sábado, 23 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 13




Tal y como le pidió, Paula se tomó su tiempo con el aceite,y Pedro tuvo que reprimirse para no tocar la pantalla y seguir los movimientos de su cuerpo. Miró el ordenador y se preguntó cómo demonios podría enfocar la imagen a voluntad y subir el volumen hasta oír los latidos de su corazón.


Su lado policía se quedó fascinado ante la tecnología que tenía delante. Pero su lado puramente masculino solo quería mirar más de cerca a esa mujer, que se disponía a torturarlo embadurnándose ella misma de aceite y, tal vez, alcanzado el orgasmo.


—¿Estás cómoda? —le preguntó.


—Hace un poco de frío aquí —dijo ella, abriendo la toalla que la envolvía.


Pedro aumentó la imagen, no solo para ver sus pezones endurecidos, que podía apreciarlos desde lejos, sino para observar también cómo se le había puesto la carne de gallina.


—Yo podría calentarte. Ya me has enseñado bastante.


—Quiero que me calientes, Pedro. Pero ¿por qué estropear tan pronto la fantasía? Nunca he hecho antes nada semejante.


—Eso me parecía.Ahora bien, ¿por qué ahora? ¿Por qué conmigo? ¿Por qué con un hombre que te ha mentido? 


Ella negó con la cabeza, mientras se vertía un poco de aceite en la palma y se frotaba las manos.


—No lo sé.


—Sí, sí lo sabes —Pedro puso el portátil sobre la mesa, a un lado del monitor central—. Dímelo, Paula.


Ella se mordió el labio inferior al extender una fina capa de aceite sobre los pies y los tobillos.


—Haces que me sienta sexy. Y no me refiero a un sentimiento común y ordinario.


—Eres sexy. No tengo nada que ver con eso.


—Te equivocas —se tocó el audífono, como si quisiera tocarlo a él desesperadamente—. Mírame, Pedro. No puedo creer que esté haciendo esto... —se restregó los gemelos, las rodillas,la cara interna de los muslos—, pero por ti lo creo. Por ti quiero...


—Quieres una fantasía —palmo a palmo, el cuerpo de Paula quedaba brillante y reluciente. Ella dejó de extender el aceite antes de llegar al vello púbico, pero Pedro vio la humedad de los rizos, provocada por la ducha y por el deseo—.
Soy un desconocido, como el tipo del vídeo. Conmigo puedes ser quien quieras ser... o quien realmente eres.


Paula se echó a reír. Se trazó una línea por el brazo y se restregó con más fuerza.


—Oh, sí. Paula Chaves, seductora desvergonzada y liberal, preocupada exclusivamente de su propio placer.


—Exacto.


Paula se detuvo y dudó, como si él hubiera dicho algo equivocado. ¡Demonios! Ciertamente era seductora, desvergonzada y liberal... y también intrigante, sensual y misteriosa. Pero no era egoísta. De ningún modo. Aunque fuera la primera en tener un orgasmo, su búsqueda de placer pasaba por compartir su fantasía.


—Cariño, no creerás que tu fantasía es solo para ti. ¿verdad? Ni tampoco que eres la única que está experimentando placer. ¿Tienes idea de lo duro que estoy?


Paula se volvió a tocar el audífono. 


—¡Cómo de duro?


Pedro se retorció en la silla giratoria. Jamás había deseado tanto a una mujer como en aquellos momentos. La sangre le hervía, las venas se le hinchaban, los músculos se le tensaban, como si fiíera un hombre muerto de hambre encadenado a un metro de un banquete.


Cerró los ojos y se obligó a saborear el momento. Cuando fuera junto a ella y le hiciera el amor, Paula tendría que revelarle su último secreto...


El único secreto que podía destruir la relación, el romance que él había llegado a valorar más que su propio trabajo.


—No voy a tocarme, Paula.Tal vez en otro momento, cuando me estés observando... Por ahora solo quiero ayudarte.


—¿Cómo vas a ayudarme desde ahí?


