viernes, 30 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 11





ESTA mujer es un genio -comentó Alec atónito mirando otro periódico-. En menos de dos semanas ha conseguido que aparezcas en casi todos los canales de televisión y en todos los periódicos importantes y siempre solo, sin mujeres. ¿Cómo lo has hecho?


-Aburriéndome -contestó Pedro.


No era cierto.


La verdad era que las dos últimas semanas habían sido estimulantes y sensuales, pero no pensaba decírselo a su abogado.


Había querido que Paula trabajara para él como para castigarla, pero el proceso estaba resultando castigador para él también.


Tenía el cuerpo dolorido de tanto sufrir.


-Pues ha dado resultado -rió Alec-. Ahora, eres la viva imagen de un hombre encantador. No sabía que donaras tanto dinero a obras sociales.


-Nunca lo he hecho público porque no me parecía oportuno y, desde luego, si me hubiera preguntado le habría dicho que no lo divulgara, pero lo ha hecho por su cuenta.


-Sea como sea, lo está haciendo de maravilla. Lo que me sorprende es que accediera a trabajar para ti. ¿Cómo lo conseguiste?


-Me mostré... persuasivo -contestó Pedro.


--En otras palabras, que no aceptaste un no por respuesta.¿Y ya habéis terminado?


-Nos queda la fiesta de esta noche.


-¿Vas a ir con una mujer?


-Por supuesto. Voy a ir con la mujer perfecta.


-¿.La vas a invitar a ella? -preguntó Alec asombrado-. ¿Por qué? Llevas dos semanas apareciendo solo en la prensa. ¿Por qué vas a aparecer ahora con una mujer y, precisamente, con ella?


-Tengo razones personales -contestó Pedro-. Quiero que llames a Kouropoulos para concertar una cita.


-No sé si va a querer. ..


-Querrá.


-Voy a hablar con sus abogados ahora mismo -dijo Alec al ver a su jefe tan convencido.


-Muy bien. Salgo rumbo a Blue Cove Island esta noche después de la fiesta.


-Muy bien -sonrió Alec-. Se lo haré saber.


Veo que has conseguido convertirle en el señor Perfecto -comentó Tomas sirviéndose un café y sentándose frente a Paula-. No me puedo creer que aceptaras el trabajo, pero lo que ya me resulta increíble de creer es que hayas conseguido convertir a ese canalla en un buen hombre a los ojos de la gente.



*****


Paula hojeó los periódicos.


En circunstancias normales, estaría muy orgullosa de su trabajo, pero aquellas circunstancias no eran normales.


Había aceptado el trabajo para proteger a Tomas y para conseguir el divorcio.


-Quería terminar cuanto antes -le dijo.


-¿Y ya está o hay más?


-Terminamos esta noche yendo a un estreno juntos.


-¿Vas a ir con él? No lo entiendo. ¿,Por qué quiere aparecer en público con una esposa de la que hace años que se separó? ¿No te extraña?


-La verdad es que no. Es trabajo. Después de esta noche, se terminó -contestó Paula apartándose un mechón de pelo de la cara-.Pedro quería resultados rápidos y los ha obtenido. Por mi parte, el trabajo ha terminado.


-Esta mañana he visto una entrevista suya y te aseguro que, si no supiera cómo es en realidad, me habría creído que es un buen hombre. ¿Cómo lo has hecho?


-Es mi trabajo -contestó Paula-. En cualquier caso, tiene algunas cosas buenas -añadió pensando en que había descubierto unas cuantas-. Por ejemplo, no he encontrado ni a un solo empleado que hable mal de él.


-Bueno, te recuerdo que yo trabajé para él y podría hablarte muy mal de él.


Paula intentó sonreír para quitar hierro al asunto.


-Dona fortunas y no se lo había dicho a nadie, Tomas.


-¿Y qué? ¿No me dirás que te has dejado impresionar? Es multimillonario. Se puede permitir el lujo de donar millones sin enterarse. Eso no quiere decir que sea una buena persona. Por favor, Paula.


-Sí, ya sé que por donar dinero no se es buena persona.


