miércoles, 20 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 16





Paula tenía que poner distancia entre ella y Pedro. La noche anterior una furgoneta los había seguido, se trataba de periodistas.


Pedro la acompañó a la puerta de la mansión Chaves y le sugirió entrar con ella para guardar las apariencias, pero Paula se negó y él le dio un beso de buenas noches. 


Faltó solo un segundo para que ella se rindiera, pero afortunadamente Pedro se apartó a tiempo.


Lo malo fue que se quedó dando vueltas en la cama casi toda la noche, y cuando finalmente se durmió la invadieron toda clase de sueños eróticos con Pedro.


Definitivamente tenía que alejarse de él.


Le costó varias horas, pero al fin encontró una excusa creíble para marcharse de Los Ángeles. Se la sirvió en bandeja Noah Moore, el vicepresidente de programación en la sucursal de Chaves Media en Cheyenne.


Mientras Pedro estaba a cargo de la empresa había adquirido la licencia de varias cadenas televisivas del Reino Unido y Australia. Aquella mañana Paula había examinado la propuesta de Conrad Norville y se había quedado impresionada. La serie era tan interesante que había decidido emitir una primera temporada. Superado el escollo mental que suponía limitar la programación únicamente a las producciones de Chaves Media, se daba cuenta de que la empresa podía hacer una versión estadounidense de las series con mayor éxito en Reino Unido y Australia.


Pero a Noah Moore no le gustaba nada la idea, lo que suponía tener que hablar con él en persona para convencerlo. Normalmente le habría pedido que volase él a Los Ángeles, pero en aquellos momentos le valía cualquier excusa para escapar unos días de la ciudad.


El avión privado de Chaves Media la esperaba en el aeropuerto de Van Nuys. Se reuniría con los directivos de la sucursal de Cheyenne, convencería a Noah Moore de las ventajas que ofrecían sus planes y pasaría unos días en el Big Blue. No había lugar mejor que el rancho para descansar, sin un solo periodista en cientos de kilómetros a la redonda.


El piloto la saludó en la puerta.


–Bienvenida a bordo, señorita Chaves.


–Hola, comandante Sheridan.


–Parece que tendremos un vuelo tranquilo esta noche –el hombre se apartó para dejarla entrar–. Se prevén turbulencias sobre las Rocosas, pero podemos evitarlas si ascendemos a suficiente altitud.


–Estupendo, coman… –se detuvo en seco al entrar en la cabina–. ¿Qué haces tú aquí?


–¿Ocurre algo? –preguntó el comandante tras ella.


–Voy a Cheyenne –respondió tranquilamente Pedro.


Estaba sentado en la segunda fila, con vaqueros, camiseta oscura y una botella de cerveza medio llena en la mesita delante de él.


–¿Quién te ha invitado?


–Cesar.


–¿Señorita Chaves? –la llamó el comandante.


Pedro no viene con nosotros.


–El señor Chaves nos avisó de que…


–Hola, Pau –Tamara apareció tras el comandante.


–¿Tamy? –tuvo que apoyarse en el respaldo de un asiento para guardar el equilibrio–. ¿Va todo bien?


–Perfectamente –respondió su amiga con una sonrisa.


–… de que tendríamos cuatro pasajeros esta noche –concluyó el comandante, y en ese momento apareció Andres detrás de Tamara.


–Buenas noches, comandante –le estrechó la mano y se volvió hacia Paula–. Nunca he visto el Big Blue. Me muero de ganas por visitarlo.


–Ya basta –gritó ella, y todos se quedaron callados–. ¿Qué está pasando aquí?


Pedro se acercó y bajó la voz.


–Vamos a Cheyenne.


–No, nada de «vamos». Soy yo quien va a Cheyenne.


–Y los demás te haremos compañía.


–¿Se trata de una broma?


–No, una broma no. Es un engaño, ¿recuerdas? –señaló con la cabeza la cola del avión–. Vamos a hablar en privado.


Paula sopesó rápidamente sus opciones. Podía echarlos a patadas del avión, podía marcharse ella misma o podía claudicar y dejar que Pedro se saliera con la suya.


Ninguna de las opciones le gustaba.


–Estamos listos para despegar, Sheridan –le dijo Pedro al comandante. Paula abrió la boca para protestar, ya que aquel era su avión y el comandante era su empleado. Pedro ya no era el presidente de Chaves Media.


–Muy bien, señor –respondió el comandante Sheridan.


–Vamos –le dijo a Paula–. Tengo que hablar contigo.


