martes, 31 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 36





Pedro? ¿Qué estás haciendo aquí? —Di un paso hacia atrás, fuera de su alcance—. Llamé a Martina después de que te fuiste y pensé que era ella la que… quien venía. —Intenté fingir que estaba bien, pero era obvio que era un desastre. No quería darle esa clase de poder sobre mí.


—¿Puedo pasar?


Mi cerebro había aparentemente tomado un permiso para ausentarse, porque di un paso hacia atrás, permitiéndole entrar. Su olor a almizcle me inundó y no quería nada más que enterrar mi cara en su cuello e inhalar. No, Paula. No. 


Mierda, tal vez los tres tragos de vodka que había tomado en una rápida secuencia después de que se marchó no habían sido una muy buena idea. Mis manos ya temblaban y luchaba por permanecer erguida.


Me retiré a la cocina y bebí un trago más por si acaso, antes de que Pedro entrara a la cocina detrás de mí. Tapó la botella de vodka y la colocó de nuevo dentro del congelador.


—Suficiente —dijo rudamente, su aliento tibio rozando sobre mi nuca.


Me recosté contra la isla de la cocina, su presencia amenazadora me tenía cautiva. —¿Por qué has regresado?
—Había estado esperando sonar suspicaz, insensible, pero en su lugar mi voz traicionó mi desesperado y ebrio estado.
Maldita sea.


—¿Estás borracha? —Estiró el brazo y jugueteó con un rizo de mi cabello—. Estuve fuera sólo una hora. —Su nariz rozó mi mejilla, deteniéndose sólo por un momento.


Levanté mi barbilla y le sonreí con suficiencia. —Sin comentarios. — Pronto se daría cuenta del desastre que yo era, de todas formas. Verlo con Sara y pensar que él había seguido adelante… Dios, me había destrozado. Incluso descubrir que no era el padre del bebé no alivió mi mente. 


No era como si me estuviera pidiendo que volviera… ¿verdad? ¿Y qué le diría si lo hacía?


Necesitaba ser fuerte. Y en mi estado de embriaguez, con la deliciosa masculinidad de Pedro parado en mi cocina, iba a necesitar un maldito milagro.


Puse mis manos en mis caderas. —¿Por qué estás aquí, Pedro?


Su mirada chocó con la mía. —Por ti.


Mi garganta se apretó y agarré la encimera de apoyo. Pedro no dijo nada más y no hizo ningún movimiento hacia mí. Sólo continuó mirándome, sus ojos cada vez más oscuros con deseo. La anticipación envió a que mi corazón latiera erráticamente en mi pecho.


Seguramente él sabía que esto no era justo. Estaría más allá de injusto seducirme en estos momentos, cuando estaba vulnerable y necesitada por su contacto. Quería muchísimo más, pero incluso antes de que lo procesara, sabía que libre y voluntariamente le daría cualquier cosa que quisiera. 


Incluso sabiendo que mi corazón seguramente se resecaría y desintegraría de una vez por todas cuando me dejara esta vez.


Dio un paso más cerca, como tanteando el terreno y cuando no hice ningún movimiento para detenerlo, y de hecho incliné mi cuerpo hacia el suyo, cerró el resto de la distancia entre nosotros y me tiró contra él.


Me hundí en el alivio. Había extrañado esto. Los planos duros de su pecho, sus músculos presionando contra los míos en esa forma familiar. Lo había extrañado a él y en este momento, estaba lo suficientemente desesperada como para tomar cualquier cosa que pudiera conseguir. Mi corazón saltó a la acción, golpeando contra mis costillas y mi cerebro estaba en conflicto con mi cuerpo. ¿Podría manejar las consecuencias de otra noche con Pedro? Se inclinó hacia abajo y plantó un tierno beso sobre mi mandíbula, justo debajo del lóbulo de mi oreja.


Mi corazón decía no, mientras que mi cuerpo gritaba sí. Tal vez si específicamente e inteligentemente escogía esto, si yo estaba usándolo esta vez… La derrota no dolería demasiado. Endurecí mis nervios para tomar lo que necesitaba de él… una última vez. Necesitaba ser quien tuviera el control.


Capturé su boca en un beso devastador, separando sus labios con mi lengua y girando ansiosamente mi lengua con la suya.