—¿Por qué no te limitas a descubrirlo? Quiero ver cómo llegas al orgasmo, Paula. Quiero que te des placer a ti misma. Y yo quiero hablarte mientras tanto.Y cuando empieces a sentir los estremecimientos de fuego por todo tu cuerpo, cuando no sepas capaz de ver ni pensar, entonces te demostraré lo duro que estoy. En persona. ¿Qué te parece?


Paula se vertió otro chorro de aceite en la palma.


—Como la última fantasía de medianoche. Dime lo que quieres que haga.


—Túmbate de espaldas.


Ella obedeció con deliberada lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Pero Pedro estaba seguro de no poder controlarse mucho mas.


—¿A qué huele el aceite?


Paula aspiró profundamente y se masajeó el otro brazo.


—A naranjas y limones.


Pedro seguía aferrando las braguitas con la mano izquierda. 


Se las pasó entre los dedos y luego se las acercó a la nariz. 


El excitante olor lo embriagó, mientras se pasaba la seda por la mejilla.


—Dime cómo te sientes.


—Brillante. Resbaladiza... —cerró los ojos mientras se extendía el aceite sobre el estómago y las caderas—. Deliciosa. 


—Lubrícate los pechos.


Ella hizo lo que le pedía, acariciando y amasando la carne hasta que la luz de la lámpara se reflejó en la piel. Los pezones destacaban como puntos negros, tan duros como Pedro.


—Perfecto. Más aceite.


—Está frío —dijo ella echándose gotas de aceite en los pezones.


—Mi boca no lo estará.


—No puedo esperar —se extendió otra capa sobre las aureolas rosadas.


—No esperes. Imagina que mis manos son las tuyas. Muéstramelo. Y hablame. Quiero oírte, igual que anoche.


Ella lo hizo; se pellizcó los pechos hasta que el placentero dolor la hizo estremecerse. Pedro no estaba seguro de si ella sabría cómo tenía las piernas separadas, cómo podía verla, abierta, excitada, vulnerable ante él.


Paula había reconocido que quería tener una fantasía. Una aventura erótica.Y él iba a asegurarse de que aquella noche la tuviera, sin importar las consecuencias de sus secretos.


 Presionó el botón de grabación en el vídeo.


—Ahora, Paula. Estás a punto de llegar. Cruza el límite.


Con la respiración contenida, Pedro vio cómo ella deslizaba una temblorosa mano sobre el vientre, cómo subía las rodillas y cómo separaba los pliegues de su abertura con dedos aceitosos.


Pedro... —susurró su nombre al tiempo que introducía los dedos, provocando la explosión de locura.


Pedro se puso en pie de un salto. Se golpeó la rodilla contra la mesa y a punto estuvo de tirar el teléfono.


— Eso es, cariño. Imagina que estoy ahí. Imagina que soy yo.


Avanzó despacio hacia la puerta, esperando el instante preciso para unirse a ella. En cuanto se alejara de los monitores ya no podría verla ni oírla, y no quería perderse ni un segundo de su orgasmo. Se abalanzó sobre el ordenador y enfocó su rostro en primer plano.


Paula tenía los labios abiertos y redondeados en forma de «O», mientras gemía y jadeaba. Las pestañas le batían frenéticamente por la intensa vibración que le recorría el cuerpo.


Pedro nunca había presenciado nada más excitante, pero ya había aprovechado lo suficiente aquel circuito cerrado. Muy pronto iba a verla llegar de nuevo al orgasmo.Y de cerca.



Paula se dio la vuelta y se cubrió la espalda con la toalla. 


Los estremecimientos del orgasmo se iban transformando en los escalofríos por el aire acondicionado.


Apenas tuvo tiempo para pensar en lo que había hecho, antes de que la voz de Pedro volviera a oírse por el audífono.


— Eres increíble.


— Sí, bueno — respondió, hundiendo la cabeza en la almohada— . Llegas tarde. ¿Dónde estás?


Esperó su respuesta, pero solo pudo oír el ruido de interferencias, y un lejano tintineo, como el movimiento de unas llaves.


—No te muevas —le ordenó él.


Paula se relajó y permaneció inmóvil, no tanto por la orden de Pedro sino por el efecto combinado de la ducha caliente y la liberación sexual. Y sin embargo, a pesar del éxtasis, su cuerpo pedía más. Ninguna de sus fantasías en solitario podría reemplazar a Pedro y sus habilidades amorosas.


Sonrió en cuanto sintió su presencia en la habitación.


—¿Puedo moverme ya?


—No —aún tenía el teléfono móvil, y su voz llegaba en un suave susurro a través del audífono. 


Paula se sobresaltó al instante. ¿Y si no era Pedro el que había entrado?


—Shh... Soy yo —le aseguró él—. Estoy aquí.Y sigo observando.


Ella asintió. Oyó que se abría y cerraba un cajón. Luego, la puerta del armario...


—¿Qué estás haciendo? —preguntó en voz alta, la voz casi apagada por la almohada. Las palpitaciones en la entrepierna se intensificaron, y le recordaron lo expuesta que estaba.


—Me preguntaba si querrías experimentar una de mis fantasías.


—Es lo justo —dijo ella—. ¿Me gustará?


—Cariño, si no te gusta, entonces no merezco ser un hombre. Cierra los ojos y no te muevas.


—Pero quiero verte.


Lo oyó apagar el móvil, y sintió cómo le quitaba el audífono.


—Pronto me verás—dijo él, y le puso algo en los ojos. Parecía un pañuelo, pero era más rígido. ¿Una corbata? —¿Vas a vendarme los ojos?


—No exactamente. Estoy improvisando.


—Pensaba que esta noche solo se trataba de mirar.


—¿Quién dijo eso?


Oyó el deslizar de una cremallera, el roce de la tela sobre la piel, y esperó que Pedro pronto estuviese tan desnudo como ella.


—Esta noche es para las fantasías —explicó él—. Mañana me dirás quién eres, para quién trabajas y por qué vigilas a Stanley Davison.


—Puedo decírtelo ahora —se burló ella. 


Por el tono de su voz, sabía que Pedro no deseaba precisamente ese tipo de confesión en aquellos momentos.


—¿Seguro?


Ella dio un respingo y soltó un chillido al sentir un frío chorro de aceite de baño entre los omoplatos.


—¿Qué haces?


El respondió tumbándose sobre ella, apretando la erección contra sus nalgas, y trazando una aceitosa línea desde el centro de la espalda hasta el punto donde su miembro endurecido descansaba sobre la piel. 


—Te olvidaste de una zona. 



****

Por el rabillo del ojo, Pedro vio los faros de un coche frente a la casa de Stanley. En ese momento Paula salió del baño, llevando tan solo una camiseta para protegerse del aire acondicionado. Pedro había preferido mantener la temperatura baja, especialmente tras ver cómo reaccionaban los pezones de Paula al frío.


—Stan está en casa —dijo ella mirando por la ventana—. Creo que solo.


—Pobre Stan —Pedro se levantó, la agarró por el dobladillo de la camiseta y tiró de ella hacia la cama—. Sin embargo, puesto que yo no estoy solo...


Paula no se resistió al beso, pero tampoco respondió. 


Demonios, pensó él.Aún no había amanecido. Todavía no quería conocer su secreto, aunque supuso que no le quedaba otra opción.


Se tumbó y entrelazó las manos a la nuca.


—.De acuerdo, vapuléame.


Ella se acurrucó contra su pecho y apoyó la barbilla en las manos.


—Oooh.., Nunca pensé que tuvieras esa clase de fantasías. No pareces un sadomasoquista.


—No lo soy, pero mí intuición profesional me dice que no estás muy lejos de hacer una confesión.


—No lo sé. Creo que tendrás que conseguirla tú. ¿Qué método interrogatorio emplearías, oficial Alfonso?


