lunes, 18 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 27





–Si le ha pasado algo, no me lo perdonaré nunca. ¿Cómo es posible que no haya adivinado lo que pensaba hacer? He estado tan ocupada que…


–No –la interrumpió Pedro mientras la llevaba a la cocina–. No ha sido culpa tuya. No ha sido por nada de lo que tú hayas hecho.


–Pero si hubiéramos estado aquí…


–Joaquin es un chico listo. No le pasará nada.


Lisa, que los había seguido, le ofreció una taza de té que Paula rechazó.


–No quiero té. ¿Pretendes que me ponga a beber tranquilamente en esta situación? Deberíamos salir a buscarlo. Estamos perdiendo el tiempo.


–Hazme caso, Pau… Tómate el té. Te sentará bien.


–Lisa tiene razón –dijo Pedro–. Además, Tobias y yo no podremos salir a buscar a Joaquin hasta que estemos seguros de que te encuentras bien.


–Estoy perfectamente. No soy yo quien ha desaparecido – les recordó con impaciencia–. Y, si vais a salir a buscarlo, será mejor que os acompañe. Cuantos más seamos, más terreno podremos cubrir.


–No, es mejor que te quedes donde estás. Tú no conoces la zona. Y, por otra parte, los chicos se asustarían si nos marchamos los dos.


–Oh, Dios mío, no había pensado en ellos… ¿Cómo les voy a decir que Joaquin se ha marchado?


–No hay necesidad de que les digas nada. Por lo menos, de momento.


–Te equivocas. Puede que alguno de ellos sepa algo. Puede que les dijera adónde ha ido…


–Lo dudo mucho. Joaquin es un solitario. Seguro que no les ha dicho nada –afirmó Pedro–. Y ahora, quédate con Lisa e intenta tranquilizarte un poco.


–Haz caso a Pedro –declaró su amiga–. Puede que Joaquin vuelva por iniciativa propia. Y será mejor si lo estás esperando.


Ella suspiró y se llevó las manos a la cara, angustiada.


–Lo encontraré, Pau –dijo Pedro–. Te lo prometo.


Una vez más, Paula pensó que Pedro se pasaba la vida haciendo promesas. Pero esta vez fue distinto. Bajo el tono firme de su voz se ocultaba un fondo de miedo. ¿Sería posible que estuviera tan asustado por Joaquin? ¿O solo lo estaba por los efectos que aquel incidente podía tener en su relación?


Cuando los dos hombres se marcharon, Paula miró a Lisa y le confesó sus temores.


–Es culpa mía. No debería haberme ido. Sabía que Joaquin está resentido con Pedro, pero me he marchado de todas formas.


–No seas ridícula. Tienes derecho a vivir tu propia vida.


–Pero no a expensas de los chicos.


–Dudo que pasar unas horas con Pedro les pueda hacer ningún daño –observó–. Y, por mucho que los quieras, no tienen derecho a elegir tus amigos o tus amantes.


–Lo sé, pero no estaban preparados para esto. Tendría que haber hablado con ellos.


–¿Querías sentarte con ellos para decirles que ibas a hacer el amor con Pedro?


Paula se ruborizó.


–Bueno, no se lo habría dicho así, claro… 


Lisa soltó un suspiró.


–Sinceramente, creo que estás exagerando. No te has portado mal con ellos. No los has dejado solos. Estaban aquí, con nosotros, pasándoselo bien.


–Pero Joaquin no lo estaba pasando bien.


–Deja de pensar en esos términos. Ni siquiera sabes por qué se ha ido. Puede que precisamente se haya fugado hoy porque ha pensado que no nos daríamos cuenta.


–Oh, Lisa, ¿cómo es posible que me haya pasado esto? Soy psicóloga. Se supone que conozco a la gente.


