viernes, 15 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 7





A Paula la vida no le estaba resultando particularmente relajante. Tras haber creído que Pedro se iría a Londres y que regresaría por la tarde, con muchas posibilidades de que decidiera quedarse en la ciudad al menos parte del tiempo, se quedó atónita cuando él la informó de que había cambio de planes.


–Voy a quedarme aquí –le dijo a la mañana siguiente de que ella se instalara en la mansión–. Es mejor.


Paula no tenía ni idea de cómo había llegado a aquella conclusión. Ciertamente, no era mejor para ella que se quedara en la casa, molestándola, turbándola, colocándose en su línea de visión y, de ese modo, obligarla a ella a mirarlo.


–Seguramente, tendrás muchas preguntas y será más fácil si yo estoy aquí para contestarlas.


–Bueno, para eso está el teléfono –le había contestado ella. 


Se estaba empezando a imaginar cómo iba a resultar aquella semana.


–Además, me sentiría culpable dejándote aquí sola. La casa es muy grande. Mi conciencia no podría vivir con el pensamiento de que podrías sentir miedo al estar aquí sola.


Le había indicado a continuación dónde estaría su puesto de trabajo. Ella sintió que se le caía el alma a los pies cuando vio que iba a compartir espacio con él.


–Por supuesto, si te resulta incómodo trabajar tan cerca de mí, te puedo trasladar a otro lugar. La casa tiene suficientes habitaciones como para que podamos improvisar un pequeño despacho para ti en una de ellas.


Paula se había limitado a cerrar la boca. ¿Qué podía decir? ¿Que le resultaría muy incómodo trabajar tan cerca de él? ¿Que sentía hormigueos por todo el cuerpo cuando él se acercaba demasiado?


Había pasado de reconocer que él era muy sexy a aceptar que se sentía atraída por él. No entendía por qué, dado que Pedro no era la clase de hombre por el que ella había imaginado que se interesaría. Sin embargo, había dejado ya de resistirse. La presencia física de Pedro resultaba demasiado poderosa como para que ella pudiera ignorarla.


Por lo tanto, se pasaba las mañanas sumida en un estado de tensión e hipersensibilidad. Era consciente de todos los movimientos que él hacía y le resultaba imposible bloquear el timbre de su voz cuando hablaba por teléfono. La variedad de sensaciones físicas que Pedro evocaba en ella resultaban francamente agotadoras.


Dos días después, decidió cambiar de rutina y comenzar con las habitaciones de Raquel. Había repasado con lupa todos los correos y no había encontrado prueba alguna que el remitente de aquellos correos fuera consciente del pasado de Bianca.


Al llegar a la primera de las habitaciones, se preguntó por dónde empezar. Violet había seguido sus instrucciones y le había dejado todo como estaba. Paula, que no era escrupulosa con el orden, no sentía deseo alguno por empezar a examinar la ropa, las revistas y los papeles que había tirados por el suelo.


Sin embargo, se puso manos a la obra. Comenzó a meter la ropa en un cesto para la colada que había encontrado en el cuarto de baño y se maravilló que una chica de dieciséis años pudiera tener tanta ropa de diseño.


Aquello era todo lo que el dinero podía comprar: ropa cara, joyas… Sin embargo, nada de todo eso podría arreglar una relación rota. Desde hacía dos días, conocía a la perfección hasta qué punto estaba hecha añicos la relación entre padre e hija. A pesar de que Pedro era incapaz de comunicarse adecuadamente con su hija, quería protegerla y sería capaz de hacer lo que fuera en ese sentido.


Estaba registrando los bolsillos de un par de vaqueros cuando encontró un trozo de papel. Tardó un par de segundo antes de comprender lo que significaba y un par de segundos más antes de que los cabos que había empezado a ver en los correos comenzaran a atarse ante sus ojos. 


Decidió repasar de nuevo la ropa que ya había echado a la cesta por si se le había pasado algo. No había esperado encontrarse algo así nada más empezar. Tal vez cuando empezara con el ordenador o la tableta… ¿Notas en un trozo de papel? No. Creía que los adolescentes habían dejado de utilizar el bolígrafo y el papel como modo de comunicación.


¿Qué más podría encontrar?


Había perdido ya la sensación inicial de estar entrometiéndose en la intimidad de otra persona. Había algo en todo aquel caos que hacía que su registro resultara más aceptable. Raquel no había intentado ocultar nada y no había ningún cajón cerrado con llave.


