jueves, 26 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 19





legué a casa del trabajo minutos antes de las seis. La hermana pequeña de Liam, Sofia, que tenía 19 y estaba tomando clases en la escuela comunitaria cercana, generalmente cuidaba a Lily por mí y había estado allí desde las 3 para verla bajarse del autobús.


Entré y encontré a Lily comiendo la cena en la mesa, y a Sofia sentada con ella, limándose las uñas.


—¡Pedro! —Lily dejó caer el tenedor y estuvo en mis brazos en segundos.


—¿Hiciste tus ejercicios? —Le besé la parte superior de la cabeza.


—No aún. Sofia y yo estábamos jugando.


Le fruncí el ceño a Sofia. Ella se encogió de hombros y murmuró una disculpa, levantándose para saludarme con un abrazo.


—Mmm, alguien huele bien. —Enterró la nariz en mi cuello.


—No. Tengo... una cita viniendo para acá. —Luego del trabajo, me había metido en un rápido entrenamiento con Ian y me duché en el gimnasio antes de venir a casa.


—¿Tú? ¿Una cita? —Sofia entrecerró los ojos con incredulidad—. Tú no sales. Dios sabe que he intentado que me invites a salir por años.


—Sofia... —Suavemente la alejé de allí por los hombros, añadiendo más distancia entre nosotros—. Sabes que Ian me cortaría las pelotas si te pusiera un dedo encima.—Lo cual era enteramente verdad, pero era más que eso. Sofia se había convertido en una hermosa joven, el problema era que cuando la miraba, aún veía a la larguirucha chica de 10 años cuyas muñecas Barbie regularmente se volvían prisioneras de guerra de Ian y yo.


—Podríamos evitar eso, y lo sabes. Ian no es mi jefe. —Sofia sonrió, bateando sus pestañas, apoyando una mano en mi antebrazo. Oh, definitivamente sabía por seguro que ella estaría más que feliz de cabrearlo.


Ha intentado por meses hacer que la notara, limpiando mi casa en sus pequeños shorts, y ofreciéndose a cuidar de Lily por mí en cualquier momento del día o de la noche. Y a pesar de que sabía sus motivos, dejé que lo hiciera. Si eso me hacía un imbécil, entonces que así fuera. No iba a rechazar su ayuda.


Ambos sabíamos que la necesitaba, a pesar de que estaba seguro de que ella se aferraba a la esperanza de que yo cambiara de opinión sobre ella. Sobre nosotros.


—Termina la cena, Lily. Tengo compañía que vendrá esta noche.


—¿Va a volver Pau? —El rostro de Lily estalló en una sonrisa cuando asentí.


—¿Quién es Paula?


¿Quién era Paula? Esa era una muy buena pregunta. Una chica fuera de mi liga. Una chica que tenía el rostro de un ángel y el cuerpo para competir con cualquier estrella porno. 


Alguien dulce con mi hermana y probablemente capaz de destruir mi corazón en el proceso.


—Sólo una amiga —dije.


Sofia rodó los ojos.


—Ajá, amiga mi culo —Llevó una mano a su boca—. Quiero decir, mi trasero —Bajó la mirada a Lily que ahora estaba riendo—. Limpiaré un poco para ti. Ve a prepararte para tu cita, semental. —Me dio una palmada en el trasero.


—Gracias, Sofi—Arrastré los pies al cuarto de lavado, dejando caer mi ropa húmeda de gimnasio en la lavadora—. ¿Recogiste la ropa de tu habitación, Lils? —le pregunté desde el pasillo. Intentaba tanto como podía tratarla como una niña normal. Quería que creciera independiente y auto-suficiente, sin que pensara que era diferente a otros, o incapaz de cuidar de sí misma. Después de todo, llegaría el día que yo no estaría allí para ayudarla. Y eso era algo en lo que ni siquiera quería pensar.


La oí corretear a su cuarto y sonreí para mí mismo mientras iniciaba la lavadora.


Cuando entré a la sala de estar, Sofia había levantado su cabello en una cola de caballo y se había sacado su holgada sudadero, quedándose en una ceñida camiseta y un par de jeans. Estaba revoloteando alrededor de la casa, quitando el polvo de la sala, levantando elementos dispersos y generalmente haciendo que la casa estuviera presentable.


Tenía la sensación de que sólo se estaba quedando para evaluar a la chica con la que supuestamente tenía una cita. 


Ni siquiera estaba seguro de que esto fuera una cita. No sabía qué me había llevado a decir eso. Tal vez porque sabía que Paula no era el tipo de chica con la que follabas casualmente.


Un golpeteo en la puerta principal envió un escalofrío a través de la parte trasera de mi cuello, erizando el vello de allí y encendiendo todos mis sentidos en anticipación.


Sofia trotó hacia la puerta, pero la detuve antes de abrirla.


—Déjame a mí.


Ella dio un paso atrás y posó sus manos en las caderas.


—Por supuesto.


Sacudí la cabeza y respiré hondo, luego abrí la puerta. Paula se veía impresionante. Llevaba un vestido de mangas cortas color azul marino que abrazaba sus curvas, y caían justo encima de sus rodillas. Sus piernas estaban bronceadas y tonificadas, y terminaban en unos sexis pies envueltos en un par de sandalias plateadas. Se veía sexi e inocente a la vez.


—Pasa. —Di un paso atrás para dejarla entrar. Sofia se aclaró la garganta detrás de mí, y aparté la mirada de Paula.


—Esta es Sofia una amiga mía y de Lily.—Hice un gesto hacia la joven.


No se me escapó que ella y Paula estaban teniendo una extraña competencia de miradas, evaluándose la una a la otra. —Sofia ya se iba. Gracias por hoy, Sofi.


Una sonrisa asomó de sus labios, una mirada satisfecha en su rostro.


—¿A la misma hora mañana?


—No, lo tengo cubierto. Además, no me gusta que te pierdas las clases para cuidar de Lily por mí.


Agarró su bolso y su sudadera del sofá y aseguró su bolsa a través de su cuerpo.


Pedro Alfonso, sabes que haría cualquier cosa por ti. —Me sonrió con malicia. No se me había escapado lo que ella intetaba dar a entender, por el bien de Paula, que había algo más en nuestra amistad. No lo había. Jamás lo había habido, jamás lo habría, a pesar de lo mucho que ella intentara tentarme.


Una vez que Sofia se fue, Paula se removió nerviosamente en la entrada, jugando con la correa de su bolso. La tomé por los hombros.


—Oye, es la hermana pequeña de mi mejor amigo. Eso es todo. ¿De acuerdo?


Ella asintió obedientemente, su voz apenas un susurro:—De acuerdo.— Salió de sus tacones de tiras, dejándola varios centímetros más baja que yo y me siguió adentro.


Lily entró ruidosamente por el pasillo justo entonces y Paula se dejó caer a sus rodillas para envolverla en un abrazo gigante. Lily parloteaba sobre su día y Paula asentía y reía, deteniéndose para hacer preguntas. Era sorprendente ver lo mucho que Lily ya admiraba a Paula. Era dulce y a la vez preocupante. Si Paula no se quedaba por mucho, sabía que tendría una niña con el corazón roto en mis manos.


Le pregunté a Paula si estaba bien si dejábamos a Lily con nosotros para la noche, y ella asintió y luego fue a ayudar a Lily con sus estiramientos. Paula se sentó en el suelo con Lily, mostrándole un par de nuevas manera para estirar la espalda y las piernas. La emoción de ver a Paula fue como una lenta tortura, las miradas persistentes, los ocasionales toques contra su piel, y finalmente metimos a Lily en la cama.


Paula me siguió por el pasillo hacia la sala de estar. La observé dar un paso tentativo hacia donde yo estaba sentado en el sofá. Todo el oxígeno desapareció de la habitación, el aire cargado de tensión, ahora que nuestra diminuta acompañante estaba profundamente dormida.


Tenerla aquí conmigo —con Lily— estaba jodiendo mi cabeza. Ni siquiera podía comenzar a entender sus motivos.


Paula se removió en la puerta, como si hiciera una pausa para mi inspección. Su vestido terminaba justo por encima de las rodillas, y mi mirada bajo arriba y abajo de sus piernas desnudas.


—Te ves bien—Mi voz era ronca.


—Tuve una cita.


¿Tuvo una cita hoy y el imbécil le había dejado irse? ¿Vestida así? Sus piernas desnudas eran entornadas y bronceadas, las uñas de los pies pintadas de un rosa pálido. 


Ella era impresionante.


—Ven aquí. —Instruí.


Ella obedeció, cruzando la sala para estar de pie delante de mí, con los ojos muy abiertos lanzados a encontrarse con los míos. Pase la yema del dedo por la parte posterior de su pierna desnuda, y la sentí estremecerse bajo mi tacto.


—Cuéntame sobre esa cita que tuviste. —Seguí acariciando con pereza la carne suave detrás de la rodilla.


Ella tragó saliva y respiró hondo. —Él me llevó al club de campo de tenis y luego a comer en la terraza.


—¿Y ahora estas pasando tiempo conmigo? —Sentí sus rodillas bloquearse para mantenerse estable—. Yo no hago rosas y velas y clubes de campos. Citas conmigo no implicarían tenis. —No estaba seguro de porque la estaba alejando, solo que deseaba su honestidad, entonces le suministré del mismo tratamiento.


—¿No?—desafío, encontrando su voz, aunque débil.


—No, pastelito. Soy más del tipo de una cerveza, alitas de pollo calientes y sexo en la cabina de mi camión —Contuvo el aliento y le temblaron sus rodillas. Envolví las manos alrededor de la parte posterior de sus piernas para evitar que colapsaran—. Pero por ti probablemente podría hacer una excepción. —Su mirada sostuvo la mía y el aire se espesó a nuestro alrededor.


—¿Pero qué si me gusta la idea de cerveza y de alitas calientes?— arremetió.


Noté que ella convenientemente omitió la parte del sexo, y yo sabía que no debí decirlo, pero maldita sea, yo quería ver su reacción. —Me refiero a que la excepción seria que en vez de mi camión, te extiendes en mi cama donde yo pueda follarte correctamente.


Ella dejó escapar un gemido suave y sus piernas cedieron
completamente. La arrastré en mi regazo, en lugar de permitir que se derrumbara en un ovillo en el suelo.


—Te tengo. —Respiré contra su pelo. Su corazón golpeteaba jodidamente fuerte y pude ver su pulso zumbando contra su cuello. Fue un giro importante.


Levanté su barbilla, tirando de ella hasta que sus labios se encontraron con los míos, y la besé suavemente—. Dime lo que quieres, Paula.


—No puedo.


Fruncí el ceño. —¿No puedes o no quieres? —Tragó saliva y bajó la mirada. Íbamos a tener que trabajar en eso. Pero primero lo primero—. Vamos a comer algo —La moví de mi regazo, entonces se sentó a mi lado en el sofá—. Podemos quedarnos o podemos llamar e intentar encontrar una niñera para que venga.


—Quedémonos aquí.


—Por lo general ordenó comida después de que pongo a Lily en la cama. ¿Qué te gustaría?


—Lo que hagas usualmente está bien.


—Bueno, siempre hay cervezas y alitas de pollo… —Sonrió y levantó una ceja. Ella definitivamente no era del tipo de chica de cerveza y alitas.


Pero sin perder el ritmo, ella sonrió y asintió con la cabeza. 


—Suena bien para mí.


—¿Estás bien con un poco de picor?


Asintió con la cabeza, ignorando la insinuación. —Siempre y cuando no sea demasiado picante.


—Creo que puedes manejarlo. —Me encontré con sus ojos y sostuve la mirada. Sus grandes ojos azules se ampliaron y se encontró con los míos. Ella no dio marcha atrás y su sincera curiosidad acerca de lo que había entre nosotros agitó algo dentro de mí.


Saqué mi teléfono para ordenar. —Hola, Billy. Seh, en realidad que sean dos órdenes de lo de siempre —Me puse de pie y crucé la habitación—. ¿Estás bien si me esperas aquí mientras yo voy a recoger la comida? Solo tomará unos
minutos.


