas a un árbol y se agachó sobre la tierra rojiza, observando cómo se reflejaba el sol en el río y lo volvía plateado.


Se dejó absorber por el silencio y empezó a darle vueltas a su problema.


La senadora.


Sólo de pensar en ella se ponía tenso. Recordar cómo lo había besado y cómo se había derretido bajo sus caricias fue todavía peor. La deseaba demasiado.


Y sabía que ella también lo deseaba a él.


Pau le había dicho que no podía ser, y se había pasado media hora contándole que MacCallum le había hecho daño, pero él había visto decepción en sus ojos cuando le había dado las buenas noches y se había marchado del salón.


Ambos estaban intentando luchar contra la química que había entre ellos.


Intentó hacer una lista con los motivos por los que debía mantenerse alejado de Paula Chaves. El primero era evidente: era una mujer con carrera, que vivía en la ciudad, senadora federal, una mujer con mucho poder y grandes metas. ¿Por qué desear a una mujer así cuando por fin había conseguido deshacerse de su prepotente y avasallador padre?


La siguiente razón tenía menos peso: Pau era mayor que él, pero eso no podía ser un problema. Su edad hacía que fuese más mujer y más sensata que las jovencitas con las que había salido en los últimos años.


Aunque no estaba pensando en casarse con ella ni nada parecido.


No se le ocurrió ninguna otra objeción. Merecía la pena volver a intentarlo con la senadora.