jueves, 3 de noviembre de 2016
PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 27
Paula se sentó a la cabecera de la cama de su padre. Había pasado dos semanas en el hospital, la última de ellas en condiciones de extrema gravedad, pero iba a recobrarse. No se pondría bien del todo, pero casi. Encontraron los fármacos en el suero intravenoso que David había utilizado para acabar lentamente con la vida de su padre.
Afortunadamente el daño que le había hecho podría ir recuperándose, pero si no hubiera detenido a David las consecuencias habrían sido fatales. La excelente condición física de Adrian Chaves y su férrea voluntad de vivir habían jugado un papel fundamental en su lucha contra aquel fármaco mortal.
Tardaría meses en volver a recuperar su fuerza, pero lo conseguiría. Aquello era lo único que importaba.
Pedro había llamado muchas veces. Había vuelto a ser Pedro Alfonso, detective de la Agencia Colby. Durante sus conversaciones había mantenido un tono estrictamente profesional. A Pau se le encogía el corazón cada vez que pensaba en él. Estaba claro que el tiempo que habían pasado juntos no le había afectado al detective del mismo modo que a ella. Por supuesto, no fue él quien pronunció las palabras prohibidas. Aunque tampoco había sacado el tema de que fuera ella quien las había dicho.
Pau se secó las lágrimas con un pañuelo de papel y exhaló un profundo suspiro. Si había sobrevivido a Crane podría sobrevivir a aquello.
¿O no?
Su vocecilla interior no estaba tan segura. Amaba a Pedro.
Deseaba estar con él más de lo que deseaba cualquier otra cosa en el mundo. Pau miró a su padre y sonrió. Bueno, más que casi cualquier cosa. Las mejillas de Adrian volvían a tener color y disfrutaba de buen apetito. Pau les estaba muy agradecida a Pedro y a Victoria Colby por todo lo que habían hecho para ayudarla.
No habría cantidad de dinero suficiente para darles las gracias como se merecían.
Su padre abrió los ojos. Parpadeó un par de veces. Luego se giró y la encontró sentada en su silla favorita, al lado de su cama. Ella sonrió con calor.
-¿Qué tal te encuentras hoy?
Durante las dos últimas semanas le habían prohibido prácticamente hablar. Los médicos le habían ordenado que utilizara toda su energía para recuperarse. Pau había dejado relegada cualquier discusión sobre el pasado, sobre David... O sobre Roberto y Kessler. Y también sobre su gemela, Pamela.
-Bien -susurró su padre-. Contento de estar vivo.
Adrian tragó saliva. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Y feliz de que estés a salvo.
-Deja que te sirva un poco de agua.
Pau vertió en un vaso el contenido de una jarra y después metió una pajita de plástico.
-Toma -dijo colocándole la pajita en los labios-. Bebe despacio.
Adrian dio un sorbo y después sacudió la cabeza.
-Hay algunas cosas que quiero decirte.
-Papá, podemos hablar más tarde. Ahora tienes que concentrarte en recuperarte. Son órdenes del doctor.
Pau le sonrió y dejó el vaso en la mejilla.
-Yo no lo sabía -murmuró con tristeza-. Roberto no me lo dijo hasta...
-Lo sé -lo interrumpió su hija con suavidad-. David me lo contó todo. Nada de esto ha sido culpa tuya. Fue culpa de David. Él nos utilizó a todos.
Adrian parpadeó varias veces.
-¿Y... y ella?
Paula le tomó la mano entre las suyas.
-Hablaremos más tarde de eso. Ahora mismo no estás como para preocuparte de nada de esto. Todo ha vuelto a la normalidad. Ya hablaremos de los detalles en otro momento.
No pensaba permitir que nada ni nadie se interpusiera en la recuperación de su padre. Adrian asintió con la cabeza.
-Lo lamento tanto...
Pau lo besó en la mano.
-No es culpa tuya. Ahora, duerme.
En cuestión de minutos, su padre había vuelto a sumirse en un sueño profundo. Pau volvió a colocarle con delicadeza la mano en las sábanas y luego lo besó en la mejilla. Lo dejaría solo un rato. Si se despertaba querría volver a hablar, y no le convenía fatigarse. Pau cruzó la habitación y le sonrió a la enfermera antes de salir. A ésta la había contratado ella misma. Salió y cerró la puerta muy despacio tras de sí.
Estaba cansada. Seguramente ella también necesitaba echarse. Muchas mañanas la luz del alba la pillaba sentada en la cabecera de su padre, mirándolo. Aunque sabía que las enfermeras eran muy competentes, tenía miedo de perderlo.
Perder a Roberto y a Pedro ya había sido demasiado doloroso.
No podía verse sin la única persona en el mundo que le quedaba.
