martes, 31 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 36





Pedro? ¿Qué estás haciendo aquí? —Di un paso hacia atrás, fuera de su alcance—. Llamé a Martina después de que te fuiste y pensé que era ella la que… quien venía. —Intenté fingir que estaba bien, pero era obvio que era un desastre. No quería darle esa clase de poder sobre mí.


—¿Puedo pasar?


Mi cerebro había aparentemente tomado un permiso para ausentarse, porque di un paso hacia atrás, permitiéndole entrar. Su olor a almizcle me inundó y no quería nada más que enterrar mi cara en su cuello e inhalar. No, Paula. No. 


Mierda, tal vez los tres tragos de vodka que había tomado en una rápida secuencia después de que se marchó no habían sido una muy buena idea. Mis manos ya temblaban y luchaba por permanecer erguida.


Me retiré a la cocina y bebí un trago más por si acaso, antes de que Pedro entrara a la cocina detrás de mí. Tapó la botella de vodka y la colocó de nuevo dentro del congelador.


—Suficiente —dijo rudamente, su aliento tibio rozando sobre mi nuca.


Me recosté contra la isla de la cocina, su presencia amenazadora me tenía cautiva. —¿Por qué has regresado?
—Había estado esperando sonar suspicaz, insensible, pero en su lugar mi voz traicionó mi desesperado y ebrio estado.
Maldita sea.


—¿Estás borracha? —Estiró el brazo y jugueteó con un rizo de mi cabello—. Estuve fuera sólo una hora. —Su nariz rozó mi mejilla, deteniéndose sólo por un momento.


Levanté mi barbilla y le sonreí con suficiencia. —Sin comentarios. — Pronto se daría cuenta del desastre que yo era, de todas formas. Verlo con Sara y pensar que él había seguido adelante… Dios, me había destrozado. Incluso descubrir que no era el padre del bebé no alivió mi mente. 


No era como si me estuviera pidiendo que volviera… ¿verdad? ¿Y qué le diría si lo hacía?


Necesitaba ser fuerte. Y en mi estado de embriaguez, con la deliciosa masculinidad de Pedro parado en mi cocina, iba a necesitar un maldito milagro.


Puse mis manos en mis caderas. —¿Por qué estás aquí, Pedro?


Su mirada chocó con la mía. —Por ti.


Mi garganta se apretó y agarré la encimera de apoyo. Pedro no dijo nada más y no hizo ningún movimiento hacia mí. Sólo continuó mirándome, sus ojos cada vez más oscuros con deseo. La anticipación envió a que mi corazón latiera erráticamente en mi pecho.


Seguramente él sabía que esto no era justo. Estaría más allá de injusto seducirme en estos momentos, cuando estaba vulnerable y necesitada por su contacto. Quería muchísimo más, pero incluso antes de que lo procesara, sabía que libre y voluntariamente le daría cualquier cosa que quisiera. 


Incluso sabiendo que mi corazón seguramente se resecaría y desintegraría de una vez por todas cuando me dejara esta vez.


Dio un paso más cerca, como tanteando el terreno y cuando no hice ningún movimiento para detenerlo, y de hecho incliné mi cuerpo hacia el suyo, cerró el resto de la distancia entre nosotros y me tiró contra él.


Me hundí en el alivio. Había extrañado esto. Los planos duros de su pecho, sus músculos presionando contra los míos en esa forma familiar. Lo había extrañado a él y en este momento, estaba lo suficientemente desesperada como para tomar cualquier cosa que pudiera conseguir. Mi corazón saltó a la acción, golpeando contra mis costillas y mi cerebro estaba en conflicto con mi cuerpo. ¿Podría manejar las consecuencias de otra noche con Pedro? Se inclinó hacia abajo y plantó un tierno beso sobre mi mandíbula, justo debajo del lóbulo de mi oreja.


