martes, 6 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 9




—Es un buen plan, señorita Pau —respondo al elaborado proyecto que acabo de exponer en fracción de segundos.


Luego de ofrecerle trabajo a la joven, y tras un momento de debate, logré hacerla entender que no tiene muchas opciones, y que seguramente mi oferta ¡siempre! será mejor que todas.


Le ofrezco casa, comida, un muy generoso sueldo y libertad de horarios, a cambio deberá mantener cubiertas las necesidades alimenticias tanto de mis hijos como las mías. 


De esta forma tendrá libertad y generará ingresos… ¿Qué más puede pedir?


Finalmente aceptó y decidió comenzar a ahorrar el dinero para montar una nueva tienda. Un pensamiento sumamente mezquino asoma en mi mente… “ojalá le lleve mucho tiempo juntar esa cifra” y es que… no sé ¿por qué motivo quiero tenerla cerca?


«Por siempre»


A medida que termina el capuchino que le preparé y para mi tranquilidad, veo que el color rojizo de sus labios vuelve lentamente. Su boca parece una fresa, es roja y arrugadita, tienta probarla.


Pero elimino rápidamente esos pensamientos, porque por más bella que sea, yo nunca… ¡nunca tengo sexo con mis empleadas!


«Nunca más»


De reojo la veo bostezar y siento pena. Hoy no ha sido un día fácil para ella, no solo trabajó en su tienda, también lo hizo en mi casa, y luego, el suceso del cambio de cerradura en la tienda. Por momentos pienso que tendría que ir a darle una paliza al bobalicón del marido solo para que aprenda a ser hombre… uno de verdad. Uno que valore a la mujer que tiene a su lado, que la cuide, la corteje y ame como ella se merece.


«Joder Alfonso basta de pensamientos y vete a dormir poeta»


Dudo por un momento donde alojarla… la habitación principal de invitados está lista y disponible, sin dudas es la mejor opción, ya que la casa de las chicas de servicio que queda al fondo de la mía, está cerrada y seguramente despertar al gallinero a las 2:30 de la madrugada no sea buena idea.


Opto por alojarla en la recámara de invitados, la cual está en nuestro piso y se encuentra a tan solo dos puertas de la mía. 


Tiene su propio baño por lo que podrá asearse sin problema, y mañana la realojaremos en su definitivo lugar.


Me pongo de pie.


—Sígame por favor—solicito.


Ella obedece en silencio. Toma su bolso, y cuando intenta hacer lo mismo con la caja de sus pertenencias, se lo impido levantando mi mano.


—Permítame, yo cargaré la caja.


Caminamos hasta su dormitorio, abro la puerta y enciendo la luz. Un cálido aroma a flores sale de ella, Rita siempre tiene por costumbre asearla todos los viernes, por si la llegara a necesitar el fin de semana. Deposito la caja sobre la silla del tocador y luego giro para mostrarle algo de la habitación.


—En este placar del baño están las toallas, y tras la puerta hay una bata. Por favor, utilice lo que necesite para sentirse a gusto. Mañana le asignaré su dormitorio definitivo en la casa del fondo donde viven Concepción y Rita.


—Muchas gracias—responde tímidamente, y yo siento la imperiosa necesidad de abrazarla.


—¿Necesita algo más?


—Es que… no lo sé—sonríe tristemente—aún no pude ver qué fue lo que tuvieron la gentileza de empacar por mí —. Sonríe tristemente y eleva sus hombros. Me enternece y siento la imperiosa necesidad de protegerla, de cubrir sus necesidades básicas y decirle que no se preocupe… que todo va a estar bien.


No lo hago.


Cabeza fría y mantener la distancia es lo mejor. A partir de ahora seré su jefe, y por más sensaciones que provoque en mí, debo mantener los bajos instintos a raya.


—Entiendo… en el baño también hay cepillos de dientes y pasta. Siéntase como en casa.


—Ya no recuerdo que es eso… pero gracias señor Alfonso. Le juro que no tengo palabras de agradecimiento para con usted.


Asiento con la cabeza y salgo deprisa de la habitación. Ni bien lo hago, cierro la puerta y descanso mi cuerpo contra la pared del pasillo que une nuestras habitaciones. Suelto el aire que mantengo acumulado en mi interior y aflojo los hombros. Listo «ella está aquí»


Es esa puta musicalidad en su voz, la que provoca no dejarla ir. La traje a dormir a mi casa... ¡a mis dominios! Y ni siquiera la conozco. Yo no estoy bien.


