lunes, 20 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 12




Paula caminaba de un lado a otro en la sala de espera. Pedro sólo había estado una hora en el quirófano, pero a ella le habían parecido días. Ahora que estaba en
recuperación la espera era casi insoportable. Aunque el médico de urgencia le había asegurado que los disparos que había recibido Pepe no eran mortales, no podía apartar de su mente el pensamiento de que podía haber muerto. Y habría sido por su culpa. Quienquiera que hubiera disparado a Pepe estaba apuntando contra ella.


Patricia Alfonso pasó un brazo por los hombros de Paula.


-Ven a sentarte unos minutos. Me estoy agotando sólo de mirarte.


-Mandarán una enfermera para decirnos cuándo podemos ver a Pepe-dijo Octavio-. A mi hermano no le gustaría verte tan agobiada. Él está bien. El doctor Hall ha dicho que las balas no han dañado ningún órgano vital.


Patricia llevó a Paula hasta el sofá, haciéndole sentarse.


-Pedro estará fuera del hospital en unos días. Hasta entonces podremos rociarle de flores y globos y más atención femenina de la que querría.


-¿Has llamado a Donna Fields? -preguntó Paula, sabiendo muy bien que no quería ver a la otra mujer cerca de Pepe.


-La llamaré por la mañana -Patricia miró su reloj-. Supongo que ya es mañana, ¿no? La llamaré a las siete, antes de que se vaya a trabajar.


-Ahí está Lorenzo -Octavio se levantó y caminó hasta la entrada de la sala de espera, donde aguardaba el sheriff Redman con el sombrero en la mano.


Paula también se puso en pie. Lorenzo los había seguido al hospital después de dar instrucciones específicas a sus agentes en la escena del delito.


-¿Estás en condiciones de contestar ahora las preguntas del sheriff? -preguntó Patricia.


Lorenzo cruzó la habitación lentamente, hablando en voz baja con Octavio mientras se dirigían hacia Paula.


-Necesito hacerte unas preguntas sobre los disparos, Paula -dijo el sheriff.


Paula asintió.


-¿Qué quiere saber?


-¿Puedes decirme exactamente lo que sucedió? ¿Qué viste? ¿Qué oíste? ¿Hay algo que pueda ayudarnos a encontrar a la persona que disparó contra Pedro


Vamos, Paula, siéntate. Estás temblando.


Paula se apartó de Patricia y caminó hasta los ventanales que daban al aparcamiento del hospital. Aspiró hondo para reprimir las lágrimas que amenazaban con derramarse.


-Estábamos en el porche -dijo con más calma de la que sentía-. Oímos una camioneta. Hacía bastante ruido. Pensé que tal vez alguien se había perdido y necesitaba que le orientaran.


-¿Qué clase de camioneta era?


-Yo diría que una Ford del setenta y dos. Debió ser azul en sus tiempos, pero el color se había desteñido. La carrocería estaba bastante oxidada, tenía algunas zonas pintadas de blanco.


-Esa descripción puede sernos muy útil -Lorenzo apoyó las manos en los hombros de Paula-. Supongo que no viste la matrícula, ¿no?


-No. No vi ninguna placa en el coche.


Tragándose las lágrimas, Paula se volvió hacia Lorenzo.


-Sólo había una persona en la camioneta. Un hombre. Creo que bastante grande. Llevaba una gorra con visera que le tapaba la cara. Todo sucedió muy rápido y la única luz que había era la del porche -las manos de Paula temblaban con tal fuerza que tuvo que agarrárselas.


Patricia las cogió entre las suyas.


-Ya ha pasado lo peor, Paula. Pedro se pondrá bien.


-¿Reconociste algo especial en el hombre? -preguntó Lorenzo.


-No, nada. Ni siquiera vi la pistola hasta que fue demasiado tarde. Pepe vio lo que estaba pasando y se echó sobre mí.


-¿Estás diciendo que el hombre apuntaba contra ti?


-Sí, creo que sí. Pepe me salvó la vida. Recibió las balas destinadas a mí.


Una enfermera alta y esbelta apareció en la puerta.


-¿Alguno de ustedes pertenece a la familia Alfonso? El señor Alfonso ha despertado.


Paula corrió hacia la enfermera.


-¿Cómo está? ¿Puedo verle ya?


-¿Es usted miembro de la familia? -preguntó la enfermera.


-Todos somos familia -fijo Octavio, señalando con la cabeza a Paula y a Patricia.


-Me temo que no pueden entrar tres a la vez. Tal vez dos -la enfermera se volvió, indicándoles que la siguieran-. Los llevaré a su habitación.


-Vamos, Paula -Octavio apoyó una mano en la espalda de Paula.


-Pero... yo... yo...


-Algo me dice que tú eres la persona que Pepe quiere ver -dijo Octavio.


-Si ella es Paula, desde luego que es la persona que quiere ver -dijo la enfermera mientras los guiaba por el pasillo-. La ha estado llamando desde que recuperó la conciencia. Parece muy preocupado por saber si está bien o no.


Las lágrimas que Paula había estado conteniendo empezaron a derramarse. Se frotó las mejillas con una mano.


Pepe estaba preocupado por ella. Había arriesgado la vida por ella y su primer pensamiento al despertar tras la operación había sido para ella. Paula no creía haber amado más a Pedro Alfonso que en aquel momento.


Pedro yacía en la cama conectado a una serie de cables y tubos. Estaba muy pálido, pero sus oscuros ojos azules estaban abiertos de par en par y miraban directamente a Paula.


Paula no pudo evitar precipitarse junto a la cama y acariciarle el rostro con las manos y besarle en la frente.


-Oh, Pepe... Pepe. Yo...


-No te irás a desmoronar ahora, ¿no, cariño? -Pedro alzó un brazo y le pasó la mano por el pelo, haciéndole bajar la cabeza para poder besarla en los labios. Su beso fue rápido y lleno de vida.


-Estoy perfectamente, Pepe. Perfectamente -Paula miró a Octavio-. ¿No es cierto, Octavio? Le he dado a Lorenzo Redman toda la información que he podido y él encontrará al hombre que te disparó.


-Creo que debería empezar con Cliff Nolan y luego seguir con Lobo Smothers. El tipo parecía un poco grande para ser Nolan, pero no estoy seguro. Estaba demasiado oscuro -Pedro volvió el rostro hacia su hermano-. Me gustaría que Patricia y tú cuidarais a Paula hasta que yo pueda salir de aquí.


-No hay problema -dijo Octavio.


-Sí hay problema -Paula se apartó de Pedro-. Lo último que quiero es que la familia Alfonso se vea más envuelta en esta situación de lo que ya está. Dios santo, Pepe, estás ahí tumbado con dos agujeros en el cuerpo porque yo tengo un enemigo ahí fuera que quiere verme muerta.


-Por eso necesitas protección -Pedro trató de sentarse.


Paula lo empujó con suavidad.


-No trates de moverte. No te conviene.


-Cuando salgas hoy del hospital quiero que vayas a casa con Octavio y Patricia - insistió Pedro.


Paula le cogió una mano.


-No quiero que te veas envuelto en esto. No puedo soportar la idea de que vuelvas a resultar herido. Sea lo que sea lo que esté pasando, yo me lo he buscado por interferir en los asuntos de los demás, y ambos lo sabemos.


-Paula...


-No vas a sacrificarte más por mí. ¿Comprendes lo que digo?


Amaba a Pedro y no permitiría que arriesgara su vida o su carrera política por ella.


-No voy a permitir que nadie te haga daño -dijo Pedro-. Haré lo necesario para protegerte.


-No es justo que arriesgues tu vida porque alguien quiera vengarse de mí.


Pedro estrechó la mano de Paula con ternura.


-Algo sucedió anoche entre nosotros. No podemos simular que no fue así.


Paula miró a Octavio, preguntándose qué estaría pensando sobre el comentario de Pepe.


-No sucedió nada, excepto que recibiste dos balazos.


Pedro sonrió.


Paula se ruborizó.


Octavio rió.


-¿Qué horas es? -preguntó Pedro.


Octavio miró su reloj.


-Cerca de las seis.


-Estoy hambriento -dijo Pedro-. ¿Podéis creerlo? Me pregunto cuándo sirven el desayuno en este hospital.


-No creo que antes de las siete o las ocho -dijo Octavio-. Pero si tienes mucho hambre puedo salir a por unas galletas. Para todos. ¿Tienes hambre, Paula?


-¿Qué? -Paula sólo podía pensar en la forma en que Pepe le sostenía la mano, como si no tuviera intención de dejarla ir nunca.


-Yo quiero galletas y café -dijo Pedro-. ¿Qué te apetece, Paula? ¿Unas galletas de canela con limón? Se que te encanta la canela.


Paula no sabía cómo había averiguado Pepe que le gustaba la canela. Nunca había imaginado que prestara tanta atención a sus gustos.