Mi corazón decía no, mientras que mi cuerpo gritaba sí. Tal vez si específicamente e inteligentemente escogía esto, si yo estaba usándolo esta vez… La derrota no dolería demasiado. Endurecí mis nervios para tomar lo que necesitaba de él… una última vez. Necesitaba ser quien tuviera el control.


Capturé su boca en un beso devastador, separando sus labios con mi lengua y girando ansiosamente mi lengua con la suya.


Sus manos se levantaron para ahuecar mi mandíbula, inclinando mi cabeza para intensificar el beso. Mientras sus manos se enredaron mi cabello y acariciaban mi mejilla, no me permití sentir la ternura del momento y en su lugar, desabotoné sus pantalones y llevé mi mano adentro. Su pene se puso rígido bajo mi no-demasiado-amable asistencia y cuando estuvo completamente duro, me separé del beso y dejé caer mis rodillas en frente de él.


Pedro se rió entre dientes, bajando su mano para acariciar mi cabello, retirándolo suavemente de mi cara. —Demonios, nena, ¿tienes prisa?


Pero su risa murió en sus labios cuando mi boca llegó alrededor de su protuberante cabeza, tirando de él profundamente


—Oh, mierda.


Orgullo creció dentro de mí y puse cada pizca de energía que tenía en la actuación. Mi mente repetía las imágenes de sus videos e imite los movimientos que había visto—lamiendo sus bolas y chupando una de ellas en mi boca. Pedro se encogió y retrocedió.


—¿No te gusta? —pregunté, mirándolo con los ojos abiertos.
Sus ojos brillaron implacablemente hacia los míos. 


—Está… bien. — Parecía luchar por las palabras correctas. Acariciaba mi cabello apartándolo de mi rostro, mientras trataba de leer mi expresión—. Me gusta más que chupes mi
pene, eso es todo.


—Oh. Pero en tu último video… —me detuve, cerrando de un golpe mi boca.


Comprensión cruzó sus facciones y parecía que ambos recordábamos la forma en que se zafó de la boca de la chica y la dirigió a sus bolas. Recorrió su dedo a lo largo de mi mandíbula. —Eso era sólo para la cámara, nena. Era actuación. Mi pene es tuyo y había algo que no se sentía bien cuando ella me hacía eso. Mis últimos recuerdos eran de ti chupándome profundamente en tu garganta, y yo no quería los labios de nadie más alrededor de mí en ese momento. Sé que probablemente suena estúpido para ti, considerando… Pero es la verdad.


Tomé una profunda respiración. No importaba que me dijera en estos momentos, me recordé a mí misma. Él no podía hacer esto bien. Necesitaba ser fuerte. —Está bien. Lo entiendo. —Regresé a mi tarea, agarrándolo firmemente con ambas manos mientras acariciaba y mamaba al mismo tiempo, obligando a todos los pensamientos a apartarse de mi mente.


—Demonios, pastelito. —Sus rodillas temblaban y sus manos se abrieron paso en mi cabello, levantándolo de mi rostro y colocándolo en una cola de caballo detrás de mi cabeza.


Con una mano aún plantada en mi cabello, agarró su pene en su otra mano y lo sacó de mi boca. —No me quiero venir aun —dijo con los dientes apretados—. Deja que me encargue de ti.


Agarró mis brazos, poniéndome de pie y plantando una serie de dulces besos sobre mi boca.


—No. Te necesito dentro de mí. Ahora. —Leyó la insistencia en mis ojos.


—Está bien. —Tiró del dobladillo de mi vestido tejido hacia arriba y alcé mis brazos repentinamente parada frente a él en sólo mi sujetador y bragas.


Extendí los brazos para desabrochar mi sujetador, desechándolo y luego rápidamente me quité mis bragas. No estaba segura por qué, pero necesitaba ser quien tuviera el control. Sin molestarme en quitarle la camisa de Pedro, lo atraje hacia mí, mi espalda apoyada contra la encimera. Sus ojos tenían un rastro de duda, pero jalé sus labios a los míos. —Tómame.


