martes, 6 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 8





Digamos que no fue una total sorpresa encontrar la entrada principal y la trasera, bloqueando mi ingreso con una nueva cerradura y una cadena con candado.


Automáticamente pensé que…: No se puede esperar de un burro otra cosa que no sea una patada. ¡Y eso con el mayor de los respetos que le tengo a los burros! Pero algo tenía claro, que de Ricardo y Samantha podía esperar cualquier cosa. Al menos tuvieron la gentileza de botar mis enseres particulares y algo de ropa en una caja, a un lado de la salida trasera, justo en el callejón.


Tenía en mi mano una bolsa con un súper combo de McDonald’s y un refresco de dieta en la otra… ¡lo sé! Pero, aunque coma hasta la muerte, mis refrescos serán de dieta. 


La noche estaba helada pero mi furia no me dejaba sentir frío. Una lágrima atrevida cayó desde mi ojo y se deslizó por mi mejilla, rápidamente la limpié, para que las demás vieran que no estaban autorizadas a salir.


Pensé mis alternativas… podía conducir dos horas hasta la casa de mi madre, o ir a despertar a alguna de mis hermanas, las que seguramente al instante, llamarían a mi madre preocupándola innecesariamente.


Descarto esas opciones.


Con los dólares que me pagó Alfonso puedo dormir en una habitación calentita y limpia de hotel, mientras pienso qué hacer con mi vida.


Oooo… puedo dormir dentro de la camioneta y ahorrar el dinero que cobré, para mañana cargar combustible y conducir hasta lo de la mamá.


Sí… triste pero la única opción.


Es que, si gasto todo en la noche, mañana no tendré ni para el autobús. Después de todo, no hay mucha variedad de hoteles por esta zona… o son lujosos o son antros en los que cobran por hora.


Tomé asiento en el escalón, con la segura idea de pernoctar en mi coche. La escalinata que daba acceso a la cocina de la tienda se encontraba ¡helado! Y mi trasero se congeló al instante. Las grasas trans eran la única solución para el frío y el mal de amores sin duda, abrí la bolsa de papel y aspiré el delicioso aroma, tomé la hamburguesa y le di un gran mordisco… mmm ¡deliciosa!


Ya casi terminaba mi cena, cuando ya no tenía sensibilidad en la nariz. Los dientes me castañeteaban de frío y comencé a preocuparme. Me levanté, tomé la caja que habían botado a la basura con mis pertenencias y caminé por el callejón rumbo a mi camioneta.


Faltaban unos metros para llegar a la calle principal, donde sin duda era más seguro y se encontraba iluminado, cuando una figura comenzó avanzar hacia mí.


Frené la marcha y mi corazón comenzó a latir a mil.


Una gran figura apareció en el callejón y lentamente empezó a caminar hacia mí. Fui reculando lentamente, primero un paso, luego dos y tres. No había duda que la figura era de un hombre alto y fuerte.


Con el corazón en la garganta continué retrocediendo hasta que la figura tuvo rostro. El viejo baboso sonreía mientras aflojaba una soga que tenía anudada en su pantalón a modo de cinturón.


Dejé caer la caja que llevaba en mano y me di cuenta que no tenía escapatoria, mi única opción era saltar los muros laterales de dos metros de altura, pero salvo que me transformase en Spiderman, no lo lograría.


«Mierda»


—Pero ¿qué tenemos aquí?... uno buscando sobras de algo dulce y me encuentro aun pastelito de carne y hueso—. Dijo el viejo llegando a pocos centímetros de mí. El hedor inmundo de mugre y alcohol llegaba hasta mi nariz y comencé a tener nauseas.


—Si me toca…—amenacé con mi dedo índice en alto —¡gritaré y lo morderé!—dije con mi mejor tono de voz de “valiente” el cual claramente no resultó tal.


Más bien se oyó como un lamentable chillido de hámster moribundo.


Al menos no cayó sobre mí, cuando otro hombre se abalanzó sobre él y con un puñetazo lo quitó de mi lado.


Gracias a Dios, a ese hombre sí lo conocía.


También sabía que no olía mal, ¡todo lo opuesto! Y su sonrisa no solo tiene todos los dientes, sino que son perfectos.


—¿Se puede saber qué hace sola en medio de la noche, en un callejón?


Alfonso estaba furioso y lentamente aumentaba los decibeles. Se lo notaba muy molesto y repentinamente comencé a sentirme como una niña que había infringido
alguna regla.


—Si va a entrar a su tienda, ¡hágalo ya! Y yo esperaré a que esté segura.


No podía cerrar mi boca de asombro. Era una especie de caballero andante, alto, atlético y guapo… ¡muy guapo!


—No se preocupe señor Alfonso, estoy acostumbrada a la noche y sé cómo defenderme.


Soltó una gran risotada que terminó en más furia. Cerró sus ojos y elevó su bello rostro al cielo. Cuando los abrió, los clavó con irritación en mí.


—No se la veía muy segura cuando daba pequeños chillidos al indigente que pensaba violarla.


Mira el entorno y continúa…


—Convengamos que la noche está fría para hacer el amor bajo las estrellas.


—Pero, pero…


—Pero ¿qué? ¡Entre ya mujer, que no tengo toda la noche!