–Sí, eres psicóloga, pero esos chicos son como hijos tuyos. Cuando quieres tanto a alguien, pierdes la imparcialidad y la objetividad. Has estado tan preocupada por el pasado de Joaquin que quizá no te has fijado bien en su presente.


–Pero puedo recuperar el tiempo perdido, ¿verdad? No es demasiado tarde…


–No lo sé, Pau. Solo sé que le has dado todo tu afecto y que lo has tratado como si fuera de tu familia.


Pau sonrió con tristeza.


–En realidad, ahora no estaba pensando en Joaquin, sino en Pedro. He sido muy dura con él.


Lisa le devolvió la sonrisa.


–Bueno, estoy segura de que sobrevivirá. Aunque es más sensible de lo que parece… Me di cuenta hace tiempo, cuando yo estaba a punto de dejar a Tobias y Pedro habló conmigo. Solo te pido que no lo culpes por lo que ha pasado. A fin de cuentas, Joaquin no estaba con él cuando se ha ido, sino con nosotros.


–Yo no culpo a nadie. No os culpo a ninguno.


–Lo sé. Solo te culpas a ti misma –dijo Lisa–. Pero hace unos minutos, todos hemos tenido la sensación de que culpabas a Pedro.


–Sí, es posible que tengas razón. Hablaré con él… cuando sepa que Joaquin está a salvo.


Paula ni siquiera se atrevió a considerar la posibilidad de que no encontraran al joven. Tenían que encontrarlo. Y tenía que estar bien. Aunque solo fuera porque su relación con Pedro dependía de ello.


Pedro no sabía por dónde se había ido, pero supuso que intentaría llegar a la autopista para volver a Florida. De hecho, sospechaba que tenía intención de ir directamente a Key West, al único lugar del que hablaba con entusiasmo.


Mientras conducía, se maldijo a sí mismo por no haber adivinado lo que iba a pasar. Sobre todo, porque era consciente de que la actitud del chico se debía en gran parte a su presencia en la casa. Pero no le había dado la importancia necesaria. Había perdido la paciencia con él y no había estado a la altura.


Se deprimió tanto que, cuando divisó a Joaquin en el arcén de la carretera, se encontraba al borde de la desesperación. 


Durante un segundo, estuvo a punto de asomarse por la ventanilla y gritar. Joaquin caminaba tan cerca de la carretera que casi era un milagro que no lo hubieran atropellado. Pero se contuvo, llegó a su altura y dijo:
–Hola, Joaquin. Sube, por favor.


Joaquin no dijo nada. Se limitó a seguir adelante.


–Hijo…


–¡Tú no eres mi padre! –exclamó el joven.


–Tienes razón. No lo soy.


A la luz de los faros, Pedro vio las lágrimas que corrían por sus mejillas y se le encogió el corazón. Bajo aquella fachada de dureza se escondía un chico asustado y vulnerable; un chico que se parecía mucho al que él mismo había sido. –Joaquin, vamos a alguna parte, a hablar de esto… 


–No tengo nada que decirte.


–¿Y qué me dices de Paula? Se ha llevado un buen disgusto. Está en casa de Lisa y Tobias, culpándose por lo ocurrido. Cree que es culpa suya, que te ha fallado.


–Ella no ha hecho nada.


–Eso lo sabemos tú y yo, pero no Paula. Ella solo sabe que te has ido, y cree que no habría pasado nada si hubiera estado cerca de ti. Pero el problema somos tú y yo, ¿verdad?


–Sí, es posible –le concedió.


–Entonces, vamos a tomar un refresco a algún sitio. Así podremos hablar de hombre a hombre.


–¿De hombre a hombre? Siempre me tratas como si fuera un crío… Paula no me trataba así. Hasta que llegaste, me trataba como a un adulto. Se apoyaba en mí.


Pedro asintió. Ahora entendía el problema. Joaquin pensaba que había usurpado su puesto; pero él le podía demostrar que había espacio para los dos, que Paula tenía afecto para los dos.


–Pues hablaremos de ello.


–¿Por qué?


–Porque los dos queremos a Paula y queremos que sea feliz. Es motivo más que suficiente para solventar nuestras diferencias, ¿no?


Él chico asintió a regañadientes.


–En ese caso, sube al coche.


Joaquin abrió la portezuela y se sentó en el asiento del copiloto, pero manteniéndose tan lejos de Pedro como le fue posible.


–¿Tienes hambre?


–Supongo que sí.


–Me alegro, porque yo estoy hambriento. ¿Qué tal si nos tomamos una hamburguesa y unas patatas fritas?


Pedro lo llevó a un bar cercano. Mientras Joaquin buscaba una mesa y pedía la comida, él llamó por teléfono a Paula y le dijo que lo había encontrado y que iban a charlar un rato. 


A Paula no le hizo demasiada gracia, pero lo aceptó.


Joaquin ya había devorado su hamburguesa con patatas cuando Pedro le preguntó tranquilamente:
–¿Por qué te has ido?


–¿Me vas a decir que te importa? Soy un obstáculo para ti. Seguro que te has alegrado de que me fuera.


–Si eso es cierto, ¿por qué estoy aquí?


–Porque Paula te ha enviado.


–No, no es solo por eso. Nunca he querido que te marches, Joaquin. Sé lo mucho que significas para la mujer de la que estoy enamorado; y, como lo sé, he intentado ser un padre para ti. Pero no he sabido… ¿No se te ha ocurrido la posibilidad de que yo esté tan asustado como tú? –preguntó.


–¿Asustado? Venga ya…


–Es verdad. Nunca he tenido nada parecido a una familia. Mi padre se marchó antes de que yo naciera, y mi madre… bueno, digamos que no estaba conmigo de forma habitual. Además, no tengo hermanos; y la familia de mi amigo Tobias, de mi mejor amigo, tampoco era una maravilla –le explicó–. Me convertí en un chico solitario que no se arriesgaba a mantener relaciones. ¿Te suena de algo?


Joaquin asintió en silencio.


–Cuando llegué a la casa de Paula, no esperaba que me gustara –continuó–. Solo era un sitio para quedarse una temporada… Paula y yo habíamos coincidido antes y ni siquiera nos habíamos caído bien. Además, también estabais vosotros, un montón de chicos. Y yo no sabía nada de chicos… Pero os empecé a conocer y me empezasteis a gustar.


Pedro se detuvo un momento y siguió hablando.


–Todos me lo pusieron muy fácil. Todos menos tú. Eras igual que yo a tu edad. Habías levantado un muro a tu alrededor y no permitías que entrara nadie. Supongo que por eso he sido tan duro contigo… A mí no me ayudó nadie. Nadie me quiso como Paula te quiere a ti. Y pensé que no apreciabas lo que tenías, así que te ofrecí un trabajo para que aprendieras un poco de la vida y te volvieras más responsable.


–Yo pensé que era una forma de quitarme de en medio –le confesó Joaquin–. Pensé que, en cuanto tuviera un salario, me echarías de casa.


–¿Sabes lo que me haría Paula si te echara de casa?


Joaquin sonrió de repente.


–Sería capaz de asesinarte con un cuchillo de cocina.


Pedro le devolvió la sonrisa.


–Sí, creo que sí. Paula haría cualquier cosa por vosotros.


De repente, Joaquin frunció el ceño.


–¿Está muy enfadada conmigo? –preguntó.


–Bueno, sospecho que te has ganado un mes encerrado en tu habitación.


–Siempre será mejor a que me ataque con un cuchillo…


–Sí, considerablemente mejor –dijo Pedro–. ¿Nos vamos? –¿Te puedo preguntar una cosa?


–Por supuesto.


–¿Os vais a casar?


–Si depende de mí, sí –contestó–. ¿A ti qué te parece?


–Me parece que no es asunto mío.


–Te equivocas. Tu opinión es importante para ella, y también lo es para mí.


–¿Me estás pidiendo permiso? –preguntó con asombro.


–Algo parecido.


–Vaya… Supongo que eso cambia las cosas.


Pedro sonrió, se levantó y le acarició el pelo.


–No tanto, chico. No tanto.




domingo, 17 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 26





Paula se quedó dormida cuando hicieron el amor por segunda vez; pero, al cabo de un rato, Pedro la despertó con un beso.


–Hay que levantarse, bella durmiente. Si no vamos a recoger a los chicos, tendremos que responder a muchas preguntas.


Ella le acarició un muslo.


–Empiezo a pensar que merecería la pena.


–No lo estarás diciendo en serio…


–¿Qué pasaría si lo estoy diciendo en serio?


Pedro sonrió con picardía y le acarició un pezón. Ella soltó una carcajada y se apartó de él.


–De acuerdo, de acuerdo… Ya me levanto.


–Pues date prisa, o cambiaré de opinión y le daré la custodia de esos chicos a nuestros queridos amigos.


Veinte minutos más tarde, llegaron al domicilio de Lisa y Tobias y se dirigieron al jardín. Por las voces que oían, los chicos estaban en la piscina, pasándoselo en grande. Pero, antes de regresar con ellos, Pedro la tomó entre sus brazos y dijo:
–No olvides esta noche. No la olvides nunca.


–¿Por qué dices eso? –preguntó, perpleja–. No la voy a olvidar…


–Te conozco, Pau. No quiero que te pongas a analizar lo sucedido y llegues a la conclusión de que no ha significado nada. Ha sido importante. Para los dos.


–Lo sé. En serio.


Él asintió.


–Entonces, veamos qué nos hemos perdido.


Al llegar al jardín, descubrieron que Lisa y Tobias estaban sentados en unas tumbonas y que Melisa se había quedado dormida sobre una pequeña manta.


–Se durmió hace un buen rato –le informó Lisa con una sonrisa.


Paula se sintió culpable.


–No estaría enfadada, ¿verdad?


–¿Enfadada? No empieces a sentirte culpable por haberte marchado. No estaba enfadada. A decir verdad, los chicos ni siquiera han notado vuestra ausencia.


Pedro gimió..


–¿Cómo le dices eso? Es tan obsesiva que, a partir de ahora, no querrá alejarse nunca de ellos, por miedo a que la olviden – bromeó.


–Yo no soy obsesiva –protestó.


–¿Os apetece tomar algo? –intervino Tobias.


–Sí, no nos vendría mal –contestó Pedro–. Pero seguid sentados. Ya me encargo yo.


Mientras Pedro entraba en la casa, Paula se acercó al borde de la piscina y empezó a contar cabezas. Tamara estaba nadando; Pablo y David, jugando al waterpolo con Kevin y Tomas, quien tenía dificultades para alcanzarlos por culpa de su pierna y de las aletas que Tobias le había dado. Pero ¿dónde estaba Joaquin?


Preocupada, se giró hacia Lisa y preguntó:
–¿Sabes dónde se ha metido Joaquin? 


–No me digas que no está en la piscina… 


–No.


–Entró en la casa hace una hora –dijo Tobias, para tranquilidad de Paula–. Seguro que está en la habitación de Kevin, con algún videojuego.


–Será mejor que vaya a decirle que hemos vuelto.


–Paula… –dijo Lisa en tono de advertencia.


–Déjala, Lisa –intervino Pedro, que acababa de llegar con las bebidas–. No se quedará contenta hasta que se asegure de que se encuentra bien.


Paula entró en la casa y se dirigió al dormitorio de Kevin, pero lo encontró vacío. Asustada, se puso a buscar en el resto de las habitaciones, con el mismo resultado. Y cuando ya no quedaba ningún sitio donde buscar, salió al jardín y dijo con voz temblorosa:
–¡Pedro! ¡Oh, Pedro…!