–No me puedo creer lo que estás haciendo –masculló Paula. 


Estaba echando a perder su plan. El único motivo por el que se iba a Cheyenne era alejarse de él.


–Y yo no me puedo creer que estés huyendo –repuso él.


Paula lo siguió.


–No puedo estar huyendo si estás conmigo, pues tú eres de quien quiero huir. Así que dime, ¿por qué estás aquí?


–Permíteme que te dé un pequeño consejo, Pau. Nunca intentes ganarte la vida como estafadora. Lo que todo el mundo se está preguntando es si nos estamos reconciliando o no. ¿Qué pensaría Conrad si te fueras sin mí?


–Que puede ser un viaje de trabajo.


–Es mejor si vamos juntos.


–No quiero que estemos juntos.


Él señaló el asiento en la última fila.


–Por desgracia no se trata solo de ti.


–Ya lo sé.


Los motores rugieron y Paula ocupó rápidamente su asiento.


–Se trata de Mateo y de Erika –dijo él mientras se abrochaba el cinturón y el avión comenzaba a rodar hacia la pista–. Y por eso tenemos que hacer cosas que preferiríamos no
hacer.


El tono de su voz no dejaba lugar a dudas. Tampoco él quería estar con ella. La situación era tremendamente embarazosa para ambos, pero la diferencia estaba en que él se la tomaba con filosofía mientras que ella no hacía más que quejarse como una niña pequeña.


¿Qué demonios le pasaba? ¿Acaso no había aprendido nada del testamento de su padre? Como bien había dicho Pedro no se trataba solo de ella. Tenía que pensar en los demás y no solo en sí misma.


–Lo siento –le dijo a Pedro.


Él la miró boquiabierto mientras el avión aceleraba en la pista, empujándolos contra sus asientos.


–¿Cómo dices?


–Tenías razón y yo estaba equivocada. Esto resulta muy engorroso para todos: tú, yo, Tamara, Andres… Pero se trata de Erika y de Mateo y tengo que hacer todo lo posible. La casa del Big Blue es enorme. Intentaré no cruzarme en tu camino.


El avión despegó y se elevó hacia el sol poniente.


Pedro la miró en silencio un largo rato.


–Me sorprendes.


–¿Por qué has traído a Tamara y a Andres?


–Pensé que estarías más cómoda si teníamos compañía.


–La verdad es que sí.


–Andres no conoce el Big Blue y siente curiosidad.


Paula sonrió y se relajó un poco al pensar en el rancho de su familia.


–Es un lugar fantástico.


–Sí que lo es –corroboró Pedro, relajándose él también–. Bueno, ¿qué está pasando en las oficinas de Cheyenne?


–Tengo que hablar con Noah Moore. No está de acuerdo con la nueva dirección que quiero imprimirle a la empresa.


–Ese es el problema cuando la gente inteligente trabaja junta. Las ideas chocan con frecuencia.


–¿Te sigo pareciendo inteligente? –preguntó ella.


–Eres una persona brillante, Pau. Ese nunca ha sido el problema.


–Te preguntaría cuál es el problema, pero creo que ya sé la respuesta.


–Eres una fanática del control y corta de vista.


–No te he preguntado.


–Aun así te lo digo.


Ella apoyó la cabeza en el reposacabezas y respiró profundamente mientras el avión se elevaba.


–Sé que no soy perfecta, Pedro.


Él guardó silencio unos segundos.


–Tengo que pedirte algo. Y no creo que te guste.


Paula se puso en guardia.


–¿De qué se trata?


–Creo que deberías llevar el anillo de compromiso.


Ella se giró boquiabierta hacia él.


–Ayudaría a convencer a todo el mundo de que vamos en serio –añadió Pedro.


–¿Aún tienes mi anillo de compromiso?


–Pues claro.


–¿Por qué lo has conservado?


–¿Qué tendría que haber hecho con él?


–Devolverlo y recuperar el dinero.


–Está hecho a medida y ha aparecido en muchas fotos. Imagínate el escándalo si alguien lo hubiera encontrado en Amazon…


–No se me había ocurrido –admitió ella. Gracias. Siempre fuiste muy atento, incluso cuando me odiabas.


–Yo nunca te he odiado, Paula. Aunque admito que estaba realmente furioso.


–Yo también.


Pedro se sacó un pequeño estuche negro del bolsillo. 


