lunes, 20 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 12




Paula caminaba de un lado a otro en la sala de espera. Pedro sólo había estado una hora en el quirófano, pero a ella le habían parecido días. Ahora que estaba en
recuperación la espera era casi insoportable. Aunque el médico de urgencia le había asegurado que los disparos que había recibido Pepe no eran mortales, no podía apartar de su mente el pensamiento de que podía haber muerto. Y habría sido por su culpa. Quienquiera que hubiera disparado a Pepe estaba apuntando contra ella.


Patricia Alfonso pasó un brazo por los hombros de Paula.


-Ven a sentarte unos minutos. Me estoy agotando sólo de mirarte.


-Mandarán una enfermera para decirnos cuándo podemos ver a Pepe-dijo Octavio-. A mi hermano no le gustaría verte tan agobiada. Él está bien. El doctor Hall ha dicho que las balas no han dañado ningún órgano vital.


Patricia llevó a Paula hasta el sofá, haciéndole sentarse.


-Pedro estará fuera del hospital en unos días. Hasta entonces podremos rociarle de flores y globos y más atención femenina de la que querría.


-¿Has llamado a Donna Fields? -preguntó Paula, sabiendo muy bien que no quería ver a la otra mujer cerca de Pepe.


-La llamaré por la mañana -Patricia miró su reloj-. Supongo que ya es mañana, ¿no? La llamaré a las siete, antes de que se vaya a trabajar.


-Ahí está Lorenzo -Octavio se levantó y caminó hasta la entrada de la sala de espera, donde aguardaba el sheriff Redman con el sombrero en la mano.


Paula también se puso en pie. Lorenzo los había seguido al hospital después de dar instrucciones específicas a sus agentes en la escena del delito.


-¿Estás en condiciones de contestar ahora las preguntas del sheriff? -preguntó Patricia.


Lorenzo cruzó la habitación lentamente, hablando en voz baja con Octavio mientras se dirigían hacia Paula.


-Necesito hacerte unas preguntas sobre los disparos, Paula -dijo el sheriff.


Paula asintió.


-¿Qué quiere saber?


-¿Puedes decirme exactamente lo que sucedió? ¿Qué viste? ¿Qué oíste? ¿Hay algo que pueda ayudarnos a encontrar a la persona que disparó contra Pedro


Vamos, Paula, siéntate. Estás temblando.


Paula se apartó de Patricia y caminó hasta los ventanales que daban al aparcamiento del hospital. Aspiró hondo para reprimir las lágrimas que amenazaban con derramarse.


-Estábamos en el porche -dijo con más calma de la que sentía-. Oímos una camioneta. Hacía bastante ruido. Pensé que tal vez alguien se había perdido y necesitaba que le orientaran.


-¿Qué clase de camioneta era?


-Yo diría que una Ford del setenta y dos. Debió ser azul en sus tiempos, pero el color se había desteñido. La carrocería estaba bastante oxidada, tenía algunas zonas pintadas de blanco.


-Esa descripción puede sernos muy útil -Lorenzo apoyó las manos en los hombros de Paula-. Supongo que no viste la matrícula, ¿no?


-No. No vi ninguna placa en el coche.


Tragándose las lágrimas, Paula se volvió hacia Lorenzo.


-Sólo había una persona en la camioneta. Un hombre. Creo que bastante grande. Llevaba una gorra con visera que le tapaba la cara. Todo sucedió muy rápido y la única luz que había era la del porche -las manos de Paula temblaban con tal fuerza que tuvo que agarrárselas.


Patricia las cogió entre las suyas.


-Ya ha pasado lo peor, Paula. Pedro se pondrá bien.


-¿Reconociste algo especial en el hombre? -preguntó Lorenzo.


-No, nada. Ni siquiera vi la pistola hasta que fue demasiado tarde. Pepe vio lo que estaba pasando y se echó sobre mí.


-¿Estás diciendo que el hombre apuntaba contra ti?


-Sí, creo que sí. Pepe me salvó la vida. Recibió las balas destinadas a mí.


