domingo, 1 de mayo de 2016

MI CANCION: CAPITULO 21




Siento no haberte dicho lo que sentía».


Ensayando el discurso en silencio, Paula deseó haber dicho las palabras en alto esa mañana. Pedro se había marchado abruptamente del apartamento. Se había levantado de la cama mientras ella dormía y al salir del cuarto de baño le había dicho que iba a salir un rato sin más.


Después de haber tomado algo para desayunar, Paula se quedó en el salón, mirando una revista musical. Un fragmento resaltado en rojo llamó su atención. Era algo sobre Pedro.



¿Qué se trae entre manos el productor Pedro Alfonso últimamente? Dicen los rumores que ha vuelto a sus orígenes y que está al frente de una formación llamada Blue Sky. Tras la marcha de la vocalista, Marcia Wallace, un pajarillo nos dijo que la búsqueda había comenzado para encontrar a una radiante diva que la sustituyera.
Solo sabemos que tendrá que ser alguien excepcional para poder cumplir los exigentes requisitos de Pedro. No debemos olvidar que estamos hablando del hombre que llevó a lo más alto a bandas como Soft Rain y The Butterfly Net, y que después se retiró de la vida pública durante cinco años tras unas vengativas declaraciones de su ex, Juliana Parks.
Sabiendo que el señor Alfonso es experto en cazar talentos, os aconsejamos que no le perdáis la pista…


–¿Radiante diva? ¿Hablan en serio?


Mordiéndose la cara interna del labio, Paula dejó a un lado la revista. Se recostó en el butacón de color crema y se abrazó a un cojín. Sus pensamientos no hacían más que volver a Pedro una y otra vez. ¿Dónde estaba? ¿Por qué se había marchado de esa manera tan brusca?


Ya no podía seguir engañándose a sí misma. Se había enamorado de Pedro Alfonso. Llevaba mucho tiempo fuera del mercado sentimental, pero jamás hubiera esperado que el destino le pusiera a un hombre como Pedro en el camino.


Comenzó a sentir un nudo en el estómago que cada vez se hacía más grande. De repente se puso en pie y fue a buscar algo para entretenerse. Finalmente, agarró un bote de limpiacristales y un trapo y se dedicó a limpiar las ventanas.


–¿Pero qué haces?


Paula estuvo a punto de caerse de la silla en la que se había subido. Se había entregado tanto a la tarea de limpieza que no le había oído meter la llave en la cerradura.


Se volvió hacia él.


–¿A ti qué te parece?


–¡Será mejor que te bajes de ahí antes de que te rompas el cuello!


Sin darle tiempo a reaccionar, fue hacia ella y la agarró de la cintura, levantándola de la silla.


–Deja de tratarme como a una niña, ¿quieres? Soy perfectamente capaz de limpiar unas pocas ventanas sin que tengas que vigilarme.


–A lo mejor es verdad, pero… ¿Quién te ha pedido que limpies las ventanas? Yo he contratado a alguien para que lo haga. A ti te he contratado para cantar en un grupo, no para hacerme las tareas domésticas.


–No puedo evitarlo –le dijo ella, encogiéndose de hombros–. Me pongo a limpiar cuando me pongo nerviosa. No soporto estar inactiva… sin tener algo que hacer.


–Ya veo.


–Por cierto, me he dado cuenta de que no tienes muchas fotos personales por aquí –le dijo sin pensar en lo que decía. Estaba tan nerviosa que las palabras salían de su boca sin control.


La expresión de Pedro fue de absoluta incredulidad.


–Si te refieres a fotos familiares, entonces sabes muy bien que no tengo muchas.


Paula deseó que la tierra se abriera y se la tragara en ese preciso momento.


–Lo… lo siento mucho. Es que estoy muy nerviosa. Pero también me refiero a amigos. ¿No tenías amigos?


Él tardó en contestar y la angustia de Paula no hizo más que aumentar.


–¿Te refieres a amigos en el centro de acogida? En realidad, no.


Su tono de voz era gélido e impersonal. Paula sabía que debía cambiar de tema, pero no era capaz de hacerlo.