—Seguro.


Cuando volví con un paquete de seis de cerveza y las cajas de comida, Paula había juntado servilletas y platos de la cocina. Nos acomodamos de nuevo en el sofá para comer.


Abrí los contenedores de las alas y los palitos de apio, colocándolos sobre la mesa de café. —Toma tanto como quieras.


—Gracias —Miró con recelo la comida antes de colocar delicadamente una servilleta sobre su regazo—. En realidad nunca he comido alas de pollo antes. —admitió.


— ¿Nunca?


Negó con la cabeza.


Maldición. Esta chica realmente estaba un una liga completamente diferente. Probablemente nunca comía nada que no necesitara de utensilios.


Quería decirle que no se preocupara de no ensuciarse delante de mí, pero me sorprendió cuando metió la mano, levantando un ala de pollo del recipiente y curiosamente mirándolo como si se preguntara como empezar.


Observé mientras ella cuidadosamente mordisqueaba la carne, manchándose de salsa en su labio inferior y en las puntas de sus dedos. — Mmm. Está bueno. —Parecía sorprendida. Verla lamer la salsa de sus dedos provocó cosas malas a mi ingle.


—Bien —Empujé las servilletas hacia ella—. Ahora come.


Ella siguió robándome miradas desde el rabillo de su ojo, pero comimos en relativo silencio. Saqué una cerveza del paquete de seis y se la ofrecí. — ¿Quieres una?


Asintió. Giré la parte superior y le entregué la botella abierta. 


De inmediato la llevó a sus labios, probablemente para quitar el picor de la comida.


Las alas estaban más picantes de lo habitual, pero ella no se quejo.


—¿Te importa si pongo el juego? —Pregunté, tratando de alcanzar el control remoto.


Ella ya iba por otra ala y medio asintió con la cabeza.


Le bajé el volumen al juego, mas por el ruido de fondo que por otra cosa.


Paula se inclinó hacia adelante en su asiento. — ¿Cuál es la puntuación?


—¿Te gusta el futbol?—No pude evitar que la sorpresa forzara mi voz.


Asintió. —Me encanta los Bears. Ver fútbol era lo único normal que hice con mi papá. —Sonrió.


Oh. Una chica a la que le gusta las alitas de pollo y la cerveza, y ahora me dice que es fanática de los Bears también. Señor, ten piedad. Mi decisión de estar lejos de ella solo se hacía más difícil.


Terminamos de comer y quité la comida, pero Paula me indicó que dejara la cerveza. Parecía que los dos teníamos calor, y el hecho de que ella se apoyara en el sofá, metiéndose contra mi lado, era un indicador de eso.


Estaba más entretenida con el juego, gritándole libremente al televisor cada vez que el árbitro tomaba una mala decisión. 


Vi la forma en que inclinó la botella a sus labios y bebió un largo trago, el movimiento grácil de su cuello mientras tragaba. Deslizó sus pies en la cabecera del sofá, y yo los puse en mi regazo. El contacto le llamó la atención, y se movió para enfrentarme.


—¿Pedro? —susurró en la sala tenuemente iluminada.


—Has comido. Ahora llegó el momento tener nuestra conversación, pastelito —Empecé a frotar suavemente sus pies—. Dime lo que quieres.


Ella se inclinó y puso su botella de cerveza en la mesa de café antes de volver a mirarme a la cara. Se mordió el labio como si no estuviera segura de sí misma, y miró en todas partes menos a mí.


—Esto. Tú. Quiero que tú también… me enseñes. —Tragó saliva, su lengua lanzándose a saborear su labio inferior.


¿Era consciente de lo que me pedía? ¿Podría posiblemente entender? — ¿Enseñarte qué?


—Como… Por favor…


Agarré suavemente su barbilla con mis dedos y le levanté la cara para encontrarme con sus ojos.


—¿Cómo hacerte venir?


—Ss-Sí. —Gimió.


Se inclinó hacia adelante y me dio un dulce beso en la boca y mi polla saltó a la vida en mis pantalones vaqueros. Quería entender como complacer a un hombre, pero su sexy inocencia garantizaba que no iba a tener que esforzarse mucho. Necesitaba mantener mi control antes de que le rompiera sus bragas y le mostrara exactamente qué hacer.