Una enfermera alta y esbelta apareció en la puerta.


-¿Alguno de ustedes pertenece a la familia Alfonso? El señor Alfonso ha despertado.


Paula corrió hacia la enfermera.


-¿Cómo está? ¿Puedo verle ya?


-¿Es usted miembro de la familia? -preguntó la enfermera.


-Todos somos familia -fijo Octavio, señalando con la cabeza a Paula y a Patricia.


-Me temo que no pueden entrar tres a la vez. Tal vez dos -la enfermera se volvió, indicándoles que la siguieran-. Los llevaré a su habitación.


-Vamos, Paula -Octavio apoyó una mano en la espalda de Paula.


-Pero... yo... yo...


-Algo me dice que tú eres la persona que Pepe quiere ver -dijo Octavio.


-Si ella es Paula, desde luego que es la persona que quiere ver -dijo la enfermera mientras los guiaba por el pasillo-. La ha estado llamando desde que recuperó la conciencia. Parece muy preocupado por saber si está bien o no.


Las lágrimas que Paula había estado conteniendo empezaron a derramarse. Se frotó las mejillas con una mano.


Pepe estaba preocupado por ella. Había arriesgado la vida por ella y su primer pensamiento al despertar tras la operación había sido para ella. Paula no creía haber amado más a Pedro Alfonso que en aquel momento.


Pedro yacía en la cama conectado a una serie de cables y tubos. Estaba muy pálido, pero sus oscuros ojos azules estaban abiertos de par en par y miraban directamente a Paula.


Paula no pudo evitar precipitarse junto a la cama y acariciarle el rostro con las manos y besarle en la frente.


-Oh, Pepe... Pepe. Yo...


-No te irás a desmoronar ahora, ¿no, cariño? -Pedro alzó un brazo y le pasó la mano por el pelo, haciéndole bajar la cabeza para poder besarla en los labios. Su beso fue rápido y lleno de vida.


-Estoy perfectamente, Pepe. Perfectamente -Paula miró a Octavio-. ¿No es cierto, Octavio? Le he dado a Lorenzo Redman toda la información que he podido y él encontrará al hombre que te disparó.


-Creo que debería empezar con Cliff Nolan y luego seguir con Lobo Smothers. El tipo parecía un poco grande para ser Nolan, pero no estoy seguro. Estaba demasiado oscuro -Pedro volvió el rostro hacia su hermano-. Me gustaría que Patricia y tú cuidarais a Paula hasta que yo pueda salir de aquí.


-No hay problema -dijo Octavio.


-Sí hay problema -Paula se apartó de Pedro-. Lo último que quiero es que la familia Alfonso se vea más envuelta en esta situación de lo que ya está. Dios santo, Pepe, estás ahí tumbado con dos agujeros en el cuerpo porque yo tengo un enemigo ahí fuera que quiere verme muerta.


-Por eso necesitas protección -Pedro trató de sentarse.


Paula lo empujó con suavidad.


-No trates de moverte. No te conviene.


-Cuando salgas hoy del hospital quiero que vayas a casa con Octavio y Patricia - insistió Pedro.


Paula le cogió una mano.


-No quiero que te veas envuelto en esto. No puedo soportar la idea de que vuelvas a resultar herido. Sea lo que sea lo que esté pasando, yo me lo he buscado por interferir en los asuntos de los demás, y ambos lo sabemos.


-Paula...


-No vas a sacrificarte más por mí. ¿Comprendes lo que digo?


Amaba a Pedro y no permitiría que arriesgara su vida o su carrera política por ella.


-No voy a permitir que nadie te haga daño -dijo Pedro-. Haré lo necesario para protegerte.


-No es justo que arriesgues tu vida porque alguien quiera vengarse de mí.


Pedro estrechó la mano de Paula con ternura.


-Algo sucedió anoche entre nosotros. No podemos simular que no fue así.


Paula miró a Octavio, preguntándose qué estaría pensando sobre el comentario de Pepe.


-No sucedió nada, excepto que recibiste dos balazos.