—Detective Alfonso—corrigió él. No le importaba revelar información sobre su trabajo a una mujer que lo había ayudado a vivir una de sus fantasías sexuales... o dos.


—«Detective»... Interesante palabra.


—Tú eres una investigadora privada.


—¿Has oído hablar de Chaves Group?


—No.


—Estupendo —respondió ella con una sonrisa— .Entonces hacemos bien nuestro trabajo. Es el nombre que usamos para el espionaje corporativo, mientras que para los casos que podrían llamar la atención de la policía, solemos trabajar con pequeñas filiales, principalmente bajo el nombre de nuestros empleados.


—¿Por qué?


—No nos gusta llamar la atención.


—Sí, esas leyes contra la vigilancia ilegal son una basura, ¿verdad? El maldito derecho a la intimidad.


Se levantó y contempló a Paula. Era irresistiblemente adorable, pero no podía dejar que nada lo distrajera de la conversación. Se puso un par de shorts deportivos y se apoyó en la cómoda con los brazos cruzados. La corbata que había usado para vendarle los ojos estaba tirada a medias sobre la cama. Las sábanas estaban salpicadas de aceite y el edredón era un revoltijo en el suelo.


—¿Por qué estás vigilando a Stanley?


Paula agarró las almohadas del suelo y las colocó en el cabecero.


—Solo Para descubrir si está fingiendo las lesiones que a tus jefes les han costado dos millones de dólares.


—Espera un momento. ¿Estás trabajando para el departamento de policía?


Ella se echó a reír y se enrolló la corbata en la muñeca.


—Oh, vamos. ¿Crees que aprobarían mis métodos? A mí no me lo parece. De hecho, no trabajo para nadie. Esta es una misión de investigación, y si averiguo lo suficiente, Chaves Group podría recibir un sustancioso anticipo de First Mutual Insurance, la compañía de seguros del departamento de policía, que en el último año y medio ha perdido una buena cantidad de dinero en varios casos de fraude.


—¿Saben que estás vigilando a Stan? 


Ella negó con la cabeza.


—No estoy segura de cuánto sabe la compañía. Mi tío, Noah Chaves, tiene contactos en First Mutual, pero, conociéndolo, habrá despertado el interés de la compañía con la posibilidad de reunir las pruebas necesarias de un fraude.


—Lo que grabes con esas cámaras no tiene validez en un juicio.


—No —reconoció ella—, pero sí lo que vea con mis propios ojos, o algo que grabe con una cámara desde mi casa o desde la tuya, siempre que tenga tu permiso. La vigilancia ilegal solo me dará las pistas.


Pedro tragó saliva, reprimiendo el impulso profesional de soltar una diatriba contra la intromisión de una investigación privada. Pero no tenía derecho. Aquello no era un caso de drogas ni de asesinato, y tampoco era una investigación oficial de la policía. De modo que, aparentemente, los dos iban tras el mismo objetivo.


—Y ahora, detective Alfonso, ¿por qué no me dices por qué estás tú vigilando a Stan? —le preguntó ella imitando su pose.


Pedro cerró los ojos. Ya le había dieho más de lo que debería, y las consecuencias podrían ser nefastas.


—Estoy siguiendo una pista por voluntad propia; tengo permiso del departamento, que está bajo una gran presión para recuperar la confianza popular. Stan fue muy convincente en el juicio:


—He leído los informes. Hizo que el departamento de policía pareciera un pelotón de nazis, pisoteándolo en el transcurso de una persecución, y luego, no solo negándole la atención médica, sino impidiendo a cualquiera que lo ayude- Pedro negó con la cabeza.


—Conozco a los policías implicados. Son unos jóvenes inexpertos que iban tras un vulgar carterista, pero no son unos matones. Aseguraron que nadie fue derribado en la persecución, y que no vieron a Stan en el suelo hasta después de haber atrapado a! ladrón. Dos testigos dieron testimonio de eso mismo.


—Y otros dos testificaron en su contra. Dependía de Stan simular la lesión, y lo hizo.


