Pedro se despertó al amanecer y fue derecho al prado donde estaban los caballos. Unos minutos más tarde cabalgaba sobre Archer por las llanuras envueltas en niebla..
Le gustaba estar fuera tan temprano. Archer cabalgaba con paso seguro y la mañana era fría, la niebla había humedecido la tierra, así que no se levantaba polvo.
A Pedro le había encantado cabalgar desde que tenía uso de razón y, con un poco de suerte, esa mañana le ayudaría a deshacerse de la tensión de sus músculos y le daría el espacio y la distancia necesarios para pensar con claridad.
Tenía que decidir cómo llevar la difícil situación en la que estaba: encaprichado, con sólo un beso, de una mujer que no era para él.
***
Cuando Pau llegó a la cocina para desayunar, le sorprendió que la mesa estuviese vacía y limpia. Ésa fue la primera sorpresa; la segunda, una nota apoyada en la tetera:
Me he ido a montar a caballo, así que no me esperes para desayunar. Luego nos vemos. Pedro.
Muy a su pesar, se sintió decepcionada. Se había levantado decidida a actuar como si el beso de la noche anterior no hubiese tenido lugar. Pero, al mismo tiempo, nerviosa por volver a ver a Pedro.
Aunque fuese una tontería, se había preguntado si le propondría que volviese ayudarlo a hacer algo.
El hecho de que Pedro pudiese estar evitándola le molestaba más de lo debido.
Mientras se preparaba una taza de té, un huevo pasado por agua y una tostada se preguntó si Pedro estaría molesto porque había respondido a su beso y después le
había dicho que había sido un error. Era la típica tontería que podía esperarse de una adolescente.
El problema era que, cuando Pedro estaba cerca, a Pau le daba la sensación de tener catorce años en vez de cuarenta.
****
Pedro detuvo a Archer y lo condujo hasta el saliente del precipicio. Desde ahí podía ver el río justo debajo.
Desmontó, ató las riendas a un árbol y se agachó sobre la tierra rojiza, observando cómo se reflejaba el sol en el río y lo volvía plateado.
Se dejó absorber por el silencio y empezó a darle vueltas a su problema.
La senadora.
Sólo de pensar en ella se ponía tenso. Recordar cómo lo había besado y cómo se había derretido bajo sus caricias fue todavía peor. La deseaba demasiado.
Y sabía que ella también lo deseaba a él.
Pau le había dicho que no podía ser, y se había pasado media hora contándole que MacCallum le había hecho daño, pero él había visto decepción en sus ojos cuando le había dado las buenas noches y se había marchado del salón.
Ambos estaban intentando luchar contra la química que había entre ellos.
Intentó hacer una lista con los motivos por los que debía mantenerse alejado de Paula Chaves. El primero era evidente: era una mujer con carrera, que vivía en la ciudad, senadora federal, una mujer con mucho poder y grandes metas. ¿Por qué desear a una mujer así cuando por fin había conseguido deshacerse de su prepotente y avasallador padre?
La siguiente razón tenía menos peso: Pau era mayor que él, pero eso no podía ser un problema. Su edad hacía que fuese más mujer y más sensata que las jovencitas con las que había salido en los últimos años.
Aunque no estaba pensando en casarse con ella ni nada parecido.
No se le ocurrió ninguna otra objeción. Merecía la pena volver a intentarlo con la senadora.
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