sábado, 14 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 28






Cuando Paula se despertó, comprobó que Pedro se había ido en algún momento durante la noche y suspiró. Lo extraño era que en tan sólo una semana se había acostumbrado a compartir la cama con él. Sus sentimientos eran confusos y deseaba poder llamar a Tamara para hablar con ella. ¿Acaso se sorprendería cuando descubriera que se había casado con un soldado?


Una vez se vistió, Paula bajó las escaleras. Olía a beicon y café y su estómago rugió.


—Buenos días —dijo Alma en cuanto la vio—. Llegas justo a tiempo. Acabo de avisar a los chicos para que vengan a desayunar. Tengo la impresión de que están hambrientos.


—¿A los chicos?


—Sí, a Facundo y Pedro. Llamé a Facundo al móvil y me dijo que Pedro y él estaban dando una vuelta a caballo por el rancho.


—¿Quieres decir que Pedro está montando a caballo?


—Eso creo.


—Eso es que su pierna debe de estar mejor.


Mientras Alma ponía los platos en la mesa, Paula oyó pasos en el patio. La puerta se abrió y Facundo entró, seguido de Pedro. El parecido entre ambos era notable, sobre todo porque Pedro llevaba botas y un sombrero texano, además de vaqueros y un chaleco, la misma ropa que Facundo.


—Buenos días —dijo él evitando mirarla.


Los dos hombres se lavaron las manos en el fregadero y se sentaron uno frente al otro. Paula se sentó junto a Pedro.


—¿Has dormido bien? —preguntó él pasándole un plato de patatas.


—Bien, gracias —contestó ella, dirigiéndole una rápida mirada antes de tomar el plato que le ofrecía.


Enseguida lo siguieron beicon, salchichas, huevos revueltos y bizcochos.


Pedro miró a Alma, que estaba sentada junto a Facundo.


—Tienes que trabajar hoy?


—Oficialmente no. Quiero tomarme esta semana libre. Me han prometido no llamarme a menos que ocurra una catástrofe.


—¿Cuándo llegan papá y mamá?


Facundo miró su reloj.


—En menos de una hora.


—Les has dicho que ya he llegado, ¿verdad? 


Facundo frunció el ceño.


—Sabían que estabas de camino. ¿No les llamaste anoche?


—Se me olvidó. No estaba de humor para tener una larga discusión.


—No pareces estar de mejor humor esta mañana.


Paula colocó discretamente su mano sobre el muslo de Pedro y él la miró sorprendido.


—Te quieren, Pedro —dijo ella—. Tienes que estar agradecido de que tus padres sigan con vida.


Como si estuvieran solos, él tomó su mano y se la llevó a los labios para besarla.


—Gracias por recordármelo —contestó él antes de seguir comiendo.


—¿Has hablado con Julio? —preguntó Facundo después de desayunar.


—No desde ayer por la mañana. Me dijo que me llamaría hoy para contarme cómo iban las cosas.


Facundo sacudió la cabeza disgustado y luego miró a Paula.


—¿Quieres montar a caballo con nosotros? —preguntó—. No iremos muy lejos.


—¿A caballo?


—Veo que nunca has montado a caballo.


—¿Vas a volver a montar?


—Seguramente sí. Hace un día muy bonito.


Lo más cerca que había estado de un caballo había sido en los desfiles del cuatro de julio. Tragó saliva y levantó la cabeza.


—De acuerdo. Montaré con la condición de que alguno de vosotros me enseñe a montar sin caerme.



****


Paula no podía creerlo. Estaba sentada sobre el caballo a pesar del miedo que sentía. Miró a los hermanos, cada uno a un lado suyo.


—Estoy lista.


—Deja sueltas las riendas. El caballo se mantendrá a nuestro lado.


Paula se agarró a la silla de montar con ambas manos cuando el caballo echó a andar. Pedro le había explicado cómo sujetarse con las rodillas y llevaba los pies en los estribos.


—Estás bien? —preguntó Pedro, manteniéndose cerca de ella.


—Eso creo, al menos de momento. No sé lo que pasará si va más rápido.


Facundo se rió.


—Lo estás haciendo bien, Paula. Admiro tu disposición a probar cosas nuevas —dijo mirando a Pedro antes de continuar—. ¿Ves aquellos árboles? Allí es dónde vamos. Hay algo que quiero comprobar.


Ella divisó un molino cerca de los árboles.


—Me alegro de haber venido con vosotros —dijo ella.


—Yo también —murmuró Pedro.


