jueves, 14 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 6




Paula lo observaba completamente hipnotizada por la elegancia de sus movimientos. Además, el vino y la oscuridad que reinaba en el exterior le proporcionaban un agradable sopor. Tomó la copa entre los dedos y lo observó atentamente.


Él no la estaba mirando. Se concentraba en no derramar la comida. Tenía la expresión de alguien que está poco acostumbrado a realizar aquel tipo de tareas.


–No pareces muy cómodo con el cucharón –comentó ella.


Pedro la miró y vio que ella estaba observándolo atentamente mientras jugueteaba con un colgante que llevaba enganchado a una cadena de oro. De repente, sin razón alguna, la respiración se le aceleró y el calor se apoderó de su cuerpo con una fuerza inesperada. Su libido, que no había despertado en los últimos dos meses, cobró vida con tanta urgencia que él tuvo que contener el aliento.


Sabía que Paula no estaba tratando de seducirlo, pero, de algún modo, podía sentir que así era.


–Me apuesto algo a que no cocinas mucho para ti.


–¿Cómo dices? –preguntó –Pedro, tratando de controlarse. 


Una erección se apretaba contra la cremallera del pantalón, firme y dolorosa. Fue un gran alivio volver a sentarse.


–He dicho que no parece que te resulte familiar manejar cacerolas y cazos –dijo Paula mientras empezaba a comer el estofado, que estaba delicioso.


Deberían estar hablando de trabajo, pero el vino le había hecho sentirse muy relajada y había permitido que su curiosidad se hiciera cargo de la conversación. Debería haberse reprimido, porque la curiosidad tenía sus peligros, pero como estaba algo contenta por el vino, quería saber algo más sobre él.


–No, no suelo cocinar.


–Supongo que siempre puedes hacer que otro cocine por ti. Chefs de categoría, amas de llaves o tal vez simplemente tus novias.


Se preguntó cómo serían sus novias. Tal vez su matrimonio había sido complicado y había terminado en divorcio, pero seguramente habría tenido muchas novias.


–No dejo que las mujeres se acerquen a mi cocina –comentó él.


Le divertía la curiosidad que ella mostraba. Con un poco de alcohol en el cuerpo, Paula parecía más relajada, menos a la defensiva.


La erección aún seguía palpitándole entre las piernas. No podía evitar mirarle la boca y más abajo, donde el escote de la camiseta le permitía ver el inicio de las clavículas y la promesa de los delicados senos. No tenía mucho pecho y lo poco que se adivinaba jamás se dejaba ver.


–¿Por qué? ¿Es que nunca sales con mujeres a las que les guste cocinar?


–No les pregunto nunca si les gusta cocinar o no –respondió él secamente mientras se terminaba el vino y se servía otra copa–. He descubierto que, en el momento en el que una mujer empieza a hablar de lo maravillosa que es la comida casera, ese hecho marca el fin de la relación.


–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella muy sorprendida.


–Que lo último que necesito es que alguien trate de demostrar que es una diosa doméstica en mi cocina. Prefiero que las mujeres con las que salgo no se acomoden demasiado.


–¿Por si empiezan a pensar en la permanencia?


–Eso me hace pensar de nuevo en lo que quería decir.


Aquel turbador momento de intensa atracción sexual comenzó a remitir poco a poco. Pedro se preguntó cómo había sido posible que surgiera. Paula no se parecía en nada a las mujeres con las que él salía. Podría ser que su inteligencia o el extraño papel que ocupaba como receptora de información, papel que ninguna otra mujer había tenido, junto a lo diferente que era su aspecto, hubieran creado una enrevesada conspiración en su contra.


Además, su conversación tenía una cierta intimidad que podría haber pasado a formar parte de la mezcla y se hubiera convertido en una poderosa magia dañina. Lo peor era que, en su interior, una vocecita le preguntaba qué iba a hacer al respecto.


–Tengo una gran cantidad de correspondencia guardada que podría resultar muy dañina.


–¿Correspondencia?


–Sí, cartas, de las de toda la vida.


–¿Relacionadas con tus empresas?