Él corrió hacia ella al instante.


–¿Qué sucede?


Paula lo miró con los ojos llenos de lágrimas, incapaz de hablar.


–¿Pau?


–No está… –dijo al fin–. Joaquin se ha ido.




DESTINO: CAPITULO 25





Paula pensó que una de las ventajas del invierno era que oscurecía pronto. Y se alegró enormemente, porque su timidez regresó en cuanto entraron en la casa. Por una parte, ansiaba tomarlo entre sus brazos y abandonarse al placer; por otra, tenía tanto miedo por las consecuencias de sus actos que habría salido corriendo si hubiera podido.


Acababan de llegar al salón cuando Pedro declaró:
–Será mejor que me duche. He estado jugando al fútbol y me siento sucio.


Pedro


Él la tomó de la mano.


–Ven conmigo, Pau.


–No sé… –dijo, entre asustada y excitada.


–Me podrás frotar la espalda.


Pedro lo dijo en tono de broma, pero la simple perspectiva de tocarlo, de pasar los dedos por sus hombros, bastó para inflamar un poco más su deseo.


La tentación empezaba a ser irresistible, así que lo acompañó hasta el dormitorio principal, que observó con interés. Era una habitación grande, de estética moderna y masculina, con una cama de matrimonio que le pareció gigantesca. Pero no había ningún detalle que indicara gran cosa sobre la personalidad de Pedro. No había libros ni fotografías. Y todo estaba perfectamente limpio y ordenado, como en un campamento militar.


Sorprendida, se sentó en la cama y dijo:
–¿Pedro?


Él vio su ceño fruncido y malinterpretó lo que pasaba.


–¿Te arrepientes de haber venido?


–No exactamente… ¿Cómo puedes vivir así? –preguntó, echando un vistazo a su alrededor.


–No te entiendo…


–Es un lugar tan… estéril.


Pedro se encogió de hombros.


–No sé. No le había prestado mucha atención.


–¿No tienes fotografías de tus padres? ¿O de alguna antigua novia?


Pedro sonrió.


–¿Preferirías que tuviera la fotografía de una antigua novia junto a la cama?


–Sinceramente, sería mejor que esto.


–¿Por qué?


–Porque aquí no hay nada de ti. Me siento como si estuviera en una habitación de hotel.


–Tú sabes todo lo que hay que saber de mí. Lo llevo en mi corazón.


Ella sacudió la cabeza.


–¿Cómo puedo saber lo que hay en tu corazón si no te entiendo? Una vez me hablaste de tus padres, pero tu historia es mucho más que eso. ¿Cómo eras de niño? ¿Qué asignaturas te gustaban? ¿Siempre quisiste ser ingeniero?


Él le acarició los labios con dulzura y, a continuación, descendió hasta sus senos. Paula se estremeció de placer, pero no iba a permitir que se saliera con la suya. Necesitaba saber más.


–Háblame, Pedro.


–¿Ahora? –preguntó con asombro.


–Sí, ahora.


Él la miró fijamente.


–Estás hablando en serio, ¿verdad?


–Por supuesto –contestó–. Anda, siéntate conmigo.


Pedro se sentó a su lado y se pasó una mano por el pelo.


–¿Qué quieres saber? Espero que no sea mucho, porque no estoy seguro de que pueda estar tan cerca de ti sin tocarte.


–Piénsalo de este modo… Servirá para poner un poco de espontaneidad en el momento.


Pedro gimió y la tumbó en la cama con él. Ella soltó una carcajada, pero su risa y su necesitad de respuestas se apagaron al instante cuando lo miró a los ojos y distinguió el destello de su deseo y un terrible sentimiento de soledad. 


¿Cómo era posible que un hombre que conocía a tanta gente se pudiera sentir tan solo? Y sobre todo, ¿por qué la había elegido a ella para romper esa soledad?


