jueves, 7 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 14





Paula llamaba al frío de fines de noviembre «un día de suéter sin chaqueta». El sol calentaba un poco, pero el aire era fresco. El parque estaba lleno de niños, sus padres estaban sentados en los bancos mirándolos jugar.


Damy organizó un juego de «Sigan al líder» con otros tres niños. Iban uno detrás de otro por los toboganes, se subían a las hamacas y giraban en círculos sobre la arena. Después de diez minutos de jugar en el parque, Damy estaba riendo, sucio, y saltando por todos lados. En días como este se sentía feliz de haber elegido el turno de la noche. No se perdía el día a día en la vida de su hijo, siempre y cuando trabajara durante sus horas de sueño.


No siempre era así. A veces, cuando sufría una gripe o tenía pesadillas, no podía estar en casa para cuidar de él, pero Mónica manejaba con eficiencia esas situaciones. Si alguna vez Damy realmente la necesitaba, Paula llamaba al trabajo y decía que se encontraba enferma o regresaba a casa. 


Para cuando consiguiera un trabajo diurno, Damy ya estaría pasando sus días en la escuela, y Paula podría trabajar mientras estaba allí. Por lo menos, ese era el plan.


—Hola, cariño.


La voz de Pedro le ronroneó en el oído. Se dio la vuelta y vio su rostro sonriente a solo unos pocos centímetros del suyo. Se alejó un poco, por si acaso pensaba que podría saludarla con un beso.


—Hola.


Estaba sentada sobre el borde de una mesa de picnic y decidió deslizarse entre el asiento y la mesa para alejarse un poco más de él. Sin mirarla, Pedro se sentó frente a ella.


Las llaves colgaban de sus dedos.


—Todo arreglado.


—Así que… era el motor de arranque.


Tomó las llaves de su mano, rozándolo al hacerlo. Ese toque inocente le recordó el jugueteo de manos de la noche anterior. Incluso tomar de la mano al vaquero tenía su encanto.


El sombrero estaba colocado firmemente sobre su cabeza. 


Una camisa cubría los brazos musculosos que la habían abrazado fuertemente la noche anterior, también recordaba la firmeza de su pecho y el sonido de su suspiro cuando ella bajó la guardia de sus inhibiciones y permitió que el beso continuara. Sus labios se veían tan gruesos como la noche anterior. El suéter que llevaba de repente le dio calor. Paula sacudió la cabeza y miró hacia atrás para ver dónde estaba Damy.


—El motor de arranque estaba fuera de combate.


—¿Te ha costado muy caro?


Tomó el bolso que estaba apoyado a su lado.


—Un amigo me debía un favor.


—Entonces, ¿has tenido que llamar a alguien para que hiciera el trabajo?


—Tuve que hacerlo; Max tenía los repuestos, yo no.


Qué tontería. Por supuesto que Pedro no tenía los repuestos. Sacó la chequera, pero Pedro puso su mano encima de la de ella.


—Max me debía un favor, Paula. Sin cargo.


—No puedo dejar que lo hagas.


—Debes hacerlo —insistió.


—¿Qué pasa si necesitas que Max te eche una mano con tu camioneta? Has gastado en mí su deuda.


Paula liberó su mano y comenzó a hacer un cheque.


—No aceptaré tu dinero.


—Tienes razón, no lo harás. Se lo darás a Max. Ahora, ¿cuánto cuesta un motor de arranque?


Pedro no le hizo caso y miró por encima del hombro a los niños que estaban jugando en el parque.


—¿Cuál es Damian?


—No cambies de tema.


Le guiñó un ojo. Una sonrisa se dibujó en sus labios. No iba a decirle lo que costaba, no iba a aceptar el dinero. Paula sabía que tendría que encontrar otra manera de pagarle. No le gustaba aprovecharse de la buena voluntad de nadie.


—Tiene cinco años, ¿no?


—¿Cuánto es, Pedro? —le preguntó ella, intentándolo por última vez.


—De ningún modo, Paula —le contestó con una sonrisa.


Era imposible ganarle. Metió la chequera en el bolso.


