jueves, 30 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 19




Bettina seguía en el restaurante a pesar de que Pedro y Paula llegaron con casi una hora de retraso.


—Lo siento, mamá —Pedro le besó la mejilla—. Te presento a Paula.


—Señora Alfonso, es un placer —Paula le estrechó la mano y se sentó—. Sus vaqueros son mis preferidos. Ajustan divinamente, y son una de las razones que me llevaron a aprender a coser de adolescente.


Pedro temió que se hubiera pasado un poco, pero el rostro de Paula exudaba sinceridad.


—Llámame Bettina —la mujer sonrió resplandeciente—. Me alegra conocerte al fin. Voy a matar a Pedro por no presentarnos la otra noche durante la gala.


—¡Mamá!


—Sé a qué te refieres —Paula cortó la protesta de Pedro—. Me sentí muy defraudada cuando me sacó de allí al poco de llegar. No podía esperar para tenerme a solas.


Pedro soltó un juramento y llamó al camarero. Las mujeres siguieron enfrascadas en la conversación que, al parecer, no lo incluía a él.


—Ya me imagino —Bettina rio—. Ya me di cuenta de que no apartaba los ojos de ti.


—¿En serio? —la mano de Paula encontró el muslo de su esposo.


Esa no era la cena que él se había imaginado. El travieso gesto de Paula lo había incendiado por dentro. La idea que tenía su esposa acerca de la vida no solía coincidir con la suya.


—Ya basta de tanta gala —no estaba colgado por Paula, tal y como su madre parecía insinuar. Si la había mirado tan atentamente era porque estaba hablando con Valeria.


—Deberías haberme dicho que era tu esposa —su madre pidió una carísima botella de vino—. ¿Te gusta trabajar en Alfonso?


—Le falta alma —Paula arrugó la nariz—. Los diseños son buenos, pero no geniales. Se nota que la gente trabaja allí solo por dinero.


—No podría estar más de acuerdo —Bettina miró a su nuera atentamente—. ¿Dónde estudiaste?


—Paula no fue a la universidad —aclaró Pedro, harto de ser excluido de la conversación.


La mirada asesina de su esposa casi le provocó una quemadura. La mano abandonó el muslo y él deseó que regresara a su lugar.


—Estaba hablándome a mí —Paula le clavó una uña en el brazo a Pedro. Era evidente que no le había gustado la interrupción—. Tú has disfrutado de su atención durante unos treinta años. Ahora me toca a mí —se volvió a Bettina—. Mi hermana es diseñadora y llevo trabajando para ella un par de años. Aparte de eso, soy autodidacta.


La conversación continuó mientras Pedro se consolaba con el vino.


¿Por qué estaba tan furioso? Era justo lo que le había pedido que hiciera.


Pero no había esperado que lo hiciera tan bien.


Ni que a su madre le gustara tanto su mujer. ¿Cómo iba a darle a Bettina la noticia del divorcio cuando se produjera? 


Odiaba no ser capaz de anticiparse a una situación.


Se centró en el filete con espárragos mientras esperaba que la cena concluyera para poder llevarse a Paula de regreso al hotel para recoger sus cosas.


No iba a resultarle fácil concederle espacio en su casa. 


Jamás había vivido con una mujer, y los últimos seis meses los había dedicado a imaginarse compartiendo el apartamento con Meiling. Ella sí habría respetado su privacidad. Jamás se le hubiera ocurrido entrar en el cuarto de baño con unas tenazas en una mano y un dónut en la otra, vestida únicamente con una bata.


La vez que Paula había hecho algo así, había acabado lamiendo el relleno del dónut de sus pechos.


A lo mejor le permitiría volver a hacerlo alguna vez.


—¿No te parece, Pedro?


—Eh ¿cómo? —algo se había perdido mientras fantaseaba con el dónut.


—Tu madre me hablaba de la innovadora alianza que lograste con el Canal Estilo —Paula enarcó las cejas—. Es evidente que has heredado el sentido de la moda y los negocios de tu madre. Y la capacidad para prestar atención, de tu padre.


Bettina soltó una carcajada. Pedro no recordaba la última vez que le había oído reír así.


