sábado, 5 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 5




–Hay fotógrafos.


Al llegar al museo, Paula se agachó en su asiento y Pedro la tomó de la muñeca para que se mantuviera erguida.


–Estás muy guapa. Si no quieres que piensen que hemos salido de la cama para venir aquí, deja de parecer culpable.


–He visto varias cámaras de televisión.


–La inauguración del museo es noticia.


–El escote de este vestido también lo será. Mis pechos son demasiado grandes para este modelo. ¿Me presta su chaqueta?


–Tus pechos se merecen un vestido como ese, y no, no voy a prestarte mi chaqueta –dijo él con un grave tono masculino.


Paula sintió que la atracción sexual despertaba en su cuerpo.


–¿Está flirteando conmigo?


Era completamente diferente a los hombres que formaban parte de su círculo de amigos. Había en él una fuerza, una seguridad y aplomo, que sugerían que no había conocido a nadie a quien no hubiera podido vencer, ya fuera en un bar o en una sala de reuniones.


La pregunta pareció divertirle.


–Eres mi cita, así que es obligatorio flirtear. Y deja ya de llamarme de usted.


–Me inquieta lo de esta noche, y bastante nerviosa estoy ya.


–¿Por estar conmigo?


No estaba dispuesta a confesarle cómo se sentía realmente.


–No, porque la inauguración de esa nueva ala del museo es una ocasión memorable.


–Tú y yo tenemos una idea diferente de lo que es una ocasión memorable, Paula –dijo él con una expresión burlona–. Nunca antes habían hundido mi ego con tanta facilidad.


–Tu ego está blindado, al igual que tus sentimientos.


–Es cierto que a mi autoestima no le afecta la opinión de los demás.


–Porque piensas que tienes razón y que los demás se equivocan. Me gustaría parecerme a ti. ¿Y si los periodistas preguntan quién soy? ¿Qué debo decir? Que soy una impostora.


–Tú eres la arqueóloga, yo soy el impostor. Di lo que quieras decir o no digas nada. Decídelo tú.


–No sabes cuánto me gustaría que fuera así.


–Cuéntame porque estás tan emocionada por lo de esta noche.


–¿Sin tener en cuenta que es la ocasión de ponerme un vestido? El nuevo ala cobija la mayor colección de antigüedades minoicas de toda Grecia. Son piezas originales con las que los arqueólogos podrán estudiar otras piezas de excavaciones anteriores. Es emocionante. Y por cierto, me gusta el vestido, aunque no creo que tenga ocasión de volver a ponérmelo.


–¿Te apasiona la cerámica desconchada?


–No diga eso frente a la cámara. La colección tendrá un papel muy importante en investigación y enseñanza. Además, resultará muy interesante para el público general.


Nada más detenerse el coche junto al museo, un miembro del equipo de seguridad de Pedro abrió la puerta y Paula se bajó ante una nube de flases de cámaras.


–Ahora ya sé por qué los famosos llevan gafas de sol –murmuró.


–Señor Alfonso –preguntó uno de los periodistas que los rodeaban–, ¿puede hacer algún comentario del nuevo ala?


Pedro se detuvo y habló directamente a la cámara, relajado y con desenvoltura mientras repetía las palabras de Paula.


Ella se quedó mirándolo.


–Tienes una memoria increíble.


–¿Quién es su acompañante, Pedro? –preguntó otro de los reporteros.


Pedro se giró hacia ella y Paula se dio cuenta de que le estaba dando la oportunidad de decidir si quería darles su nombre o no.


–Soy una amiga –contestó.


Pedro sonrió, la tomó de la mano y se dirigieron hacia los escalones junto a los que esperaba el comité de bienvenida.


La primera persona a la que reconoció fue David Ashurst, y se detuvo. Al ver la mirada interrogante de Pedro, sacudió la cabeza.


–Estoy bien. Acabo de ver a alguien a quien no esperaba ver, eso es todo. No pensé que se atrevería a venir.


–¿Es él? ¿Él es la razón por la que pretendes un trasplante de personalidad?


Su mirada viajó del rostro de Paula al hombre desaliñado en lo alto de la escalinata.