Pedro sonrió.


Paula se ruborizó.


Octavio rió.


-¿Qué horas es? -preguntó Pedro.


Octavio miró su reloj.


-Cerca de las seis.


-Estoy hambriento -dijo Pedro-. ¿Podéis creerlo? Me pregunto cuándo sirven el desayuno en este hospital.


-No creo que antes de las siete o las ocho -dijo Octavio-. Pero si tienes mucho hambre puedo salir a por unas galletas. Para todos. ¿Tienes hambre, Paula?


-¿Qué? -Paula sólo podía pensar en la forma en que Pepe le sostenía la mano, como si no tuviera intención de dejarla ir nunca.


-Yo quiero galletas y café -dijo Pedro-. ¿Qué te apetece, Paula? ¿Unas galletas de canela con limón? Se que te encanta la canela.


Paula no sabía cómo había averiguado Pepe que le gustaba la canela. Nunca había imaginado que prestara tanta atención a sus gustos.


-Cualquier galleta me parece bien -trató de alejarse de Pedro pero éste la retuvo con fuerza-. Yo podría ir con Patricia a por el desayuno.


-Tú te quedas aquí conmigo -Pedro tiró de su mano hasta que se sentó en la cama junto a él-. Probablemente tendrás que pasar la comida sin que se enteren las enfermeras -dijo, mirando a su hermano-. Te dirán que todavía no puedo comer nada decente.


-Déjamelo a mí, hermanito -dijo Octavio, despidiéndose con la mano.


-No me vendría mal otro beso -dijo Pedro-. Es una buena medicina para mí.


-¿Qué te han hecho en el quirófano? -preguntó Paula-. Nunca te había visto así.


-Me viste así ayer por la noche.


-Supongo que nada ha cambiado para nosotros. Seguimos sin convenirnos mutuamente, ¿no? -dijo Paula, sintiendo que su corazón latía aceleradamente.


-Sí ha cambiado algo. Yo podría haber muerto. Esos disparos podrían haberme matado.


Paula miró el sombrío rostro de Pedro con lágrimas en los ojos. Alargó una mano y le acarició la mejilla.


-Si te hubiera sucedido algo... oh, Pepe, no puedo evitar sentir lo que siento por ti.


-Vamos, cariño -Pedro la atrajo hacia sí hasta que sus labios se tocaron-. Cuando te vi en peligro ayer por la noche mi único pensamiento fue salvarte. Nada importaba excepto tú. ¿Comprendes lo que estoy diciendo? Es evidente que yo
tampoco puedo evitar sentir lo que siento por ti.


-¿Qué sientes por mí?


-Que me aspen si lo sé -Pedro rió y la miró con ternura-. Creo que deberíamos hacer un esfuerzo por averiguar si podemos tener una relación que no nos destruya a ambos.


-Pero dijiste que no significábamos más que problemas el uno para el otro.


-Eso es cierto, pero a pesar de todo nos deseamos. Pensé que podría apartarte de mi vida fácilmente, pero después de lo que sucedió anoche sé que no es posible. No mientras tú me desees tanto como yo a ti.


Entonces Pedro la besó y Paula sintió que aquello era todo lo que deseaba.


Media hora más tarde, cuando Octavio y Patricia entraron en la habitación encontraron a Paula sentada en una silla junto a la cama de Pepe, cogiéndole una mano mientras éste dormía pacíficamente.


-El desayuno ha llegado -susurró Octavio mientras él y Paula entraban sigilosamente.


-Y el periódico de la mañana -añadió Patricia, dejando el Marshallton News en la mesilla junto a la cama. Pedro abrió los ojos. Su expresión era ligeramente abotargada debida a los calmantes.


-¿Cuánto tiempo llevo dormido?


-Unos veinte minutos -dijo Paula.


Pedro le apretó la mano.


-¿Qué tal una taza de café y una rápida ojeada al periódico?


Patricia apretó el botón que levantaba la cabeza de la cama de Pedro mientras Octavio le alcanzaba el café. Paula le dio el periódico de la mañana.


