lunes, 18 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 11




–¿Qué te crees que estás haciendo? –le preguntó Andres al entrar en la oficina de Santa Mónica.


–Trabajos manuales –respondió Pedro mientras atornillaba una abrazadera metálica a la pared.


La puerta se cerró tras Andres con tanta fuerza que vibraron las persianas.


–He leído el artículo.


–Yo no tuve nada que ver con eso.


–Pues se te cita textualmente.


–No te creas todo lo que lees.


–Entonces, ¿no vas a volver con Pau?


Pedro siguió apretando los tornillos.


–Lo estamos hablando y pensando… Pasando un poco de tiempo juntos.


Andres guardó un breve silencio.


–En serio, Pedro. ¿Has perdido el juicio?


–No.


–¡Pues dime qué demonios está pasando!


Pedro se dio cuenta de que no podría engañar a Andres. La única forma de que aquello funcionara era que también Andres estuviera en el ajo. Su amigo lo conocía demasiado bien.


–Está bien, de acuerdo. Fue una treta para conseguir que Conrad nos dejara usar su casa.


A Andres pareció costarle un momento asimilarlo.


–Le has dicho a Conrad que ibas a volver con Pau…


–Era la única manera posible.


–La mayor estupidez posible.


Pedro sonrió para sí mientras apretaba el último tornillo.


–Ya es demasiado tarde para echarse atrás.


Andres se cruzó de brazos.


–Yo fui el primero al que llamaste cuando Pau y tú rompisteis, ¿te acuerdas? Y recuerdo muy bien en qué estado te encontrabas.


Pedro aferró fuertemente el destornillador.


–Sí, me acuerdo.


–Fue un mal día, amigo.


–No me digas… –no quería hablar de aquello. Había seguido adelante con su vida, paso a paso.


–No puedes volver a pasar por lo mismo.


Pedro se puso a abrir la caja que contenía los estantes de madera.


–Todo es una farsa, Andres. Estamos fingiendo que nos gustamos. No volveremos a romper porque no vamos a estar juntos otra vez.


Andres cortó la cinta del extremo opuesto de la caja.


–Aún te gusta. Creo que la sigues queriendo.


Pedro le dio un vuelco el corazón.


–Es imposible querer a alguien que no confía en ti.


–Puede ser –repuso Andres en tono escéptico.


–Es así y basta. Yo no la quiero –retiró la cinta de embalaje y abrió la caja. Las tablas de madera de cerezo estaban envueltas en plástico de burbujas.


–El amor no tiene un interruptor para encenderlo o apagarlo a voluntad.


–O se ama o no se ama –respondió Pedro con firmeza–. Y yo no la amo.


–Anoche vi cómo la mirabas.


–Eso era deseo.


–Entonces, ¿admites que aún te sientes atraído por ella?


No tenía sentido negarlo, ni a Andres ni a sí mismo.


–Puede que no esté enamorado de ella, pero no tengo problemas para recordarla desnuda.


Andres esbozó una media sonrisa.


–Yo sigo intentando imaginarme desnuda a Tamara.


Pedro sacó el primer estante de la caja.


–Buena suerte.


–Es guapísima, divertida y lista como pocas.


–Pau va a prevenirla contra ti.


–¿De qué hay que prevenirla? Soy un hombre decente, rico y bien parecido.


Pedro colocó la estantería sobre las abrazaderas.


–Con un considerable historial de relaciones pasajeras.


–¿Lo ves? Por eso me preocupo por ti. Dices que solo es deseo, pero te crees todo ese rollo de las flores y los corazones. Tú, amigo mío, tienes un considerable historial de relaciones estables.


–Solo he tenido una relación estable. Y no creo que lo hayas superado.


–Sé cuidar de mí mismo –tal vez aún se sintiera atraído por Pau, pero era realista e iba a tener los ojos bien abiertos.


Andres le tendió el siguiente estante.


–Pues solo para que lo sepas, cuando todo se vaya al garete y te sientas en la necesidad de llamar a la caballería…


–Sí, sí, lo sé. Que no se me ocurra llamarte.


–¿Qué? No, al contrario. Llámame. Por Dios, Pedro, que seas tonto de remate no significa que no vaya a ayudarte.


–Gracias, pero no será necesario.


–Ya lo veremos.


La puerta se abrió y los dos hombres se giraron.


–¿Luis? –Pedro se quedó anonadado al ver a su viejo compañero de habitación en la puerta–. Creía que estabas en Londres.