Descubrió que Raquel seguía siendo aún una niña, aunque hubiera entrado ya en el campo de batalla de la rebelión y la desobediencia que suponía la adolescencia.


Una hora y media después de empezar su búsqueda, centró su atención en el primero de los armarios. Al ver la ropa que había colgada, se quedó boquiabierta.


No se tenía que conocer bien la ropa de calidad para saber que aquellas prendas eran de lo mejor que se podía comprar. Vestidos, faldas, camisetas de los mejores tejidos y de las mejores marcas. Algunas prendas eran coloridas y desenfadadas, mientras que otras parecían más apropiadas para alguien que tuviera más de dieciséis años. Varias prendas tenían aún las etiquetas puestas, lo que indicaba que estaban sin usar.


Tras apartar algunas perchas, se encontró con unos vestidos que eran apropiados para alguien mayor de dieciséis años. 


Debían de haber pertenecido a la madre de Raquel. Con mucho cuidado, Paula sacó un vestido negro y admiró la delicada tela y el elegante corte de su diseño. Sabía que no estaba bien probarse la ropa de otra persona, pero, por un momento, perdió la cabeza. Casi sin darse cuenta, se puso el maravilloso vestido. Al darse la vuelta para mirarse en el espejo, contuvo el aliento.


Normalmente, ella era una más entre los chicos. Se sentía más cómoda con ellos. Sin embargo, la mujer que la observaba desde el espejo no era en absoluto esa persona. 


La mujer que la observaba tenía las piernas muy largas y una estupenda figura.


Al escuchar que se abría la puerta, se giró y vio que Pedro la contemplaba completamente atónito.


–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó. Al notar cómo él la miraba, se sintió como si estuviera completamente desnuda.


Pedro, efectivamente, no podía dejar de mirarla. Se había marchado de su despacho para estirar las piernas y había decidido ir a ver cómo iba Paula. No había esperado encontrársela vestida con un imponente traje de cóctel con el que sus piernas parecían interminables.


–Te he preguntado que qué estás haciendo aquí –insistió ella cruzándose de brazos aunque, en realidad, lo que quería era taparse las piernas. La falda debería haberle llegado unos centímetros por encima de la rodilla pero, como evidentemente era más alta que la madre de Raquel, el vestido le quedaba demasiado corto, casi rayando en la obscenidad.


–Vaya… He interrumpido una sesión de pasarela. Te ruego que me perdones –murmuró mientras se acercaba a ella.


–Yo estaba… pensé…


–Te sienta bien, por si te interesa mi opinión. Me refiero al vestido. Deberías dejar al descubierto tus piernas con más frecuencia.


–Si me hicieras el favor de marcharte para que pueda cambiarme, te lo agradecería. Te pido perdón por probarme el vestido. No debería haberlo hecho y si quieres que me marche lo comprenderé perfectamente –susurró.


No se había sentido más mortificada en toda su vida. ¿En qué había estado pensando? Había tomado algo que no le pertenecía y se lo había puesto. Era algo imperdonable, teniendo en cuenta que estaba en la casa de Pedro y que trabajaba para él.


El comentario sobre la sesión de pasarela le resultó tan ofensivo como un insulto, pero no iba a decirle nada al respecto. Solo quería que él se marchara de la habitación. 


Desgraciadamente, él no daba indicación alguna de que fuera a marcharse.


–¿Y por qué iba a querer que te marcharas?


Paula estaba completamente sonrojada y tan tensa como una tabla. Cualquier otra mujer, estaría encantada de ser el centro de su atención, pero ella parecía estar haciendo todo lo posible para no mirarle al rostro.


Pedro jamás había deseado a una mujer tanto como la deseaba a ella. Era una mezcla perfecta de cuerpo y de inteligencia. No se trataba de otra glamurosa gatita. Aquella mujer inteligente, inquisitiva e irreverente pertenecía a otro mundo completamente diferente.


La atracción que había sentido por ella y que había existido desde el momento en el que se conocieron, dejaba muy claro que deseaba que ella terminara en su cama. Lo había pensado en alguna ocasión, pero lo había rechazado porque ella lo había desafiado a muchos niveles y le gustaba que las mujeres fueran más sumisas.


Sin embargo…


–Te ruego que te marches.


–No tienes que quitarte el vestido –le dijo él–. De hecho, me gustaría verte trabajando con él.


–Te estás burlando de mí y no me gusta…


Se sentía pequeña, indefensa, rodeada por un hermoso y peligroso depredador.


Sin embargo, él jamás le haría daño. No. Su capacidad de destrucción radicaba en conseguir que ella se hiciera daño a sí misma creyendo lo que él estaba diciendo, permitiéndole que lo que sentía hacia él se adueñara de ella. Paula jamás había comprobado que el deseo pudiera ser tan abrumador. 


Nada la había preparado para los sentimientos alocados e inapropiados que se apoderaban de ella y del sentido común que en tanta estima tenía.


–Fingiré que no he oído eso –comentó él suavemente.


Entonces, extendió la mano y se la deslizó por el brazo para experimentar su profunda suavidad. Era tan esbelta… 


Durante unos segundos, Paula no reaccionó. Entonces, el tacto de Pedro sobre su piel le hizo dar un paso atrás.


El instinto no había engañado a Pedro. ¿Cómo podía haber dudado de sí mismo? La electricidad que existía entre ellos provenía de ambas partes. Dio un paso atrás y la miró. Ella tenía los ojos abiertos de par en par y su aspecto era muy joven y vulnerable. Seguía tratando de mantener el equilibrio sobre los zapatos de tacón que también se había
puesto. Pedro sintió el irrefrenable deseo de verla primero lo más arreglada posible para luego tenerla completamente desnuda entre sus brazos.


–Te dejaré que vuelvas a ponerte tu ropa –dijo para tranquilizarla–. Y, como respuesta a tu pregunta sobre lo que estoy haciendo aquí, pensé en subir a ver si habías encontrado algo.


Aliviada de que la conversación se centrara de nuevo en el trabajo, Paula se relajó un poco.


–He encontrado un par de cosas en las que podrías estar interesado. Bajaré enseguida al despacho.


–Mejor aún. Reúnete conmigo en el jardín. Haré que Violet nos sirva el té afuera.


Pedro sonrió para que ella se relajara un poco más. No podía dejar de mirarla. Entonces, se dio la vuelta de mala gana y se dirigió hacia la puerta sabiendo que ella no movería ni un solo músculo hasta que no se hubiera marchado.


Se moría de ganas por volver a reunirse con ella. Se sentó en el jardín para esperarla, sin poder dejar de pensar el aspecto tan magnífico que tenía con aquel vestido. Poseía unas piernas increíbles. Resultaba aún más encantador el hecho de que ella no fuera consciente de sus encantos.


Cinco hermanos. Sin madre. Clases de kárate cuando el resto de sus amigas se dedicaban seguramente a practicar sus habilidades femeninas. ¿Por qué se mostraba tan nerviosa cuando estaba a su lado? ¿Se mostraría así solo con él o con todos los hombres? ¿Sería esa la razón por la que se vestía del modo en el que lo hacía?


Al fin, ella apareció con un montón de papeles en la mano, tan eficiente como siempre.


–Gracias –dijo mientras se sentaba y aceptaba el vaso de agua fría que él le ofrecía–. Lo primero, y estoy casi completamente segura al respecto, la persona que ha escrito esos correos no sabe nada sobre tu esposa o la clase de persona que era.


Pedro se inclinó hacia delante.


–¿Cómo has llegado a esa conclusión?


–He repasado cuidadosamente todos los correos para buscar alguna pista. También he encontrado un par de correos anteriores que, por alguna razón, no se borraron. No tenían interés alguno. Tal vez el remitente solo se estaba divirtiendo.


–Entonces, ¿crees que esto no tiene nada que ver con un posible chantaje sobre Bianca?


–Sí, en parte por lo que he leído en los correos y en parte por el sentido común. Creo que si implicaran a tu exesposa habría alguna referencia velada que te advertiría de lo que estaba por venir. Aunque el remitente sabe muy bien lo que está haciendo y ha tenido mucho cuidado de no dejar pistas, algunos de los correos son más precipitados que otros.


–¿Intuición femenina?


–Creo que sí –afirmó ella–. Sin embargo, lo que es verdaderamente significativo es que los cafés que se utilizaron están más o menos en la misma zona, en un radio de unos veinte kilómetros, y muy cerca del colegio al que acude Raquel. Eso me lleva a pensar que ella está de algún modo en el centro de todo esto, que la persona que está haciendo esto la conoce o sabe de ella.


Pedro volvió a reclinarse en la silla y se frotó los ojos. Saber que su hija podría estar implicada se le reflejaba con dureza en el rostro.