Octavio dejó el resto de los comestibles y los otros cafés en la bandeja portátil que se hallaba a los pies de la cama de Pedro.


-Bébetelo mientras está caliente-dijo.


-¡Maldita sea! -rugió Pedro, apretando el periódico con en un puño.


-¿Qué sucede? -Paula quiso coger el periódico pero Peyton se negó a soltarlo


-¿Han bajado algunas de tus acciones?-preguntó Octavio.


-Llama a Harrison Black del Marshallton y dile que se está buscando que le ponga un pleito -Pedro arrojó el periódico al suelo-. Será mejor que controle a sus periodistas si quiere que su negocio prospere.


-¿Qué han publicado para que te alteres tanto? -preguntó Octavio.


Paula rodeó la cama y recogió el periódico del suelo. Ojeó los titulares. Entonces lo vio. Una foto suya, llorando histérica, aferrándose a la mano de Pedro mientras los camilleros lo llevaban al quirófano. Junto a esa fotografía había otra de Pedro sacándola del juzgado con un brazo en torno a su cintura. La leyenda decía:




Pedro Alfonso, que recibió un disparo en misteriosas circunstancias, es reconfortado por su cliente, la encantadora conductora de grúas Paula Chaves. ¿Cuál es la verdadera exclusiva de estos dos personajes? ¿Será la señorita Chaves la candidata a primera dama del estado?




domingo, 19 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 11



Paula se sentó en el asiento de columpio del porche y lo puso en movimiento con un empujón del pie sobre el suelo de madera.


-Siéntate conmigo dijo-. No muerdo.


Pedro permaneció en el borde del porche con las manos en los bolsillos, contemplando la oscuridad.


-Esto no es fácil para mí, Paula.


-Supongo que no. Si lo fuera no lo habrías retrasado todo lo posible.


Pedro se volvió y la miró. Podía habérselo dicho después del juicio, cuando estaban solos en el coche, pero había esperado porque tenía planeado decírselo en el restaurante. 


Después de comer trató de nuevo de decírselo. Paula estaba dispuesta a escuchar, incluso le alentó a hablar, pero el volvió a posponer el asunto. Ahora no podía retrasarlo más. 


Antes de irse esa noche debía decirle que su relación había
terminado y que no iban a volver a verse en ninguna circunstancia.


-Nos conocemos desde hace mucho tiempo -¿por qué le costaba tanto encontrar las palabras adecuadas? 


Era un abogado, un aspirante a político; la diplomacia y el tacto eran parte de su vida diaria.


-Desde que tengo trece años -dijo Paula-. Esa fue la primera vez que el abuelo me dejó ir a cazar con todos vosotros.


-Hector era muy bueno con el rifle, ¿verdad? El mejor tirador de esta región. Y Claudio el mejor deportista. Y Joaquin el más listo de todos


-¿Qué tienen que ver mis hermanos con lo que tienes que decirme?


-Nada -admitió Pedro-. Excepto que le prometí a tu hermano Claudio que te mantendría vigilada. Tus hermanos han contado conmigo para que te mantenga alejada de problemas.


-Claudio se fue hace ocho años, Pepe. Creo que ya has cumplido el tiempo suficiente. Después de todo, no se suponía que esa vigilancia fuera una sentencia de por vida.


-Sabes que las cosas no pueden seguir así -Pedro sacó un puro y un mechero de su abrigo.


Paula empujó con más fuerza el columpio.


-A pesar de lo que penséis tú y mis hermanos, yo no necesito ningún guardián. Soy una mujer hecha y derecha y en la mayoría de las circunstancias puedo arreglármelas sola. Este juicio ha sido una excepción, pero tú no tenías por qué haber sido mi abogado. Podría haber contratado a otro.


Pedro encendió su puro y le dio una larga calada.


-Me siento responsable de que esto haya durado tanto -dijo-. Debería haber dejado de acudir en tu ayuda cada vez que te metías en un lío.


Paula movió la cabeza.