Bajo la escalera hasta la sala donde las niñas descansan plácidamente, Concepción que duerme junto a ellas en la pijamada, me ve cuando asomo la cabeza y sonríe con suspicacia.


«Pero… ¿por qué?»


Vuelvo a subir las escaleras y al pasar por la habitación de invitados, escucho el inconfundible sonido de la ducha.


Cierro los ojos y respiro hondo. “Habitación de invitados Alfonso” me digo a mí mismo… es tan solo eso: Una invitada.


Mañana todo volverá a la normalidad. Ella será la cocinera y yo el ogro Alfonso, como todos se empecinan en llamarme.


Entro finalmente a mi dormitorio agotado de pelear conmigo mismo. Tras una mini ducha me acuesto y para mi asombro me duermo automáticamente.


La luz del día me despierta.


Anoche olvidé cerrar las cortinas y la luz de la mañana me molesta.


Abro los ojos lentamente y me encuentro con un par de ellos mirándome. Mi pequeña come una galleta junto a mí y me observa sonriente.


—Papito—pronuncia bajito —¿hoy no vas a trabajar?


—Sí vida, papito tiene que ir a trabajar.


—¿Por qué no puedes quedarte en casa? Nosotros hoy no tenemos colegio, pero tú, siempre te vas.


Me chantajea haciendo unos morritos, los cuales son garantidos conmigo. Soy un blando cuando de mis niños se trata.


—Yo sé que es sábado princesa, pero tan solo estaré fuera hasta el mediodía, luego regreso y miraremos una película los tres. ¿De acuerdo?


—¿Quieres?—me ofrece un trozo de la gran galleta de chocolate que come. Lo acepto e introduzco en mi boca. Es ¡de-li-cio-sa! Crujiente por fuera y húmeda por dentro, sin lugar a dudas, la mejor que he comido.


—Está muy buena—digo sentándome en la cama y tomando en brazos a mi pequeña.


—Pau las hizo para nosotros, sabes papito… me gusta mucho que ella viva con nosotros.


«A papi también le gusta que ella viva aquí princesa» pienso.


—Vamos a desayunar pequeña, papi también quiere una galleta de esas con su café.


Salgo de la cama y busco mi bata para cubrir mi bóxer, decido desayunar con los niños y luego tomar una ducha para ir a la oficina. Tomo a mi niña en brazos y luego busco mi teléfono móvil para mirar la hora, debo calcular cuánto tiempo tengo antes de aprontarme. Pero al mirar hora no puedo creer son las 11 y 20… ¡me quedé dormido! No lo puedo creer, a esta hora todos ya se estarán marchando del bufet, generalmente los sábados vamos solo los directores y nuestras secretarias.


Me resulta extraño no haber escuchado mi alarma, y más extraño es que durmiese tan profundo. Soy un maniático del trabajo, y en las noches me la paso pensando estrategias, con las cuales muchas veces sueño. Una que otra vez, a las 4 de la mañana ya no tengo sueño y voy a trabajar al despacho de planta baja.


Miro a Sara y ella sonríe.


—Creo que no vas a ir a trabajar —pronuncia la pilluela encantada de la vida.


—Vamos a desayunar pichona, hoy papi no irá a la oficina.


—¡Yupiii!—grita.


—¿Tu hermano?


—Abajo, con Pau, cocinando las galletas.


—¿Cocinando?—mi pequeño indiecito ¿cocina?


Al llegar a planta baja no salgo de mi asombro. Mi casa tiene olor a hogar. Al parecer las niñas ya se han marchado y no me enteré. Desde la cocina se escucha música suave, caminamos en esa dirección para encontrar a la señorita Pau junto a mi niño. Ella está de espalda y mueve su cuerpo al son de la música. No escucha que entramos, por lo que indico con mi dedo índice a Sara, que permanezca en silencio. Felipe a su lado también intenta bailar siguiendo el ritmo de la melodía, mientras se encuentra enfrascado en una tarea, que no puedo ver cuál es.


“¡Perfecto! Venga, choque esos cinco” dice la señorita Pau, colocando su palma a la altura de la de mi hijo para chocar los “cinco” algo se estruja en mi estómago al ver ese simple y enternecedor gesto.


Sara salta de mis brazos y corre hasta ellos.