–¿Y tienes alguna idea de lo que podría estar pasando? Podría ser que el remitente, tal y como tú lo llamas, tenga información sobre Bianca y quiera que yo le pague por no
compartir esa información con Raquel.


–¿Sabe Raquel algo sobre cómo era su madre… de joven? Me refiero a cuando aún estaba casada contigo. Sé que tu hija solo era un bebé por aquel entonces, pero podría haber escuchado conversaciones entre adultos, cotilleos de amigos o familiares.


–Por lo que yo sé, Raquel no sabe nada sobre Bianca, pero, ¿quién sabe? No hemos hablado al respecto. Apenas si hemos ido más allá de las conversaciones más típicas.


Pedro se reclinó de nuevo en la silla y cerró los ojos. Paula lo observó atentamente. Era tan guapo… Tenía una boca muy sensual y unas pestañas largas y espesas. La mandíbula era angulosa, muy masculina, y el cabello oscuro era algo más largo de lo habitual.


Se preguntó si debería contarle lo de los papeles que había encontrado. Decidió que no había llegado el momento. 


Formaban parte de un rompecabezas, por lo que sería mejor esperar hasta que tuviera más piezas que unir. Era lo justo. 


Era un padre desesperado y preocupado por una hija a la que apenas conocía. Además, cuando ni siquiera estaba segura al cien por cien de que lo que había encontrado fuera significativo, le parecía egoísta por su parte anticiparse.


La tensión que podría existir entre ellos después del episodio del vestido pasó a un segundo plano cuando el silencio se extendió entre ellos, una clara indicación del estado mental en el que él se encontraba.


–Estoy haciendo que te sientas incómoda –murmuró Pedro rompiendo así el silencio. Sin embargo, no la miró.


–Por supuesto que no…


–Creo que no contaste con esta clase de situación cuando aceptaste el trabajo…


–Es cierto –admitió él–. Bueno, ¿qué me sugieres que haga a partir de ahora? ¿Quieres que interrogue a Raquel cuando llegue a casa pasado mañana? ¿Quieres que trate de averiguar si ella sabe algo sobre lo que está pasando?


Pedro escuchaba su voz mientras ella le enumeraba las opciones. Le gustaba escucharla. Sin poder evitarlo, recordó el momento en el que la sorprendió con el vestido y, sin buscarlo, su cuerpo comenzó de nuevo a cobrar vida.


–Háblame de otra cosa –le ordenó. Se sentía más relajado que en mucho tiempo, a pesar de lo que estaba pasando. 


Seguía teniendo los ojos cerrados y el sol en el rostro le provocaba un estado de agradable letargo.


–¿Y sobre qué quieres que hable?


–Sobre ti. Quiero que me hables sobre ti.


A pesar de que él no la estaba mirando, Paula se sonrojó. 


Su voz… ¿Sabía Pedro lo sensual que resultaba?


–Soy una persona muy aburrida –comentó ella, riendo–. Además, ya sabes todo lo básico. Mis hermanos, mi padre…


–Entonces, pasemos de lo básico. Dime lo que te empujó a probarte ese vestido.


–No quiero hablar de eso –replicó Paula con incomodidad–. Ya me he disculpado y preferiría que dejáramos el tema y fingiéramos que nunca ha ocurrido. Fue un error.


–Estás muy avergonzada.


–Por supuesto que sí.


–No tienes por qué. Y yo no quiero husmear. Simplemente, estoy tratando de hablar de cualquier cosa que me ayude a no pensar lo que está ocurriendo en este momento con Raquel.


De repente, Paula sintió que se desinflaba. Mientras que ella estaba subida en su caballo, defendiendo su postura y tratando de contener la curiosidad natural de él, Pedro se encontraba en la incómoda situación de tener que abrir la puerta de su pasado para permitirle a ella entrar.


¿Acaso era de extrañar que se sintiera desesperado por olvidarse de la situación en la que se encontraba?


–Yo… No sé por qué me lo probé –dijo–. En realidad, sí lo sé. Jamás me gustaron los vestidos cuando era una adolescente. Eran para otras chicas y no para mí.


–Porque te faltaba la mano de una madre. Además, tenías cinco hermanos. Recuerdo cómo era yo y cómo eran mis amigos con catorce años. No éramos nada sensibles. Estoy seguro de que te lo hicieron pasar muy mal.


Paula se echó a reír.


