miércoles, 2 de noviembre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 26





Pedro abrió la puerta y se lanzó al suelo, girando sobre sí mismo y poniéndose de pie cuando le lanzaron un disparo a la altura de las rodillas.


El guardia de seguridad que tenía a la espalda volvió a disparar y falló de nuevo el tiro. Pedro se preguntó dónde demonios habrían aprendido aquellos tipos a disparar. Se dio la vuelta a toda velocidad y le alcanzó al guardia en el hombro derecho. El hombre cayó como una roca. No estaba muerto, pero tampoco podría seguir disparando. Pedro se giró hacia Crane y miró fijamente a aquel malnacido a los ojos.


Crane estaba al lado de su escritorio y sujetaba a Paula delante de él a modo de escudo mientras le apuntaba la sien con una pistola de pequeño calibre.


-Suelta el arma, Crane, y te dejaré vivir -le ordenó Pedro.


Tenía los ojos fijos en Crane. Porque si miraba a Pau perdería el control de la situación. De hecho, podía sentir ya el pánico en la garganta.


-Vamos, Pedro, no creerás que voy a hacer algo tan estúpido, ¿verdad? -aseguró Crane con una carcajada-. Ni siquiera hace diez años eras tan ingenuo.


Un flash del pasado se cruzó por delante de la línea de visión del detective. Pero la apartó de sí y volvió a concentrarse en el objetivo. El hecho de que Crane le hubiera salvado la vida no importaba en aquel momento. 


Había saldado aquella deuda hacía mucho tiempo. Pedro apretó los dientes para disipar cualquier duda. Aquel hombre no era el mismo que él había conocido diez años atrás.


David Crane era un tramposo y un asesino. Después de lo que les había hecho a Pau y a su padre no merecía vivir.


Crane sonrió con expresión siniestra.


-Eres un libro abierto, amigo. Estás sopesando las razones por las que deberías matarme.


Crane agitó a Pau en su dirección.


-Dime, ¿vale la pena matarme por ella? Porque el único modo que tienes de recuperarla es matándome. ¿Podrás vivir con eso, Pedro?


Crane inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y se encogió de hombros.


-Y en cualquier caso, tal vez me la lleve conmigo al infierno sólo para fastidiarte.


Pedro escuchó el ruido de pasos en el pasillo que había delante del despacho de la secretaria. En cuestión de segundos estarían rodeados por los guardias de seguridad de Cphar. Hombres que trabajaban para David Crane.


-Suéltala -le dijo el detective moviéndose muy despacio-. Suéltala y utilízame a mí como salvoconducto para salir de aquí. Es tu única esperanza.


-Es cierto -intervino Paula con voz temblorosa-. Llevo un micrófono. Todo lo que has dicho ha sido grabado por otro agente de la Agencia Colby.


“Muy inteligente”, pensó Pedro. Miró directamente a Pau por primera vez desde que entró en aquel despacho. Parecía aterrorizada, pero al mismo tiempo valiente y absolutamente bella. Quería abrazarla y felicitarla por lo bien que lo estaba haciendo. Pero se obligó a volver a mirar a Crane.


-Bajaré el arma y saldremos de aquí antes de que lleguen las autoridades.


Nadie había avisado a las fuerzas del orden, pero Crane no tenía por qué saberlo.


Crane negó con la cabeza.


-Fuiste tú el que llamó para decir que había amenaza de bomba -dijo como si de pronto se le hubiera encendido una lucecita-. Eres un malnacido. Así es como conseguiste entrar.


Crane agarró a Pau del pelo y le echó la cabeza hacia atrás.


-Así fue como hiciste que ella entrara.


-Le di un puro al tipo de la puerta -respondió Pedro con chulería-. ¿Te acabas de dar cuenta ahora? Parece que estamos un poco lentos, ¿no?


La expresión de Crane se enfureció y lo miró con rabia.


-Voy a matarla -aseguró-. Considero que es mi obligación que quede muy claro.


-¿Prefieres verla muerta antes que salir indemne de aquí? -preguntó Pedro dando un paso adelante-. ¿Estás seguro?


Crane vaciló.


-Primero baja el arma.


Pedro fingió reconsiderar la propuesta.


-De acuerdo.


Crane tampoco estaba al tanto de la funda de pistola que llevaba al tobillo.


-Lo haremos a la vez. Yo dejaré el arma en el suelo y tú la soltarás.


Crane asintió con la cabeza.