—Yo también quiero ayudar—grita.


Pau gira y sonríe cuando me ve.


Su sonrisa es aire fresco para mí. Sus dientes perfectos enmarcando su relajada sonrisa la hacen tentadora. Luce su rojiza cabellera en un recogido simple y desprolijo. Se la ve fresca, sensual y hogareña. Mi hijo descansa su cabecita en su cintura y eso me parte el alma. Jamás se mostró tan cariñoso con nadie… y mucho menos con una persona a la que conoció hace apenas veinticuatro horas.


—Señor Alfonso, bienvenido a su cocina—saluda jocosa—estamos preparando el almuerzo que Felipe ideó.


—Mmm… interesante señorita Pau, y dígame ¿Cuál fue el menú que eligió el pequeño chef?


—¡Pizza cupcake! —exclama mi pequeño, hinchado de orgullo.


Cuando se mueve a un lado, puedo ver una bandeja de pastelillos, con sus casquetes de colores y masa dentro de ellos. Todos se encuentran cubiertos de salsa, con dos rodajitas de aceituna formando los ojos, y una tira de pimiento verde como boca.


—Toda una obra de arte, ya quiero probarlos.


—¿Hoy no vas a trabajar pa?—pregunta mi niño con los ojos abiertos de felicidad.


—Bueno, viendo que me dormí y ya prácticamente es la hora en que estoy regresando, decidí quedarme a comer cupcake pizza y esas deliciosas galletas.


—Son las megatotas de chococrispi que hizo Pau papi.


Miro a la señorita Pau con expresión de “¿no entendí el nombre de las galletas?”


Ella asiente en dirección de los niños y explica…


—Mega galletotas de chocolate y cereales… megatotas de chococrispi —remata como si ese nombre fuera lo más normal del mundo.


—Creo que tomaré una por favor—solicito con mis ojos clavados en ella, y por un instante, quizás solo por una fracción de segundo, la veo sonrojarse.


—¿Café? —consulta


—Por favor.


Los niños salen corriendo, y casi al instante escucho el sonido de Discovery Kids en la televisión de la sala.


Tomo asiento en un taburete, y descanso mis codos en la mesada francesa. La señorita Pau se desenvuelve con la soltura de haber vivido en esta casa por siempre.


Coloca un individual frente a mí, y enseguida un café negro y espumoso. En el movimiento pude sentir su perfume, el cual penetró por mi nariz y se fundió en mi cerebro.


«Vainilla y coco»


¿Qué diablos con ese aroma?


Nuevamente vuelve hasta mí, ahora con un plato con dos de esas chocochispitas mega algo… ¡bah! Con eso que tiene el nombre raro, pero son deliciosas como el cielo.


—Gracias.


—Un placer responde sonriente.


El sonido de la lluvia que llega desde el exterior me tiene fuera de mi eje. Me obligo a pensar en otra cosa. No en la fresca muchacha que se encuentra en mi cocina.


La única forma de lograr pensar en otra cosa es con el trabajo, por lo tanto, camino en busca de mi notebook y la traigo para revisar el correo mientras desayuno.


Enciendo el ordenador y veo cincuenta y tres mails para leer.


«Mierda»


Una mañana fuera de la oficina y el mundo se termina.


Abro el primero. Es de André… mi socio.


“Querido si no te pudiste despegar de alguna mujer, al menos hubieras tenido la decencia de llamar. La loba Goldshmidt quiere más dinero del pobre diablo, hasta que no le saque el último billete no parará. Llámame en cuánto termines de follar”


Sonrío con mi amigo. Siempre tan directo él. Aunque no está muy errado en su apreciación… generalmente los viernes a la noche, se lo dedico al placer… mujeres, alcohol y buen sexo. Pero anoche fue diferente, era el cumpleaños de mi princesa… nada en el mundo me hubiera separado de mis hijos.


Segundo mail...


“Hermano ¿cenamos hoy? Hay alguien que quiero que conozcas. ¿Cómo pasó mi bella sobrina en su pijamada? Llámame cuando puedas”


Mi hermano Augusto se empecina en presentarme mujeres para sentar cabeza… piensa que los niños necesitan una madre… una figura materna, sobre todo Sara, a medida que comience a crecer.


