sábado, 22 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 11




Las luces navideñas que adornaban las calles de la pequeña ciudad resplandecían. Sin embargo, aquel año, la nieve no había decorado el oeste de Tennessee. No había caído un solo copo de nieve y la lluvia llevaba semanas sin hacer acto de presencia. El ambiente parecía tener casi un esplendor otoñal.


Desde que abandonaran la casa, diez minutos atrás, Paula no había cruzado una sola palabra con Pedro.


—¿Adónde vamos? —le preguntó Pedro cuando Paula salió de la ciudad y tomó una carretera de dos carriles.


—¿Importa eso? —respondió ella con voz fría.


Aquel paseo no había sido idea suya. No deseaba estar con Pedro a solas, podía resultar peligroso para ambos. Sólo tenía dos alternativas, proyectar sobre él la irritación que sentía por las manipulaciones de su tía o sucumbir a su innegable encanto cometiendo la mayor tontería de su vida.


—Escucha, si no quieres estar conmigo, volvamos a la ciudad. Puedes dejarme en cualquier sitio.


Paula aferró el volante con los ojos fijos en la carretera.


—Perdona. Creo que… que me he estado comportando de modo muy infantil. Lo que ocurre es que tenía planes y mi tía los ha pasado por alto. Quiere que evites que me case con Sergio.


Volviendo el rostro hacia ella, extendió el brazo sobre el respaldo de su asiento de tal manera que casi tocaba el hombro de Paula con los dedos.


—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? —preguntó él muy serio.


—¿Qué?


Paula se atrevió a lanzarle una fugaz mirada y su corazón pareció dejar de latir durante unos instantes. Pedro era grande y alto, completamente masculino.


—Incluso tú reconoces que alguien tiene que evitar que te cases con un hombre a quien no quieres.


Pedro admitía que la vida de Paula no era asunto suyo, pero no podía evitar mencionar la equivocación que suponía su decisión de casarse con alguien a quien no amaba. Una mujer tan encantadora e inteligente como Paula Chaves no debía hacer eso.


—Ya que conoces toda mi vida tan bien…


—Mirta Maria no me ha contado toda tu vida —contestó él.


Paula respiró profundamente y volvió a mirar a Pedro brevemente, que la miraba con intensidad.


—Tenía diez años cuando mi padre se casó con Gloria. Luis nació un año después y dos años más tarde nació Lisa. Gloria no era una buena madre, la verdad es que tampoco era una buena persona. De hecho, yo era como una madre para mis hermanos desde antes de que mi padre muriese y Gloria se marchara.


—Lo comprendo. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía doce años. Mi madre le quitó a mi padre tanto dinero como pudo y se marchó, cortando toda relación.


—Lo siento. Créeme, sé lo difícil que es crecer sin una madre. Por suerte, yo tenía a la tía Mirta; sin embargo, mi tía no es un modelo de maternidad.


—Ya, bueno… a mí no me importaría tener una tía como Mirta Maria.


Pedro fijó la vista en la carretera, que parecía extenderse hasta el infinito, doblándose y girando hasta convertirse en un camino de grava.


—Mi madre ni siquiera hizo nada por mi hermano Julian, que sólo tenía tres años cuando ella nos dejó. A mi padre tampoco se le daban bien los niños.


—¿Tu madre dejó a un niño de tres años?


Paula pensó en lo mucho que debían tener en común Gloria y la madre de Pedro.


—Sí —respondió Pedro moviendo la mano y apretando el hombro de Paula—. Creo que Julian nació en un esfuerzo por salvar el matrimonio. Lo que no comprendo es por qué intentaron salvarlo. La única razón que se me ocurre es el dinero. Mi padre dedicaba su vida a ganar dinero y mi madre a gastarlo. ¡Esa mujer estaba obsesionada con comprar cosas!


—¿Dónde están tus padres ahora? —preguntó Paula.


—Los dos han muerto —respondió Pedro soltándole el hombro y extendiendo el brazo sobre el respaldo del asiento de Paula—. Mi padre tuvo un infarto y falleció un año después. Mi madre… murió de sobredosis de barbitúricos y alcohol.


—Lo siento mucho.


—Sí, yo también. Pero eso ocurrió hace ya mucho tiempo.


Paula se adentró en esos momentos por un camino estrecho de tierra.


—Quiero enseñarte algo. Algo que para mí es muy especial.


Al cabo de unos minutos, Paula detuvo el coche y salió. En la distancia, Pedro pudo ver los restos de una casa quemada; su chimenea de ladrillo se alzaba como un símbolo, esperando a volver a ser reconstruida.


—¿Qué es? —preguntó Pedro saliendo del coche y colocándose detrás de Paula.


De repente, Pedro deseó rodearla con sus brazos y estrecharla contra sí.


—Era la casa de mis abuelos. La tía Mirta y mi madre vivían aquí cuando eran pequeñas.


Con paso lento, Paula se acercó a las ruinas.


—Mi tatarabuelo construyó la casa que había aquí. Pero antes de eso, su padre construyó una cabaña en el mismo sitio.


—Parece que tu familia forma realmente parte de la historia de Tennessee.


Pedro se preguntó qué se sentiría al ser miembro de una familia con raíces en un lugar durante generaciones y generaciones. En cierta forma, Paula era como su ex esposa, Carolina, que conocía los apellidos de sus antepasados que provenían de Europa.


—El nombre de esta ciudad se debe a uno de mis antepasados.


De repente, Paula se volvió y le miró intensamente.


—Estuve prometida una vez. Mi padre murió dos meses antes de la boda. Lo tenía todo planeado, iba a graduarme en mayo y a casarme en junio.


Pedro se quedó inmóvil. ¿Por qué demonios le contaba eso ahora? No le importaban en absoluto los hombres que había habido en la vida de Paula. Sabía que una mujer como ella no podía haber tenido muchos romances porque Paula nunca se entregaría a un hombre al que no amase.


Pedro no sabía por qué estaba tan seguro de aquello, quizá porque ahora que comenzaba a conocer a Paula y a comprenderla se daba cuenta de que había mujeres que querían a los hombres por algo que no fuese sólo su dinero. 


Paula Chaves sólo quería un hombre responsable y capaz que pudiera ofrecerle matrimonio.


—¿Qué pasó con tu prometido?


—Cuando mi padre murió, retrasamos la boda —respondió Paula volviéndose de espaldas a Pedro—. Después, cuando volvimos a fijar la fecha de la boda, Gloria se marchó, dejándome con Luis y Lisa. Terry, mi prometido, no estaba preparado para hacerse cargo de toda una familia y no me quedó más remedio que elegir entre él o mis hermanos.


Pedro se acercó a ella, la rodeó con sus brazos y estrechó la espalda de Paula contra su pecho.


—No debió haberte colocado en esa situación. Si te quería de veras, debería haber aceptado a los chicos.


Paula absorbió la calidez y la fuerza de él.


—Terry… quería llevarlos a un orfanato y también quería que llevara a la tía Mirta a una residencia.


—¡Qué sinvergüenza! Era un idiota, cielo. Estás mucho mejor sin él. Tuviste suerte de descubrirlo antes de casarte.


—Supongo que tienes razón.


—Sé que tengo razón —dijo Pedro vacilante, sin estar seguro de hasta qué punto quería compartir su pasado con Paula—. Yo me casé con una mujer y fue una equivocación.


Pedro sintió que Paula se ponía tensa y la apretó contra sí; luego, la besó en la sien y después apoyó la barbilla en la cabeza de ella.


—Carolina era muy joven, hermosa y muy sexy. Su padre y yo… Bueno, nos asociamos en un negocio.


Paula no tenía por qué saber que la cadena de hoteles baratos que él y Julian habían heredado de su padre fue el comienzo de un gran imperio económico, un imperio que se duplicó cuando se asociaron con David Cochran y adquirieron los hoteles de ese hombre en los centros de las ciudades de Memphis, Nashville, Birmingham y Jackson.


—¿No la amabas? —preguntó Paula sin saber si quería conocer la respuesta.


