jueves, 21 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 8




Cenaron marisco y patatas fritas en un destartalado local de Old Tampa Bay.


El suelo estaba lleno de cascaras de cacahuete y las mesas necesitaban una capa de barniz, pero la cerveza era fría, los postres exquisitos y la compañía fascinante. Pedro no recordaba cuándo fue la última vez que se había divertido tanto discutiendo la receta de una buena salsa o de un pastel de limón.


A Paula Chaves le encantaba la comida. Entendía tanto de cerveza como cualquier buena irlandesa, y tenía unos ojos increíblemente expresivos, cuyo color oscilaba, dependiendo del tono de la conversación, entre un misterioso azul brillante y un índigo oscuro y seductor.


Cuando Pedro pagó la cuenta y la llevó de vuelta a casa, se moría de impaciencia por saber qué más podía aprender de aquella mujer, que le había confesado sin reservas que se había mantenido virgen hasta el matrimonio, solo para que su marido desperdiciara ese regalo.


Pedro no era tan estúpido. Cuando los dos se separaran, él se despediría con mucho más estilo. Después de todo, era un maestro de las despedidas y, salvo una mala experiencia, no se había ganado el desprecio de ninguna de las mujeres a las que había dejado.


Por supuesto, siempre había tenido cuidado de elegir a mujeres fuertes e independientes que pudieran aceptar su marcha... y que no supieran su nombre real.


Pero ¿y Paula? Lo hacía sentirse vivo, simple, feliz de respirar el aire rociado de aquella fragancia a limón.


Y también lo distraía como nadie.


No fue hasta que aparcó junto a su puerta, con la intención de quedarse un buen rato, cuando vio dos cosas en el espejo retrovisor, que cualquier policía habría notado nada más torcer la esquina.


Las luces de Stanley estaban encendidas, señal de que había vuelto a casa antes de lo previsto. Y el coche de Jake Tanner estaba aparcado al otro lado de ia calle.


—Oh, alguien ha venido a visitarte —dijo Paula cuando se fijó en el coche—. ¿Esperabas visita?


Pedro apagó el motor y abrió la puerta con una risita. Sabía que Jake quería hablar con él, pero no había atendido al busca ni se había llevado el teléfono móvil a la cena.


—No, no espero a nadie. Entra y ve encendiendo la televisión. Enseguida vuelvo.


Paula esperó a que Pedro rodeara el coche y le abriera la puerta. El perfume afrodisíaco de frutas pareció chisporrotear en su piel cuando la acarició la cálida brisa nocturna.


—¿Quién es? —le preguntó, señalando con la cabeza el coche de Jake.


—Un viejo amigo que siempre parece tener un problema en el peor momento posible. No estaré fuera ni diez minutos. 


Ella se encogió de hombros.


—Si tienes que irte, será mejor que lo dejemos para otra vez.


—De eso nada, Paula. Confía en mí. Estaré de vuelta en diez minutos.


—Diez minutos... —ella se humedeció el labio, como hacia siempre que reflexionaba sobre una situación—.A ías once.
Se dio la vuelta, haciendo que la vaporosa falda se le elevara.


Pedro se quedó con la boca abierta al ver por un fugaz momento las braguitas rosas, antes de salir disparado hacia su casa y entrar por el garaje. Sabía dónde estaba Jake. 


Apostado en la ventana que daba a la casa de Stanley, espiando con los prismáticos a través de la persiana.


—¿Ahora te dedicas al allanamiento de morada? —le preguntó en tono burlón—. ¿Un respetable ciudadano volviéndose un criminal?


—¿Dónde demonios estabas? ¿Has desconectado el busca?


—No, lo tenía en modo silencioso —respondio Pedro—. No era un 911, así que pensé que no era nada importante.


—¿Un 911? ¿Desde cuándo hacemos eso?


—Desde que tengo una vida privada y una cita por primera vez en mucho tiempo —miró su reloj— .Y tengo exactamente nueve minutos para oír lo que tengas que decirme antes de volver a esa cita.


Jake puso una mueca y masculló alguna protesta. Aquella misma mañana había animado a Pedro a que se buscara una mujer. No quería contradecirse en esos momentos, pero tampoco iba a dejar de quejarse.


—Esta tarde estuve siguiendo a Stanley, tal y como me suplicaste que hiciera —explicó en tono enojado—. Fue al Blue Star y estuvo un largo rato almorzando con una morena muy guapa, con un traje de bíbliotecaria, que llegó montada en una Harley.


Los dos intercambiaron miradas de impresión. Aquel Stan era todo un hombre.


—Todo parecía ir de perlas —continuó Jake—, hasta que se fue a su sesión de fisioterapia. Pasara lo que pasara entonces, no fue nada bueno. Stan llegó al aparcamiento maldiciendo, estuvo golpeando el volante varios minutos y a punto estuvo de saltarse un stop de camino a casa.


Pedro se rio por lo bajo, disimulando su sorpresa. Nunca le había visto a Stan una muestra de debilidad emocional ni un arrebato de furia.