Sé que sería bueno tener un referente femenino en casa para que ella se vea reflejada, pero también sé, que nadie querrá a mis niños tanto como yo. Y con mis hijos no se negocia, yo no vengo solo… la mujer que un día se enamore de mí, también deberá hacerlo de ellos. No soy un buen negocio en cuanto a relaciones se trata.


Reconozco que soy atractivo y tengo dinero, pero quien busque diversión de a dos, lo conseguirá tan solo por una noche y de las puertas para afuera.


Tercer y cuarto mail hablan de lo mismo, una sucesión de bienes y ya me cansé. Levanto la vista y veo a la señorita Pau luchar con la bandeja de cupcake intentando introducir dos a la vez en el horno al tiempo que la puerta del mismo se cierra.


Me pongo de pie dispuesto a ayudarla, o de lo contrario se quemará los antebrazos.


Me paro detrás de ella y estiro uno de mis brazos por debajo de uno de los suyos para bajar y sostener la puerta del horno. Su cabello queda a centímetros de minariz.


—Gracias—susurra ella finalizando su tarea.


Pero antes de que termine, aproximo unos centímetros mi nariz hasta su cabello y huelo.


Cierro los ojos y aspiro el delicioso aroma que tiene esta mujer.


¿Me pregunto si todo su cuerpo olerá igual?


Gira de golpe y frunce el ceño cuando me pesca infraganti.


—¿Me estaba oliendo el cabello señor Alfonso?


Parece contrariada y algo molesta. ¿Cómo salir de ésta?... ¡estúpido! «Pienso» ¡Lo que faltaba! Demanda por acoso a las veinticuatro horas de contratada… ¡una mierda!


Cruza sus brazos y mis ojos viajan a sus tetas. Pero automáticamente ella sigue mi mirada y yo aparto mi vista de ahí.


—¡Dígame!… ¿usted me estaba oliendo?


—Sí —suelto con descaro como buen abogado que soy, dispuesto a inventar una buena excusa —sentí olor a frito y creo que proviene de su… cabello. —Remato la mentira con cara de asco por el “olor que acabo de sentir”


«¿Fritos?»


¡Tiene que ser broma! Y tengo ganas de golpear mi cabeza una y otra vez contra el refrigerador.


¡Fritos!


¿No pudiste inventar alguna otra cosa? Ahora en vez de parecer un maldito degenerado, pareceré un gay maniático de los alimentos sofritos.


Y yo ¡amo los fritos!


Parece sorprendida. Suelta su recogido y huele un mechón de su suave melena. Me observa en silencio.


—Bueno… sinceramente no siento olor alguno en mi cabello, pero si usted sí, me lo volveré a lavar.


«No vida, eres perfecta, soy un estúpido que acaba de inventar una patraña para salvar su culo»







ENAMORAME: CAPITULO 8





Digamos que no fue una total sorpresa encontrar la entrada principal y la trasera, bloqueando mi ingreso con una nueva cerradura y una cadena con candado.


Automáticamente pensé que…: No se puede esperar de un burro otra cosa que no sea una patada. ¡Y eso con el mayor de los respetos que le tengo a los burros! Pero algo tenía claro, que de Ricardo y Samantha podía esperar cualquier cosa. Al menos tuvieron la gentileza de botar mis enseres particulares y algo de ropa en una caja, a un lado de la salida trasera, justo en el callejón.


Tenía en mi mano una bolsa con un súper combo de McDonald’s y un refresco de dieta en la otra… ¡lo sé! Pero, aunque coma hasta la muerte, mis refrescos serán de dieta. 


La noche estaba helada pero mi furia no me dejaba sentir frío. Una lágrima atrevida cayó desde mi ojo y se deslizó por mi mejilla, rápidamente la limpié, para que las demás vieran que no estaban autorizadas a salir.


Pensé mis alternativas… podía conducir dos horas hasta la casa de mi madre, o ir a despertar a alguna de mis hermanas, las que seguramente al instante, llamarían a mi madre preocupándola innecesariamente.


Descarto esas opciones.


Con los dólares que me pagó Alfonso puedo dormir en una habitación calentita y limpia de hotel, mientras pienso qué hacer con mi vida.


Oooo… puedo dormir dentro de la camioneta y ahorrar el dinero que cobré, para mañana cargar combustible y conducir hasta lo de la mamá.


Sí… triste pero la única opción.


Es que, si gasto todo en la noche, mañana no tendré ni para el autobús. Después de todo, no hay mucha variedad de hoteles por esta zona… o son lujosos o son antros en los que cobran por hora.