—Ya estaba a punto de llamar a la policía.


—¿Si?


—¡Sí!—respondo con soberbia.


—¿Y con qué?—preguntó cruzándose de brazos, mientras ladeaba la cabeza a un lado y me observaba.


—Pero… ¿con qué piensa que llamaría a la policía?—Respondíburlonamente—¿con un zapato?


—No sé… ¡dígamelo usted a mí! —suelta mientras mis insurgentes ojos viajan hasta sus torneados brazos.


—¡Con mi móvil señor!


Lentamente los descruza, y con una mano busca algo en el bolsillo de su chaqueta.


—¿Con este móvil, señorita Pau?


—Ohh…


—Si… “ohh” —repite burlonamente.


—Gracias—respondo avergonzada. Ahora sí, podía ver todo con claridad. ¡Qué estúpida! Si Alfonso no hubiera llegado a tiempo, seguramente ahora me encontraría durmiendo cucharita debajo de un cartón.


—¿Va a entrar o quiere seguir tomando el fresco?—vuelve a preguntar con menos paciencia que antes.


—Es que yo… no puedo entrar.


—¿Cómo?


—Han cambiado la cerradura y botado mis cosas afuera.


—Y dígame algo... ¿Qué rayos hacía a esta hora, fuera de la tienda, teniendo en cuenta que no podrá entrar?


—Estaba cenando.


—¿Dónde se va a quedar esta noche? —escupe sin un mínimo de sutileza.


—En la parte trasera de mi camioneta.


—¿Es consciente que está empezando a nevar?


—Muy consciente señor.


—Venga, vamos a mi casa… de paso tengo una propuesta para ofrecerle.


«¿Propuesta?» pienso mientras veo a Alfonso tomar la caja con mis pertenencias y mi bolso que se encontraba caído a un lado.


—¡No! —suelto con ímpetu—no iré a su casa señor. Se lo agradezco, pero no soy de ese tipo de chica.


Alfonso frena y me observa como si me hubiera salido un tercer ojo. Deja la caja nuevamente en el suelo, y camina impetuosamente hacia mí. Aproxima su rostro al mío, y nuestras bocas quedan a escasos centímetros. Creo que dejo de respirar.«¡De hecho lo hago!… acabo de comer una hamburguesa con cebolla y pepinillos… ¡vamos! si suelto mi aliento el pobre hombre se ¡desmayará!»


—Déjeme explicarle algo señorita Pau… punto número uno: mi casa se encuentra llena de niñas, puedo asegurarle que jamás llevaría a una mujer a mi hogar bajo esas condiciones. Y dos… jamás llevo mujeres a casa… si quisiera algo más de usted jovencita, la invitaría a un hotel, o a mi casa de playa… ¡nunca a mi hogar! Se lo puedo asegurar.


—Ok—es lo único que puedo pronunciar como idiota.


Y sin previo aviso soy tomada de la mano, solo nos detenemos para levantar mi caja y soy arrastrada fuera del callejón.


Subimos a su coche, que es parecido al Batimóvil y se apresura en encender la calefacción. Antes de poner en marcha el vehículo, voltea y me observa con preocupación. 


Para mi sorpresa y horror, retira uno de sus guantes de cuero y coloca el dorso de los dedos de sus manos sobre mis labios.


Nuevamente dejo de respirar. «No por miedo a mi aliento» 


Esta vez porque mi corazón galopa como cuando yo era una adolescente enamoradiza. ¡Este hombre me pone estúpida! eso hay que reconocerlo y en verdad me molesta mucho, hace que pierda mis reflejos y baje mis defensas.


«Estúpido y guapo Alfonso»


—Sus labios siguen helados y azules –comenta—¿tiene sueño?


—No—respondo en un susurro apenas audible.


—¿Nauseas?... ¿Adormecimiento de extremidades?


—No, tampoco— me pregunto ¿a qué quiere llegar con el cuestionario?


Como si pudiera leer mi mente responde a lo que estaba pensando.


—Solamente estoy evaluando… si llevarla a casa o a una guardia médica.


«A casa»


Mi estómago se contrae. Eso se oye tan familiar y repentinamente mi dibujo de la infancia se hace presente.


—De veras… me siento bien. Gracias. Y si no le importa, prefiero conducir mi camioneta. No me quedaría tranquila dejándola en la calle. Hoy por hoy es lo único que me queda.


—Sí, me importa, y usted se queda en mi coche. Luego enviaré a mi chofer a buscarla.


—¿Chofer?... ¡woow! —lo observo con una sonrisa y retomo —¡usted se parece a Christian Grey! déjeme decirle que si su chofer es Taylor ¡lo acompañaré!


Tal parece que mi broma no le causa ninguna gracia por el rictus que forma su boca. Y por el resto del trayecto no vuelve a mirarme, ni a dirigirme la palabra.


Llegamos a la mansión y con un mando a distancia abre el enrejado. No sé por qué, pero tengo esa sensación en la panza, como si este fuera una frontera. Cruzar será dar un nuevo comienzo a mi vida, y sin dudas un punto final al pasado.


Pienso con pesar, lo mucho que extrañaré mi tienda, a mis clientes, a mis empleados y a la viejecita Doris.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario