viernes, 29 de julio de 2016
¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 17
Pedro había transformado el antiguo trastero del ático en una oficina con una iluminación muy potente y muchos ordenadores y otros equipos de alta tecnología.
Dario estaba pegado a una pantalla con otro chico y jugaban a un juego de aventura.
—Dario —ella trató de llamar su atención—. ¡Dario!
—Hola, mami —contestó el niño sin casi levantar la vista.
Paula esperaba encontrarlo arrepentido o preocupado y se contrarió de que no lo estuviera.
—Dario —dijo ella con firmeza—. Tenemos que irnos.
—Cinco minutos…
Paula respiró hondo. No quería hacer una escena delante de Pedro pero insistió.
—No, Dario, ahora. Tenemos que hablar sobre lo que pasó en el colegio.
Girando la silla, por fin la miró y anunció:
—No voy a volver. Además, no puedo. Me han expulsado.
—No te han expulsado. Solo tenemos que ir a ver a la señora Leadbetter y aclarar las cosas.
—No voy a ir —el tono de Dario era de rebeldía y miró hacia Pedro para que lo apoyara. Pero Paula vio de reojo que Pedro solo movió la cabeza.
—Dario… —ella trató de razonar.
Dario le dio la espalda y Paula, atónita por los malos modales, no pudo reaccionar.
No así Pedro, que se dirigió a un conmutador que había en la pared y apagó súbitamente el ordenador.
Ambos chicos lo miraron temerosos.
—Eliot —Pedro hizo un gesto con la cabeza—, ve a tomarte un refresco o algo.
—Claro —el chico no lo pensó dos veces.
—Dario, tu madre te está hablando —gracias a Pedro, el chico prestó atención de inmediato—. ¿Quieres que me vaya? —le preguntó a Paula.
Ella hizo un gesto y Pedro se quedó.
Dario la miró con resentimiento.
—Mira, no estoy enfadada contigo —dijo Paula desde un principio—. Solo quiero saber lo que pasó.
—Que empecé una pelea —lo decía sin remordimientos.
—¿Fue a uno de los bravucones a quien le pegaste?
—A Dean Jarrett —contestó él.
—¿Por qué?
El chico se mordisqueó el labio no queriendo contestar y miró a Pedro de reojo.
Paula también lo miró inquisitiva.
—No me lo ha dicho —contestó Pedro.
—Dean dijo cosas —reconoció Dario.
—¿Cosas? —preguntó Paula.
—Cosas malas.
Dario no quería dar detalles.
—Mira Dario —dijo Pedro—, contar la historia por entregas no va a hacer que suene mejor.
El chico comenzó a relatar.
—Dean quería que le diera mi dinero o si no él y Dwayne iban a romperme la cabeza. Yo dije que mi padre le rompería la suya, pero se rio. Dijo que todo el mundo sabe que yo no tengo padre porque… porque tú eres una fulana cursi —terminó de decir a toda prisa.
No era de extrañar que no quisiera decírselo a ella.
Paula se quedó horrorizada de que unos chicos pudieran odiarse tanto, de que algún padre estúpido hubiera hecho ese comentario delante de sus hijos, pero especialmente de que Dario se sintiera tan vulnerable que se había inventado un padre.
—¿Sabes lo que quieren decir esas palabras? —preguntó a Dario.
—En realidad, no. Pero sé que es algo malo y por eso le pegué.
—¿Por qué no se lo dijiste a la directora? —preguntó Pedro.
Dario se encogió de hombros.
—Ellas no escuchan.
—Pues bien, a mí sí me van a escuchar.
Pero Dario seguía repitiendo con cabezonería.
—Yo no voy a volver.
—Lo siento, Dario —Paula no quería enfadarse con él—. Tendrás que ir al colegio. Es la ley.
—Tu madre tiene razón —reiteró Pedro.
Paula agradeció la ayuda de Pedro. Pero Dario no.
—Creía que tú estabas de mi parte, pero no lo estás. Eres como los demás. Ninguno de vosotros entiende nada.
—Sí lo entendemos, Dario —Paula trataba de calmarlo.
Pero Dario se enfrentó a ella.
—No, tú tampoco entiendes. Si no, ¿por qué quieres hacerme volver al colegio, o hacerme mudar de casa, o casarte con ese estúpido Carlos?
—¡Dario! —¿de dónde había sacado esa idea?—. Yo… ¡Dario! —exclamó cuando el niño pasó por delante de ella corriendo hacia la puerta.
