jueves, 28 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 14





Por la mañana, ya no llovía. Paula se despertó al oír que llamaban a la puerta. Eran las diez y no había oído el despertador. Tardó unos segundos en despejarse y agarrar algo de ropa.


Oyó que quitaban el cerrojo y unas voces en el vestíbulo.


—Quizás tú puedas convencerla.


—No creo que pueda —contestó Pedro—. Tal vez ella tenga razón. Esto es muy aislado.


—Mejor que la ciudad —opinó Dario—. Si voy allí, nunca me libraré de ellos.


Esme se sorprendió. ¿Estaba Dario tan mal en el colegio?


—¿Ellos? —preguntó Pedro.


—Los chicos del colegio.


—¿Bravucones? —no se oyó una respuesta y Paula supuso que Dario había asentido—. Sí, esas cosas pasan cuando uno es diferente.


—¿Te pasó a ti? —preguntó Dario.


—A veces —confirmó Pedro.


—¿Y qué hiciste?


—Me gustaría darte una fórmula mágica, pero me temo que no la hay. Puedes decírselo a tu maestra.


—Ya lo hice.


—¿Y no hizo efecto?


—Ella dice que debería intentar encajar y hacerme amigo de ellos


—Muy bien —aplaudió Pedro con sarcasmo—. ¿Eso tienes que hacerlo antes o después de que te peguen?


Dario se rio.


—Durante, tal vez.


—¿Se lo has dicho a tu madre? —sugirió Pedro.


—Ella sabe que me ponen motes y eso —confesó Dario—, pero si le digo lo seria que es la cosa, irá al colegio a protestar y será peor.


—Sí, lo entiendo. Pero ellos solos no van a parar si alguien no los obliga a ello. Debes decírselo a tu madre. Por cierto, ¿dónde está?


—En la cama —dijo Dario sin pensarlo—. Voy a buscarla.


Dario llamó a la puerta de Paula y ella contestó:
—Salgo en un momento. Ve a tomarte el desayuno, mientras hablo con el señor Alfonso.


Pedro estaba en el vestíbulo vestido con vaqueros y camiseta blanca, recién afeitado y muy atractivo.


—¿Sí?


—Te he traído un mando a distancia nuevo. Es el único de repuesto. ¿Me puedes dar el defectuoso?


—Claro —Paula abrió un cajón del aparador y se lo dio.


—Gracias. Mira, he estado hablando con Dario…


—Lo sé. Os oí.


—Bien.


—Ya me encargaré —dijo en tono cortante.


Pedro siguió allí parado y ella lo miró desafiándolo a dar consejos que ella no había pedido.


—En cuanto anoche, me porté un poco mal, lo reconozco. Sospecho que fue en respuesta al tono de tu amigo.


Paula se sorprendió. Carlos solo tenía un tono.


—¿El tono? Carlos siempre es muy educado.


—Entonces fue eso —hizo un gesto—. Clase alta inglesa, pedante, escrupulosamente educado y algo condescendiente.


—¿Y tu tono cómo es? —Paula no pudo resistir atacarlo—. ¿Chico de clase obrera que ha tenido éxito en la vida con un algo de resentimiento?


Pedro se rio. ¿No se daba cuenta de que lo estaba insultando?


—¿Y tú? Déjame ver… Dama inglesa, aparentemente lejana e intocable, pero por debajo…


—¿Querías algo más? —interrumpió Paula.


—Creo que ambos sabemos que quiero algo más, pero tendré que aguantarme por ahora. Me voy a Tokio esta mañana. Si tienes algún problema más con la verja, habla con Colin Jones, el constructor. Estará trabajando en la casa.


Mientras lo escuchaba, Paula no sabía cuáles eran sus sentimientos. Por un lado se sentía aliviada, pero por el otro sentía que él la estaba abandonando otra vez.


—Tu alquiler —recordó Paula—. Puedo darte un cheque.


—No hay prisa. Volveré dentro de pocos días.


—Como quieras.


—Dile adiós a Dario de mi parte.


—De acuerdo.