–Y el resto. En cualquier caso, tuve un encuentro muy desafortunado con una mini falda y, después de eso, decidí que sería mejor no volver a ponerme esa clase de ropa. Además, a la edad de catorce años yo ya era mucho más alta que el resto de las chicas de mi clase. No quería llamar la atención por mi altura por ningún motivo, y mucho menos poniéndome vestidos y faldas cortas.


Pedro abrió lentamente los ojos y la miró por fin.


Paula tenía la piel como la seda. Ella aún no había utilizado la piscina, pero el hecho de sentarse al aire libre por las tardes le había dado a su rostro un aspecto dorado que le sentaba muy bien.


–Ya no tienes catorce años –dijo.


Paula no supo qué decir. No podía hablar ni moverse. Tan solo podía mirarlo y ver cómo la observaba.


–No… Supongo que no…


–Pero sigues sin ponerte faldas cortas.


–Resulta difícil desprenderse de lo hábitos de antaño.


Paula trató de apartar la mirada. No pudo hacerlo.


–Bueno, no tengo necesidad alguna de vestirme así para la clase de trabajo que hago. Los vaqueros y los jerséis me bastan.


–No le haces justicia a tu cuerpo.


Miró el reloj. En parte, había dejado su trabajo para ir ver a Paula y saber si ella había encontrado algo, pero también porque debía marcharse a Londres para una reunión.




jueves, 14 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 6




Paula lo observaba completamente hipnotizada por la elegancia de sus movimientos. Además, el vino y la oscuridad que reinaba en el exterior le proporcionaban un agradable sopor. Tomó la copa entre los dedos y lo observó atentamente.


Él no la estaba mirando. Se concentraba en no derramar la comida. Tenía la expresión de alguien que está poco acostumbrado a realizar aquel tipo de tareas.


–No pareces muy cómodo con el cucharón –comentó ella.


Pedro la miró y vio que ella estaba observándolo atentamente mientras jugueteaba con un colgante que llevaba enganchado a una cadena de oro. De repente, sin razón alguna, la respiración se le aceleró y el calor se apoderó de su cuerpo con una fuerza inesperada. Su libido, que no había despertado en los últimos dos meses, cobró vida con tanta urgencia que él tuvo que contener el aliento.


Sabía que Paula no estaba tratando de seducirlo, pero, de algún modo, podía sentir que así era.


–Me apuesto algo a que no cocinas mucho para ti.


–¿Cómo dices? –preguntó –Pedro, tratando de controlarse. 


Una erección se apretaba contra la cremallera del pantalón, firme y dolorosa. Fue un gran alivio volver a sentarse.


–He dicho que no parece que te resulte familiar manejar cacerolas y cazos –dijo Paula mientras empezaba a comer el estofado, que estaba delicioso.


Deberían estar hablando de trabajo, pero el vino le había hecho sentirse muy relajada y había permitido que su curiosidad se hiciera cargo de la conversación. Debería haberse reprimido, porque la curiosidad tenía sus peligros, pero como estaba algo contenta por el vino, quería saber algo más sobre él.


–No, no suelo cocinar.


–Supongo que siempre puedes hacer que otro cocine por ti. Chefs de categoría, amas de llaves o tal vez simplemente tus novias.


Se preguntó cómo serían sus novias. Tal vez su matrimonio había sido complicado y había terminado en divorcio, pero seguramente habría tenido muchas novias.


–No dejo que las mujeres se acerquen a mi cocina –comentó él.


Le divertía la curiosidad que ella mostraba. Con un poco de alcohol en el cuerpo, Paula parecía más relajada, menos a la defensiva.


La erección aún seguía palpitándole entre las piernas. No podía evitar mirarle la boca y más abajo, donde el escote de la camiseta le permitía ver el inicio de las clavículas y la promesa de los delicados senos. No tenía mucho pecho y lo poco que se adivinaba jamás se dejaba ver.


–¿Por qué? ¿Es que nunca sales con mujeres a las que les guste cocinar?


–No les pregunto nunca si les gusta cocinar o no –respondió él secamente mientras se terminaba el vino y se servía otra copa–. He descubierto que, en el momento en el que una mujer empieza a hablar de lo maravillosa que es la comida casera, ese hecho marca el fin de la relación.


–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella muy sorprendida.


–Que lo último que necesito es que alguien trate de demostrar que es una diosa doméstica en mi cocina. Prefiero que las mujeres con las que salgo no se acomoden demasiado.


–¿Por si empiezan a pensar en la permanencia?


–Eso me hace pensar de nuevo en lo que quería decir.