Paula se recordó que Pedro era capaz de recurrir al chantaje si quería algo, pero no podía olvidar lo incómodo que se había sentido cuando le habían preguntado por sus donaciones a obras caritativas.


-Sigo sin entender por qué accediste a cambiarle la imagen -insistió Tomas tomándose el café.


Paula desvió la mirada. No le había contado a Tomas la conversación que había tenido con Pedro.


-Me pareció más fácil decirle que sí que decirle que no -contestó-. De todas formas, después de esta noche se acabó.


-¿De verdad? Tengo la impresión de que lo que hay entre Pedro y tú no terminará jamás.


-Entre nosotros no hay nada -le aseguró Paula poniéndose en pie-. Me voy a ir a casa a cambiarme porque va a pasar a buscarme a las siete.


-Buena suerte. No olvides sonreír mucho ante las cámaras y mucha paciencia porque, cuando los medios de comunicación se enteren de que eres su esposa, se van a tirar a por ti.


-Nadie se va a enterar de que soy su esposa, así que no creo que se vayan a interesar en mí.


-Mucho cuidado, Paula. Alfonso siempre hace las cosas por algo. Si te ha invitado esta noche a esa fiesta es porque le interesa.


-Es porque necesitaba ir con alguien -dijo Paula sospechando que Tomas tenía razón.


¿Qué se propondría Pedro?


-¿Te ha vuelto a besar?


Paula negó con al cabeza.


No le había hecho falta.


Con sólo estar en la misma habitación que Pedro se desconcentraba y sólo podía pensar en él.


La atracción era mutua y tan intensa que a Paula le sorprendía que los periodistas no se hubieran dado cuenta.


-¿Quieres que te lleve a casa? -se ofreció Tomas.


-No, voy a ir andando y, si se pone a llover, tomaré un taxi -contestó Paula saliendo por la puerta.


Nada más llegar a la calle, vio el coche y supo quién era.


«Pedro el cazador».


-Sube -le dijo.


Era la primera que estaba a solas con él desde que había comenzado el proceso de cambio de imagen, durante el cual la tensión entre ellos había ido subiendo hasta alcanzar cotas insospechadas.


Estar en un coche a solas con él era lo último que Paula quería. Era como haber estado admirando un tigre creyendo que está en cautividad y descubrir que está suelto.


Paula sintió que se le había secado la boca y que el corazón le latía desbocado. Sabía que ante una situación peligrosa había que hacer frente o huir.


Huir de Pedro era inútil porque siempre la encontraba, así que no le quedaba más remedio que plantarle cara.


-Prefiero ir andando -contestó por tanto-. Quiero que me dé el aire.


-Entonces, iré andando contigo -dijo Pedro bajándose del coche.


-Prefiero ir sola -dijo Paula enfadada.


Como de costumbre, la ignoró.


-Supongo que no te extrañará que un cliente quiera comentar la situación después de un proceso tan intenso.


No, no le extrañaba porque, de hecho, muchos lo hacían, pero Paula no quería pasar ni un minuto más de lo estrictamente necesario con él.


Quería estar sola para recordarse una y otra vez por qué no debía acercarse a él, ya que dos semanas en su compañía la habían afectado sobremanera y ya no se fiaba de sí misma.


-Tú no eres un cliente normal. Tú eres un hombre que me ha chantajeado.


Pedro sonrió.


-Efectivamente -admitió.


Paula aceleró el paso y se obligó a mirar al frente porque mirarlo, aunque sólo fuera de reojo, era tal tentación que no se lo podía permitir.


Aun sin mirarlo, sentía su presencia masculina y todos sus sentidos femeninos se pusieron alerta cuando sintió que sus brazos se rozaban.


De repente, se dio cuenta de que tenía el cuerpo empapado en sudor.


-No tengo nada que decirte, Pedro -le dijo con la respiración entrecortada.


Debía alejarse de él si no quería perder la cabeza, el trabajo y la vida.


-He hecho lo que me pediste, así que, después de esta noche, quiero que desaparezcas. No quiero volver a verte. Además, voy a hablar con mi abogado.


Dicho aquello, sintió unas gotas en la cara y, en un abrir y cerrar de ojos, estaba empapada.