—Dile…


—¿Qué? —ella hizo una mueca. No estaba segura de que quería que le dijera nada.


—Dile que mejorará.


—De acuerdo —¿hablaba por experiencia propia?


—Nos veremos, pues —dijo saludando con la mano mientras se alejaba.


Sin darse cuenta, ella le contestó:
—Nos veremos —él se volvió y le sonrió. ¿Acaso creía que había ganado? Ella cerró la puerta de golpe y se fue a la cocina.


—¿Se ha marchado? —preguntó Dario.


—¿El señor Alfonso? Sí.


—Podías haberle dicho que entrara.


Paula se sorprendió ante lo que decía el chico más antisocial del mundo.


—Tenía prisa —mintió ella—. Se marcha a Tokio.


—Qué bien —aprobó Dario—. ¿Te dijo cuándo regresaría?


—No —Paula mintió de nuevo—. Pero me dijo que lo despidiera de ti y que te dijera que mejorará… Supongo que sabes lo que quiere decir.


—La vida, supongo. A él lo molestaron en el colegio. Pedro… el señor Alfonso lo entiende.


¿Y ella? ¿Ella no lo entendía?


—Os oí hablar —confesó Paula—. Dime, ¿de verdad la cosa está tan mal?


Dario hizo una mueca.


—Me llaman cursi, cerebrito y cosas así, pero yo intento no hacerles caso, como tú me dijiste. Solo que eso los pone más furiosos.


—¿Te pegan?


—A veces. Casi siempre patadas. O puñetazos en la cola de la comida, cuando los profesores no están mirando.


—Oh, Dario. ¡Tenemos que decírselo a alguien!


—Ya lo he intentado —Dario se puso furioso—. Pero en cuanto levanto la mano me dan un golpe en la espalda o chillan diciendo que yo les he pegado una patada y entonces soy yo el que tiene problemas.


—Tendré que ir a hablar con tu maestra, cariño. Yo sé que no quieres que lo haga, ¿pero qué otra cosa puedo hacer?
Dario hizo un gesto antes de citar a Pedro.


Pedro dice que mejorará.


—No los abusos. Eso no lo dijo —Paula estaba segura—. Lo que en realidad dijo es que no van a parar si alguien no los obliga a parar. Y ya llevan bastante tiempo molestándote, ¿verdad?


Dario no lo negó, pero le rogó:
—Por favor, mami, no vayas. Dentro de poco tendremos vacaciones y la mayor parte de los bravucones se irán al instituto —Paula titubeó. Estaba claro que él no quería que ella luchara sus batallas—. Mami, por favor… —los ojos grises del niño la miraban solemnemente.


¡Qué familiares le resultaban esos ojos! Tantos años negando que alguien más había participado en hacer a ese niño y allí estaban esos ojos para atestiguar la verdad.


—De acuerdo, pero… —Paula comenzó a ponerle condiciones, pero la sinceridad de las gracias del niño la hizo callar.


—Gracias, mami. Eres la mejor —y le dio un gran abrazo.


Ella correspondió con otro, pero siguió intranquila, como si fuera una premonición de lo que sucedería después.






¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 13




De regreso a la casita, Paula se secó, se puso el camisón y fue a lavar los platos de la cena maldiciendo a Pedro y sus malditas e inútiles puertas de seguridad.


Pero estaba satisfecha porque había conseguido hacer lo que se había propuesto: terminar con Carlos sin demasiado disgusto. Estaba segura de que él iba a proponerle matrimonio y ella había conseguido evitarlo. Pero si de verdad la quería, ¿por qué había cedido con tanta facilidad?


Sin darse cuenta, volvió a pensar en Pedro. No podía imaginárselo aceptando un rechazo cuando quería algo o a alguien. Incluso con Anabella no había renunciado a ella por lo que la madre había dicho, sino porque se dio cuenta de que era solo la mensajera y que era Anabella quien no lo consideraba lo suficientemente bueno. Y su reacción no había sido de decepción, sino de ira. Paula lo sabía bien pues había recibido la revancha aunque en forma de pasión. 


De todos modos, ella se lo había buscado haciendo de segundona de Anabella.


Pero eso había sido entonces. Ya no estaba bajo la sombra de su hermana y podía hablar con ella sin envidia. Su propia vida era más feliz y tenía más sentido.


Sin embargo, la antigua Paula volvía a ratos.


De acuerdo. Ya no perseguía a Pedro como un cachorrito, ni veneraba sus sabias palabras. Ni se preocupaba de si la veía o no. Había abierto los ojos y lo veía tal cual era. Un inteligente, arrogante y atractivo canalla. Pero, sin embargo, había sucumbido ante él.


¿Por qué? Esa era la cuestión. Pensó en la noche anterior.


Él había ido a hablar sobre el arrendamiento y los mensajes de Dario y le había ofrecido ayuda. Ella la había rechazado sugiriendo que quería comprarla y él había contestado que nunca había sido necesario. De ahí, las cosas habían degenerado. Habían terminado hablando de sexo y ella se había sentido repelida y, a la vez, fascinada. Pero no había nada de falso en sus gemidos y en el orgasmo que él le había provocado.


Paula se sintió estremecer. La respuesta era que estaba necesitada. Así de simple. Necesitaba tener una relación sexual. Después de tres años de castidad, su cuerpo la había traicionado.


Que lo hubiera hecho con Pedro no tenía un significado especial. Él era quien estaba allí en ese momento. Era muy bueno en lo que hacía y ella había sido débil. Fin de la historia.


Tenía que enfrentarse a ello. No era tan autosuficiente como creía.


Se dijo que nunca más le sucedería pero una voz interior se burló diciendo: «¿a quién pretendes engañar?».


Era tarde y estaba cansada. Subió las escaleras, comprobó que Dario estuviera durmiendo y fue a acostarse.




miércoles, 27 de julio de 2016

¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 12




¿Qué era lo que había hecho?


Se despertó al día siguiente preguntándose lo mismo, y por desgracia recordaba la respuesta demasiado bien. El fuego de la chimenea se había extinguido dejando solo cenizas y ella se sentía igual, muerta por dentro.


Una vez extinguida la pasión, solo quedaban cenizas.


O mejor dicho, vergüenza. ¿Cómo podía ser tan débil? ¿Cómo podría mirar a Pedro de nuevo?


Pensó en salir corriendo, dejándolo todo.


¿Pero adónde? Ese era el problema. No podía ir a casa de su madre, pero ¿quién más la podía acoger?


Pensó en Carlos y rechazó la idea, cuando sonó el teléfono.


Se quedó mirándolo. ¿Quién podía ser? Seguro que no sería Pedro. Él había dejado bien claro que ella tendría que buscarlo a él.


—¿Sí? —contestó.


—¿Paula?


—Sí. Hola Carlos —dijo aliviada.


—Ya sé que estás muy ocupada, pero quería saber si esta noche estás libre. Podríamos ir a cenar.


Paula notó el tono inseguro de su voz. Tenía que hacer algo. No era justo tenerlo en vilo.


—¿Por qué no vienes aquí, Carlos? Yo cocinaré algo —pensó que sería más fácil cortar con él en casa.


—Yo… bueno… —Carlos estaba claramente sorprendido—. ¿Estás segura? No quiero causarte molestias.


—Ninguna molestia —Paula le aseguró, aunque ya se estaba arrepintiendo—. Digamos, a las ocho. Telefonéame desde el coche y saldré a abrirte la verja. Ahora tiene control remoto.


—Ah, la nueva escoba —bromeó Carlos—. ¿Qué tal es?


—En verdad, no lo sé —mintió Paula—. Oye, tengo que irme. Te veré esta noche.


—De acuerdo. Encantado.


Después de colgar Paula hizo una mueca. El tono de Carlos era cariñoso. Estaba claro que no sabía para qué lo invitaba.


Desde luego no tenía que preocuparse por su comportamiento. Se lo diría con tacto para no herir sus sentimientos y él lo aceptaría. Era todo un caballero. 


Entonces, ¿por qué no podía quererlo?