Tomé asiento en el escalón, con la segura idea de pernoctar en mi coche. La escalinata que daba acceso a la cocina de la tienda se encontraba ¡helado! Y mi trasero se congeló al instante. Las grasas trans eran la única solución para el frío y el mal de amores sin duda, abrí la bolsa de papel y aspiré el delicioso aroma, tomé la hamburguesa y le di un gran mordisco… mmm ¡deliciosa!


Ya casi terminaba mi cena, cuando ya no tenía sensibilidad en la nariz. Los dientes me castañeteaban de frío y comencé a preocuparme. Me levanté, tomé la caja que habían botado a la basura con mis pertenencias y caminé por el callejón rumbo a mi camioneta.


Faltaban unos metros para llegar a la calle principal, donde sin duda era más seguro y se encontraba iluminado, cuando una figura comenzó avanzar hacia mí.


Frené la marcha y mi corazón comenzó a latir a mil.


Una gran figura apareció en el callejón y lentamente empezó a caminar hacia mí. Fui reculando lentamente, primero un paso, luego dos y tres. No había duda que la figura era de un hombre alto y fuerte.


Con el corazón en la garganta continué retrocediendo hasta que la figura tuvo rostro. El viejo baboso sonreía mientras aflojaba una soga que tenía anudada en su pantalón a modo de cinturón.


Dejé caer la caja que llevaba en mano y me di cuenta que no tenía escapatoria, mi única opción era saltar los muros laterales de dos metros de altura, pero salvo que me transformase en Spiderman, no lo lograría.


«Mierda»


—Pero ¿qué tenemos aquí?... uno buscando sobras de algo dulce y me encuentro aun pastelito de carne y hueso—. Dijo el viejo llegando a pocos centímetros de mí. El hedor inmundo de mugre y alcohol llegaba hasta mi nariz y comencé a tener nauseas.


—Si me toca…—amenacé con mi dedo índice en alto —¡gritaré y lo morderé!—dije con mi mejor tono de voz de “valiente” el cual claramente no resultó tal.


Más bien se oyó como un lamentable chillido de hámster moribundo.


Al menos no cayó sobre mí, cuando otro hombre se abalanzó sobre él y con un puñetazo lo quitó de mi lado.


Gracias a Dios, a ese hombre sí lo conocía.


También sabía que no olía mal, ¡todo lo opuesto! Y su sonrisa no solo tiene todos los dientes, sino que son perfectos.


—¿Se puede saber qué hace sola en medio de la noche, en un callejón?


Alfonso estaba furioso y lentamente aumentaba los decibeles. Se lo notaba muy molesto y repentinamente comencé a sentirme como una niña que había infringido
alguna regla.


—Si va a entrar a su tienda, ¡hágalo ya! Y yo esperaré a que esté segura.


No podía cerrar mi boca de asombro. Era una especie de caballero andante, alto, atlético y guapo… ¡muy guapo!


—No se preocupe señor Alfonso, estoy acostumbrada a la noche y sé cómo defenderme.


Soltó una gran risotada que terminó en más furia. Cerró sus ojos y elevó su bello rostro al cielo. Cuando los abrió, los clavó con irritación en mí.


—No se la veía muy segura cuando daba pequeños chillidos al indigente que pensaba violarla.


Mira el entorno y continúa…


—Convengamos que la noche está fría para hacer el amor bajo las estrellas.


—Pero, pero…


—Pero ¿qué? ¡Entre ya mujer, que no tengo toda la noche!


—Ya estaba a punto de llamar a la policía.


—¿Si?


—¡Sí!—respondo con soberbia.


—¿Y con qué?—preguntó cruzándose de brazos, mientras ladeaba la cabeza a un lado y me observaba.


—Pero… ¿con qué piensa que llamaría a la policía?—Respondíburlonamente—¿con un zapato?


—No sé… ¡dígamelo usted a mí! —suelta mientras mis insurgentes ojos viajan hasta sus torneados brazos.


—¡Con mi móvil señor!


Lentamente los descruza, y con una mano busca algo en el bolsillo de su chaqueta.


—¿Con este móvil, señorita Pau?


—Ohh…


—Si… “ohh” —repite burlonamente.


—Gracias—respondo avergonzada. Ahora sí, podía ver todo con claridad. ¡Qué estúpida! Si Alfonso no hubiera llegado a tiempo, seguramente ahora me encontraría durmiendo cucharita debajo de un cartón.


