jueves, 29 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 11




-¿Me has llamado?


Pedro se giró en el sillón del ordenador y encontró a Eloisa delante del escritorio.


-Sí. He hablado con tu hermano y te espera esta noche. Le he dicho que vas a pasar unos días en su casa -le anunció sin darle opción a protestar-. Un coche te llevará al
aeropuerto, y allí te espera el avión. Puedes irte después de cenar.


-Pero...


-Sin peros, Eloisa. Hace tiempo que no ves a tu familia, así que quiero que te tomes una semana de descanso y no te preocupes por dejarme aquí solo.


Eloisa lo miró entre sarcástica y divertida.


-No estarás solo. Está Paula -le recordó ella innecesariamente.


-Correcto -dijo él lacónicamente.


-Entonces supongo que os entendéis bien.


Demasiado bien, y él pensaba llegar a entenderla mucho mejor aquella noche y las noches sucesivas.


-Sé lo que estás tramando -dijo Eloisa, llevándose las manos a las caderas-. Vas a utilizar tu encanto para seducirla y después ahuyentarla.


-Eso es asunto mío. No te preocupes por eso.


-Me preocupa, Pedro. Paula es una buena mujer, y si no tienes cuidado será otra de tus víctimas.


Pedro se dio cuenta de que Eloisa se arrepintió del comentario en cuanto salió de su boca.


-No le obligaré a hacer nada que no quiera.


-No tienes que obligarla -dijo Eloisa-. Sólo tienes que mirarla para que haga todo lo que tú le pidas. Es vulnerable.


-Es más dura de lo que crees.


Más de lo que él había pensado al principio, y eso le gustaba.


-Ve a hacer las maletas. Y no vuelvas al menos en una semana. O mejor dos.


Eloisa alzó las manos en ademán de rendición.


-Bien -accedió por fin, consciente de que de nada le serviría plantar batalla.


Además, tenía muchas ganas de ver a sus sobrinos. Hacía tiempo que no los visitaba y seguramente ya no la reconocerían, pensó mientras se dirigía a su habitación.


Ahora el plan estaba en marcha. Pedro sólo tenía que preparar el escenario, empezando con la cena. Y después de la cena, pensaba tener a Paula totalmente ocupada durante una hora, o más.






MI FANTASIA: CAPITULO 10




Hacía dos días que Paula no había visto a Pedro, y al bajar a desayunar encontró una nota de Eloisa en la cocina diciendo que no volvería hasta la noche. Paula aprovechó el momento para hacer la llamada que debía haber hecho hacía días.


-¿Diga? -dijo su hermana Soledad al otro lado de la línea.


-Soy yo, Soledad.


-Ya era hora de que llamaras. He estado muy preocupada por ti -dijo su hermana menor.


-Perdona, he estado ocupada. ¿Cómo te encuentras?


-Aparte de tener cinco kilos más encima de la vejiga, dos semanas de espera hasta el parto y a mamá enfadada porque he decidido tener al niño en casa, estoy bien -le
aseguró, divertida-. Ahora me toca a mí. ¿Dónde demonios éstas,Paula?


-Estoy en Luisiana, supervisando los trabajos de rehabilitación de una plantación.


Al otro lado de la línea se hizo un largo silencio.


-¿Qué pasa, que el cerdo de Ricardo te ha dejado sin blanca? -preguntó Soledad por fin.


-No, en absoluto. Me pasa un bonito cheque todos los meses, pero necesito el trabajo porque quiero ser independiente y rehacer mi vida. Espero que lo entiendas.


-Lo entiendo perfectamente, Paula -le aseguró Soledad-. Aunque no puedo decir lo mismo de mamá. Tienes que llamarla y explicárselo, para que deje de llamarme ella a
mí todo el día.


Su madre apenas entendía nada que no tuviera que ver con su sofisticada vida social y sus compromisos.


-Lo haré, pero entretanto dile que estoy bien y que ya la llamaré. ¿Qué tal va tu embarazo?


-Perfectamente. Diego me trata como a una reina. No me puedo quejar.


Paula siempre había enviado la relación de su hermana con Diego. En los cinco años que llevaban casados, el marido de Soledad había sido un santo, pendiente de ella en todo momento. Sus padres, por supuesto, se habían opuesto al matrimonio de su hija menor con un mecánico, pero la rebelde Soledad ignoró por completo los planes de sus
padres para su futuro.


Paula se arrepentía de no haber sido tan fuerte como ella y haber accedido a las presiones de sus padres para que se casara con Ricardo antes de estar preparada.


Aunque pensándolo bien, nunca había estado preparada para casarse con Ricardo. Su matrimonio fue un error desde el primer día.


-Te prometo que estaré allí cuando des a luz, Soledad. Avísame para que me dé tiempo a llegar.


-Genial. Paula, sólo tengo una pregunta más. ¿Eres feliz?


Era una pregunta que Paula casi nunca se planteaba.


-Sí -le dijo-. Por primera vez en mucho tiempo me siento libre.


-Me alegro -dijo Soledad con sinceridad-. Espero que hagas nuevos amigos, e incluso conozcas a alguien.


Paula soltó una carcajada.


-Sólo hace un año que me he librado de un hombre. No quiero a otro tan pronto


-Tampoco tienes que casarse con él -bromeó Soledad-. Pero está bien tenerlo a mano para otras cosas.


Unas cosas en las que Paula estaba pensando mucho últimamente, gracias a Pedro Alfonso.


-De hecho, he conocido a alguien.


-¡Bien! ¿Quién es?


-El dueño de la plantación. Es muy guapo, aunque un poco misterioso.


-Guapo está bien, pero lo de misterioso es excelente. ¿Ya lo habéis hecho?


-No hemos hecho nada -a excepción de un beso y una fantasía compartida-. Sólo digo que me parece interesante. Puede que no salga nada.


Sobre todo teniendo en cuenta que prácticamente llevaba dos días totalmente desaparecido.


-Haz que salga algo, Paula. Llevas sola mucho tiempo.


Paula lo sabía perfectamente. Sin embargo, tenía el presentimiento de que incluso si se arriesgaba con Pedro, seguiría estando sola. O peor, incluso en peligro físico, no
únicamente de que le rompieran el corazón.


-Ya cometí un grave error con Ricardo, y no pienso repetirlo -dijo.


Soledad dejó escapar un suspiro.


-No seas tan cauta, Paula.


-¿Qué tiene de malo ser cauta?


La puerta de la cocina se abrió a su espalda y la voz masculina habló desde el umbral:
-Ir a lo seguro no suele ser muy gratificante.


Paula apretó el móvil incapaz de atender a las palabras de su hermana.


-¿Sigues ahí? -preguntó Soledad al no obtener respuesta.


-Sí. Oye, ahora tengo que colgar. Te llamaré la semana que viene.


Paula colgó y giró la silla hacia la puerta. Pedro estaba allí, con una camisa blanca, unos pantalones de tela negros y una sonrisa en la cara. 


¿Cuánto rato llevaría allí escuchando?


-Empezaba a pensar que vivía de manera permanente en su despacho -comentó ella con voz un tanto vacilante, por decir algo.


-Sólo salgo cuando tengo algo importante que hacer.


-¿Importante como qué?


-Otra aventura. Con usted.


Paula no estaba segura de poder soportar otra de sus aventuras, sobre todo después de lo experimentado dos noches antes, en su despacho y en su mente.


-¿Ha terminado el diario?


-Sí, pero no quedaba mucho.


-Lo sé, lo he leído. Pero no significa que no haya más diarios.


-¿Tiene más?


-No, pero sé dónde está la cabaña. Quizá haya algo más allí.


-¿Dónde está? -el interés de Paula se reflejaba claramente en su voz.


-En la parte de atrás de la finca. Yo le llevaré.


Paula titubeó un momento.


-Si me indica el camino, estoy segura de que sabré encontrarla.


-Quiero enseñárselo yo -insistió él.


A Paula no le cabía ninguna duda, como tampoco de que podría enseñarle otras muchas cosas si ella se lo permitía. E incluso hacerle sentir lo que no había sentido nunca.