—¿No lo detuviste para ponerle una multa?


—No iba a jugarme el puesto solo para multarle con cuarenta dólares por conducción temeraria.Al jefe le encantaría que el abogado de Stanley presentara una demanda por acoso. El caso es que algo lo enfadó. Y mucho.Tienes que descubrir de qué se trata.


—Vamos, Jake, aún no soy su mejor amigo. ¿No crees que sospecharía algo si me presento en su casa a las nueve de la noche sin ninguna razón?


—Invéntate alguna. ¿No se te puede haber acabado la leche o algo así?


Pedro volvió a mirar el reloj. Quedaban siete minutos.


—¿Qué lleva haciendo desde que estás aquí?


—Ver la televisión.


—¿Ha hecho alguna llamada?


—No.


—¿Ha usado el ordenador?


—No.


—¿Y le han dado más arrebatos de ira?


Jake negó con la cabeza.


—Bueno, entonces no debe de haber sido tan traumático, si está viendo la tele y bebiendo un batido de proteínas.


Jake lo miró irritado, dejó los prismáticos y agarró la cerveza que había robado de la cocina.


Las suposiciones de Pedro eran cieñas. Llevaba observando a Stan durante dos semanas, y conocía su rutina a la perfección. Pero si hubiera estado en casa a tiempo, tal vez hubiera podido descubrir algo más. Sin embargo, ya era tarde para eso.


Sobre todo cuando solo faltaban cinco minutos para que se cumpliera el plazo que Paula le había concedido.


Jake se dejó caer en el sofá y apuró la cerveza.


—Asuntos Internos ha decidido que puedes reincorporarte al servicio. Méndez dice que puedes dejar este caso y que te asignarán cualquier otro.


—Dile que se lo agradezco, pero que seguiré con esto. Me estoy acercando.


—No lo suficiente, socio. Este asunto está poniendo muy nervioso a todo el departamento. Una vigilancia extraoficial de un hombre que le ha costado a la policía dos millones de dólares... y ninguna prueba de que sea un fraude.


Pedro tragó saliva. Era cierto que el plan había sido arriesgado desde el principio. Pero no podía abandonar. 


Odiaba perder; odiaba equivocarse. El instinto le decía que tenía razón sobre Stanley Davison, y quería demostrarlo.


Y odiaba también no tener otra semana para conocer más a Paula Chaves. Sus películas, sus braguitas y cualquier otra cosa que coleccionara.


Después del caso de Stanley, la siguiente misión de Pedro sería infiltrarse en una organización clandestina que llevaba el negocio de la droga en Ybor City. Una vez que empezara, cualquier relación con Paula sería imposible. 


¿Cuándo podría volver a verla?


«De vez en cuando* no era una respuesta suficiente.


En aquella misión de vigilancia podía seguir fantaseando. 


Pero en cuanto volviera a la vida real de Pedro Alfonso, policía de incógnito, tendría que hacer lo que mejor se le daba: despedirse.


—Escucha, convence a Méndez para que me dé una semana más, dos como mucho. Sea cual sea la causa del eníado de Stan no va a desaparecer solo porque esta noche se haya calmado.Averiguaré lo que ocurre,pero no estanoche.Tengo... 


En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Jake se levantó de un salto, pero Pedro lo hizo sentarse de nuevo y le quitó la lata de cerveza vacía.


—Qué novato eres a veces —le dijo, y fue hacia la puerta—.Todavía me quedan tres minutos —dijo al abrir.


Paula se humedeció los labios y le enseñó dos películas.


—Mi reloj debe de adelantarse —su tono inocente apenas podía disimular la ansiedad de sus ojos—.Ya sé que tu amigo sigue aquí, pero... Jake se levantó y se dirigió hacia la puerta. —No, yo ya me iba —se secó la mano en los vaqueros y, apartando a Pedro, se la tendió a Paula—. Jake Tanner —dijo, con su característico tono seductor.


Pedro vio que Paula se quedaba boquiabierta.,. ¿de interés?, pero le estrechaba la mano a Jake.Y también vio cómo su amigo se la sostenía por más tiempo del necesario. 


Carraspeó y se tragó una maldición. Las tácticas de Jake eran culpa suya, pues él mismo se las había enseñado.


—Encantada de conocerlo, señor Tanner — dijo ella, y miró a Pedro—. No hace falta que se vaya.Tan solo íbamos a ver una película.


—No, de verdad tengo que irme —Jake soltó una risita y miró a Pedro con expresión maliciosa—. Es un asunto de vida o muerte, me temo. 


«Desde luego», pensó Pedro.


En cuanto Jake cruzó la puerta, Pedro decidió olvidar que había estado allí. Pero Paula miraba con ojos muy abiertos cómo su amigo se dirigía hacia el coche.


—Cielos, no me gustaría encontrarme con él en un ascensor. ¡Es enorme! —pasó junto a Pedro y se acercó al televisor, rasgando el envoltorio de las cintas que había llevado.


—Sí, mide casi dos metros... Jugaba al fútbol en la universidad. ¿Por qué? ¿Tienes alguna obsesión de la que deba enterarme?


