jueves, 7 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 13





—Te doy un consejo, sugiero que envíes este pedazo de chatarra al desguace.


Max Harper era dueño de un pequeño taller a pocos metros del hotel. Había aceptado alegremente remolcar el auto de Paula y tomarse el tiempo para revisarlo. Pedro había conocido a Max antes de la despedida de soltero de Daniel. 


Quería que su camioneta estuviera lista para el viaje y Max se había ocupado de ello.


—No puedo hacerlo —le dijo Pedro—. Su dueña no puede darse el lujo de deshacerse de él todavía.


Max se limpió las manos con un trapo y sacó un lápiz de su camiseta azul.


—No será muy complicado dejarlo en funcionamiento. Necesita un nuevo motor de arranque.


—Necesita algo más que un motor de arranque. —Pedro había notado las correas gastadas, el radiador recalentado.


—Lo que necesita es juntar polvo en un depósito de chatarra. Pero si insistes en sacarlo a tumbos, lo haré salir por la puerta hoy con un motor de arranque.


—La batería parece vieja —le dijo Pedro.


—Todavía tiene carga, pero puedo reemplazarla.


—Hazlo.


Max dio la vuelta al vehículo y se fue hacia la parte trasera de la tienda para ir a buscar las piezas.


Pedro estaba ansioso por solucionar cualquier posible problema que tuviera el automóvil. La sola idea de que Paula anduviera conduciendo por la ciudad o que el auto se quedara parado por la noche…


—¿Sabes qué es lo que no entiendo? —le preguntó Max.


—No, dímelo.


—¿Cómo alguien con tanto dinero anda dando vueltas en una chatarra como esta? Sin ofender.


Max estaba cerca de los sesenta, pesaba veinte kilos más de lo que debería, tenía una respiración demasiado pesada para un hombre de su edad y era exageradamente honesto. 


Daniel se lo había recomendado y Pedro ahora entendía por qué. Incluso sabiendo que Pedro tenía los bolsillos llenos, Max no intentó venderle más de lo que necesitaba. Incluso ahora, cuando ambos se quedaron mirando el desvencijado motor uno al lado del otro, pensando que el automóvil debería ir al desguace.


—No es mío, y como te he dicho, le estoy echando una mano a una amiga.


—Podría ayudarla consiguiéndole un vehículo que dé mayor confianza. No todos los mecánicos son como yo. Y a menos que la mujer sepa un poco de mecánica básica, terminará gastando de más cada vez que se necesite algo tan simple como un cambio de aceite. Diablos, el mecánico ni siquiera tendría que faltar a la ética. Solo tendría que comenzar por una punta y seguir avanzando hasta la otra para encontrar problemas.


¿Acaso no lo sabía Pedro? Pero no podía decirle a Paula que alguien había dejado un auto nuevo en el hotel y que podía quedárselo. No, tendría que encarar algo tan importante de otra manera.


—Estoy completamente de acuerdo, Max. Solo hazlo funcionar de nuevo. Si puedes reemplazar algunas piezas sin que mi amiga se dé cuenta, por favor, hazlo. Si se da cuenta de que he gastado dinero en él, insistirá en pagarme.


En realidad, a Pedro le preocupaba contarle que lo había llevado al mecánico. Que un amigo arreglara el auto era una cosa… y otra muy distinta era contratar a alguien para que lo hiciera. Pero si se viera puesto a prueba en algún momento, sería una mentira difícil de sostener. No, le diría que alguien lo había ayudado si hacía falta.


Tenía que mantener la red de mentiras tan delgada como fuese posible.


—¿Una mujer que no quiere que gastes dinero en ella? ¿En serio? No pensé que existieran.


Pedro respondió con una sonrisa. La suya era así.


No fue hasta después del mediodía cuando Pedro finalmente levantó el teléfono y llamó a Paula. A pesar de que había pensado en ella todo el día, solo cuando escuchó su alegre voz volvió a recordar el beso. El beso que acabaría con todos los besos. La unión de los labios que prometía cosas increíbles si alguna vez encontraran el momento adecuado para que otras partes se tocaran.


Pedro sabía que Paula estaría molesta por el beso, así que pensaba actuar como si no hubiera pasado, a menos que ella dijera algo al respecto. No iba a pedir disculpas por algo de lo que no estaba arrepentido y que sabía que ella había disfrutado tanto como él.


—Hola, cariño, ¿cómo has dormido?


Había dado vueltas en la cama toda la noche, pero no iba a decírselo y darle un motivo para que colgara el teléfono.


—Hola, Pedro, yo…, eh, he dormido bien, estoy bien.


Su voz vaciló, lo que hizo que Pedro se preguntara si decía la verdad.


—Creo que tendré tu auto listo en una hora. ¿Vas a estar en casa para que te lo lleve?


—En realidad, voy a llevar a Damy al parque a la vuelta de la esquina a jugar con algunos amigos.


Aun mejor.


—Puedo llevártelo ahí. ¿Dónde está el parque?


Se lo dijo y añadió:
—No hace falta. Puedo pedirle a Mónica que me lleve hasta el hotel para recuperarlo.


Pero el vehículo no estaba en el hotel. Se encontraba en el taller donde el mecánico estaba poniéndole un nuevo motor de arranque y una batería nueva, cambiándole el aceite y el filtro de aire…


—No es molestia.


—¿Estás seguro?


—Paula, por favor. Tal vez no pueda ayudarte demasiado, pero puedo llevarte el auto.


La mentira le dejó un sabor amargo en la lengua, pero la dijo de todas maneras.


—¿Qué problema tenía?


—El motor de arranque, como pensaba. Solo he tenido que, eh, buscar el repuesto.


—¿Te ha dado mucho trabajo?


—No —dijo con demasiada rapidez, tomó aire y continuó—. Hay una tienda de repuestos en la esquina del hotel. Solo me llevará un poco más de tiempo colocarlo y limpiar todo. ¿Aún seguirás en el parque dentro una hora?


Paula se echó a reír.


—Damy me haría quedarme allí hasta la noche si pudiera. Allí estaremos.


—Te veré en una hora.


Pedro se despidió y colgó.








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