No seas tan cauta, Paula.


Recordó las palabras de su hermana. Quizá Soledad tuviera razón, y además ella estaba cansada de ir a lo seguro.


-Me encantará ir con usted -dijo, poniéndose en pie-, pero todavía tengo que hacer algunas cosas.


-Yo también -dijo él-. La veré esta tarde a las cinco en la puerta de la cocina.


-De acuerdo. Allí estaré.


De pie junto a la puerta de la cocina, Pedro la esperaba vestido con una camiseta negra sin mangas que dejaba ver el tatuaje con la inscripción latina y unos vaqueros también
negros, desteñidos en algunas partes interesantes. Cuando lo vio, Paula sintió ganas de echar a correr, pero no para huir, sino para meterse directamente entre sus brazos.


-No lleva ropa adecuada -dijo él, después de mirarla de arriba abajo.


Paula miró la camiseta de tirantes, los vaqueros cortos y las zapatillas que llevaba.


-Hace calor, y llevo los pies bien protegidos.


-Hay mucha maleza y arbustos, pero ahora no hay tiempo para que vuelva a cambiarse. No queda mucho rato de luz. Tendrá que arreglárselas así. Yo le ayudaré -dijo él.


Tomaron el sendero que llevaba hacia la ciénaga, pero el camino pronto desapareció bajo los tupidos arbustos y las altas hierbas que crecían entre los árboles centenarios. La
humedad era muy alta y el calor insoportable, pero a Pedro no parecía afectarle.


Paula avanzó, notando los rasguños del brezo en las piernas y las picaduras de los mosquitos por todo el cuerpo, pero se negó a quejarse y continuó avanzando tras él.


Hasta que no pudo evitar un arbusto de espino que se estiraba hacia el camino y le rodeó la pierna, clavándose con saña y dejando un profundo arañazo en la pantorrilla.


Entonces no pudo evitar un bufido de dolor con los dientes apretados.


Sin avisar, Pedro se volvió y la levantó en brazos.


-¡No es necesario! -exclamó ella-. Me las estaba arreglando bien.


-La estaban cortando viva. Cállese y disfrute del paseo -refunfuñó él.


Paula decidió no protestar, y pasó un brazo por la nuca masculina. Un destello dorado llamó su atención, y con la mano libre tiró de la cadena de oro que colgaba del cuello
del hombre con curiosidad. De debajo de la camiseta salió un medallón también de oro.


-¿Qué es?


-Un talismán chino -dijo él-. El símbolo de la serpiente.


Paula no pudo evitar una mueca divertida.


-Y seguro que tiene algún tipo de significado fálico -comentó, socarrona.


Pedro la miró brevemente.


-En realidad simboliza la intuición y la perfección. Y la fuerza de voluntad.


Justo lo que Paula necesitaba en ese momento, sobre todo cuando él la miró. O cuando ella clavó los ojos en los labios masculinos y deseó besarlos para comprobar si eran tan
sensuales y excitantes como ella recordaba.


-Ya hemos llegado -dijo él, interrumpiendo sus ensoñaciones.


Pedro la depositó en el suelo delante de la cabaña de madera que se alzaba en un claro entre los árboles. Abrió la puerta y entró antes que ella, para abrir la contraventana de
una de las ventanas de la cabaña y dejar entrar los rayos de luz. Entrando detrás de él, Paula fue a la ventana que se abría enfrente, pero tuvo la mala suerte de clavarse una
astilla en el pulgar al ir a abrirla.


-Mierda.


El taco escapó de sus labios sin poder reprimirlo. Se volvió y encontró a Pedro mirándola divertida.


-¿Qué?


-No sabía que las damas sureñas conocieran esa clase de palabras.


-Tengo un libro de palabrotas y me gusta practicar de vez en cuando -respondió ella.


-Me alegra saber que no tengo que cuidar mi lenguaje cuando estoy en su compañía. Ahora déjeme ver eso.


Paula sacudió la cabeza.


-No tiene importancia; es sólo una astilla. Me la quitaré cuando volvamos a la casa.