Se quedó tan atónita que no pudo seguirlo. Cuando intentó hacerlo, Pedro la detuvo asiéndola de un brazo.
—Yo dejaría que se calmara un poco.
—Pero… ¿y si se escapa?
—Tendrá que escalar las verjas.
Tenía razón pero Paula seguía preocupada. No estaba segura de que ni ella ni Dario supieran manejar la situación.
—Si quieres iré yo a ver qué hace —ofreció Pedro.
—¿Irías? —preguntó dudosa.
—Claro —Pedro la guio hacia un sofá—. Siéntate ahí y descansa un poco. Pareces exhausta.
Paula no opuso resistencia pero murmuró:
—No puedo quedarme mucho rato. Va a ser la hora de cenar. Además… el coche…
—¿El coche? —él la miró extrañado.
—Se estropeó.
—¿Dónde está?
Era una pregunta razonable pero la mente de Paula estaba en blanco.
—En algún sitio de la carretera que lleva a Dunswich.
Paula temía que Pedro hiciera algún comentario burlón. Pero Pedro podía ser amable. De hecho, lo había sido ese día a pesar de la hostilidad que ella le mostraba.
—Estoy seguro de que lo encontraremos —la tranquilizó—. Conseguiré a alguien que vaya a arreglarlo.
Ella lo miró avergonzada.
—En realidad, no se estropeó. Se… quedó sin gasolina.
—Ah —Pedro comenzó a sonreír, pero no lo hizo.
—Ríete si quieres.
—Podía pasarle a cualquiera. Mejor, eso es mucho más fácil de arreglar. Si me das la llave, enviaré a un par de los obreros a que lo traigan.
Paula no discutió. Ya tenía demasiados problemas.
—No tardaré —prometió él cuando ella le dio la llave. Lo más seguro es que Dario esté por ahí con Eliot.
Pedro se marchó antes de que Paula le diera las gracias.
Estaba agradecida, solo que le parecía difícil expresarlo.
Comenzaba a encontrarlo todo demasiado difícil. La situación del colegio, su trabajo, sus finanzas, el mudarse de casa, Dario…
Especialmente Dario.
¿En qué se había equivocado? Dario siempre había sido un niño feliz y fácil de manejar porque era muy razonable. Pero, de la noche a la mañana, las cosas habían cambiado.
Ella había hecho de él un chico cariñoso y bien educado y lo había enviado a un mundo mucho más duro. En realidad no le importaba que sus compañeros de colegio la llamaran fulana cursi, pero la preocupaba que él se sintiera avergonzado.
¿Y Carlos? Había salido con él pero nada más.
Probablemente Dario había oído o entendido mal alguna conversación y creía que ella estaba a punto de presentarle un padrastro que a él no le gustaba.
También estaba la cuestión de su padre verdadero, que ella nunca le había mencionado, pensando que a él no le importaba. ¿Cómo podía añorar a alguien que nunca había tenido?
Pero lo añoraba. No había amenazado al otro chico con un hermano mayor inventado, sino con un padre. No eran los ordenadores de Pedro, ni el coche, lo que él admiraba, sino al hombre, como figura paterna. Podía haberse reído de la ironía de la situación, pero tenía ganas de llorar. Y eso era exactamente lo que estaba haciendo cuando Pedro regresó.
Él se quedó en la puerta luchando contra la tentación de tomarla en sus brazos y consolarla, pero pensaba que ella no lo dejaría.
Paula no lo había dejado acercarse a ella desde aquella noche en la casita. Pedro reconocía que solo había sido por el sexo. Y él lo había disfrutado, claro. Pero le había dejado un regusto amargo, pensando que lo habían utilizado.
Entonces, ¿por qué seguía queriendo ayudarla?
Cuando Paula se percató de que él estaba allí buscó un pañuelo en su bolso para secarse las lágrimas.
—¿Paula? —la llamó él con dulzura.
—Estoy bien —estaba furiosa por mostrar tanta debilidad—. ¿Encontraste a Dario?
—Sí. Está con Eliot y avergonzado de su pataleta. Sam se los va a llevar a comer una hamburguesa para que tú y Dario os tranquilicéis. Espero que te parezca bien.
Ella asintió y Pedro fue a sentarse junto a ella.
—¿Qué te pasa Paula? No es solo lo del colegio, ¿verdad?
