viernes, 29 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 17




Pedro había transformado el antiguo trastero del ático en una oficina con una iluminación muy potente y muchos ordenadores y otros equipos de alta tecnología.


Dario estaba pegado a una pantalla con otro chico y jugaban a un juego de aventura.


—Dario —ella trató de llamar su atención—. ¡Dario!


—Hola, mami —contestó el niño sin casi levantar la vista.


Paula esperaba encontrarlo arrepentido o preocupado y se contrarió de que no lo estuviera.


—Dario —dijo ella con firmeza—. Tenemos que irnos.


—Cinco minutos…


Paula respiró hondo. No quería hacer una escena delante de Pedro pero insistió.


—No, Dario, ahora. Tenemos que hablar sobre lo que pasó en el colegio.


Girando la silla, por fin la miró y anunció:
—No voy a volver. Además, no puedo. Me han expulsado.


—No te han expulsado. Solo tenemos que ir a ver a la señora Leadbetter y aclarar las cosas.


—No voy a ir —el tono de Dario era de rebeldía y miró hacia Pedro para que lo apoyara. Pero Paula vio de reojo que Pedro solo movió la cabeza.


—Dario… —ella trató de razonar.


Dario le dio la espalda y Paula, atónita por los malos modales, no pudo reaccionar.


No así Pedro, que se dirigió a un conmutador que había en la pared y apagó súbitamente el ordenador.


Ambos chicos lo miraron temerosos.


—Eliot —Pedro hizo un gesto con la cabeza—, ve a tomarte un refresco o algo.


—Claro —el chico no lo pensó dos veces.


—Dario, tu madre te está hablando —gracias a Pedro, el chico prestó atención de inmediato—. ¿Quieres que me vaya? —le preguntó a Paula.


Ella hizo un gesto y Pedro se quedó.


Dario la miró con resentimiento.


—Mira, no estoy enfadada contigo —dijo Paula desde un principio—. Solo quiero saber lo que pasó.


—Que empecé una pelea —lo decía sin remordimientos.


—¿Fue a uno de los bravucones a quien le pegaste?


—A Dean Jarrett —contestó él.


—¿Por qué?


El chico se mordisqueó el labio no queriendo contestar y miró a Pedro de reojo.


Paula también lo miró inquisitiva.


—No me lo ha dicho —contestó Pedro.


—Dean dijo cosas —reconoció Dario.


—¿Cosas? —preguntó Paula.


—Cosas malas. 


Dario no quería dar detalles.


—Mira Dario —dijo Pedro—, contar la historia por entregas no va a hacer que suene mejor.


El chico comenzó a relatar.


—Dean quería que le diera mi dinero o si no él y Dwayne iban a romperme la cabeza. Yo dije que mi padre le rompería la suya, pero se rio. Dijo que todo el mundo sabe que yo no tengo padre porque… porque tú eres una fulana cursi —terminó de decir a toda prisa.


No era de extrañar que no quisiera decírselo a ella.


Paula se quedó horrorizada de que unos chicos pudieran odiarse tanto, de que algún padre estúpido hubiera hecho ese comentario delante de sus hijos, pero especialmente de que Dario se sintiera tan vulnerable que se había inventado un padre.


—¿Sabes lo que quieren decir esas palabras? —preguntó a Dario.


—En realidad, no. Pero sé que es algo malo y por eso le pegué.


—¿Por qué no se lo dijiste a la directora? —preguntó Pedro.


Dario se encogió de hombros.


—Ellas no escuchan.


—Pues bien, a mí sí me van a escuchar.


Pero Dario seguía repitiendo con cabezonería.


—Yo no voy a volver.


—Lo siento, Dario —Paula no quería enfadarse con él—. Tendrás que ir al colegio. Es la ley.


—Tu madre tiene razón —reiteró Pedro.


Paula agradeció la ayuda de Pedro. Pero Dario no.


—Creía que tú estabas de mi parte, pero no lo estás. Eres como los demás. Ninguno de vosotros entiende nada.