—Esto no ha terminado.


—¿Tu hijo tiene tu mismo color de pelo?


Una vez más, cambió de tema e ignoró sus palabras. 


Malcriado. Se llevaría de maravilla con Mónica.


Paula giró en su asiento y señaló a su hijo.


—¿Ves a los niños que están jugando a «Sigan al líder»?


—Sí.


—Es el que va delante, con el suéter a rayas.


El rostro de Pedro se iluminó.


—Se parece a ti.


—Pienso igual que tú.


Damy asomó la cabeza para mirarla, y luego miró más allá de ella, a Pedro. Le dijo algo a sus amigos antes de correr hacia su madre.


—Mamá.


Paula le quitó el pelo de los ojos. Necesitaba un corte de pelo.


—Hola.


—¿Quién es? —preguntó señalando a Pedro.


—Es un amigo mío. Se llama PedroPedro, él es Damian.


Fue extraño observar la mezcla de emociones que pasaron por el rostro de su hijo. Pasó de la curiosidad a una pizca de miedo en unos pocos segundos.


—¿Cómo estás, Damy?


Pedro inclinó el sombrero hacia el niño.


Los ojos de Damy se abrieron como platos.


—¿Eres un vaquero de verdad? ¿Montas a caballo y todo eso?


—Soy de Texas y he montado a caballo algunas veces —le dijo Pedro, poniéndole un poco más de Texas a su voz.


Paula le echó una mirada para indicarle que no le entusiasmara, contando con que entendiera su lenguaje corporal.


—Quiero montar a caballo, pero mamá dice que es peligroso.


—Las personas se caen de los caballos y se lastiman todo el tiempo —le dijo Paula.


—Me caí del monopatín; no me dolió mucho.


—Los caballos están mucho más lejos del suelo —dijo Pedro.


Bien, pensó Paula, estaba teniendo cuidado de lo que decía.


—Pero montar a caballo es fácil y no es peligroso en absoluto con el caballo adecuado.


Paula miró a Pedro queriendo matarlo.


—No conocemos a nadie que tenga ningún caballo, así que no hay necesidad de emocionarse por algo que no va a suceder.


Pedro la miró a los ojos.


—En realidad, mi padre vive en un rancho en Texas. Tiene un montón de caballos, jóvenes y viejos.


Paula apretó los labios.


—No estamos en Texas.


—¿Podríamos ir alguna vez al rancho de tu padre? —preguntó Damy.


—Creo que es una gran idea.


Pedro se quedó mirando a Damian e ignoró las expresiones faciales de Paula.


—Tal vez algún día podamos ir.


Damian tiró del suéter de Paula hasta que ella bajó la mirada hacia él.


—Sería divertido.


—Texas queda muy lejos, Damy. Por ahora vas a tener que conformarte con los paseos en poni de la feria.


Decepcionado, Damy se volvió hacia sus amigos que estaban en los juegos.


—Ey, quiero jugar —dijo llamando a los niños, y luego corrió hacia ellos.


—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Paula a Pedro en el instante en que Damy estuvo lo suficientemente lejos para no oírla.


—¿Qué he hecho?


—¿Animarlo a visitar el rancho de tu padre? Sabes que no tengo dinero para viajar a Texas.


Pedro se sentía culpable. Y eso estaba bien, teniendo en cuenta la posición en la que la había puesto. Damy sufría decepciones casi a diario, desde los juguetes que no podía comprarle a la falta de un jardín donde jugar. Prometerle paseos en poni en Texas era simplemente cruel.


—Parecía muy emocionado.


—Tiene cinco años. Se emociona con las pompas de jabón.


—Texas queda a tres días de aquí —le dijo.


Paula se cruzó de brazos.


—Detente, ¿vale? Sabes que no puedo ir. Entre pedir días libres en el trabajo, el coste de la gasolina… Tal vez en un plan a cinco años sería factible, pero no lo es en este
momento. Tendré suerte si puedo apartar suficiente dinero para preparar a Damy alguna fiesta de Navidad. Un viaje a Texas no es algo que pueda hacer realidad.


Paula odiaba admitirlo, pero su situación era más complicada de lo que podía poner en palabras. Incluso había considerado la posibilidad de conseguir un trabajo a tiempo parcial, pero eso interferiría con los horarios que tenían arreglados con Mónica. Todas las cosas divertidas de la vida simplemente tendrían que esperar.


Pedro la miró como si quisiera decirle algo, algo profundo, pero en cambio, bajó la mirada y le ofreció una disculpa.


—Lo siento.


Las palabras sonaban como si fueran nuevas para él, así que Paula no insistió.


—Está bien. Sé que lo has hecho sin mala intención.


—No, no está bien. Debería haber mantenido la boca cerrada.


Paula alivió la tensión con una sonrisa.


—¿Tu padre de verdad tiene un rancho?


—Texas es un estado grande; mucha gente tiene tierra allí.


—Parece que nadie en California tiene tierra, aparte de los granjeros del centro del estado. Diablos, me conformaría con un jardín vallado.


Ni siquiera podía comprarle un perro a Damy si quisiera.


—Tengo la sensación de que un día tendrás todo lo que quieras.


Pedro. El soñador siempre optimista. Guapo, que besa muy bien, desinteresado, generoso, ambicioso, y, tenía que añadir nuevamente, soñador. Los soñadores volaban hacia una nueva flor cada vez que les venía en gana.


—Escucha, Pedro, lo de anoche…


Paula apartó la mirada de sus ojos grises para concentrarse en un par de hormigas que habían encontrado una miga que atacar sobre la mesa.


—Eso no debería haber ocurrido.


—¿Qué, el paseo en la limusina? La devolví, nadie se enteró de que faltaba.


Los hombros de Paula se desplomaron. Maldito, no se lo iba a dejar fácil.


—No se trata de la limusina. Sabes que no es eso a lo que me refiero.


—Oh —dijo, actuando sorprendido—. ¿Te refieres a ese increíble beso?


Le hizo gesto de que se callara y escaneó a las personas a su alrededor para ver si alguien los estaba escuchando.


—Fue un error.


—No lo sentí como un error.


Aunque sabía que probablemente debía decirle que había sentido que era un error, Paula sabía que vería a través de ella, y pondría en evidencia su flagrante mentira. El beso había sido increíble. Increíble como para mantenerla despierta durante horas después de acostarse.


—No puede volver a pasar.


Paula lo miró a los ojos el tiempo suficiente para ver que una sonrisa se formaba en su rostro.


—No es divertido, Pedro. Ya te dije que no puedo salir contigo.


—Así es, y, ¿me repetirías el por qué?


—Sabes muy bien por qué. Eres un soñador, Pedro. Tienes grandes planes para un futuro brillante y algo me dice que harás realidad todas esas nobles metas… algún día. Pero en este momento, todavía estás soñando. Tal vez si estuviera sola, si Damy…


Miró por encima del hombro para asegurarse de que Damian no la oiría. Estaba jugando, al otro lado del parque, ajeno a ella y a Pedro.


—Si no tuviera que considerar a mi hijo, entonces tal vez tú y yo podríamos haber salido un tiempo, para ver si éramos buenos el uno para el otro. Cuando tienes un hijo todas tus decisiones afectan a otro ser humano, tienes que pensar bien a quién eliges.


La sonrisa desapareció de la cara de Pedro. Frunció el ceño.


—¿De qué tienes miedo, Paula? —le preguntó en voz baja.


—Mi madre dijo una vez que no saliera con un hombre si no me imaginaba enamorándome de él. No escuché sus consejos en mi adolescencia y Damy es el resultado. Lo amo más que a nada en este mundo, no cambiaría lo que significa en mi vida por nada en el mundo. Pero no puedo hacer lo mismo de nuevo. No sería justo para él ni para mí. Eres un gran tipo, Pedro, pero tenemos que ser solo amigos. Amigos que no se besan. Lo siento, pero tiene que ser así.


Pero entonces, ¿por qué le dolía decir esas palabras?


Pedro apoyó los codos en la mesa y puso la cabeza sobre sus palmas.


—¿Nada de lo que diga te hará cambiar de opinión?


—No. Por favor, entiéndeme. Me gustaría que siguiéramos siendo amigos.


Pedro se frotó el mentón y volvió a sonreír.


—No puedo decir que me agrade, pero lo entiendo. —Suspiró—. Entonces, ¿seguimos siendo amigos?


Había un pícaro brillo en sus ojos cuando dijo:
—Cariño, claro que sí. Me tengo que ir, pero estaré en contacto.


—Debería tener el vestido listo para devolverlo el martes. Puedo dejarlo en el hotel.


Pedro hizo un gesto despreocupado con la mano.


—No es necesario. Pasaré por el restaurante. ¿Has dicho que trabajabas el martes, ¿verdad?


—Así es.


—Pasaré por allí —dijo mientras se levantaba del banco—. Si surge algo, te llamaré.


—Me parece bien.


Pedro la miró como si quisiera decir algo más, pero decidió no hacerlo.


—Disfruta de tu día libre, Paula.


—Gracias, tú también.


Luego se fue. Paula vio cómo se alejaba su lindo trasero enfundado en vaqueros. Sin discusión, sin ofrecer argumentos para tratar de convencerla de salir con él. Nada.


Ella debería haber estado satisfecha con lo rápido que él accedió a una relación platónica, pero, de algún modo, no lo estaba. Tal vez el beso solo la había afectado profundamente a ella y solo ella había pensado que nunca encontraría a alguien que la besara así.


Tal vez Pedro no se sentía tan atraído por ella. Paula hizo un esfuerzo por enfocar la mirada en su hijo y dejar de mirar al hombre que se alejaba. Antes de que pudiera darse la vuelta, Pedro miró por encima del hombro y la descubrió mirándolo. Sin lugar a dudas, oculta bajo la sombra de su sombrero, se dibujaría una pícara sonrisa.



NO EXACTAMENTE: CAPITULO 13





—Te doy un consejo, sugiero que envíes este pedazo de chatarra al desguace.


Max Harper era dueño de un pequeño taller a pocos metros del hotel. Había aceptado alegremente remolcar el auto de Paula y tomarse el tiempo para revisarlo. Pedro había conocido a Max antes de la despedida de soltero de Daniel. 


Quería que su camioneta estuviera lista para el viaje y Max se había ocupado de ello.


—No puedo hacerlo —le dijo Pedro—. Su dueña no puede darse el lujo de deshacerse de él todavía.


Max se limpió las manos con un trapo y sacó un lápiz de su camiseta azul.


—No será muy complicado dejarlo en funcionamiento. Necesita un nuevo motor de arranque.


—Necesita algo más que un motor de arranque. —Pedro había notado las correas gastadas, el radiador recalentado.


—Lo que necesita es juntar polvo en un depósito de chatarra. Pero si insistes en sacarlo a tumbos, lo haré salir por la puerta hoy con un motor de arranque.


—La batería parece vieja —le dijo Pedro.


—Todavía tiene carga, pero puedo reemplazarla.


—Hazlo.


Max dio la vuelta al vehículo y se fue hacia la parte trasera de la tienda para ir a buscar las piezas.


Pedro estaba ansioso por solucionar cualquier posible problema que tuviera el automóvil. La sola idea de que Paula anduviera conduciendo por la ciudad o que el auto se quedara parado por la noche…


—¿Sabes qué es lo que no entiendo? —le preguntó Max.


—No, dímelo.


—¿Cómo alguien con tanto dinero anda dando vueltas en una chatarra como esta? Sin ofender.


Max estaba cerca de los sesenta, pesaba veinte kilos más de lo que debería, tenía una respiración demasiado pesada para un hombre de su edad y era exageradamente honesto. 


Daniel se lo había recomendado y Pedro ahora entendía por qué. Incluso sabiendo que Pedro tenía los bolsillos llenos, Max no intentó venderle más de lo que necesitaba. Incluso ahora, cuando ambos se quedaron mirando el desvencijado motor uno al lado del otro, pensando que el automóvil debería ir al desguace.


