miércoles, 28 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 9




Sentado en el mismo sofá de mimbre de la terraza donde lo había visto en su primer encuentro, Pedro parecía un rey dispensando sus favores a su corte. Totalmente absorta, Paula lo observó a distancia, esperando a que él hablara, a que pronunciara su nombre.


Éste se limitó a mirarla y mover ligeramente la cabeza, la indicación para que ella avanzara lentamente hacia él envuelta en el silencio que los rodeaba. Paula se dio
cuenta de que no se oía ningún ruido, ni del roce de la brisa en las hojas ni de los cantos de las cigarras y los grillos. 


También vio que él estaba totalmente desnudo y excitado.


Sin dudarlo, se quitó el camisón blanco por la cabeza y lo dejó en el suelo. Después, tomó la mano que él le ofrecía y se sentó a horcajadas sobre él. Cuando él la alzó y entró en ella, Paula dejó escapar un gemido apenas audible. Las sensaciones eran muy fuertes, indescriptibles, y ella deseó más; deseó aliviar el dolor que adivinaba en su cuerpo y borrar los años de decepciones y dolor. Empezó a moverse con una lenta cadencia, y en ese momento se convirtió en una mujer que no reconocía. Una mujer desinhibida que buscaba tanto el placer del hombre como el suyo propio.


Sin embargo, no había ruidos, ni respiraciones entrecortadas ni jadeos de satisfacción.


Sólo el silencio más absoluto. Pedro dejó de moverse y enterró la cara entre sus senos.


Paula quiso preguntarle por qué se había detenido, pero no podía hablar. Sólo pudo levantarle la cabeza y obligarlo a mirarla. Una vez más vio el inmenso dolor reflejado en su rostro antes de que éste se desvaneciera por completo, seguido de un destelló de luz blanca que la cegó.


Paula se obligó a abrir los ojos y se incorporó. No estaba en la terraza, sino en la cama.


Y no estaba desnuda, sino con el camisón puesto. Era evidente que estaba soñando. Un sueño que parecía muy real.


Entonces se dio cuenta. No, no era un sueño. Era una fantasía.


La fantasía de Pedro.


Paula se dejó caer sobre el colchón y rodó sobre la cama. 


Sin querer, Pedro había invadido su mente llevando con él unas imágenes eróticas que ella no podía olvidar. No podía entender por qué tenía un acceso tan directo a sus pensamientos, o por qué eran tan fuertes. También reconocía lo que él había hecho, porque había experimentado todas las sensaciones masculinas a través de la maravillosa e inquietante conexión que ahora
compartían.


Sin embargo, algo lo hizo detenerse antes de alcanzar el climax que estaba buscando.


Otro repentino destello de luz blanca atrajo la atención de Paula hacia las puertas de la terraza. Había tormenta, y creyó ver una sombra que se movía en la oscuridad al otro
lado de las cortinas. Había alguien al otro lado de su puerta, y Paula supo exactamente quién era.


Tenía que confirmarlo, y por eso se levantó y abrió ligeramente las cortinas. Pedro estaba allí, apoyado en la barandilla con la mirada perdida en la lejanía. Los esporádicos relámpagos fueron revelando las formas de un cuerpo ligeramente ladeado hacia ella, maravillosamente desnudo y mostrando todo su esplendor.


La lluvia empezó a caer lentamente, pero él no se movió, aparentemente ajeno al juego de luces y sonido que le rodeaba. Las gotas de agua descendían en suaves regueros por su cuerpo, por los brazos musculosos, la espalda y la curva de las nalgas. Pedro alzó la cabeza, deslizó ambas manos por el pelo y permaneció así, dejando que la lluvia lo
bañara, como si fuera una especie de ritual de purificación.


Paula continuó mirándolo, absorta por la imagen que se dibujaba contra el cielo tormentoso... hasta que él la miró.


En ese momento, otro relámpago le iluminó la cara. Y Paula vio el destello de remordimientos, y el deseo en sus ojos. Y también algo que no estaba muy segura de desear. 


Su destino.






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