-Yo soy igualmente responsable. No tenía que haberte llamado. Podría haber manejado la mayoría de mis problemas yo solita. Pero es que... bueno, he llegado a
depender de que siempre estuvieras ahí. Y, para serte sincera, no podía soportar la idea de no verte.


Pedro bajó la mirada y arrojó la ceniza al suelo.


-Paula...


Deteniendo abruptamente el columpio, Paula miró a Pedro.


-Déjame facilitarte las cosas. Has pasado los últimos ocho años cuidándome por hacerles un favor a mis hermanos, y durante esos ocho años sólo te he traído problemas. Ahora has decidido seguir los pasos del senador y meterte en política. Tener a alguien como yo en tu vida y estar en la política es un problema para ti. Así que esto es un adiós a Paula y un hola a la mansión del gobernador en Nashville.


Paula hizo que Pedro se sintiera como un canalla, sobre todo recordándole que iba a seguir los pasos de su padre.


-No es sólo el hecho de que esté pensando en presentarme a gobernador. Hay otras razones por las que sería mejor para nosotros...


-¿Cómo el hecho de que me colé por ti a los dieciséis años y que mis sentimientos por ti son una incomodidad?


Tras dar otra calada a su puro, Pedro caminó hasta el columpio y se sentó junto a Paula.


-No sólo tus sentimientos son un problema para mí.


Paula volvió el rostro para mirarlo. No estaba segura de creer lo que vio en sus ojos. Pasión y dolor, los mismos sentimientos que sabía que reflejaban los suyos.


-Estás... estás diciendo que...


-Me atraes, Paula. Me siento atraído por ti desde hace años.


Paula tragó con dificultad. Aspirando hondo, bajó la vista y miró sus temblorosas manos.


-¿Me estás diciendo que durante todos estos años me he estado muriendo por dentro por mi amor no correspondido y que tú... que tú has estado sintiendo lo mismo?


-No -dijo Pedro, inclinándose hacia delante-. El amor no tiene nada que ver con lo que siento por ti.


-Ya... ya veo dijo Paula con voz entrecortada.


-No me malinterpretes -dijo Pedro, mirándola-. Siento cariño por ti. Siempre lo he sentido. Pero...


-Pero no me amas. No soy la clase de mujer que un hombre como Pedro Alfonso podría amar, ¿no? Pero puedes sentirte sexualmente atraído por mí, ¿no? Sexualmente atraído. No tendrías ningún problema en acostarte conmigo, pero serías incapaz de casarte conmigo.


-¡Deja de decir tonterías, Paula! -Pedro quería alargar los brazos, poner las manos en torno a aquel sedoso cuello y estrangularla. Oírle poner en palabras lo que sentía le hacía sentirse como un monstruo sin corazón. Tal vez lo fuera. Tal vez fuera más parecido a su padre de lo que creía.


Paula lo miró, sintiendo que todo el amor de su corazón se convertía repentinamente en amargura. 


Cuando Pedro alargó una mano para tocarle el hombro se la apartó de un manotazo.


-¡No te atrevas a tocarme!


-Escucha, Paula...


-Si querías acostarte conmigo, ¿por qué no lo has hecho? Dios sabe que habría hecho cualquier cosa que me pidieras. He sido una idiota, ¿verdad? -Paula saltó del asiento.


Levantándose, Pedro la siguió a la puerta, cogiéndole la mano justo cuando iba a ponerla sobre la manija.


-No eres ninguna idiota, Paula, y ya no eres ninguna niña. Eres lo suficientemente mayor como para saber hace tiempo lo que ha estado pasando entre nosotros. No me digas que no has sentido la tensión con tanta fuerza como yo.


-Creía que era mi imaginación -Paula no podía resistirse teniendo a Pedro tan cerca, sintiendo su fuerte pecho contra su espalda. A pesar de todo sentía una irresistible urgencia de apoyarse en él, de absorber toda su fuerza masculina. 