Pedro no se dio cuenta de que había alzado la voz y que tenía las manos en la cintura, como si fuera un joven engreído.


—Bueno, si hay alguien que deba saber algo sobre mis obsesiones ese eres tú, ¿no? Después de nuestro baño de hoy... 


Hablaba en tono suave y meloso, y cuando se volvió para meter la cinta en el vídeo, a Pedro le pareció ver que le temblaban las manos. Presionó el botón de avance rápido para pasar los anuncios y los títulos de créditos, y lo soltó cuando en la pantalla apareció un hombre. Pedro reconoció a David Duchovny, el protagonista de la serie televisiva Expediente X.


Paula bajó la luz de la lámpara, sumiendo la habitación en una relativa oscuridad. Los muebles de la sala de estar adquirieron un aspecto exótico y lujoso, sobre todo cuando Paula se sentó en el sofá, se quitó las sandalias y apoyó los pies, con las uñas pintadas de rojo, en la esquina de la mesa. —Espero que no te importe que haya trasladado sin avistarte —le dijo palmeando el cojín que tenía al lado—. Se ha estropeado el aire acondicionado y hace un calor infernal. He pensado que estaríamos más cómodos aquí.


Esbozó una sonrisa, contenta de poder decir ia verdad sobre algo. El aire acondicionado llevaba un rato sin funcionar bien.A excepción del estudio y del dormitorio, donde las películas, el equipo y la cama se mantenían frescos, en el resto de la casa la temperatura se había hecho insoportable.


Era la oportunidad perfecta para ir a casa de Pedro y evitar enseñarle su dormitorio.


Además, así había podido conocer a la inesperada visita de Pedro. Dejó las cámaras centradas en Stanley, que estaba viendo la televisión, agarró la película y se marchó.


Pedro no tenía piscina en el Jardín, pero Paula tenía otras muchas fantasías. No solo tenía ya la experiencia de besarlo sino, además, las últimas horas de conversación, en las que se había reído con él y le había confesado cosas que jamás pensó que revelaría. Pero a Pedro no pareció impresionarlo nada de lo que oyó, ni siquiera la crueldad de su marido al engañarla con otra. Sin duda, Pedro Alfonso era un hombre capaz de controlar sus movimientos y sus emociones. Pero, aun sin decirle nada, la expresión de sus ojos el
apretón que le dio en la mano demostraron lo que pensaba del comportamiento de Leonel. Y por eso estaba ella allí.


Pedro se sentó a su lado, tan cerca que su pierna rozó la suya, y se pusieron a ver la película. Una mujer que se bañaba desnuda, esperando la llegada del amante de sus sueños. Paula miró de reojo a Pedro, y se preguntó por qué estaría viendo una película cuando tenía a su lado al amante de sus sueños.


—¿Te importa si voy por algo de beber? —le preguntó ella, cuando por fin apareció el amante en la pantalla.


—Voy yo. ¿Dónde está el mando? Se puso a buscar entre los cojines, pero ella se levantó.


—Quédate viéndola.Vuelvo enseguida. 


La luz de luna iluminaba de un sensual color azul cobalto los muebles blancos de la cocina. Paula miró por encima del hombro para asegurarse de que no la había seguido, y se llenó un vaso de agua. Tomó un largo trago y volvió a la salita.


Pedro estaba con la vista fija en la pantalla, inclinado hacia delante con los hombros tensos. Ella se preguntó qué estaría pensando de aquella película. El argumento no era nada original, pero con Pedro de espectador, se acercaba demasiado a la realidad.


En primer lugar, la mujer se encontraba a su amante de pura casualidad. Luego, lo seguía y observaba cómo hacia el amor con otras mujeres. Más tarde intentaba seducirlo, pero él la rechazaba, revelando que para las otras mujeres no era una persona real, sino solo un amante de ensueño. Las demás mujeres solo lo querían por el sexo. ¿Igual que ella lo había deseado a él? Se acabó el agua y volvió a llenarse de nuevo el vaso. No le extrañaba nada sentirse de repente tan acalorada. Sabía que ya no deseaba a Pedro tan solo por el sexo. En solo una noche le había tocado la fibra. Era divertido, paciente, ingenioso... Disfrutaba con las mismas cosas que ella: novelas de suspense, marisco, cerveza fría, conversaciones sinceras y tópicos arriesgados. La fascinaba y la intrigaba y ella no podía evitar desear lo que sabía que no podía tener: tiempo ilimitado para compartir y conocerlo. 


Para convertirlo en un amigo y en un amante. Pero con un trabajo que exigía su atención las veinticuatro horas, sabía que solo contaba con aquella noche.


Pedro se acercó por detrás, tan silenciosamente que Paula dio un salto cuando la tocó en el hombro, derramando el agua sobre el vestido. Dejó el vaso en la encimera y se volvió con los brazos levantados.


—¡Lo siento! —exclamó él, y agarró un trapo para secarla, pero ella negó con la cabeza.