–No. No están relacionadas con mi empresa, así que puedes dejar de pensar que has descubierto algo podrido. Ya te dije que, en mis negocios, soy completamente legal.


Paula lanzó un largo suspiro de alivio. Se habría sentido muy incómoda si él hubiera confesado algo oscuro, en especial considerando que estaba a solas con él en su casa. Por supuesto, no tenía nada que ver con el hecho de que ella se habría sentido desilusionada en él como hombre si hubiera formado parte de algo ilegal.


–Entonces, ¿de qué se trata? ¿Qué relevancia puede tener para el caso?


–Esto podría hacerle mucho daño a mi hija. Ciertamente, si llegara a oídos de la prensa, me molestaría mucho. Si te lo cuento, podría venirte bien para descubrir si estos correos tienen algo que ver con este tema.


–Tienes demasiada confianza en mis habilidades. Tal vez se me dé bien mi trabajo, pero no hago milagros.


–Bueno, se me ocurrió que podría haber referencias en los correos que podrían señalar a una dirección concreta.


–Y te parece que tengo que saber la dirección que podrían señalar para que pueda entender de qué va todo esto.


–Algo por el estilo.


–¿Y es que no lo has visto tú ya?


–He de reconocer que leí esos correos atentamente por primera vez el día en el que te contraté. Antes de eso, me había limitado a guardarlos, pero sin haberlos examinado en profundidad. No puedo estar seguro, pero tenemos que cubrir todas las posibilidades.


–¿Y si encuentro algún vínculo?


–Entonces, sabré qué opciones tengo en lo que se refiere al autor de esos correos.


Paula suspiró y se revolvió el cabello con los dedos.


–¿Sabes? Nunca antes me había visto en una situación como esta.


–Pero has tenido un par de situaciones comprometidas.


–No tan complicadas como esta. Esas situaciones comprometidas de las que hablas implican amigos de amigos que imaginan que puedo descubrir aventuras matrimoniales pinchando los ordenadores.


–¿Y esto?


–Aquí hay muchas capas o por lo menos eso es lo que me parece.


Y no estaba segura de querer descubrirlas. Le molestaba que él pudiera ejercer un efecto tal sobre ella, hasta el punto de conseguir que ella se tomara vacaciones para ayudarlo. 


Además, no podía dejar de mirarlo… Por supuesto, Pedro era muy guapo, pero, normalmente, en lo que se refería a los hombres ella era muy sensata y aquel estaba fuera de sus límites. El abismo que los separaba era tan grande que podrían estar viviendo en planetas diferentes.


Sin embargo, sus ojos no hacían más que buscarlo, lo que le preocupaba enormemente.


–Tuve más de una razón para divorciarme de mi esposa –dijo él después de unos instantes.


Dudó de nuevo, porque jamás compartía confidencias con nadie. Desde la edad de dieciocho años había aprendido a guardarse sus opiniones. En primer lugar, por vergüenza por haber sido engañado por una chica con la que tan solo llevaba saliendo unos meses, una chica que le había hecho creer que estaba tomando la píldora. Más tarde, cuando, como era de esperar, el matrimonio fracasó, él había desarrollado una sorprendente habilidad para ocultar sus sentimientos y sus pensamientos. Era su manera de protegerse contra el sexo opuesto y no volver a cometer un nuevo error.


Sin embargo, en aquellos momentos…


Paula lo miraba con sus inteligentes ojos. Se recordó que no necesitaba protección contra aquella mujer porque ella no poseía motivos ocultos.


–Bianca no solo me engañó para conseguir casarse conmigo, sino que también consiguió engañarme y hacerme creer que estaba enamorada de mí.


–Eras tan solo un muchacho… Esas cosas ocurren.


–¿Y por qué lo sabes tú?


–En realidad no lo sé. Yo no era una de esas chicas a las que los chicos hacían creer que estaban enamorados. Sigue.


Pedro la miró fijamente. Estuvo a punto de preguntarle sobre aquella afirmación, pero no lo hizo.


–Nos casamos y, poco después de que Raquel naciera, mi esposa empezó a coquetear con otros hombres. Al principio lo hacía discretamente, pero eso no duró mucho. Nos movíamos en ciertos círculos y tratar de averiguar con quién se quería acostar ella y cuándo se le insinuaría se convirtió en algo muy aburrido.