—Cariño, tú yo nos vamos a llevar muy bien —anunció la mujer a Paula—. En cuanto a ti —se volvió a Pedro—, te perdono la vida por casarte con una mujer tan extraordinaria.


«Misión cumplida», pensó Pedro con amargura mientras decidía mantener la boca cerrada durante el resto de la cena.


Y casi lo consiguió, hasta que Paula y él entraron en el coche.


—Pagaré la cuenta y te ayudaré a recoger tus cosas —sugirió—. Podrás aprovechar el fin de semana para instalarte.


—¿Eres consciente de lo que me acabas de proponer? —ella sonrió—. Soy una chica, y tengo un montón de cosas.


—Es lo menos que puedo hacer —Pedro desvió la mirada de las bonitas piernas, pero no consiguió que disminuyera su deseo de que le rodeara la cintura con ellas—. Por cierto, gracias por llevar la ropa que te elegí y por ser tan agradable con mamá. Estuviste genial.


—Lo dices como si tu madre fuera una bruja. Es una leyenda viva. Toda una fuente de inspiración. Siempre he sido admiradora suya.


Era la primera noticia que Pedro tenía de ese detalle. Lo cierto era que Paula nunca le había hablado de sus sentimientos, de sus planes a largo plazo tras comprar una parte del negocio de su hermana.


—Pensaba que solo estabas siendo amable —cada vez le intrigaba más la mujer con la que se había casado.


—En ese caso, espero ser bien recompensada por mi tiempo —ella parpadeó con coquetería.


—¿No te basta con el divorcio y cien de los grandes? —bromeó Pedro.


—No está mal para empezar —Paula sonrió traviesa, indicando que la compensación debería incluir varios orgasmos seguidos.


—En serio ¿qué más quieres? —él no pudo contenerse—. Si pudiera concederte todos tus deseos ¿qué me pedirías?


Casi habían llegado al hotel, pero él no quería dar por terminada la conversación. Paula era una mujer de profundas convicciones, y sentía un extraño deseo de conocerla mejor.


Tras un largo y agotador día, lo único que le apetecía era estar con ella, conectar con ella.


—¿Aparte del sexo, te refieres? —la mirada de Paula se suavizó—. Veo que hemos terminado de flirtear. No hace falta que me des nada. Ha sido divertido. Estoy aprendiendo mucho. Allo es horroroso, pero es otra leyenda. A veces me siento en medio de un cuento de hadas.


—¿De verdad? —desde luego, parecía sincera—. Nunca me has hablado de tu deseo de ser diseñadora. ¿Forma parte de tu sueño, junto con el de los vestidos de novia?


Paula frunció el ceño.


Habían llegado al hotel, pero Pedro le pidió al chófer que diera una vuelta alrededor del edificio.


—Vamos —insistió—. Tú sabes todo lo mío. Cuéntame qué va a pasar cuando regreses a Houston.


Estaban casados y quería conocer todos los secretos de su esposa.


Paula consideró seriamente contestar algo descarado. Solo había hablado de sus planes con Carla, y su hermana no le había hecho ninguna pregunta.


¿Tan malo era buscar la aprobación de los demás? ¿Tan malo contarle a alguien tus planes y recibir una opinión experta?


Miró a Pedro de reojo. Su esposo llevaba el diseño y la gestión empresarial en los genes. Y la había visto desnuda. 


¿Ante quién mejor que él podría desnudar su alma? Ya lo había hecho en Las Vegas.


—Me convertiré en socia de un exitoso negocio —afirmó—. Como una adulta de verdad.


—¿Y qué eres ahora? —los ojos de Pedro brillaron divertidos—. ¿Una adulta de mentira?


En Las Vegas ambos habían estado perdidos, pero Pedro había encontrado su camino y, al parecer, le resultaba divertido ver que a ella no.


—Ahora mismo no soy nada —Paula lo miró furiosa—. Antigua reina de belleza. Lacaya de Allo. Esposa de Pedro Alfonso. Inminente dueña de un negocio de vestidos de novia. Y ya está.


—Pues a mí me parece una lista de cosas de la cual estar muy orgullosa —Pedro le tomó una mano y le besó los nudillos—. Eres única.


