sábado, 23 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 13




Tal y como le pidió, Paula se tomó su tiempo con el aceite,y Pedro tuvo que reprimirse para no tocar la pantalla y seguir los movimientos de su cuerpo. Miró el ordenador y se preguntó cómo demonios podría enfocar la imagen a voluntad y subir el volumen hasta oír los latidos de su corazón.


Su lado policía se quedó fascinado ante la tecnología que tenía delante. Pero su lado puramente masculino solo quería mirar más de cerca a esa mujer, que se disponía a torturarlo embadurnándose ella misma de aceite y, tal vez, alcanzado el orgasmo.


—¿Estás cómoda? —le preguntó.


—Hace un poco de frío aquí —dijo ella, abriendo la toalla que la envolvía.


Pedro aumentó la imagen, no solo para ver sus pezones endurecidos, que podía apreciarlos desde lejos, sino para observar también cómo se le había puesto la carne de gallina.


—Yo podría calentarte. Ya me has enseñado bastante.


—Quiero que me calientes, Pedro. Pero ¿por qué estropear tan pronto la fantasía? Nunca he hecho antes nada semejante.


—Eso me parecía.Ahora bien, ¿por qué ahora? ¿Por qué conmigo? ¿Por qué con un hombre que te ha mentido? 


Ella negó con la cabeza, mientras se vertía un poco de aceite en la palma y se frotaba las manos.


—No lo sé.


—Sí, sí lo sabes —Pedro puso el portátil sobre la mesa, a un lado del monitor central—. Dímelo, Paula.


Ella se mordió el labio inferior al extender una fina capa de aceite sobre los pies y los tobillos.


—Haces que me sienta sexy. Y no me refiero a un sentimiento común y ordinario.


—Eres sexy. No tengo nada que ver con eso.


—Te equivocas —se tocó el audífono, como si quisiera tocarlo a él desesperadamente—. Mírame, Pedro. No puedo creer que esté haciendo esto... —se restregó los gemelos, las rodillas,la cara interna de los muslos—, pero por ti lo creo. Por ti quiero...


—Quieres una fantasía —palmo a palmo, el cuerpo de Paula quedaba brillante y reluciente. Ella dejó de extender el aceite antes de llegar al vello púbico, pero Pedro vio la humedad de los rizos, provocada por la ducha y por el deseo—.
Soy un desconocido, como el tipo del vídeo. Conmigo puedes ser quien quieras ser... o quien realmente eres.


Paula se echó a reír. Se trazó una línea por el brazo y se restregó con más fuerza.


—Oh, sí. Paula Chaves, seductora desvergonzada y liberal, preocupada exclusivamente de su propio placer.


—Exacto.


Paula se detuvo y dudó, como si él hubiera dicho algo equivocado. ¡Demonios! Ciertamente era seductora, desvergonzada y liberal... y también intrigante, sensual y misteriosa. Pero no era egoísta. De ningún modo. Aunque fuera la primera en tener un orgasmo, su búsqueda de placer pasaba por compartir su fantasía.


—Cariño, no creerás que tu fantasía es solo para ti. ¿verdad? Ni tampoco que eres la única que está experimentando placer. ¿Tienes idea de lo duro que estoy?


Paula se volvió a tocar el audífono. 


—¡Cómo de duro?


Pedro se retorció en la silla giratoria. Jamás había deseado tanto a una mujer como en aquellos momentos. La sangre le hervía, las venas se le hinchaban, los músculos se le tensaban, como si fiíera un hombre muerto de hambre encadenado a un metro de un banquete.


Cerró los ojos y se obligó a saborear el momento. Cuando fuera junto a ella y le hiciera el amor, Paula tendría que revelarle su último secreto...


El único secreto que podía destruir la relación, el romance que él había llegado a valorar más que su propio trabajo.


—No voy a tocarme, Paula.Tal vez en otro momento, cuando me estés observando... Por ahora solo quiero ayudarte.


—¿Cómo vas a ayudarme desde ahí?


—¿Por qué no te limitas a descubrirlo? Quiero ver cómo llegas al orgasmo, Paula. Quiero que te des placer a ti misma. Y yo quiero hablarte mientras tanto.Y cuando empieces a sentir los estremecimientos de fuego por todo tu cuerpo, cuando no sepas capaz de ver ni pensar, entonces te demostraré lo duro que estoy. En persona. ¿Qué te parece?


Paula se vertió otro chorro de aceite en la palma.


—Como la última fantasía de medianoche. Dime lo que quieres que haga.


—Túmbate de espaldas.


Ella obedeció con deliberada lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Pero Pedro estaba seguro de no poder controlarse mucho mas.


—¿A qué huele el aceite?


Paula aspiró profundamente y se masajeó el otro brazo.


—A naranjas y limones.


Pedro seguía aferrando las braguitas con la mano izquierda. 


Se las pasó entre los dedos y luego se las acercó a la nariz. 


El excitante olor lo embriagó, mientras se pasaba la seda por la mejilla.


—Dime cómo te sientes.


—Brillante. Resbaladiza... —cerró los ojos mientras se extendía el aceite sobre el estómago y las caderas—. Deliciosa. 


—Lubrícate los pechos.


Ella hizo lo que le pedía, acariciando y amasando la carne hasta que la luz de la lámpara se reflejó en la piel. Los pezones destacaban como puntos negros, tan duros como Pedro.


—Perfecto. Más aceite.


—Está frío —dijo ella echándose gotas de aceite en los pezones.


—Mi boca no lo estará.


—No puedo esperar —se extendió otra capa sobre las aureolas rosadas.


—No esperes. Imagina que mis manos son las tuyas. Muéstramelo. Y hablame. Quiero oírte, igual que anoche.


Ella lo hizo; se pellizcó los pechos hasta que el placentero dolor la hizo estremecerse. Pedro no estaba seguro de si ella sabría cómo tenía las piernas separadas, cómo podía verla, abierta, excitada, vulnerable ante él.


Paula había reconocido que quería tener una fantasía. Una aventura erótica.Y él iba a asegurarse de que aquella noche la tuviera, sin importar las consecuencias de sus secretos.


 Presionó el botón de grabación en el vídeo.


—Ahora, Paula. Estás a punto de llegar. Cruza el límite.


Con la respiración contenida, Pedro vio cómo ella deslizaba una temblorosa mano sobre el vientre, cómo subía las rodillas y cómo separaba los pliegues de su abertura con dedos aceitosos.


Pedro... —susurró su nombre al tiempo que introducía los dedos, provocando la explosión de locura.


Pedro se puso en pie de un salto. Se golpeó la rodilla contra la mesa y a punto estuvo de tirar el teléfono.


— Eso es, cariño. Imagina que estoy ahí. Imagina que soy yo.


Avanzó despacio hacia la puerta, esperando el instante preciso para unirse a ella. En cuanto se alejara de los monitores ya no podría verla ni oírla, y no quería perderse ni un segundo de su orgasmo. Se abalanzó sobre el ordenador y enfocó su rostro en primer plano.


Paula tenía los labios abiertos y redondeados en forma de «O», mientras gemía y jadeaba. Las pestañas le batían frenéticamente por la intensa vibración que le recorría el cuerpo.


Pedro nunca había presenciado nada más excitante, pero ya había aprovechado lo suficiente aquel circuito cerrado. Muy pronto iba a verla llegar de nuevo al orgasmo.Y de cerca.



Paula se dio la vuelta y se cubrió la espalda con la toalla. 


Los estremecimientos del orgasmo se iban transformando en los escalofríos por el aire acondicionado.


Apenas tuvo tiempo para pensar en lo que había hecho, antes de que la voz de Pedro volviera a oírse por el audífono.


— Eres increíble.


— Sí, bueno — respondió, hundiendo la cabeza en la almohada— . Llegas tarde. ¿Dónde estás?


Esperó su respuesta, pero solo pudo oír el ruido de interferencias, y un lejano tintineo, como el movimiento de unas llaves.


—No te muevas —le ordenó él.


Paula se relajó y permaneció inmóvil, no tanto por la orden de Pedro sino por el efecto combinado de la ducha caliente y la liberación sexual. Y sin embargo, a pesar del éxtasis, su cuerpo pedía más. Ninguna de sus fantasías en solitario podría reemplazar a Pedro y sus habilidades amorosas.


Sonrió en cuanto sintió su presencia en la habitación.


—¿Puedo moverme ya?


—No —aún tenía el teléfono móvil, y su voz llegaba en un suave susurro a través del audífono. 


Paula se sobresaltó al instante. ¿Y si no era Pedro el que había entrado?


—Shh... Soy yo —le aseguró él—. Estoy aquí.Y sigo observando.


Ella asintió. Oyó que se abría y cerraba un cajón. Luego, la puerta del armario...


—¿Qué estás haciendo? —preguntó en voz alta, la voz casi apagada por la almohada. Las palpitaciones en la entrepierna se intensificaron, y le recordaron lo expuesta que estaba.


—Me preguntaba si querrías experimentar una de mis fantasías.


—Es lo justo —dijo ella—. ¿Me gustará?


—Cariño, si no te gusta, entonces no merezco ser un hombre. Cierra los ojos y no te muevas.


—Pero quiero verte.


Lo oyó apagar el móvil, y sintió cómo le quitaba el audífono.


—Pronto me verás—dijo él, y le puso algo en los ojos. Parecía un pañuelo, pero era más rígido. ¿Una corbata? —¿Vas a vendarme los ojos?


—No exactamente. Estoy improvisando.


—Pensaba que esta noche solo se trataba de mirar.


—¿Quién dijo eso?


Oyó el deslizar de una cremallera, el roce de la tela sobre la piel, y esperó que Pedro pronto estuviese tan desnudo como ella.


—Esta noche es para las fantasías —explicó él—. Mañana me dirás quién eres, para quién trabajas y por qué vigilas a Stanley Davison.


—Puedo decírtelo ahora —se burló ella. 


Por el tono de su voz, sabía que Pedro no deseaba precisamente ese tipo de confesión en aquellos momentos.


—¿Seguro?


Ella dio un respingo y soltó un chillido al sentir un frío chorro de aceite de baño entre los omoplatos.


—¿Qué haces?


El respondió tumbándose sobre ella, apretando la erección contra sus nalgas, y trazando una aceitosa línea desde el centro de la espalda hasta el punto donde su miembro endurecido descansaba sobre la piel. 


—Te olvidaste de una zona. 



****

Por el rabillo del ojo, Pedro vio los faros de un coche frente a la casa de Stanley. En ese momento Paula salió del baño, llevando tan solo una camiseta para protegerse del aire acondicionado. Pedro había preferido mantener la temperatura baja, especialmente tras ver cómo reaccionaban los pezones de Paula al frío.


—Stan está en casa —dijo ella mirando por la ventana—. Creo que solo.


—Pobre Stan —Pedro se levantó, la agarró por el dobladillo de la camiseta y tiró de ella hacia la cama—. Sin embargo, puesto que yo no estoy solo...


Paula no se resistió al beso, pero tampoco respondió. 


Demonios, pensó él.Aún no había amanecido. Todavía no quería conocer su secreto, aunque supuso que no le quedaba otra opción.


Se tumbó y entrelazó las manos a la nuca.


—.De acuerdo, vapuléame.


Ella se acurrucó contra su pecho y apoyó la barbilla en las manos.


—Oooh.., Nunca pensé que tuvieras esa clase de fantasías. No pareces un sadomasoquista.


—No lo soy, pero mí intuición profesional me dice que no estás muy lejos de hacer una confesión.


—No lo sé. Creo que tendrás que conseguirla tú. ¿Qué método interrogatorio emplearías, oficial Alfonso?


—Detective Alfonso—corrigió él. No le importaba revelar información sobre su trabajo a una mujer que lo había ayudado a vivir una de sus fantasías sexuales... o dos.


—«Detective»... Interesante palabra.


—Tú eres una investigadora privada.


—¿Has oído hablar de Chaves Group?


—No.


—Estupendo —respondió ella con una sonrisa— .Entonces hacemos bien nuestro trabajo. Es el nombre que usamos para el espionaje corporativo, mientras que para los casos que podrían llamar la atención de la policía, solemos trabajar con pequeñas filiales, principalmente bajo el nombre de nuestros empleados.


—¿Por qué?


—No nos gusta llamar la atención.


—Sí, esas leyes contra la vigilancia ilegal son una basura, ¿verdad? El maldito derecho a la intimidad.


Se levantó y contempló a Paula. Era irresistiblemente adorable, pero no podía dejar que nada lo distrajera de la conversación. Se puso un par de shorts deportivos y se apoyó en la cómoda con los brazos cruzados. La corbata que había usado para vendarle los ojos estaba tirada a medias sobre la cama. Las sábanas estaban salpicadas de aceite y el edredón era un revoltijo en el suelo.


—¿Por qué estás vigilando a Stanley?


Paula agarró las almohadas del suelo y las colocó en el cabecero.


—Solo Para descubrir si está fingiendo las lesiones que a tus jefes les han costado dos millones de dólares.


—Espera un momento. ¿Estás trabajando para el departamento de policía?


Ella se echó a reír y se enrolló la corbata en la muñeca.


—Oh, vamos. ¿Crees que aprobarían mis métodos? A mí no me lo parece. De hecho, no trabajo para nadie. Esta es una misión de investigación, y si averiguo lo suficiente, Chaves Group podría recibir un sustancioso anticipo de First Mutual Insurance, la compañía de seguros del departamento de policía, que en el último año y medio ha perdido una buena cantidad de dinero en varios casos de fraude.


—¿Saben que estás vigilando a Stan? 


Ella negó con la cabeza.


—No estoy segura de cuánto sabe la compañía. Mi tío, Noah Chaves, tiene contactos en First Mutual, pero, conociéndolo, habrá despertado el interés de la compañía con la posibilidad de reunir las pruebas necesarias de un fraude.


—Lo que grabes con esas cámaras no tiene validez en un juicio.


—No —reconoció ella—, pero sí lo que vea con mis propios ojos, o algo que grabe con una cámara desde mi casa o desde la tuya, siempre que tenga tu permiso. La vigilancia ilegal solo me dará las pistas.


