sábado, 14 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 27





La comida estaba deliciosa. A Paula le cayeron bien Facundo y Alma. Eran una pareja unida y eso le gustó. 


Escuchó a los hombres hablar del rancho y de lo que el resto de la familia estaba haciendo. Era evidente que había un fuerte lazo entre los hermanos. A Pedro se le veía relajado y feliz. Aunque había temido el momento de enfrentarse a su familia, era obvio que los quería.


¿Sería consciente de la suerte que tenía?


Después de cenar, se excusó y se fue arriba. No tardó mucho en meterse en la cama y cuando estaba a punto de quedarse dormida, oyó unos suaves golpes en la puerta.


—¡Quién es?


—Soy yo —contestó Pedro.


Seguramente, querría dormir con ella.


—Pasa.


Ella se sentó en la cama mientras él entraba en la habitación. Tenía el pelo mojado de la ducha y tan sólo llevaba unos vaqueros, con el primer botón desabrochado.


Pedro se detuvo en el umbral de la puerta, sin saber si entrar.


—Me preguntaba si podrías darme un masaje en la espalda.


—No llevas bastón.


Él se encogió de hombros.


—Las medicinas hacen maravillas.


¡No pretendía dormir con ella, después de todo!


—Claro —dijo ella—. Ven y túmbate en la cama.


Él se sentó al borde de la cama para quitarse los vaqueros y ella se dio cuenta de que no llevaba nada debajo. Tenía que acostumbrarse a que estaba casado con ella.


Él se tumbó boca abajo junto a ella.


—¿Paula?


—¿Sí? —dijo ella comenzando a masajearle la espalda.


—Te obligué a celebrar esta boda. No quiero que pienses que voy a aprovecharme del hecho de que legalmente pueda dormir contigo, porque no voy a hacerlo. Probablemente no creerás que puedo cumplir una promesa, pero te prometo que esta vez lo haré. No te haré el amor ni dormiré en tu cama a menos que me invites.


—Pareces muy modesto para ser un hombre de Texas.


—Lo digo en serio.


—Está bien.


—Una vez que los hombres que cometieron el asesinato sean condenados, quiero que te sientas libre para continuar con tu vida sin tenerme cerca.


Cada palabra fue acompañada de un gemido de placer, mientras ella le masajeaba la espalda.


—De acuerdo.


Él se enderezó, levantó la cabeza y la miró.


—¿De acuerdo? —repitió contrariado.


—Agradezco tu comprensión. Con suerte, en breve podré volver a casa y ver con, cierta perspectiva mi vida.


Él apoyó la cabeza en la almohada.


Pedro tenía un cuerpo muy bonito y le gustaba acariciarlo. 


Había muchas cosas que le gustaban de él y una de ellas era su sentido del humor. A pesar de lo que sentía por él, eran completamente opuestos.


Ella había vivido entre algodones y era feliz con su vida anodina. Él era un militar que había viajado mucho y llevaba una vida que ella apenas podía imaginar. Seguramente, él no habría salido huyendo de la escena del crimen.


Sólo porque se sentía fuertemente atraída por él y porque era el primer hombre que le hacía el amor, no debería influir en las decisiones que tomara sobre su futuro. Necesitaba pensar con la cabeza y no dejarse llevar por sus emociones.


Paula sabía que si Pedro estuviera enamorado de ella y quisiera un futuro en común, ella se sentiría diferente sobre su situación.


Pero claro, ése no era el caso. Él llevaba tiempo solo y ella había aparecido en un momento en el que él estaba tan vulnerable como ella. Lo que había ocurrido entre ellos era predecible, dadas las circunstancias. Si hubieran usado protección aquella mañana, nunca habrían hablado de matrimonio.


Suspiró y se dio cuenta de que Pedro se había quedado dormido en su cama otra vez, después de la promesa que le había hecho. Cuando se despertara, no se sentiría contento consigo mismo.


Se tumbó a su lado y lo tapó con la sábana. Todavía tardó un buen rato en dormirse.



