miércoles, 20 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 15





Erika tenía un don para todo lo que fuera femenino y hermoso, y los preparativos de la boda reflejaban su buen gusto. El vestido de novia era espectacular sin dejar de ser tradicional. Estaba confeccionado en blanco satén y el corpiño se ceñía a su esbelto torso con una franja de joyas, mientras que la falda caía elegantemente desde las caderas y se prolongaba en un metro de cola.


–Es fabuloso –murmuró Paula, maravillada ante la imagen que presentaba Erika en el probador de la tienda.


–Pareces una princesa –dijo Tamara, rodeándola para verla por detrás.


–Estaba pensando en recogerme el pelo –comentó.


–Definitivamente recogido –corroboró Paula.


–¿Tienes un collar de diamantes?


–Y pendientes de diamante –dijo Tamara.


Paula se acercó para examinar las joyas.


–Tengo justo lo que necesitas. Un collar de cuatro filas… Si quieres llevar algo prestado, quiero decir.


–No recuerdo habértela visto –dijo Tamara.


–No me lo pongo muy a menudo. Mis hermanos me lo regalaron al cumplir diecinueve años. Es demasiado llamativo para las ocasiones normales.


–Me encantaría llevarlo –dijo Erika. Dio un paso atrás y se apartó del espejo–. Ahora dejad que os vea.


Paula se miró al espejo. El corpiño de satén rosa, ceñido y sin tirantes, relucía con lentejuelas plateadas y partía de la base de la columna para terminar unos centímetros por debajo de los omoplatos en un bonito corte en V. Una falda de organza salpicada de lentejuelas le caía
vaporosamente alrededor de los tobillos.


–Estáis perfectas –las alabó Erika.


Tamara giró sobre sí misma.


–Me siento como si ya estuviera bailando.


–Mateo dice que Andres va a ser tu acompañante –dijo Erika.


–Así es. Es muy divertido y baila muy bien –dejó de girar y las tres mujeres se quedaron codo con codo frente al espejo.


–¿Has bailado con Andres? –le preguntó Paula con curiosidad.


–Solo aquella noche después de cenar. No paso nada más.


–Supongo que me lo contarías si pasara.


–Tal vez –respondió Tamara con una sonrisa.


–Creo que ya está –anunció Erika.


Paula se giró hacia el espejo y estuvo de acuerdo con ella. Los vestidos eran preciosos. Un poco cursis para su gusto, pero muy bonitos.


–Qué rapidez… –comentó Tamara.


–Es que soy la eficiencia personificada –se jactó Erika, y las otras dos mujeres soltaron un dramático suspiro. Erika podía estar comprando hasta caer desfallecida–. ¿Y lo tuyo con Andres va en serio? –le preguntó a Tamara.


Paula se preguntó lo mismo. Sabía que había atracción entre ambos, pero no le había dado mayor importancia. Se sorprendió al enterarse de que Tamara lo había invitado a la boda.


–Es guapo –dijo Tamara.


–Eso no responde a la pregunta –observó Paula.


–¿Es que una chica no puede divertirse un poco?


–Pues claro que puedes –respondió Erika en tono de disculpa–. No estamos aquí para juzgarte. Deberías divertirte tanto como quieras.


–Está bien, pero no he tenido esa clase de diversión.


–Lo que quiero decir es que puedes tenerla –repuso Erika.


–Opino igual –confirmó Paula–. No todas las aventuras tienen por qué ser románticas.


Una expresión de culpa cruzó fugazmente el rostro de Tamara, pero en ese momento Erika se dio la vuelta.


–¿Puede alguien desabrocharme el vestido?


Paula se puso a desabrocharle la larga hilera de botones, y se preguntó si Tamara no estaría ocultando un sentimiento más profundo hacia Andres.


Los amigos suyos y de Pedro estaban juntos mientras que ellos se habían separado. Así era la vida. Resultaba irónico que hubieran sido ella y Pedro los que presentaran a las parejas, pero Paula se alegraba sinceramente por ellos.


–No os cambiéis –dijo Erika, dirigiéndose hacia el probador–. No podemos dejar que Mateo vea mi vestido, pero quiero veros junto a los padrinos.


–No pasa nada si te gusta –le dijo Paula a Tamara cuando Erika se metió en el probador–. No te reprimas por mí.


–¿Quién dice que vaya a reprimirme? –Tamara guardó un momento de silencio–. He visto que has venido con Pedro


Paula sintió una punzada de remordimiento. Sabía que Tamara había visto el artículo del Weekly Break, pero aún no habían hablado de ello. No soportaba la idea de volver a mentir, pero no le quedaba más remedio. Tragó saliva y evitó mirar a Tamara a los ojos.


–Hemos… pasando un poco de tiempo juntos. Ya sabes… para ver lo que pasa.


–Pau.


–¿Sí? –susurró con un hilo de voz.


–Andres me lo ha contado.


–¿Que te ha contado el qué?


–Lo de vuestro ardid para engañar a Conrad.


Paula se quedó muda.


–Entiendo por qué lo haces –continuó Tamara–, pero no estoy segura de que sea buena idea.


–¿Cómo se dio cuenta Andres?


Pedro se lo dijo.


–Pero… –sintió que el estómago le ardía de ira–. Juramos que no se lo diríamos a nadie. Ni siquiera a mis hermanos.


–Yo no se lo diré a nadie.


–Confío en ti. Es Pedro quien me ha traicionado. No puedo creer que lo haya hecho… ¡Les he mentido a mis hermanos!


–Estás furiosa con él. Eso es bueno.


Erika descorrió la cortina del probador.


–¿Qué habéis pensado para los zapatos?