—¿Y se supone que debo considerar un honor que sigamos casados? —ella puso los ojos en blanco—. El matrimonio es un arma para ti.


—Sí, y no suelo disparar mi cohete a la ligera —señaló él con calma—. Si no fueras valiosa para mí, habría firmado ya los papeles del divorcio. ¿Por qué crees que he luchado con tanta fuerza para conservarte?


Paula lo miró aturdida. ¿Cómo había conseguido que sus palabras sonaran tan románticas?


—Es evidente que te excito. Es la única razón que se me ocurre —murmuró ella.


—No te subestimes, Paula —él le acarició la mano—. Eres un activo muy importante. Tu hermana tiene suerte de tenerte como socia, sobre todo si diseñar vestidos de novia se te da tan bien como comprender todos los aspectos del negocio.


—Te estás burlando de mí, ¿verdad? —Paula sonrió—. Sinceramente, no tengo ni idea de diseñar vestidos de novia. Sé coser y cortar patrones, pero nada más.


Paula sintió un escalofrío en la espalda. Lo cierto era que aún no había pensado en lo que sucedería tras su regreso a Houston. Quizás tras entregarle el dinero a su hermana, se convertiría de golpe en una adulta.


Pero ¿qué sucedería al día siguiente? ¿En qué consistía ser su socia?


—Puedes aprender diseño, si es lo que quieres —observó Pedro—. O puedes dedicarte al aspecto más comercial. Lo que tú decidas.



—Lo dices como si tuviera todas las posibilidades —lo cierto era que estaba haciendo lo único que podía. Jamás podría montar su propio negocio.


¿O sí?


Si Pedro le daba el dinero, y no tenía que devolverlo, las posibilidades eran infinitas. Al marcharse de Houston, Diseños Carla Chaves-Harris lo había sido todo para ella. 


Pero Pedro había expandido su mente enormemente. 


Quizás podría hacer algo más que vestidos de novia.


—¿Y no tienes todas las posibilidades? Es tu sueño, cariño —Pedro le sujetó la barbilla y la miró a los ojos—. No te pases la vida haciendo algo que no te llene. Empresas Alfonso es mi herencia, creada de la nada por las personas que me dieron la vida, por mi sangre. Haría cualquier cosa por mantenerla a flote. ¿Cuál es tu pasión?


El fuego que emanaba de los ojos azules, y la convicción en la voz de Pedro, la hechizaron.


—Pues, no lo sé —tenía que pensar en algo para no interrumpir esa conexión—. Me encanta la ropa, el tacto de la tela, el arte de los colores. Creo que mi fuerte está, más que en el diseño, en descubrir lo que no funciona.


—Muy bien. ¿Qué más? Cuéntame más de tus impresiones sobre Alfonso, como hiciste con Bettina.


—Alfonso es… interesante —era lo más políticamente correcto que se le ocurría—. Al es diferente.


—¿Por qué? —insistió él.


—Porque se respira vitalidad —la atención que le prestaba Pedro la animaba a expresar sus pensamientos—. Es como si el espíritu creativo impregnara las paredes. Cuando estuve allí, sufrí una sensación parecida al mareo, expectación. Seguramente pensarás que estoy loca.


—No, creo que hablas como una mujer que lleva la costura en el alma. Si sigues así, puede que añada un trabajo de ejecutiva en Al, junto con los cien mil —Pedro enarcó una ceja.


—¿Un puesto ejecutivo? —Paula respiró hondo—. ¿En Al? ¿Cómo hemos llegado a eso? Estábamos hablando de mi mitad de un negocio de vestidos de novia. No soy ejecutiva.


—No estoy de acuerdo —él se encogió de hombros—. Y hablo con conocimiento de causa, dado que he contratado a unos cuantos. ¿Tanto te sorprende que me parezcas increíble? Tienes una mente estratégica. Trabajas duro. Son cualidades de un buen ejecutivo. Tu amor por la moda es un punto añadido.


—No puedo trabajar en Al —protestó ella mordiéndose el labio—. Tengo un trabajo con mi hermana. Además, vivo en Houston.


En Nueva York no la conocía nadie. Si conseguía salir adelante, sería por sus propios medios, sin Carla, sin el dinero y la influencia de su padre, sin los contactos de su madre, sin el título de Miss Texas.