–¿Te importa que te pregunte cómo es que creciste en un centro de acogida, Pedro?


–Mi madre me dejó allí al nacer. Se quedó embarazada con dieciséis años y decidió darme en adopción, pero nadie me adoptó. No les fue fácil encontrarme un hogar porque había nacido con ese soplo. La gente del centro me dijo que los padres potenciales tenían miedo de adoptar a un niño con problemas de salud –se encogió de hombros y esbozó una sonrisa sarcástica–. Pero a mí tampoco me importó mucho. Ellos se lo perdieron. A medida que me hice mayor me di cuenta de que era una ventaja que la gente me ignorara. Aprendí a disfrutar de mi propia compañía y a seguir mis propios intereses sin tener que lidiar con las interferencias de la gente.


Paula se quedó mirándole, perpleja. Era difícil asimilar todo lo que acababa de oír.


–¿Y qué pasó con tu problema de salud? ¿Aún sigues viendo a un médico o a un especialista?


–No. Se me quitó cuando me hice mayor. Desapareció por sí solo. Ya no he vuelto a tener más problemas. Bueno, ¿vas a decirme por qué estas tan nerviosa, o tengo que adivinarlo?


Repentinamente impaciente, le quitó el trapo de las manos y lo tiró sobre el alféizar de la ventana.


Mientras Paula trataba de poner orden a sus pensamientos, Pedro respiró profundamente.


–No quiero que te preocupes por lo que ha pasado entre nosotros.


–No me preocupo. Quiero decir que… solo estaba…


Él levantó una mano para hacerla callar. Sus ojos azules resplandecían.


–Escúchame, por favor. No quiero que te preocupes porque yo no me arrepiento de nada. Y aunque pienses lo contrario, no voy a fingir que no ha pasado.


Paula sintió una ola de calor que la recorría por dentro. La ansiedad que la había hecho ponerse a limpiar ventanas de forma frenética remitía poco a poco, dando paso a una sensación de felicidad tan intensa que no pudo contener la sonrisa que le tiraba de los labios.


Él no se arrepentía de ello… y eso tenía que significar algo.


–Sin embargo –Pedro siguió adelante–, aunque no vaya a fingir que no ha pasado, estoy de acuerdo en que no podemos dejar que se repita. Tenías razón cuando dijiste que debemos concentrarnos en el grupo.


La efímera felicidad de Paula se vio reemplazada rápidamente por una gran decepción. Era tan fuerte que se sentía como si acabaran de darle un puñetazo y se hubiera quedado sin aire.


–¿Crees que eso es lo mejor?


–No es porque no quiera que volvamos a estar juntos de nuevo tal y como estuvimos esta mañana…


Agarrándola de la muñeca, Pedro entrelazó los dedos con los suyos. Sus ojos azules y neblinosos la hechizaban y en ellos se reflejaba el deseo que sentía por ella, otra vez. Sin embargo, también era evidente que estaba furioso consigo mismo. No quería desearla tanto y estaba enojado porque no era capaz de resistirse.


–Te metiste en todo esto porque querías hacer realidad un sueño –prosiguió Pedro –. Muy pronto esta banda va a tener muchísimo éxito… pero todos tenemos que tener clara cuál es la meta principal. Tenemos que mantener una relación profesional para no poner en peligro esa meta. Sería una pena tirarlo todo por la borda ahora, ¿no?


Paula no podía negar que estaba en lo cierto. Asintiendo con la cabeza, bajó la vista. Para su sorpresa, Pedro le soltó la mano. Deslizó los dedos a lo largo de su mandíbula y la agarró de la barbilla.


–He ido a ver a Raul y me voy a quedar en su casa esta noche. Tú puedes quedarte aquí. Estás en tu casa. Te recogeré a las seis. Haremos una prueba de sonido y repasaremos todas las canciones. Mañana, cuando nos vayamos a Brighton, tendrás una habitación en un hotel distinto del nuestro, un hotel mucho mejor, porque te mereces algún lujo que otro. Resumiendo, creo que el arreglo es para mejor.


Paula tragó con dificultad.