Cuando llegaron al molino, ambos hombres desmontaron. 


Pedro tomó a Paula como si fuera una pluma y la dejó en el suelo. Ella se frotó el trasero.


—Te duele?


—Un poco.


—De hecho, a mí también. Hace mucho tiempo que no monto a caballo.


—Pues se te ve como si nada.


—No es de extrañar. Papá me llevaba con él antes incluso de que supiera caminar.


—Se te ve feliz —dijo Paula mientras Pedro miraba a su alrededor.


Él asintió.


—Es bueno estar en casa.


—¿Entonces, no sientes haberme traído contigo?


Él la miró durante unos segundos.


—No me arrepiento de nada de lo que ha pasado desde que apareciste en mi puerta.


Habían pasado muchas cosas desde entonces, pero por el brillo de sus ojos, era evidente que se estaba refiriendo a hacerle el amor.


—Yo tampoco.


Ninguno habló de vuelta a las cuadras. Paula estaba nerviosa por conocer a los padres de Pedro.


—¿Vas a decirles a tus padres que estamos casados? —preguntó Paula una vez llegaron a las cuadras.


—Facundo y yo hemos hablado de eso. Creo que ya los he disgustado bastante como para decirles que nos hemos casado sin decírselo a nadie.


—Bien —dijo ella sintiéndose aliviada—. Podemos guardarnos esa noticia para otro momento.


Una vez desmontaron, Facundo entregó los caballos a uno de los muchachos.


—Te dije que no tardarían mucho en llegar —dijo Facundo, a medio camino hacia la casa, señalando una camioneta roja.


—Veo que papá se ha comprado una camioneta nueva.


—Así es.


—Tiene buena pinta.


—Sí. Le dije que su vieja camioneta iba a estropearse un día de éstos, así que decidió comprarse una nueva más grande para poder llevar a los nietos.


Llegaron a la casa, a la vez que la camioneta. Javier salió con Jose y Gladys ayudó a Helena a bajarse. Helena vio a Facundo y corrió hacia él.


—Papá —dijo y lo abrazó por la cintura—. Te he echado mucho de menos.


—Yo también, cariño.


Pedro se acercó cojeando a sus padres. Los ojos de Gladys estaban húmedos.


—Bienvenido a casa, hijo —dijo Javier.


Gladys abrazó a Pedro.


—Da igual los años que tengas, tú siempre serás mi pequeño.


Javier dejó al pequeño Jose en brazos de Gladys y abrazó a Pedro.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al ver el reencuentro. Javier, Gladys y Pedro hablaron un rato y después Javier se giró.


—¿Vamos a quedarnos aquí todo el día?


Jose se agitó en brazos de Gladys y se inclinó hacia Facundo, que riendo lo tomó en sus brazos. El pequeño se parecía mucho a su padre.


Mientras el grupo se dirigía a la casa, Pedro se giró y tomó de la mano a Paula.


—Mamá, papá, os presento a Paula. Se quedará con nosotros una temporada.


Gladys sonrió.


—Bienvenida, Paula. Me alegro de que Pedro te haya traído.


—Me alegro de conocerte, Paula —dijo Javier—. Creo que tienes algún problema y necesitas un lugar donde esconderte. No podrías haber elegido un lugar mejor.


—Gracias, señor Alfonso. Les agradezco su hospitalidad.


—Llámame Javier —dijo y rodeando los hombros de su esposa, añadió—: Y ella es Gladys.


—De acuerdo —dijo Paula.


Pedro dejó que los demás entraran en la casa y Paula esperó a su lado.


—Tus padres parecen unas personas maravillosas —susurró.


—Yo también pienso que son muy especiales.



****

Los padres de Pedro se fueron al anochecer y Facundo y Alma subieron para bañar a los niños y meterlos en la cama. 


Pedro encendió la televisión e invitó a Paula para que lo acompañara.


—Esto es un lujo. No recuerdo la última vez que vi la televisión —dijo Pedro.


—Estoy sorprendida con tu familia. ¿Son tus otros hermanos tan agradables como tu padre y Facundo?


—Supongo que sí.


—Tu madre me ha contado que con los gemelos, ya tiene cinco nietos. Dice que va a esperar hasta que Julio y Carina se acostumbren a sus bebés antes de visitarlos.


—Julio se ha disculpado por no haber llamado antes. Los bebés le han dejado dormir por fin y ha llegado tarde a trabajar.


El estar tan cerca de Pedro le hacía sentir deseos de lanzarse en sus brazos. Se estaba acostumbrando a tenerlo a su lado.