Paula se quedó de piedra y el corazón empezó a latirle con fuerza al mirar el anillo. Siempre le había gustado el destello de los diminutos diamantes blancos y azules incrustados en el platino.


–¿Pau? –la acució él.


Ella desvió la mirada del anillo.


–Sería muy difícil.


–Lo sé. Pero la prensa se pregunta por qué no lo llevas. Y estoy convencido de que Conrad nos está poniendo a prueba.


–¿Crees que sabe que estamos fingiendo?


–Creo que sospecha algo. Y es posible que lo use como excusa para frustrar la boda.


Paula sabía que no se trataba de ella y que tenía que ser fuerte. Pero se dispuso a agarrar el estuche y le temblaba la mano.


–Ve a buscarme una copa de vino –le pidió a Pedro, arrebatándole el estuche con decisión–. Y yo me pondré esto.


Él pareció vacilar un momento.


–De acuerdo –se desabrochó el cinturón y se levantó. 


Paula contempló el hermoso anillo y se lo imaginó en su dedo, el peso del diamante y el destello que despediría al mover la mano.


–¿Estás bien? –oyó a Tamara preguntarle en voz baja.


–La verdad es que no –Paula levantó la mirada–. ¿Te esperabas esto?


–No, aunque tampoco me sorprende.


–A mí no se me hubiera ocurrido ni en un millón de años. Pensaba que Conrad guardaría el secreto, que luego se lo contaríamos a nuestros amigos más íntimos y que todos nos dejarían en paz mientras fingíamos considerar nuestra reconciliación. Pero, ¿qué voy a hacer ahora?


–No tienes por qué llevarlo.


–Claro que sí –la felicidad de Erika estaba en juego. Pedro iba a cumplir con su parte hasta el final, y lo mismo debía hacer ella. Así que sacó el anillo del estuche y se lo deslizó en el dedo sin darse tiempo a pensar–. No quema ni nada –bromeó.


–Eso es alentador –dijo Pedro al regresar con una copa de vino tinto.


–Dame esa copa –le ordenó Paula–, y tráeme unas cuantas más.






ILUSION: CAPITULO 15





Erika tenía un don para todo lo que fuera femenino y hermoso, y los preparativos de la boda reflejaban su buen gusto. El vestido de novia era espectacular sin dejar de ser tradicional. Estaba confeccionado en blanco satén y el corpiño se ceñía a su esbelto torso con una franja de joyas, mientras que la falda caía elegantemente desde las caderas y se prolongaba en un metro de cola.


–Es fabuloso –murmuró Paula, maravillada ante la imagen que presentaba Erika en el probador de la tienda.


–Pareces una princesa –dijo Tamara, rodeándola para verla por detrás.


–Estaba pensando en recogerme el pelo –comentó.


–Definitivamente recogido –corroboró Paula.


–¿Tienes un collar de diamantes?


–Y pendientes de diamante –dijo Tamara.


Paula se acercó para examinar las joyas.


–Tengo justo lo que necesitas. Un collar de cuatro filas… Si quieres llevar algo prestado, quiero decir.


–No recuerdo habértela visto –dijo Tamara.


–No me lo pongo muy a menudo. Mis hermanos me lo regalaron al cumplir diecinueve años. Es demasiado llamativo para las ocasiones normales.


–Me encantaría llevarlo –dijo Erika. Dio un paso atrás y se apartó del espejo–. Ahora dejad que os vea.


Paula se miró al espejo. El corpiño de satén rosa, ceñido y sin tirantes, relucía con lentejuelas plateadas y partía de la base de la columna para terminar unos centímetros por debajo de los omoplatos en un bonito corte en V. Una falda de organza salpicada de lentejuelas le caía
vaporosamente alrededor de los tobillos.


–Estáis perfectas –las alabó Erika.


Tamara giró sobre sí misma.


–Me siento como si ya estuviera bailando.


–Mateo dice que Andres va a ser tu acompañante –dijo Erika.


–Así es. Es muy divertido y baila muy bien –dejó de girar y las tres mujeres se quedaron codo con codo frente al espejo.


–¿Has bailado con Andres? –le preguntó Paula con curiosidad.


–Solo aquella noche después de cenar. No paso nada más.


–Supongo que me lo contarías si pasara.


–Tal vez –respondió Tamara con una sonrisa.


–Creo que ya está –anunció Erika.


Paula se giró hacia el espejo y estuvo de acuerdo con ella. Los vestidos eran preciosos. Un poco cursis para su gusto, pero muy bonitos.


–Qué rapidez… –comentó Tamara.