–¿Por qué? ¿No confías en mí, Pedro? Yo preferiría estar en el mismo hotel que los demás. ¿Crees que voy a empezar a molestarte porque hicimos el amor?


Con un nudo en la garganta, Paula se zafó de él y caminó hasta el otro extremo de la habitación. Cruzó los brazos y contempló durante unos segundos una enorme impresión fotográfica de una preciosa pelirroja. Al recordar que no había más fotos personales porque Pedro no tenía familia, se sintió aún más triste. Le rompía el corazón pensar que había crecido sin alguien que le quisiera a su lado.


–¿Pero qué dices? Es de mí mismo de quien no me fío. Es como te he dicho antes. Tengo un trabajo que hacer y no viene mal poner un poco de distancia ahora mismo… al menos cuando no estemos trabajando juntos.


Todo lo que decía tenía sentido, pero Paula no pudo evitar sentir una gran decepción. La esperanza era algo fútil. No tenía derecho a esperar nada de Pedro Alfonso.


–Parece que te has ocupado de todo. Bien. Me alegro de ello. Raul tenía razón cuando dijo que sería una mala idea dejar que las cosas adquirieran un matiz personal entre nosotros.


–Deja a Raul fuera de esta conversación –frunciendo el ceño y con cara de pocos amigos, Pedro fue hacia ella–. Lo que pase entre tú y yo no le incumbe a nadie excepto a ti y a mí. ¿Lo entiendes?


Su mirada de hielo no dejaba alternativa. Paula bajó la vista y asintió.


Esa noche, tras haber oído los rumores que circulaban sobre el concierto de Blue Sky, los medios musicales acudieron en masa. En el escenario Paula lo dio todo, pero no tuvo más remedio que lidiar con los flashes de las cámaras que la deslumbraban una y otra vez, y en el backstage iba a ser aún mucho peor.


Una multitud había logrado meterse en una habitación poco más grande que un ropero. La atmósfera estaba caldeada. 


Resultaba claustrofóbica y el olor a alcohol se mezclaba con el calor acumulado de tantos cuerpos apretados los unos contra los otros. Paula solo quería regresar al apartamento de Pedro y escapar.


Un pánico repentino se apoderó de ella, tomándola por sorpresa. Los reporteros le lanzaban sus preguntas como si fueran granadas, pero lograba sortearlas con discreción y reserva. Sin embargo, de no haber sido por Pedro, que se enfrentaba a ellos con profesionalidad fría y distante, hubiera salido huyendo de todo aquello.


A media mañana del día siguiente, acabó sentada en el vestíbulo del antiguo hotel del paseo marítimo de Brighton, incapaz de contener un bostezo. Raul y Pedro estaban conversando con el empleado de la recepción. El resto de miembros de la banda habían salido al patio. Paula reprimió otro bostezo mientras les observaba.


–¿Te estamos entreteniendo, Pau?


Sorprendiéndola, Raul le dio un apretón en el hombro y se sentó a su lado. El olor almizclado de su colonia la rodeó de inmediato.


–Anoche no dormí bien –Paula se encogió de hombros y trató de sonreír.


–La emoción te impidió dormir, ¿eh?


Raul sonreía de oreja a oreja y la miraba con ojos curiosos.


Algo así. Sí.


Su mirada terminó recayendo en Pedro. Estaba inclinado sobre el mostrador de recepción, mirándoles sin un interés aparente.


Paula se preguntó si también habría tenido problemas para conciliar el sueño la noche anterior.


Al sentir que buscaba su mirada, un chorro de calor la atravesó por dentro.


–Tenemos unas cuantas cosas que hacer hoy, pero a lo mejor luego puedes descansar un poco antes del concierto de esta noche.


Sonrojada, Paula se volvió hacia Raul.


–Eso suena bien. ¿Qué cosas tenemos que hacer?


–¿No lo sabes?


–No.


–¿No te dijo Pedro lo de las fotos?


–¿Qué fotos?


–Tenemos cita en un estudio dentro de dos horas.


Pedro estaba delante de ellos de repente.


–Necesitamos algunas fotos promocionales para el grupo.