–He oído que ibas a reabrir tu negocio –Luis miró el desorden imperante a su alrededor–. ¿Sabes que puedes contratar a carpinteros y decoradores para encargarse de esto?


Pedro se sacudió el polvo de las manos en los vaqueros y rodeó el extremo del mostrador para saludar a su amigo, a quien no veía desde hacía más de un año.


–¿Qué demonios haces en Los Ángeles?


–Asanti celebra algunas reuniones en Nueva York –Luis le estrechó también la mano a Andres–. ¿Cómo te va? Me alegro de verte a ti también.


Pedro no se creyó su respuesta. Era obvio que Luis ocultaba algo.


–¿Así que has aprovechado que estabas en Norteamérica para pasarte a verme?


–Algo así.


Pedro se giró hacia Andres.


–¿Lo has llamado tú?


–Pues claro. ¿Acaso pensabas hacerlo tú?


–No, porque no había nada que decirle.


–Perdiste tu trabajo, a tu hija y estás sin blanca. ¿Te parece poco?


–No estoy sin blanca.


Sus dos amigos lo miraron escepticismo.


–En serio, ¿queréis que comparemos el saldo de nuestras cuentas corrientes?


Luis se echó a reír, pero Pedro no había acabado.


–Andres tal vez tenga unas cuantas acciones en esas patentes, pero yo sé cómo invertir –miró a Luis–. Y lo único que tú tienes es un sueldo –un sueldo muy alto, ciertamente.


–Y opciones de compra.


–¿Ah, sí? –preguntó Andres con interés.


–De hecho, estoy pensando en liquidarlas y comprar el Sagittarius.


–¿El resort de lujo?


Pedro señaló en dirección hacia el océano Pacífico.


–¿Ese Sagittarius?


Luis asintió. Emplazado en una de las mejores playas de Malibú, el complejo de cinco estrellas tenía casi mil habitaciones y era una de las joyas del turismo en California.


–Podría ser el punto de partida para una nueva cadena hotelera.


–¿Te lo puedes permitir? –preguntó Andres.


–Necesitaría un socio. Tal vez dos –miró a Pedro.


–Ah, no, no –Pedro dio un paso atrás y miró a Andres. No sé qué os ha pasado, pero no necesito que vengáis a rescatarme. Estoy perfectamente en todos los aspectos, profesional, económico y sentimental.


–¿Qué te hace pensar que esto es por ti? –le preguntó Luis.


–Claro que es por mí –se sentía tan conmovido como horrorizado de que sus mejores amigos le sugirieran una excentricidad semejante.


–Hasta ahora no había oído nada acerca del Sagittarius –dijo Andres. Pedro no supo si creerlo o no–. Tendría que ser un socio capitalista, nada más –realmente parecía tomarse en serio la idea–. No tengo tiempo para más responsabilidades, pero tampoco tendría necesidad de cobrar un salario.


–No hay problema –respondió Luis–. Puedo dirigir un hotel con los ojos cerrados. Pedro se hará cargo de la expansión internacional. Tú solo pones el dinero.


Andres asintió con expresión pensativa.


–Ya basta –exigió Pedro–. Habéis sobrestimado la magnitud de mis problemas.


–No se trata solo de ti, Pedro–dijo Andres.


–¿Pero qué le pasa? –le preguntó Luis a Andres.


–Aún no ha superado lo de Pau.


–¡Lo he supe…!


–Estupendo, pues piensa en lo que te digo –le interrumpió Luis–. Imagina lo que podríamos conseguir los tres juntos. No quiero trabajar para otros el resto de mi vida. Los tres hemos ganado experiencia con los años, somos más listos y tenemos dinero. Yo conozco el negocio del turismo y tú conoces el mercado internacional. Y Andres puede construirnos un robot de la limpieza o algo por el estilo. 
Tendremos las reuniones de accionistas en Hawái, donde conocerás a alguna chica guapa que te ayude a curar tu corazón roto.


–No tengo el corazón roto –declaró Pedro, pero las palabras de Luis le hicieron pensar.


Sería estupendo meterse en un negocio con sus dos viejos amigos. Luis y Andres tenían una capacidad de trabajo y una creatividad impresionantes. Los tres juntos podrían montar algo grandioso. Y él podría volcarse por entero en la aventura y concentrarse en el trabajo durante mucho tiempo.


–¿Lo has pensado a fondo? –le preguntó Luis.