—Sí, supongo que sí —respondió Pedro acariciando el brazo de Paula—. ¿Tienes frío? El sol va a desaparecer dentro de nada.


—Estoy bien —contestó ella temblando—. En serio, no tengo frío.


—¿Amabas tú a Terry? —preguntó Pedro con la esperanza de que la respuesta fuese negativa.


—Sí, le amaba.


—¿Le quieres todavía?


—No, claro que no. Y tú, ¿todavía estás enamorado de tu esposa?


—Ex esposa. No, creo que dejé de amarla después del primer mes de matrimonio. Una vez que dejé de hacer el amor con ella mañana, tarde y noche me di cuenta de que no había gran cosa debajo de ese cuerpo tan perfecto y tras aquellos enormes ojos grises.


Paula tragó saliva. No podía soportar la idea de que Pedro le hiciese el amor a su antigua mujer. De repente, su mente conjuró imágenes de él abrazado a una hermosa mujer.


Sin poder soportar los celos por más tiempo, Paula trató de apartarse de él.


—Suéltame, por favor.


—No, no te separes de mí.


Pedro la sujetó con firmeza al tiempo que la besaba en las sienes.


—Perdona lo que he dicho sobre Carolina, sobre hacer el amor con ella. A mí tampoco me gustaría que me hablaras de ti y Terry.


—¿Cuánto hace que estáis divorciados? —preguntó Paula con la esperanza de que fueran años.


—Carolina y yo estuvimos casados durante tres años. Nos divorciamos cuando Santiago tenía un año solamente.


¡Maldición! ¿Por qué había mencionado a su hijo? No había sido su intención, se le había escapado.


—¿Tienes un hijo?


—Lo tenía —respondió Pedro soltando a Paula—. Santiago murió hace tres años.


Paula se volvió y cogió la enorme mano de Judd entre las suyas.


—¿Cómo ocurrió?


—Fue un accidente.


Pedro no podía mirarla, sabía que Paula tendría lágrimas en los ojos.


—No quiero… no puedo hablar de ello —añadió él aclarándose la garganta.


Paula abrió los brazos para recibirle, y Pedro se entregó a ella. Le estrechó contra sí y le acarició la espalda.


—Siempre he soñado con hacerme una casa aquí —le dijo Paula con voz suave y tierna—. Quiero un marido y un hogar. Y quiero un hijo.


De repente, Paula le sintió tenso, y comprendió que el dolor de haber perdido a su hijo quizá nunca llegara a desaparecer, a pesar del tiempo. Pero podía tener otro hijo, ella podía dárselo.


—Tengo treinta y nueve años, Pedro. No me queda mucho tiempo. Estoy segura de que te das cuenta de lo que tener un hijo significaría para mí.


Entonces Pedro se apartó de ella y le puso las manos sobre los hombros. La miró casi con desesperación.


—No quiero volver a casarme, Paula, pero si lo hago alguna vez, será bajo la condición de no tener hijos. 


Paula sintió un agudo dolor en lo más profundo de su ser.


No, no podía ser, Pedro no podía hablar en serio. Lo que ella más deseaba en el mundo era lo único que Pedro Alfonso nunca le ofrecería.


—Ya sé que otro niño no podría sustituir al que has perdido, pero…


—No volveré a ser padre en toda mi vida.


Pedro le cogió la barbilla con una mano, manteniendo la otra encima del hombro de Paula.


—Somos muy distintos —dijo él—. Tú quieres una relación estable con un hombre en quien puedas confiar y con quien puedas contar en todo momento. Quieres que ese hombre te dé un hijo. Yo no soy ese hombre, Paula. Lo único que puedo darte y que sé que quieres es esto.


Pedro inclinó el rostro y la besó.


Al principio, Paula trató de resistirse; luego dejó de hacerlo y admitió para sí misma que Pedro tenía razón, quería ese beso.


Pedro la acarició con ternura al principio, luego con frenesí.


—¿Sabes lo mucho que te deseo? ¿Sabes las noches que he pasado despierto, desnudándote con la imaginación y adentrándome en ti? —le susurró él junto al oído.


