lunes, 17 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 24




—Tengo que sentarme —se quejó Donna—. Los pies me están matando.


Paula miró a su amiga, que con su embarazo de siete meses y medio parecía un barril.


— ¿Por qué no te vas al despacho y descansas un rato? Ya me has ayudado bastante hoy. Creo que Scooter y yo podremos arreglárnoslas solos hasta que llegue Sofia. A mediodía será cuando llegue más gente. Todos adoran el estofado de pollo de Ella Higgins y el asado de Jerry Smith, así que nadie faltará al almuerzo.


—Ah, olvidé decirte que trajeron las máquinas expendedoras de Coca Cola mientras ayudabas al señor Murphy a montar los altavoces — Donna levantó un pie y luego el otro—. Creo que tengo los tobillos hinchados. Dios, nadie me dijo que el embarazo la convertía a una en una vaca —miró a Paula—. Claro que no todas nos ponemos redondas como globos. Mírate. Estás de siete meses casi, y sigues como un fideo.


—Un fideo con un melón a cuestas —Paula se rió mientras se frotaba el vientre—. Anda, vete ya. Te avisaré si te necesito.


Mientras Donna se dirigía hacia el despacho, Sofia detuvo el
coche en el aparcamiento del refugio de animales. Tras apearse y saludar a Donna, le hizo a Paula una señal con la mano.


Paula se sentía afortunada al tener tantos amigos y conocidos que apoyasen la labor del refugio. Sin su ayuda, no hubiera podido organizar la jornada anual de recaudación de fondos que proporcionaba una cuarta parte de los ingresos de la institución.


Dicho evento se había hecho muy popular en todo el condado y las zonas aledañas.


—Benjamin y Danny llegarán dentro de una hora —dijo Sofia.


—Celebro que hayas venido temprano —dijo Paula—. Donna lleva aquí desde las siete y está hecha polvo.


—Pobrecilla. ¿Parece que va a tener gemelos, verdad?


—No, sólo una niña, pero es muy grande.


—Me pregunto si el padre de esa criatura será muy corpulento.


— ¿Donna te ha hablado de él? —preguntó Paula.


—No mucho más que a ti. Sus amigos lo llaman J.B. Es un vaquero duro y curtido, y Donna y él hicieron el amor como locos durante un par de días. Es lo único que sé.


Paula soltó una risita.


—Dios mío, tal como lo cuentas suena espantoso.


—Tengo, eh, algo que decirte —comentó Sofia.


—Así que por eso has venido más temprano. Y yo que pensaba que querías ayudarme.


Sofia le dio una desenfadada palmadita en el brazo.


—Traigo dos tartas y tres pasteles en el maletero del coche. Y ya estoy dispuesta y preparada para seguir tus órdenes. Pero...


— ¿Pero qué?


—Puede que deba excusarme si empiezo a sentir las náuseas matutinas que vengo padeciendo desde hace unos días.


— ¿Qué? Náuseas matutinas—Paula lanzó un chillido, y luego abrazó a Sofia—. Estás embarazada. Benjamin y vais a tener otro hijo.


—Benjamin está tan contento... —dijo Sofia—. Lamenta no haber estado conmigo durante el embarazo de Danny, así que le entusiasma la perspectiva de compartir éste.


—Eres muy afortunada —Paula volvió a abrazarla—. Benjamin es el único hombre al que has amado siempre, y ahora te quiere tanto como tú a él. Tus sueños se han hecho realidad.


—Cariño, quizá las cosas puedan arreglarse entre Pedro y tú. Es un maldito cabezota. Todos los Alfonso lo son. Benjamin tampoco se creía capaz de ser un buen marido. Pero, en realidad, yo diría que Leonardo es el único que no ha nacido para casarse. Compadezco a la mujer que se enamore de él.


—Te agradezco que nos invitaras a Pedro y a mí a cenar en la granja la semana pasada. Pero me temo que de poco sirvió. Ni siquiera intentó acercarse a mí.


—Oh, yo no diría eso —repuso Sofia—. Cualquiera con dos dedos de frente notaría, por cómo te mira, que Pedro está loco por ti. Más tarde o más temprano, seguro que supera su temor al matrimonio y a la paternidad.


— ¿Crees sinceramente que Pedro está enamorado de mí?


—Sí, lo creo. Y Benjamin opina lo mismo. Pero me parece que Pedro aún no es consciente de ello. Nunca había estado enamorado, así que ignora que lo que siente es amor.


Paula sonrió, repentinamente llena de esperanza.


—Me pregunto si vendrá hoy


—Seguro que sí —dijo Sofia—. Es el sheriff. Tiene que hacer acto de presencia.