Paula sospechaba que era un defecto de ella y ya era suficientemente adulta para no engañarse a sí misma.


Se avergonzaba de su comportamiento a los dieciséis años. 


¡Adorar a Pedro como si fuera un dios!


Cierto que era muy atractivo. Todavía lo era. Y había sido amable con ella diciéndole que tenía talento y que era inteligente. Pero su padre le pagaba como tutor, y quizás eso era parte del trato.


Pero la noche anterior no había dicho nada amable. Y, después de diez años, había conseguido volver a estropearle la vida. Al menos esa vez no habría consecuencias a largo plazo.


Eso la hizo pensar en Dario y en cómo tenía que abordar el tema de que no debía comunicarse con extraños.


Preparó un buen discurso, pero cuando fue a recogerlo a casa de Adam, Dario estaba tan contento que no quiso estropear su buen humor y escuchó con todo detalle que Adam lo había llevado a un sitio muy emocionante llamado Laser Quest, antes de prometerle que lo llevaría de nuevo algún día.


Dario hizo una mueca.


—Es para chicos, mamá —no pretendía menospreciarla, pero Paula se sintió inadecuada. Por mucho que lo intentara nunca podría llenar el hueco de un padre en la vida de Dario. 


Volvió a pensar en Pedro. Era cierto que Pedro le había gustado al niño y se había comportado amigablemente con él. Pero eso no quería decir que iba a aceptar a un hijo que nunca había deseado y Dario merecía algo más que un padre renuente—. ¿Qué hiciste anoche, mamá?


—Ya sabes. Un poco de trabajo, mirar la tele…


—Oh —Dario parecía decepcionado.


Paula añadió:
—Esta noche va a venir Carlos. Lo he invitado a cenar.


—Bien —Dario no parecía entusiasmado—. Yo no tengo que estar, ¿verdad?


—No —Paula se sintió aliviada—. Creía que Carlos te gustaba…


—Está bien —accedió Dario—. Pero hace preguntas estúpidas.


—¿Cómo cuáles?


—Como: ¿Qué tal el colegio? y ¿Juegas al rugby? Y ¿Qué quieres para navidades?, cuando aún estamos en Pascua.


Paula se habría reído si no se hubiera sentido culpable.


—Solo está tratando de darte conversación.


—Es muy aburrido.


—Quizás debería escribirte mensajes electrónicos —le espetó—. Parece que los prefieres. He oído que eres como una cotorra en el ordenador.


Sonaba como una acusación y Paula se arrepintió enseguida de lo dicho, deseando que Dario no se diera por aludido. 


Pero Dario era muy rápido y tras un breve silencio dijo:
Pedro vino a verte.


—Si quieres decir el señor Alfonso, sí. Vino anoche.


Dario la miró y vio la expresión de su cara.


—Estás enfadada, ¿verdad?


—No, pero habíamos acordado que nunca utilizarías el ordenador para hablar con extraños.


—¡Él no lo es!


—No interrumpas —replicó ella—. Prácticamente lo es.


—Pero antes vivía en nuestra casita. Tú lo conocías cuando eras pequeña.


—No estamos hablando de eso —Paula se estaba exasperando—. Si hubiera querido que fueras a mendigar, te habría mandado en persona, sin zapatos y con una gorra en la mano. Pero no lo quiero, así que te ruego que no vuelvas a hablar con él.


Paula lo miró para saber si lo había disgustado, pero solo vio una expresión de terquedad.


—¿En el ordenador? —preguntó— ¿O de ninguna forma?


¿Cuándo se había vuelto tan pedante? ¿O era que lo acababa de notar después de ver la versión adulta?
Iba a decir que de ninguna forma pero no lo hizo. Algún día querría hablar con su padre y ella no quería que recordase que se lo había prohibido. ¿La perdonaría por no decirle la verdad?


—No importa. Nos mudaremos pronto.


—Él dijo… —comenzó a murmurar Dario decepcionado.


Tenía que escoger entre decirle la verdad o mentirle. ¿Qué podía importar si el niño se decepcionaba de Pedro? Después de todo quien tenía que vivir con Dario era ella. Pedro no debía haber hecho promesas que no podía cumplir.