—Yo lo haré —dijo él, cruzando hasta ella y sacando una navaja del bolsillo que abrió con un seco movimiento de muñeca.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no salir corriendo despavorida.


-Me gustaría conservar el dedo, Pedro.


Los ojos masculinos se clavaron en ella.


-¿Qué has dicho? -dijo él, tuteándola por primera vez.


-He dicho que el pulgar me es de cierta utilidad y quisiera conservarlo.


-Eso no. Has dicho mi nombre -dijo el, casi en un jadeo.


La palabra había salido de su boca con la misma naturalidad que el taco unos momentos antes. Y teniendo en cuenta lo ocurrido entre los dos un par de noches antes, lo normal
sería que se tutearan.


-Alucinante, ¿no?


Pedro sacudió la cabeza y se concentró en la herida. Con la punta de la navaja retiró la astilla.


-Sobrevivirás -dijo sin soltarle la mano, mirándola a los ojos.


-Claro que sí -dijo ella, incluso si en ese momento empezaba a fallarle la respiración-. ¿Me devuelves la mano?


-Claro -Pedro la soltó, muy a su pesar.


Paula se concentró en estudiar la cabaña que tenía todo el aspecto de no haber recibido visitas en muchas décadas. En una esquina junto a la chimenea había un estrecho camastro de madera, y bajo una de las ventanas, una silla destartalada; eran los dos únicos muebles de la cabaña.


-Me temo que aquí no hay mucho que ver -dijo por fin, al comprobar que no había escondrijos donde guardar secretos antiguos-. ¿Crees que éste era el lugar donde se veían los amantes anónimos del diario? -Se acercó al camastro y levantó el colchón de plumas, esperando encontrar otro diario, pero no tuvo suerte-. Aquí no hay nada. Tendré que seguir buscando. Quizá encuentre alguien en la ciudad que sepa algo.


Pedro se apoyó en la pared opuesta.


-Hazlo, sí, pero quizá te lleves una decepción.


-Tienes razón. Quizá sea mejor no saberlo. Así puedo seguir creyendo que vivieron un gran romance cargado de pasión. A veces la fantasía es mejor que la realidad.


—No siempre -le contradijo él-. Cuando hay suficiente pasión entre dos personas, la realidad es siempre mucho mejor que la fantasía -dijo él, mirándola con una expresión que dejaba muy claro que él sentía esa pasión por ella y que lo que le prometía podía ser muy real.


Paula necesitaba aire y se acercó a la ventana, diciéndose que lo más prudente sería cambiar de conversación.


-Si limpiamos los alrededores de la cabaña y la restauramos, podría ser una agradable casa de invitados para una pareja que desee soledad -sugirió-. Antes de que se, termine por completo la pasión -añadió con cinismo.


Oyó los pasos de Pedro a su espada y percibió su cercanía, pero no se volvió.


-¿No había pasión en tu matrimonio, Paula? -dijo él en voz baja, justo detrás de ella.


Paula prefirió no volverse, aunque decidió ser sincera.


-No precisamente.


-¿Él no te ponía?


-Yo no le ponía a él -dijo ella, arrepintiéndose al momento de tanta sinceridad.


-¿Te dijo que por eso te engañaba?


¿Cuál de los dos tenía ahora telepatía?


-Sí, lo mencionó.


Después de que ella se metiera en su mente y descubriera que su lugar estaba ocupado por otra mujer cuando le hacía el amor. Una mujer que «le ponía».


Las manos de Pedro se posaron en sus hombros, enviando una sucesión de escalofríos por todo su cuerpo.


-¿Alguna vez te hizo el amor en un callejón oscuro a medianoche? -preguntó él, rozándole el brazo con la punta de los dedos.


De no ser por su cercanía y la sensualidad de su voz, Paula habría soltado una carcajada.


-Cielos, no.


-¿Nunca te hizo el amor en el coche aparcado delante de vuestra casa porque no podía esperar a entrar para hacerte suya? -se movió detrás de ella y le pasó un brazo por la
cintura, a la vez que le acariciaba la garganta con los dedos-. ¿Nunca reservó un comedor privado en un restaurante y te acarició por debajo de la mesa hasta hacerte desearlo allí mismo?