—Esto es lo que me pasa por andar a oscuras. Él se quedó dudando.


—Antes de ayudarte tengo que saber una cosa.


Paula le quitó el trapo y se lo restregó por el pecho, completamente empapado. No llevaba sujetador, de modo que sus pezones se marcaron a través del tejido cuando vio la mirada de deseo de Pedro.


—No, no hay ningún mensaje oculto en esa película, salvo por la parte en que se baña desnuda. Intentaba hacer un chiste. Estuvimos hablando de bañarnos desnudos, ¿recuerdas?


—¿Ya lo hemos descartado?


Su sentido del humor alivió la tensión, pero a Paula aún le temblaban las manos.


—Yo ya me estoy bañando, ¿no lo ves? ¡Estoy empapada! Cielos, qué torpe soy a veces.


Siguió golpeándose el vestido con el trapo, en un vano intento por secarlo. Pedro la miraba en silencio, con unos ojos cargados de intenso deseo.


—¿Qué pasa? —lo increpó ella.Tenía la piel de gallina y el corazón desbocado. ¿Por qué la miraba de aquel modo?


—No sé quién eres —respondió él—. Ni sé lo que te gusta, aparte de comer y beber.


Ella se dio cuenta de que el mensaje de la película le había llegado al corazón, mucho más de lo que había planeado.


—Tal vez eso sea bueno, Pedro.Tendrás que admitir que hay algo increíblemente erótico en lo desconocido.


No protestó cuando él le quitó el trapo, se lo enrolló en la mano y empezó a frotarle la piel y el vestido. Dio un paso adelante y ella retrocedió inconscientemente, hasta que chocó de espaldas contra el frigorífico.


De la salita llegaba el sonido de la película. Un murmullo de voces y la música de fondo. El zumbido de la nevera y el canto de los grillos apenas podían oírse por encima de la pesada respiración de ambos...


—No encuentro erótico lo desconocido, a menos que haya una oportunidad para descubrirlo —le pasó el trapo por los hombros, apartó una tira del vestido y bajó por el brazo.


Ella tragó saliva, embriagada por el olor de su perfume y su calurosa respiración, la humedad del vestido y la presión del trapo contra la piel.


Él se lo pasó por el cuello y bajó por la parte delantera del vestido, entre sus pechos, sobre las costillas, el ombligo... 


¿Más abajo? «Por favor».


Entonces empezó a secarle el otro brazo.


—Propongo que hagamos un trato —dijo él.


—¿Qué clase de trato?


Le tomó la mano derecha y le secó los dedos con un suave masaje.


—Un trato de satisfacción mutua. Dime lo que quieres Paula.


—¿Y tú me lo darás? ¿Así de simple?


—Sí puedo, sí.


—¿Por qué?


Él le clavó la mirada mientras volvía a secarle el cuello.


—Porque te deseo más de lo que he deseado algo o a alguien desde hace mucho tiempo. 


-Puede que solo estés excitado por la película. 


Pedro esbozó una sonrisa y bajó el trapo hasta un pezón. La sensación fue áspera y suave al mismo tiempo.


Breve pero intensa, y muy efectiva para encender las llamas que ella había intentando reprimir desde que lo vio la noche antes.


—Puede que la película me haya dado algunas ideas —dijo, acercándose lentamente y susurrándole al oído—.Y puede que fuera esa tu intención.


—Ya te lo he dicho. No tengo ninguna intención.


Él se humedeció los labios y le masajeó el otro pezón con prolongadas caricias, tan intensas que ella intentó retroceder más, apretándose contra el frigorífico.


—No mientas, Paula. No mientas sobre esto, sobre lo que quieres de mí. Miente acerca de tu trabajo y de tu pasado si tienes que hacerlo, pero no sobre esto.


¡Oh, Dios! ¿De qué se habría enterado?


No importaba, porque ya había decidido que podía ser completamente sincera con sus deseos.


—¿A qué te refieres con «esto»? —le preguntó.


—A una breve pero apasionada aventura — respondió él—. Un romance con una mujer que, hasta esta noche, era una desconocida. Pero a cada momento aprendo más de ti. Como ahora. Tus pechos son muy sensibles, ¿verdad?


Le apartó la tira del otro hombro, y Paula se quedó inmóvil, con la respiración contenida. El único movimiento de su cuerpo era el flujo de humedad que palpitaba entre sus muslos.


Entonces, con un rápido tirón, él le bajó el vestido hasta la cintura y más abajo, dejándola completamente desnuda, a excepción de las braguitas rosas que apenas le cubrían nada.


Aquello era increíble.


Salvaje y prohibido.


—Sí —respondió ella con un hijo de voz.


Él tiró el trapo y se quitó el polo. Los músculos resplandecieron a la luz de la luna y su piel bronceada irradiaba llamas de pasión.


Pero ella ya había contemplado antes esa perfección física, y se había deleitado en ella.


Lo había visto desnudo en los monitores.


Lo que no sabía, y lo que no podía aprender con solo mirar, era qué clase de amante iba a ser él. Pero el instinto le dijo que iba a descubrirlo muy pronto.




LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 7





Pedro se secó lentamente los brazos y el pecho, se sentó en una silla con los tobillos cruzados y tomó un largo trago de limonada. Su sonrisa era puro desafío. Si Paula no hubiera estado segura al cien por cien de que las cámaras que Ted había instalado eran indetectables, habría sospechado por su comentario que Pedro conocía sus actividades clandestinas y que sabía que lo observaba y deseaba.


Pero Ted era un experto y Pedro solo estaba siendo seductor. 


Condenadamente seductor. El instinto le hacía creer solo lo que veía. Los hechos reales no avivaban las esperanzas ni rompían el corazón.


Pero con Pedro, Paula disfrutaba de su habilidad para leer el lenguaje corporal y captar la insinuación de sus palabras.


El desinhibido interés de Pedro era como pólvora rociada sobre un fuego casi extinguido. Chispas, llamas, estallido... 


Además, ella merecía que la observara. Era una especie de pago por su voyeurismo, y tal vez pudiera usarlo en su propio beneficio.


Nadó de espaldas sin prisa, a un ritmo tranquilo y relajado, igual que había hecho Pedro momentos antes.


El agua se deslizaba por su cuerpo, como una cortina azul celeste que cubría y revelaba la reluciente piel con cada movimiento. Mientras iba hacia el extremo de la piscina mantuvo la mirada fija en él, desafiándolo a que apartara la vista y sabiendo que no lo haría.


Alcanzó el borde y dio una vuelta bajo el agua, para continuar nadando a braza. Hizo tres largos más, y su cuerpo demandaba cada vez más ser poseído allí mismo, Por él. En el agua. Desnudos y libres...


Como si hubiera leído sus pensamientos, Pedro se zambulló y empezó a nadar junto a ella, a su mismo ritmo. La energía que su cuerpo emanaba vibraba bajo el agua como un sonar, hasta que Paula no pudo aguantarlo más y se detuvo. El deseo era demasiado fuerte.


Pedro notó que se paraba y volvió a su lado. Los pies y manos se rozaron bajo el agua mientras se agitaban para mantenerse a flote. —¿Cansada?


Ella negó con la cabeza, aunque le dolían los músculos y le ardían los pulmones. —Entonces, ¿por qué te paras? 


—No quiero seguir nadando. Quiero besarte.


Paula se negó a arrepentirse por su sincera confesión, sobre todo cuando Pedro parecía más interesado que sorprendido. 


—Llevo queriendo besarte desde que te vi ayer —le dijo él—.Antes incluso de que nos conociéramos. Una irrefrenable necesidad de descubrir cómo sabías.


Se acercó más y Paula le rodeó el cuello con los brazos, mientras sus piernas se entrelazaban. —Es difícil resistirse a la atracción, ¿verdad? — le preguntó ella.


—Es imposible.


Sus labios se encontraron, y durante un instante ninguno de los dos se movió. Paula se concentró en la dulce presión de aquella boca, en el sabor a limonada, en el pecho apretado contra sus senos... Una fría humedad los rodeaba, pero un fuego líquido ardía en su interior.


Pedro la mantuvo sujeta, abrieron la boca para tomar aire, y se sumergieron bajo el agua en una reluciente y embriagadora fantasía.


La ilusión se inundó cuando tragaron agua y tuvieran que emerger de nuevo. Nadaron hacia el borde, tosiendo y riendo. —Soy un gran aficionado de los besos húmedos —dijo él—. Pero tal vez estamos tentando ai destino —mantuvo una mano presionada contra la espalda de Paula. 


El calor de su palma contrastaba con la frialdad del agua, incitándola a que eliminara sus últimas inhibiciones.


No tenía nada que perder con él. El instinto le decía que Pedro era un hombre noble y digno de confianza.Y aunque no lo fuera, ella no tenía ilusiones que pudieran destruirse. Solo quería una breve aventura; un estimulante recuerdo que le durase toda la vida. Sin lamentaciones.


—Aquí no cubre —le dijo—. ¿Por qué no me enseñas algo más de esos besos húmedos de los que eres tan aficionado?


—¿Dije «aficionado»? Quería decir «experto»


—Oh, me gusta que seas tan presumido. No solo estás tentando al destino, Pedro Alfonso, También me estás tentando a mí. No suelo besar a los hombres nada más conocerlos.


Él el dio un beso en la mejilla. Fuera o dentro del agua, no había modo de disimular la longitud de su erección presionada contra ella. —No sabes lo que me complace eso.


—Demuéstramelo.


Y él lo hizo... hasta dejarla casi sin respiración.


Hasta que fue imposible distinguir una boca de otra.


Hasta que el agua pareció evaporarse con el calor de las lenguas entrelazadas.


Hasta que ella conoció los secretos de su boca igual que si hubiera estado besándolo durante anos.


Los pezones se le marcaron a través del bañador. El corazón le latía a un ritmo frenético. Jadeó para lomar aire, pero aún quería más.