Más tarde, subieron y él la acompañó a su habitación. En la puerta, se detuvieron.


—Encajas en esta familia como si fueras parte de ella —dijo él tomando el rostro de Paula entre sus manos y dándole un suave beso en los labios—. Llevo todo el día deseando hacer esto —añadió atrayéndola hacia él hasta que sus cuerpos se tocaron desde los hombros hasta las rodillas—. Incluso eres tan alta como yo. ¿Ves lo bien que encajamos?


Paula no podía pensar en una sola razón para no invitarlo a su cama. o quizá sí.


—¿Por casualidad has comprado preservativos?


Su expresión era pícara.


—Por supuesto. ¿Quiere eso decir que me estás proponiendo que te haga el amor? Recuerda, eres tú la que decide.


—Eso me gustará —respondió ella, sintiéndose repentinamente tímida.


Al cabo de unos minutos, ambos estaban desnudos y en la cama mientras Pedro le mostraba lo excitante que era hacer el amor. El parecía no obtener suficiente y ella disfrutaba cada minuto. No se durmieron hasta primera hora de la mañana.





PELIGRO: CAPITULO 27





La comida estaba deliciosa. A Paula le cayeron bien Facundo y Alma. Eran una pareja unida y eso le gustó. 


Escuchó a los hombres hablar del rancho y de lo que el resto de la familia estaba haciendo. Era evidente que había un fuerte lazo entre los hermanos. A Pedro se le veía relajado y feliz. Aunque había temido el momento de enfrentarse a su familia, era obvio que los quería.


¿Sería consciente de la suerte que tenía?


Después de cenar, se excusó y se fue arriba. No tardó mucho en meterse en la cama y cuando estaba a punto de quedarse dormida, oyó unos suaves golpes en la puerta.


—¡Quién es?


—Soy yo —contestó Pedro.


Seguramente, querría dormir con ella.


—Pasa.


Ella se sentó en la cama mientras él entraba en la habitación. Tenía el pelo mojado de la ducha y tan sólo llevaba unos vaqueros, con el primer botón desabrochado.


Pedro se detuvo en el umbral de la puerta, sin saber si entrar.


—Me preguntaba si podrías darme un masaje en la espalda.


—No llevas bastón.


Él se encogió de hombros.


—Las medicinas hacen maravillas.


¡No pretendía dormir con ella, después de todo!


—Claro —dijo ella—. Ven y túmbate en la cama.


Él se sentó al borde de la cama para quitarse los vaqueros y ella se dio cuenta de que no llevaba nada debajo. Tenía que acostumbrarse a que estaba casado con ella.


Él se tumbó boca abajo junto a ella.


—¿Paula?


—¿Sí? —dijo ella comenzando a masajearle la espalda.


—Te obligué a celebrar esta boda. No quiero que pienses que voy a aprovecharme del hecho de que legalmente pueda dormir contigo, porque no voy a hacerlo. Probablemente no creerás que puedo cumplir una promesa, pero te prometo que esta vez lo haré. No te haré el amor ni dormiré en tu cama a menos que me invites.


—Pareces muy modesto para ser un hombre de Texas.


—Lo digo en serio.


—Está bien.


—Una vez que los hombres que cometieron el asesinato sean condenados, quiero que te sientas libre para continuar con tu vida sin tenerme cerca.


Cada palabra fue acompañada de un gemido de placer, mientras ella le masajeaba la espalda.


—De acuerdo.


Él se enderezó, levantó la cabeza y la miró.


—¿De acuerdo? —repitió contrariado.


—Agradezco tu comprensión. Con suerte, en breve podré volver a casa y ver con, cierta perspectiva mi vida.


Él apoyó la cabeza en la almohada.


Pedro tenía un cuerpo muy bonito y le gustaba acariciarlo. 


Había muchas cosas que le gustaban de él y una de ellas era su sentido del humor. A pesar de lo que sentía por él, eran completamente opuestos.


Ella había vivido entre algodones y era feliz con su vida anodina. Él era un militar que había viajado mucho y llevaba una vida que ella apenas podía imaginar. Seguramente, él no habría salido huyendo de la escena del crimen.


Sólo porque se sentía fuertemente atraída por él y porque era el primer hombre que le hacía el amor, no debería influir en las decisiones que tomara sobre su futuro. Necesitaba pensar con la cabeza y no dejarse llevar por sus emociones.


Paula sabía que si Pedro estuviera enamorado de ella y quisiera un futuro en común, ella se sentiría diferente sobre su situación.


