sábado, 30 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 20





Una música inesperada le despertó. Durante unos segundos, Pedro se quedó inmóvil, mirando al techo. Estaba tumbado en la cama de la habitación de invitados, que apenas se usaba.


Parpadeó varias veces y entonces se dio cuenta de que era la radio de la cocina. Paula. Debía de haberse despertado ya.


Al bajar la vista se encontró con ese bulto tan habitual debajo de las sábanas. Soltó el aliento lentamente. 


Levantarse de la cama directamente no era una opción porque estaba demasiado excitado. Era mejor esperar unos minutos y concentrarse en algo mundano y aburrido.


Pero no era fácil. Paula acababa de empezar a cantar la canción que sonaba en la radio y su tono de voz, sexy y susurrante, le hacía sentir un hormigueo por todo el cuerpo. 


Era como si estuviera tumbada a su lado, cantándole al oído.


Unos segundos más tarde llamó a su puerta.


Pedro, ¿estás despierto ya? He preparado té.


Pedro dejó escapar otro suspiro.


–Esa palabra no se dice en mi casa por las mañanas. Yo soy un hombre de café –dijo en un tono gruñón, golpeando la almohada y recolocándosela debajo de la cabeza.


–No hay problema. Puedo prepararte un café. ¿Cómo te gusta?


–Solo y fuerte, con un poquito de azúcar… igual que a mis mujeres.


–Ya veo que has recuperado el sentido del humor.


–Al parecer, sí.


Pedro apenas podía creerse que estuviera manteniendo esa conversación a través de una puerta cerrada.


–Por cierto, gracias por dejarme tu cama. Espero que no hayas estado incómodo. ¿Has dormido bien?


Pedro se frotó la mandíbula. Había pasado toda la noche dando vueltas, pero, a juzgar por su tono de voz entusiasta, ella sí había dormido como un lirón.


–No. No he dormido bien –le dijo.


No hubo respuesta.


Durante unos segundos, Pedro pensó que había regresado a la cocina, pero entonces, para su sorpresa, la puerta se abrió y Paula entró en la habitación. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta blanca y ancha. Tenía las mejillas sonrosadas y una sonrisa en los labios.


–¿Pasa algo? –le preguntó él.


–¿Dijiste que no habías dormido?


Parecía estar preocupada, o a lo mejor se sentía culpable, pero en cualquier caso, era una oportunidad demasiado buena como para malgastarla, y Pedro no era de los que dejaban escapar una buena oportunidad.


–Sí… A lo mejor me quedo aquí un rato más.


Paula no era capaz de apartar la mirada del pecho de Pedro. Era todo fibra, músculo. Su vientre parecía duro como una piedra y tenía la piel bronceada.


–¿Por qué no vienes y te sientas a mi lado? –le preguntó de repente, dándole una palmadita en la cama.


–Yo he dormido bien. No necesito descansar más.


–¿Quién ha hablado de descansar?


Paula tragó con dificultad.


–Nadie, pero… No parece que haya mucho sitio –dijo, nerviosa.


De repente sintió un deseo tan grande que era inútil fingir indiferencia.


–Tú debajo de mí, yo encima… ¿Cuánto espacio necesitamos para eso? –le preguntó él. Sus ojos estaban ebrios de deseo–. Podemos hacer que funcione.


Paula miró hacia las ventanas. La tenue luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la persiana. De pronto se vio asediada por las dudas.


–Yo nunca… –dijo, con el corazón desbocado–. Nunca he buscado sexo esporádico. Solo quería que lo supieras. ¿Tienes protección?


Él la miró fijamente.


–Tengo todo lo que necesito aquí mismo.


Pedro suspiró. Podía ver sus pezones endurecidos a través del fino tejido de la camiseta blanca que se había puesto.


Con manos temblorosas, Paula se bajó la cremallera de los vaqueros y se los quitó. Después avanzó hacia el borde de la cama. No llevaba nada más que la camiseta y unas braguitas blancas de algodón.


–¿Por qué no te quitas la camiseta?


Paula se detuvo durante unos instantes y entonces obedeció.


Aunque no se diera cuenta de ello, sus movimientos fueron sensuales y provocativos cuando se quitó la camiseta por la cabeza. Sus pechos redondos y perfectos, con sus pezones oscuros y duros, apuntaban hacia él. Todas las curvas de su cuerpo exquisito estaban expuestas en toda su gloria; su cintura pequeña, la voluptuosa silueta de sus caderas, sus muslos bien contorneados…


Cuando tiró al suelo la camiseta por fin, su melena negra le cayó sobre los pechos, ocultándolos parcialmente.


–¿Me quito esto también? –le preguntó, señalando las braguitas.


–No –Pedro la agarró de los brazos y la hizo tumbarse en la cama–. Ese placer en particular va a ser mío.


Con el pelo alborotado alrededor de la cara, Paula tomó el aliento y lo contuvo al sentir sus manos sobre las caderas. 