–Estamos en ello –dijo Tamara, cambiando fácilmente de tema y mirándose los pies.


A Paula le costó bastante más esfuerzo sofocar su frustración y enojo. No quería que sus problemas afectaran a Erika.


–¿Blancos? –sugirió con la voz más tranquila que pudo, mirándose las botas que se había puesto con los vaqueros aquella mañana–. ¿O plateados? Creo que mejor plateados. ¿Abiertos o cerrados?


–¿Vamos de compras? –preguntó Erika.


–Por mí, estupendo –aceptó Paula.


–Claro que sí –dijo Tamara–. Tú eres la novia. Haremos lo que quieras.


–Estupendo –declaró Erika con una sonrisa–. ¿Qué más puedo tener en las próximas dos semanas?


–Lo que quieras –insistió Paula–. Solo tienes que decirlo.


–Quiero un día en un spa.


–Muy buena idea –dijo Tamara.


–Al parecer los chicos están jugando al golf y tomando unas cervezas.


Un día entero en el spa eran palabras mayores para Paula. Pero recordó que debía conciliar el trabajo con el ocio y sacar tiempo para divertirse.


–Hagámoslo –dijo con convicción.


–Hecho –afirmó Erika–. Y ahora vamos a ver cómo están los chicos.


Salieron de la boutique, pasaron por delante de un escaparate lleno de flores, copas y accesorios de satén y entraron en la sección de los esmóquines. Había varios hombres en la tienda, pero Paula se fijó inmediatamente en Pedro. De pie ante un espejo triple lucía un impecable esmoquin negro, con un chaleco negro y una camisa blanca. 


La corbata era plateada con una fina franja rosa. El otro padrino, Silas, lucía un traje idéntico, mientras que el traje de Mateo se diferenciaba por el chaleco plateado y la corbata negra.


–¡Poneos a su lado! –exclamó Erika–. Mateo, quítate de en medio.


–¿Te has convertido en la novia caníbal? –bromeó él.


–Tamara dice que tengo dos semanas para hacer lo que quiera


La mirada de Pedro se posó en Paula y la recorrió de arriba abajo, prendiendo un reguero de calor a su paso.


Tamara le dio un discreto empujoncito para recordarle que tenía que colocarse junto a Pedro. Paula respiró profundamente y se obligó a moverse. Pedro no apartó la mirada de ella en ningún momento, y en sus ojos ardía un brillo abrasador. Pero Paula se recordó que estaba furiosa con él por contarle a Andres su secreto después de jurar que no lo haría.


–Bonito vestido –le dijo él en voz baja.


–Bonito esmoquin –respondió ella en un tono más seco.


–¿Vemos qué tal? –señaló el gran espejo y ella se giró.


El corazón le dio un vuelco al verse. Sabía que era solo por la ropa, pero parecían la pareja perfecta. Y en un rincón de su alma supo que estaban hechos el uno para el otro.


Rápidamente se sacudió la sensación de encima.


–En la boda seré más alta –se puso de puntillas en un desesperado intento por hacer algo, lo que fuera, que borrase la imagen perfecta–. Llevaré tacones.


–Aun así seguiré siendo más alto que tú –señaló él. Y con razón. La diferencia de estatura era considerable entre los dos.


–Perfecto –declaró Erika tras ellos–. Estáis perfectos. Que todo el mundo adopte una pose de baile.


Paula apoyó los talones en el suelo y se giró de costado. Lo último que quería era abrazar a Pedro. Pero él la rodeó con un brazo y tiró de ella contra su hombro.


–Actúa con naturalidad –le susurró al oído–. Recuerda que ellos creen que estamos otra vez juntos.


–Andres no –replicó ella, sintiendo como una oportuna muralla de rencor le protegía los sentimientos–. Se lo dijiste a Andres.


–Sonríe.


–Les mentí a mis hermanos y tú se lo dijiste a Andres.


–¿Podemos hablarlo en otro momento? –le agarró la mano y adoptó una postura de baile.


–Él se lo ha dicho a Tamara. También ella lo sabe.


Pedro la apretó contra su cuerpo y Paula sintió una ola de deseo por la piel.


–Ahora no.


–¿Por qué se lo dijiste a Andres?


–Porque era mejor que ocultarle la verdad.


–Quieres que confíe en ti, pero…


–Quería que confiaras en mí hace cinco meses, y no lo hiciste.


–Y tenía razón al no hacerlo.


–¿Pau? –la llamó Erika–. ¿Va todo bien?


Paula esbozó rápidamente una sonrisa.


–Perfectamente. Me encanta el vestido. Pedro estaba discutiendo conmigo por los zapatos.


–¿Qué problema hay con los zapatos? Ni siquiera los hemos comprado.


–Le preocupa que los tacones sean demasiado altos.


–Que venga a comprarlos con nosotras –sugirió Erika.


–Buena idea –dijo Paula–. Vamos a llevar a Pedro a comprar zapatos.


–Me temo que estoy ocupado –se excusó él mientras Mateo y Silas se reían.


–Podemos dejarlo para otro momento –le ofreció Erika dulcemente.


–No es necesario. Lo que la novia quiera será perfecto para mí.


–Así se habla –dijo Mateo.


–Lo que la novia quiere es que todo el mundo esté contento –replicó Erika–. Así que basta de discusiones.


–Sí, señora –obedeció Pedro–. Haré todo lo que esté en mi mano para controlar a Pau.


–¿Perdona? –espetó la aludida–. ¿Estás insinuando que el problema soy yo?


–No hay ningún problema, cariño –le dijo, y le dio un beso en la boca.


Apenas pudo oír la voz de Erika por encima del bramido de su cuerpo.


–Es maravilloso volver a veros juntos…






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