Aquel turbador momento de intensa atracción sexual comenzó a remitir poco a poco. Pedro se preguntó cómo había sido posible que surgiera. Paula no se parecía en nada a las mujeres con las que él salía. Podría ser que su inteligencia o el extraño papel que ocupaba como receptora de información, papel que ninguna otra mujer había tenido, junto a lo diferente que era su aspecto, hubieran creado una enrevesada conspiración en su contra.


Además, su conversación tenía una cierta intimidad que podría haber pasado a formar parte de la mezcla y se hubiera convertido en una poderosa magia dañina. Lo peor era que, en su interior, una vocecita le preguntaba qué iba a hacer al respecto.


–Tengo una gran cantidad de correspondencia guardada que podría resultar muy dañina.


–¿Correspondencia?


–Sí, cartas, de las de toda la vida.


–¿Relacionadas con tus empresas?


–No. No están relacionadas con mi empresa, así que puedes dejar de pensar que has descubierto algo podrido. Ya te dije que, en mis negocios, soy completamente legal.


Paula lanzó un largo suspiro de alivio. Se habría sentido muy incómoda si él hubiera confesado algo oscuro, en especial considerando que estaba a solas con él en su casa. Por supuesto, no tenía nada que ver con el hecho de que ella se habría sentido desilusionada en él como hombre si hubiera formado parte de algo ilegal.


–Entonces, ¿de qué se trata? ¿Qué relevancia puede tener para el caso?


–Esto podría hacerle mucho daño a mi hija. Ciertamente, si llegara a oídos de la prensa, me molestaría mucho. Si te lo cuento, podría venirte bien para descubrir si estos correos tienen algo que ver con este tema.


–Tienes demasiada confianza en mis habilidades. Tal vez se me dé bien mi trabajo, pero no hago milagros.


–Bueno, se me ocurrió que podría haber referencias en los correos que podrían señalar a una dirección concreta.


–Y te parece que tengo que saber la dirección que podrían señalar para que pueda entender de qué va todo esto.


–Algo por el estilo.


–¿Y es que no lo has visto tú ya?


–He de reconocer que leí esos correos atentamente por primera vez el día en el que te contraté. Antes de eso, me había limitado a guardarlos, pero sin haberlos examinado en profundidad. No puedo estar seguro, pero tenemos que cubrir todas las posibilidades.


–¿Y si encuentro algún vínculo?


–Entonces, sabré qué opciones tengo en lo que se refiere al autor de esos correos.


Paula suspiró y se revolvió el cabello con los dedos.


–¿Sabes? Nunca antes me había visto en una situación como esta.


–Pero has tenido un par de situaciones comprometidas.


–No tan complicadas como esta. Esas situaciones comprometidas de las que hablas implican amigos de amigos que imaginan que puedo descubrir aventuras matrimoniales pinchando los ordenadores.


–¿Y esto?


–Aquí hay muchas capas o por lo menos eso es lo que me parece.


Y no estaba segura de querer descubrirlas. Le molestaba que él pudiera ejercer un efecto tal sobre ella, hasta el punto de conseguir que ella se tomara vacaciones para ayudarlo. 


Además, no podía dejar de mirarlo… Por supuesto, Pedro era muy guapo, pero, normalmente, en lo que se refería a los hombres ella era muy sensata y aquel estaba fuera de sus límites. El abismo que los separaba era tan grande que podrían estar viviendo en planetas diferentes.


Sin embargo, sus ojos no hacían más que buscarlo, lo que le preocupaba enormemente.


–Tuve más de una razón para divorciarme de mi esposa –dijo él después de unos instantes.


Dudó de nuevo, porque jamás compartía confidencias con nadie. Desde la edad de dieciocho años había aprendido a guardarse sus opiniones. En primer lugar, por vergüenza por haber sido engañado por una chica con la que tan solo llevaba saliendo unos meses, una chica que le había hecho creer que estaba tomando la píldora. Más tarde, cuando, como era de esperar, el matrimonio fracasó, él había desarrollado una sorprendente habilidad para ocultar sus sentimientos y sus pensamientos. Era su manera de protegerse contra el sexo opuesto y no volver a cometer un nuevo error.


Sin embargo, en aquellos momentos…


Paula lo miraba con sus inteligentes ojos. Se recordó que no necesitaba protección contra aquella mujer porque ella no poseía motivos ocultos.


–Bianca no solo me engañó para conseguir casarse conmigo, sino que también consiguió engañarme y hacerme creer que estaba enamorada de mí.