Pau trató de desviar la atención hacia otros asuntos. Bajó las escaleras en busca de Carlisle. Necesitaba hablar con alguien. No conseguiría relajarse lo suficiente como para dormir. Le sucedía lo mismo todos los días, todas las noches. Caminaba arriba y abajo o se sentaba al lado de su padre hasta que se sentía demasiado agotada como para seguir sujetando la cabeza. Entonces se dejaba caer en la cama.
Cuando descendía el último escalón, sonó el timbre de la puerta. Pau se encaminó a ella con el ceño fruncido.
-¿Desea que abra yo, señora?
La joven sonrió al escuchar la voz del siempre fiel mayordomo.
-No hace falta. Yo misma lo haré.
Carlisle volvió a desaparecer por el pasillo. Pau abrió la puerta. Cuando ya era demasiado tarde se le ocurrió pensar que tendría que haber mirado antes por la mirilla para ver quién era. Pero es muy difícil adquirir nuevos hábitos. Y hasta hacía unas pocas semanas ella no se había dado cuenta de lo vulnerable que podía llegar a ser una persona.
-Hola, Paula.
Era Pedro.
La joven sintió como si le hubieran quitado un peso enorme del pecho, y de pronto el mundo le pareció un sitio maravilloso. Una sonrisa se abrió paso en sus labios hasta alcanzarle los ojos.
-Pedro...
Paula se mordió el labio inferior y se contuvo para no lanzarse a su cuello y abrazarlo con toda su alma.
Seguramente el detective sólo andaría por la zona y habría querido saber cómo se encontraba su padre. De hecho, tal vez lo hubiera enviado Victoria.
Pedro le devolvió la sonrisa y ella sintió que se le derretía el corazón. Todo su ser se moría de ganas de abrazarlo.
-Se me ocurrió pasarme por aquí para ver sin necesitabas algo -dijo con palabras perfectamente escogidas.
La sonrisa de Pau se desvaneció ligeramente. Igual que sus esperanzas.
-Todo va muy bien. Mi padre se recupera rápidamente y yo...
La joven suspiró.
-Bueno, yo estoy muy ocupada poniendo otra vez las cosas en su sitio en Cphar.
Pedro asintió con la cabeza.
-Me alegra escuchar eso. Han señalado ya la fecha de juicio contra Pamela.
Pau trató de contener el nudo en la garganta que se le formó en aquel instante por la emoción.
-Me alegro.
Al menos eso intentaba. No quería pensar en que aquella mujer seguramente culparía de todos sus males a lo que Roberto y su padre habían hecho con ella. Y aunque Pau simpatizaba con ella en ese punto, consideraba que los extremos a los que la había llevado su sed de venganza eran imperdonables.
-¿Has hablado con ella ya? -preguntó Pedro con voz pausada.
Pau negó con la cabeza.
-Tal vez algún día. Pero en este momento, sencillamente, no puedo hacerlo.
-Lo comprendo. Hay mucho dolor en este asunto. Tal vez cuando haya sanado un poco las dos podréis tener algún tipo de acercamiento.
Siguió entonces un silencio incómodo. Pau se sonrojó.
-Lo siento -dijo abriendo más la puerta-. ¿Quieres pasar?
Pedro la miró un instante a los ojos. Los suyos resultaban inexpugnables.
-Lo cierto es que me gustaría que me acompañaras a dar un paseo.
-Me encantarí... Me gustaría mucho.
“Cálmate, Pau. Tranquila. No hagas el ridículo”.
La joven salió y cerró la puerta tras ella.
-¿Te gustaría ver el jardín?
-Me encantaría -respondió Pedro con entusiasmo contenido.
Había algo intenso en aquellos ojos oscuros.
Caminaron durante un rato mientras Pau le iba explicando las variedades de rosas que cultivaban y otros macizos de flores que el jardinero cuidaba con tanto amor. Pedro parecía verdaderamente interesado en cada palabra que salía de su boca.
Seguramente parecería una completa idiota al hablar.
Mientras caminaban, Pau lo iba observando. Era tan guapo...
Estaba perfectamente hecho. Le gustaba todo él. Y lo que más le gustaba era el modo en que la había protegido, cómo la había llevado por aquel río lleno de barro, cómo había hecho de escudo humano contra aquellos asesinos. Era un héroe de verdad. De esos que sólo se ven en las novelas.
Un hombre de esos que sólo aparecen una vez en la vida, y sólo cuando la mujer tiene mucha, mucha suerte.
No podía dejarlo escapar de ninguna manera.
-Por cierto -dijo tratando de aparentar un tono de voz desenfadado-, quería agradecerle a la Agencia Colby una vez más que se haya hecho cargo de la Seguridad de Cphar. Yo no habría sabido por dónde empezar.
Victoria había enviado un equipo en el que estaban Simon Ruhl, el enérgico Ric Martínez y el carismático Ian Michael.