Paula miró a su alrededor en busca de un taxi, pero no había ninguno. Entonces, Pedro maldijo en griego y alzó el brazo. En pocos segundos, apareció su coche, que paró junto al bordillo.


Pedro le puso una mano en la espalda para que entrara, pero Paula no estaba segura de preferir estar en el coche a solas con él que bajo el agua.


-Por favor, no es éste el momento para ponernos a discutir. Si quieres pelea, por lo menos que sea en un sitio seco -le dijo Pedror exasperado.


Paula accedió por fin a subir al coche. Una vez dentro, Pedro dio instrucciones en griego al conductor y accionó un botón que subió la mampara de separación entre los dos habitáculos.


Entonces, Paula se dio cuenta de que tenía la blusa de seda empapada y transparente.


Se le veía el encaje del sujetador.


Roja de vergüenza, se quedó en un rincón del asiento para alejarse todo lo que pudiera de Pedro.


Le faltaba el aire.


Permanecieron varios segundos en silencio, mirándose, hasta que Pedro habló.


-Es increíble lo que llueve en este país -comentó abriendo un cajón y sacando una toalla-. Ven aquí -añadió.


Paula intentó zafarse de él, pero Pedro la ignoró, le soltó la horquilla que llevaba en el pelo y comenzó a secárselo.


Paula se dio cuenta poco después de que los bruscos movimientos se habían tornado seductoras caricias.


Se quedó paralizada, hipnotizada por el ruido de la lluvia sobre el coche y por sus manos.


La lluvia dio paso a los latidos de su corazón.


Estaban completamente solos.


Tenía los ojos a la altura de su pecho y, al fijarse en cómo la camisa se le pegaba a la piel, se dio cuenta de que Pedro también estaba empapado.


Pedro tiró la toalla al suelo y le apartó el pelo de la cara. 


Paula levantó la mirada y sus ojos se encontraron.


Paula se quedó sin aliento. Pedro le acarició la mejilla con el pulgar y Paula separó los labios invitándolo a entrar.


Se volvieron a mirar a los ojos en silencio y, de repente, Pedro bajó la mirada a sus pechos, claramente visibles.


Paula se quedó helada.


No sabía qué hacer.


¿Huir?


¿Abofetearlo?


¿Besarlo?


Ambos sabían lo que iba a pasar. Sabían que iba a suceder desde el mismo día en el que se habían vuelto a ver.


Paula sentía que su cuerpo pedía a gritos el placer que sólo él podía darle. Lo deseaba tanto que cuando, por fin, Pedro se inclinó sobre ella y se apoderó de su boca, ahogó un suspiro de alivio y se entregó a él con desesperación.


Pedro le tomó el rostro entre las manos y la besó con tanta pasión que Paula sintió que ardía por dentro. Dejó caer la cabeza hacia atrás y sintió la mano de Pedro entre los muslos.


-Llevo dos semanas queriendo hacer esto -gimió colocándose sobre ella-. Cada vez que te miraba y te veía con tu traje de chaqueta y el pelo recogido ..


Pedro le besó el cuello y volvió a su boca mientras Paula le acariciaba el pelo con rápidos movimientos.


-Yo también te deseo... -confesó.


Entonces, los besos se tornaron tan apasionados que cualquiera hubiera dicho que eran los últimos habitantes del planeta el día del Diluvio Universal.


-Pau...


Al oír que la había llamado así, Paula se vio transportada al Caribe en una noche de luna llena.


Le desabrochó la camisa con movimientos frenéticos porque se moría por sentirlo todavía más cerca.


Pedro se apretó contra ella para que sintiera su erección. Instintivamente, Paula se aferró a él para sentir su calor masculino.


Sintió que el deseo se apoderaba de ella y, hasta que Pedro se apartó de ella y maldijo en griego, no se dio cuenta de que estaban a punto de hacer el amor en el coche.


-Madre mía, no me puedo fiar de mí mismo cuando estoy contigo -dijo mirándola con pasión-. Empiezo queriendo castigarte y termino castigándome a mí mismo.


¿Quería castigarla?


Completamente confusa, lo miró a los ojos mientras intentaba controlar las sensaciones que se habían apoderado de su cuerpo.


Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no suplicarie que le hiciera el amor y se preguntó de dónde habría sacado él la fuerza para parar a tiempo. No lo sabía, pero lo cierto era que lo había conseguido.


Al darse cuenta de lo que habían estado a punto de hacer, de lo que ella había hecho, se sintió humillada.


-Esto no debería haber ocurrido -le dijo apartándose de él-. Ha sido un error.


-Estoy de acuerdo. El coche no es el lugar -contestó Pedro pasándose los dedos por el pelo-. Vamos a mi hotel.


-¡No! -exclamó Paula-. No me refería al coche sino a ti y a mí. Yo no quiero que esto suceda.


-¿Cómo que no? -exclamó Pedro visiblemente excitado-. ¿Y entonces todo esto? ¿Me has desabrochado la camisa para que no me resfriara?


-Por supuesto que no -admitió Paula-, pero no ha estado bien y los dos lo sabemos, Pedro.


-¿Por qué no? -contestó él con el ceño fruncido-. Es lo que ambos queremos y, si yo no hubiera parado, ahora mismo estaríamos haciendo el amor.


Que le recordara que había sido él quien había puesto fin a los besos hizo que Paula quisiera hacer un agujero en la tierra y desaparecer.


Se odiaba a sí misma por ser tan vulnerable a él, por perder el control cuando estaba a su lado.


Cuando levantó la mirada y se encontró con sus ojos, la desvió rápidamente pues Pedro Alfonso era la tentación en persona.


-Sí, has sido tú el que ha parado, pero en una relación hay más cosas aparte del sexo. Tú y yo no tenemos nada que ver.


-Dicen que los polos opuestos se atraen y parece que en nuestro caso es cierto.


-Sí, y también dicen que los polos opuestos se hacen la vida insoportable comentó Paula-. Somos demasiado diferentes.


-Las diferencias son buenas. Nuestra relación es tan emocionante, agape mou, precisamente por las diferencias -le dijo echándose hacia atrás con tranquilidad-. Eres una mujer impredecible que siempre me sorprende y a mí me encanta que me sorprendan. Espero que nunca dejes de hacerlo.


-¡No volverá a ocurrir! ¿Crees de verdad que me voy a acostar contigo después de todo lo que sucedió entre nosotros?


-¿Por qué no? -contestó Pedro encogiéndose de hombros-. Somos adultos y nos atraemos. Yo estoy dispuesto, ya te lo he dicho, a olvidar el pasado. ¿Por qué no lo olvidas tú también?


-¡Porque nuestro matrimonio se ha terminado!


Pedro sonrió.


-No cambies de tema.


-Te odio...


-Y yo a ti.


-Entonces, dile al conductor que pare el coche. Me quiero bajar. Me estás volviendo loca.


-Loca te volví la noche en la que nos conocimos -rió Pedro.


-Jamás debimos casarnos -murmuró Paula.


-Pero nos casamos -contestó Pedro.


-Nuestra relación fue un desastre.


-Nuestra relación iba muy bien hasta que te acostaste con Farrer.


-¡Yo nunca me acosté con Tomas!


-¡Pero si os pillé en la cama!


Paula lo miró indignada, preguntándose cómo tenía el descaro de acusarla de ser infiel cuando había sido él quien se había acostado con otra mujer.


-Es verdad que lo besé, pero jamás me acosté con él. Sólo somos amigos. Y le di un beso para hacerte sufrir, exactamente igual que me hacías sufrir tú a mí.


Pedro se quedó mirándola en silencio.


-¿Por qué querías hacerme sufrir?


«Porque esperaba lealtad por tu parte y sólo encontré traición», pensó Paula.


¿Había llegado el momento de decirle la verdad, de contarle por qué se había echado en brazos de Tomas, de decirle lo mucho que la había herido?


¿Para qué? Ya habían pasado cinco años.


-Ya da igual -contestó-. En cualquier caso, quiero que sepas que nunca tuve una aventura con Tomas y que fui yo la que lo besé y no él a mí. Quería que creyeras que estábamos juntos.


-Estabais abrazados.


-Éramos amigos. Yo lo estaba pasando mal y él me estaba consolando.


-Pero eras mi mujer -la acusó Pedro-. Si necesitabas consuelo, deberías habérmelo pedido a mí.


Sí, claro, precisamente cuando él era la causa de su malestar. Paula jamás le había comentado que sabía que le había sido infiel y ya no merecia la pena hacerlo.


-Nunca hubo nada entre Tomas y yo.


Por el bien de Tomas, quería que aquello quedara claro. Lo demás ya no importaba.


-Está enamorado de ti -le aseguró Pedro.


-Te equivocas.


-No paraba de mirarte. Si no hubiera sido tan amigo tuyo, le habría puesto el ojo morado mucho antes.


-Eres un animal.


-Eras mía.


Se quedaron mirando a los ojos durante interminables segundos y Paula sintió una cálida sensación que se apoderaba de su cuerpo.


¿Qué le estaba ocurriendo? Aquella frase debería haberIe sentado fatal, pero no había sido así.


-Jamás fui tuya.


-¿Ah, no? ¿Cuando corríamos por la playa de la mano buscando un lugar apartado donde poder hablar y reír no eras mía?



Paula tragó saliva.


-¿Y cuando cenábamos langosta y vino en mi terraza tan excitados que apenas podíamos probar bocado tampoco eras mía?


Paula abrió la boca para hablar, pero de ella no salió ningún sonido.


-¿Y la primera noche? ¿Aquella primera noche cuando me dijiste que confiabas en mí y cuando gritaste mi nombre tampoco eras mía?


Entonces, Paula había creído serio. En realidad, quería serlo.


-Esto me lleva a mi primera pregunta. ¿Por qué acudiste a Tomas en busca de consuelo y no a mí?


-Porque tú eras el problema -confesó Paula por fin en tono de reproche-. Hablas de fidelidad cuando tú no tienes ni idea de lo que significa esa palabra. Desde luego, no entiendes a las mujeres. ¿Por qué crees que me casé contigo?


-¿Para tener acceso ilimitado a mi tarjeta de crédito?


Paula se quedó mirándolo anonadada.


-¿Crees que me casé contigo por dinero?


-¿Por qué iba a ser si no?


«Porque te quería».


Lo quería tanto que no pensaba con claridad, pero era obvio que él jamás la había amado a ella. -¡Para que quede claro, te repito que jamás me acosté con Tomas! -exclamó Paula en actitud desafiante.


-Para que quede claro, te repito que no te creo -contestó Pedro.


-Ya no me importa. Es historia. Eres historia. Ahora, déjame bajarme del coche. Después de esta noche, no quiero volver a verte.


Dicho aquello, Paula dio un golpe en el cristal que los separaba del conductor. El coche se detuvo al instante.


Sin dudarlo, Paula se bajó y oyó a Pedro maldecir en griego mientras intentaba impedírselo, pero no pudo evitar que saliera corriendo.








CHANTAJE: CAPITULO 10





Paula lo sintió antes de verlo.


Las miradas de todas las mujeres presentes se habían concentrado en alguien que estaba a sus espaldas y Paula sabía muy bien de quién se trataba.


Se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar si se levantara y saliera corriendo. Se tensó y se preparó para la confrontación, pero no se giró.


La había encontrado más rápidamente de lo que había imaginado, pero él era así. No había persona a la que no pudiera encontrar ni contrato que se le resistiera.


Encontrarla debía de haber sido un juego de niños, pero eso no quería decir que fuera a acceder a hacer lo que él quisiera.


Pedro se sentó frente a ella, ignorando las miradas de las féminas que había a su alrededor.


A Paula le entraron ganas de reírse. A ella le había pasado lo mismo cuando lo había conocido. Se había sentido atraída por él como si fuera un imán.


Le entraron ganas de gritarles que se lo quedaran, pero que tuvieran cuidado porque era un hombre muy peligroso que no tenía escrúpulos.


Por supuesto, no lo hizo.


Lo miró a los ojos con ganas de pelea. Era la única manera de tratar con aquel hombre porque, si percibía el más leve signo de debilidad, te machacaba.


-¿Mezclándote con la plebe, Pedro?


Miró su alrededor y se encogió de hombros.


-Has sido tú la que ha elegido el campo de batalla.


¿Campo de batalla? 


Sí, así era su relación.


Pedro le hizo una señal a un camarero que obviamente lo había reconocido porque corrió a atenderlo con una prisa patética.


Paula apretó los dientes. ¿Qué tenía aquel hombre que hacía que todo el mundo se rindiera a sus pies?


Se había cambiado de ropa. Ya no llevaba traje sino unos pantalones de pinzas y una camisa de lino, pero aun así seguía teniéndolo todo bajo control, era el magnate griego en todo su esplendor.


«El jefe de la manada», pensó Paula.


Pedro pidió un café y observó satisfecho que la bebida de Paula estaba casi intacta. Ella le dedicó una mirada glacial.


-Has hecho que me siguieran, ¿verdad? -lo acusó.


-¿Creías que no lo iba a hacer? -sonrió él.


-Estás perdiendo el tiempo, Pedro, porque no tengo nada que decirte a menos que quieras que hablemos del divorcio.


-Ah, sí... el divorcio -dijo Pedro cruzando una pierna sobre la otra.


Contra su voluntad, Paula se encontró rememorando aquel glorioso cuerpo. De repente, se dio cuenta de que se le había secado la boca.


Horrorizada, desvió la mirada y dio un trago a su bebida.


-Me preguntó por qué no has hablado con tu abogado antes -comentó Pedro.


-Porque nunca pienso en ti -mintió Paula dejando el vaso sobre la mesa con manos temblorosas-. Nuestro matrimonio fue tan breve que ya lo he olvidado.


-¿De verdad?


-Sí.


-¿Y también te has olvidado del sexo, Paula?


-Sí -contestó Paula apretando los puños.


-Entonces, ¿por qué tiemblas? -observó Pedro enarcando una ceja-. ¿No te parece casi indecente que, a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, nos sigamos deseando desesperadamente?


Mortificada porque había adivinado con facilidad lo que le ocurría, Paula volvió a tomar el vaso entre las manos, pero le temblaban tanto que lo único que consiguió fue que el contenido se le cayera por los dedos.


-Lo único que deseo desesperadamente es que te vayas.


-Te aseguro que, vaya donde vaya, te voy llevar conmigo -le dijo Pedro muy seguro de sí mismo.


-A menos que me secuestres a plena luz del día, te aseguro que eso no va a ser así -contestó Paula mirándole enfadada-. Te advierto que grito muy alto.


-Recuerdo muy bien cómo gritas, Pau-contestó Pedro con voz ronca-. Y recuerdo también perfectamente qué es lo que te hace gritar.


Pau.


Paula cerró los ojos. No estaba jugando limpio.


Sólo él la llamaba así en los momentos más íntimos.


Utilizar ahora aquel nombre era un recuerdo de sus encuentros sexuales más preciados.


-Eres asqueroso -le dijo.


-¿Preferirías que tuviéramos esta conversación en un lugar más íntimo?


-Preferiría que me dejaras en paz. No pienso ir a ningún sitio contigo, Pedro.


-Claro que sí, Paula. Me alegro de que nos hayamos vuelto a ver. Me gusta hablar contigo. Había olvidado lo que es estar con alguien que no accede automáticamente a todo lo que quiero.


-¡Pero si no te gusta nada que la gente te lleve la contraria!


-Eso no es cierto.


-Si no fueras tan gallito, a la gente no le daría miedo decirte la verdad.


-¿Crees que les doy miedo? -preguntó Pedro divertido.


-Les tienes aterrorizados. No tienes medida y siempre, absolutamente siempre, te tienes que salir con la tuya. De pequeño debías de ser insoportable.


Si no lo hubiera conocido tan bien, no se habría dado cuenta del sutil cambio que se operó durante dos segundos en su rostro al oír aquellas palabras.


-Me alegro de que lo tengas tan claro porque, así, nos ahorraremos discusiones innecesarias.


-Todas las discusiones que ha habido entre nosotros han sido innecesarias.


-Yo no lo recuerdo así.


-Será porque tienes memoria selectiva -se burló Paula.