–Eras tan solo un muchacho… Esas cosas ocurren.


–¿Y por qué lo sabes tú?


–En realidad no lo sé. Yo no era una de esas chicas a las que los chicos hacían creer que estaban enamorados. Sigue.


Pedro la miró fijamente. Estuvo a punto de preguntarle sobre aquella afirmación, pero no lo hizo.


–Nos casamos y, poco después de que Raquel naciera, mi esposa empezó a coquetear con otros hombres. Al principio lo hacía discretamente, pero eso no duró mucho. Nos movíamos en ciertos círculos y tratar de averiguar con quién se quería acostar ella y cuándo se le insinuaría se convirtió en algo muy aburrido.


–Debió de ser horrible para ti…


–No fue algo maravilloso –admitió él.


–¡Por supuesto que no! A ninguna edad, pero mucho menos cuando prácticamente eres un niño y no estás preparado para enfrentarte a esa clase de desilusión.


–No… –susurró él. Entonces, se encogió de hombros.


–Entiendo perfectamente por qué quieres proteger a tu hija para que no sepa que su madre era… promiscua.


–Aún hay más –declaró él–. Cuando nuestro matrimonio estaba tocando fondo, durante una de nuestras peleas, Bianca implicó que Raquel no era hija mía. Después, se
retractó y dijo que no sabía lo que decía. Solo Dios lo sabe. Probablemente se dio cuenta de que Raquel era su único modo de conseguir mi dinero y lo último que iba a hacer era poner en peligro su fuente de ingresos. Sin embargo, las palabras ya estaban dichas y, por lo que a mí se refería, ya no se podían borrar.


–Lo entiendo…


–Un día, cuando ella se marchó de compras, yo regresé pronto de mi trabajo y decidí, siguiendo un impulso, registrar sus cajones. A estas alturas ya dormíamos en habitaciones separadas. Encontré un montón de cartas, todas del mismo hombre, un chico al que conoció con dieciséis años cuando estaba de vacaciones en Mallorca. Un amor de juventud. Enternecedor, ¿no te parece? Mantuvieron el contacto y ella siguió viéndolo cuando estaba casada conmigo. Por lo que leí entre líneas, deduje que él era el hijo de un pescador pobre, alguien a quien los padres de Bianca no habrían recibido con los brazos abiertos.


–No.


–El estilo de vida de los ricos y famosos –se mofó él–. Supongo que te alegras de no ser uno de los más privilegiados.


–En realidad, nunca lo he pensado mucho, pero ahora que lo dices… –comentó, con una sonrisa.


–No sé si la aventura terminó cuando el comportamiento de Bianca se descontroló aún más, pero ciertamente me hizo preguntarme si ella habría dicho la verdad cuando me comentó que Raquel no era en realidad mi hija biológica. No era que me importara en absoluto, pero…


–Supongo que querrías saber la verdad.


–Sí. Las pruebas demostraron sin lugar a dudas que Raquel era mi hija, pero supongo que comprenderás por qué esta información podría ser muy destructiva si viera la luz, en especial considerando la pobre relación que tengo con mi hija. Podría ser catastrófica. Raquel siempre dudaría de mi amor si pensara que yo me había hecho la prueba de paternidad para demostrar que era mía. Ciertamente, destruiría los recuerdos felices que tiene de su madre. A mí no me gustaría privarle a Raquel de sus recuerdos.


–Sin embargo, si esta información se mantuvo siempre en privado y aparecía solo en cartas manuscritas, no veo cómo se puede haber enterado alguien. No obstante, veré si encuentro algún nombre o cualquier detalle que pueda indicar que esta podría ser la base de las amenazas. Bueno, creo que debería irme a la cama –añadió de repente mientras se ponía en pie.


–Pero si ni siquiera son las nueve y media.


–Me gusta irme temprano a la cama –dijo, con incomodidad. 


Deseaba marcharse, pero tenía los pies clavados al suelo.


–Yo jamás he hablado tanto sobre mí mismo –murmuró Pedro. Resultaba evidente que estaba completamente perplejo–. No forma parte de mi modo de ser. Soy un hombre muy reservado, por lo tanto, no deseo que lo que te acabo de contar salga de las paredes de esta habitación.


–Por supuesto que no –le aseguró Paula vigorosamente–. Además, ¿a quién se lo diría yo?


–Si alguien pudiera considerar chantajearme por esta información, a ti se te podría ocurrir lo mismo.