****


Pedro se despertó de golpe. ¿Qué estaba haciendo abrazado a Paula como si temiera que fuera a desaparecer de su vida? Con movimientos suaves, se apartó. Ella se agitó y murmuró algo, pero no se despertó.


Debía de haberse quedado dormido mientras le daba el masaje en la espalda. Sacudió la cabeza y se levantó. 


Recogió los vaqueros que había dejado en el suelo y lentamente se dirigió a la puerta.


La abrió y salió, cerrando la puerta tras de él. Todavía era temprano. Iría a su habitación y seguiría durmiendo.


—¿Así que no duermes con ella, verdad? —preguntó Facundo, saliendo del dormitorio principal.


Pedro se dio media vuelta y se apoyó en la pared para evitar caerse.


—No es lo que parece.


Facundo se detuvo.


—Claro que no.


—Me dio un masaje anoche.


—¿Es así como lo llaman ahora?


—¡No ha pasado nada! He estado durmiendo hasta ahora. Si me disculpas, creo que me vestiré.


—Como quieras. Por lo que a mí respecta, no necesitas levantarte tan pronto —replicó Facundo y continuó por el pasillo.


Pedro observó a su hermano alejarse y sacudió la cabeza. A pesar de la edad que tuviera, todavía sentía la necesidad de contestar a su hermano mayor.


Después de vestirse y tomar su bastón, Pedro bajó a la cocina, donde Facundo estaba de pie, apoyado en la encimera, bebiendo una taza de café.


—¿Cuándo tienes que incorporarte a tu unidad? —preguntó Facundo, mientras Pedro se servía café.


—En cuanto los médicos de Bethesda me vean y me den permiso.


—¿Hablabas en serio cuando decías que ibas a dejar el ejército?


—Sí, me lo estoy planteando. Diga lo que diga el médico, mi pierna nunca volverá a ser la misma.


—¿Qué piensas hacer?


—Buena pregunta. No sé qué habilidades tengo para la vida civil.


—¿Acaso no has considerado volver a casa y trabajar en el rancho? Sé de un sitio que está en venta, por si acaso estás interesado.


Pedro no estaba preparado para aquello.


—Recuerdo que te gustaba trabajar conmigo cuando eras un niño.


—Tampoco eras tan mayor. Sólo nos llevamos ocho años.


—Y has estado fuera doce.


Pedro se terminó el café y se sirvió más.


—Necesitaba madurar y pensé que el ejército era la mejor manera de hacerlo.


—Bueno, ahora que tienes una esposa, quizá quieras instalarte aquí en Hill Country.


Pedro suspiró.


—No es un matrimonio real.


—¿Cómo?


—Quiero decir que es legal y todo eso, pero no estamos enamorados.


Facundo se rió y tomó la cafetera.


—Qué te parece tan divertido? —preguntó Pedro, irritado por la expresión de Facundo.


—Tú. Puede que no te haya visto últimamente, pero te conozco lo suficiente para haberme dado cuenta de que sientes algo por Paula. Se te ilumina el rostro cuando está en la habitación. No puedes apartar los ojos de ella y por lo visto, tampoco las manos.


—No he hecho el amor con Paula esta noche —dijo entre dientes.


—Pero lo deseabas.


Pedro se quedó mirándolo y un largo silencio se hizo en la habitación. Después dio un sorbo de café.


—Es cierto.


—Entonces, ¿qué estás haciendo? ¿Jugando a ser su salvador? La rescatas, te enamoras de ella y te casas. ¿Y ahora no quieres tocarla?


—Es complicado. Además, no la amo.


—Eso es lo que dices.


—Es la verdad.


—De acuerdo —dijo Facundo dejando la taza—. ¿Qué tal está tu pierna para montar a caballo?


—No lo sé, pero podría intentarlo.


—Entonces, vamos, buscaremos uno lo suficientemente dócil para ti. Quiero enseñarte algunas cosas que hemos hecho por aquí últimamente.






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