Por muy enfadada y dolida que estuviera aún amaba a Pedro, y descubrir que él la deseaba hacía aún más difícil renunciar al sueño que había tenido desde los dieciséis años. El sueño de ser la mujer de Pedro Alfonso.


Pedro la rodeó por detrás con sus brazos y la atrajo hacia sí. 


Paula abrió la boca en un silencioso grito. Había anhelado aquel momento durante años, soñando en el día que Pedro la quisiera.


Aquello era un error, se dijo Pedro. No debería tocar a Paula. Tocarla era peligroso. Pero no podía detenerse. Era tan agradable estrecharla entre sus brazos.


¿Cuándo había deseado a una mujer como deseaba en esos momentos a Paula?


¡Nunca! Nunca había deseado a nadie como la deseaba a ella.


-Lo último que quiero hacer es herirte -susurró, acariciando la oreja de Paula con su nariz-. No puedo vivir tu clase de vida y tú no puedes vivir la mía. Y no eres la clase de mujer que se conformaría con algo pasajero.


-¿Cómo sabes qué clase de mujer soy? -Paula se apoyó contra él a la vez que trataba de darse la vuelta para rodearlo con sus brazos.


-Eres la clase de mujer que necesita más de lo que yo podría ofrecerte -Pedro dejó que Paula se volviera en sus brazos, sabiendo que si no cortaba pronto aquella situación no habría vuelta atrás.


Paula deslizó los brazos en torno al cuello de Pedro, inclinó hacia atrás la cabeza y lo miró a los ojos.


-No me has ofrecido nada. Todavía.


Buscando en su interior todas sus reservas de voluntad, Pedro cogió a Paula por los hombros y la apartó con suavidad, poniendo suficiente distancia entre ellos como para que sus cuerpos no se tocaran. Paula dejó caerlos brazos.


-Y no voy a ofrecerte nada. Esta noche voy a irme y no voy a mirar atrás. No me llames, no trates de ponerte en contacto conmigo o de verme.


-Finalmente lo has dicho, ¿no? -Paula sintió que las lágrimas se le agolpaban en la garganta, pero consiguió contenerlas.


Sujetándola aún por los hombros, Pedro la atrajo un poco hacia sí y se detuvo.


-Esto no es sólo cosa mía. Yo soy tan malo para ti como tú para mí. Hay que enfrentarse a ello.


-¿Qué harías si me ofrecieras una aventura y yo dijera que sí? -preguntó Paula, mirándolo con firmeza, pero temblando por dentro.


-No puedo... no voy a hacer ese oferta.


¿Cómo podía un hombre enfrentarse a esa tentación y no ceder? ¿Cómo podía negarse a aceptar lo que más deseaba en la tierra?


Sorprendido por lo que acababa de pensar, Pedro se preguntó si sería cierto.


¿Deseaba ser el amante de Paula más que un futuro en la política, más que ser gobernador de Tennessee?


-¡Maldita seas, Paula! -dijo, estrechándola entre sus brazos, levantándola momentáneamente del suelo y dejando que se deslizara luego por su excitado cuerpo, permitiéndole sentir la dura tensión de su cuerpo.


-¿Pepe? -dijo Paula, mirándolo con gesto interrogador y a la vez de aceptación, anhelante y a la vez asustada.


-No hables, cariño. No digas nada.


Su boca cubrió la de Paula, hambrienta, caliente y salvaje. 


Hacía demasiado tiempo que deseaba aquello. Cuando Paula entreabrió los labios con ardiente anticipación, Pedro se hundió en su húmeda calidez, capturando su lengua, explorando su boca mientras deslizaba las manos por su espalda y caderas.


Nada le había sabido nunca tan dulce como la boca de Paula. Nunca había sentido nada tan agradable como aquel blando y suave cuerpo presionado contra el suyo.


El húmedo y dulzón aroma de su calor femenino le rodeaba, seduciéndole, llevándole más y más cerca del borde.


Pedro la cogió por las caderas mientras la besaba desde la garganta hasta el escote del vestido.


-Detenme, Paula -susurró-. No dejes que esto suceda.