–Es que soy la eficiencia personificada –se jactó Erika, y las otras dos mujeres soltaron un dramático suspiro. Erika podía estar comprando hasta caer desfallecida–. ¿Y lo tuyo con Andres va en serio? –le preguntó a Tamara.


Paula se preguntó lo mismo. Sabía que había atracción entre ambos, pero no le había dado mayor importancia. Se sorprendió al enterarse de que Tamara lo había invitado a la boda.


–Es guapo –dijo Tamara.


–Eso no responde a la pregunta –observó Paula.


–¿Es que una chica no puede divertirse un poco?


–Pues claro que puedes –respondió Erika en tono de disculpa–. No estamos aquí para juzgarte. Deberías divertirte tanto como quieras.


–Está bien, pero no he tenido esa clase de diversión.


–Lo que quiero decir es que puedes tenerla –repuso Erika.


–Opino igual –confirmó Paula–. No todas las aventuras tienen por qué ser románticas.


Una expresión de culpa cruzó fugazmente el rostro de Tamara, pero en ese momento Erika se dio la vuelta.


–¿Puede alguien desabrocharme el vestido?


Paula se puso a desabrocharle la larga hilera de botones, y se preguntó si Tamara no estaría ocultando un sentimiento más profundo hacia Andres.


Los amigos suyos y de Pedro estaban juntos mientras que ellos se habían separado. Así era la vida. Resultaba irónico que hubieran sido ella y Pedro los que presentaran a las parejas, pero Paula se alegraba sinceramente por ellos.


–No os cambiéis –dijo Erika, dirigiéndose hacia el probador–. No podemos dejar que Mateo vea mi vestido, pero quiero veros junto a los padrinos.


–No pasa nada si te gusta –le dijo Paula a Tamara cuando Erika se metió en el probador–. No te reprimas por mí.


–¿Quién dice que vaya a reprimirme? –Tamara guardó un momento de silencio–. He visto que has venido con Pedro


Paula sintió una punzada de remordimiento. Sabía que Tamara había visto el artículo del Weekly Break, pero aún no habían hablado de ello. No soportaba la idea de volver a mentir, pero no le quedaba más remedio. Tragó saliva y evitó mirar a Tamara a los ojos.


–Hemos… pasando un poco de tiempo juntos. Ya sabes… para ver lo que pasa.


–Pau.


–¿Sí? –susurró con un hilo de voz.


–Andres me lo ha contado.


–¿Que te ha contado el qué?


–Lo de vuestro ardid para engañar a Conrad.


Paula se quedó muda.


–Entiendo por qué lo haces –continuó Tamara–, pero no estoy segura de que sea buena idea.


–¿Cómo se dio cuenta Andres?


Pedro se lo dijo.


–Pero… –sintió que el estómago le ardía de ira–. Juramos que no se lo diríamos a nadie. Ni siquiera a mis hermanos.


–Yo no se lo diré a nadie.


–Confío en ti. Es Pedro quien me ha traicionado. No puedo creer que lo haya hecho… ¡Les he mentido a mis hermanos!


–Estás furiosa con él. Eso es bueno.


Erika descorrió la cortina del probador.


–¿Qué habéis pensado para los zapatos?


–Estamos en ello –dijo Tamara, cambiando fácilmente de tema y mirándose los pies.


A Paula le costó bastante más esfuerzo sofocar su frustración y enojo. No quería que sus problemas afectaran a Erika.


–¿Blancos? –sugirió con la voz más tranquila que pudo, mirándose las botas que se había puesto con los vaqueros aquella mañana–. ¿O plateados? Creo que mejor plateados. ¿Abiertos o cerrados?


–¿Vamos de compras? –preguntó Erika.


–Por mí, estupendo –aceptó Paula.


–Claro que sí –dijo Tamara–. Tú eres la novia. Haremos lo que quieras.


–Estupendo –declaró Erika con una sonrisa–. ¿Qué más puedo tener en las próximas dos semanas?


–Lo que quieras –insistió Paula–. Solo tienes que decirlo.


–Quiero un día en un spa.


–Muy buena idea –dijo Tamara.


–Al parecer los chicos están jugando al golf y tomando unas cervezas.


Un día entero en el spa eran palabras mayores para Paula. Pero recordó que debía conciliar el trabajo con el ocio y sacar tiempo para divertirse.


–Hagámoslo –dijo con convicción.


–Hecho –afirmó Erika–. Y ahora vamos a ver cómo están los chicos.


Salieron de la boutique, pasaron por delante de un escaparate lleno de flores, copas y accesorios de satén y entraron en la sección de los esmóquines. Había varios hombres en la tienda, pero Paula se fijó inmediatamente en Pedro. De pie ante un espejo triple lucía un impecable esmoquin negro, con un chaleco negro y una camisa blanca. 


La corbata era plateada con una fina franja rosa. El otro padrino, Silas, lucía un traje idéntico, mientras que el traje de Mateo se diferenciaba por el chaleco plateado y la corbata negra.


–¡Poneos a su lado! –exclamó Erika–. Mateo, quítate de en medio.


–¿Te has convertido en la novia caníbal? –bromeó él.


–Tamara dice que tengo dos semanas para hacer lo que quiera


La mirada de Pedro se posó en Paula y la recorrió de arriba abajo, prendiendo un reguero de calor a su paso.


Tamara le dio un discreto empujoncito para recordarle que tenía que colocarse junto a Pedro. Paula respiró profundamente y se obligó a moverse. Pedro no apartó la mirada de ella en ningún momento, y en sus ojos ardía un brillo abrasador. Pero Paula se recordó que estaba furiosa con él por contarle a Andres su secreto después de jurar que no lo haría.


–Bonito vestido –le dijo él en voz baja.


–Bonito esmoquin –respondió ella en un tono más seco.


–¿Vemos qué tal? –señaló el gran espejo y ella se giró.


El corazón le dio un vuelco al verse. Sabía que era solo por la ropa, pero parecían la pareja perfecta. Y en un rincón de su alma supo que estaban hechos el uno para el otro.


Rápidamente se sacudió la sensación de encima.


–En la boda seré más alta –se puso de puntillas en un desesperado intento por hacer algo, lo que fuera, que borrase la imagen perfecta–. Llevaré tacones.


–Aun así seguiré siendo más alto que tú –señaló él. Y con razón. La diferencia de estatura era considerable entre los dos.


–Perfecto –declaró Erika tras ellos–. Estáis perfectos. Que todo el mundo adopte una pose de baile.


Paula apoyó los talones en el suelo y se giró de costado. Lo último que quería era abrazar a Pedro. Pero él la rodeó con un brazo y tiró de ella contra su hombro.


–Actúa con naturalidad –le susurró al oído–. Recuerda que ellos creen que estamos otra vez juntos.


–Andres no –replicó ella, sintiendo como una oportuna muralla de rencor le protegía los sentimientos–. Se lo dijiste a Andres.


–Sonríe.


–Les mentí a mis hermanos y tú se lo dijiste a Andres.


–¿Podemos hablarlo en otro momento? –le agarró la mano y adoptó una postura de baile.


–Él se lo ha dicho a Tamara. También ella lo sabe.


Pedro la apretó contra su cuerpo y Paula sintió una ola de deseo por la piel.


–Ahora no.


–¿Por qué se lo dijiste a Andres?


–Porque era mejor que ocultarle la verdad.


–Quieres que confíe en ti, pero…


–Quería que confiaras en mí hace cinco meses, y no lo hiciste.


–Y tenía razón al no hacerlo.


–¿Pau? –la llamó Erika–. ¿Va todo bien?


Paula esbozó rápidamente una sonrisa.


–Perfectamente. Me encanta el vestido. Pedro estaba discutiendo conmigo por los zapatos.


–¿Qué problema hay con los zapatos? Ni siquiera los hemos comprado.


–Le preocupa que los tacones sean demasiado altos.


–Que venga a comprarlos con nosotras –sugirió Erika.


–Buena idea –dijo Paula–. Vamos a llevar a Pedro a comprar zapatos.


–Me temo que estoy ocupado –se excusó él mientras Mateo y Silas se reían.


–Podemos dejarlo para otro momento –le ofreció Erika dulcemente.


–No es necesario. Lo que la novia quiera será perfecto para mí.


–Así se habla –dijo Mateo.


–Lo que la novia quiere es que todo el mundo esté contento –replicó Erika–. Así que basta de discusiones.


–Sí, señora –obedeció Pedro–. Haré todo lo que esté en mi mano para controlar a Pau.


–¿Perdona? –espetó la aludida–. ¿Estás insinuando que el problema soy yo?


–No hay ningún problema, cariño –le dijo, y le dio un beso en la boca.


Apenas pudo oír la voz de Erika por encima del bramido de su cuerpo.


–Es maravilloso volver a veros juntos…