Pedro tragó saliva, reprimiendo el impulso profesional de soltar una diatriba contra la intromisión de una investigación privada. Pero no tenía derecho. Aquello no era un caso de drogas ni de asesinato, y tampoco era una investigación oficial de la policía. De modo que, aparentemente, los dos iban tras el mismo objetivo.


—Y ahora, detective Alfonso, ¿por qué no me dices por qué estás tú vigilando a Stan? —le preguntó ella imitando su pose.


Pedro cerró los ojos. Ya le había dieho más de lo que debería, y las consecuencias podrían ser nefastas.


—Estoy siguiendo una pista por voluntad propia; tengo permiso del departamento, que está bajo una gran presión para recuperar la confianza popular. Stan fue muy convincente en el juicio:


—He leído los informes. Hizo que el departamento de policía pareciera un pelotón de nazis, pisoteándolo en el transcurso de una persecución, y luego, no solo negándole la atención médica, sino impidiendo a cualquiera que lo ayude- Pedro negó con la cabeza.


—Conozco a los policías implicados. Son unos jóvenes inexpertos que iban tras un vulgar carterista, pero no son unos matones. Aseguraron que nadie fue derribado en la persecución, y que no vieron a Stan en el suelo hasta después de haber atrapado a! ladrón. Dos testigos dieron testimonio de eso mismo.


—Y otros dos testificaron en su contra. Dependía de Stan simular la lesión, y lo hizo.


—¿Por qué piensas que está fingiendo?


Paula se encogió de hombros.


—Ese hombre tiene un largo historial de sospechosos casos de fraude, ninguno de los cuales se ha demostrado ante un juez. La clínica donde recibe la terapia es legal, pero su médico... ¿Sabías que dejó la clínica y se fue a Perú a estudiar los métodos curativos tradicionales? 


—No. ¿Quién atendió a Stanley en sus citas?


—Según mis fuentes, ayer lo vio un nuevo terapeuta, un tipo muy nervioso y aparentemente sin experiencia. En otras palabras, alguien a quien no es difícil engañar. Pero Stan no estaba muy satisfecho. Su médico anterior pagó todo los préstamos de los alumnos y también la hipoteca. ¿No te preguntas de dónde sacó el dinero? 


Pedro emitió un silbido, impresionado por toda la información útil que tenía Paula.


—¿Stan?


Paula tembló e intentó agarrar el edredón. Estaba fuera de su alcance, por lo que Pedro lo recogió y la cubrió.


—Posiblemente, No hemos encontrado ninguna prueba, pero no tenemos acceso a los informes médicos. Podríamos intentarlo, pero el riesgo es demasiado grande —se mordió el labio mientras Pedro se sentaba a su lado y la arropaba—. Nuestra mejor opción es pillarlo cuando esté levantando algo pesado o haciendo algún tipo de deporte.Algo que demuestre la exageración de sus lesiones permanentes.
El fiscal podría citar esas pruebas si el jurado acusa a Stan de fraude, que será lo más probable si consigo la evidencia legal.


—Reunir evidencias legales no es mi especialidad, pero estoy deseando hacerlo.


Pedro sonrió.


—Sabes que tus cámaras y tus micrófonos tendrán que desaparecer —le dijo amablemente.


—Oh, detective, ¿estoy arrestada? —le preguntó con fingida preocupación, apretándose contra él.


Dios, aquella mujer era increíble, y a él iba a resultarle muy difícil no enamorarse de ella ... si no lo estaba ya.


—No estoy en posición de arrestarte.


—Vaya... Entonces, ¿nada de cachearme desnuda? ¿Ni de esposas?


—No me tientes, Paula.


—¿Por qué no? Sin mis instrumentos de alta tecnología, voy a tener que emplear los métodos tradicionales de observación. Una vigilancia realmente pasada de moda. Podría ser más divertido si trabajamos juntos.


—No creo que mis superiores estuviesen de acuerdo.


Ella le pasó las manos alrededor del cuello, aún atadas con la corbata, y tiró de él.


—No, la verdad es que no. Y seguro que a mi tío Naoh le daría un ataque si se enterara de que te he hablado de nuestra operación. Firmamos un contrato en el que jurábamos guardar el secreto. 


—Entonces, ¿por qué me lo has contado? 


— Por la misma razón por la que tú me has contado que eres un detective en una misión extraoficial —le mordió el lóbulo de la oreja—. ¿No es poderosa esta lujuria?


Pedro aspiró el embriagador olor a limón del aceite, y recordó que durante los últimos días no solo había habido lujuria entre ellos.También había habido respeto y confianza. 


Ella le había facilitado información relevante sobre el médico de Stanley. Lo menos que él podía hacer era prometerle silencio.


—Tu tío no tiene por qué saberlo. Ni tampoco nadie del departamento de policía. No, siempre que te limites a usar métodos convencionales desde ahora en adelante. 