–Durante las catorce horas de avión más tres horas de escala.


–¿El Sagittarius está en venta?


–Lo estará. La familia propietaria está teniendo algunos… problemas. Rita Loring acaba de descubrir que su marido se acuesta con su secretaria, y estoy seguro de que venderá su parte de la empresa. Le importa un bledo el hotel y hará lo que sea para arruinar a su marido, y lo mismo hará su hija. Si les hago una oferta, me venderán sus acciones. Y Lewis Loring tendrá que elegir entre quedarse como accionista minoritario o vender su parte. Los tres últimos años no han sido buenos para el negocio, seguro que vende.


–¿Cómo sabes todo eso? –preguntó Andres.


–Hablo con muchas personas. Las invito a copas… a veces me acuesto con ellas.


–¿Te has acostado con Rita Loring? –fue lo primero que se le ocurrió a Pedro preguntarle.


–Me he acostado con su hija –respondió Luis con una mueca.


Andres soltó una carcajada.


–Yo me apunto.


–¿La hija no está resentida contigo? –preguntó Pedro.


–La hija ya ha pasado página. Tiene peces más gordos que yo que pescar. Me llevará una o dos semanas prepararlo todo, pero tenemos que darnos prisa.


Él y Andres miraron a Pedro.


–¿Tengo que tomar una decisión ahora mismo?


–Sí, ahora mismo –afirmó Luis–. Así pues, ¿qué decides?


De los tres, Pedro era el que estaba en una posición más favorable para cambiar su vida. Y realmente necesitaba darle un cambio a su vida. La situación en la que se encontraba era insostenible.


Pensó en Pau y se convenció de que todo estaba superado. 


No había vuelta atrás.


–Está bien –aceptó mientras un plan empezaba a cobrar forma en su cabeza.


–Pues vamos a brindar por nuestra nueva aventura –dijo Andres, sacando del bolsillo las llaves del coche.





ILUSION: CAPITULO 10




–¿Paula? –la voz de su hermano Dominic se oyó alta y clara por el altavoz de la mesa de reuniones–. ¿Hay algo que quieras contarnos?


–¿El qué? ¿Y a quién? –preguntó mientras seguía hojeando un informe de cuentas.


–A mí y a Javier. Y me refiero al artículo que aparece en el Weekly Break sobre la reconciliación entre tú y Pedro.


–¿Qué? –horrorizada, Paula agarró el auricular y miró hacia la puerta abierta para asegurarse de que nadie estaba escuchando.


–Eso es lo que te estoy preguntando –respondió Dominic amablemente.


–No sé de dónde han sacado esa idea –recordó el momento en el que Pedro la había besado en el aparcamiento. ¿Podría ser que un reportero les hubiera sacado una foto?–. ¿Hay alguna foto?


–¿Insinúas que podría haber alguna?


–No, no puede haber ninguna –mintió ella–. A menos que fuera una foto antigua.


–¿Qué está pasando, Paula?


–¡Nada! –por el rabillo del ojo atisbó un movimiento y levantó la mirada. Pedro estaba en la puerta con un ejemplar del Weekly Break en la mano–. Tengo que colgar.


–Pau…


–Tengo una reunión –le cortó ella sin apartar los ojos de Pedro–. No es nada. Se han inventado una historia.


–¿Estás segura? Porque todos estaríamos muy contentos si…


–Adiós, Dominic –colgó rápidamente el teléfono.


–¿Te has enterado? –le preguntó Pedro, entrando en la sala.


–No deberías estar aquí –se levantó y fue a cerrar la puerta.


–Y tú no deberías cerrar la puerta –replicó Pedro.


–Siempre será mejor que especulen a que nos oigan. ¿Qué ha pasado? ¿Qué dice el periódico? Dios mío… ¿Cómo se lo tomará Conrad?


Pedro arrojó el periódico sobre la mesa.


–Creo que es Conrad quien está detrás de todo esto.


Paula miró el titular de la primera plana. Había una foto de ellos, pero afortunadamente era del año anterior.


–¿No nos vieron anoche?


–¿Eso es lo que no quieres que la gente sepa?


Ella frunció el ceño.


–Sabes lo que quiero decir.


–No, no hay ninguna foto de anoche –confirmó él–. Pero una fuente anónima cita mis palabras: «Tendría que ser ciego y estúpido para renunciar a ella».


–Pero ¿por qué haría algo así? Fue muy claro al decir que no quería ningún escándalo.