–Es el profesor Ashurst. Está casado –murmuró–. ¿Me da tiempo a sacar el cuaderno del bolso? No recuerdo qué escribí.


–Te diré lo que puedes decir.


Se inclinó y le susurró algo al oído que la hizo ahogar una exclamación.


–No puedo decir eso.


–¿No? Entonces, ¿qué te parece esto como alternativa?


Deslizó el brazo por su cintura y la atrajo hacia él. Ella lo miró, hipnotizada por aquellos ojos negros. Antes de que pudiera preguntarle qué iba a hacer, inclinó la cabeza y la besó.


Una oleada de placer la recorrió, despertando una sensación cálida en su vientre. La habían besado antes, pero nunca de aquella manera. Pedro movía sus labios con pericia lenta y sensual, y una ardiente excitación se expandió por su cuerpo. Sintió que el estómago le daba un vuelco, y un oscuro e intenso deseo hasta entonces desconocido se apoderó de ella. Ignorando todo lo que los rodeaba, ella se estrechó contra él y sintió que la abrazaba con más fuerza en un gesto indiscutiblemente de posesión. Deseaba más y, cuando se apartó de ella, tuvo que esforzarse en mantener el equilibrio.


–¿Por qué has hecho eso?


–Porque no sabías qué decir y, a veces, los hechos dicen más que las palabras.


–Besas muy bien –dijo Paula, y parpadeó al sentir un flash ante su cara–. Ahora, tu novia no se creerá que era la limpiadora.


–No es mi novia –aseveró mirándola a los labios.


La cabeza empezó a darle vueltas y sintió que las piernas le temblaban. Las mujeres la miraban con envidia y David la observaba boquiabierto.


Mientras subía los últimos escalones, le sonrió, sintiéndose fuerte por primera vez en días.


–Hola, profesor Ashurst –dijo, tratando de convencerse de que era el calor lo que la hacía sentirse mareada y no el beso –. Que tenga un buen viaje de regreso a casa mañana. Estoy segura de que su familia lo ha echado de menos.


El profesor no tuvo oportunidad de contestar porque el director del museo se acercó a darles la bienvenida, estrechando la mano de Pedro.


–Señor Alfonso, gracias a su generosidad, la inauguración de este ala del museo es el momento más emocionante de mi carrera. Sé que tiene una agenda muy apretada, pero sería un placer que conociera al equipo y luego hiciera una rápida visita.


Paula trató de mantenerse en un discreto segundo plano, pero Pedro la tomó de la mano y la hizo permanecer a su lado. Aquel gesto despertó una mirada de curiosidad de Belen, que estaba muy guapa y favorecida con un vestido corto azul que dejaba ver sus largas piernas. Estaba de pie junto a Spy, cuyos ojos se habían pegado al escote de Paula, confirmando sus peores temores acerca de la idoneidad de aquel vestido.


Aquella situación era surrealista. Había pasado de estar medio desnuda y temblorosa en el suelo de un cuarto de baño a verse rodeada en un elegante dormitorio por cuatro personas que la habían transformado. Como por arte de magia habían aparecido tres vestidos y Pedro, sin dejar de atender una llamada telefónica, había señalado uno de ellos.


En un principio, Paula había estado a punto de elegir otro vestido. Pero luego recapacitó al darse cuenta de que no solo le había proporcionado el vestido y la oportunidad de acudir a la inauguración del museo, sino que había elegido el mismo que ella habría elegido.


Se sintió cohibida ante sus amigos y colegas con los que trabajaba en el proyecto Aptera por ser tratada como una personalidad. Cuando el director los acompañó hasta la primera vitrina, Paula se olvidó de sus reparos y examinó la pieza.


–Es de comienzos de la cultura minoica.


–¿Lo dices porque está en peor estado que las otras?


–No, porque esta cerámica se caracterizaba por sus diseños geométricos. Fíjate… –dijo tirando de su brazo para que se acercara a la vitrina–. Espirales, cruces, triángulos…


Le explicó cada uno de ellos, y Pedro escuchó con atención antes de seguir recorriendo la exposición.


–Este tiene un pájaro.