Un segundo después, le había quitado las braguitas.


Pedro, yo…


Su boca caliente la hizo callar. Su lengua la invadía y su duro miembro masculino le apretaba el vientre.


Paula se dejó embriagar por el aroma de su cuerpo masculino. Sentía una de sus manos sobre el pecho. Pedro frotaba y masajeaba uno de sus pezones, pellizcándola de vez en cuando y apretando hasta hacerla gemir y menear las caderas. De repente, Paula sintió su boca alrededor de un pezón.


–Tengo que ocuparme de una cosa… –le dijo de repente, levantando la cabeza.


Estiró una mano hasta alcanzar una silla cercana y sacó un paquete de uno de los bolsillos de su pantalón. Sin perder tiempo, lo abrió y se puso la protección. Un momento después, la hizo separar los muslos e introdujo un dedo en su sexo húmedo. Ella contuvo el aliento. Estaba más que lista, así que se colocó sobre ella y la penetró. Paula sintió que todo pensamiento racional la abandonaba. Un placer extático desconocido la invadía. Pedro buscó la piel suave que unía su cuello con el hombro y la mordió, haciéndola gritar.


Después comenzó a besarla con fiereza, metiéndole la lengua en la boca al tiempo que llenaba su sexo, dejándose envolver por su calor. Ella se movía sin cesar, gimiendo y abrasándole la piel con su aliento caliente. De repente, levantó las caderas para permitirle entrar más adentro y entonces comenzó a temblar. Gritó una segunda vez y Pedro se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos. Su expresión era de absoluto asombro, como una mujer que jamás hubiera experimentado todo el impacto orgásmico de un clímax sexual.


Con solo pensar en ello, Pedro perdió el control. En cuestión de segundos comenzó a empujar con más fuerza, susurrándole cosas al oído. El deseo fue en escalada y poco después se dejó arrastrar por una espiral de placer tan violenta y perfecta que era imposible describirla con palabras.


Unos instantes más tarde, se tumbó a su lado y deslizó las yemas de los dedos sobre la exquisita línea de su barbilla.


–¿Paula?


–¿Qué?


Pedro le estaba acariciando la oreja, sujetándole un mechón de pelo detrás. Mientras contemplaba esos ojos verdes casi incandescentes, se dio cuenta de que nunca había experimentado una emoción tan profunda e intensa. De alguna manera, se sentía extrañamente privilegiado.


–Creo que eres la mujer más hermosa que he conocido jamás.


Paula hubiera querido perderse en esas palabras y olvidar todo lo demás, pero era imposible.


«No me quiere. Lo único que hemos hecho ha sido disfrutar del sexo», pensó.


–Eso es un halago muy grande, viniendo de un hombre como tú –le dijo en un tono falsamente ligero.


Pedro frunció el ceño.


–¿Qué quieres decir?


–Quiero decir que seguro que has conocido a muchas mujeres hermosas. No me voy a engañar pensando que soy especial.


–Oye, ¿por qué dices eso? ¿No te das cuenta de todo el placer que acabas de darme? Me hipnotizas y me intoxicas, Paula. Lo que acabamos de compartir ha sido maravilloso.


Paula no pudo evitar sonreír.


–Gracias. Me alegra que pienses eso. Yo también lo creo. Pero ahora creo que debemos volver a la Tierra, ¿no crees?


Agarró la mano que Pedro tenía apoyada sobre su abdomen y le hizo retirarla. Rodó sobre sí misma y se inclinó para recoger su ropa del suelo.


–¿Adónde crees que vas?


Sin contestar inmediatamente, Paula se puso las braguitas y entonces se puso en pie. Se volvió a poner la camiseta y los pantalones. Sentía su mirada intensa sobre la piel.


–¿Vas a decirme qué pasa? ¿Por qué tanta prisa si tenemos tiempo? Podemos quedarnos aquí todo el día si queremos. No hay prisa.


Echándose el pelo hacia atrás, Paula se volvió hacia él.


–De repente he vuelto a la realidad. Eso es todo. Espero que ahora que nos hemos quitado este gusanillo podamos volver a la normalidad y concentrarnos en el trabajo. Creo que los dos deberíamos asegurarnos de que lo que ha pasado entre nosotros no va a volver a pasar, Pedro. A partir de ahora nuestra relación debería ser estrictamente profesional. Bueno, ahora que he dejado claras las prioridades, creo que voy a darme una ducha rápida y entonces prepararé el café –echó a andar hacia la puerta.


–¡Olvida el maldito café! –Pedro echó a un lado las mantas y se levantó–. Vuelve aquí.


–¿Para qué? –aunque no quisiera llorar, Paula ya sentía las lágrimas en los ojos–. ¿Para que siga haciendo tonterías?


Pedro no dijo nada, sino que se limitó a negar con la cabeza una y otra vez como si no entendiera nada. Paula dio media vuelta y se dirigió hacia el cuarto de baño sin decir ni una palabra más.


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