-Acércate más. Quiero que esto sea un momento íntimo.


Pedro obedeció. Lo único que le hacía falta era darle un buen cabezazo y Crane saldría del plano.


-Ahora -dijo Crane cuando el detective estuvo a menos de un metro de distancia-. Deja el arma encima del escritorio y levanta las manos. . .


No haría una cosa semejante ni aunque viviera un millón de años. Pedro miró a Paula mientras comenzaba a bajar la pistola. El pánico que reflejaban sus ojos disparó todas sus alertas. Maldición. Ella no entendía que no pensaba darle ninguna ventaja al otro hombre.


Toda la escena pareció desarrollarse a cámara lenta. Crane dejó de sujetarla con tanta fuerza. Pedro levantó las manos.


Pau agarró el abrecartas del escritorio.


Crane abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que Pedro no tenía intención de bajar el arma. Pau le clavó el abrecartas con fuerza en el muslo.


Los ojos de Crane mostraron asombro en el instante exacto en que con el dedo pulgar echaba hacia atrás el seguro de la pistola.


-!Al suelo! -le gritó Pedro a Paula.


Pau se soltó.


Crane disparó. Pedro disparó.


Las detonaciones se escucharon en el despacho.


Crane se fue bruscamente hacia atrás. Pau cayó al suelo.


Silencio.


Los ojos de Pedro se posaron inmediatamente en ella.


Pau alzó la mirada lentamente desde el suelo.


Gracias a Dios.


-¿Estás bien? -le preguntó Pedro con voz tan temblorosa como la que ella tenía unos minutos atrás.


Pau asintió con la cabeza y luego miró hacia atrás por encima del hombro.


-Está muerto -le aseguró Pedro.


El detective bajó el arma. Sentía un alivio tan grande que parecía como si estuviera débil. Se dirigió hacia ella.


El ruido de unas armas cargándose resonó por la habitación.


Pedro giró la cabeza en dirección a aquel sonido. Seis guardias de seguridad entraron por la puerta.


-Tire el arma -ordenó el que parecía estar al mando.


Pedro sabía que estaban en camino. Los había oído. Pero no esperaba que llegaran tan lejos. Se suponía que para entonces Simon debería estar allí.


-Joe -dijo Pau, que había reconocido a aquel guarda-. Menos mal que estás aquí.


-Doctora Crane, ¿se encuentra bien? -preguntó el hombre al que había llamado Joe, mirando primero a Pedro y luego a ella.


-Perfectamente -aseguró Pau señalando al detective-. Este hombre me ha salvado la vida. David Crane era un traidor.


Joe no parecía muy convencido.


-¿Está usted segura, doctora Crane?


-Por favor -le suplicó ella con voz débil-. Bajad las armas. Él está de nuestro lado.


Joe negó con la cabeza.


-No puedo hacer eso hasta que él lo haga, doctora -respondió el guardia señalando a Pedro con la cabeza-. Tengo que reducirlo.


-Desgraciadamente, caballeros, eso no va a ocurrir.


Simon Ruhl estaba detrás de los guardias. Con el cañón de la pistola apuntaba la nuca de Joe.


-¿Has venido dando un rodeo, o qué? - protestó Pedro.


Simon sonrió en dirección a su compañero.


-He encontrado cierta resistencia -aseguró alzando una ceja-. Un tipo llamado Bob. Al parecer alguien le había dicho que había una bomba en el edificio.


-Vaya -confesó Pedro.


Estaba seguro de que Bob no olvidaría fácilmente su encuentro con Simon Ruhl.


-Bajad las armas -le ordenó Simon a los guardias con impaciencia.


Admitiendo su derrota, Joe dejó el arma en el suelo y le dio una patada para enviarla varios metros más allá. Los demás siguieron su ejemplo.


Pau corrió a los brazos de Pedro.


-Dios, pensé que estábamos los dos muertos -aseguró estremeciéndose contra su pecho.


El detective la besó en el cabello.


-Ahora estás a salvo, Pau.


Ella se apartó un poco y lo miró a los ojos.


-Ya has recuperado tu vida.


La expresión de júbilo de la joven se descompuso.


-Mi padre. Tengo que volver a mi casa. David lo está matando.


Pedro salió a toda prisa del despacho, seguido muy de cerca por Pau. Simon se quedó para hacerse cargo de los detalles finales.


Pau tenía razón. Crane estaba muerto pero todavía seguía matando a su padre





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