–Los símbolos naturalistas eran característicos del minoico medio. La secuencia de los estilos en la cerámica ha ayudado a los arqueólogos a establecer las tres fases de la cultura minoica.


–Fascinante –replicó él mirándola a los ojos.


Su corazón latió con fuerza contra su pecho y, cuando el director se apartó para contestar las preguntas de la prensa, se acercó más a él.


–Realmente no te resulta fascinante, ¿verdad?


–Claro que sí –contestó bajando la mirada a su boca–. Pero creo que es porque lo estás explicando tú. Me gusta cómo te emocionas por cosas que aburren a la gente y cómo pones los labios cada vez que dices minoica.


–Para ti es una vasija vieja, pero tiene un significado muy importante. La cerámica ha ayudado a los arqueólogos a descubrir asentamientos y rutas comerciales. Podemos reconstruir los movimientos de una civilización por la distribución de su cerámica. Nos da una idea del tamaño de su población y de su organización social. ¿Por qué donas tanto dinero al museo si no te interesa?


–Porque me interesa conservar la cultura griega. Doy dinero y ellos deciden en qué usarlo.


–¿Por qué no pediste que lo llamaran pabellón Alfonso o algo así? A la mayoría de los benefactores les gusta ver su nombre en una placa.


–Lo que quiero es preservar la historia, no publicitar mi nombre. ACo es una compañía puntera en el desarrollo de tecnología. No quiero que asocien el nombre con un museo.


–Bromeas.


–Sí, bromeo.


Su sonrisa desapareció cuando Spy y Belen se les unieron.


–Son buenos amigos míos –dijo Paula rápidamente–, así que no hace falta que los intimides.


Él mismo se presentó y comenzó a charlar con Spy, mientras Belen se hacía a un lado con Paula.


–No sé por dónde empezar a preguntar.


–Mejor, no sabría por dónde empezar a contestar.


–Supongo que es el dueño de la mansión.


–Así es.


–No voy a preguntar –murmuró Belen y sonrió–. ¡Qué demonios! Claro que voy a preguntar. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha encontrado en el sótano y ha decidido traerte al baile?


–Casi. Me encontró en su cuarto de baño, después de que su ducha me atacara. Después de estropearle su cita, necesitaba una sustituta y yo era la única que tenía cerca.


Belen empezó a reír.


–¿Te atacó su ducha?


–Has dicho que no ibas a preguntar.


–Estás cosas solo te pasan a ti, Paula.


–Lo sé. No se me da bien la tecnología.


–Puede que no, pero sabes muy bien cómo elegir un pañuelo de lágrimas. Es muy guapo y tú estás espectacular –comentó Belen mirándola de arriba abajo–. Mucho mejor que con pantalones cortos y botas de senderismo.


–No es mi pañuelo de lágrimas –protestó Paula frunciendo el ceño.


–¿Por qué no? Es muy atractivo –dijo su amiga, entornando los ojos mientras observaba el imponente físico de Pedro–. Una sugerencia: ten cuidado –añadió en tono serio, tomándola del brazo.


–¿Por qué tengo que tener cuidado? No volveré a poner un pie en su ducha, si te refieres a eso.


–No me refiero a eso. No parece un hombre sumiso.


–Es muy agradable.


–Eso lo hace aún más peligroso. No te ha quitado los ojos de encima ni un segundo. No quiero que te vuelvan a hacer daño.


–Nunca he corrido menos riesgo de que me hagan daño. No es mi tipo.


–Es el tipo de todas.


–El mío no.


–Te ha besado, así que supongo que tiene una opinión diferente.


–Me ha besado porque no sabía qué decirle a David. Estaba en una posición incómoda y solo quería ayudarme. Lo ha hecho por mí.


–Paula, un hombre así hace las cosas por él. No te equivoques. Está acostumbrado a hacer lo que quiere con quien quiere y cuando quiere.


–No sé, no te preocupes por mí –dijo sonriendo y volvió junto a Pedro–. Parece que la fiesta se acaba. Gracias por una noche tan agradable. Te devolveré el vestido y, cuando quieras la ducha limpia, avísame. Te lo debo.


Se quedó mirándolo unos segundos, ignorando a todos los que estaban alrededor.


–Cena conmigo. Tengo reserva a las nueve en el Athena.