Era una deducción completamente lógica. Sin embargo, Pedro se sintió muy incómodo por habérselo dicho tan claramente. Notó que las mejillas de Paula se
ruborizaban por la ira. Se contuvo para no disculparse por ser más directo de lo que era estrictamente necesario.


–Me estás diciendo que no confías en mí.


–Te estoy diciendo que te guardes todo esto para ti. Nada de cotilleos de chicas en los aseos del trabajo o cuando te tomes una copa de vino con tus amigas. Y, ciertamente, nada de conversaciones de almohada con quien termines compartiendo tu cama.


–Gracias por decírmelo tan claramente –dijo Paula fríamente–, pero sé muy bien cómo guardar un secreto y entiendo perfectamente que es esencial para ti que no se sepa nada de esto. Si tienes una hoja de papel, puedes redactarlo y te lo firmaré aquí mismo.


–¿Redactarlo?


–Sí. Estaré encantada de firmar las cláusulas que consideres necesarias para asegurarte mi silencio. Si revelo una sola palabra de lo que hemos hablado aquí, tienes mi permiso para mandarme a la cárcel y arrojar la llave.


–Pensaba que habías dicho que no te gustaba el melodrama.


–Me siento insultada por el hecho de que tú puedas pensar que yo rompería la confianza que has depositado en mí para que pueda hacer mi trabajo y que creas que no seré capaz de guardarme todos estos detalles.


Pedro se levantó para preparar café. Sintió cómo el ambiente se transformaba, del mismo modo que un felino es capaz de sentir la presencia de una presa con un simple cambio de viento. Las miradas de ambos se cruzaron y algo dentro de él, algo que se relacionaba con el instinto, le hizo darse cuenta que, por muy hiriente y mordaz que fuera el tono de voz de Paula, ella estaba en sintonía con él en más de un sentido. Y uno de esos sentidos era el terreno sexual…


–Soy un hombre acostumbrado a tomar precauciones –murmuró con voz ronca.


–Lo entiendo –dijo ella. Sobre todo después de lo que le acababa de contar. Era normal que quisiera asegurarse de que ella no pensaba aprovecharse de todo lo que le había contado. Por lo tanto, él estaba en lo cierto. ¿Por qué debería sorprenderse?


Lo que había ocurrido era que, en aquel ambiente de confidencias, ella había decidido ignorar la realidad. Pedro no le había contado todo aquello porque ella fuera especial. Se lo había contado porque era necesario para que ella realizara más fácilmente su tarea.


–¿De verdad?


–Por supuesto –dijo ella–. Simplemente, no estoy acostumbrada a que se desconfíe de mí. Soy una de las personas más fiables que conozco en lo que se refiere a guardar un secreto.


–¿En serio?


Pocos centímetros los separaban en aquel instante. Pedro sentía el calor que emanaba de ella y volvió a preguntarse si su instinto estaría en lo cierto cuando parecía indicarle que no le era tan indiferente a Paula como ella quería aparentar.


–¡Sí! –exclamó ella con una carcajada–. Cuando yo era una adolescente, era la persona a la que todos los chicos le contaban sus secretos. Sabían que yo jamás revelaría que les gustaba una chica o que me habían pedido consejo para impresionar…


–Está bien. Tú ganas.


–¿Significa eso que no me vas a pedir que firme nada?


–No. No tendrás que vivir con el temor de que yo te pueda mandar a la cárcel y arrojar la llave si me da la gana –susurró mientras bajaba los ojos para observar el abultamiento casi invisible de sus senos por debajo de la amplia camiseta.


–Te lo agradezco. Creo que no me habría resultado fácil trabajar para alguien que no confía en mí. En ese caso, empezaré a primera hora de la mañana –dijo ella. De repente, se había dado cuenta de lo cerca que estaban sus cuerpos, por lo que se apartó ligeramente–. Si no te importa, te agradecería que me llevaras hasta el ordenador y yo me pasaré toda la mañana con él. Por la tarde, comenzaré a examinar las cosas de tu hija. No es necesario que le pidas a tu ama de llaves que me prepare el almuerzo. Normalmente, como cualquier cosa. Te podré contar lo que haya descubierto cuando regreses por la noche o, si decides quedarte en Londres, te llamaré por teléfono.


Pedro afirmó con la cabeza. Tal vez no habría necesidad de todo eso. Tal vez se quedaría allí, en el campo. Resultaba mucho más relajante y mucho más útil en caso de que ella lo necesitara…