-Cualquier galleta me parece bien -trató de alejarse de Pedro pero éste la retuvo con fuerza-. Yo podría ir con Patricia a por el desayuno.


-Tú te quedas aquí conmigo -Pedro tiró de su mano hasta que se sentó en la cama junto a él-. Probablemente tendrás que pasar la comida sin que se enteren las enfermeras -dijo, mirando a su hermano-. Te dirán que todavía no puedo comer nada decente.


-Déjamelo a mí, hermanito -dijo Octavio, despidiéndose con la mano.


-No me vendría mal otro beso -dijo Pedro-. Es una buena medicina para mí.


-¿Qué te han hecho en el quirófano? -preguntó Paula-. Nunca te había visto así.


-Me viste así ayer por la noche.


-Supongo que nada ha cambiado para nosotros. Seguimos sin convenirnos mutuamente, ¿no? -dijo Paula, sintiendo que su corazón latía aceleradamente.


-Sí ha cambiado algo. Yo podría haber muerto. Esos disparos podrían haberme matado.


Paula miró el sombrío rostro de Pedro con lágrimas en los ojos. Alargó una mano y le acarició la mejilla.


-Si te hubiera sucedido algo... oh, Pepe, no puedo evitar sentir lo que siento por ti.


-Vamos, cariño -Pedro la atrajo hacia sí hasta que sus labios se tocaron-. Cuando te vi en peligro ayer por la noche mi único pensamiento fue salvarte. Nada importaba excepto tú. ¿Comprendes lo que estoy diciendo? Es evidente que yo
tampoco puedo evitar sentir lo que siento por ti.


-¿Qué sientes por mí?


-Que me aspen si lo sé -Pedro rió y la miró con ternura-. Creo que deberíamos hacer un esfuerzo por averiguar si podemos tener una relación que no nos destruya a ambos.


-Pero dijiste que no significábamos más que problemas el uno para el otro.


-Eso es cierto, pero a pesar de todo nos deseamos. Pensé que podría apartarte de mi vida fácilmente, pero después de lo que sucedió anoche sé que no es posible. No mientras tú me desees tanto como yo a ti.


Entonces Pedro la besó y Paula sintió que aquello era todo lo que deseaba.


Media hora más tarde, cuando Octavio y Patricia entraron en la habitación encontraron a Paula sentada en una silla junto a la cama de Pepe, cogiéndole una mano mientras éste dormía pacíficamente.


-El desayuno ha llegado -susurró Octavio mientras él y Paula entraban sigilosamente.


-Y el periódico de la mañana -añadió Patricia, dejando el Marshallton News en la mesilla junto a la cama. Pedro abrió los ojos. Su expresión era ligeramente abotargada debida a los calmantes.


-¿Cuánto tiempo llevo dormido?


-Unos veinte minutos -dijo Paula.


Pedro le apretó la mano.


-¿Qué tal una taza de café y una rápida ojeada al periódico?


Patricia apretó el botón que levantaba la cabeza de la cama de Pedro mientras Octavio le alcanzaba el café. Paula le dio el periódico de la mañana.


Octavio dejó el resto de los comestibles y los otros cafés en la bandeja portátil que se hallaba a los pies de la cama de Pedro.


-Bébetelo mientras está caliente-dijo.


-¡Maldita sea! -rugió Pedro, apretando el periódico con en un puño.


-¿Qué sucede? -Paula quiso coger el periódico pero Peyton se negó a soltarlo


-¿Han bajado algunas de tus acciones?-preguntó Octavio.


-Llama a Harrison Black del Marshallton y dile que se está buscando que le ponga un pleito -Pedro arrojó el periódico al suelo-. Será mejor que controle a sus periodistas si quiere que su negocio prospere.


-¿Qué han publicado para que te alteres tanto? -preguntó Octavio.


Paula rodeó la cama y recogió el periódico del suelo. Ojeó los titulares. Entonces lo vio. Una foto suya, llorando histérica, aferrándose a la mano de Pedro mientras los camilleros lo llevaban al quirófano. Junto a esa fotografía había otra de Pedro sacándola del juzgado con un brazo en torno a su cintura. La leyenda decía:




Pedro Alfonso, que recibió un disparo en misteriosas circunstancias, es reconfortado por su cliente, la encantadora conductora de grúas Paula Chaves. ¿Cuál es la verdadera exclusiva de estos dos personajes? ¿Será la señorita Chaves la candidata a primera dama del estado?




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