—Sí lo entendemos, Dario —Paula trataba de calmarlo.


Pero Dario se enfrentó a ella.


—No, tú tampoco entiendes. Si no, ¿por qué quieres hacerme volver al colegio, o hacerme mudar de casa, o casarte con ese estúpido Carlos?


—¡Dario! —¿de dónde había sacado esa idea?—. Yo… ¡Dario! —exclamó cuando el niño pasó por delante de ella corriendo hacia la puerta.


Se quedó tan atónita que no pudo seguirlo. Cuando intentó hacerlo, Pedro la detuvo asiéndola de un brazo.


—Yo dejaría que se calmara un poco.


—Pero… ¿y si se escapa?


—Tendrá que escalar las verjas.


Tenía razón pero Paula seguía preocupada. No estaba segura de que ni ella ni Dario supieran manejar la situación.


—Si quieres iré yo a ver qué hace —ofreció Pedro.


—¿Irías? —preguntó dudosa.


—Claro —Pedro la guio hacia un sofá—. Siéntate ahí y descansa un poco. Pareces exhausta.


Paula no opuso resistencia pero murmuró:
—No puedo quedarme mucho rato. Va a ser la hora de cenar. Además… el coche…


—¿El coche? —él la miró extrañado.


—Se estropeó.


—¿Dónde está?


Era una pregunta razonable pero la mente de Paula estaba en blanco.


—En algún sitio de la carretera que lleva a Dunswich.


Paula temía que Pedro hiciera algún comentario burlón. Pero Pedro podía ser amable. De hecho, lo había sido ese día a pesar de la hostilidad que ella le mostraba.


—Estoy seguro de que lo encontraremos —la tranquilizó—. Conseguiré a alguien que vaya a arreglarlo.


Ella lo miró avergonzada.


—En realidad, no se estropeó. Se… quedó sin gasolina.


—Ah —Pedro comenzó a sonreír, pero no lo hizo.


—Ríete si quieres.


—Podía pasarle a cualquiera. Mejor, eso es mucho más fácil de arreglar. Si me das la llave, enviaré a un par de los obreros a que lo traigan.


Paula no discutió. Ya tenía demasiados problemas.


—No tardaré —prometió él cuando ella le dio la llave. Lo más seguro es que Dario esté por ahí con Eliot.


Pedro se marchó antes de que Paula le diera las gracias. 


Estaba agradecida, solo que le parecía difícil expresarlo.


Comenzaba a encontrarlo todo demasiado difícil. La situación del colegio, su trabajo, sus finanzas, el mudarse de casa, Dario…


Especialmente Dario.


¿En qué se había equivocado? Dario siempre había sido un niño feliz y fácil de manejar porque era muy razonable. Pero, de la noche a la mañana, las cosas habían cambiado.


Ella había hecho de él un chico cariñoso y bien educado y lo había enviado a un mundo mucho más duro. En realidad no le importaba que sus compañeros de colegio la llamaran fulana cursi, pero la preocupaba que él se sintiera avergonzado.


¿Y Carlos? Había salido con él pero nada más. 


Probablemente Dario había oído o entendido mal alguna conversación y creía que ella estaba a punto de presentarle un padrastro que a él no le gustaba.


También estaba la cuestión de su padre verdadero, que ella nunca le había mencionado, pensando que a él no le importaba. ¿Cómo podía añorar a alguien que nunca había tenido?


Pero lo añoraba. No había amenazado al otro chico con un hermano mayor inventado, sino con un padre. No eran los ordenadores de Pedro, ni el coche, lo que él admiraba, sino al hombre, como figura paterna. Podía haberse reído de la ironía de la situación, pero tenía ganas de llorar. Y eso era exactamente lo que estaba haciendo cuando Pedro regresó. 


Él se quedó en la puerta luchando contra la tentación de tomarla en sus brazos y consolarla, pero pensaba que ella no lo dejaría.