—Tócame, Pedro —le besó la mandíbula, hasta llegar a la oreja—. No muerdo... Bueno, tal vez muerda un poco, pero muy suave.


Él se río y le pasó las manos por los costados, la cintura, las caderas y el trasero.


—Creo que eres tú quien tiene una mente maliciosa.


Ella negó con la cabeza, pero Pedro tenía razón. Su mente era maliciosa. Y también su cuerpo, invadido por un deseo salvaje, La pérdida de moralidad la avivó tanto como la gasolina al fuego.


Era tan simple que la tocaran y la desearan solo por el hecho de ser mujer. Una mujer sensual y apasionada que podía seducir a un hombre como Pedro, quien la acariciaba con deliciosa lentitud, explorando sus curvas mientras le prodigaba ávidos besos en la boca y en el cuello. Ella también empezó a tocarlo, pero se paró cuando sintió el tacto de sus dedos en los pechos. Un intenso estremecimiento la recorrió de arriba abajo.


Pedro lo percibió y reconoció la fuerza de la atracción. Nunca había experimentado nada semejante. Con Paula no estaba desempeñando ningún papel ni disfrutando de un amante entre caso y caso. En aquella piscina, con tan solo un bañador de lycra entre ellos y las cálidas olas lamiéndoles la piel como un millar de lenguas, no deseaba ni necesitaba otra cosa que Paula respondiera a su tacto.


Pero la conciencia le gritaba que Paula Chaves no era una mujer con la que pudiera acostarse y luego dejar. La besó en la sien y dejó un espacio entre ellos, sin soltarla.


—¿Qué estamos haciendo aquí Paula? Ella le sonrió y volvió a presionarse contra él, —Vivo aquí, ¿recuerdas? Me mudé ayer.


—No, quiero decir que estás complicando rni vida tan simple. No es que sea malo, pero no es lo que esperaba ni lo que tenía, planeado.


Ella se echó a reír, le besó la nariz y nadó liacia la escalera. 


Salió de la piscina con un sensual movimiento de caderas, que para Pedro fue toda una tortura.


—Siento oír eso, Pedro —agarró la toalla que él había usado y se secó la cara, sin privarse de inhalar su olor—. Mmm... No, lo retiro. No lo siento en absoluto.Tú tampoco encajas con mis planes, Se suponía que debía mudarme, instalarme y ponerme a trabajar con un importante proyecto. Pero ahora lo único que quiero es seducirte.


—¿Y qué te lo impide?


Ella se secó los brazos y las piernas, y se enrolló la toalla a la cintura.


—Yo podría preguntarte lo mismo, pero creo que ya sé la respuesta. Quieres que sea yo quien ponga las reglas. Es gesto muy caballeroso por tu parte.


—No soy un caballero, señorita Chaves. Si lo fuera no pensaría lo que estoy pensando ahora. 


—¿Cuáles son esos pensamientos?


—¿De verdad quieres saberlo?


Paula se arrodilló en el borde y aproximó la cara a la suya.


—¡Tiene algo que ver con bañarse desnudos?


Pedro tragó saliva.


—Bañarse desnudos está bien.


Ella se mordió el labio y miró a su alrededor, como si considerara la posibilidad. El jardín estaba protegido por una valla alta y espesos setos, pero las casas colindantes tenían abiertos los postigos de las ventanas de la segunda planta. 


¿Tendría el valor suficiente? Salvo la mentira del béisbol, todo lo que Pedro le había contado era cierto, y él sabía muy poco sobre ella. ¿Acarrearía problemas aquel atrevimiento?


—Me gusta tu forma de pensar —le dijo ella—, pero, por muy excitada que esté, no soy una presa fácil. Vas a tener que esforzarte un poco más que con un beso increíble para verme desnuda.


Se levantó y se bebió lo que quedaba de la limonada. Pedro permaneció en el agua, perplejo y pensando en lo que podría hacer para verla desnuda. Se acercó al borde y salió de la piscina.


—¿Te refieres a salir a cenar o ver una película?


—Eso es un buen comienzo.


Stanley no volvería a casa hasta muy tarde.Al día siguiente Pedro volvería a ocuparse de su trabajo. De momento, tenía una tarea mucho más interesante.


—Yo elijo el restaurante y tú el cine—le puso—.Y discutiremos la posibilidad de bañarnos desnudos. ¿Qué te parece? Paula asintió, y ahogó un gemido cuando el le quitó la toalla de la cintura y se cubrió con ella los hombros. 


Agarró las zapatillas y la camiseta de donde las había dejado y se dispuso a marcharse, —A las siete en punto. Ponte algo informal.


Paula no sabía qué película elegir, de modo que, antes de apagar las luces y cerrar la puerta, de la calle, abrió un programa y leyó los títulos. El primero era Bañándose desnuda. No estaba segura si Pedro se tomaría el chiste a guasa o en serio.


En cualquier caso, no podía demorarse mucho. Miró el reloj y justo en ese instante sonó el teléfono, Por primera vez en mucho tiempo Paula rezó por que a las siete menos cinco no la llamara nadie de la oficina, aunque no se le ocurrió quién más podía tener su número. Pedro la había llamado veinte minutos antes para asegurarse de que la cita seguía en pie. 