Paula no pudo evitar preguntarse de dónde sacaría Victoria aquel material masculino de primera clase. Al único que no había conocido era a Max. Pero después de haber pasado tanto tiempo en su cabaña, Paula tenía la impresión de conocerlo ya.
-La Agencia Colby está encantada de ayudar -aseguró Pedro con una voz sensual que sirvió para acrecentar un punto más su ya creciente deseo-. Si necesitas cualquier otra cosa no tienes más que decírmelo.
Pau sabía lo que tenía que hacer.
-Hay una cosa más que puedes hacer por mí, Pedro.
Él la miró profundamente a los ojos.
-Lo que sea. Pídemelo.
Paula trató de descifrar la emoción que brilló en sus ojos pero no fue capaz.
-Sígueme -dijo haciendo un esfuerzo para apartar los ojos de él.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 26
Pedro abrió la puerta y se lanzó al suelo, girando sobre sí mismo y poniéndose de pie cuando le lanzaron un disparo a la altura de las rodillas.
El guardia de seguridad que tenía a la espalda volvió a disparar y falló de nuevo el tiro. Pedro se preguntó dónde demonios habrían aprendido aquellos tipos a disparar. Se dio la vuelta a toda velocidad y le alcanzó al guardia en el hombro derecho. El hombre cayó como una roca. No estaba muerto, pero tampoco podría seguir disparando. Pedro se giró hacia Crane y miró fijamente a aquel malnacido a los ojos.
Crane estaba al lado de su escritorio y sujetaba a Paula delante de él a modo de escudo mientras le apuntaba la sien con una pistola de pequeño calibre.
-Suelta el arma, Crane, y te dejaré vivir -le ordenó Pedro.
Tenía los ojos fijos en Crane. Porque si miraba a Pau perdería el control de la situación. De hecho, podía sentir ya el pánico en la garganta.
-Vamos, Pedro, no creerás que voy a hacer algo tan estúpido, ¿verdad? -aseguró Crane con una carcajada-. Ni siquiera hace diez años eras tan ingenuo.
Un flash del pasado se cruzó por delante de la línea de visión del detective. Pero la apartó de sí y volvió a concentrarse en el objetivo. El hecho de que Crane le hubiera salvado la vida no importaba en aquel momento.
Había saldado aquella deuda hacía mucho tiempo. Pedro apretó los dientes para disipar cualquier duda. Aquel hombre no era el mismo que él había conocido diez años atrás.
David Crane era un tramposo y un asesino. Después de lo que les había hecho a Pau y a su padre no merecía vivir.
Crane sonrió con expresión siniestra.
-Eres un libro abierto, amigo. Estás sopesando las razones por las que deberías matarme.
Crane agitó a Pau en su dirección.
-Dime, ¿vale la pena matarme por ella? Porque el único modo que tienes de recuperarla es matándome. ¿Podrás vivir con eso, Pedro?
Crane inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y se encogió de hombros.
-Y en cualquier caso, tal vez me la lleve conmigo al infierno sólo para fastidiarte.
Pedro escuchó el ruido de pasos en el pasillo que había delante del despacho de la secretaria. En cuestión de segundos estarían rodeados por los guardias de seguridad de Cphar. Hombres que trabajaban para David Crane.
-Suéltala -le dijo el detective moviéndose muy despacio-. Suéltala y utilízame a mí como salvoconducto para salir de aquí. Es tu única esperanza.
-Es cierto -intervino Paula con voz temblorosa-. Llevo un micrófono. Todo lo que has dicho ha sido grabado por otro agente de la Agencia Colby.
“Muy inteligente”, pensó Pedro. Miró directamente a Pau por primera vez desde que entró en aquel despacho. Parecía aterrorizada, pero al mismo tiempo valiente y absolutamente bella. Quería abrazarla y felicitarla por lo bien que lo estaba haciendo. Pero se obligó a volver a mirar a Crane.
-Bajaré el arma y saldremos de aquí antes de que lleguen las autoridades.
Nadie había avisado a las fuerzas del orden, pero Crane no tenía por qué saberlo.
Crane negó con la cabeza.
-Fuiste tú el que llamó para decir que había amenaza de bomba -dijo como si de pronto se le hubiera encendido una lucecita-. Eres un malnacido. Así es como conseguiste entrar.
Crane agarró a Pau del pelo y le echó la cabeza hacia atrás.
-Así fue como hiciste que ella entrara.
-Le di un puro al tipo de la puerta -respondió Pedro con chulería-. ¿Te acabas de dar cuenta ahora? Parece que estamos un poco lentos, ¿no?
La expresión de Crane se enfureció y lo miró con rabia.
-Voy a matarla -aseguró-. Considero que es mi obligación que quede muy claro.
-¿Prefieres verla muerta antes que salir indemne de aquí? -preguntó Pedro dando un paso adelante-. ¿Estás seguro?