Pedro


Pedro le puso las manos en las caderas y la estrechó contra sí, haciéndole sentir la urgencia de su deseo, la fuerza de su pasión.


—Me gustaría verte desnuda y excitada —dijo él mirándole a los pechos.


Instantáneamente, los pezones de Paula se irguieron.


—No, por favor, no puedo…


—Sí, cariño, sí que podemos. Todo lo que tienes que hacer es decir que sí.


—No. Yo… ¡Oh, Pedro, no me hagas esto!


—Estoy cansado de juegos. Estoy cansado de que nos miremos deseándonos, pero sin tocarnos.


Paula se aferró a él; tenía mucho calor y casi no podía respirar. Nunca había deseado algo tanto en su vida como deseaba hacer el amor con Pedro.


—Quiero acariciarte entera —dijo él deslizando la mano por los pechos de Paula—. Quiero abrazarte y saborearte. Quiero separarte las piernas y adentrarme en el más recóndito rincón de tu cuerpo.


Ningún hombre le había dicho nunca lo que Pedro le estaba diciendo en esos momentos. Tenía que detenerle antes de sucumbir a aquella seducción. No podía negar que deseaba hacer el amor con él, pero Pedro era un vagabundo, un hombre que intentaba escapar a su pasado, un hombre que le proporcionaría un placer temporal, quizá incluso una gran pasión, pero que pronto la abandonaría dejándole tan sólo recuerdos.


Inmediatamente, Paula se puso tensa. Al cabo de unos momentos, Pedro se dio cuenta de que ella había dejado de responder a sus caricias.


—Lo quieres todo o nada, ¿verdad?


—Lo siento, Pedro. Te deseo más que… más de lo que he deseado a ningún hombre en la vida, pero…


—¿Pero?


—Pero quiero algo más que una aventura. Quiero más, mucho más.


—¿Más que una gran pasión?


—Sí, más que una gran pasión. He pasado la mayor parte de mi vida dedicándola a los demás. Tú has dicho que no quieres volver a ser padre; pero si cambiases de idea, aunque fuese dentro de diez años, no sería demasiado tarde. Para mí sí.


—Paula…


En ese momento, Paula se apartó de él.


—No lo comprendes. Soy una mujer que dentro de un año tendrá cuarenta. El tiempo no está a mi favor.


Pedro no intentó tocarla, pero la acarició con la mirada. Sus ojos reflejaban cariño y ternura.


—Eso lo comprendo, lo que no comprendo es el destino.


Ella le miró fijamente, sin entender el significado de aquellas palabras.


—¿Por qué hemos tenido que conocernos ahora, cuando ambos hemos vivido lo suficiente para saber lo que queremos y lo que no? —preguntó él—. Desgraciadamente, en lo único que coincidimos es en nuestro deseo mutuo.


—No soy la clase de mujer que puede tener una aventura y luego olvidarse de ella como si nada hubiera pasado.


—Lo sé —respondió Pedro cogiéndole una mano y llevándosela a los labios—. Sin embargo, me quedaré por aquí unas semanas más, si es que aún tengo un trabajo.


—Todavía tienes un trabajo.


—No te cases con Woolton, espera un poco más —dijo Pedro soltándole la mano—. Estoy seguro de que encontrarás a alguien mejor que él.


—Sergio no me ha pedido que me case con él, todo son puras conjeturas.


—¿Querrías venir conmigo un rato al albergue esta noche? —preguntó Pedro.


Pedro no quería seguir hablando de Sergio Woolton. Había decidido que, durante el tiempo que se quedara en aquella ciudad, iba a hacer todo lo posible para evitar que aquel hombre siguiera haciéndole la corte a Paula.


—¿Para qué?


—Hoy han invitado a comer a muchos por ser Navidad, y habrá mucho que limpiar también. Me gustaría ayudar. Es una forma de darle las gracias al padre Brown.


—No me importa en absoluto limpiar un poco —dijo Paula—. Además, también a mí me gustaría agradecerle de alguna forma al padre Brown que haya sido tan amable contigo y con Tomas.


—Entonces, vamos.