Paula estaba segura de que Pedro había hecho todas esas cosas, aunque en ese momento no fue capaz de canalizar sus sentimientos.


-Ricardo no tiene tantos recursos.


-Ricardo es un imbécil -dijo él, pasándole los nudillos suavemente sobre los pezones erectos que se adivinaban debajo de la tela de algodón.


Paula cerró los ojos y absorbió las placenteras sensaciones, dejando la mente abierta a sus pensamientos y sus fantasías. Sin embargo, no vio nada más que una luz blanca, y no escuchó más que la lírica cadencia de su voz mientras él continuaba hablando.


-Todos tenemos la capacidad de alcanzar una intensidad sexual increíble -Pedro le deslizó el tirante de la camiseta y le rozó la curva del cuello con los labios antes de acariciarle el lóbulo de la oreja con la boca-. Sólo hay que estar abierto a las posibilidades.


Bajó la palma de la mano al seno y suavemente acarició el pezón con la punta del dedo.


Entonces ella abrió los ojos para mirarlo.


-Ésta es sólo una zona erógena, Paula -le dijo-, Pero el cuerpo tiene muchas más. Sin embargo, esta ligera caricia te ha excitado, ¿verdad?


Paula apenas pudo asentir con la cabeza, incapaz de hablar, y menos aún cuando Pedro le deslizó la mano hasta la cintura y jugueteó con el botón de los pantalones.


-Ahora quieres que te acaricie por todo el cuerpo -continuó él-. Quieres que te quite la ropa y vea lo excitada que estás.


Sí, eso era lo que deseaba, pero en lugar de hacerlo, Pedro le dio media vuelta y le colocó de nuevo los tirantes en su sitio.


-Pero aquí no. Al menos ahora no. Esta noche.


Paula se abrazó por la cintura, tratando de calmar el ardor que la quemaba de la cabeza a los pies.


-No sé si es lo que quiero -murmuró.


El inclinó la cabeza y estudió su cara.


-Lo deseas tanto como yo -le recogió un mechón de pelo detrás de la oreja-. Pero te daré tiempo para pensarlo. Piensa en cómo será.


No hizo más que trazar una línea con el dedo por la garganta hasta el escote y ascender de nuevo hasta la mandíbula, pero fue suficiente para que Paula perdiera totalmente la
razón. Le pasó una mano por la nuca y lo atrajo hacia ella para besarlo. El la dejó hacer, hasta que la intensidad de la caricia lo llevó a pegar el cuerpo femenino contra él, en máximo contacto con su erección. Paula deslizó las manos bajo la camiseta y acarició la suave y cálida piel de la espalda con las palmas.


De repente, Pedro interrumpió el beso y se apartó de ella. Se pasó una mano por el pelo y entrelazó los dedos.


-Tenemos que irnos. Antes de que cambie de idea y te tome aquí mismo de pie.


-Eso es seguramente una buena idea -balbuceó ella, tirando de la camiseta.


-¿Qué te tome aquí mismo de pie?


Oh, sí, desde luego.


-Volver a casa antes de que hagamos algo de lo que podamos arrepentimos.


-Te prometo, Paula, que cuando haya terminado contigo no te arrepentirás de nada.


Con eso, se dirigió hacia la puerta y salió.


En el trayecto de vuelta no la llevó en brazos, pero tuvo el detalle de tomarla de la mano e ir el primero para impedir que se hiciera daño con los arbustos y la maleza. Cuando
llegaron a la puerta de atrás de la mansión, le alzó la barbilla y la besó brevemente.


-Quiero una hora de tu tiempo, Paula. Esta noche. Cuando terminemos conocerás tu cuerpo como jamás soñaste llegar a conocerlo. También sabrás que la falta de pasión en tu matrimonio no era por tu culpa.