–Debió de ser horrible para ti…


–No fue algo maravilloso –admitió él.


–¡Por supuesto que no! A ninguna edad, pero mucho menos cuando prácticamente eres un niño y no estás preparado para enfrentarte a esa clase de desilusión.


–No… –susurró él. Entonces, se encogió de hombros.


–Entiendo perfectamente por qué quieres proteger a tu hija para que no sepa que su madre era… promiscua.


–Aún hay más –declaró él–. Cuando nuestro matrimonio estaba tocando fondo, durante una de nuestras peleas, Bianca implicó que Raquel no era hija mía. Después, se
retractó y dijo que no sabía lo que decía. Solo Dios lo sabe. Probablemente se dio cuenta de que Raquel era su único modo de conseguir mi dinero y lo último que iba a hacer era poner en peligro su fuente de ingresos. Sin embargo, las palabras ya estaban dichas y, por lo que a mí se refería, ya no se podían borrar.


–Lo entiendo…


–Un día, cuando ella se marchó de compras, yo regresé pronto de mi trabajo y decidí, siguiendo un impulso, registrar sus cajones. A estas alturas ya dormíamos en habitaciones separadas. Encontré un montón de cartas, todas del mismo hombre, un chico al que conoció con dieciséis años cuando estaba de vacaciones en Mallorca. Un amor de juventud. Enternecedor, ¿no te parece? Mantuvieron el contacto y ella siguió viéndolo cuando estaba casada conmigo. Por lo que leí entre líneas, deduje que él era el hijo de un pescador pobre, alguien a quien los padres de Bianca no habrían recibido con los brazos abiertos.


–No.


–El estilo de vida de los ricos y famosos –se mofó él–. Supongo que te alegras de no ser uno de los más privilegiados.


–En realidad, nunca lo he pensado mucho, pero ahora que lo dices… –comentó, con una sonrisa.


–No sé si la aventura terminó cuando el comportamiento de Bianca se descontroló aún más, pero ciertamente me hizo preguntarme si ella habría dicho la verdad cuando me comentó que Raquel no era en realidad mi hija biológica. No era que me importara en absoluto, pero…


–Supongo que querrías saber la verdad.


–Sí. Las pruebas demostraron sin lugar a dudas que Raquel era mi hija, pero supongo que comprenderás por qué esta información podría ser muy destructiva si viera la luz, en especial considerando la pobre relación que tengo con mi hija. Podría ser catastrófica. Raquel siempre dudaría de mi amor si pensara que yo me había hecho la prueba de paternidad para demostrar que era mía. Ciertamente, destruiría los recuerdos felices que tiene de su madre. A mí no me gustaría privarle a Raquel de sus recuerdos.


–Sin embargo, si esta información se mantuvo siempre en privado y aparecía solo en cartas manuscritas, no veo cómo se puede haber enterado alguien. No obstante, veré si encuentro algún nombre o cualquier detalle que pueda indicar que esta podría ser la base de las amenazas. Bueno, creo que debería irme a la cama –añadió de repente mientras se ponía en pie.


–Pero si ni siquiera son las nueve y media.


–Me gusta irme temprano a la cama –dijo, con incomodidad. 


Deseaba marcharse, pero tenía los pies clavados al suelo.


–Yo jamás he hablado tanto sobre mí mismo –murmuró Pedro. Resultaba evidente que estaba completamente perplejo–. No forma parte de mi modo de ser. Soy un hombre muy reservado, por lo tanto, no deseo que lo que te acabo de contar salga de las paredes de esta habitación.


–Por supuesto que no –le aseguró Paula vigorosamente–. Además, ¿a quién se lo diría yo?


–Si alguien pudiera considerar chantajearme por esta información, a ti se te podría ocurrir lo mismo.


Era una deducción completamente lógica. Sin embargo, Pedro se sintió muy incómodo por habérselo dicho tan claramente. Notó que las mejillas de Paula se
ruborizaban por la ira. Se contuvo para no disculparse por ser más directo de lo que era estrictamente necesario.


–Me estás diciendo que no confías en mí.