—La gente se traslada de un lugar a otro continuamente por motivos de trabajo.


Ni en un millón de años habría pensado en poder aceptar. Si optaba por quedarse en Nueva York, vería a Pedro a diario.


 Todos los días.


Una sensación de esperanza y anticipación se le extendió por el pecho, pero la aplastó antes de que prendiera con demasiada fuerza.


—Y, sobre todo, estamos a punto de divorciarnos.


—¿Y eso qué tiene que ver? Las parejas divorciadas pueden trabajar juntas.


—Tus padres no pudieron —puntualizó Paula.


—Sí, pero ellos estuvieron enamorados —la mirada de Pedro se oscureció—. Nosotros no tenemos ese problema.


—Cierto —por algún motivo, eso no mejoró las cosas. 


Porque, de repente, deseaba que Pedro sintiera la misma pasión por ella que por Al.


Hubo una vez en que había sido así, y la sensación había perdurado dos años.


Y ese era el verdadero motivo de su presencia en Nueva York. Quizás el divorcio nunca había sido un factor.


—Piénsatelo. La oferta es sincera —él miró por la ventanilla—. Vamos a recoger tus cosas.


Confusa, Paula tomó la mano que le ofreció Pedro para bajar del coche. De repente había comprendido que Pedro le despertaba la misma pasión que ella a él.


En Houston no podría ser una ejecutiva. Y seguramente tampoco sería una buena socia en un negocio de vestidos de novia. Y, desde luego, no podía pasar de Miss Texas a adulta de pleno derecho, porque su única posibilidad de triunfar pasaba por recibir la ayuda y el apoyo de Pedro


Lo necesitaba, necesitaba su fe en ella.


Y, sobre todo, lo necesitaba porque, a pesar de asegurar lo contrario, estaba segura de estar enamorándose de ese hombre con el que se había casado accidentalmente. Un hombre que pretendía usar su matrimonio para conseguir un puesto de director ejecutivo y luego divorciarse de ella.




EL PACTO: CAPITULO 18





Paula se moría de hambre cuando Pedro al fin llamó a la puerta de la habitación a las siete y diez.


La tensión era evidente en la rigidez de los anchos hombros, y en la oscuridad de la mirada.


—Esto empieza a resultar repetitivo —ella señaló las manos vacías de Pedro —. Debería empezar a encargarme yo de la cena. A no ser que te apetezca saltarte otra comida. A mí no me importa.


—Salimos a cenar —contestó él secamente.


—Voy vestida para cenar aquí —ella contempló sus pantalones de yoga.


—Da igual. Valeria sabe que estamos casados, y se lo ha dicho a Bettina. Seguramente será de dominio público a medianoche, o antes.


Paula soltó un juramento. La noticia tampoco tardaría mucho en llegar a Texas. El abogado de su padre le había dado un tiempo para solucionarlo y había sido muy claro: o se lo contaba ella a su padre o se lo contaba él.


Aunque quizás fuera la prensa la que se les adelantaría a ambos.


—Sí —Pedro sonrió con amargura—. Eso fue exactamente lo que dije.


—¿Cómo lo descubrió Valeria? ¡Oh, no!


—La cámara de seguridad —él asintió—. Debimos haber sido más cuidadosos. O eso, o me vio bajarme del coche frente a Alfonso la otra noche. Debió vernos juntos y empezaría a indagar.


—Entonces ya no puedo seguir siendo tu espía.


Y si no podía seguir siendo su espía, debería firmar los papeles del divorcio, hubiera recuperado los diseños o no. 


Perfecto, aunque le entristecía no ocupar el lugar de Valeria en la reunión del día siguiente.


¿Por eso había accedido Valeria a que fuera ella en su lugar? Vaya una espía que había resultado ser. Y ella que había soñado con celebrar la victoria con Pedro aquella noche.


—Mi madre está como loca con mi matrimonio —Pedro suspiró—. Quiere que cenemos juntos. No me he podido negar.


¿Cenar con Bettina Alfonso? ¿Como marido y mujer?


—Tampoco es tan difícil. Se dice que no, y ya está —la furiosa mirada de Pedro le hizo reaccionar—. Será mejor que entres.


—¿Dónde está ese top dorado? A Bettina le encanta —Pedro se dirigió al armario—. Deberías ponértelo con los pantalones blancos y las sandalias Stuart Weitzman.


—Por sexy que me resulte ver a un tipo deseando ponerme ropa en lugar de quitármela, para el carro —ella lo detuvo, agarrándolo de un brazo—. No quiero cenar con tu madre como si fuésemos una pareja felizmente casada. No tiene sentido. Estamos a punto de firmar los papeles del divorcio. Me vuelvo a Houston.


—Acerca de eso…


Él se volvió y Paula aspiró el olor del jabón que siempre utilizaba.


—¿Qué? Supongo que no me vas a pedir que haga nada más antes de firmar. Si el secreto ha salido a la luz, ya no tengo trabajo. Ya no te soy de ninguna utilidad.


—No es verdad. No podemos divorciarnos, todavía no.


—Tienes que hacerlo —ella sacudió la cabeza—. Esto ha terminado. Valeria ha fastidiado tus planes y, aunque lo lamento ¿qué más podría hacer?


—Bettina está encantada. Me ha confesado que, dado que he sentado la cabeza, está pensando en retirarse y cederme las riendas del negocio —en un sorprendente gesto, Pedro le tomó una mano y continuó—. El plan de Valeria se ha vuelto en su contra. ¿No lo ves?


Aunque aturdida por las caricias de Pedro en su mano, Paula de repente lo comprendió.


—Quieres decir que lo hizo para dejarte mal. Pensaba que Bettina lo interpretaría como un acto irresponsable. Eso es. Pero no lo hizo. En realidad, fue justo lo contrario.


La inquietante sensación en el estómago de Paula se transformó en un horrible presentimiento.


—A ver si lo he entendido. Tu madre está dispuesta a jubilarse y nombrarte nuevo director ejecutivo de Al porque te has casado. De modo que no vas a firmar los papeles del divorcio porque te beneficia seguir casado.


—Eso es —Pedro le soltó la mano—. Te pido que seas mi esposa abiertamente. Emitiremos un comunicado y te trasladarás a mi apartamento. En cuanto Bettina me ceda el puesto de director ejecutivo, nos divorciaremos.


—Ni hablar —exclamó ella, a pesar de que su corazón gritaba «sí, sí, sí», por poder ser la verdadera esposa de Pedro el tiempo que durara—. Jamás podrás convencerme de que es buena idea.


—Te pagaré lo que me pidas —él sonrió—. La misma cantidad que ibas a pedirle prestada a tu padre.


—Cien mil dólares —contestó Paula sin pestañear.


—Hecho. Ya no tienes que explicarle a tu familia la que liaste en Las Vegas. Piénsalo. Lo único que tendrás que hacer es fingir lo bastante bien para que mi madre esté encantada de jubilarse.


—No puedo —ella había pensado que la cifra le parecería desproporcionada—. ¿Quieres que viva contigo? ¿Te refieres a dormir en la misma cama y esas cosas? ¿Fingir que estamos enamorados?


Paula sintió un nudo en la garganta. ¿Cuánto tiempo podría mantener la farsa?


Para siempre. Tendría que mantenerla porque no podía enamorarse de Pedro. Era demasiado peligroso.


—No a lo primero. Sí a lo segundo. Tengo una habitación de sobra.


—Claro —exclamó ella con excesivo sarcasmo—. Acostarte con tu mujer está fuera de los límites.


¿Sentía desilusión porque Pedro no parecía utilizar el matrimonio como excusa para jugar a ser marido y mujer? Dormir en habitaciones separadas no dejaba de tener sentido. Sería una vulgaridad intercambiar sexo por cien mil dólares.


Pero ¿qué hubiera sucedido si Pedro le hubiera sugerido algo totalmente diferente? Por ejemplo, mantener una relación normal llena de sexo y diversión. Dormirse abrazados y compartir secretos en la oscuridad. A eso habría accedido sin pestañear.


Lo que estaba claro era que ella deseaba algo duradero y real con Pedro. Pero él no.


—Compartir el dormitorio complicaría innecesariamente nuestra interacción —Pedro ladeó la cabeza—. Esto es una proposición de negocios. Igual que la primera.


¿Cómo podía haberlo olvidado? Ella buscaba algo que él jamás podría darle.


—Lo sé. El matrimonio sigue siendo tu arma preferida.


El nuevo acuerdo resultaba mucho más difícil de aceptar. Pero estaría loca si se negara. Todos sus problemas quedarían resueltos de golpe. El único inconveniente era que sería la esposa de Pedro, pero sin ninguno de los beneficios.


—Te necesito, Paula —los ojos azules de Pedro le transmitieron vulnerabilidad.


Soportaría cualquier cosa menos eso. Le recordaba demasiado a Las Vegas dos años atrás cuando él la había necesitado, y ella a él.


Que Dios la ayudara, pues aún lo necesitaba. Era incapaz de resistirse cuando volvía a ser el hombre con el que había compartido tantas horas. Y era una estupidez siquiera fingir que no deseaba quedarse unos días más a su lado.


Era su última oportunidad para descubrir si había cometido un error al marcharse en Las Vegas. Y la última para descubrir si estaba cometiendo un error deseando algo más.


Si vivir en la misma casa no le proporcionaba esa oportunidad, nada lo haría. Podría regresar a Houston sabiendo que Pedro no era el hombre indicado para ella, y superarlo de una vez por todas. Como fuera.


—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó ella con voz ronca—. Tengo otro trabajo, el de verdad, al que regresar.


Un trabajo que, cuanto más tiempo pasaba en la industria de la moda de Nueva York, menos atractivo le resultaba. Los vestidos de novia eran el punto fuerte de Carla. Paula trabajaba para ella porque eran hermanas y porque a Carla no le importaba que su única aportación fuera la económica.


—No lo sé. Quizás un par de semanas. ¿Eso ha sido un sí?


—Esto no puede salir bien —Paula alzó una mano para detener la amplia sonrisa que se había formado en los labios de Pedro—. No entiendo qué piensa tu madre que hemos estado haciendo durante dos años.


—Ella cree que acabamos de casarnos —Pedro sacudió la cabeza—. Le parece de lo más romántico.


—Espera un momento. ¿Vamos a fingir que nuestro matrimonio es real y, además, mentir sobre la fecha? Si Valeria descubrió que estamos casados, puede que conozca toda la historia.


—Me encanta cómo funciona tu cerebro —él sonrió—. Por favor, mi preciosa esposa, explícame qué deberíamos hacer.


—Pues contarle a todo el mundo que nos casamos en Las Vegas —ella puso los ojos en blanco—, que nuestra intención era anular el matrimonio, pero que ninguno de los dos fue capaz de hacerlo. Volvimos a vernos porque necesitabas el divorcio para casarte con Meiling. Y resultó evidente que seguíamos enamorados.


—Eso es…


—Brillante. Si quieres un cuento romántico, pídeselo a una mujer.


Cuento. Porque no era real. En su unión no había nada romántico, y no estaban enamorados. Pero Paula no podía evitar preguntarse qué pasaría cuando vivieran bajo el mismo techo. Si conseguía que Pedro bajara la guardia… el hombre al que deseaba estaba encerrado dentro del empresario. Se admitían apuestas.


—Genial —la expresión de Pedro pasó de la diversión a la admiración—. Entonces, estamos seguros.


—Nunca me había sentido más insegura —ella suspiró.


—Lo harás muy bien —él agitó una mano en el aire—. Se nos hace tarde para la cena. Revuélvete el pelo y así daremos la impresión de tener un buen motivo para nuestra tardanza.


—No te pases.


—Top dorado. Pantalones blancos —Pedro consultó el reloj—. En marcha, señora Alfonso.


Señora Alfonso. ¿A qué venía ese estremecimiento? Había viajado a Nueva York en busca de un divorcio. Y acababa de acceder a fingir que Pedro y ella estaban casados, todo con la esperanza de convertir su relación en algo mucho más que ventajosa.


—Ponte cómodo —ella le entregó el mando de la televisión—. Mientras me visto pensaré en cómo dimitir de Alfonso.


—Es que ya vamos tarde —protestó él.


—Pediste una esposa y ya tienes una, con toda su idiosincrasia. Bienvenido a la vida marital.