Después desapareció en el interior de la casa, dejándola totalmente perpleja y sin saber qué decisión tomar. Por fin, decidió seguir los consejos de su hermana.







miércoles, 28 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 9




Sentado en el mismo sofá de mimbre de la terraza donde lo había visto en su primer encuentro, Pedro parecía un rey dispensando sus favores a su corte. Totalmente absorta, Paula lo observó a distancia, esperando a que él hablara, a que pronunciara su nombre.


Éste se limitó a mirarla y mover ligeramente la cabeza, la indicación para que ella avanzara lentamente hacia él envuelta en el silencio que los rodeaba. Paula se dio
cuenta de que no se oía ningún ruido, ni del roce de la brisa en las hojas ni de los cantos de las cigarras y los grillos. 


También vio que él estaba totalmente desnudo y excitado.


Sin dudarlo, se quitó el camisón blanco por la cabeza y lo dejó en el suelo. Después, tomó la mano que él le ofrecía y se sentó a horcajadas sobre él. Cuando él la alzó y entró en ella, Paula dejó escapar un gemido apenas audible. Las sensaciones eran muy fuertes, indescriptibles, y ella deseó más; deseó aliviar el dolor que adivinaba en su cuerpo y borrar los años de decepciones y dolor. Empezó a moverse con una lenta cadencia, y en ese momento se convirtió en una mujer que no reconocía. Una mujer desinhibida que buscaba tanto el placer del hombre como el suyo propio.


Sin embargo, no había ruidos, ni respiraciones entrecortadas ni jadeos de satisfacción.


Sólo el silencio más absoluto. Pedro dejó de moverse y enterró la cara entre sus senos.


Paula quiso preguntarle por qué se había detenido, pero no podía hablar. Sólo pudo levantarle la cabeza y obligarlo a mirarla. Una vez más vio el inmenso dolor reflejado en su rostro antes de que éste se desvaneciera por completo, seguido de un destelló de luz blanca que la cegó.


Paula se obligó a abrir los ojos y se incorporó. No estaba en la terraza, sino en la cama.


Y no estaba desnuda, sino con el camisón puesto. Era evidente que estaba soñando. Un sueño que parecía muy real.


Entonces se dio cuenta. No, no era un sueño. Era una fantasía.


La fantasía de Pedro.


Paula se dejó caer sobre el colchón y rodó sobre la cama. 


Sin querer, Pedro había invadido su mente llevando con él unas imágenes eróticas que ella no podía olvidar. No podía entender por qué tenía un acceso tan directo a sus pensamientos, o por qué eran tan fuertes. También reconocía lo que él había hecho, porque había experimentado todas las sensaciones masculinas a través de la maravillosa e inquietante conexión que ahora
compartían.


Sin embargo, algo lo hizo detenerse antes de alcanzar el climax que estaba buscando.


Otro repentino destello de luz blanca atrajo la atención de Paula hacia las puertas de la terraza. Había tormenta, y creyó ver una sombra que se movía en la oscuridad al otro
lado de las cortinas. Había alguien al otro lado de su puerta, y Paula supo exactamente quién era.


Tenía que confirmarlo, y por eso se levantó y abrió ligeramente las cortinas. Pedro estaba allí, apoyado en la barandilla con la mirada perdida en la lejanía. Los esporádicos relámpagos fueron revelando las formas de un cuerpo ligeramente ladeado hacia ella, maravillosamente desnudo y mostrando todo su esplendor.


La lluvia empezó a caer lentamente, pero él no se movió, aparentemente ajeno al juego de luces y sonido que le rodeaba. Las gotas de agua descendían en suaves regueros por su cuerpo, por los brazos musculosos, la espalda y la curva de las nalgas. Pedro alzó la cabeza, deslizó ambas manos por el pelo y permaneció así, dejando que la lluvia lo
bañara, como si fuera una especie de ritual de purificación.


Paula continuó mirándolo, absorta por la imagen que se dibujaba contra el cielo tormentoso... hasta que él la miró.


En ese momento, otro relámpago le iluminó la cara. Y Paula vio el destello de remordimientos, y el deseo en sus ojos. Y también algo que no estaba muy segura de desear. 


Su destino.