–Te estoy diciendo que te guardes todo esto para ti. Nada de cotilleos de chicas en los aseos del trabajo o cuando te tomes una copa de vino con tus amigas. Y, ciertamente, nada de conversaciones de almohada con quien termines compartiendo tu cama.


–Gracias por decírmelo tan claramente –dijo Paula fríamente–, pero sé muy bien cómo guardar un secreto y entiendo perfectamente que es esencial para ti que no se sepa nada de esto. Si tienes una hoja de papel, puedes redactarlo y te lo firmaré aquí mismo.


–¿Redactarlo?


–Sí. Estaré encantada de firmar las cláusulas que consideres necesarias para asegurarte mi silencio. Si revelo una sola palabra de lo que hemos hablado aquí, tienes mi permiso para mandarme a la cárcel y arrojar la llave.


–Pensaba que habías dicho que no te gustaba el melodrama.


–Me siento insultada por el hecho de que tú puedas pensar que yo rompería la confianza que has depositado en mí para que pueda hacer mi trabajo y que creas que no seré capaz de guardarme todos estos detalles.


Pedro se levantó para preparar café. Sintió cómo el ambiente se transformaba, del mismo modo que un felino es capaz de sentir la presencia de una presa con un simple cambio de viento. Las miradas de ambos se cruzaron y algo dentro de él, algo que se relacionaba con el instinto, le hizo darse cuenta que, por muy hiriente y mordaz que fuera el tono de voz de Paula, ella estaba en sintonía con él en más de un sentido. Y uno de esos sentidos era el terreno sexual…


–Soy un hombre acostumbrado a tomar precauciones –murmuró con voz ronca.


–Lo entiendo –dijo ella. Sobre todo después de lo que le acababa de contar. Era normal que quisiera asegurarse de que ella no pensaba aprovecharse de todo lo que le había contado. Por lo tanto, él estaba en lo cierto. ¿Por qué debería sorprenderse?


Lo que había ocurrido era que, en aquel ambiente de confidencias, ella había decidido ignorar la realidad. Pedro no le había contado todo aquello porque ella fuera especial. Se lo había contado porque era necesario para que ella realizara más fácilmente su tarea.


–¿De verdad?


–Por supuesto –dijo ella–. Simplemente, no estoy acostumbrada a que se desconfíe de mí. Soy una de las personas más fiables que conozco en lo que se refiere a guardar un secreto.


–¿En serio?


Pocos centímetros los separaban en aquel instante. Pedro sentía el calor que emanaba de ella y volvió a preguntarse si su instinto estaría en lo cierto cuando parecía indicarle que no le era tan indiferente a Paula como ella quería aparentar.


–¡Sí! –exclamó ella con una carcajada–. Cuando yo era una adolescente, era la persona a la que todos los chicos le contaban sus secretos. Sabían que yo jamás revelaría que les gustaba una chica o que me habían pedido consejo para impresionar…


–Está bien. Tú ganas.


–¿Significa eso que no me vas a pedir que firme nada?


–No. No tendrás que vivir con el temor de que yo te pueda mandar a la cárcel y arrojar la llave si me da la gana –susurró mientras bajaba los ojos para observar el abultamiento casi invisible de sus senos por debajo de la amplia camiseta.


–Te lo agradezco. Creo que no me habría resultado fácil trabajar para alguien que no confía en mí. En ese caso, empezaré a primera hora de la mañana –dijo ella. De repente, se había dado cuenta de lo cerca que estaban sus cuerpos, por lo que se apartó ligeramente–. Si no te importa, te agradecería que me llevaras hasta el ordenador y yo me pasaré toda la mañana con él. Por la tarde, comenzaré a examinar las cosas de tu hija. No es necesario que le pidas a tu ama de llaves que me prepare el almuerzo. Normalmente, como cualquier cosa. Te podré contar lo que haya descubierto cuando regreses por la noche o, si decides quedarte en Londres, te llamaré por teléfono.


Pedro afirmó con la cabeza. Tal vez no habría necesidad de todo eso. Tal vez se quedaría allí, en el campo. Resultaba mucho más relajante y mucho más útil en caso de que ella lo necesitara…






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