Había oído hablar del Athena. ¿Quién no? Era uno de los restaurantes más conocidos de toda Grecia. Comer allí era una experiencia única para la mayoría de la gente.


Aquellos increíbles ojos negros le sostenían la mirada y recordó las palabras de Belen.


–Es una broma, ¿verdad?


–Nunca bromeó con la comida.


Pedro, ha sido una velada increíble, algo sensacional de lo que les hablaré a mis hijos algún día, pero tú eres un multimillonario y yo.. yo…


–Una mujer muy sexy que está muy guapa con ese vestido.


Había algo en él que la hacía sentirse como si flotara.


–Iba a decir que soy una arqueóloga que ni siquiera sabe cómo usar el control de mandos de tu ducha.


–Te enseñaré. Cena conmigo, Paula.


Aquella orden sutil hizo que Paula se preguntara si alguna vez admitía un no por respuesta. Cautivada por la expresión de sus ojos y por la casi palpable tensión sexual, se sintió tentada. Luego recordó su regla de no volver a salir con alguien que no cumpliera sus requisitos básicos.


–No puedo, pero nunca olvidaré esta noche. Gracias.


Temiendo cambiar de opinión, se giró y enfiló hacia la salida.


En la puerta, David le bloqueó el paso.


–¿Qué haces con él?


–No es asunto tuyo.


–¿Lo has besado para ponerme celoso o para intentar olvidarme?


–Lo he besado porque es un hombre muy atractivo y te olvidé en el momento en que me enteré de que estabas casado.


Al caer en la cuenta de que era cierto, se sintió aliviada. Pero ese alivio convivía con la certeza de que era incapaz de elegir al hombre adecuado.


–Sé que me quieres.


–Te equivocas. Si de veras me conocieras, sabrías que soy incapaz de amar a un hombre casado con otra mujer –dijo con voz y manos temblorosas–. Estás casado y tienes familia.


–Ya se me ocurrirá algo.


–¿Hablas en serio? –preguntó Paula mirándolo fijamente–. Una familia no es algo de usar y tirar según tu conveniencia. Estás unida a ella para lo bueno y para lo malo.


Disgustada, trató de abrirse paso, pero él la sujetó por el brazo.


–No entiendes. Las cosas son difíciles ahora mismo.


–No me importa –replicó apretando los puños–. Un hombre de verdad no sale corriendo cuando las cosas se ponen difíciles.


–Se te olvida lo bien que lo pasamos juntos.


–Y a ti se te olvidan las promesas que hiciste –dijo zafándose de su mano–. Vuelve con tu mujer.


David miró por detrás de ella hacia Pedro.


–Nunca pensé que te atrajera el dinero, pero es evidente que estaba equivocado Espero que sepas lo que estás haciendo porque lo único que conseguirás de ese hombre será una noche. A un hombre como él, lo único que le interesa es el dinero.


–¿Qué has dicho? –dijo Paula mirándolo antes de girarse hacia Pedro–. Tienes razón, gracias.


–¿Por hacerte ver que no es adecuado para ti?


–Por hacerme ver que es perfecto. Y ahora, deja de mirarme el escote y vuelve a casa junto a tu mujer y tus hijos.


Y con esas, pasó a su lado y se dirigió directamente al periodista que le había preguntado su nombre al entrar.


–Paula, me llamo Paula Chaves.


Luego dio media vuelta y se fue directamente hasta Pedro, que estaba conversando con dos hombre trajeados.


–¿A qué hora es la reserva en ese restaurante?


–A las nueve.


–Entonces, vámonos, que no quiero llegar tarde –dijo poniéndose de puntillas y dándole un beso en los labios–. Y para que lo sepas, me da igual el vestido, pero me quedo los zapatos.




SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 4




Pedro se acomodó en su asiento, mientras el coche avanzaba por el denso tráfico nocturno. A su lado, Paula no paraba quieta.


–¿Señor Alfonso? Este vestido es bastante más atrevido de los que suelo ponerme. Y tengo un mal presentimiento.


Pedro se giró para mirarla, recordándose que las mujeres de amables sonrisas que se autodefinían como enamoradizas no estaban en su lista.