Sus manos se levantaron para ahuecar mi mandíbula, inclinando mi cabeza para intensificar el beso. Mientras sus manos se enredaron mi cabello y acariciaban mi mejilla, no me permití sentir la ternura del momento y en su lugar, desabotoné sus pantalones y llevé mi mano adentro. Su pene se puso rígido bajo mi no-demasiado-amable asistencia y cuando estuvo completamente duro, me separé del beso y dejé caer mis rodillas en frente de él.


Pedro se rió entre dientes, bajando su mano para acariciar mi cabello, retirándolo suavemente de mi cara. —Demonios, nena, ¿tienes prisa?


Pero su risa murió en sus labios cuando mi boca llegó alrededor de su protuberante cabeza, tirando de él profundamente


—Oh, mierda.


Orgullo creció dentro de mí y puse cada pizca de energía que tenía en la actuación. Mi mente repetía las imágenes de sus videos e imite los movimientos que había visto—lamiendo sus bolas y chupando una de ellas en mi boca. Pedro se encogió y retrocedió.


—¿No te gusta? —pregunté, mirándolo con los ojos abiertos.
Sus ojos brillaron implacablemente hacia los míos. 


—Está… bien. — Parecía luchar por las palabras correctas. Acariciaba mi cabello apartándolo de mi rostro, mientras trataba de leer mi expresión—. Me gusta más que chupes mi
pene, eso es todo.


—Oh. Pero en tu último video… —me detuve, cerrando de un golpe mi boca.


Comprensión cruzó sus facciones y parecía que ambos recordábamos la forma en que se zafó de la boca de la chica y la dirigió a sus bolas. Recorrió su dedo a lo largo de mi mandíbula. —Eso era sólo para la cámara, nena. Era actuación. Mi pene es tuyo y había algo que no se sentía bien cuando ella me hacía eso. Mis últimos recuerdos eran de ti chupándome profundamente en tu garganta, y yo no quería los labios de nadie más alrededor de mí en ese momento. Sé que probablemente suena estúpido para ti, considerando… Pero es la verdad.


Tomé una profunda respiración. No importaba que me dijera en estos momentos, me recordé a mí misma. Él no podía hacer esto bien. Necesitaba ser fuerte. —Está bien. Lo entiendo. —Regresé a mi tarea, agarrándolo firmemente con ambas manos mientras acariciaba y mamaba al mismo tiempo, obligando a todos los pensamientos a apartarse de mi mente.


—Demonios, pastelito. —Sus rodillas temblaban y sus manos se abrieron paso en mi cabello, levantándolo de mi rostro y colocándolo en una cola de caballo detrás de mi cabeza.


Con una mano aún plantada en mi cabello, agarró su pene en su otra mano y lo sacó de mi boca. —No me quiero venir aun —dijo con los dientes apretados—. Deja que me encargue de ti.


Agarró mis brazos, poniéndome de pie y plantando una serie de dulces besos sobre mi boca.


—No. Te necesito dentro de mí. Ahora. —Leyó la insistencia en mis ojos.


—Está bien. —Tiró del dobladillo de mi vestido tejido hacia arriba y alcé mis brazos repentinamente parada frente a él en sólo mi sujetador y bragas.


Extendí los brazos para desabrochar mi sujetador, desechándolo y luego rápidamente me quité mis bragas. No estaba segura por qué, pero necesitaba ser quien tuviera el control. Sin molestarme en quitarle la camisa de Pedro, lo atraje hacia mí, mi espalda apoyada contra la encimera. Sus ojos tenían un rastro de duda, pero jalé sus labios a los míos. —Tómame.


Me levantó sobre la encimera y frotó los labios de mi sexo hinchado. — ¿Estás lo suficientemente mojada, cariño? No quiero lastimarte.


Necesitaba parar con esa mierda del chico bueno. Ambos sabíamos que no lo era. Este era exactamente el por qué mi corazón estaba en pedazos.


Descubriendo que ya estaba empapada —malditas hormonas— rodó un condón sacado de su billetera. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y clavé mis talones en su culo, instándolo hacia delante. Segundos después sentí su pene empujando en mi entrada. Sí, esto era lo que necesitaba, sólo para olvidar todo lo demás y perderme en las sensaciones. Una ola de deseo corrió a través de mi vientre.


Se movió lentamente hacia delante, deslizándose dentro de mí lentamente. Desgarrando lentamente.


Arqueé mi espalda, tumbada contra la fresca y dura encimera, y apreté mis ojos cerrados. —Más duro. Fóllame más duro.


Los movimientos de Pedro mejoraron, aunque sólo infinitesimalmente y las puntas de sus dedos rozaban mis tetas. —¿Paula, mírame?


Abrí un ojo. —Sólo hazlo, Pedro. No vas a romperme.


Sus manos se movieron a mis caderas y me jaló hacia delante contra su pelvis. Observé sus movimientos por un momento antes de dejar a mis ojos cerrados irse a la deriva otra vez. Moví mis caderas contra las suyas, a pesar de la combinación de dolor-placer agarrando mis entrañas por la plenitud. Dejé salir jadeos pesados, empujando las caderas hacia delante al tiempo para encontrar sus impulsos, lastimando su culo con mis uñas.


—Detente, Paula. Detente. Esto no es sexo venganza. —Apartándose de mi, su pene, tibio y empapado, descansó contra mi vientre—. ¿Qué estás haciendo? —Tomó mis hombros, sacudiéndolos amablemente hasta que encontré su mirada.


Me incorporé en la encimera, con los ojos llenos de lágrimas. 


¿Qué diablos hacía? Esta no era yo. No era una diosa de la habitación —o de la cocina, por así decirlo— era inexperta y torpe. Sólo hacía esto porque mis sentimientos por él me aterrorizaban. Lo amaba. Lo amaba tanto. Chupé mi labio inferior, rehusándome a llorar.


—No soy una estrella porno. Sé que no soy como una de las otras mujeres con la que has estado…


Soltó un suspiro de frustración y apretó los puños en sus costados. — ¿Eso es lo que pensaste que esto era? Que quería sexo rudo contigo… debido a mí pasado… —Tiró de sus calzoncillos y pantalones—. Mierda. —La palabrota
atravesó su pecho con un gruñido. Sus manos temblaban y la mirada en sus ojos era diferente a cualquier cosa que había visto alguna vez.


Solté un suspiro tembloroso.


Pedro me alzó de la encimera, fácilmente me levantó en sus brazos y me acunó contra su peso mientras salía de la cocina. Abrió de una patada la puerta de mi habitación y me soltó en el centro de la cama, donde aterricé con un ruido sordo.


Gateó hacia mí, inclinándose cerca de mi oído, su voz baja y mezclada con ira. —Si quieres que te folle duro, lo haré. Pero no porque creas que eso es lo que quiero. Te quiero a ti. Sólo a ti, Paula. Tus suaves curvas, tu falta de experiencia, tu apretado coño que sólo ha sido mío. Esa noche contigo, a pesar de que lo que pude haber dicho, hicimos el amor y fue el mejor sexo de mi vida. —Se sentó sobre sus talones, dándome una oportunidad de procesar sus palabras—. Y más que eso, no fue sólo sexo eso que compartimos esa noche. — Frotó sus manos sobre su cabello—. Cristo, pastelito. Estoy enamorado de ti.






DURO DE AMAR: CAPITULO 35





Los pequeños sollozos que todavía le sacudían el pecho me hicieron sentir como un completo idiota.Paula se había descompuesto con solo verme. Pero, ¿pensar que había embarazado a una de mis compañeras de reparto por encima de eso? Maldita sea, la había jodido de izquierda a derecha. Tenía que explicarle esto, para aclarar las cosas de una vez por todas.


Tomé su mano en la mía. —El novio de Sara es el padre. Sólo me encontré con ella porque quería mi opinión de cómo dejé el negocio del cine para adultos. A pesar del hecho de que está embarazada, Leandro sigue acosándola para que siga trabajando para él.


—Espera. —Apartó la mano de repente, su rostro arrugando—. ¿El bebé no es tuyo?


—No. No es mío. —Gracias a Dios, maldita sea. Sabía que no estaba dispuesto a traer un niño a este mundo. Tenía mis manos suficientemente llenas con Lily. Pero la idea de ver la barriga de Paula crecer con mi bebé... Bueno, eso era una historia diferente. Empujé el pensamiento.


—Oh. —Sus hombros se hundieron en alivio—. Y... ¿dejaste el negocio?


—Sí. Nunca tuve la intención de ser una estrella porno, Pau. Tenía miles de dólares en facturas médicas de Lily que no podía pagar. Tenía que hacer algo de dinero rápido. —Quería decirle que era mi plan desde el principio y si sólo hubiera dejado que le explicara esa mañana... pero me mordí la lengua. Ni siquiera intenté detenerla la mañana que se fue. Y lamenté cada maldito día desde entonces.