Crane vaciló.
-Primero baja el arma.
Pedro fingió reconsiderar la propuesta.
-De acuerdo.
Crane tampoco estaba al tanto de la funda de pistola que llevaba al tobillo.
-Lo haremos a la vez. Yo dejaré el arma en el suelo y tú la soltarás.
Crane asintió con la cabeza.
-Acércate más. Quiero que esto sea un momento íntimo.
Pedro obedeció. Lo único que le hacía falta era darle un buen cabezazo y Crane saldría del plano.
-Ahora -dijo Crane cuando el detective estuvo a menos de un metro de distancia-. Deja el arma encima del escritorio y levanta las manos. . .
No haría una cosa semejante ni aunque viviera un millón de años. Pedro miró a Paula mientras comenzaba a bajar la pistola. El pánico que reflejaban sus ojos disparó todas sus alertas. Maldición. Ella no entendía que no pensaba darle ninguna ventaja al otro hombre.
Toda la escena pareció desarrollarse a cámara lenta. Crane dejó de sujetarla con tanta fuerza. Pedro levantó las manos.
Pau agarró el abrecartas del escritorio.
Crane abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que Pedro no tenía intención de bajar el arma. Pau le clavó el abrecartas con fuerza en el muslo.
Los ojos de Crane mostraron asombro en el instante exacto en que con el dedo pulgar echaba hacia atrás el seguro de la pistola.
-!Al suelo! -le gritó Pedro a Paula.
Pau se soltó.
Crane disparó. Pedro disparó.
Las detonaciones se escucharon en el despacho.
Crane se fue bruscamente hacia atrás. Pau cayó al suelo.
Silencio.
Los ojos de Pedro se posaron inmediatamente en ella.
Pau alzó la mirada lentamente desde el suelo.
Gracias a Dios.
-¿Estás bien? -le preguntó Pedro con voz tan temblorosa como la que ella tenía unos minutos atrás.
Pau asintió con la cabeza y luego miró hacia atrás por encima del hombro.
-Está muerto -le aseguró Pedro.
El detective bajó el arma. Sentía un alivio tan grande que parecía como si estuviera débil. Se dirigió hacia ella.
El ruido de unas armas cargándose resonó por la habitación.
Pedro giró la cabeza en dirección a aquel sonido. Seis guardias de seguridad entraron por la puerta.
-Tire el arma -ordenó el que parecía estar al mando.
Pedro sabía que estaban en camino. Los había oído. Pero no esperaba que llegaran tan lejos. Se suponía que para entonces Simon debería estar allí.
-Joe -dijo Pau, que había reconocido a aquel guarda-. Menos mal que estás aquí.
-Doctora Crane, ¿se encuentra bien? -preguntó el hombre al que había llamado Joe, mirando primero a Pedro y luego a ella.
-Perfectamente -aseguró Pau señalando al detective-. Este hombre me ha salvado la vida. David Crane era un traidor.
Joe no parecía muy convencido.
-¿Está usted segura, doctora Crane?
-Por favor -le suplicó ella con voz débil-. Bajad las armas. Él está de nuestro lado.
Joe negó con la cabeza.
-No puedo hacer eso hasta que él lo haga, doctora -respondió el guardia señalando a Pedro con la cabeza-. Tengo que reducirlo.
-Desgraciadamente, caballeros, eso no va a ocurrir.
Simon Ruhl estaba detrás de los guardias. Con el cañón de la pistola apuntaba la nuca de Joe.
-¿Has venido dando un rodeo, o qué? - protestó Pedro.
Simon sonrió en dirección a su compañero.
-He encontrado cierta resistencia -aseguró alzando una ceja-. Un tipo llamado Bob. Al parecer alguien le había dicho que había una bomba en el edificio.
-Vaya -confesó Pedro.
Estaba seguro de que Bob no olvidaría fácilmente su encuentro con Simon Ruhl.
-Bajad las armas -le ordenó Simon a los guardias con impaciencia.
Admitiendo su derrota, Joe dejó el arma en el suelo y le dio una patada para enviarla varios metros más allá. Los demás siguieron su ejemplo.
Pau corrió a los brazos de Pedro.
-Dios, pensé que estábamos los dos muertos -aseguró estremeciéndose contra su pecho.
El detective la besó en el cabello.
-Ahora estás a salvo, Pau.
Ella se apartó un poco y lo miró a los ojos.
-Ya has recuperado tu vida.
La expresión de júbilo de la joven se descompuso.
-Mi padre. Tengo que volver a mi casa. David lo está matando.
Pedro salió a toda prisa del despacho, seguido muy de cerca por Pau. Simon se quedó para hacerse cargo de los detalles finales.
Pau tenía razón. Crane estaba muerto pero todavía seguía matando a su padre
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