¿Acaso se había vuelto loco? Aquella noche iba a ser la primera noche de diversión que se tomaba en años. —¿Diga?


—Hola Pau..


Paula reprimió un quejido. Era su hermano. —Hola,Patricio


—No parece que te entusiasme hablar conmigo. Puedes herir mis sentimientos, ¿sabes?


Ella se mordió el labio al recordar corno la indecisión de su tío sobre el futuro de Chaves Group había afectado la relación con su hermano. Quería y admiraba a Patricio desde niña, y él fue el pilar en el que se Apoyó tras la muerte de su padre. Se había convertido en un detective de homicidios en Atlanta, condecorado varias veces, y era el orgullo de la familia. Sus visitas a casa suponían grandes celebraciones, en las que su madre preparaba sus guisos especiales y tío Noah llevaba la cerveza. Su última visita había sido tan normal como las anteriores... hasta que anunció su retirada de la policía y su decisión de establecerse en Florida.


Su madre estuvo gritando de felicidad varios días.Y tío Noah lo preparó todo para asignarle un despacho en Chaves Group. No solo eso, sino que además le encargó a Paula que le enseñara todo lo que ella sabía. Paula accedió, aunque en el fondo pensaba que Patricio nunca podría saber tanto como eíla, pues no había trabajado en la oficina desde los once años.


Chaves Group era su legado, la recompensa por renunciar a las vacaciones de la escuela y del instituto para ponerse a afilar lápices y clasificar archivos. Nunca se imaginó que su tío la dejara fuera cuando se retirase... hasta que llegó Patricio.


—No quiero herirte los sentimientos, Patricio. ¿Qué quieres?Tengo planes para esta noche. 


—Cancélalos.


—¿Cómo has dicho?


—Acabo de hablar con Jase. Stanley va a volver temprano a casa. Ha ocurrido algo, y Jase dice que Stanley parece fuera de sí. Puede ser la oportunidad para ver cómo comete un desliz. Quiero que tengas los ojos y los oídos bien abiertos.


Paula se apretó el auricular contra el pecho y respiró profundamente. No podía creer lo que estaba pasando. De un momento a otro Pedro cruzaría la calle y llamaría a la puerta.Tenia por delante una cita que con suerte podría acabar en una sesión de sexo, bien en la piscina, bien en la tumbona que había colocado entre los hibiscos y las azaleas del jardín. Pero de nuevo aparecía Patricio y su tono autoritario.


—¿Por qué Jase te ha llamado a ti?


—Estaba vigilando. No te quedes de brazos cruzados, hermanita. Estoy sustituyendo a tío Noah, que está cenando con el director de esa compañía de seguros a la que intentamos impresionar.


—Sentarte en su sillón no te confiere autoridad sobre mí, Patricio. Aquí soy la investigadora jefe. Esta operación fue idea mía. ¿Cómo te atreves a venir ahora y darme órdenes? 


En ese momento, a las siete en punto, se oyó un golpe en la puerta.


Paula volvió a respirar hondo, se excusó de mala manera, y dejó el teléfono sobre la encimera de la cocina. Luego, forzó una sonrisa y fue a abrir.


En cuanto vio a Pedro se le olvidó la ira y la indignación.


Estaba guapísimo...


—Hola —lo saludó, invitándolo a entrar.


—Vaya, estás muy guapa.


Ella dio una vuelta, haciendo que el vestido corto se le subiera por los muslos.


—Gracias, tú tampoco estás mal. Oye, lo siento, pero tengo que atender una llamada. Cosas del trabajo.


—Adelante.Te espero aquí.


—Sírvete una copa, si te apetece. Enseguida vuelvo.


Agarró el teléfono inalámbrico y se encerró en el estudio.


—¿Una cita? ¿Tienes una cita? —exclamó Patricio cuando ella retomó la conversación—. Se supone que estás trabajando Paula. No puedes salir por ahí.


Paula contó lentamente de diez hasta uno.


—Patricio —le dijo con mucha calma, aunque apretaba el teléfono con tanta fuerza que iba a hacerlo estallar en cualquier momento—, estás pisando un terreno muy peligroso. En el trabajo y en la oficina, no soy tu hermanita pequeña a la que puedes intimidar. Te guste o no, estoy al cargo de esta investigación. Soy yo quien toma las decisiones, y si quiero cambiar los planes para esta noche, eso es cosa mía. Mía, no tuya. Y si Jase o Tim o cualquier otro tiene alguna información sobre este caso, espero que me los remitas a mí.Y si no te gusta, lo discutiremos mañana con tío Noah. Porque esta noche tengo planes.


Concluyó con un tono tajante, y esperó la respuesta de su hermano. Desde la llegada de Patricio, Paula no había manifestado su inconformidad con su inclusión en Chaves Group.Y hasta esa noche, solo se había ocupado de tratar con los clientes, mientras ella se dejaba ios huesos intentando salvar la reputación de la empresa.