Cerró los ojos y exhaló un suspiro tembloroso. —Oh —dijo de nuevo.


Aunque sabía que no debía hacerlo, que no era de mi jodida
incumbencia, no pude sacar a ese idiota con el que había tenido una cita de mi cabeza. —Pau… —Me acerqué más a ella en el sofá, bajando mi voz—, ese tipo… Guillermo… ¿te ha tocado?



Sus ojos se abrieron de golpe y se encontraron con los míos. 


—¿Sabes lo que estás diciendo? —Un tenso silencio flotó en el aire que nos rodeaba—. Estamos saliendo, él y yo. No tú y yo. No tiene que importarte quien me toca.


Muy bien, entonces. Supongo que eso ya quedaba aclarado. 


La había jodido regiamente con ella. Pero el pensamiento de las manos de alguien más en ella me daban ganas de golpear algo. Fuerte. —Si sirve de algo, lo lamento por todo. Bueno, no todo. No me arrepiento de esa noche contigo —admití.


Su cuerpo se puso rígido. —Eres un idiota, ¿lo sabías? —Se puso de pie y se paseó por delante del sofá, pareciendo sacar fuerza de su ira, una ira que estaba dirigida a mí—. Si necesitabas dinero para Lily, todo lo que tenías que hacer era pedirlo.


—Fuera de la cuestión. —Sacudí mi cabeza. No tomaría limosna. Así de simple. Fue una promesa que me hice cuando tomé la custodia de Lily en vez de que terminara en cuidado de crianza. Tendría toda la responsabilidad por ella. Fin de la historia.


Paula giró hacia mí, con las manos en las caderas. —El hecho de que me pudieras haber traicionado de esa manera, al acostarte con otra mujer en lugar de poner tu ego de macho a un lado y pedir el dinero… —Se enjugó las lágrimas que se le habían escapado de las comisuras de sus ojos—. No puedo perdonar eso… no puedo superarlo. Lo siento.


—Yo también. —Me paré y le besé la frente, antes de desaparecer por la puerta principal.


¡Mierda! La maldición atravesó mi pecho mientras salía de su complejo.


Cerré mi mano contra el salpicadero, maldiciendo mientras aceleraba hacia casa.


Después conduje sin rumbo fijo hasta que conseguí mantener mi ritmo cardíaco bajo control, me sorprendí al ver que había pasado una hora. Estar con ella hoy, verla desmoronarse, sabía que no había forma en que pudiera alejarme y olvidarme de ella. Quería abrazarla, secar sus lágrimas, besar lejos sus sollozos. Pero ya no era mía. Y ese descubrimiento fue como un puñetazo en el estómago. A la mierda. 


No me rendiría tan fácilmente.


La sola la idea de volver a casa sin ella, de vuelta a mi vida vacía y despertar en una cama vacía cada mañana… No. No me conformaría. No esta vez. Quería verla subir a Lily en su cadera de nuevo, haciéndola reír como lo había hecho antes. 


Tal vez no era digno de su amor, pero era lo suficientemente
egoísta como para intentarlo.


Hice una rápida llamada telefónica, preguntándole a Sofía si no le importaría quedarse un poco más con Lily. Diablos, lo que iba a hacer podría tomar cinco minutos o toda la noche si fuera por mí. Le dije a Lily que la amaba y que escuchara a Sofía.


—¡Te quiero, Pedro! —Su pequeña voz sonó en mi oído.


—Yo también te quiero, nena. —La fe de Lily en mí me tranquilizó más, e hice una vuelta en U, ansioso por volver a Pau.


Llamé a la puerta de la que había huido hace poco más de una hora, pero esta vez, mis nervios crepitaban. Ella había dejado claro que ya no estaba interesada, pero las lágrimas me dijeron que había más que eso. Todavía sufría, así que tal vez todavía tenía una oportunidad.


—¡Vete, Martu! —La voz apagada de Paula llamó desde el interior—. El vodka no me arreglará esta vez.


Volví a llamar. —Es Pedro.


La puerta se abrió de golpe. —¿Pedro? —Se tambaleó sobre sus pies y extendí la mano para estabilizarla, agarrando sus brazos. No podía dejar de tocarla, a pesar de que prácticamente daba un respingo cada vez que lo hacía.