Pedro saludó y habló con varias personas mientras se abría paso por entre el gentío que se había congregado en la jornada de recaudación de fondos. Consultó su reloj. Las cinco menos cuarto. La fiesta terminaba al anochecer, o sea muy pronto.


Pedro había esperado deliberadamente hasta última hora para presentarse, pues no tenía más remedio que asistir. 


Pero no deseaba pasarse el día entero viendo a Paula y deseándola. Porque la deseaba.


Pasó junto al tenderete de la adivina, y se sorprendió al descubrir que la gitana, pintorescamente vestida, no era otra que la señora Dobson, la vecina de Paula.


La mujer le hizo una señal con la mano. El le sonrió.


—Venga, sheriff, le diré la buenaventura —dijo ella—. Sólo son dos dólares, y es para una buena causa.


A desgano, Pedro se acercó al tenderete, sacó la cartera y le dio el dinero a la señora Dobson.


—Tenga, dígale la buenaventura gratis a otra persona —dirigió a la bola de cristal una mirada cargada de intención.


— ¿Qué dices, Paula? Quieres que te diga la buenaventura gratis, cortesía del señor Alfonso?


Pedro giró rápidamente la cabeza. Paula estaba a unos cuantos centímetros, tras él. Llevaba unos tejanos y una blusa de premamá roja. Se había recogido la larga melena castaña en una coleta, y los rizos le enmarcaban el rostro.


Maldición, cada vez que la miraba, la deseaba.


— ¿La buenaventura gratis? —Paula se acercó al tenderete—. ¿Cómo voy a rechazar semejante oferta? —Sonrió a Pedro—. Hola, ¿cómo estás? Empezaba a pensar que no vendrías.


—Pues ya ves, he venido. ¿Cómo va todo? Parece que aún queda mucha gente.


Paula lo agarró del brazo y lo condujo al interior del tenderete.


—Vamos, Pedro. Acompáñame mientras la señora Dob..., quiero decir, Madam Yolanda me lee el porvenir.


—Siéntate, querida, y te revelaré los secretos de tu futuro —dijo la señora Dobson con lo que, indudablemente, ella consideraba un acento extranjero.


Paula tomó asiento y extendió la mano. La señora Dobson le pasó el dedo por las diminutas líneas de la palma y sonrió.


—Veo que se avecina para ti una gran felicidad. Un bebé sano y hermoso. – Paula miró a Pedro y sonrió. El se encogió de hombros, como diciendo: «Todo el mundo sabe que esperas un hijo».


—Y veo un nuevo amor. Un amor para toda la vida. Un hombre bueno que cuidará de ti y de tu hijo —la señora Dobson señaló a Pedro con la mirada.


Paula se ruborizó. ¿Acaso todos sabían que estaba enamorada de Pedro Alfonso? ¿Se delataría a sí misma cada vez que lo miraba?


— ¿Y cuándo aparecerá en mi vida ese nuevo amor? —Inquirió Paula—. ¿Cómo podré reconocerlo?


—Ya ha aparecido, querida. Y tu corazón lo reconocerá.


Paula esbozó una cálida sonrisa. Al parecer, la señora Dobson había adivinado que entre Pedro y ella había algo más que amistad, o quizá la anciana era sólo una romántica que jugaba a casamentera.


—Veo más hijos en tu futuro —prosiguió la señora Dobson haciendo gestos teatrales y exagerados—. Otro niño, y luego una niña. Una niña de cabello y ojos negros, como su padre.


Pedro se removió incómodo. La señora Dobson lo señalaba como futuro compañero de Paula. ¿Era la anciana una auténtica pitonisa, o simplemente expresaba su deseo de que se casara con Paula y la cuidara?


—Gracias —dijo Paula—. Me gusta mucho mi futuro.


—Sé feliz, hija —dijo la señora Dobson—. Es lo que Leonel hubiese deseado.


Paula abrazó a la anciana. Luego se levantó y tomó de nuevo el brazo de Pedro.


—Vamos. Te enseñaré los alrededores.


—De acuerdo.


— ¿Has comido? —preguntó Paula.


—Todavía no.


—Bueno, ya no queda estofado de pollo, pero podemos servirnos un poco de asado y cenar juntos en el despacho.


—Paula, no creo que sea una buena idea —dijo Pedro—. Es decir..., espero que no te hayas tomado en serio los vaticinios de la señora Dobson.


Paula se detuvo, alzó los ojos para mirarlo y sonrió.


Pedro Alfonso, realmente me tienes miedo, ¿verdad?