Paula estaba decidida a aclarar las cosas en cuanto se cerrara aquel caso, pero con su prepotencia, Patricio no le había dado otra opción que soltárselo en aquel momento.


No oyó ninguna respuesta al otro lado de la línea, y se preguntó si se habría cortado la comunicación. Pero entonces oyó un silbido de incredulidad que le hizo poner una mueca.


—Vaya, hermanita, menuda ira tienes reprimida, ¿eh? Solo intento ayudar. —Patricio, lo que intentas es tomar el poder.


Silencio. No hubo ninguna protesta ni negación. Solo el silencio revelador, —Supongo que deberíamos hablar de esto mañana —dijo él finalmente.


—Estaré en la oficina al mediodía, a menos que Stanley cambie su rutina y decida correr la maratón.Asegúrate de que tío Noah está presente, ¿de acuerdo?


Patricio accedió y colgó, pero Paula notó que había dudado por un momento, como si hubiera dejado algo por decir. 


Bueno, mejor así. Cualquier cosa que tuviera que decirle no iba a gustarle. Y no quería que la noche se le estropeara más todavía.


Stanley estaba de camino a casa. Algo lo había preocupado. Maldición... Patricio tenía razón. Era la oportunidad perfecta para pillarlo desprevenido.


Pero de eso se encargarían las cámaras, estuviera ella presente o no.


Un golpe en la puerta del estudio le hizo dar un respingo.


—Paula, ¿estás bien? He visto que se apagaba la luz del teléfono de la cocina.


Paula miró el auricular. El soporte de la cocina indicaba si se estaba hablando no. Aquel hombre era demasiado observador...


Abrió y salió, cerrando la puerta a su paso.


—Sí, lo siento. Ya he terminado. Todo arreglado.


—Me alegro —dijo él, y la siguió a la cocina—. Exactamente, ¿qué es lo que haces?


Paula tragó saliva mientras colgaba el teléfono. Odiaba mentirle a Pedro, y a cualquier persona, pero no podía decirle que era la responsable de una misión de espionaje ilegal, aunque fuera para cazar a un estafador millonario. —Soy investigadora privada.


—¿Y para quién trabajas?


—De momento, para una agencia de detectives. Casi todo lo que hago es buscar información en Internet, de modo que puedo trabajar desde casa.


—¿Qué agencia? —preguntó él despreocupadamente—. Conozco a algunos investigadores privados.


¿Por qué un explorador de béisbol conocía a investigadores privados?, pensó ella, pero negó con la cabeza y sonrió. Le había dado su apellido, por lo que no podía darle el nombre de Chaves Group. La empresa solo se daba a conocer en determinados círculos.


—No puedo decirlo. Lo siento, pero firmé un contrato con la empresa en el que se me impide dar detalles de mi trabajo. Lo comprendes, ¿verdad?


Eso no era mentira. De hecho, muy poco de lo que había dicho era mentira si se miraba desde cierto punto de vista. En su contrato figuraba una cláusula de confidencialidad, como en el de cualquier otro empleado


Se dio la vuelta y agarró el bolso de lo alto del frigorífico. 


Maldito Stanley... Paula confiaba en el carísimo equipo que tenía instalado en el dormitorio, y se prometió que por la mañana revisaría las cintas antes de encontrarse con su tío y con Patricio. No había garantías de que el misterioso enfado de Stanley revelase la mentira de sus lesiones. Pero ese enfado no sería nada comparado al que ella tendría si cancelaba la cita con Pedro.


—Así que no podemos hablar de trabajo — dijo él—. Comprendido. Estoy seguro de que encontraremos algunos secretos que si podamos compartir.


La idea hizo que a Paula se le acelerase el corazón. Sí, tenía muchos secretos que compartir con él, si surgía la oportunidad. Cosas que nunca le había dicho a nadie, ni siquiera a Leonel ni a Elisa. Sus objetivos. Sus sueños. Sus fantasías...


Había algo en Pedro que invitaba a confiar en él. Incluso su forma de vestir era modesta y despreocupada. Con unos pantalones cortos color caqui, un polo del mismo color que sus ojos, unas sandalias de piel, el pelo a medio peinar y una franca sonrisa, Pedro ofrecía una imagen que encajaba a la perfección con su estilo de vida.


Y por aquella noche, con el estilo de vida de Paula. Pedro le abrió la puerta y sacó las llaves del bolsillo.


Ella cruzó el umbral, decidida a aprovechar la oportunidad que se le brindaba. La oportunidad de tener una relación sin expectativas ni consecuencias.


Se giró y alargó un brazo para tirar del pomo al mismo tiempo que él. Las dos manos se tocaron y permanecieron inmóviles durante unos segundos.


Los dos se echaron a reír y tiraron de la puerta a la vez. Ella echó el cerrojo y le tendió la llave para que él echara el cerrojo superior.


Una sencilla cooperación, como si hubieran hecho lo mismo un millar de veces. Y Paula era demasiado irlandesa como para no creer en las señales.