Paula prefirió no decir nada. Se preguntaba si dos horas serían suficientes para transformar su rostro somnoliento en una cara mínimamente espabilada. Además, la idea de hacerse fotos no le hacía mucha gracia.


–Bueno, ponte algo sexy –Raul sonrió de nuevo–. ¡Las divas del top ten se van a echar a temblar!


Paula le dedicó una mirada a medio camino entre la estupefacción y el enfado.


–Ya veo que la campaña por los derechos de las mujeres es algo de lo que nunca has oído hablar, ¿no, Raul? ¿Para qué molestarse en reivindicar el intelecto si al final lo que cuenta es el denominador común de siempre?


–Porque la vida ya es bastante complicada –dijo Raul en ese tono incorregible que tan bien le caracterizaba–. Y no hay que complicarla más con tanta inteligencia. Yo soy un tipo simple. Sé apreciar la belleza. No puedo evitarlo.


–Ya lo has dejado bien claro, Raul. ¿Por qué no lo dejas ahí y ya está?


–¿Puedo irme al hotel ahora? –preguntó Paula–. Si estas fotos son tan importantes, me gustaría darme una ducha y ponerme presentable antes de irnos.


Se puso en pie rápidamente y se cerró un poco más las solapas de la chaqueta. Toda la testosterona que flotaba a su alrededor la estaba poniendo nerviosa.


–Claro. Yo te llevo. Volvamos al coche –Pedro le dio a Raul un montón de tarjetas llave–. Id y arreglaos un poco. Yo me iré con Paula y os veo dentro de media hora.


Raul se levantó. Tenía el ceño fruncido.


–Vaya. Ojalá estuviera dentro de mis competencias la tarea de cuidar de nuestra «mejor baza». No parece que sea un trabajo, ¿verdad?


Aunque fuera difícil de percibir, los hombros de Pedro se tensaron ligeramente. Era mejor fingir que no se daba cuenta de la tensión que crecía a su alrededor, así que Paula echó a andar sin más. Pedro, sin embargo, la agarró por el codo de repente y la condujo hacia la salida.


Ella se soltó rápidamente.


–Soy perfectamente capaz de…


–Ahora no, Paula, por favor.


Sin mirarla ni siquiera una vez, fue capaz de hacerle ver que se le estaba acabando la paciencia, así que Paula se tragó la indignación y trató de seguirle el paso.






sábado, 30 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 20





Una música inesperada le despertó. Durante unos segundos, Pedro se quedó inmóvil, mirando al techo. Estaba tumbado en la cama de la habitación de invitados, que apenas se usaba.


Parpadeó varias veces y entonces se dio cuenta de que era la radio de la cocina. Paula. Debía de haberse despertado ya.


Al bajar la vista se encontró con ese bulto tan habitual debajo de las sábanas. Soltó el aliento lentamente. 


Levantarse de la cama directamente no era una opción porque estaba demasiado excitado. Era mejor esperar unos minutos y concentrarse en algo mundano y aburrido.


Pero no era fácil. Paula acababa de empezar a cantar la canción que sonaba en la radio y su tono de voz, sexy y susurrante, le hacía sentir un hormigueo por todo el cuerpo. 


Era como si estuviera tumbada a su lado, cantándole al oído.


Unos segundos más tarde llamó a su puerta.


Pedro, ¿estás despierto ya? He preparado té.


Pedro dejó escapar otro suspiro.


–Esa palabra no se dice en mi casa por las mañanas. Yo soy un hombre de café –dijo en un tono gruñón, golpeando la almohada y recolocándosela debajo de la cabeza.


–No hay problema. Puedo prepararte un café. ¿Cómo te gusta?


–Solo y fuerte, con un poquito de azúcar… igual que a mis mujeres.


–Ya veo que has recuperado el sentido del humor.


–Al parecer, sí.


Pedro apenas podía creerse que estuviera manteniendo esa conversación a través de una puerta cerrada.


–Por cierto, gracias por dejarme tu cama. Espero que no hayas estado incómodo. ¿Has dormido bien?