Paula no lo había dejado acercarse a ella desde aquella noche en la casita. Pedro reconocía que solo había sido por el sexo. Y él lo había disfrutado, claro. Pero le había dejado un regusto amargo, pensando que lo habían utilizado. 


Entonces, ¿por qué seguía queriendo ayudarla?


Cuando Paula se percató de que él estaba allí buscó un pañuelo en su bolso para secarse las lágrimas.


—¿Paula? —la llamó él con dulzura.


—Estoy bien —estaba furiosa por mostrar tanta debilidad—. ¿Encontraste a Dario?


—Sí. Está con Eliot y avergonzado de su pataleta. Sam se los va a llevar a comer una hamburguesa para que tú y Dario os tranquilicéis. Espero que te parezca bien.


Ella asintió y Pedro fue a sentarse junto a ella.


—¿Qué te pasa Paula? No es solo lo del colegio, ¿verdad?


Ella no podía hablarle de lo culpable que se sentía, y solo le dijo lo del trabajo. La cantidad de horas perdidas y su frustración e impotencia.


—¡Qué canalla! —fue el juicio de Pedro sobre Edward Claremont.


Al oírlo Paula se puso de nuevo a llorar.


—Soy un desastre.


Pedro intuyó la desesperación que había en su voz y se permitió rodearla con sus brazos. Ella se resistió unos instantes pero finalmente apoyó la cabeza sobre el pecho de él y comenzó a llorar desconsoladamente.


Él la consoló hasta que ella se quedó quieta sobre su pecho. 


Le acariciaba el cabello, pero no se atrevía a tocarla. Era de nuevo una niñita, la Paula que él había añorado todos esos años.


Y él era el chico, el Pedro en que Paula confiaba. Pero solo era una ilusión. Habían pasado demasiadas cosas para volver atrás. La vida seguía y había perdido la inocencia.


Paula sintió bajo sus dedos los latidos erráticos del corazón de Pedro, iguales a los suyos. Tenía que separarse. Esos brazos masculinos le producían una gran añoranza y deseaba quedarse entre ellos y dejarse amar.


Levantó la cabeza y vio que él la miraba.


—No eres un desastre. Eres preciosa, pequeña Paula ya crecida. No puedo creer que me la haya perdido.


Su voz era como una caricia, como los dedos que le rozaban la mejilla. Palabras dulces que Paula no resistía oír. Pensó que él no sería tan amable si supiera la verdad.


Cerró los ojos y Pedro le tomó la cara entre sus manos. Ella contuvo la respiración, esperando. Él posó sus labios sobre la frente de ella con un beso tan ligero que casi no lo sintió.


Entonces, incapaz de evitarlo, Pedro fue deslizando su boca hasta la de ella.


—Si no quieres que siga, párame ahora.


Paula lo oyó y lo entendió, pero no dijo nada. Sus labios buscaron los de él, le rodeó el cuello con los brazos y su suave cuerpo de mujer se tensó contra el suyo.


«Un beso y nada más». Paula se prometió a sí misma mientras él la recostaba sobre el sofá y ella gemía al sentir la lengua de él dentro de su boca. Nada más. Solo las manos de él buscando su piel por debajo de la blusa, y llegando a sus senos, frotando sus pezones e incitándola, hasta que ella no pudo aguantar más y gimió anhelante. Nada más que el cuerpo de él sobre el suyo, tan excitado, haciendo que ella se sintiera ansiosa de tenerlo dentro, amándola.


¡Y cómo la asustaba, desearlo tanto! Quererlo solo a él. Toda la vida, solo a él.


La asustaba tanto que apartó su boca y tomando aliento comenzó a empujarlo por los hombros, temiendo que él no se detuviera.


Pero no fue necesario. En cuanto Pedro se dio cuenta de que las manos que lo habían estado acariciando lo rechazaban, se apartó y dejó que ella se retirara al otro extremo del sofá.


Frustrado, Pedro se pasó la mano por el cabello.