—Vaya. Ya te tengo. —Necesitaba arreglar esto, encontrar las palabras adecuadas para hacerla entender. Pero nunca había sido bueno en discursos románticos y dudaba que fuera a cambiar ahora. Sólo tenía que encontrar una manera, sin palabras, se lo mostraría.


El dulce aroma de su piel y sus ojos azules brumosos enviaron una racha de deseo hacia abajo en mi espina dorsal.


Joooder.







DURO DE AMAR: CAPITULO 34




Mi primer sábado de vuelta de Aspen, Guillermo había arreglado para nosotros, ver una función de El cascanueces y estaría esperando en cualquier momento para recogerme.


Me vestí con un vestido de suéter de color rojo vino, medias de color gris y mis botas marrones de caña alta, dejando mi cabello suelto sobre mis hombros. Observé desde la ventana delantera al coche de Guillermo. Por lo general corría a su encuentro en la acera, ya que prefería no tenerlo solo en mi
apartamento. Aunque me gustaba pasar tiempo con él, no estaba lista para dormir con él, con él ni con nadie. Pero hasta ahora, Guillermo había sido muy paciente, conformándose con ligeros besos de buenas noches en su coche cuando me dejaba. Me deslicé en su Lexus, y se inclinó sobre la consola y le dio a mi mejilla un rápido beso. —Te ves bien. ¿Cómo estuvo Aspen?


—Fue agradable. Mucho tiempo en las pistas con mi papá y mucho tiempo en el spa con mi mamá. —Lo dejé en eso. Se sentía un poco extraño hablarle a Guillermo sobre mis padres, ya que trabajaba para mi padre, pero no presionó por detalles. Vestía con un jersey de punto grueso, y yo no podía dejar de reírme. No era el tipo de cosa que un hombre escogía y tenía que ser un regalo de Navidad de su mamá. 


Me acomodé en mi asiento y traté de relajarme, a disfrutar el día por lo que era. Aun no me acostumbraba al olor de su coche nuevo. Abrumaba mis sentidos, como si estuviera bombeando a través de las rejillas de ventilación. Nos dirigimos en silencio hacia el teatro y me encontré
bostezando. Las noches sin dormir de las últimas semanas me habían alcanzado.


—¿Te importa si paramos por café antes del show?


Miró el reloj en su tablero. —Si lo hacemos rápido, estará bien.


Unos minutos más tarde, apunté a la señal verde de la cadena de café llegando en la siguiente salida.


Guillermo salió de la carretera y entró al estacionamiento, haciendo fila detrás de los clientes que llegaron primero.


Conté los coches delante de nosotros. Siete. —Mierda.


Guillermo deslizó la palanca de cambios en el estacionamiento y dejó salir un suspiro.


Me quité mi cinturón de seguridad. —Voy a correr dentro. Será rápido.


—Paula, ya estamos en línea. —Miró en el espejo retrovisor—. Y ahora estoy bloqueado.


—No te preocupes, será como una carrera. Tú espera aquí y yo voy dentro.


—Una carrera, ¿eh? —Sonrió.


Asentí y salté fuera del coche. —Sí. Y voy a ganar. Vuelvo enseguida.


Una vez dentro, noté que había sólo dos personas delante de mí en el mostrador.


Un pedazo de pastel. Contemplé mi pedido, recordando que a Guillermo le gusta el chocolate caliente con crema batida, cuando el sonido rico, una risa masculina, encontró mis oídos desde el otro lado de la habitación. Hubo algo sorprendentemente familiar sobre ello y el pánico creció en mi estómago. De mala gana giré y vi a Pedro sentado en una pequeña mesa redonda frente a una mujer.


Deseé poder esconderme, que el suelo se abriera y me trague toda, pero por supuesto eso no pasó. Él no me había notado. Había aún una oportunidad de que pudiera escapar sin ser vista, pero no pude resistir una mirada más.


Pedro era exactamente como lo recordaba, todo músculo duro y rasgos masculinos, una sombra de barba en crecimiento desempolvando su mandíbula. Se inclinó hacia delante, apoyando sus codos en la mesa, escuchando con atención a la mujer. Podía ver sólo su perfil, pero parecía
familiar y mi mente intenté ubicarla. ¿Era una de las niñeras que usaba? Algo sobre el cabello castaño colgando por su espalda tenía mi mente trabajando horas extras. No importaba. 


Tenía que salir de aquí.


Di un paso atrás y golpeé directo a una torre de tazas de renos, haciendo vibrar la pantalla.