Pedro se frotó la mandíbula. Había pasado toda la noche dando vueltas, pero, a juzgar por su tono de voz entusiasta, ella sí había dormido como un lirón.


–No. No he dormido bien –le dijo.


No hubo respuesta.


Durante unos segundos, Pedro pensó que había regresado a la cocina, pero entonces, para su sorpresa, la puerta se abrió y Paula entró en la habitación. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta blanca y ancha. Tenía las mejillas sonrosadas y una sonrisa en los labios.


–¿Pasa algo? –le preguntó él.


–¿Dijiste que no habías dormido?


Parecía estar preocupada, o a lo mejor se sentía culpable, pero en cualquier caso, era una oportunidad demasiado buena como para malgastarla, y Pedro no era de los que dejaban escapar una buena oportunidad.


–Sí… A lo mejor me quedo aquí un rato más.


Paula no era capaz de apartar la mirada del pecho de Pedro. Era todo fibra, músculo. Su vientre parecía duro como una piedra y tenía la piel bronceada.


–¿Por qué no vienes y te sientas a mi lado? –le preguntó de repente, dándole una palmadita en la cama.


–Yo he dormido bien. No necesito descansar más.


–¿Quién ha hablado de descansar?


Paula tragó con dificultad.


–Nadie, pero… No parece que haya mucho sitio –dijo, nerviosa.


De repente sintió un deseo tan grande que era inútil fingir indiferencia.


–Tú debajo de mí, yo encima… ¿Cuánto espacio necesitamos para eso? –le preguntó él. Sus ojos estaban ebrios de deseo–. Podemos hacer que funcione.


Paula miró hacia las ventanas. La tenue luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la persiana. De pronto se vio asediada por las dudas.


–Yo nunca… –dijo, con el corazón desbocado–. Nunca he buscado sexo esporádico. Solo quería que lo supieras. ¿Tienes protección?


Él la miró fijamente.


–Tengo todo lo que necesito aquí mismo.


Pedro suspiró. Podía ver sus pezones endurecidos a través del fino tejido de la camiseta blanca que se había puesto.


Con manos temblorosas, Paula se bajó la cremallera de los vaqueros y se los quitó. Después avanzó hacia el borde de la cama. No llevaba nada más que la camiseta y unas braguitas blancas de algodón.


–¿Por qué no te quitas la camiseta?


Paula se detuvo durante unos instantes y entonces obedeció.


Aunque no se diera cuenta de ello, sus movimientos fueron sensuales y provocativos cuando se quitó la camiseta por la cabeza. Sus pechos redondos y perfectos, con sus pezones oscuros y duros, apuntaban hacia él. Todas las curvas de su cuerpo exquisito estaban expuestas en toda su gloria; su cintura pequeña, la voluptuosa silueta de sus caderas, sus muslos bien contorneados…


Cuando tiró al suelo la camiseta por fin, su melena negra le cayó sobre los pechos, ocultándolos parcialmente.


–¿Me quito esto también? –le preguntó, señalando las braguitas.


–No –Pedro la agarró de los brazos y la hizo tumbarse en la cama–. Ese placer en particular va a ser mío.


Con el pelo alborotado alrededor de la cara, Paula tomó el aliento y lo contuvo al sentir sus manos sobre las caderas. 


Un segundo después, le había quitado las braguitas.


Pedro, yo…


Su boca caliente la hizo callar. Su lengua la invadía y su duro miembro masculino le apretaba el vientre.


Paula se dejó embriagar por el aroma de su cuerpo masculino. Sentía una de sus manos sobre el pecho. Pedro frotaba y masajeaba uno de sus pezones, pellizcándola de vez en cuando y apretando hasta hacerla gemir y menear las caderas. De repente, Paula sintió su boca alrededor de un pezón.


–Tengo que ocuparme de una cosa… –le dijo de repente, levantando la cabeza.