Paula no se atrevía a mirarlo.


—Lo siento. Lo siento de verdad. No debería haberte dejado…


—No. Yo soy quien debe disculparse. Tú te sientes mal y yo me he aprovechado. Solo puedo decirte que lo que sucedió fue completamente espontáneo.


—Lo sé —era lo mismo que le había pasado a ella.


—Supongo que necesito salir más —añadió él en tono seco.


Paula lo entendió como una broma, pero no la hizo sentir mejor. Así que ella solo era una suplente hasta que él conociera a otra.


No era la primera vez que le pasaba. Se acordó de Anabella.


—Tengo que irme —anunció de repente—. ¿Te importaría mandar a Dario a casa?


—Claro que no.


—Gracias —ella se sentía avergonzada y se dirigió hacia la puerta.


Ya estaba apresurándose por las escaleras cuando él pudo reaccionar.


La siguió más despacio y, cuando llegó al rellano, la llamó.
—Paula…


Podía haber fingido que no lo oía, pero se lo debía. Por Dario y por el llanto. Y por supuesto por lo que acababa de hacerle.


—¿Sí? —se detuvo y miró hacia arriba.


Él la sorprendió con una sonrisa.


—Por cierto, lo decía en serio.


—En serio, ¿qué?


—Que eres preciosa —dijo simplemente, como si fuera un hecho y no una mera opinión.


¿Qué le podía contestar a eso?


Nada. No se le ocurrió absolutamente nada





¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 16




El lunes se despertó del mismo mal humor, pero se convenció de que tenía que ser positiva para la cita con sus clientes. Podía haberse ahorrado el esfuerzo porque Edward Claremont se retrasó más de una hora.


No pidió disculpas y mostró poco interés en los dibujos, pero Paula se decidió a pedir el anticipo. Fue entonces cuando Edward Claremont soltó la bomba. No habría reforma porque había decidido vender la casa. Y no se sentía obligado a pagarle el tiempo que había empleado. A ella la había contratado su esposa y su esposa se había marchado con otro.


Ciertamente no era culpa de Paula y ella trató de convencerlo, pero él la despidió sin ni siquiera darle las gracias.


Condujo a casa muy disgustada pensando en todo el dinero que había perdido y preguntándose si su suerte podía empeorar.


Y empeoró. A solo dos millas de casa el motor de su coche hizo un ruido y se paró. ¡Se había olvidado de echar gasolina!


Tenía tres opciones: llamar a los servicios de rescate, hacer autoestop o caminar. Miró el reloj y se percató de que no llegaría a tiempo de recoger a Dario. Menos mal que tenía un teléfono móvil. Llamó al colegio. Seguro que podrían retenerlo hasta que ella fuera.


La directora del colegio le dijo que su amigo ya había recogido a Dario.


—¿Qué amigo?


—Un hombre que suponían que era su novio.


—¿Cuál es su nombre? —Paula sentía pánico.


—No estoy segura —reconoció la señora Leadbetter—. En realidad no se presentó.


—¿Qué aspecto tenía?


—Vamos a ver… Alto, de pelo oscuro, bastante atractivo. Su hijo lo conocía, señora Chaves, y vino como respuesta a nuestra llamada.


—¿Su llamada?


—Sí. Hoy hubo problemas en el colegio —reveló la directora—, y pensamos que sería mejor que Dario se fuera a casa pronto.


—¿Problemas?


—Una pelea entre Dario y otro chico.


—¿Está herido Dario?


—No mucho, y fue su hijo quien inició el conflicto. Se negó a reconocer su culpa y a volver a clase, por lo que no tuvimos otra opción que enviarlo a casa.


Paula no lo podía creer.


—Dario nunca se ha peleado con nadie. ¿Usted sabe que unos chicos lo acosan?