— ¿Miedo? No sé de qué estás hablando —Paula había lanzado un desafío, y él lo sabía. Si se negaba, le demostraría que estaba en lo cierto. Si accedía, corría el riesgo de acabar haciéndole de nuevo el amor—. Vamos por ese asado —dijo al fin.


Paula se limpió la boca con una servilleta de papel. A renglón seguido jadeó satisfecha.


—Jerry Smith hace los mejores asados del estado de Tennessee.


—Debo darte la razón —dijo Pedro mientras apuraba los últimos tragos de cerveza. Había aceptado el desafió de Paula, y habían pasado veinte minutos a solas en la oficina, cenando y charlando de temas insustanciales.


— ¿Te ha contado Benjamin la noticia? —preguntó Paula.


—Hace días que no hablo con Benjamin —contestó Pedro—. ¿Qué noticia?


—Sofia está embarazada.


Pedro asintió. La expresión de su rostro delataba su sorpresa.


—Parece que Benjamin se está habituando muy deprisa a la vida doméstica. Me alegra que todo saliera bien entre Sofia y él. Debo reconocer que tuve mis dudas cuando me dijeron que iban a casarse.


— ¿Por qué tuviste dudas? —preguntó ella—. Se querían, y deseaban pasar el resto de sus vidas juntos.


—Sí, lo sé. Pero no estaba seguro de que Benjamin fuera capaz de casarse y sentar la cabeza.


—Es un marido maravilloso y un buen padre para Danny.


—Mira, Paula, yo... —Pedro bajó los pies de la mesa—. He estado pensando sobre el niño. Sobre tu hijo.


— ¿Qué pasa con mi hijo? —Paula notó que el corazón se le detenía durante una milésima de segundo.


—Bueno, un niño necesita a un padre, y puesto que... técnicamente es hijo mío...


—Sí, técnicamente lo es —convino Paula.


—No sé qué clase de padre puedo ser —Pedro retiró la silla y se levantó—. No tuve un buen ejemplo. Mi abuelo era un hombre honesto y trabajador, pero también demasiado frío e inflexible. Y ya sabes el fracaso que fue mi padre.


—Pero el hecho de que tu padre y tu abuelo no fueran los mejores padres del mundo no significa que tú no puedas ser un buen padre.


—No quiero convertirme en parte de la vida de ese niño y después decepcionarlo abandonándolo —Pedro rodeó la mesa y se acercó a Paula.


Ella aguardó, con el corazón acelerado.


— ¿Quieres ser el padre de este niño?


Cuando él se sentó a su lado, Paula le tomó la mano y se la llevó al vientre. Su hijo eligió ese preciso momento para hacer manifiesta su presencia.


— ¡Caramba! ¡Menuda patada! Este niño va a ser futbolista. Esas patadas no te duelen, ¿verdad?


—No, la verdad es que no. Pero a veces tu hijito se concentra en un lugar concreto y la presión puede resultar molesta. Parece que es tan terco como tu.


Pedro no sabía cómo hacer frente a los sentimientos que
experimentaba. La iminuta vida que crecía en el interior de Paula era la de su hijo. Al final, comprendió lo que deseaba en realidad.


—Deseo ser algo más que el padrino de mi hijo —dijo.


Paula le rodeó el cuello con los brazos y lo miró amorosamente a los ojos.


—Serás un padre maravilloso. Ya lo verás.


Lo único que Pedro podía ver en aquellos momentos era a Paula... suave, hermosa, cálida. La atrajo hacia sus brazos. Dios bendito, cómo adoraba sentirla. Adoraba su físico, su manera de moverse y de hablar. Incluso su olor. Dulce y fresco como las flores en primavera.


La besó con tierna pasión, consciente de que iba a hacerle el amor.


Siempre sucedía así cuando se tocaban. Un incontrolable deseo los consumía.


En ese momento, la puerta de la oficina se abrió de golpe.


—Paula, querida, acabo de contar el dinero recaudado, y... —los pies de la señora Brown resbalaron sobre el suelo de madera al detenerse bruscamente—. Oh, cielos, cielos.., perdonad... No sabía... no sabía que... Lo siento mucho —se dio media vuelta y salió como una exhalación de la oficina, con tanta prisa que olvidó cerrar la puerta.


Pedro musitó un taco. Paula se mordió el labio inferior. Los dos se miraron y estallaron en carcajadas.


—No deberíamos reírnos, cariño. La señora Brown dirá a todo el mundo que nos ha sorprendido besándonos.


—No me importa —respondió Paula—. No me importa que 
todo el mundo sepa que nos estábamos besando.


—Si a ti no te importa, a mí tampoco. Total, el pueblo acabará enterándose de nuestra relación antes o después.


— ¿Tenemos una relación? —inquirió Paula.


—Sí, creo que sí —contestó él—. Si hoy paso la noche contigo, todos sabrán que entre nosotros hay algo más que simple amistad.


— ¿Vas a pasar la noche conmigo?


—Si me dejas, sí.


Un placer más cálido que el sol de abril se extendió por el cuerpo de Paula e inundó su corazón. Pedro no iba a abandonarla. No iba a dejar que criara sola a su hijo. 


Deseaba ser su padre. Paula sabía, en el fondo de su corazón, que sólo era cuestión de tiempo que le propusiera matrimonio.


Rodeándole el cuello con los brazos, cerró los ojos y entonó una silenciosa plegaria de agradecimiento. A partir de ahora todo iría bien, se dijo. Pedro, el niño y ella serían una familia.





domingo, 16 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 23




El poseyó su boca con un cálido y ansioso beso que manifestaba todo su deseo. Paula se aferró a su cuerpo mientras Pedro la envolvía en la seguridad de su poderoso abrazo.


De repente, oyeron que alguien llamaba a la puerta trasera. Pedro giró la cabeza a tiempo de ver cómo alguien se asomaba por el panel de vidrio de la puerta de la cocina. 


¡Dios todopoderoso! Era Benjamin. Y Sofia estaba a su lado.


—Es mi maldita familia —dijo—. Debí imaginar que vendrían para ver cómo estás.


Paula era muy consciente de que tenía el cabello revuelto, las mejillas sonrojadas y los labios hinchados cuando Benjamin, Sofia, Teresa y Peyton entraron en la cocina.


—Menos mal que hemos sido los primeros en llegar —dijo Teresa—. Hubierais tenido dificultades para explicar la situación, de haber llegado antes los demás.


Pedro se paseó incómodo. Paula se sonrojó todavía más.


—La mitad de Crooked Oak viene hacia aquí —explicó Benjamin—. La gente quiere celebrar esta victoria con la viuda de Leonel.


—Traen comida y piensan montar una fiesta —añadió Sofia.
—Oh —Paula miró a Pedro—. No lo sabía. La puerta se abrió de repente. La señora Dobson y la señora Brown entraron con toda la frescura del mundo, como si su presencia no constituyera una intrusión. Cada una llevaba una bandeja cubierta con un paño.


—Veo que habéis empezado sin nosotras —comentó la señora Brown—.Paula, querida, ve a la puerta principal a recibir a tus invitados. Teenie y yo nos ocuparemos de la comida y pondremos la mesa.


—Sí, gracias —Paula siguió mirando a Pedro, deseando que
reaccionara, que dijera algo.


Teresa la tomó del brazo la sacó de la cocina. Cuando llegaron al salón, el timbre empezó a sonar.


— ¿Quieres que abra yo? —preguntó Sofia.


—Si eres tan amable... —respondió Paula.


Al cabo de quince minutos, la casa estaba llena a rebosar de la misma gente que, cinco meses antes, habían compartido con ella el dolor por la muerte de Leonel. Ahora deseaban compartir su satisfacción por que el asesino de Leonel hubiese sido juzgado y condenado.


Pedro se quedó una hora más, alternando con los vecinos. 


Luego se acercó a Paula. Ella supo que se marchaba antes de que él se lo dijera.


—Me voy. Tengo que pasarme por la oficina —no la tocó. Ni siquiera le tomó la mano. Pero Paula sabía, por su mirada, que deseaba tocarla, llevarla al cuarto y hacerle el amor—. Te llamaré por la mañana.


—Sí, por favor. Llama.


—Si me necesitas...


—No vas a volver, ¿verdad? —dijo ella en un susurro.


El no respondió. No era necesario. Ella sabía la respuesta.


Pedro la abandonaba de nuevo. Otra vez huía asustado. Y Paula no sabía qué hacer o qué decir para que cambiase de opinión. No podía obligarlo a que la amase. No podía obligarlo a dejar de lado sus miedos e inseguridades. El tiempo se les estaba acabando.


Perder a Leonel había sido difícil, pero Paula había sobrevivido.


Pero si perdía a Pedro...


Susan se excusó y se retiró al cuarto de baño. Una vez dentro, se sentó en el banquillo acolchado y descansó la cabeza en el tocador.


Donna abrió la puerta, entró y se acercó a ella.


— ¿Te encuentras bien? —le preguntó.


Paula levantó la cabeza y miró a su amiga.


—No, no me encuentro bien. Y si pierdo a Pedro, no creo que vuelva a encontrarme bien nunca más.