—Toma —trató de darle el mando a distancia para que abriera la verja.


—No, gracias.

Paula estaba irritada pero se dominó y utilizó el mando. 


Cuando llegaron a la casita Dario corrió hacia su habitación, pero Paula lo detuvo.


—Mira Dario, deberías saberlo. No tiene nada que ver con Pedro. Si quisiéramos quedarnos, él nos dejaría.


—Entonces… si es así, ¿por qué…?


—Me doy cuenta de que es difícil para ti entenderlo —suspiró ella—. Pero pienso que es hora de que nos mudemos. No es bueno para ninguno de los dos que estemos aquí solos, tan aislados.


—Quiero ir a mi habitación —interrumpió Dario.


Paula se sorprendió del tono. Estaba preocupado y ella tendió la mano para hacerle una caricia, pero él la evitó. No podía hacer nada por contentarlo y lo dejó tranquilo hasta la hora de cenar.


Le llevó unos sándwiches, leche y una manzana. Dario estaba sentado frente al ordenador.


—¿Tienes bastante?


—Sí, gracias.


—¿Quieres hablar?


—Si tú quieres.


—¿Cómo estás?


—Bien.


Paula consiguió no enfadarse. Aunque Dario contestaba con monosílabos, estaba siendo educado. Decidió concentrarse en preparar la cena para Carlos.


No hizo grandes esfuerzos con su apariencia y, cuando Carlos telefoneó, bajó a abrir la verja. Otra vez tuvo que darle varias veces al mando para que se abriera. ¿Por qué no habría dejado Alfonso las viejas?


Cuando Carlos entró, se subió al coche con él y no fue suficientemente rápida para evitar el beso de saludo. Fue agradable, pero nada más. Esa noche tenía que terminar con él.


Fue difícil hacerlo puesto que Carlos no dijo ni hizo nada que sugiriera que deseaba una relación que no fuera solo amistad, pero cuando llegaron al café pasó el brazo por detrás de ella.


—¡Falta la leche! —exclamó Paula levantándose de pronto para escapar. Volvió a los pocos segundos—. Lo siento, no queda.


—No te preocupes. Yo no tomo leche.


—¿No tomas? —hizo como que lo acababa de descubrir—. Eso demuestra que no sabemos mucho el uno del otro, ¿verdad?


Era un comienzo y se sintió satisfecha, aprovechando para sentarse en una silla.


—Sabemos las cosas importantes —sonrió Carlos—. Quiero decir, venimos de mundos parecidos, nos gustan las mismas cosas, la ópera, el ballet, la caza…


Paula sintió que se hundía. Era el comienzo de un discurso que ya se sabía.


—No tantas —decidió contradecirlo—. En realidad la caza no me gusta. Siempre me ha parecido un poco salvaje, caballos y perros persiguiendo a un pobre zorro.


Seguro que eso no le iba a gustar a Carlos.


—Bueno, sí —Carlos sonrió con indulgencia—. Eso es cuestión de opiniones, aunque cualquier granjero puede decirte lo dañinos que son los zorros. De todos modos, admiro tu postura —Paula no quería que él admirara nada. Quería que abriera los ojos y se diera cuenta de que no tenían nada que ver—. De todos modos, quería decir la hípica —continuó él—. Eras tan buena saltando. Deberías volver a practicarlo. Podrías usar uno de mis caballos.


—Gracias, pero suelo estar muy ocupada con el trabajo y lo demás.


—De momento, sí —concedió él—, pero si tu vida fuera diferente… Eso es lo que estoy intentando decirte. Me gustaría cambiártela. De hecho, vine aquí porque me gustaría discutir el futuro…


—Crlos… —Paula intuía lo que él iba a decirle y quería detenerlo a toda costa—. Es muy amable por tu parte, pero ya he hecho algunos planes. Quiero que mi negocio crezca y mudarme. Probablemente a Londres. Allí es donde está el trabajo.


—Yo… bueno… —la información había dejado perplejo a Carlos—. No pensaba que te tomaras tan en serio el pasatiempo ese de la decoración.