-Tengo una memoria perfecta, sobre todo en lo que se refiere a ti. Recuerdo todas nuestras discusiones, todas las acusaciones que vertiste sobre mí y todas las palabras que ahogaste cuando hacíamos el amor.


-Debe de ser que tienes una memoria increíble porque nuestra relación fue una gran discusión sin fin.


-Porque tú no querías hacer nada sin pelear. Incluso el sexo entre nosotros era una pelea.


Paula sintió que el calor se apoderaba de ella cuando recordó cómo había sido el sexo entre ellos.


Salvaje, frenético, descontrolado.


No había habido nada tranquilo en su relación. Había sido apasionada y antagonista desde el primer día.


-Sabías que estábamos hechos el uno para el otro y, sin embargo, te empeñaste en jugar.


-No eran juegos, Pedro. Simplemente, somos diferentes. Venimos de diferentes culturas. Tú crees en doncellas vírgenes y en ... amantes -le explicó- y yo creo que para que funcione una relación el hombre y la mujer tienen que ser iguales.


-¿Entonces qué haces con Farrer? Lo digo porque no te llega, ni de lejos, a la suela de los zapatos.


-Fuiste tú el que insistió en que no habláramos de Tomas -dijo Paula poniéndose en pie-. Estás rompiendo tus propias normas.


-Siéntate -le ordenó Pedro.


-No. No me está gustando esta conversación


-Podemos seguir hablando aquí o en mi hotel, donde tú prefieras.


Paula no quería volver a quedarse a solas con él después de lo que había ocurrido aquella tarde, así que volvió a sentarse.


El camarero les llevó dos cafés.


-Este café esta asqueroso -comentó Pedro al probarlo-. No hay ninguno como el que hacemos en Grecia.


-Pues vuélvete para allá cuanto antes -sonrió Paula.


-Eso es lo que quiero, pero antes tengo que hacer un trabajo y tú también.


-Ya te dicho que no me interesa -contestó Paula.


-¿Tú crees? -dijo Pedro sacando unos papeles de alguna parte-. Una lista de tus clientes. Es increíble que la mayoría de ellos tengan cuentas en mis bancos.


Paula había olvidado la cantidad de negocios que tenía aquel hombre.


-No te atreverías...


-Claro que sí, agape mou -sonrió Pedro.


Paula sintió que el corazón se le aceleraba y que le sudaban las palmas de las manos. Decirle que no a aquel hombre era como intentar parar un tsunami.


-¿Por qué quieres que trabaje para ti?


-Porque necesito cambiar mi imagen pública cuanto antes.


-¿La gente se ha dado cuenta de cómo eres en realidad y no te gusta? -rió Paula.


Pedro la miró con desprecio.


-No te puedo ayudar -le dijo Paula mirándolo a los ojos-. Mi trabajo consiste en descubrir y potenciar el lado más humano de las personas, pero los dos sabemos que tú careces de ese lado, Pedro. Tienes fama de ser duro y frío y yo no puedo hacer nada por cambiar eso.


-Entonces, ¿no te importa que Tomas pierda la empresa?


Paula tragó saliva.


-Serías capaz de hacerlo, ¿verdad?


-Quiero que trabajes para mí, Paula -contestó Pedro encogiéndose de hombros-. Si para conseguirlo, tengo que hacerlo...


-¿Quieres que convenza a la gente de que eres tierno y amable? -se rió Paula con incredulidad.


-Soy un hombre de negocios y a los hombres de negocios no nos sirve de nada ser tiernos y amables, pero quiero que los convenzas de que tengo mi lado humano. Si lo que te molesta es el pasado, estoy dispuesto a olvidarlo.


A Paula le entraron ganas de abofetearlo. Por lo visto, el muy canalla se creía que estaba siendo generoso.


-Eres increíble, Pedro. Me echaste a la calle, me arruinaste la vida profesional y ¿ahora quieres que hagamos como que no ocurrido nada?


-Yo ya lo he olvidado.


A Paula le gustaría haberlo olvidado también.


-¿Por qué yo? -le preguntó.


-Porque he visto lo que has hecho con otros clientes.


-¿Y por qué quieres cambiar la imagen que la gente tiene de ti? Nunca te ha importado.