Pero claro, ése no era el caso. Él llevaba tiempo solo y ella había aparecido en un momento en el que él estaba tan vulnerable como ella. Lo que había ocurrido entre ellos era predecible, dadas las circunstancias. Si hubieran usado protección aquella mañana, nunca habrían hablado de matrimonio.


Suspiró y se dio cuenta de que Pedro se había quedado dormido en su cama otra vez, después de la promesa que le había hecho. Cuando se despertara, no se sentiría contento consigo mismo.


Se tumbó a su lado y lo tapó con la sábana. Todavía tardó un buen rato en dormirse.



****


Pedro se despertó de golpe. ¿Qué estaba haciendo abrazado a Paula como si temiera que fuera a desaparecer de su vida? Con movimientos suaves, se apartó. Ella se agitó y murmuró algo, pero no se despertó.


Debía de haberse quedado dormido mientras le daba el masaje en la espalda. Sacudió la cabeza y se levantó. 


Recogió los vaqueros que había dejado en el suelo y lentamente se dirigió a la puerta.


La abrió y salió, cerrando la puerta tras de él. Todavía era temprano. Iría a su habitación y seguiría durmiendo.


—¿Así que no duermes con ella, verdad? —preguntó Facundo, saliendo del dormitorio principal.


Pedro se dio media vuelta y se apoyó en la pared para evitar caerse.


—No es lo que parece.


Facundo se detuvo.


—Claro que no.


—Me dio un masaje anoche.


—¿Es así como lo llaman ahora?


—¡No ha pasado nada! He estado durmiendo hasta ahora. Si me disculpas, creo que me vestiré.


—Como quieras. Por lo que a mí respecta, no necesitas levantarte tan pronto —replicó Facundo y continuó por el pasillo.


Pedro observó a su hermano alejarse y sacudió la cabeza. A pesar de la edad que tuviera, todavía sentía la necesidad de contestar a su hermano mayor.


Después de vestirse y tomar su bastón, Pedro bajó a la cocina, donde Facundo estaba de pie, apoyado en la encimera, bebiendo una taza de café.


—¿Cuándo tienes que incorporarte a tu unidad? —preguntó Facundo, mientras Pedro se servía café.


—En cuanto los médicos de Bethesda me vean y me den permiso.


—¿Hablabas en serio cuando decías que ibas a dejar el ejército?


—Sí, me lo estoy planteando. Diga lo que diga el médico, mi pierna nunca volverá a ser la misma.


—¿Qué piensas hacer?


—Buena pregunta. No sé qué habilidades tengo para la vida civil.


—¿Acaso no has considerado volver a casa y trabajar en el rancho? Sé de un sitio que está en venta, por si acaso estás interesado.


Pedro no estaba preparado para aquello.


—Recuerdo que te gustaba trabajar conmigo cuando eras un niño.


—Tampoco eras tan mayor. Sólo nos llevamos ocho años.


—Y has estado fuera doce.


Pedro se terminó el café y se sirvió más.


—Necesitaba madurar y pensé que el ejército era la mejor manera de hacerlo.


—Bueno, ahora que tienes una esposa, quizá quieras instalarte aquí en Hill Country.


Pedro suspiró.


—No es un matrimonio real.


—¿Cómo?


—Quiero decir que es legal y todo eso, pero no estamos enamorados.


Facundo se rió y tomó la cafetera.


—Qué te parece tan divertido? —preguntó Pedro, irritado por la expresión de Facundo.


—Tú. Puede que no te haya visto últimamente, pero te conozco lo suficiente para haberme dado cuenta de que sientes algo por Paula. Se te ilumina el rostro cuando está en la habitación. No puedes apartar los ojos de ella y por lo visto, tampoco las manos.


—No he hecho el amor con Paula esta noche —dijo entre dientes.


—Pero lo deseabas.


Pedro se quedó mirándolo y un largo silencio se hizo en la habitación. Después dio un sorbo de café.


—Es cierto.


—Entonces, ¿qué estás haciendo? ¿Jugando a ser su salvador? La rescatas, te enamoras de ella y te casas. ¿Y ahora no quieres tocarla?


—Es complicado. Además, no la amo.


—Eso es lo que dices.


—Es la verdad.


—De acuerdo —dijo Facundo dejando la taza—. ¿Qué tal está tu pierna para montar a caballo?


—No lo sé, pero podría intentarlo.


—Entonces, vamos, buscaremos uno lo suficientemente dócil para ti. Quiero enseñarte algunas cosas que hemos hecho por aquí últimamente.