Estiró una mano hasta alcanzar una silla cercana y sacó un paquete de uno de los bolsillos de su pantalón. Sin perder tiempo, lo abrió y se puso la protección. Un momento después, la hizo separar los muslos e introdujo un dedo en su sexo húmedo. Ella contuvo el aliento. Estaba más que lista, así que se colocó sobre ella y la penetró. Paula sintió que todo pensamiento racional la abandonaba. Un placer extático desconocido la invadía. Pedro buscó la piel suave que unía su cuello con el hombro y la mordió, haciéndola gritar.


Después comenzó a besarla con fiereza, metiéndole la lengua en la boca al tiempo que llenaba su sexo, dejándose envolver por su calor. Ella se movía sin cesar, gimiendo y abrasándole la piel con su aliento caliente. De repente, levantó las caderas para permitirle entrar más adentro y entonces comenzó a temblar. Gritó una segunda vez y Pedro se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos. Su expresión era de absoluto asombro, como una mujer que jamás hubiera experimentado todo el impacto orgásmico de un clímax sexual.


Con solo pensar en ello, Pedro perdió el control. En cuestión de segundos comenzó a empujar con más fuerza, susurrándole cosas al oído. El deseo fue en escalada y poco después se dejó arrastrar por una espiral de placer tan violenta y perfecta que era imposible describirla con palabras.


Unos instantes más tarde, se tumbó a su lado y deslizó las yemas de los dedos sobre la exquisita línea de su barbilla.


–¿Paula?


–¿Qué?


Pedro le estaba acariciando la oreja, sujetándole un mechón de pelo detrás. Mientras contemplaba esos ojos verdes casi incandescentes, se dio cuenta de que nunca había experimentado una emoción tan profunda e intensa. De alguna manera, se sentía extrañamente privilegiado.


–Creo que eres la mujer más hermosa que he conocido jamás.


Paula hubiera querido perderse en esas palabras y olvidar todo lo demás, pero era imposible.


«No me quiere. Lo único que hemos hecho ha sido disfrutar del sexo», pensó.


–Eso es un halago muy grande, viniendo de un hombre como tú –le dijo en un tono falsamente ligero.


Pedro frunció el ceño.


–¿Qué quieres decir?


–Quiero decir que seguro que has conocido a muchas mujeres hermosas. No me voy a engañar pensando que soy especial.


–Oye, ¿por qué dices eso? ¿No te das cuenta de todo el placer que acabas de darme? Me hipnotizas y me intoxicas, Paula. Lo que acabamos de compartir ha sido maravilloso.


Paula no pudo evitar sonreír.


–Gracias. Me alegra que pienses eso. Yo también lo creo. Pero ahora creo que debemos volver a la Tierra, ¿no crees?


Agarró la mano que Pedro tenía apoyada sobre su abdomen y le hizo retirarla. Rodó sobre sí misma y se inclinó para recoger su ropa del suelo.


–¿Adónde crees que vas?


Sin contestar inmediatamente, Paula se puso las braguitas y entonces se puso en pie. Se volvió a poner la camiseta y los pantalones. Sentía su mirada intensa sobre la piel.


–¿Vas a decirme qué pasa? ¿Por qué tanta prisa si tenemos tiempo? Podemos quedarnos aquí todo el día si queremos. No hay prisa.


Echándose el pelo hacia atrás, Paula se volvió hacia él.


–De repente he vuelto a la realidad. Eso es todo. Espero que ahora que nos hemos quitado este gusanillo podamos volver a la normalidad y concentrarnos en el trabajo. Creo que los dos deberíamos asegurarnos de que lo que ha pasado entre nosotros no va a volver a pasar, Pedro. A partir de ahora nuestra relación debería ser estrictamente profesional. Bueno, ahora que he dejado claras las prioridades, creo que voy a darme una ducha rápida y entonces prepararé el café –echó a andar hacia la puerta.


–¡Olvida el maldito café! –Pedro echó a un lado las mantas y se levantó–. Vuelve aquí.


–¿Para qué? –aunque no quisiera llorar, Paula ya sentía las lágrimas en los ojos–. ¿Para que siga haciendo tonterías?


Pedro no dijo nada, sino que se limitó a negar con la cabeza una y otra vez como si no entendiera nada. Paula dio media vuelta y se dirigió hacia el cuarto de baño sin decir ni una palabra más.