–Llámame Pedro.


–No puedo llamarle Pedro. No me parece bien trabajando en su empresa. Usted me paga el sueldo.


–¿Yo te pago? Pensé que me habías dicho que eras una becaria.


–Lo soy. Paga a sus becarios bastante más que la mayoría de las compañías, pero ese es otro tema. Sigo teniendo ese mal presentimiento.


Pedro apartó los ojos de sus labios y trató de controlar las imágenes subidas de tono de su cabeza.


–¿Y qué terrible presentimiento es ese?


–Uno en el que su novia se entera de que soy su cita esta noche.


–Se enterará.


–¿Y no le importa?


–¿Por qué iba a importarme?


–¿No es evidente? Porque no se ha creído que fuera la limpiadora. Ella creyó que usted y yo… Bueno… –dijo sonrojándose–, si descubre que hemos estado juntos esta noche, entonces pensará que tenía razón y que estábamos mintiendo. Aunque, si la gente usara su cabeza, se darían cuenta de que, si ella es su tipo, es imposible que yo también lo sea.


Pedro intentó descifrar aquel comentario.


–¿Te preocupa que piense que nos estamos acostando? ¿Por qué te parece una idea tan terrible? ¿Acaso no me encuentras atractivo?


–Esa es una pregunta ridícula –dijo Paula cruzándose la mirada con él unos instantes antes de volver a apartarla–. Lo siento, pero eso es como preguntarle a una mujer si le gusta el chocolate.


–Hay mujeres a las que no les gusta el chocolate.


–Mienten. Quizá no lo coman, pero eso no quiere decir que no les guste.


–¿Así que soy como el chocolate?


Pedro intentó recordar cuándo había sido la última vez que se había divertido tanto con alguien.


–Si me está preguntando si pienso que es una mala tentación para mí, la respuesta es sí. Pero, dejando a un lado el hecho de que es completamente inadecuado, no sería capaz de relajarme lo suficiente como para acostarme con usted.


Pedro, que nunca había tenido problemas para acostarse con una mujer, asumió el reto.


–Estaría encantado de…


–No –lo interrumpió muy seria–. Sé que es muy competitivo, pero olvídese. Vi su foto en esa piscina. De ninguna manera me desnudaría ante un hombre con un cuerpo como el suyo. Tendría que esforzarme en mostrar mi lado bueno y esa tensión acabaría con la pasión.


–Ya te he visto en ropa interior.


–No me lo recuerde.


Pedro advirtió la mirada divertida del conductor y se quedó mirándolo muy serio. Vassilis llevaba con él más de una década y solía opinar sobre la vida amorosa de Pedro. Era evidente que le caía bien Paula.


–Es cierto que, siendo mi acompañante esta noche, mucha gente pensará que nos estamos acostando –dijo Pedro volviendo a la conversación–. No conozco la lista de invitados, pero imagino que algunos de ellos serán colegas tuyos. ¿Te molesta?


–No, así no parecerá que estoy desesperada, lo cual es bueno para mi orgullo. De hecho, es el momento perfecto. Justamente esta mañana me he embarcado en un nuevo proyecto, Operación Dama de Hielo. Seguramente se preguntará de qué se trata.


Pedro abrió la boca para decir algo, pero ella siguió hablando.


–Voy a buscar sexo sin amor. Eso es –dijo y asintió–. Sí, me ha escuchado bien, sexo por despecho. Me voy a meter en la cama con un hombre y no voy a sentir nada.


Al oír algo en la parte delantera del coche, Pedro apretó un botón y cerró la pantalla que había entre Vassilis y ellos para tener intimidad.


–¿Tienes a alguien en mente para la operación… Dama de Hielo?


–Todavía no, pero, si creen que es con usted, me parece bien. Se verá bien en mi currículum sentimental.


Pedro echó la cabeza hacia atrás y rio.


–Paula, no tienes precio.


–Eso no me suena a cumplido –dijo ajustándose el escote del vestido, y a punto estuvo de mostrar sus pechos–. Parece que está diciendo que no valgo nada.


Pedro apartó la mirada y pensó que aquella era la noche más divertida que había pasado en mucho tiempo.