Ella no podía hablarle de lo culpable que se sentía, y solo le dijo lo del trabajo. La cantidad de horas perdidas y su frustración e impotencia.
—¡Qué canalla! —fue el juicio de Pedro sobre Edward Claremont.
Al oírlo Paula se puso de nuevo a llorar.
—Soy un desastre.
Pedro intuyó la desesperación que había en su voz y se permitió rodearla con sus brazos. Ella se resistió unos instantes pero finalmente apoyó la cabeza sobre el pecho de él y comenzó a llorar desconsoladamente.
Él la consoló hasta que ella se quedó quieta sobre su pecho.
Le acariciaba el cabello, pero no se atrevía a tocarla. Era de nuevo una niñita, la Paula que él había añorado todos esos años.
Y él era el chico, el Pedro en que Paula confiaba. Pero solo era una ilusión. Habían pasado demasiadas cosas para volver atrás. La vida seguía y había perdido la inocencia.
Paula sintió bajo sus dedos los latidos erráticos del corazón de Pedro, iguales a los suyos. Tenía que separarse. Esos brazos masculinos le producían una gran añoranza y deseaba quedarse entre ellos y dejarse amar.
Levantó la cabeza y vio que él la miraba.
—No eres un desastre. Eres preciosa, pequeña Paula ya crecida. No puedo creer que me la haya perdido.
Su voz era como una caricia, como los dedos que le rozaban la mejilla. Palabras dulces que Paula no resistía oír. Pensó que él no sería tan amable si supiera la verdad.
Cerró los ojos y Pedro le tomó la cara entre sus manos. Ella contuvo la respiración, esperando. Él posó sus labios sobre la frente de ella con un beso tan ligero que casi no lo sintió.
Entonces, incapaz de evitarlo, Pedro fue deslizando su boca hasta la de ella.
—Si no quieres que siga, párame ahora.
Paula lo oyó y lo entendió, pero no dijo nada. Sus labios buscaron los de él, le rodeó el cuello con los brazos y su suave cuerpo de mujer se tensó contra el suyo.
«Un beso y nada más». Paula se prometió a sí misma mientras él la recostaba sobre el sofá y ella gemía al sentir la lengua de él dentro de su boca. Nada más. Solo las manos de él buscando su piel por debajo de la blusa, y llegando a sus senos, frotando sus pezones e incitándola, hasta que ella no pudo aguantar más y gimió anhelante. Nada más que el cuerpo de él sobre el suyo, tan excitado, haciendo que ella se sintiera ansiosa de tenerlo dentro, amándola.
¡Y cómo la asustaba, desearlo tanto! Quererlo solo a él. Toda la vida, solo a él.
La asustaba tanto que apartó su boca y tomando aliento comenzó a empujarlo por los hombros, temiendo que él no se detuviera.
Pero no fue necesario. En cuanto Pedro se dio cuenta de que las manos que lo habían estado acariciando lo rechazaban, se apartó y dejó que ella se retirara al otro extremo del sofá.
Frustrado, Pedro se pasó la mano por el cabello.
Paula no se atrevía a mirarlo.
—Lo siento. Lo siento de verdad. No debería haberte dejado…
—No. Yo soy quien debe disculparse. Tú te sientes mal y yo me he aprovechado. Solo puedo decirte que lo que sucedió fue completamente espontáneo.
—Lo sé —era lo mismo que le había pasado a ella.
—Supongo que necesito salir más —añadió él en tono seco.
Paula lo entendió como una broma, pero no la hizo sentir mejor. Así que ella solo era una suplente hasta que él conociera a otra.
No era la primera vez que le pasaba. Se acordó de Anabella.
—Tengo que irme —anunció de repente—. ¿Te importaría mandar a Dario a casa?
—Claro que no.
—Gracias —ella se sentía avergonzada y se dirigió hacia la puerta.
Ya estaba apresurándose por las escaleras cuando él pudo reaccionar.
La siguió más despacio y, cuando llegó al rellano, la llamó.
—Paula…
Podía haber fingido que no lo oía, pero se lo debía. Por Dario y por el llanto. Y por supuesto por lo que acababa de hacerle.
—¿Sí? —se detuvo y miró hacia arriba.
Él la sorprendió con una sonrisa.
—Por cierto, lo decía en serio.
—En serio, ¿qué?
—Que eres preciosa —dijo simplemente, como si fuera un hecho y no una mera opinión.
¿Qué le podía contestar a eso?
Nada. No se le ocurrió absolutamente nada
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario