viernes, 28 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 7




En cuanto Pedro Alfonso había salido de la habitación del motel, Pau había empezado a recorrerla de arriba abajo. 


Tres horas después estaba convertida en un manojo de nervios.


¿Por qué tardaba tanto?


Nunca debió permitir que la convenciera para llevar a cabo semejante idea. ¿En qué estaría pensando? Pau se pasó la mano por el pelo y soltó un bufido de desesperación. Había sido un error. Ella conocía muy bien a David. Lo manipularía con sus palabras hasta conseguir ocultar del todo la verdad.


Y luego iría tras ella.


Sintió una oleada de miedo atravesándole las venas.


Debería salir de allí ahora que todavía podía.


Pau se detuvo en medio de la habitación y apretó las manos para serenarse. ¿Adónde podría ir? No tenía dinero ni nada de valor para canjear. Ni tampoco podía ir a la policía. Le harían demasiadas preguntas para las que rió tenía respuesta. Y lo peor de todo era que nadie sabía que había desaparecido. Excepto un detective privado que no terminaba de creerla.


Pau se dejó caer en un extremo de la cama. Había sido tan estúpida... ¿Cómo era posible que no viera cómo era realmente David? No se podía decir que hubiera perdido la cabeza por él ni que la pasión la cegara, pero lo había querido mucho y confiaba plenamente en él. Se sentía a salvo con David, sobre todo desde que su padre enfermó tan gravemente. La única familia que tenía era su tío Roberto, que era aún mayor que su padre. Cuando ambos desaparecieran sólo le quedaría David. David y los hijos que pensaban tener juntos. Qué estúpida había sido.


Pau dejó caer la cabeza entre las manos y lloró por primera vez desde que había visto a su tío morir en sus brazos. 


Estaba loca de preocupación por su padre. Tal vez no volviera a verlo nunca, no tendría la oportunidad de despedirse de él. Tenía que encontrar el modo de regresar a casa antes de que fuera demasiado tarde.


Pero David le había robado la vida. Pau todavía no entendía cómo lo había conseguido. Sacudió la cabeza con gesto de desagrado. Todo era tan surrealista... Nadie la creería jamás. 


¿Cómo iba a demostrar que era Paula Chaves? El único sitio en que figuraban sus huellas dactilares y su ADN era en el archivo que se conservaba en Cphar. Y con toda seguridad David ya se habría deshecho de él. Era demasiado inteligente como para permitir que un error tan tonto arruinara su plan. ¿Acaso no lo había comprobado ella misma? No podía ser una coincidencia que la consulta de su dentista hubiera ardido hasta los cimientos. David sabía que era la única manera de identificarla más allá de las paredes de Cphar.


Lo cierto era que la responsable última de que así fuera era ella misma. Había renunciado a cualquier tipo de vida social desde que alcanzaba a recordar. Se había pasado la vida en la escuela concentrada en su educación o en el laboratorio con su padre, ayudándolo a desarrollar algún fármaco nuevo. No tenía amigos. Nadie podía ayudarla.


Decidida a no permitir que David Crane se saliera con la suya, Pau se puso de pie. No pensaba quedarse allí llorando lamentándose de su suerte o esperando a que David enviara a sus matones para que remataran lo que habían empezado.


Tenía que salir de allí.


Agarró la pistola descargada que Alfonso había dejado en la mesilla y se la metió en la cinturilla del pantalón, del mismo modo que le había visto hacer a él. Tal vez estuviera descargada, pero era suya. Siempre cabía la posibilidad de cambiarla por algo de valor: Un billete de autobús... o comida, pensó rebosante de optimismo. No estaba tan mal como pensaba.


Pau echó los hombros hacia atrás y se dirigió hacia la puerta. El sonido de la llave en la cerradura detuvo sus pasos. Vio cómo el picaporte se giraba y la puerta se abría hacia dentro. Pau dio un paso atrás. Oh, Cielos. ¿Habría dado David con ella? Alfonso tendría que haber vuelto hacía mucho tiempo. ¿Y si habían unido sus fuerzas contra ella?


El corazón se le paralizó por completo durante el segundo eterno que le llevó a su cerebro creer lo que sus ojos veían.


Alfonso.


El detective entró en la habitación y cerró la puerta tras él. El tamaño del cuarto disminuyó considerablemente ante su imponente presencia.


-Has vuelto -murmuró ella con un alivio imposible de ocultar.


-¿Acaso había alguna duda? -preguntó Pedro alzando una ceja.


-No, no -respondió Pau-. Es que llevabas fuera bastante rato y había empezado a preocuparme un poco, eso es todo.


¿Un poco? Había estado a punto de morirse del miedo. Y ella nunca se asustaba. Aquella era otra cosa que David le había robado: La confianza en sí misma.


La mirada escrutadora del detective la observó durante demasiado tiempo antes de desviarla hacia la habitación.


-No estarías pensando en dejarme colgado, ¿verdad?


Ella parpadeó para tratar de ocultar la mentira que reflejaban sus ojos y luego se humedeció aquellos labios increíbles.


-Por supuesto que no. Estaba un poco ansiosa, eso es todo -aseguró levantando las manos como si buscara ayuda en el aire-. Estaba paseando. Ya sabes... paseando.


-¿Y dónde está la pistola? -preguntó él sin disimular la desconfianza que sentía, tras echarle un vistazo a la mesilla vacía.


-Yo... No lo sé -mintió Pau dando instintivamente un paso atrás-. Pensé... pensé que la tenías tú.


-No me gustan los juegos, Paula -dijo Pedro agarrándola de la cintura y quitándole la pistola con movimiento certero-. Si voy a ayudarte tengo que ser capaz de confiar en ti.


Ella no podía pensar... No podía respirar. Le había quitado el aliento con la misma facilidad con la que se había hecho con la pistola. Su brazo parecía de acero, y el pecho de piedra bajo las palmas de sus manos. Aquel rostro cincelado estaba sólo a unos centímetros del suyo.


-Suéltame -le ordenó Pau en cuanto pudo encontrar su propia voz.


Fue una orden algo balbuceante y sin embargo clara. 


Alfonso no era el único que podía intimidar. Tal vez ella no tuviera su fuerza física pero tenía otras virtudes... Como una inteligencia superior, por ejemplo. Pau lo miró con la esperanza de que pudiera leerle la mente.


Pedro retiró el brazo Ella se apartó.


-Siéntate -le ordenó el detective indicándole la cama con un gesto de la cabeza.


El corazón comenzó a latirle con fuerza. Pau miró la cama y luego a él, preguntándose qué ideas se le estarían cruzando por la mente.


-No temas -dijo Pedro suspirando ostensiblemente al saber lo que estaba pensando-. No soy un acosador de jovencitas. Lo que quiero es hablar contigo. Sólo hablar. Y ahora siéntate -repitió acercándose para intimidarla.


Pau tomó asiento en una esquina de la cama. Estaba furiosa.


-He estado con Crane -le dijo el detective con voz neutra, sentándose en la silla-. Se mostró muy tranquilo. No mencionó que hubiera ningún problema, ni siquiera que hubieras desaparecido. Cuando le pregunté por ti me dijo que estabas en Boston de viaje de negocios.


-Está claro que mintió -se apresuró a responder ella llena de ira.


-¿Está claro? -preguntó él retóricamente antes de apoyar los codos en las rodillas-. Tenemos un problema. Te niegas a ir a la policía. Y eso me coloca en una posición incómoda ya que no puedes demostrar que eres quien dices ser y contigo nada concuerda.


-¿Cómo que nada concuerda? -repitió ella poniéndose de pie-. ¿Qué tengo que hacer para que se te meta en la cabeza? David cree que estoy muerta. Ordenó a uno de sus hombres que me asesinara. Estoy convencida de que tiene toda la intención de perseguirme y terminar el trabajo. Quiere verme muerta. ¿Qué más quieres que te diga? -concluyó alzando los brazos desesperada.


-Lo único que estoy diciendo es que necesitamos una prueba -respondió Alfonso sin perder la calma-. Tendrás que darme algo más que esa historia que no puede verificarse. El cadáver de tu tío no ha aparecido, o al menos los medios de comunicación no se han enterado. No hay absolutamente ninguna prueba de que haya ocurrido nada.


-¿Y cómo voy a conseguirla? -se preguntó Pau pasándose de nuevo por la habitación.


Aquello era una locura. A menos que pudiera entrar en los laboratorios y hacerse con unas huellas dactilares o una secuencia de ADN que David no hubiera falsificado todavía, estaba perdida. Más de lo que Alfonso creía.


-No tengo ninguna identificación. Y David está cubriendo mi ausencia de más modos de los que tú crees -se quejó-. La única prueba que podría existir está en Cphar.


¿Podría contarle ahora el resto? ¿O llamaría el detective a los hombres de bata blanca para que se la llevaran?


Alfonso se puso de pie, dando al traste con la calma que ella empezaba a recobrar. Pau trató de hacerse la fuerte pero probablemente no lo consiguió.


-Me gustaría que regresaras conmigo a Chicago. Hay alguien a quien quiero que veas.


Pau tuvo la impresión de que aquello no traería nada bueno. 


Una sensación extraña se le posó en la boca del estómago. 


Su instinto nunca le fallaba. Excepto una vez. Confiar en David Crane había sido el error más grande de su vida y ninguna señal se lo había advertido.


-No sé si ir a Chicago sería una buena idea -dijo acercándose muy despacio a la puerta.


Cphar estaba situado al norte de Aurora, pero Chicago estaba demasiado cerca como para hacerla sentirse cómoda. Primero tenía que asegurarse de contar con el apoyo incondicional de la Agencia Colby.


-No dejaré que te ocurra nada -aseguró Pedro acortando el espacio que ella había ganado-. Te doy mi palabra.


Pau se detuvo un instante. Tal vez le estuviera diciendo la verdad. Tal vez quisiera ayudarla sinceramente. Pero, ¿cómo podía volver a confiar en nadie, sobre todo en un hombre?


-¿A quién quieres que vea?


La vacilación del detective respondió a su siguiente pregunta antes incluso de que la formulara.


-Se llama Clarence Melbourne. El doctor Clarence Melbourne. Trabaja de vez en cuando para la Agencia.


-¿Qué clase de médico es? -preguntó ella, furiosa, aunque ya conocía la respuesta.


-Es un psicólogo. Me gustaría que te hiciera una rápida evaluación para estar seguros.


-¿Para estar seguros de qué? -dijo Pau dando un paso más hacia la puerta.


Alfonso estaba ahora más cerca. ¿Se habría movido sin que ella se diera cuenta?


-Piénsalo, Paula -le pidió el detective con tranquilidad-. Ambos queremos lo mismo: solucionar tu problema. 
Necesito estar seguro de ti. ¿No lo entiendes? Sólo serán unas cuantas preguntas. Es lo único que hace falta. No hay nada de qué preocuparse.


La sinceridad de aquellos ojos negros casi la convenció.


-¿Puedes hacer eso por mí? -preguntó Alfonso casi en un susurro.


-No... no lo sé -respondió ella agarrando con la manos el picaporte de la puerta, que le quedaba de espaldas-. Creí... creí que haríamos las cosas a mi manera -dijo para ganar tiempo-. Después de todo, yo soy el cliente y el cliente siempre tiene razón, ¿no?


-Tienes que confiar en mí, Paula -insistió Alfonso mirándola a los ojos fijamente durante un largo instante.


Pau abrió la puerta y se precipitó hacia el pasillo.


El detective le gritó para que se detuviera, para que no saliera. Pero ella no hizo caso y salió corriendo como alma que lleva el diablo.


¿Hacia qué dirección? ¿Derecha? ¡No, izquierda! Corría muy deprisa. Escuchó las pisadas de Alfonso detrás de ella. La gravilla salía disparada bajo sus pies, dificultándole la carrera. Tenía que ir más deprisa.


¡Más deprisa!


Los brazos del detective la agarraron por detrás. Ella se defendió con patadas y puñetazos.


-¡Ya basta! ¡Deja de resistirte! -gruñó Pedro-. ¡Tengo que meterte dentro!


-¡Suéltame! -gritó ella dándole una patada en la espinilla.


El detective ahogó un gemido, la metió en la habitación y cerró con llave la puerta tras él antes de arrojarla sobre la cama.


-No te muevas -la amenazó mirándola con expresión furiosa.


Pau sintió deseos de llorar. Le temblaban los labios. Pedro se maldijo a sí mismo entre dientes por haber permitido que aquella situación hubiera estado a punto de escapársele de las manos. Su profesionalidad había saltado por la ventana desde el momento en que puso los ojos en ella. Tendría que haber impedido que se acercara a la puerta, y desde luego que saliera. No había duda de que quien lo había seguido hasta allí la habría visto si todavía estaba fuera.


Pedro estaba completamente seguro de que aún seguía allí.


Todavía no tenía razones para sospechar que Crane lo hubiera mandado seguir, pero sin duda alguien de Cphar lo había hecho.


Pau estaba posicionada en medio de la cama para salir corriendo como una liebre a la primera oportunidad. El cabello rubio le caía en cascada sobre los hombros, dándole un aspecto salvaje y al mismo tiempo asustado e inocente. 


Pedro aspiró con fuerza el aire y contó hasta diez antes de soltarlo. Él no tenía la culpa de que la joven tuviera el aspecto de una gata sexy e insinuante a punto de lanzarse sobre el ratón más cercano.


El detective sacudió la cabeza. ¿En qué demonios estaba pensando? Era una cliente y además demasiado joven para que un tipo quemado emocionalmente como él babeara.


-Tranquilízate y hablaremos del asunto, ¿te parece? -le dijo sin apartar los ojos de los suyos.


Ella se relajó un poco pero no contestó. Pedro entreabrió parcialmente las cortinas una décima de segundo y le echó un vistazo al aparcamiento. Sólo estaba su coche, pero aquello no contribuyó a disminuir su sensación de incomodidad.


El crujido de la moqueta a su espalda lo obligó a girar la cabeza justo al mismo tiempo que recibía un golpe en la cabeza. El sonido de loza barata rompió el silencio de la habitación. Lo que quedaba de la lámpara de la mesilla de noche estaba tirado en el suelo.


Mientras trataba de recuperar el equilibrio, Pedro sujetó a la joven del brazo para evitar que volviera a escaparse.


-No lo hagas -le dijo entre dientes con el rostro a escasos centímetros del suyo.


Los ojos de Pau mostraban miedo y rabia a partes iguales.


-No regresaré hasta que pueda demostrar que digo la verdad -le aseguró con la voz entrecortada por la respiración.


-No podemos quedarnos aquí -dijo el detective soltándola con brusquedad.


Una mezcla de emociones se abría paso en su interior, provocándole una incomodidad hasta entonces desconocida. Sentía tantos deseos de besarla como de empujarla. Aquello era completamente inaceptable. Completamente insano.


-Tal vez ya no estemos a salvo aquí -consiguió decir.


Ella se apartó y lo miró con los ojos entrecerrados en gesto acusador.


-¡Oh, Dios mío, te han seguido! -murmuró negando con la cabeza mientras las lágrimas resbalaban por sus ojos azules-. ¡Los has traído hasta mí! Me matarán. Tengo que...


-Ya te dije que no permitiría que... -comenzó a explicar Pedro sintiéndose culpable.


El sonido del cristal al estallar terminó con la discusión. Las cortinas se movieron una vez. Hubo otro ruido. Un sonido sordo y demasiado familiar.


¡Disparos!


Pedro se arrojó delante de la joven y la tiró al suelo. 


Amortiguó con el codo la caída y luego rodó con ella hasta colocarla boca arriba para protegerla con su cuerpo.


Se escucharon otros seis disparos que fueron dejando agujeros en la pared. La silla recibió también uno. Sobre la moqueta volaban trozos de cristal. Rugió el motor de un coche. Y los neumáticos chirriaron.


De pronto, reinó el silencio.


Pedro dejó escapar un suspiro de alivio.


Por el momento estaban a salvo. Paula temblaba debajo de él.


-¿Estás herida? -le preguntó incorporándose ligeramente para examinarla.


-No -consiguió decir ella a duras penas tratando de incorporarse. Estoy bien.


-No lo hagas -ordenó Pedro apoyándola de nuevo contra el suelo-. Primero tengo que asegurarme de que está despejado.


Ella asintió con la cabeza aunque la idea pareció asustarla todavía más.


Pedro se puso de pie y se acercó lentamente a la ventana para mirar la zona del aparcamiento. Nada. Los pistoleros debían haber estado esperando al otro lado de la larga fila de habitaciones. Seguramente habrían disparado desde un coche, pero tenía que asegurarse de que ya se habían marchado.


Y siempre cabía la posibilidad de que el recepcionista hubiera llamado a la policía. Aunque seguramente no habría sido así. En aquel tugurio no.


Pedro se acercó a la puerta y la abrió muy despacio. Cuando hubo hueco suficiente para deslizarse, salió al pasillo con la pistola en posición de ataque y lo recorrió. Nada. Lo único que vio fue al recepcionista mirando a hurtadillas desde el mostrador.


-¿Qué demonios ha sido eso? -gritó con voz temblorosa.


-No creo que quiera saberlo –respondió Pedro sin dejar de mirar a su alrededor-. ¿Has visto algo?


-Nada -aseguró el hombre negando enérgicamente con la cabeza-. Sólo un coche negro o azul marino. Eso es todo. Pero no le he visto la matrícula.


-¿En qué dirección se fue?


El recepcionista señaló con el dedo la carretera comarcal que llevaba a Chicago y a Aurora. Era lo que Pedro temía. 


Un sedán azul oscuro lo había ido siguiendo desde Cphar.


-Puede ir preparando la cuenta. Añada el importe de un cristal roto y una lámpara - sugirió el detective-. Nos vamos.


-Buena idea -contestó el hombre asintiendo aliviado.


Pedro se guardó la pistola en la chaqueta y volvió a entrar en la habitación. Paula estaba sentada al borde de la cama con los brazos cruzados. Sus ojos echaban chispas de furia.


-¿Me crees ahora? -le preguntó golpeando el suelo con el pie-. Estas balas eran reales, ¿no?


A pesar de sus esfuerzos para evitarlo, una media sonrisa asomó a los labios de Pedro.


-Digamos que ahora estoy un poco más abierto a la posibilidad de hacerlo.



****


Sonó el teléfono de la limusina. David Grane lo descolgó.


-Crane -dijo con brusquedad. Llevaba tiempo esperando noticias.


-Hemos seguido a Alfonso hasta un motel de mala muerte en Kankakee. Ella estaba allí. Esperándolo.


Aquellas palabras resonaron en la cabeza de David. No eran las que hubiera querido oír.


-Confío en que pondrá usted remedio a la situación -dijo con gravedad.


Odiaba la incompetencia. Y la cobardía todavía más. El hombre al que había confiado el trabajo le había fallado y después había mentido para ocultar su incapacidad de cumplir la misión. Una sonrisa curvó los labios de David. No había nada que hacer al respecto porque el hombre ya estaba muerto. Una preocupación menos. Sin embargo, él habría cumplido el trabajo de manera mucho más certera si hubiera sabido lo que sabía ahora.


-Nos ocuparemos de ello, señor.


-Ahora hay otras complicaciones añadidas -señaló él.


-Lo comprendo, señor.


-Supongo que comprende también las consecuencias que acarrearía fallar- dijo David tras aclararse la garganta para asegurarse la atención del otro hombre.


-No fallaré.


-Excelente -dijo David antes de colgar. Ella tenía que morir ya. La quería muerta.


Cada segundo que seguía con vida ponía en grave peligro todo el proyecto... y a él. El hecho de tener que matar a Pedro Alfonso lo turbaba en cierto modo, pero era absolutamente necesario. Alfonso le había salvado la vida en Iraq, pero David le había devuelto el favor. Además, ya no estaban en el desierto, estaban en América y la guerra allí era mucho más intensa de lo que nadie sabía. Allí había mucho más que ganar y por tanto mucho que perder. Y por muy sangrientas que se pusieran las cosas, David quería ganar. Nada ni nadie se interpondría en su camino.


-¿Va todo bien?


David miró a la hermosa mujer que tenía al lado. Llevaba un vestido de noche negro exquisito que le sentaba de maravilla y parecía relajada en el asiento de cuero de la limusina. El cabello, largo y rubio, le caía por los hombros como una cascada de seda pura. Y sus ojos azules lo observaban con completa admiración. Sí. Era preciosa y perfecta.


-Todo va perfectamente -le dijo.


David pasó el brazo por los hombros de su mujer. Oh, sí. 


Ahora todo iba perfectamente.






jueves, 27 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 6




David Crane se quedó unos segundos en silencio delante de su escritorio cuando Pedro Alfonso se hubo marchado. Lo vio salir del edificio a través del monitor privado que normalmente se confundía con una original pintura al óleo. 


Tenía un mal presentimiento respecto a la visita de su viejo amigo. David apretó los dientes para controlar la furia.


Alguien lo sabía. Pero se suponía que nadie, absolutamente nadie estaba enterado.


Sólo una o dos personas podrían haber puesto en marcha los acontecimientos. Kessler era una posibilidad, pero David lo dudaba, aunque seguro que tendría a alguno de sus hombres vigilando el proyecto. Kessler no había abierto la boca durante todo aquel tiempo, así que, ¿por qué habría de hacerlo ahora? Conocía las consecuencias si llegaba a hacerlo. Kessler disfrutaba de su familia, disfrutaba de la vida. Y conocía lo suficientemente bien aquel negocio como para saber que si se iba de la lengua sería hombre muerto. 


Lo habría matado hacía meses pero con eso sólo habría logrado levantar sospechas.


Kessler no era tan tonto como para hablar. Y si no había sido él, entonces sólo quedaba una persona.


Pero se suponía que estaba muerta.


David apretó el botón de su intercomunicador y preguntó por el jefe de seguridad.


-Quiero que sigan a Pedro Alfonso. Quiero saber adónde va y con quién habla.


-Sí, doctor Crane.


David se echó hacia atrás en la silla y apretó rítmicamente el músculo de la barbilla. Alfonso no podía estar al tanto de nada. No podía ser.


Porque ella estaba muerta. De eso estaba seguro.



PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 5





Dos horas y media más tarde, Pedro estaba sentado en la zona de recepción del despacho de David Crane, situado en la planta décima de los laboratorios Chaves.


Pedro había necesitado una hora entera para convencer a su cliente de que accediera a llevar a cabo su plan. Ella había hecho todo lo posible por intentar disuadirlo, y lo cierto era que había estado a punto de conseguirlo. Cuando Pedro le explicó al detalle lo que pensaba hacer, la joven accedió a regañadientes. El detective le hizo unas cuantas preguntas más respecto al proyecto Kessler mientras ella devoraba media pizza. Aunque todavía albergaba sus dudas respecto a quién era verdaderamente ella, tenía que reconocer que era extraordinariamente inteligente y parecía saberlo todo de la empresa.


Sus recursos lo habían sorprendido. Pedro esperaba encontrarse con una niña mimada incapaz de manejarse más allá de su ambiente. Si todo lo que le había contado era verdad, la joven había escapado de un asesino y había conseguido ocultarse sin la ayuda de nadie.


Tenía que admitir que era impresionante. Pero qué demonios, parecía tan joven... Sobre todo así vestida. Pedro apretó los dientes para obligarse a no pensar en cosas en las que no debería pensar. Por ejemplo, en aquella boca tan dulce. Sus labios tenían una forma sexy que invitaba a besarlos. Era menuda pero de ella emanaba un aire de fortaleza. Lo había sorprendido en muchos sentidos.


En el plano profesional, si no se trataba de la verdadera Paula Chaves, ocuparía un puesto alto en Cphar o sería una espía bien entrenada por la competencia.


Pedro no había estado nunca en la sede de los laboratorios Chaves. El sitio era impresionante. El edificio, que constaba de diez plantas y estaba hecho en cristal y acero, estaba situado en medio de un terreno de al menos veinte acres a más de veinticinco kilómetros del mundo civilizado.


-Señor Alfonso -dijo una secretaria con aspecto pulcro y eficiente-. El doctor Crane lo recibirá ahora mismo.


Pedro se puso de pie y la siguió por el pasillo que llevaba a un inmenso despacho. Se preguntó si Crane lo recordaría pero aquella idea lo hizo reírse por dentro. Era difícil olvidarse del hombre que te había salvado la vida. Y Pedro lo sabía bien. Crane había salvado también la suya. Los tres días con sus noches que habían pasado juntos avanzando por el desierto estaban grabados a fuego en su cerebro. 


Nunca podría olvidarlo. La muerte les había pasado rozando a ambos y finalmente se habían salvado el uno al otro.


Crane se levantó cuando lo vio entrar en su despacho.


Pedro! ¿A qué debo el honor de tu visita? -le preguntó Crane estrechándole la mano con efusividad-. ¡Cuánto tiempo ha pasado!


-Demasiado -respondió Pedro con una sonrisa.


A Crane le había ido también bastante bien. Todavía parecía estar en forma y tenía buen aspecto.


-Me alegro de volver a verlo, doctor Crane -le dijo.


-Por favor, llámame David -respondió el otro hombre haciendo un gesto con la mano-. Después de todo lo que hemos pasado juntos sobran las formalidades. Siéntate, por favor.


-Parece que has subido en la vida -comentó Pedro tomando asiento en uno de los sillones de cuero que había frente al escritorio y echando un vistazo rápido al lujoso despacho.


-Tengo que decir que me gusta mucho más esto que el desierto iraquí -bromeó Crane sentándose también.


-Apuesto a que sí -respondió Pedro riéndose.


En la pared de detrás del escritorio colgaba un óleo abstracto con aspecto de caro. Los colores eran tan vívidos que parecía casi tridimensional. Aquel cuadro le inquietaba, pero Pedro no podía precisar con exactitud la razón.


-Mi secretaria me ha dicho que ahora trabajas para la prestigiosa Agencia Colby -dijo Crane colocando los brazos en los de su silla-. Ya veo que a ti tampoco te ha ido mal. 
Escucha: Dentro de unos minutos tengo una reunión que desgraciadamente no puedo anular -aseguró frunciendo el ceño-. Creo que deberíamos cenar esta noche y hablar de los viejos tiempos. Pero dime, ¿qué puedo hacer por ti? Cualquier cosa. Lo que sea.


Crane parecía un hombre honrado a ojos de Pedro. Tenía la mirada limpia y sincera. El hombre que Pedro había conocido años atrás no era capaz de mentir tan bien. 


Seguramente no habría podido convertirse en un maestro del engaño en aquel intervalo. Paula Chaves tenía que estar equivocada. O tal vez se tratara de algún tipo de montaje. 


Pero no había forma de saber quién era el organizador.


-Estoy investigando un laboratorio de investigación para uno de vuestros competidores -mintió Pedro soltando la coartada que le había asegurado a su cliente que contaría para explicar su presencia en Cphar-. Alexon quiere comprar Camden, pero no están convencidos de que se trate de una inversión segura. Creo que tú conoces bien Camden.


Pedro se detuvo un instante para que sus palabras surtieran efecto.


-¿Sabes algo que pueda cambiar los planes de Alexon? Sé que corro un riesgo al contarte sus intenciones, pero pensé que podía confiar en ti.


Crane apoyó la barbilla en los nudillos de una mano y consideró la pregunta.


-Hemos trabajado con Camden de vez en cuando y nunca hemos tenido ningún problema. Su reputación es sólida pero financieramente están muy mal -aseguró Crane frunciendo el ceño-. Aunque problemas económicos aparte, no sabía que estuviera en venta. Estoy sorprendido. Howard Camden siempre me ha jurado que no vendería a nadie más.


-Camden todavía no lo sabe -respondió Pedro con una sonrisa.


-Ya veo -comentó Crane asintiendo con la cabeza-. Una Opa hostil. Interesante.


-Alexon, quiere conocer los progresos que está realizando Camden con un nuevo fármaco contra el cáncer -comentó Pedro encogiéndose de hombros para fingir desinterés-. Tú sabrás más de esas cosas que yo. Es una especie de agente neutralizador de células relacionado con el tratamiento contra el cáncer. Me han dicho que la primera empresa que lo consiga se forrará.


Crane se quedó muy quieto pero no mostró ninguna otra señal de incomodidad o de sospecha.


-¿De veras? No sabía nada de eso tampoco. ¿Sabes si están preparados para salir al mercado?


La última pregunta de Crane ocultaba una inquietud velada que se esforzó en disimular. Pedro había tocado el nervio. El detective levantó las manos en gesto de fingida inocencia.


-No. No me han contado nada más -aseguró Pedro entornando los ojos-. Entonces, ¿crees que Camden es una buena inversión?


Los ojos de Crane reflejaban en aquel momento algo distinto. Pedro pensó que tal vez estuviera calculando cómo comprar antes Camden. Lástima que no estuviera realmente en venta. Y desde luego esos laboratorios no estaban investigando con el neutralizador celular. El jefe de seguridad de Alexon, un viejo amigo de Victoria, era quien había sugerido utilizar aquel cebo. Después de Cphar, Alexon era la corporación farmacéutica más importante del país. Pedro había hecho bien al mencionar el nuevo fármaco, el del proyecto Kessler. Había conseguido atraer sin duda la atención de Crane.


-Si Camden está al borde de la bancarrota, no cabe duda de que es una sabia inversión -le aconsejó-. Pero tienes que tener en cuenta que muchas veces se inician rumores para hacer atractiva una empresa que realmente no lo es -aseguró sin tapujos-. Si Camden estuviera al borde de algo tan fuerte dudo mucho que hubiera rumores. Todo estaría controlado. Muy controlado -enfatizó-. Quizá deberías reconsiderar tus fuentes.


-Pues no había pensado en eso -mintió Pedro-. Supongo que si Camden estuviera atravesando problemas económicos este tipo de rumores redundarían en su beneficio.


-Totalmente.


Pedro se puso de pie. Crane hizo lo mismo. Extrañamente, no puso ninguna objeción a que se marchara ni volvió a sacar el tema de salir a cenar.


-Gracias por tu ayuda -dijo Pedro extendiendo la mano-. Tal vez alguna vez pueda hacer lo mismo por ti.


-La Agencia Colby ya cuida muy bien de nosotros -aseguró Crane estrechándosela-. Pero lo recordaré.


Pedro vaciló un instante antes de marcharse.


-Por cierto, Victoria me pidió que preguntara por la salud del señor Chaves.


-Me temo que no está muy bien -aseguró Crane ensombreciendo la expresión-. Estos días apenas está lúcido.


-Lamento oír eso -dijo Pedro-. ¿Y cómo está su hija Paula, dadas las circunstancias?


-Lo está llevando lo mejor posible -respondió Crane sin vacilación.


-Tal vez debería pasar a ofrecerle las condolencias de la Agencia.


-Está de viaje de negocios en Boston -respondió Crane muy deprisa, demasiado deprisa-. Le diré que la señora Colby se ha interesado.


Pedro asintió con la cabeza y salió del despacho. Se tomó su tiempo para llegar hasta el ascensor. Aunque no estaba muy seguro de que Crane ocultara algo importante y desde luego no pensaba que fuera el monstruo que Paula Chaves había descrito, Pedro tuvo la absoluta seguridad de que lo observaban cuando se dirigió a la salida.