-Porque tengo un negocio muy importante entre manos -contestó Pedro-. El propietario de lo que quiero comprar es ridículamente sentimental y cree que no soy capaz de entender los valores familiares.


-Evidentemente, es un hombre muy observador -sonrió Paula-. No se deja impresionar por tu falta de principios. A ti te gustan las cosas rápidas.


-Menos en un aspecto de mi vida y tú deberías saberlo.


Y lo sabía.


Paula sintió que un intenso calor se apoderaba de su cuerpo.


-Bueno, ha sido fascinante hablar contigo, Pedro, pero me tengo que ir.


-No hemos terminado.


-Yo, sí -insistió Paula poniéndose en pie.


Pedro la agarró de la muñeca y tiró de ella, haciéndola caer en su regazo. A Paula no le dio tiempo de protestar. Sintió sus labios en la boca e, instintivamente, lo besó.


Cuando abrió los ojos comprobó horrorizada que Pedro estaba excitado.


-No te muevas -le dijo con voz ronca.


La erección amenazaba con atravesar la tela de los pantalones.


Paula cerró los ojos.


Ella también estaba muy excitada.


-Pedro. .. ¿Qué te propones?


-Recordarte el pasado. Me has dicho que lo has olvidado ya mí me han dicho que lo mejor para la amnesia es un buen shock.


-¿Qué quieres de mí?


-Que me ayudes a cerrar esa compraventa. Quiero que hagas lo que sea necesario para convencer a Kouropoulos de que soy un hombre sensible que entiende perfectamente cómo se lleva un complejo de veraneo familiar.


Paula lo miró con los ojos muy abiertos.


-Soy asesora de imagen, no maga. Los dos sabemos que tú no tienes nada de sensible.


-Hay partes de mi anatomía que son increíblemente sensibles -le aseguró con una gran sonrisa.


Paula se sonrojó y lo miró con cara de asco.


-No lo voy a hacer.


-Sí, sí lo vas a hacer -insistió Pedro apartándole un mechón de pelo de la cara-. Lo vas a hacer porque es la única manera de que te dé el divorcio y porque, si no lo haces, te arruino por segunda vez y, en esta ocasión, me llevo por delante también a Tomas.





jueves, 29 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 9




-Sí, jefe, se ha intentado escapar. Ha tomado un taxi hasta el río y ha dado un paseo. Ha estado andando un buen rato. Hemos estado a punto de perderla porque, la verdad, no se parece en nada a la fotografía que nos dio.


Pedro miró a su guardaespaldas y se rió. Aquello era típico de Paula. Sabía perfectamente que la iba a encontrar y, aun así, se empeñaba en huir.


Mientras se subía en el coche y le daba instrucciones al conductor, pensó que por eso siempre chocaban.


Paula era la persona más parecida a él, cabezota y decidida, que conocía.


Las mujeres babeaban ante él, pero Paula, no. Ella lo había ignorado, lo que le había forzado a perseguir a una mujer por primera vez en su vida y, mientras las demás se reían ante sus comentarios, ella discutía y lo volvía loco.


Era la antítesis de la mujer que le habían enseñado que debía buscar. No era una mujer sumisa y ése era parte de su atractivo.


Paula era vivaracha, terca y difícil de convencer, la mujer perfecta para un hombre al que le gustaran los retos.
Pedro sonrió ante la posibilidad de volver a luchar con ella. 


Su relación siempre había sido apasionada y aquella mañana le había quedado claro que seguía deseándola.


Le había costado un esfuerzo sobrehumano no poseerla allí mismo, sobre la mesa de cristal.


Ahí era dónde se había equivocado. Tendría que haber seguido acostándose con ella hasta que hubieran estado los dos tan exhaustos que no hubieran tenido fuerzas para discutir.


Pero había sentido la imperiosa necesidad de casarse con ella.


Seguía sin entender por qué lo había hecho.


Al darse cuenta de que el coche se había parado, se fijó en un café que tenía una terraza con varias mesas.


Por detrás parecía un chico, pero Pedro reconoció la curva de su cuello y el mentón levantado.


Estaba lista para entrar en batalla.


Era obvio que estaba esperando que la encontrara.


Pedro bajó del coche y fue hacia ella.