–A lo mejor nos está provocando.


–¿Tú crees? ¿Qué motivos podría tener?


–No tengo la menor idea.


–¿Qué vamos a hacer? –no podían olvidarse del asunto, pero tampoco podían permitir que Conrad supiera la verdad. La boda de Erika estaba en juego.


–Tendremos que capear el temporal.


A Paula no le gustó cómo sonaba aquello. Se dejó caer en la silla y bajó la voz.


–¿Qué quieres decir con eso?


–Quiero decir… –Pedro se sentó frente a ella– que no negaremos nada hasta después de la boda.


–¿Y dejar que todo el mundo crea que volvemos a estar juntos?


Pedro se encogió de hombros.


–Ni hablar –rechazó ella rotundamente.


–No digo que sea lo más agradable.


–No podemos hacerlo.


–La otra opción es decirle a Conrad que le hemos mentido.


Paula sacudió la cabeza.


–Eso tampoco podemos hacerlo.


–Pues dime qué otra opción tenemos.


Ella se devanó los sesos en busca de otra solución, pero no se le ocurrió ninguna porque sencillamente no había.


–¿Cómo no lo vimos venir?


–No podíamos imaginar que Conrad iría a la prensa.


–No debimos dar por hecho que lo mantendría en secreto –sentía ganas de abofetearse ella misma por estúpida.


–Bueno, yo había bebido un poco…


–Estoy hablando en serio.


–Y yo, Pau. Pero no es el fin del mundo. Solo serán dos semanas y media y ya está. Después fingiremos una ruptura y cada uno seguirá por su lado.


–No voy a mentirles a mis hermanos –ya era bastante malo que el resto del mundo volviese a verlos como una pareja–. No se lo merecen después de todo lo que han sufrido, Pedro.


–Lo entiendo. El problema es que Javier no le mentirá a Carola ni Dominic le mentirá a Jessica.


–No, claro que no.


–¿Y pretendes que Cesar le mienta a Felicitas?


Paula apretó la mandíbula.


–¿Hasta dónde crees que podremos fingir antes de que alguien se vaya de la lengua? –la presionó él.


A Paula se le formó un nudo en la garganta. Lo mirase por donde lo mirase, alguien acabaría pasándolo mal.


–No puedo hacerlo –admitió en voz baja.


–No tienes por qué mentir, Pau.


–¿Cómo que no?


–Respóndeme a esto: si me pusiera de rodillas y te dijera que lo siento, que todo ha sido culpa mía y que nos merecemos otra oportunidad, ¿me rechazarías sin más o al menos lo pensarías?


Era tan absurdo que no merecía ni una respuesta.


–Tú nunca harías algo así.


–No, no lo haría –corroboró él–. Pero si fueras tú quien lo hiciera, estoy seguro de que al menos lo pensaría.


–¿Ese es tu razonamiento?


–Por tanto, cuando le dices a alguien… en caso de que se lo digas a alguien, que los dos sabíamos que teníamos muchas cosas que resolver y que las probabilidades eran prácticamente nulas pero que aun así nos habíamos planteado la posibilidad de volver a estar juntos, no estarías mintiendo.


–No, técnicamente no –concedió ella. El dolor le traspasaba el pecho–. ¿Y eso quieres que hagamos? ¿Que todo el mundo crea que nos estamos dando otra oportunidad?


–Piensa en las ventajas. No solo en la casa de Conrad, sino también en la tranquilidad de Erika y Mateo. No tendrán que andarse con pies de plomo, todo el mundo se sentirá más cómodo en la boda y tú y yo no nos sentiremos como si nos estuvieran vigilando.


Era exactamente lo que ella se esperaba de la boda.


–El padrino y la dama de honor tienen que bailar juntos –continuó Pedro–. ¿Te imaginas lo que pensarán los invitados? «¿Qué se estarán diciendo?», «¿se estarán peleando?», «¿no parece que ella está enfadada?…».


–Parece que lo has pensado mucho –y odiaba admitir que también ella lo había pensado. La idea del banquete la llenaba de pánico.


–Me gusta creer que soy realista, Pau.


–Prometiste que me llamarías Paula.


Él le sonrió.


–No recuerdo habértelo prometido. Pero si vamos a estar juntos tendrás que aguantarte durante dos semanas más.


Ella volvió a mirar el titular.


–¿De verdad crees que debemos hacerlo?


–Se habrá acabado antes de que te des cuenta.