Pedro escogió ese preciso momento para levantar la mirada. 


Sus ojos se posaron en los míos y una línea arrugó su frente. —¿Paula? —Se puso de pie dirigiéndose hacia mí antes de que pudiera contemplar escapar—. ¿Qué estás
haciendo aquí?


Pedro —murmuré incoherentemente, encontrando su mirada preocupada.


—Sí, es Pedro. —Presionó una palma en mi mejilla—. ¿Estás bien? Te vez un poco sonrojada.


Mis ojos se dirigieron al otro lado de la habitación a la pelirroja en su mesa. Había girado para vernos, y se veía completa, de inmediato supe quien era. Mis rodillas temblaron y una oleada de náusea se estrelló contra mí. Pedro estaba en una cita con la chica de su primer rodaje. Desiree, creo. Me recordé a mí misma respirar, pero poco me sirvió. Mi cabeza nadaba con este descubrimiento. 


¿Era ella la razón por la que eligió su trabajo sobre mí?


¿Cuánto tiempo habían estado viéndose fuera del trabajo?


Pedro volvió a mirar a la mujer y espetó una disculpa cortada. —Lo siento. Déjame presentarte a Sara. —Le hizo señas otra vez.


¿Sara? Supuse que Desiree era su nombre artístico.


Cuando se levantó de la mesa, su mano se movió para acunar su hinchado vientre redondo y la comprensión golpeó. Estaba embarazada de varios meses. Mis piernas se salieron de debajo de mí.


Cuando reaccioné, estaba tendida en el piso, Pedro sostenía mi cabeza en su regazo acariciándome con los dedos la frente, mis ojos nebulosos se enfocaron en sus consternados ojos.


—¿Pastelito? —preguntó.


Me moví para sentarme pero sus grandes manos me mantuvieron firme donde estaba. —No te muevas, tuviste una fuerte caída y te golpeaste en la cabeza antes de que pudiera agarrarte. —Me masajeó la parte trasera de mi
cuello donde tenía una parte hinchada.


—Ouch. —Me estremecí por el contacto.


—Eso es lo que pensé.


Cuando recordé que era lo que me había enviado a estrellarme en el piso en primer lugar —ver el vientre embrazado de Sara— un sollozo se escapó de mi garganta y me esforcé por liberarme del agarre de Pedro. No quería que me sostuviera, tratando de consolarme en estos momentos. 


Por no hablar que causaba bastante revuelo en la cafetería por la forma que estaba en el suelo.


Pedro le hizo un gesto a una mesera que se acercaba a nosotros para que se fuera, su cara era de preocupación. —Yo la tengo.


Pedro, déjame levantarme.


Abrió la boca para discutir, pero la determinación en mis ojos debió convencerlo. Me ayudó a levantarme del suelo y me sentó en un sillón de piel frente a la chimenea, limpié las lágrimas de mis mejillas pero el esfuerzo era inútil, las lágrimas se negaban a detenerse.


Sara se movía inquieta a mi lado y escuché a Pedro preguntarle si podía ir por unos pañuelos desechables para mí.


Guillermo entró caminando a través de la cafetería. —Vamos, Paula, vamos a ser… —Se detuvo frente a mí, mirando las lágrimas en mi cara—. ¿Paula?


Mierda, me olvidé completamente de Guillermo, tomé los pañuelos que Sara me ofreció y los presioné en mis mejillas. 


Pedro se arrodilló al lado del sillón donde estaba, tomando un pañuelo para ayudarme a limpiar las lágrimas.


—¿Paula qué pasó y quién es este chico? —preguntó Guillermo.


—Lo siento Guillermo—contesté—, él es Pedro.


Los ojos de Guillermo se dirigieron a él, observando cómo estaba arrodillado a mi lado. —¿Este chico?


Guillermo no sabía mucho acerca de Pedro, sólo que era el hombre con el que salía antes de él y que esa era la razón por la que no quería saber nada de alguna relación ahora y debido a la forma en que habían terminado las cosas entre nosotros. Pude ver la sorpresa de Guillermo de que había salido con un chico como Pedro—desaliñado, jeans desgastados, botas de trabajo y un suéter ajustado de manga larga que hacían sobresalir sus bien marcados músculos, y Guillermo era el polo opuesto con el cabello con gel, con saco y mocasines italianos, sentí como si hubiera sido golpeada por un tren.