—¿Convencionales? ¿Siempre, o solo cuando esté observando a Stan?


Paula le pasó las manos por encima de la cabeza y se enganchó en la cabecera con la corbata. Sus ojos ardían con el deseo reavivado. Tragó saliva, con una pequeña sonrisa y una expresión relajada. 


Pedro mantendría el secreto, y ella iba a recompensarlo.


Pedro volvió a tirar el edredón al suelo, y de un fuerte tirón le rasgó a Paula la camiseta por el centro. —¿Quién es Stan?




viernes, 22 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 12




Pedro ayudó a Paula a quitar la mesa y la siguió a la cocina, dejando que Stanley y Donna disfrutaran de unos minutos a solas. El jardín trasero estaba iluminado por las antorchas que Paula había dispuesto por el perímetro, y el repelente para insectos poco hacía para mantener alejadas a las bandadas de mosquitos.


—Tendríamos que haber montado la barbacoa más temprano —dijo Paula, echándose loción sobre el hombro enrojecido—. ¡Me están comiendo viva!


—¿Y los culpas por eso?


Pedro dejó la pila de platos sucios en el fregadero y la agarró por la mano para acercársela. La piel de Paula relucía a la débil luz de la bombilla y de la luna que se filtraba por la ventana. El empalagoso olor del repelente podría haber sido desagradable, pero el olfato de Pedro solo percibía el irresistible aroma femenino que embriagaba sus sentidos. 


Durante las dos últimas horas había intentado reprimirse para no lamer los restos de salsa que manchaban los labios y los dedos de Paula. Se había atiborrado de costillas y cerveza, pero aún seguía hambriento. De ella...


—Tengo que salir a atender a los invitados — protestó, sin hacer ningún esfuerzo por soltarse, de su abrazo. 


—Creo que a Donna y a Stan les gustará tener un momento a solas.


Paula miró por la ventana.


—A diferencia de nosotros, ellos no parecen tener problemas en mantener quietas las manos.


Pedro no podía discutir ese. Stan y Donna coqueteaban un poco, pero no parecían conocerse mucho. Debido a esa falta de confianza, la conversación de la cena había sido bastante reveladora, sobre todo cuando Donna le preguntó a Stanley cómo estaba su hermano.


¡Un hermano! En todos los informes que Pedro había leído, Stanley Davison aparecía como el único hijo de Myma y Stanley Winston Davison. ¿Cómo era posible que la policía desconociera un dato semejante?


Stan tenía un hermano. Alguien de quien no quería hablar delante de Paula y de Pedro, a juzgar por la brevedad de su respuesta y el rápido cambio de tema. Pero Paula había seguido preguntándole, contando además detalles sobre su propia familia. Así se enteró Pedro de que el hermano de Stanley se llamaba Paul y que vivía casi siempre en el extranjero. Tendría que examinar el pasaporte de Stan y comprobar si alguno de sus viajes guardaba relación con su misterioso hermano.


—No creo Stan haya tenido aún la oportunidad de hacer algo con Donna —dijo Pedro—. Pero dales tiempo y verás, —A nosotros no nos llevó mucho tiempo.


—Algunas personas son de naturaleza más apasionada.


—¿Así es como me ves? —preguntó ella apartándose un poco.


—Paula —a Pedro le resultaba increíble que le estuviera preguntado algo tan obvio—, eres la mujer más sensual, apasionada y radiante de erotismo que he conocido —la atrajo a sus brazos, deleitándose con el suave tacto de la piel bajo las manos y el esbelto vientre contra su erección—. Tu sensualidad es parte de ti. El modo en que te mueves, el modo en que alzas la mirada bajo las pestañas, el modo en que te humedeces los labios cuando piensas en algo... Me vuelve loco.


El suspiro de Paula fue señal inequívoca de su rendición, y si no hubiera sido por el repentino golpe en la puerta, Pedro hubiera empezado a devorarla allí mismo.


—Siento interrumpir —dijo Stan asomando la cabeza por la puerta—. Donna quiere ir a escuchar al grupo que toca en Jimmy Mac's. ¿Os apetece venir?


Paula miró a Pedro, pero él no pudo leer su expresión.


Los dos parecían aturdidos. Pedro sabía que no podía desaprovechar una oportunidad para seguir congeniando con Stanley, pero tampoco podía ignorar la necesidad de estar a solas con Paula.


—Es una gran idea —dijo ella—. Dadme un minuto para que ponga los platos en remojo.


—Podemos ir en coches separados —sugirió Pedro—. ¿Qué tal si nos vemos allí?


Stan sonrió y puso una mueca.


—Sí, bueno... Tal vez vayáis, o tal vez no, ¿eh? Bueno, os guardaremos una mesa.


Cuando Stan se marchó, Pedro se dispuso a retomar lo que habían interrumpido, pero Paula cruzó los brazos al pecho. —Eso no ha sido muy inteligente —le dijo muy seria. 


—¿El qué?


—Stan te acaba de ofrecer una oportunidad de acercamiento. Eso es lo que pretendes, ¿no? Entrar en su círculo de amistades, si es que tiene alguno. No sabías lo de su hermano, ¿verdad?


Pedro le dio un vuelco el corazón. Se había dado cuenta de que Paula sabía mucho más de él de lo que debería saber.


 —¿Verdad?—repitió ella.


—¿Si sabía lo de su hermano? No.


Paula se apartó de la encimera. De repente parecía confundida y nerviosa, y mantuvo la vista fija en la ventana, sin mirarlo a la cara.


Pedro, ¿te importa recoger los vasos de ahí fuera? Tengo que ir arriba a cambiarme. Enseguida bajo.


Desapareció por la puerta. Pedro pensó en seguirla, pero decidió que ambos necesitaban unos minutos para reponerse. Salió al jardín y recogió las latas de cerveza y los vasos. La reacción de Paula lo había dejado perplejo. Con los brazos al pecho, la expresión inescrutable y la voz seria, le había recordado a Jake. Por primera vez desde que la conocía Paula había borrado la sexualidad de su persona.


¿Acaso había intentado decirle algo? ¿Demostrarle algo?


Dejó los vasos en el fregadero y los enjuagó, con el resto de los platos. No podía dejar de pensar en lo que Paula sabría sobre él y su misión secreta. Tras varios minutos de reflexión se dio cuenta de que Paula llevaba ausente demasiado tiempo.


¿Habría salido a escondidas? ¿O estaría esperándolo en el dormitorio? Se secó las manos y caminó hacia la escalera.


—¿Paula?


No hubo respuesta. Lo único que se oía era el aparato de aire acondicionado, y al cabo de unos segundos, Pedro se convenció de que estaba solo en la casa. Entonces se movió al pie de la escalera y vio que una luz emanaba de una puerta abierta en el piso superior.


Hizo el gesto automático de llevarse la mano a la pistola, pero, naturalmente, estaba desarmado. Su arma estaba confiscada en la comisaría.


Maldijo en silencio.


Tal vez Paula tuviera algún secreto, pero no era peligrosa. 


Pedro había tratado con suficientes personas para reconocer las diferencias entre el misterio y el peligro. Su reacción había sido instintiva, una respuesta natural a una situación a oscuras y a la aparente desaparición de Paula.


Al subir vio una nota sujeta al pomo de la puerta. Tenía su nombre escrito en letras mayúsculas. El papel ondulaba por las ráfagas de aire acondicionado que salían de la habitación.


Tú has estado observando a Stan. Yo te he estado observando a ti. Es la hora de la verdad. De toda la verdad.


Pedro empujó la puerta.


Lo primero que vio fue la cama, vacía. Pero la decepción por no encontrar a Paula allí, esperándolo, fue rápidamente desplazada cuando giró la cabeza.


—Santo Dios.


Vio cinco monitores, uno inmenso y plano, flanqueado por dos a cada lado. Luego, vio el sexto, perteneciente a un ordenador portátil que había sobre una silla giratoria.


El monitor superior de la derecha mostraba la imagen de lo que Pedro inmediatamente reconoció como el dormitorio de Stanley, y los otro cuatro ofrecían diversas vistas de su propia casa. En el monitor central, de veinticinco pulgadas, se veía su dormitorio desde lo alto, con el telescopio en un rincón y la decoración blanca tildada de gris plateado. Todas las luces estaban atenuadas, salvo la que salía del cuarto de baño... junto a una nube de vapor.


Y entonces notó el movimiento en el espejo.


Paula.


Pedrolevantó el ordenador portátil de la silla y se sentó. Vio que Paula salía del baño, vestida con el top rosado y los shorts vaqueros, y oyó el ruido metálico de sus frascos de colonia cuando ella tropezó con el aparador.


Su casa estaba plagada de cámaras y micrófonos.


Lo había estado observando, de acuerdo. Pero ¿por qué? ¿Y durante cuánto tiempo?


Entonces Paula alzó la vista y miró directamente a la cámara. Pedro no se podía imaginar dónde estaba instalada. 


¿En la rejilla de ventilación? ¿En la instalación eléctrica? Sus únicos conocimientos de alta tecnología eran los que había aprendido en las revistas o en alguna que otra redada. Pero, fuera donde fuera, la instalación de Paula era toda una obra de arte.


Paula agarró el teléfono y marcó siete números. Pedro dio un salto al oír cómo sonaba el teléfono móvil que había sobre el video.


—¿Estás muy enfadado? —le preguntó ella al contestar. La voz llegaba acompañada de un eco irreal, al emitirse tanto por los altavoces como por el auricular.


Pedro dudó unos segundos, viendo cómo se mordía el labio y enrollaba los dedos en un mechón de pelo. 


—Todavía estoy aturdido. ¿De qué va todo esto?


Ella se encogió de hombros.


—Todo comenzó por una equivocación. Se suponía que estaba observando a Stanley, pero las cámaras fueron colocadas por error en tu casa. Pero luego he seguido observándote, Pedro. Antes de conocernos, desde la noche en la que mudé. 


Pedro tragó saliva, sin saber cuál debería ser su reacción. Si hubiera sido otra la persona que lo había espiado, sin duda se habría enfurecido mucho.


Pero se trataba de Paula, su amante, quien sabía demasiadas cosas íntimas de él, y no solo lo que tomaba para desayunar. Sabía cómo le gustaba que lo acariciara, cuánto lo excitaba que le susurrara su nombre... La idea de que lo hubiera estado observando le resultaba increíblemente erótica y misteriosa...


Se alegró de que no pudiera ver su sonrisa.


—No puedo creer que no supiera que estaba siendo observado —dijo, más molesto por su falta de profesionalidad que porque hubieran invadido su intimidad—, ¿Y bien? ¿Qué has aprendido sobre mí?


Ella apartó la vista de la cámara para no mostrarle su expresión. Al ser la imagen en blanco y negro, no había modo de saber si se había ruborizado, salvo por una ligera inclinación de cabeza.


—Sé que te gusta ducharte con agua muy caliente.


—¿Hasta dónde pudiste ver en el baño? —apenas podía verse más que vapor.


Ella se quitó la horquilla que le sujetaba el pelo, y la melena le cayó suelta por los hombros.


—¿Dónde está el ordenador?


—En mi regazo —respondió él—. ¿Dónde si no?


Paula se echó a reír.


—Ponló sobre el escritorio. He bloqueado los controles para que la imagen se mantenga fija en tu dormitorio. Puedes orientar la cámara señalando con el cursor el punto deseado y haciendo clic para aumentar el enfoque. Vamos a hacer una prueba. Enfoca el espejo.


Él obedeció mientras ella se movía, y pudo ver la ducha, de la que salía el agua hirviendo. —Así que me viste en la ducha.


—Sí, aunque tienes la mala costumbre de correr la cortina. También te he visto comer, sobre todo donuts. Y hacer taekwondo, y dormir,..


—¿Ronco?


—En absoluto —respondió ella con una risita—. Cuando duermes eres increíblemente silencioso, como si estuvieras listo para saltar en cualquier momento. Aunque anoche sí que roncaste, como un tren de mercancías. 


—¿Has visto lo que haces conmigo?


La sonrisa de Paula se desvaneció.


—Lo que he hecho ha sido invadir tu intimidad. Por esto intento explicártelo y pedirte disculpas.


Pedro asintió. Estaba seguro de que sus razones para observarlo, a él o a Stanley, estaban justificadas. Desde el principio había confiado en ella. Y rara vez se equivocaba con las personas.


—Menos mal que no tengo muchas malas costumbres.


—Intenté no seguir mirando —dijo ella recuperando la sonrisa.


—Me viste desnudo antes incluso de saber mi nombre.


—No es justo, ¿verdad? —se llevó las manos al cuello, bajo la melena, para desatarse la cinta que sujetaba el top.


Pedro soltó un gemido. Por Dios... ¿iba a desnudarse para él? ¿Ducharse para él? ¿Permitir que la observase igual que ella lo había observado?


Un sinfín de posibilidades eróticas le inundaron el pensamiento. Pero antes de rendirse al placer que se le ofrecía, tenía que saber una cosa: si la aventura con Paula ponía en peligro su investigación. No se creía capaz de parar a esas alturas, pero aun así tenía que saberlo. 


—¿Para quién trabajas Paula?


—La respuesta no te gustaría —dijo ella terminando de desatar las cintas. El top cayó sobre sus pechos, manteniéndola cubierta. Pedro se quedó con la boca abierta mientras ella se desabotonaba los shorts.


—Ponme a prueba —insistió él.


Paula caminó lentamente hacia la cabecera de la cama, encendió la lámpara de la mesita de noche y sacó algo del bolso. Por un angustioso segundo, Pedro temió que fuera a mostrarle una tarjeta de Asuntos Internos. Tanto él como sus superiores se verían en serios problemas si Asuntos Internos metía las narices en una investigación extraoficial. Pero lo que sacó fue una pequeña bolsa atada a unos cables negros. Sin soltar el top, dejó el auricular del teléfono y se colocó en la oreja un pequeño aparato. Entonces se volvió hacia la cámara y sonrió. —¿Puedes oírme?


—A través del teléfono, no —respondió él.


—Me he colocado el audífono porque necesito las dos manos para demostrarte cuánto siento haberte mentido.


Se abrió la cremallera de los shorts, mostrando un triángulo de rizos oscuros. No llevaba ropa interior.


En ese momento Pedro vio las braguitas rosas. Estaban colgadas de la pared, al lado de un altavoz.Alargó un brazo y tiró de ellas, sin importarle oír una pequeña rasgadura.


—No has respondido a mi pregunta —le recordó—. ¿O acaso estás intentando distraerme? 


Ella se dirigió hacia el cuarto de baño y miró hacia la cámara por encima del hombro.


—¿He conseguido distraerte?


—Casi. ¿Para quién trabajas? Dímelo, Paula. Déjame confiar en ti.


—Digamos que tú eres un policía y yo no.


—¿Cómo sabes que soy policía?


—No ha sido fácil descubrirlo. Ni siquiera sé si estás retirado ni para qué división trabajas. Lo único que mi contacto pudo decirme es que hace cinco años, un hombre llamado Pedro Alfonso recibió un cheque del ayuntamiento a cuenta del departamento de policía de Tampa. Fue una suerte para mí que el encargado de borrar tu identidad se olvidara de ese dato.


—Entonces, ¿no estás con Asuntos Internos?


—No, claro que no —respondió ella riendo—, Los asuntos internos son solo entre nosotros. 


Con una nube de vapor emergiendo a sus espaldas, Paula se desprendió de sus ropas.


Durante un breve instante bajó la mirada con timidez, pero cuando miró de nuevo hacia la cámara, los ojos le ardían con descaro.


—Cuéntame tu secreto, Paula —le pidió Pedro. Se le había formado un nudo en la garganta, al darse cuenta de que ella se estaba exhibiendo solo para él.


—Ya te he contado uno. Te he estado observando.Ahora te toca a ti observarme. Es lo justo. Luego, te revelaré mi último secreto.


—Para entonces tal vez no quiera saberlo. ¿Es esa tu intención?


Ella se quitó el audífono de la oreja, lo dejó en el lavabo y negó con la cabeza mientras esbozaba una enigmática sonrisa. Estaba claro que el audífono no era resistente al agua. Paula dijo algo, pero sus palabras se perdieron en el sonido del agua. Pedro se apresuró a subir el volumen, a tiempo para oírla decir: —Mírame...


Paula se deslizó bajo el chorro con la respiración contenida, y soltó el aire a! mismo tiempo que se libraba de sus inhibiciones. Le había ocultado demasiadas cosas a Pedro


Lo menos que podía hacer era mostrarle sus fantasías. Abrió los ojos y miró hacia la rejilla de ventilación, donde sabía que estaba la cámara. ¿Habría aprendido ya Pedro a enfocar la imagen? ¿La seguiría observando o se habría marchado a denunciarla por vigilancia ilegal?


Pero cuando el agua caliente le cayó por los músculos y le abrasó ta piel, decidió que no podía preocuparse por eso. No en aquellos momentos, cuando tenía la oportunidad de ser la mujer seductora y apasionada que Pedro creía ver en ella. 


Salvaje de deseo; libre para conseguir el placer, para experimentar sus fantasías...


Se apartó el pelo de la cara, arqueando la espalda y exponiendo los pezones al agua caliente. Se le endurecieron al instante. Se preguntó qué le pediría Pedro que hiciera, y se lamentó de que el audífono no fuera resistente al agua. 


Pero no iban a reunirse con Stan y con Donna, de modo que no había prisa. Vertió un chorro de jabón sobre una esponja y empezó a enjabonarse el cuerpo. Se deleitó con los pezones, imaginando que Pedro estaba con ella en la ducha. 


Soltó la esponja y siguió acariciándose con las manos, masajeándose y amasando sus voluptuosas curvas sin apartar la vista de la cámara.


«Esto es lo que quiero que me hagas».


Luego, se enjuagó y cerró el grifo. Se enrolló con una toalla y fue hacia la cama. Recogió el audífono, pero no se lo puso. 


Extendió una segunda toalla sobre el colchón y sacó del bolso un tubo de aceite de baño. Era su marca favorita, Citrus Delight, un delicioso olor a limón que había vuelto íoco a Pedro el día anterior.


Quería compartir ese olor con él, pero antes iba a volverlo loco de necesidad. Desenroscó el tapón, imaginándolo sentado en la silla giratoria, con la boca seca y el corazón desbocado, esperando el siguiente paso... Dejó el tubo abierto sobre la almohada y se colocó el audífono.


—¿Sigues observando? Hubo un silencio -¿Pedro?


—Sigo observando.


—Bien —se reclinó en la cama—. Hemos ido muy deprisa desde que nos conocemos, así que creo que es hora de ir un poco más despacio, ¿no te parece?


—Si esta es tu idea de ir despacio, nena, tómate todo el tiempo que necesites.