—Sí, bueno… —la directora escogía las palabras—. Somos conscientes de que la situación es bastante más compleja de lo que pensábamos. Si pudiera venir mañana a hablar con nosotros…


—Ya veré —Paula quería hablar con Dario antes de nada—. Lo siento, tengo que irme —añadió, y colgó.


Consultó el contestador de su teléfono y había dos mensajes. Uno del colegio para que los llamara. El otro era de Pedro sencillo y escueto: «Llamaron del colegio de Dario. Dario está bien pero ha habido un problema de disciplina. Voy a ir a buscarlo. Estará en casa. No temas».


«¡No temas!». Repitió y, siguiendo el consejo, respiró hondo un par de veces antes de evaluar la situación.


Dario estaba bien. Eso era lo principal. Cualquier problema con el colegio podía solucionarse. Ella tenía que llegar a casa.


Intentó de nuevo poner el coche en marcha sin resultado. 


Llamó al servicio de emergencia y le prometieron que irían antes de que oscureciera. Como faltaban seis horas decidió no esperar.


Comenzó a caminar por el arcén, pero antes de recorrer cien metros un coche se paró junto a ella. Una pareja mayor había visto su coche abandonado y, al verla a ella sola por la carretera, se ofrecía a llevarla.


Paula aceptó y se subió a la parte trasera. Después de intercambiar nombres y destinos, la condujeron hasta la puerta Oeste y esperaron hasta que la abriera y entrara.


Cuando llegó a la casa grande se dirigió hacia la sala de donde provenían unas voces. Llamó a la puerta y entró. La sala casi no tenía muebles y Dario no estaba allí.


—¿Dónde está? —preguntó sin más.


—Arriba, en el ático —Pedro y su acompañante se pusieron de pie. Está jugando con Eliot, el hijo de Sam.


—Bien —Paula se propuso mantener la calma hasta saber toda la historia.


—Este es Sam —Pedro presentó al otro hombre—, el marido de Rebecca a quien tú ya conoces. Sam, esta es Paula, la madre de Dario.


—Encantado de conocerte —Sam se acercó tendiendo la mano.


—Hola —Paula se la estrechó.


—Tienes un chico muy simpático —le dijo sonriendo.


—Gracias —contestó Paula, pero su tono era seco.


—Iré a ver qué están haciendo los chicos —dijo Sam para quitarse de en medio.


Pedro asintió y esperó a que su amigo se marchara antes de hablar.


—Adivino que estás enfadada —dijo Pedro al ver que Paula se quitaba la máscara de cortesía—. Pero sentémonos y hablemos de esto con tranquilidad.


—¿Por qué iba a estar enfadada? A mi hijo lo han enviado a casa con alguien que el colegio no conocía de nada y que no tiene permiso de llevárselo. ¡Qué diablos!


—De acuerdo, de acuerdo. Puede que me equivocara, ¿pero qué más podía hacer? Te llamaron primero a ti y luego al segundo teléfono de contacto: tu madre.


—¿Mi madre?


—O al menos a su antiguo número de teléfono —aclaró él—, que al parecer me lo han asignado a mí.


—Oh… —Paula no había actualizado los datos de Dario—. ¡Al menos podrías haberles dicho que no tenías nada que ver con él!


—Podría —reconoció él—, y lo habría hecho si Dario no les hubiera dicho lo contrario.


—¿Qué les dijo?


—Que yo era un buen amigo tuyo —hizo un gesto irónico—, y que vivíamos en el mismo sitio.


—Ya veo. Supongo que al menos les habrás aclarado que no es así.


—Lo habría hecho si la directora no hubiera llegado sola a varias conclusiones, poniéndome en el papel de padrastro honorario. Me pareció más fácil ir en persona a explicar nuestra relación.


—No tenemos ninguna relación —Paula se sintió obligada a recordárselo.


—Todavía —aclaró él, mirándola.


Paula decidió ignorar el comentario.


—¿Aclaraste la situación en el colegio?


—Lo intenté.


—¿Y?