DURO DE AMAR: CAPITULO 18




El por qué acepté la cita con Guillermo Wyndham III estaba más allá de mí compresión. Fue un momento de debilidad, mi madre me había pillado bajando de las alturas por pasar el tiempo con Pedro, y acepté.


La primera vez que conocí a Guillermo fue el año pasado en una fiesta de navidad en la oficina de mi padre. La misma fiesta en la que me habían presumido por ahí como si yo fuera una preciada posesión desde el día en que cumplí los dieciocho. Como si yo quisiera un gordo y poco atractivo contador como marido. Afortunadamente, Guillermo era diferente. Tenía veinticuatro, recién salido de la escuela de negocios, y se sentía tan fuera de lugar con los contadores de mediana edad y sus cónyuges tanto como yo.


Pasamos la noche sentados en un balcón, yo con la chaqueta de su traje sobre mis hombros desnudos, hablando sobre nuestros campos favoritos de la Universidad, el mío, la filosofía, el suyo, la economía.


Mis padres quedaron encantados al ver que nos llevábamos tan bien. Era una buena imagen para sus ojos, todo lo que ellos querían para mí, un hombre blanco de entre veinte y treinta años, buena genética, bien educado, de una familia de clase media-alta de New Hampshire. Saludable como un vaso de leche. E igual de emocionante.


Su sola emoción hizo que me retorciera. Evité sus llamadas y sus débiles intentos para quedar durante gran parte de estos seis meses. Razón por la cual me resultaba desconcertante que estuviera rizándome el pelo, y planchando mi camisola marinera, para mi cita.


Hicimos planes para jugar al tenis en el club de campo del que mi padre y él eran miembros. Empaqué mi traje de tenis en mi bolso grande, el cual Martina nombró la bolsa de Mary Poppins, y fui a esperar a Guillermo.


Cuando se detuvo en su elegante Lexus plateado, corrí a su encuentro.


Guillermo salió del coche, todo pelo rubio engominado y dientes blancos y rectos que indicaban años de ortodoncia. 


Me recibió en la puerta del coche, vestido en vaqueros casuales y una camiseta abotonada y me besó el dorso de la mano antes de ayudarme a entrar en el coche. El rico olor del cuero me envolvió y me acomodé en el asiento.


Algo sobre Guillermo me era familiar, como un par de pantalones vaqueros gastados, o tus cómodas sandalias, pero nada sobre su presencia, y ciertamente no su beso, me llevó a ningún lugar cerca de los fuegos artificiales. Era más como una tolerable indiferencia. Pedro, por otro lado… bueno, mis pezones se endurecían con sólo pensar en él.


Después de un aburrido partido de tenis, en el que predeciblemente me dejó ganar, almorzamos en el espacioso patio de piedra del club. Ordené una ensalada de fresas y champán y Guillermo el risotto de trufa. Bebimos agua con gas durante la comida y Guillermo contó elaboradas historias diseñadas para impresionarme. Empezó con las aventuras en el velero de su padre, fiestas locas con sus amigos de la preparatoria, y finalmente sus ambiciones profesionales, hacer de socio a la edad de treinta y cinco. Ni una sola vez me preguntó sobre la mía. O nada de mí, en realidad. Encontré a mi mente vagando entre Pedro y Lily. Me pregunté qué hacían los fines de semana. Me imaginaba que comían desayunos de panqueques con chispas de chocolate en pijama mientras veían los dibujos animados. El pensamiento me hizo sonreír. No pude evitar las ocasionales miradas a mi reloj, contando los minutos que quedaban para que terminara esta cita y pudiera irme a ver a Pedro y Lily.


Después de nuestra cita, Guillermo me acompañó hasta mi coche, abriendo la puerta mientras me instalaba en el asiento del conductor.


—Eso fue divertido. Deberíamos hacerlo de nuevo. Mi familia hace este tour de vino cada otoño, deberías venir.


—Me lo pensaré —dije, luego cerré la puerta del coche.