Pedro miró entre Guillermo y yo. —Voy a llevarla a casa —nos informó a los dos.


Chillé una protesta y Guillermo dio un paso más cerca pero Pedro se puso de pie imponente, se volteó hacia Sara poniendo una mano sobre su vientre y se inclinó para susurrarle algo al oído.


Un dolor apuñaló mi pecho.


Guillermo puso una mano en mi hombro pero se volvió para dirigirse a Pedro.


—No la vas a llevar a ninguna parte, primero que nada, nosotros estamos en una cita. Segundo estoy seguro que eres la razón por la que está llorando justo ahora.


Sara besó la mejilla de Pedro y se dirigió a la puerta. No la culpo por desaparecer, eso sonaba muy atractivo justo ahora.


—No tenemos que ir, Guillermo —Lo último que quería en este momento era ir al ballet que incluía una historia dulce de amor.


—Yo… ah… no te lo dije antes, Paula, pero tengo estos boletos de mi tío, nos uniremos a él y su esposa allá.


Me había engañado para llevarme a una extraña salida, ¿en familia? No había forma de que conociera a su tía y tío ahora o nunca.


—Sólo quiero ir a casa —murmuré.


Los dos me miraron.


—La llevaré a casa —repitió Pedro.


Guillermo suspiró. —De acuerdo, me tengo que ir o llegaré tarde ¿Segura que estás bien con que él te lleve a tu casa?


No era como si tuviera muchas opciones, Guillermo prácticamente me dejó varada a kilómetros de casa. —Está bien, sólo vete, Guillermo.


Se agachó y me besó en la cabeza. —Te llamaré después.


No te molestes, dije para mí.


Nunca había estado en el interior de la camioneta de Pedro antes, la cabina necesitaba una buena limpieza, había botellas de agua que cubrían el suelo y un libro para colorear de Cenicienta en el asiento entre nosotros, olía
como una mezcla de sutil de su perfume y la esencia de un olor picante de hombre después de un día duro de trabajo.


No dijo nada mientras manejada, sólo miraba fijamente hacia enfrente descansando una mano en la parte superior del volante.


Cuando se detuvo en mi complejo de apartamentos, me di cuenta que no le había dado mi dirección y no me la había preguntado. Se estacionó junto mi coche y apagó el motor.


Nos sentamos en silencio por un momento, afortunadamente mis sollozos se habían calmado y ahora eran pequeños hipos. —Gracias por traerme a casa. —Empujé la puerta de la camioneta y bajé con cuidado dándome cuenta que el piso estaba más lejos de lo que había pensado.


Me dio la mano deteniéndome. —Espera, deja que te explique.


No sé qué se apoderó de mí, quizá el cierre que deseaba o mi curiosidad morbosa acerca de su novia embarazada, pero asentí. Envolví mis brazos alrededor de mi cintura preparándome para la explicación.


—Aquí no, invítame a entrar, Pau.


Asentí y lo guié adentro, aventé mi bolsa y llaves en la mesa que está en la entrada y fui hacia el sillón, sin saber cuánto tiempo más podrían aguantarme mis piernas temblorosas, me senté y de inmediato me hice un ovillo en el sillón, esperaba a Pedro estuviera justo detrás de mí pero extrañamente lo escuché hurgando en la cocina.


Levanté la cabeza y lo vi caminar hacia mí con un vaso con jugo de naranja, una caja de pañuelos desechables y un frasco de pastillas para mitigar el dolor. Me tendió el vaso mientras abría el frasco de pastillas, una vez que me las tomé se sentó a mi lado, lo que tenía que decirme debía ser peor de lo que imaginé ya que estaba siendo muy amable conmigo, tal vez Sara estaba embarazada de gemelos, o estaban comprometidos. Maldición ¿Por qué no presté atención a su mano izquierda? No es que importará, me recordé.


Tomé una respiración profunda. —Entonces… ¿cuándo tiene fecha?


Su rostro se retorció con confusión —¿Quién? ¿Sara?


Obviamente, asentí.


—¡Ah! Creo que a fínales de abril.


—Bueno, siento la reacción que tuve… sólo que me tomó por sorpresa — Me disculpe por mi ataque de ansiedad en público pero dibujé la línea de ofrecer mis felicitaciones o abrir una botella de champán.


Pedro estudió mis facciones cansadas y se pasó una mano por detrás del cuello. —Demonios, pastelito, el bebé no es mío.