—¿Va a entrar o quiere seguir tomando el fresco?—vuelve a preguntar con menos paciencia que antes.


—Es que yo… no puedo entrar.


—¿Cómo?


—Han cambiado la cerradura y botado mis cosas afuera.


—Y dígame algo... ¿Qué rayos hacía a esta hora, fuera de la tienda, teniendo en cuenta que no podrá entrar?


—Estaba cenando.


—¿Dónde se va a quedar esta noche? —escupe sin un mínimo de sutileza.


—En la parte trasera de mi camioneta.


—¿Es consciente que está empezando a nevar?


—Muy consciente señor.


—Venga, vamos a mi casa… de paso tengo una propuesta para ofrecerle.


«¿Propuesta?» pienso mientras veo a Alfonso tomar la caja con mis pertenencias y mi bolso que se encontraba caído a un lado.


—¡No! —suelto con ímpetu—no iré a su casa señor. Se lo agradezco, pero no soy de ese tipo de chica.


Alfonso frena y me observa como si me hubiera salido un tercer ojo. Deja la caja nuevamente en el suelo, y camina impetuosamente hacia mí. Aproxima su rostro al mío, y nuestras bocas quedan a escasos centímetros. Creo que dejo de respirar.«¡De hecho lo hago!… acabo de comer una hamburguesa con cebolla y pepinillos… ¡vamos! si suelto mi aliento el pobre hombre se ¡desmayará!»


—Déjeme explicarle algo señorita Pau… punto número uno: mi casa se encuentra llena de niñas, puedo asegurarle que jamás llevaría a una mujer a mi hogar bajo esas condiciones. Y dos… jamás llevo mujeres a casa… si quisiera algo más de usted jovencita, la invitaría a un hotel, o a mi casa de playa… ¡nunca a mi hogar! Se lo puedo asegurar.


—Ok—es lo único que puedo pronunciar como idiota.


Y sin previo aviso soy tomada de la mano, solo nos detenemos para levantar mi caja y soy arrastrada fuera del callejón.


Subimos a su coche, que es parecido al Batimóvil y se apresura en encender la calefacción. Antes de poner en marcha el vehículo, voltea y me observa con preocupación. 


Para mi sorpresa y horror, retira uno de sus guantes de cuero y coloca el dorso de los dedos de sus manos sobre mis labios.


Nuevamente dejo de respirar. «No por miedo a mi aliento» 


Esta vez porque mi corazón galopa como cuando yo era una adolescente enamoradiza. ¡Este hombre me pone estúpida! eso hay que reconocerlo y en verdad me molesta mucho, hace que pierda mis reflejos y baje mis defensas.


«Estúpido y guapo Alfonso»


—Sus labios siguen helados y azules –comenta—¿tiene sueño?


—No—respondo en un susurro apenas audible.


—¿Nauseas?... ¿Adormecimiento de extremidades?


—No, tampoco— me pregunto ¿a qué quiere llegar con el cuestionario?


Como si pudiera leer mi mente responde a lo que estaba pensando.


—Solamente estoy evaluando… si llevarla a casa o a una guardia médica.


«A casa»


Mi estómago se contrae. Eso se oye tan familiar y repentinamente mi dibujo de la infancia se hace presente.


—De veras… me siento bien. Gracias. Y si no le importa, prefiero conducir mi camioneta. No me quedaría tranquila dejándola en la calle. Hoy por hoy es lo único que me queda.


—Sí, me importa, y usted se queda en mi coche. Luego enviaré a mi chofer a buscarla.


—¿Chofer?... ¡woow! —lo observo con una sonrisa y retomo —¡usted se parece a Christian Grey! déjeme decirle que si su chofer es Taylor ¡lo acompañaré!


Tal parece que mi broma no le causa ninguna gracia por el rictus que forma su boca. Y por el resto del trayecto no vuelve a mirarme, ni a dirigirme la palabra.


Llegamos a la mansión y con un mando a distancia abre el enrejado. No sé por qué, pero tengo esa sensación en la panza, como si este fuera una frontera. Cruzar será dar un nuevo comienzo a mi vida, y sin dudas un punto final al pasado.


Pienso con pesar, lo mucho que extrañaré mi tienda, a mis clientes, a mis empleados y a la viejecita Doris.