—Nada más puse los pies en su oficina, la directora se lanzó a contarme todo lo sucedido esta tarde. Te lo voy a resumir. Dario empujó a un chico, le pegó varios puñetazos, los separaron y lo llevaron al despacho de la directora donde se negó a relatar lo ocurrido. Como consecuencia lo suspendieron a la espera de una investigación.


—¿Qué? —exclamó Paula, incrédula—. ¿Lo han expulsado?


—Suspendido. Creo que esa fue la palabra que usó la directora.


—¿Y tú dejaste que lo hicieran?


—¿Qué podía hacer?


—Yo… ¿Tú crees que Dario sería capaz de empezar una pelea?


—Si lo provocan lo suficiente, creo que sí —contestó Pedro—. Cualquier chico lo haría. Eso fue lo que le dije a la directora cuando por fin paró de hablar —«así que había defendido a Dario», pensó Paula—. También le dije que antes de castigar a Dario debería preguntarse por qué un chico que normalmente se porta bien había actuado así. Y que si expulsaba a Dario sin investigar primero se exponía a un litigio.


Paula no sabía qué pensar.


—¿Qué quiere decir eso, exactamente?


—Que la demandaremos.


Paula estaba horrorizada.


—¿Qué dijo?


—Lo que era de esperar —dijo Pedro, sonriendo—. Se retractó inmediatamente y prometió investigar. Entretanto le concedió unas vacaciones a Dario —Pedro parecía satisfecho—. Ahora puedes gritarme, si quieres —ofreció él—, porque soy consciente de que me excedí en mis funciones.


Paula iba preparada precisamente para eso, pero tuvo que reconocer que, a pesar de las diferencias entre ellos, Pedro había dado la cara por Dario.


—¿Cómo está Dario? —preguntó en vez de ello.


—Físicamente, bien, aparte de una pequeña herida superficial y un par de arañazos. Según dicen el otro chico salió peor parado.


—¿Dices eso para consolarme?


—No, pero sí hizo que Dario se sintiera mejor. Al parecer ese chico y su hermano gemelo lo han estado acosando hace meses.


Y ella no había hecho nada al respecto. Pedro no lo había dicho, y a lo mejor ni siquiera lo pensaba. Pero era cierto…


—Y debo advertirte —añadió Pedro—, que está empeñado en que no quiere regresar al colegio. Al parecer está lleno de niños antisociales y con poca capacidad intelectual.


—¿Dijo eso?


—No, eso solo es un resumen que no incluye palabras incorrectas como lunáticos e idiotas.


Paula movió la cabeza sin querer admitir que era tan malo.


—Tú fuiste allí, ¿no?


Él asintió.


—Sí, y no era muy distinto entonces. El que diga que la época escolar es la más feliz de su vida no asistió a City Road Primary.


Paula lo miró sorprendida. Él nunca se había quejado del colegio.


—Pero a ti te fue muy bien —insistió.


—Era una época diferente. Ahora parece ser que buscan el menor denominador común y dejan a chicos como Dario muertos de aburrimiento.


¿Dario se aburría? Al principio ella le preguntaba lo que hacía en el colegio, pero dejó de hacerlo ante las respuestas de Dario: «Poca cosa, No me acuerdo». Pero ella siempre pensó que lo que lo aburría eran sus preguntas y no el colegio.


—Las matemáticas que da en el colegio son de lo más básicas, y en cambio en casa es capaz de codificar sus propios programas de ordenador.


—Vale. La física cuántica no está entre sus asignaturas —Paula se ponía a la defensiva—. Y yo, ¿qué puedo hacer?


—No te estoy atacando, Paula.


—¿No?


—Solo digo —continuó él con paciencia—, que corres el riesgo de que se decepcione antes de llegar al bachillerato.


—¿Cuál es tu solución?, porque supongo que ya tienes una.


Pedro se daba cuenta de que pisaba terreno resbaladizo, pero prosiguió.


—¿Has considerado enviarlo a un colegio privado?


—Claro —espetó ella—. Pero escogí comer.