Paula no lo sabía. Pero supo que le debía devolver al menos una parte de la felicidad que había llevado a su vida durante las últimas semanas.


–Quiero hacer el amor contigo, Pedro. Ahora.


–¿Estás segura?


–Completamente. Ya me hablarás de ti en otro momento.


Él la besó cuando todavía no se había apagado la última palabra de la frase de Paula. Luego, le quitó la camiseta y, a continuación, expuso sus senos a las tiernas y sensuales caricias de su lengua.


–No tengas miedo, Pau –susurró al ver que temblaba.


–Es que no hago el amor todos los días…


–Ni yo. Últimamente –puntualizó con humor.


–Pero tú tienes más experiencia. ¿Qué pasará si…?


Él le puso un dedo en los labios.


–Olvídate de esas cosas, Pau. Esta es nuestra primera vez. Nuestra –dijo–. El pasado no importa. Yo estoy tan nervioso como tú, y no sabré qué hacer si tú no me lo dices… Como ves, viajamos en el mismo barco.


Pedro la empezó a acariciar de nuevo y Paula pensó que su afirmación no era del todo cierta. Le hacía el amor con tanta habilidad como dulzura. La provocaba, la incitaba, jugaba con ella. Y, como para demostrar que no había comparación posible entre ellos, decía cosas que la hacían sentir increíblemente especial.


–¿Sabes a qué me recuerdan tus ojos? De día, tienen el mismo azul que unas flores silvestres de Texas. Pero ahora… – Pedro bajó el tono de voz–. Ahora son oscuros como la medianoche.


Su ejercicio de seducción continuó de forma tan implacable que, al cabo de un rato, Paula se sentía como si estuviera a punto de estallar. Su piel se había cubierto de una fina capa de sudor, y no había un solo centímetro de su cuerpo que no ansiara las caricias de Pedro.


–Te amo, Paula. Te amo a ti y solo a ti.


–Entonces, demuéstramelo… –le rogó, desesperada–. Por favor…


Pedro alcanzó un preservativo, se lo puso y la penetró muy despacio, alargando el placer. Cuando por fin llegó al fondo, Paula se sintió completa por primera vez en su vida; y cuando se empezó a mover, comprendió el significado de la magia.


–Eres tan bella…


–Sigue, Pedro –Paula se arqueó, urgiéndolo a acelerar el ritmo.


Ya no quería cumplidos. Ya no quería promesas de ninguna clase. Solo quería liberarse de la tremenda y maravillosa tensión que había acumulado.


Entonces, él bajó la cabeza y le succionó un pezón con una ternura asombrosa. Fue una caricia sutil, increíblemente leve, pero suficiente para desatar el orgasmo que Pedro había estado alimentando.


Paula no se dio cuenta de que había empezado a llorar hasta que Pedro la miró con preocupación y le secó una lágrima.


–¿Te encuentras bien? ¿Te he hecho daño? –preguntó, nervioso.


–Yo…


–¿Qué ocurre? Dímelo, por favor. Si te he hecho daño, no me lo perdonaría nunca.


Paula le dio un beso.


–No, no me has hecho daño. Es que ha sido maravilloso.


Pedro soltó un suspiro de alivio.


–Y va a ser mucho mejor. Te lo prometo.


Paula le acarició el pecho, completamente liberada de su timidez.


–Me haces promesas todo el tiempo… 


–Y las cumpliré siempre. Para siempre.


Ella sacudió la cabeza.


–Nada es para siempre, Pedro. Los dos lo sabemos.


–Bueno, yo solía decir lo mismo que tú, pero he cambiado de opinión. Nuestro amor es para siempre –afirmó con vehemencia–. Y te aseguro que te lo voy a demostrar.


Paula no se lo discutió. Se había excitado de nuevo y no quería perder el tiempo con conversaciones. Pero pensó que, más tarde o más temprano, la realidad demostraría que ella tenía la razón.