—No es mío, y como te he dicho, le estoy echando una mano a una amiga.


—Podría ayudarla consiguiéndole un vehículo que dé mayor confianza. No todos los mecánicos son como yo. Y a menos que la mujer sepa un poco de mecánica básica, terminará gastando de más cada vez que se necesite algo tan simple como un cambio de aceite. Diablos, el mecánico ni siquiera tendría que faltar a la ética. Solo tendría que comenzar por una punta y seguir avanzando hasta la otra para encontrar problemas.


¿Acaso no lo sabía Pedro? Pero no podía decirle a Paula que alguien había dejado un auto nuevo en el hotel y que podía quedárselo. No, tendría que encarar algo tan importante de otra manera.


—Estoy completamente de acuerdo, Max. Solo hazlo funcionar de nuevo. Si puedes reemplazar algunas piezas sin que mi amiga se dé cuenta, por favor, hazlo. Si se da cuenta de que he gastado dinero en él, insistirá en pagarme.


En realidad, a Pedro le preocupaba contarle que lo había llevado al mecánico. Que un amigo arreglara el auto era una cosa… y otra muy distinta era contratar a alguien para que lo hiciera. Pero si se viera puesto a prueba en algún momento, sería una mentira difícil de sostener. No, le diría que alguien lo había ayudado si hacía falta.


Tenía que mantener la red de mentiras tan delgada como fuese posible.


—¿Una mujer que no quiere que gastes dinero en ella? ¿En serio? No pensé que existieran.


Pedro respondió con una sonrisa. La suya era así.


No fue hasta después del mediodía cuando Pedro finalmente levantó el teléfono y llamó a Paula. A pesar de que había pensado en ella todo el día, solo cuando escuchó su alegre voz volvió a recordar el beso. El beso que acabaría con todos los besos. La unión de los labios que prometía cosas increíbles si alguna vez encontraran el momento adecuado para que otras partes se tocaran.


Pedro sabía que Paula estaría molesta por el beso, así que pensaba actuar como si no hubiera pasado, a menos que ella dijera algo al respecto. No iba a pedir disculpas por algo de lo que no estaba arrepentido y que sabía que ella había disfrutado tanto como él.


—Hola, cariño, ¿cómo has dormido?


Había dado vueltas en la cama toda la noche, pero no iba a decírselo y darle un motivo para que colgara el teléfono.


—Hola, Pedro, yo…, eh, he dormido bien, estoy bien.


Su voz vaciló, lo que hizo que Pedro se preguntara si decía la verdad.


—Creo que tendré tu auto listo en una hora. ¿Vas a estar en casa para que te lo lleve?


—En realidad, voy a llevar a Damy al parque a la vuelta de la esquina a jugar con algunos amigos.


Aun mejor.


—Puedo llevártelo ahí. ¿Dónde está el parque?


Se lo dijo y añadió:
—No hace falta. Puedo pedirle a Mónica que me lleve hasta el hotel para recuperarlo.


Pero el vehículo no estaba en el hotel. Se encontraba en el taller donde el mecánico estaba poniéndole un nuevo motor de arranque y una batería nueva, cambiándole el aceite y el filtro de aire…


—No es molestia.


—¿Estás seguro?


—Paula, por favor. Tal vez no pueda ayudarte demasiado, pero puedo llevarte el auto.


La mentira le dejó un sabor amargo en la lengua, pero la dijo de todas maneras.


—¿Qué problema tenía?


—El motor de arranque, como pensaba. Solo he tenido que, eh, buscar el repuesto.


—¿Te ha dado mucho trabajo?


—No —dijo con demasiada rapidez, tomó aire y continuó—. Hay una tienda de repuestos en la esquina del hotel. Solo me llevará un poco más de tiempo colocarlo y limpiar todo. ¿Aún seguirás en el parque dentro una hora?


Paula se echó a reír.


—Damy me haría quedarme allí hasta la noche si pudiera. Allí estaremos.


—Te veré en una hora.


Pedro se despidió y colgó.