Él hizo caso omiso del sarcasmo.


—¿Y tu madre? —sugirió él.


—¿Qué pasa con mi madre?


—¿No podría ayudarte? —Paula se encogió de hombros. No era cuestión de poder sino de querer—. Si no, yo podría ayudar —añadió Pedro.


—¿Tú? —eso no estaba previsto—. ¿Por qué tendrías que ayudar tú? —¡cielos! ¿Acaso había averiguado algo? ¿Había dicho algo Dario que lo hiciera llegar a conclusiones?


Pedro se fue por la tangente confundiendo aún más a Paula.


—¿Recuerdas cuando fui a Addleston Boys Grammar y saqué sobresalientes?


Paula asintió.


—Fuiste con una beca.


—Una beca parcial. El resto lo pagó tu padre —informó Pedro.


Los ojos de Paula se abrieron como platos.


—¿Por qué hizo eso?


—Era un hombre generoso.


Paula no discutió eso. Su madre solía decir que por culpa de la generosidad de su padre y del juego se habían arruinado.
Podía ser cierto, pero le parecía que Pedro se guardaba algo.


—¿Lo sabía mi madre?


Pedro negó con la cabeza.


—No. Era un secreto entre él y mi madre. No creo que debas decirle nada.


¿Porque Rosa lo odiaba? ¿O por otro motivo distinto?


Paula recordó que su padre y Mary Alfonso hablaban a veces en la cocina y muchas veces se reían y en general mantenían un tono mucho más amistoso de lo que Rosa había mantenido con la señora Alfonso.


—Estás diciendo…


—No estoy diciendo nada más que tu padre era un hombre bueno y me dio una oportunidad en la vida. Me parece justo que yo le pague la deuda a través de su nieto —él hacía que pareciera simple, pero ella no podía aceptar esa oferta de Pedro. De Pedro, no, pero… ¿del padre de Dario?, ¿qué había de malo en ello?—. Sin condiciones —añadió él al ver que ella dudaba.


—¿Condiciones?


—Sí, como tener que acostarte conmigo como pago.


¿Tenía que ser tan directo?


—Si eso lo dices para tranquilizarme…


—Sí, lo digo por eso.


—Entonces si fuera tú, yo no me dedicaría a una carrera de relaciones públicas.


Él se rio.


—Ya sabes, nosotros los cerebritos de la informática no somos famosos por nuestro tacto con la gente.


Paula hizo una mueca. Fuera lo que fuera, Pedro no era un cerebrito. Demasiado atractivo, y con mucha habilidad para manejar a la gente cuando le parecía. La había seducido sin ningún esfuerzo.


Y, al parecer, también había seducido a su hijo. 


Normalmente reservado, Dario le había contado más cosas a Pedro en una tarde que a ella durante meses.


Estaba celosa. Era horrible pero cierto. El hombre y el niño habían establecido un nexo sin saber el que realmente existía entre ellos.


¿Y si algún día lo averiguaran?


Paula sintió miedo. Quería tanto a Dario que la idea de perderlo era insoportable. ¿Y si le dieran a escoger entre la vida sencilla que llevaba con ella y las cosas que Pedro podía ofrecerle?


No. Eso no podía suceder.


Se levantó de la silla.


—Será mejor que vaya a buscar a Dario.


Él también se levantó.


—Te acompañaré al ático.


—Creo que aún sabría el camino.


—Claro —salieron al vestíbulo y ella dejó que él la guiara. Después de todo era la casa de él y ya no le importaba. Lo que le importaba era Dario—. De todos modos, tenlo en cuenta —reanudó él—. Lo de que yo pague la educación de Dario.


Ella quería rechazarlo de golpe, pero, ¿tenía derecho a hacerlo en nombre de Dario?


—Lo tendré en cuenta. Gracias.


—Solo tienes que decírmelo, ¿de acuerdo? —añadió él con sencillez mientras subían al ático.


Ella asintió.