Paula hubiera querido aclararle que no era pasatiempo sino trabajo, pero no era culpa de Carlos que se hubiera quedado anclado en la época en que las chicas solo trabajaban para entretenerse antes del matrimonio.


—Totalmente en serio —subrayó Paula—. Es por eso que quería hablar contigo esta noche. Has sido estupendo, saliendo conmigo e invitándome, pero te mereces algo mejor. Alguien que se pueda dedicar más a ti… Y entre los compromisos de mi carrera y Dario, yo no podré hacerlo.


—No, claro —contestó él completamente decepcionado—. Ahora lo veo y te agradezco tu sinceridad.


Paula quería contestarle: «No seas tan bueno. Enfádate por una vez. Defiéndete. Dime que soy una bruja». Pero solo respondió:
—¿Quieres más café?


Era una indirecta y Carlos la recibió, miró el reloj y exclamó:
—¿Es esta hora? No, gracias. Me tengo que ir.


—Bueno —dijo ella poniéndose en pie—. Voy por una chaqueta y te acompaño hasta la verja.


Cuando llegaron a la verja resultó que no la podía abrir.


—El fallo es de tu mando o de la verja —Carlos decía lo obvio—. Tendremos que llamar a la casa grande. Me parece que hay un intercomunicador en un lado de la columna —antes de que Paula pudiera detenerlo, ya estaba fuera del coche. Quizás era mejor que fuera él. O tal vez no—. Es un tipo raro. Le dije quién era pero insiste en comprobarlo contigo.


—De acuerdo, iré yo.


Paula se acercó al intercomunicador y llamó con insistencia.


—¿Sí? —contestó una voz fría.


—Soy yo.


—¿Tú?


—Paula.


—¿Sí?


Paula apretó los dientes.


—Mi cacharro ese de hacer clic no funciona.


—¿Tu cacharro de hacer clic? —repitió él en tono burlón—. ¿Y cuál sería el nombre técnico de eso?


—Mi… ¿cómo se llama?, mando a distancia dejó de funcionar.


—¿Lo has dejado caer? —preguntó él.


—No, ¿por qué? ¿Eso haría que funcione?


—¿Estás de broma?


—Pues no —replicó enfadada—. Está lloviendo y me estoy mojando, así que por favor ven y haz algo. Carlos tiene que irse.


—¿Solo? No me lo puedo creer.


—¿Acaso es asunto tuyo? —rugió ella.


—Y anoche, ¿fue asunto suyo?


¿Estaba amenazando decirle a Carlos lo que había sucedido entre ellos? En realidad no importaba ya que su relación con Carlos había terminado, pero ella no quería herir a Carlos haciéndole creer que había terminado por culpa de otro.


—Había olvidado que es celoso —continuó Pedro—. No te preocupes, será nuestro pequeño secreto.


Estaba burlándose de ella.


—¡Vete al infierno! —dijo Paula sin darse cuenta de que la verja se estaba abriendo.


Cuando vio que estaba abierta fue hacia el coche, por el lado del conductor.


Carlos la miró preocupado.


—¡Estás empapada!


—Estaré bien —contestó agarrando el paraguas que él le ofrecía.


—Parece un demonio —añadió Carlos—. ¿Es por eso que te vas a trasladar?


—Es una de las razones —dijo mirando hacia la verja—. Será mejor que te marches no vaya a ser que la cierre de nuevo.


—Cuídate, Paula.


—Tú también —se inclinó hacia el coche y le dio un beso en la mejilla—. Gracias por todo.


Era la despedida y ambos lo sabían.


Paula esperó hasta que Carlos atravesó la entrada antes de llamar de nuevo por el intercomunicador.


—Ya puedes cerrar —informó con frialdad.


—¿Ya se ha ido?


—Sí.


—Bien.


¿Bien? ¿Qué era eso, su aprobación?


Paula se alejó de la verja rezongando. Se preguntaba si iba a tener que enfrentarse con la Inquisición cada vez que quisiera salir de Highfield.


Seguro que a él también lo molestaría.