Me levantó sobre la encimera y frotó los labios de mi sexo hinchado. — ¿Estás lo suficientemente mojada, cariño? No quiero lastimarte.


Necesitaba parar con esa mierda del chico bueno. Ambos sabíamos que no lo era. Este era exactamente el por qué mi corazón estaba en pedazos.


Descubriendo que ya estaba empapada —malditas hormonas— rodó un condón sacado de su billetera. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y clavé mis talones en su culo, instándolo hacia delante. Segundos después sentí su pene empujando en mi entrada. Sí, esto era lo que necesitaba, sólo para olvidar todo lo demás y perderme en las sensaciones. Una ola de deseo corrió a través de mi vientre.


Se movió lentamente hacia delante, deslizándose dentro de mí lentamente. Desgarrando lentamente.


Arqueé mi espalda, tumbada contra la fresca y dura encimera, y apreté mis ojos cerrados. —Más duro. Fóllame más duro.


Los movimientos de Pedro mejoraron, aunque sólo infinitesimalmente y las puntas de sus dedos rozaban mis tetas. —¿Paula, mírame?


Abrí un ojo. —Sólo hazlo, Pedro. No vas a romperme.


Sus manos se movieron a mis caderas y me jaló hacia delante contra su pelvis. Observé sus movimientos por un momento antes de dejar a mis ojos cerrados irse a la deriva otra vez. Moví mis caderas contra las suyas, a pesar de la combinación de dolor-placer agarrando mis entrañas por la plenitud. Dejé salir jadeos pesados, empujando las caderas hacia delante al tiempo para encontrar sus impulsos, lastimando su culo con mis uñas.


—Detente, Paula. Detente. Esto no es sexo venganza. —Apartándose de mi, su pene, tibio y empapado, descansó contra mi vientre—. ¿Qué estás haciendo? —Tomó mis hombros, sacudiéndolos amablemente hasta que encontré su mirada.


Me incorporé en la encimera, con los ojos llenos de lágrimas. 


¿Qué diablos hacía? Esta no era yo. No era una diosa de la habitación —o de la cocina, por así decirlo— era inexperta y torpe. Sólo hacía esto porque mis sentimientos por él me aterrorizaban. Lo amaba. Lo amaba tanto. Chupé mi labio inferior, rehusándome a llorar.


—No soy una estrella porno. Sé que no soy como una de las otras mujeres con la que has estado…


Soltó un suspiro de frustración y apretó los puños en sus costados. — ¿Eso es lo que pensaste que esto era? Que quería sexo rudo contigo… debido a mí pasado… —Tiró de sus calzoncillos y pantalones—. Mierda. —La palabrota
atravesó su pecho con un gruñido. Sus manos temblaban y la mirada en sus ojos era diferente a cualquier cosa que había visto alguna vez.


Solté un suspiro tembloroso.


Pedro me alzó de la encimera, fácilmente me levantó en sus brazos y me acunó contra su peso mientras salía de la cocina. Abrió de una patada la puerta de mi habitación y me soltó en el centro de la cama, donde aterricé con un ruido sordo.


Gateó hacia mí, inclinándose cerca de mi oído, su voz baja y mezclada con ira. —Si quieres que te folle duro, lo haré. Pero no porque creas que eso es lo que quiero. Te quiero a ti. Sólo a ti, Paula. Tus suaves curvas, tu falta de experiencia, tu apretado coño que sólo ha sido mío. Esa noche contigo, a pesar de que lo que pude haber dicho, hicimos el amor y fue el mejor sexo de mi vida. —Se sentó sobre sus talones, dándome una oportunidad de procesar sus palabras—. Y más que eso, no fue sólo sexo eso que compartimos esa noche. — Frotó sus manos sobre su cabello—. Cristo, pastelito. Estoy enamorado de ti.






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