¿Cómo podía detenerle si aquello era lo que tanto había anhelado Paula, lo que siempre había deseado? Quería a Pedro Alfonso. Nunca había querido a otro hombre, nunca se había entregado a otro, esperando que Pedro llegara a ser su amante algún día.


-No quiero detenerte -dijo Paula, aferrándose a él, animándole a que continuara.


-Ninguna promesa más allá de esta noche -dijo Pedro, cogiéndola en brazos y preparándose para llevarla dentro a la cama más cercana.


La mente de Paula oyó y comprendió lo que Pedro había dicho; pero su corazón se negó a escuchar, creando fantasías de un futuro siempre feliz.


Cuando Pedro alargó una mano para coger el pomo de la puerta oyó el sonido de un vehículo que se acercaba. Se volvió ligeramente y miró en dirección al estrecho camino que llevaba a casa de Paula. Su mirada se topó con unas brillantes luces a la vez que distinguía el ruido del motor de una vieja camioneta acercándose.


-¿Quién es? -preguntó Paula, rodeando el cuello de Pedro con los brazos mientras este seguía sosteniéndola en los suyos.


-No puedo ver. ¿Podría ser Mike?


-Su camioneta no hace esa clase de ruido. Además, hoy está de guardia en la grúa.


Solomon y Whitey rodearon la casa y empezaron a ladrar.


-No reconozco la camioneta -dijo Paula-. Tal vez sea alguien que se ha perdido y quiere preguntar por alguna dirección.


Paula se apartó de Pepe, avanzando hacia la camioneta mientras esta se acercaba, dispuesta a ayudar al conductor. 


Pero el conductor no se detuvo frente a la casa; en lugar de ello, hizo girar su camioneta. Pedro vio la pistola en la mano del hombre y el reflejo de la luz del porche en el metal.


-¡Atrás, Paula! -gritó en el momento en que vio que la pistola apuntaba hacia ella.


Sin pensárselo dos veces, Pedro se abalanzó sobre Paula, haciéndola caer al suelo. Los disparos resonaron en sus oídos mientras cubría el cuerpo de Paula con el suyo. La camioneta aceleró, dejando a su paso una nube de polvo.


Whitey y Solomon corrieron tras el vehículo, ladrando vigorosamente.


Pedro permaneció tumbado sobre Paula, protegiéndola con la armadura de su cuerpo. Ella le dio un suave empujón. 


Si Pedro no se movía pronto se iba a quedar sin aliento.


Al ver que Pedro respondía con un gemido, Paula se inclinó sobre él, viendo una herida en su hombro.


-Oh, Dios mío, Pepe. Te ha dado a ti.


-No es muy... grave -susurró Pedro en voz tan baja que Paula apenas pudo oírlo-. Llama...


-Llamaré a una ambulancia -Paula se inclinó hacia él para oírle mejor-. ¿Estás herido en algún sitio además de en el hombro?


-En el lado izquierdo.


-En seguida vuelvo -dijo Paula, levantándose-. Llamaré a una ambulancia y luego a Lorenzo Redman. Oh, Dios, Pepe, ¿quién puede haber hecho algo así? -en el mismo instante en que hizo la pregunta le vinieron a la mente dos sospechosos. Dos personas lo suficientemente despiadadas y llenas del suficiente odio como para querer ver a Paula Chaves muerta. Cliff Nolan y Lobo Smothers.


Si hubiera podido ver mejor al conductor... Pero todo había sucedido muy deprisa y el interior del vehículo no estaba iluminado.


Paula corrió a la casa e hizo las llamadas necesarias con tanta rapidez y calma como pudo. Al cabo de unos minutos volvió junto a Pedro, colocando un almohadón bajo su cabeza y cubriéndolo con una manta entre sollozos.


-No llores, pequeña -susurró Pepe, apretándole la mano-. Todo lo que importa es tu... tu seguridad.


El corazón de Paula se rompió en mil pedazos. Si algo le sucedía a Pepe no sabía si sería capaz de seguir viviendo.