—¿Por qué piensas que está fingiendo?


Paula se encogió de hombros.


—Ese hombre tiene un largo historial de sospechosos casos de fraude, ninguno de los cuales se ha demostrado ante un juez. La clínica donde recibe la terapia es legal, pero su médico... ¿Sabías que dejó la clínica y se fue a Perú a estudiar los métodos curativos tradicionales? 


—No. ¿Quién atendió a Stanley en sus citas?


—Según mis fuentes, ayer lo vio un nuevo terapeuta, un tipo muy nervioso y aparentemente sin experiencia. En otras palabras, alguien a quien no es difícil engañar. Pero Stan no estaba muy satisfecho. Su médico anterior pagó todo los préstamos de los alumnos y también la hipoteca. ¿No te preguntas de dónde sacó el dinero? 


Pedro emitió un silbido, impresionado por toda la información útil que tenía Paula.


—¿Stan?


Paula tembló e intentó agarrar el edredón. Estaba fuera de su alcance, por lo que Pedro lo recogió y la cubrió.


—Posiblemente, No hemos encontrado ninguna prueba, pero no tenemos acceso a los informes médicos. Podríamos intentarlo, pero el riesgo es demasiado grande —se mordió el labio mientras Pedro se sentaba a su lado y la arropaba—. Nuestra mejor opción es pillarlo cuando esté levantando algo pesado o haciendo algún tipo de deporte.Algo que demuestre la exageración de sus lesiones permanentes.
El fiscal podría citar esas pruebas si el jurado acusa a Stan de fraude, que será lo más probable si consigo la evidencia legal.


—Reunir evidencias legales no es mi especialidad, pero estoy deseando hacerlo.


Pedro sonrió.


—Sabes que tus cámaras y tus micrófonos tendrán que desaparecer —le dijo amablemente.


—Oh, detective, ¿estoy arrestada? —le preguntó con fingida preocupación, apretándose contra él.


Dios, aquella mujer era increíble, y a él iba a resultarle muy difícil no enamorarse de ella ... si no lo estaba ya.


—No estoy en posición de arrestarte.


—Vaya... Entonces, ¿nada de cachearme desnuda? ¿Ni de esposas?


—No me tientes, Paula.


—¿Por qué no? Sin mis instrumentos de alta tecnología, voy a tener que emplear los métodos tradicionales de observación. Una vigilancia realmente pasada de moda. Podría ser más divertido si trabajamos juntos.


—No creo que mis superiores estuviesen de acuerdo.


Ella le pasó las manos alrededor del cuello, aún atadas con la corbata, y tiró de él.


—No, la verdad es que no. Y seguro que a mi tío Naoh le daría un ataque si se enterara de que te he hablado de nuestra operación. Firmamos un contrato en el que jurábamos guardar el secreto. 


—Entonces, ¿por qué me lo has contado? 


— Por la misma razón por la que tú me has contado que eres un detective en una misión extraoficial —le mordió el lóbulo de la oreja—. ¿No es poderosa esta lujuria?


Pedro aspiró el embriagador olor a limón del aceite, y recordó que durante los últimos días no solo había habido lujuria entre ellos.También había habido respeto y confianza. 


Ella le había facilitado información relevante sobre el médico de Stanley. Lo menos que él podía hacer era prometerle silencio.


—Tu tío no tiene por qué saberlo. Ni tampoco nadie del departamento de policía. No, siempre que te limites a usar métodos convencionales desde ahora en adelante. 


—¿Convencionales? ¿Siempre, o solo cuando esté observando a Stan?


Paula le pasó las manos por encima de la cabeza y se enganchó en la cabecera con la corbata. Sus ojos ardían con el deseo reavivado. Tragó saliva, con una pequeña sonrisa y una expresión relajada. 


Pedro mantendría el secreto, y ella iba a recompensarlo.


Pedro volvió a tirar el edredón al suelo, y de un fuerte tirón le rasgó a Paula la camiseta por el centro. —¿Quién es Stan?




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